Reflexión del Evangelio, Domingo 18 de Septiembre

Evangelio según San Lucas 16, 1-13

Jesús decía a los discípulos: Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”. El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”.

 Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez”. Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les con fiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.

Por Julio Villavicencio SJ

 El evangelio de este domingo es muy interesante. Aquí vemos algo que nos llama la atención. En la parábola, el señor elogia la astucia de alguien que no está siendo honesto. Esto me hace acordar a cuando yo trabajaba en uno de nuestros colegios y estaba encargado de acompañar a los muchachos en la pastoral. Entre muchas de estas actividades, había una que me encantaba, se llamaba “Aprendizaje en servicio”. Se trataba de que los alumnos fueran a lugares con necesidad y a través del servicio que ellos pudieran prestar, tuvieran experiencias capaces de enseñarles dimensiones humanas que en el colegio sería muy difícil que descubrieran.

 El hecho es que en varias reuniones que tenía con otros profesores, los mismos alumnos que en el servicio demostraban gran interés, mucho liderazgo y gran capacidad de empatía con las personas que servían, eran en las clases, de lo más indisciplinados y muchas veces, tenían malas calificaciones. Una vez charlando con uno de ellos a raíz de un incidente recuerdo haberle dicho “¿te das cuenta hermano, que si vos usaras tus habilidades para cosas buenas, harías tanto bien, en vez de estar metiendo la pata cada dos por tres?”. Esto es para mí el evangelio de hoy.

 El señor elogia a su administrador no por lo que está haciendo, sino por la astucia que tiene en el manejo de los asuntos:

 “Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”.

 Es así como a veces usamos las gracias que Dios nos da, no para hacer el bien, no para construir Reino, para aportar a un mundo más justo, más humano, más divino. Sino que las usamos para pequeños intereses personales que, a la larga, nos van destruyendo. No es que no queramos la felicidad, pero la buscamos en el lugar equivocado, haciendo cosas equivocadas, con personas equivocadas.

 Y sin embargo, cuando nos animamos a compartir lo que tenemos con los que no tienen, lo poco que podemos brindar, con aquellos que lo necesitan, descubrimos algo en nosotros que no sabíamos que teníamos. Es más, descubrimos quienes somos realmente cuando nos brindamos a los otros. Y no me refiero a grandes empresas que a veces nos son imposibles de realizar. Me refiero al trato con el que tengo al lado, con los miembros de mi familia, con mis amigos y enemigos. Con el enfermo que sé que necesita una visita, y yo tengo mi agenda muy ocupada como para pasar diez minutos por su casa. Me refiero a regalarle una sonrisa a un niño o un buen momento a alguien que lo está pasando mal. Se trata de convertir esta vida cada vez más en propiedad de Dios con los dones que Él mismo nos da. Hacer Reino.

Finalmente descubrimos, que cuando nos ponemos a servir a los demás, ya no podemos encerrarnos en nosotros mismos. Nos duele el dolor del otro, nos interpela. Y el otro me salva de mi egoísmo, de encerrarme en mi indiferencia. Cuando descubrimos al Señor en los otros, ya no podemos dejar de seguirlo. No podemos tener otro Señor una vez que nos encontramos amados por Jesús en el servicio a los otros.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Una Espiritualidad Solidaria que Brota del Misterio de la Trinidad

Recuperando la encíclica Laudato Si’, podemos reflexionar sobre cuánto nos habla sobre el misterio de la Santísima Trinidad, la estructura de muchas de las cosas que nos rodean.

José Eizaguirre SJ

Es sabido que una de las fuentes de la que bebe la encíclica Laudato si’ es la reflexión que sobre la ecología viene haciendo desde hace años el teólogo Leonardo Boff. En algunos puntos es incluso posible seguir la pista literalmente, como cuando el papa Francisco señala que “hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49), en clara alusión al título del libro de Leonardo Boff, Ecología. Grito de la Tierra, grito de los pobres, publicado en 1996.

Hay otras resonancias más o menos explícitas entre el papa Francisco y Leonardo Boff. Me permito poner en paralelo dos citas. Hace veinte años Boff escribía:

“Si todo en el Universo constituye una trama de relaciones, si todo está en comunión con todo, si, por consiguiente, las imágenes de Dios se presentan estructuradas en la forma de una comunión, entonces eso es indicio de que ese supremo Prototipo es fundamental y esencialmente comunión, vida en relación, energía en expansión y amor supremo. Pues bien, esta reflexión se ve atestiguada por las intuiciones místicas y por las tradiciones espirituales de la humanidad. La esencia de la experiencia judeo-cristiana, por ejemplo, se organiza sobre ese eje de un Dios en comunión con su creación, en alianza con todos los seres, especialmente con los seres humanos, de un Dios cósmico, social, personal, de la profundidad humana, de una vida que se manifiesta en tres vivientes, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es la Trinidad cristiana, el modo cristiano de nombrar a Dios.” (Op. Cit., Trotta, Madrid 1996. Pág. 185)

Y en 2015, el papa Francisco:

“Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente.

Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.” (Papa Francisco. Laudato si’, 240)

 Hay que añadir que Leonardo Boff no fue el primero en formular esta preciosa intuición. El papa Francisco recuerda que san Buenaventura en el siglo XIII ya acertó a expresar que “toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria” (LS 239). Lo que nos interesa no es indagar la “propiedad intelectual” de esta comprensión sino descubrir lo que hoy nos está aportando.

Y hoy lo que estamos descubriendo de forma cada vez más incontrovertible es que todo está relacionado, todo está conectado, todo es una trama de relaciones, algo que venían constatando tanto las intuiciones místicas como las tradiciones espirituales, entre otras, la cristiana. Los cristianos podemos confesar que el Universo es una asombrosa trama de relaciones porque el Creador es una amorosa trama de relaciones. Y esto no son teologías abstractas, a modo de incomprensibles rompecabezas intelectuales como se ha considerado a veces el misterio de la Trinidad, sino que tiene profundas resonancias e implicaciones tanto en la espiritualidad como en el comportamiento. Si realmente nos sentimos conectados con todo y con todos, si nos experimentamos como parte de una maravillosa Creación entrelazada, entonces nada nos resulta ajeno, pues lo que sucede a otras criaturas hermanas nos afecta como si nos sucediera a nosotros mismos. No es una cuestión de razonamiento –aunque éste pueda ayudar– sino de experiencia vital.

Los cristianos tenemos aquí una invitación a “madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”, y a ofrecer al mundo esta maravillosa comprensión de nuestra identidad humana entrelazada con toda la Creación.

Entre Paréntesis

Hay Cruces que No son Cristianas

Sin duda, hay cosas que se enseñan y difunden sobre Dios y la religión que más que acercarnos a él, nos alejan. Esta lejanía no se ve sólo reflejada en la relación personal con Él, sino también en que se aceptan como verdaderas imágenes de Dios que no coinciden con lo que Jesús nos ha querido enseñar sobre Él.

Por José María Segura SJ

NO. Hay cruces que NO son cristianas.

SÍ. Hay imágenes de Dios que son perversas.

Con perdón y con permiso. Pero como dice Javier Vitoria, al hacer teología a veces hay que “dejar pelos en la gatera”.

El título condensa el contenido de este post: Hay imágenes de “Dios” que NO concuerdan con el Dios Amor que predicó Jesús con “obras y palabras”.

Hay adjetivos que NO son predicables del Dios Padre/Madre que heredamos de la tradición judía, que NO casan con el Dios compasivo que camina con su pueblo, que NO se pueden afirmar del Dios Entregado que por Amor “padece o quiere padecer en su humanidad” (San Ignacio). Y es que a veces se nos cuela el “dios de los amigos de Job”. Un dios que castiga, que impone cargas, que si nos descuidamos ¡hasta nos maldice!… además, estas cargas las vestimos de cruz cristiana. Quizás, por esa religiosidad dolorista que permea nuestra cultura occidental…

Frente a estos “dioses”, conviene recordar el axioma de Hans Urs von Balthasar: “Si Dios es Amor, solo el Amor es digno de fe y nada debe ser creído más que el Amor”. Un dios que me exige que sufra una relación –que pudo en su día haber sido bendecida por el sacramento del matrimonio– en la que mi pareja me humilla, me abusa o me maltrata física o psicológicamente, NO es de Dios. No del Dios que en y por Jesús libera a la mujer encorvada, detiene el flujo de la hemorroísa, devuelve la vista a Bartimeo, llama a Mateo o sana a diez leprosos. Parafraseando a Lucía Ramón en su libro “Queremos el Pan y las Rosas“, quien acaba con la sacramentalidad del matrimonio es quien lo convierte en un infierno por la violencia que mata el amor, y con ello su ser signo de la Alianza de Dios con su Pueblo.

Una enfermedad, sobrevenida o congénita, un accidente de tráfico, una relación que se degenera hasta hacerse asfixiante, mobbing en el trabajo, bullying en el colegio… Pueden llegar a ser situaciones que pongan a prueba nuestra resiliencia interna, nuestra Verdad más íntima, nuestras imágenes de Dios, nuestro modo de rezar y de creer… Es siempre tentador caer en la invitación de “los amigos de Job” y racionalizar lo que nos pasa: “será que algo malo hemos hecho y ‘dios’ nos castiga” y así, sin querer, nos deslizamos hacia la culpabilidad y un sentimiento de “indignidad” que nos genera más dolor y más sufrimiento y nos aparta de un ‘dios’ a quien ni podemos adorar, ni querer, ni hablar. Todo lo más, le podríamos temer, pero eso no es propio de los hijos e hijas, como nos recuerda San Pablo.

No existen recetas fáciles ni respuestas inmediatas para el sufrimiento y el dolor en un mundo creado por un Dios bueno que es Padre y Madre de sus criaturas. Quizás (con teólogos como González Faus, von Balthasar, Jon Sobrino, Elizabeth Johnson, Gesché…) podemos esbozar una respuesta: Dios, papá/mamá Dios, NO quiere el dolor y el sufrimiento de sus niños/as ni de su creación. Por Amor, Dios ha creado; por Amor, Dios nos ha hecho libres para que podamos decidir crecer y amar libremente, para que “lleguemos a ser en plenitud lo que ya somos” (Ireneo de Lyon): “Hijos e hijas en el Hijo” (San Pablo).

Dios NO quiere nuestro sufrimiento, como no quiso el de Jesús. No puede evitarlo, como no pudo evitarlo en Getsemaní pese a las peticiones de Jesús, porque por Amor ha aceptado que seamos criaturas libres que podamos apartarnos de Él. Por Amor, Dios sufre nuestro alejamiento y comparte nuestro dolor. Y por Amor resucitará todo lo que hayamos querido y amado y enjugará todas las lágrimas en la Pascua Eterna donde ya no haya llanto ni dolor, en el nuevo Sabbat de la creación donde “nadie estará triste y nadie tendrá que llorar”.

Algunas cruces SÍ pueden (¡hay que discernir!) ser cruces cristianas. Las asumidas por y desde el Amor, las libremente abrazadas, las acogidas en el Misterio del Dios que por Amor se despojó de Sí mismo en una cruz. ¿Y las situaciones sobrevenidas? Hay que discernirlas. Tratar de vivir la enfermedad sumergidos/as en el Misterio del Amor de Dios, pidiendo que nos acompañe y nos mantenga firmes en la fe y la esperanza (¡qué difícil!) pero por Amor de Dios sin culpabilizarnos.

Y las cargas impuestas, esas ‘falsas cruces’ tenemos que combatirlas. Porque lo que niega la dignidad de los/as niños/as de Dios NO es querido por Dios y tenemos el divino derecho que nos otorga Sophia Dios (Elisabeth Schüssler Fiorenza) para resistirlo y combatirlo.

NO. Hay cruces que NO son cristianas.

SÍ. Hay imágenes de Dios que son perversas

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

 

Ruta Espiritual a la CG36 I

Una propuesta de oración para obras, comunidades y movimientos que acompañe la Congregación General #36.

Los electores de América Latina que participarán de la próxima Congregación General se reunieron en Chile, como parte del trabajo de preparación a la misma, en noviembre pasado para reflexionar sobre las indicaciones que la Comisión Preparatoria de la CG había compartido.

Se revisó el material producido por las Congregaciones Provinciales señalando que, como Compañía universal, tenemos el deseo de avanzar en la «interconexión de muchas realidades sociales y elaborar una respuesta integrada que uniera nuestra experiencia espiritual, nuestra vida común y nuestro servicio apostólico en el mundo de hoy”.

En comunión con ese deseo, se consideró importante que todo el cuerpo apostólico de América Latina y el Caribe también se integre en una preparación espiritual de la CG, momento privilegiado de discernimiento y elección por parte del cuerpo de la Compañía, a través de sus representantes.

Animados todos bajo el mismo Espíritu, enviados a ‘tanta diversidad de gentes’, pero convocados por el mismo llamado. Es el deseo que iniciemos todos un mismo camino de preparación espiritual hacia la CG36, propiciando en nuestras comunidades y obras un clima de oración y discernimiento para responder al Señor.

Es por este motivo que se propone una ‘Ruta Espiritual Ignaciana hacia la CG36’, por etapas, para compartir nuestro deseo de responder al Señor, con un servicio de hondura afectiva, intelectual y eficaz, en colaboración, en medio de los retos y oportunidades de nuestra historia.

Compartimos, en diferentes entregas, el “modo y orden” propuesto para profundizar la invitación del Señor a vivir una mayor “unión de ánimos” como cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús. En esta propuesta también integramos a colaboradores y consagrados de espiritualidad ignaciana, con quienes compartimos un modo de proceder común.

Llamados a “mantener viva la llama de su inspiración original, de manera que ofrezca luz y calor a nuestros contemporáneos (CG35 D2,1), compartimos la misión de avivar la llama que hemos recibido como seguidores del Rey Eternal, bajo la bandera de la cruz. Poniendo los medios que “juntan al instrumento con Dios” para que todo este proceso “se rija bien de su divina mano” (Const. 834,1)

Pidamos avanzar juntos en esa ruta hacia la CG36 por la cual hoy el Espíritu “reconfigura”, ilumina, alumbra y hace arder la vida de nuestra Compañía de Jesús.

‘Ruta Espiritual Ignaciana #1’ – Adaptación

La primera de estas Propuestas contiene 3 momentos de oración compartida, a partir del llamado ‘Coloquio frente a Cristo en la Cruz’ de los Ejercicios Espirituales:

«Imaginando a Cristo Nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio: cómo de Creador ha venido a hacerse hombre y de vida eterna, a muerte corporal, y así murió por mis pecados.

Otro tanto mirándome a mí mismo preguntarme qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo, y viéndole así, colgado en la cruz, pensar en lo que se sugiera.» [EE 53]

1er Momento: Contemplando nuestro caminar hasta el presente ¿Qué agradecemos al Señor? ¿Qué fortalezas ofrecer?

2do Momento: Contemplando el presente de nuestras obras y misión: ¿Dónde estamos? ¿Qué conversión necesitamos?

3er Momento: Escuchando las llamadas para el futuro: ¿Cómo afectarnos y señalarnos más de ellas? ¿Qué desear?

Al comenzar esta Ruta, invoquemos al Señor que nos conceda ‘grande ánimo y liberalidad’ en el trayecto.

 

E. Sicre SJ: La Familia que Dios Quiere

En este texto, el jesuita Emmanuel Sicre, reflexiona sobre la institución del matrimonio y la familia a la luz de los Evangelios y la exhortación apostólica ‘Amoris Laetitia’.

Por Emmanuel Sicre, SJ

“Yo Seré Tu Dios, Tú serás mi pueblo” Ex 20,2

La actualidad del tema de la familia no radica en la crisis en la que se encuentra. De esto hay un muy buen análisis en la reciente Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia (AL), del papa Francisco, en el capítulo II: “Realidad y desafíos de las familias” [31-60]. La cuestión de la familia es un hecho social institucionalizado siempre en movimiento desde sus orígenes históricos (y mitológicos), hasta las nuevas configuraciones que hoy se ven en nuestro contexto contemporáneo. Por esta realidad perenne de la familia nos invita a la reflexión una y otra vez.

Desde el ámbito cristiano dicha reflexión toma características distintivas que la convierten en un valioso aporte a la realidad social. ¿Es acaso la familia, desde su inicio en el compromiso de los esposos, hasta la gran familia humana en la que todos estamos insertos, un lugar donde Dios se manifiesta? Por supuesto que sí. Ante esta evidencia, ¿qué tiene que decir la propuesta de Jesucristo, como cima de esa manifestación, al matrimonio, a la familia como núcleo de la sociedad, y a la gran familia que somos los seres humanos?

Desde la tradición del Antiguo Testamento (por ejemplo, Os 2,19) el tema de la esponsalidad, constitutivo de la familia, se viene elaborando en relación al Pueblo de Dios. Los escritos de los profetas, entre otros, manifiestan la experiencia del amor conyugal que es imagen del amor salvador de Dios, constituyendo un sacramento de alianza entre Dios y su Pueblo. Así es como se va perfilando la identidad del amor en la familia desde la esponsalidad en la tradición judeocristiana, donde la relación Iglesia-Cristo es fuente desde la que el matrimonio funda la familia.

Sin embargo, como afirma el jesuita psicólogo y teólogo Carlos Domínguez Morano, “la posición de Jesús frente a la familia resulta sorprendente e incluso desconcertante. Acostumbrados como estamos a considerar la familia como una institución intocable, muchos textos de los Evangelios suponen unos choques estridentes para nuestra sensibilidad. Perdemos de vista que, para Jesús, la familia no es (como muchas veces para nosotros) lo más sacrosanto, ni un espacio que hay que defender a toda costa como una obligación absoluta y sagrada”.

Ante un cuestionamiento como este surge entonces la pregunta: ¿cuál es la familia que Dios quiere?

La respuesta pareciera clara cuando pensamos tanto en la familia núcleo de la sociedad como en la familia humana. En efecto, Amoris Laetitia señala que “en la familia humana, reunida en Cristo, está restaurada la “imagen y semejanza” de la Santísima Trinidad (cf. Gn 1, 26), misterio del que brota todo amor verdadero (AL, 71). Por eso el amor matrimonial encuentra su fundamento en el Dios-Familia.”

Pero, ¿qué sucede cuando la familia como núcleo de la sociedad entorpece, nubla la familia humana negando su propio cimiento? Si la familia que los esposos fundan sintiera hondamente el llamado a ser parte de la gran familia humana y a la cuidara como propia, es posible que nuestra sociedad pudiera gozar de un bienestar más universal y menos excluyente. Por esto, quizá, la pastoral matrimonial tendría que orientarse desde su principio y fundamento, que es el amor de Dios por el hombre, por la humanidad entera que constituimos todos los seres de la tierra sin distinción. Y no tanto sobre el amor de los esposos que probará su fecundidad en la invitación que Dios le hace a vivir el Reino, ad intra y ad extra, podríamos agregar. Porque “la familia es el modo en que cada sociedad y civilización se perpetúa, un punto esencial para la continuidad de la historia”, y si la historia no siente el consuelo de Dios que le viene del amor aprendido en la familia, es posible que perpetúe una civilización de muerte más que una de vida. Una sociedad donde los que llegan al mundo querrán irse pronto.

Es necesario, entonces, asumir de a poco que “Jesús vino a traer un nuevo orden de relación humana al que los “lazos de carne” quedan supeditados. Queda inaugurado un nuevo modo de filiación que desplaza el orden biológico. Una nueva comunidad, la del Reino, se sitúa en el centro y son los lazos del espíritu los que se imponen sobre los “lazos de la carne”. En este sentido, el Evangelio es claro y muestra que la familia es el punto de partida para asumir las responsabilidades para con el mundo, trabajando por la justicia, la paz y el bien común.

Si la familia cristiana no es fuente de ciudadanía, por ejemplo, no hay posibilidades de que existan sociedades más fraternas, porque falta el elemento aglutinador. Si la familia cristiana forma guetos sociales, exclusivismos de clase, o marginaciones culturales, no podemos esperar que el individualismo arrasador actual disminuya, ni mucho menos que sea cuestionado por un testimonio de fraternidad universal.

Por eso, Carlos Domínguez Morano señala lúcidamente que “los lazos familiares […] van a ser utilizados por Jesús como modelo y referencia reveladora de lo que debe ser la nueva familia comunitaria. Casi todas las relaciones familiares y las relaciones humanas que tales situaciones implican, son asumidas por Jesús como situaciones ejemplares que le sirven para iluminar el significado del mensaje” del Reino.

Con esto, la relacionalidad del hombre, en tanto dimensión antropológica constitutiva, queda afectada por una apertura de sus vínculos de padre, madre, hijo y hermano. Al exigirle un tipo de relación familiar con todos los hombres, aparece una perspectiva desde la que se puede hablar entonces de una ética de la familia que quiere ser cristiana. Es decir, la ampliación de las relaciones humanas del núcleo familiar debiera dar la constitución de una gran familia humana. En la medida en que se camine hacia esta familia escatológica planteada por el mensaje de Jesucristo es que se podrá compartir un horizonte esperanzador y utópico de fraternidad.

La familia que Dios quiere es la que lo tiene a él como Padre misericordioso. Y que en el símbolo de la fiesta convoca a todos sus hijos para que se sienten a la mesa del banquete. Donde ya no haya más dolor ni sufrimiento, porque estos han sido vencidos por su nuestro Hermano mayor, Aquel que nos regaló la gracia de la filiación con su muerte y su resurrección.

Reflexión del Evangelio, Domingo 12 de Septiembre

Evangelio según San Lucas 15, 1-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.

Reflexión del Evangelio – Por Emmanuel Sicre SJ

La liturgia nos propone hoy meditar sobre las parábolas de la misericordia que Lucas pone en boca de Jesús: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida, y la del hijo perdido (más conocida, esta última, como la del hijo pródigo o el Padre misericordioso).

El hecho de que estemos en el Año de la misericordia corre el riesgo de que se nos convierta en un tema más de nuestra vida cristiana, haciéndole el juego al mal espíritu que querrá apartarnos del nervio del mensaje de Jesucristo. Es decir, la misericordia de Dios. Por eso, meditar las parábolas de la misericordia tiene como condimento que estaremos asumiendo el centro de nuestra vida cristiana una vez más.

Pero, ¿qué tal si a eso le sumamos la riqueza del día del maestro?

 Pienso que de estas dos cosas no se escapa nadie: la misericordia recibida y el haber sido conducidos por el Maestro Cristo en el camino de la fe.

 Por un lado, vemos que la misericordia se vuelca sobre aquello que parece perdido, que ya no sirve, que se acabó, que se fue. Sin embargo, el evangelio nos muestra que ante lo que parece ya dado de baja, el Señor siempre saca de su corazón infinito la posibilidad de darle salud a sus hijos. Entonces encuentra la oveja, la moneda y el hijo. Nosotros hemos sido bendecidos con esta misericordia cada vez que una pertecita de nuestra vida se nos va de las manos, y al clamarle al Buen Dios ayuda y auxilio viene a restaurarnos la vida y a animarnos en el camino. ¿El fruto de esta acción de Dios? La alegría de todos, la fiesta grande, la reparación del vínculo. Nada que ver con la tranquilidad de spá que muchas veces compramos ingenuamente.

 Por otro lado, el Maestro está ejerciendo su rol de docente cuando nos cuenta tras cuentitos para hablarnos del amor del Padre. Tres relatos tramposos que nos dejan pensando, pero cómo es posible, aquí debe haber un error. Sí, es el error que delata nuestra limitación humana, y nuestra pequeñez que no puede creer que Dios sea bueno, que sea amable, que sea bello. Siempre queremos que se parezca a nosotros para no tener que deberle nada. Sin embargo, la generosidad del Dios se Jesús se nos ofrece con tanta claridad que nos cuesta decirle sí. Y si pensamos en el día de hoy puede venirnos a la memoria aquél maestro, aquella docente que obró con nosotros misericordiándonos, perdonándonos, yéndonos a buscar cuando estábamos perdidos.

Entonces, nos damos cuenta que Dios ha estar allí, en tantos docentes que como el Maestro, van a buscar lo que parecía perdido. ¿Cómo no agradecer? ¿Cómo no dejarse misericordiar? ¿Cómo no dejar que sea el Padre el que nos abra la puerta a la alegría compartida?

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

 

Aprender a Abrir el Corazón

Para protegernos de los golpes de la vida, o prevenir sufrimientos por los que ya hemos pasado, tendemos a encerrar lo más íntimo de nuestra persona en el corazón, como si este fuera una ostra. Este texto invita a abrir el corazón y levantar la mirada siguiendo el ejemplo de aquellos que tienen menos cosas para guardar y a las que aferrarse.

Por Fernando Vidal

Los sueños perdidos y las luchas desgastadas hacen que nos encerremos dentro de una ostra en vez de vivir a corazón abierto. Pero los pobres nos ayudan a volver a vivir a corazón abierto una y otra vez. Para no perder la pasión por cambiar la Historia, necesitamos unirnos cada vez con más corazón a los pobres.

Muchas personas sin hogar sufren el Síndrome de la Ostra. Las ostras van acumulando capas conforme pasan los años, forman las valvas o conchas y eso les protege de las adversidades. Primero se cubren con una capa superior. Muchas personas que pasan los días en la calle se protegen de las miradas de los peatones. A veces son miradas recriminadoras; otras veces muestran miedo; las más de las veces son miradas que buscan quién es la persona que sufre así. Y para no ser vistas, las personas sin hogar bajan la cara, se la cubren con las manos, se acurrucan, se protegen entre cartones o incluso prefieren estar de rodillas con la cara contra el suelo. Se ponen gorras, se dejan barbas, suben las solapas… Como la ostra, van echando mantos de ropa y cartón para protegerse de la mirada de la sociedad.

Pero no es sólo la valva superior sino que, internamente, también hacen crecer una inferior que les proteja de sí mismos, de sus recuerdos y sueños. Es difícil estar sin hogar y a la vez recordar quién eras, tu familia, pareja, hijos, el trabajo que tuviste, los sueños de juventud, tu infancia, tu madre, tu padre, quién fuiste, lo perdido y lo anhelado. Así, la persona trata de no verse cara a cara en el espejo, en la memoria ni en los deseos.

Las dos valvas se cierran una contra otra y encapsula a la persona. Lo protege de sí mismo, de los demás y de todos los que se acercan prometiéndole una solución que finalmente no llegará. Cada vez que las Administraciones, ONGs, iglesias, voluntarios o ciudadanos les fallan, se echa una capa más a la valva haciéndola más gruesa. Y el sistema social ha fallado –hemos fallado– tanto a los más pobres –una y otra vez– que esas conchas son muy densas y difíciles de romper.

Cuando estamos con personas sin hogar tratamos de que otra vez nos den una oportunidad de ayudar. Se les pide que abran las valvas y que expongan su intimidad a la intervención social otra vez. Sólo la confianza logra que se abran porque están cansados, decepcionados y cada vez que fracasamos en ellos la vida se les hunde un poco más. Cerrarse como una ostra es un modo de protegerse de los demás y de uno mismo. Tratan de no ceder a la tentación de confiar, ilusionarse, soñar…No abrirse tanto que se les haga daño otra vez.

El síndrome de la ostra lo sufren muchas personas sin hogar pero… ¿no lo sufrimos también mucha otra gente? En nuestra juventud formamos anhelos de cambiar el mundo. Hemos soñado con encarnarnos en un barrio desde el que transformar la comunidad, unirnos a los pobres en amistad y desde ahí iniciar una pequeña revolución, un cambio significativo Hemos apostado por causas, por estilos de vida alternativos, hemos forjado compañerismo y hemos puesto nuestras vidas al servicio de cambios cualitativos… que no llegan. “La lucha por la Justicia es una larga cabalgada”, dice siempre mi amiga Fátima Miralles. Y muchos entre esos soñadores ceden al peso de la frustración, el cansancio o el escepticismo… También se forma una ostra alrededor.

Por un lado se forma una valva interna que trata de olvidar los sueños de cambiar el mundo, se evita examinar la propia vida… No se soportan las contradicciones, las cesiones… A veces es difícil diferenciar entre la tolerancia compasiva con los propios límites y la autocomplacencia. La indignación por la injusticia, los deseos de entrega y las ganas de luchar son ahogadas bajo la valva inferior de la ostra.

Y también nos defendemos con una capa externa hecha de escepticismo, condescendencia, suspicacia, amargura, resignación, impotencia, pesimismo, conservadurismo, desesperanza o falta de fe. Y así nos encerramos en nosotros, a salvo de los sueños y exigencias del compromiso con las causas en las que se juega el destino de nuestro mundo.

Conozco muchas personas que encierran la perla de su vida entre los mantos endurecidos de las ostras y, cuando te acercas para que se abran a nuevos compromisos, los aprietan aún más. Incluso se llega a reaccionar con violencia contra sí mismo y los demás. Y así las perlas de sus capacidades, su personalidad y su vida son enjauladas. Lo más peligroso no es que nuestro corazón esté dentro de una jaula sino que haya una jaula dentro de nuestro corazón.

Para superar el Síndrome de la Ostra está el vivir a corazón abierto. Los años no encierran nuestro corazón dentro de una ostra ni lo endurecen como piedra. Hay que arriesgarse a vivir, aunque tengamos que sufrir decepciones, impaciencias y decepciones.

Aprendamos de las personas sin hogar. Ellos nunca se encierran del todo dentro de “la ostra”: una y otra vez dan su confianza a quien viene a ayudar, buscan luchar por sus sueños y tan sólo necesitan un lugar en el mundo desde el que volver a comenzar. Y aunque pierdan y caigan de nuevo, lo siguen intentando una y otra vez. Lo más llamativo no es su pobreza sino su sabia resistencia para seguir defendiendo la vida sin rendirse jamás.

Con mayor o menor intensidad, todos sufrimos el Síndrome de la Ostra y son los más pobres quienes nos pueden ayudar a no perder la esperanza, a seguir creyendo en que el cambio es posible y a poner toda nuestra fe en la humanidad. Los pobres nos enseñan a vivir cada vez más a corazón abierto. Si pierdes fe en tu poder para cambiar las cosas pídesela a los pobres: ellos en el fondo siempre lo esperan todo de ti.

Fuente: Entre Paréntesis

MISERANDO ATQUE VIII

La misericordia en Jean Vanier

Continuamos publicando textos con que nos ayuden a reflexionar sobre la misericordia desde distintos ámbitos y perspectivas. En esta ocasión, a la luz de la experiencia de Jean Vanier, fundador de la Federación Internacional El Arca, que tiene como misión la acogida de personas con capacidades diferentes.

Por Javier Sánchez Villegas

«He descubierto la vía del corazón en el Arca, donde la persona y la vida de relación ocupan el primer lugar. Ser bueno y dulce con cada persona no me ha resultado fácil. Entré en la Marina con trece años, una edad en la que uno es muy impresionable. Allí fui formado para ser rápido, competente, eficaz, y esto es lo que llegué a ser. Cuando era oficial, e incluso después de haber dejado la Marina, era una persona bastante rígida, centrada en la eficacia, el deber, la oración, el deseo de hacer el bien y de seguir mis estudios filosóficos y teológicos. Mis energías se volcaban más hacia actividades y metas concretas que hacia las relaciones.»

Jean Vanier (Ginebra, 1928), fundador de las comunidades del Arca y de Fe y Luz, es el que habla.

Ser misericordioso es entrar en relación

Efectivamente, en 1963, Jean Vanier descubre un mundo ocultado e ignorado. Visitando instituciones, asilos, hospitales psiquiátricos, conoce el mundo de las personas enfermas y de los deficientes mentales, un mundo de desolación y de locura. Las personas estaban escondidas, marginadas, lejos de la sociedad, para que no se las viera… Ellas eran la vergüenza de sus familias, y el mundo no las tenía en cuenta ni las consideraba, dado que, según su criterio, no tenían nada que aportar a la sociedad. «Todas ellas parecían hambrientas de amistad y de afecto; se acercaban a mí, preguntándome con palabras o con la mirada: “¿Me amas? ¿Quieres ser mi amigo?”».

Este mundo de dolor y sufrimiento no dejó impasible a Vanier. Al año siguiente, decidió ir a vivir con dos personas con una deficiencia. A partir de ahí, fue experimentando y comprendiendo lo que es la misericordia: vivir en el amor. Ella es el centro y la clave para poder establecer relaciones de autenticidad en el seno de la comunidad. Así, esta puede convertirse en un espacio en el que la persona con una deficiencia puede dar y recibir, en el que es plenamente reconocida como persona. “Tú tienes lo que yo no tengo, yo tengo lo que a ti te falta”.

Para Vanier, amar a alguien no consiste primeramente en hacer algo por él sino en estar presente para revelarle su belleza y su valor, su unicidad, la luz oculta en él, el sentido de su vida. Es ayudarle a tener confianza en sí mismo. Es comunicarle una esperanza y un deseo de cambiar y de crecer. Esta comunicación de amor, si exige una palabra, es fundamentalmente no verbal; se realiza a través de actitudes, una mirada, una sonrisa, gestos…

Amar es dejar también que el otro toque mi pobreza y proporcionarle el espacio necesario para que me ame. En el amor, yo también me reconozco pobre, vulnerable, limitado… necesitado del otro. Y solo su amor puede restaurar mi caos interior, igual que el mío podrá restaurar el suyo.

Misericordia es vivir en comunión

Ser misericordioso, sin embargo, es ir todavía más lejos. No consiste simplemente en hacerse amigo de los pobres, sino en identificarse con ellos. Es despojarse de las vestiduras, como lo hizo Jesús, para lavar los pies del hermano y hacerse uno con él. Amar es comprender, es celebrar, es ayudar al otro a asumir la responsabilidad de su vida. Es perdonar, orar juntos… En definitiva, amar es entrar en comunión, corazón con corazón.

El núcleo de la misericordia es precisamente este: el corazón, la vía del corazón. Es aceptarse, en primer lugar, a uno mismo tal y como es y aceptar a los demás como son. Un corazón que ama no intenta imponer nada por la fuerza, sino que está a la escucha de aquello que cada uno está llamado a ser. No juzga, no condena. Se convierte en perdón, se hace compasivo, ve la presencia de Dios en los demás y se deja conducir por ellos hacia tierras sin explorar. Es un corazón que nos llama a crecer, a evolucionar y a llegar a ser plenamente humanos. Esta es la gran verdad de las personas: solo se puede vivir amando, entregándose al otro hasta el extremo, como Jesús.

Solo desde una experiencia profunda de la misericordia de Dios en tu vida es posible ser misericordioso: «Como el Padre me amó, yo os he amado…». Como consecuencia, hay que ir a la fuente del amor para poder amar. Hay que dejarse inundar por el Espíritu del Dios-misericordia para ser puro reflejo de la misericordia en relación a los demás.

Fuente: Entre Paréntesis

 

800 años de Misericordia Dominica

La misericordia nos identifica como cristianos, porque es una característica fundamental del Dios en que creemos. Sin embargo, hay carismas dentro de la Iglesia que la toman como estandarte y ven su historia como atravesada especialmente por ellas. Este es el caso de la Orden de los Predicadores (‘Dominicos’), fundados por Santo Domingo de Guzmán.

Por Fr. Vicente Niño Orti, OP

Coinciden en este año 2016 dos jubileos de profunda identidad para la Familia de la Orden de Predicadores -la Familia Dominicana-, el Año de la Misericordia que el Papa Francisco ha convocado para toda la Iglesia, y el Jubileo por el 800 aniversario de la Aprobación en 1216 de la Orden de Predicadores por el papa Honorio III.

Para mucha historia dan 800 años, para mucha vida vivida con una identidad que enriquece a la Iglesia desde la misión de la Predicación, que asumimos los dominicos como nuestra razón de ser. Una Predicación que, tal como soñó e ideó santo Domingo de Guzmán, desde la comunidad, el estudio y la contemplación del Misterio de Dios encarnado en Jesucristo y en la humanidad, pretende ser una predicación de la Gracia y el Amor, de la Misericordia de Dios, que en dominicano llamamos Compasión.

La Compasión que es uno de los rasgos más significativos en la vida de santo Domingo Guzmán, que ya siendo estudiante en la universidad de Palencia, se dejó conmover por el sufrimiento que una severa hambruna asolaba la castilla del siglo XII, y que le movió a la activa compasión –bien diferente de la lástima que nada hace– vendiendo sus más preciados bienes para fundar una especie de institución-limosna que tratase de ayudar a los que más sufrían.

Una compasión que llevó a Domingo a dejar seguridades y prebendas de clero acomodado, para dedicarse a la predicación itinerante, en pobreza, por el sur de Francia. Una compasión que le llevó a instituir una Orden que fuese y se llamase de Predicadores, para que el mensaje de amor de Dios por el mundo, llegase a todos los rincones de la tierra.

Compasión y Misericordia que ha estado presente, siguiendo los pasos de Domingo, en la misión de todos los dominicos en estos ocho siglos, y con significativos momentos.

Hoy los dominicos, en este año que celebramos los 800 años de nuestro nacimiento, no queremos simplemente mirar el pasado y gloriarnos de lo que fue. Queremos seguir construyendo un mundo y una Iglesia compasiva y dedicada a la misericordia. Se nos dice que somos los frailes “de la manga ancha”, y queremos seguir siendo, como Familia Dominica, esa voz de compasión y de misericordia, que lucha por la dignidad y la justicia, que hace del perdón, la comprensión, la gracia su identidad predicadora; que quiere mirar el mundo con los ojos del Dios del amor, que ven lo bueno, lo hermoso, lo positivo, la huella del Dios de la vida que hay tras cada hecho, que mira con bondad y misericordia, con compasión, comprensión y ternura a cada ser humano, predicando que así, y no de otro modo, es el rostro de Jesús de Nazaret, el rostro de Dios

Fuente: Entre Paréntesis

Cuatro Pasos Clave para el Discernimiento

Con el objetivo de facilitar la comprensión de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, el Padre James Martin SJ explica el significado y modo de proceder que implica el discernimiento ignaciano; considerando que el texto está atravesado por este concepto.

Por James Martin SJ

Una palabra que se repite en la nueva exhortación apostólica del Papa Francisco sobre la familia y el amor es ¨discernimiento¨. Para Jesuitas como el Papa, la palabra no es una frase genérica sino una con un significado específico. Entender el discernimiento, por lo tanto, es la clave para entender el ¨Amoris Laetitia¨, así como también el enfoque general del Papa hacia el cuidado pastoral. Su uso del discernimiento está estrechamente ligado a la idea de la consciencia, también resaltada en este documento, particularmente para aquellos que se enfrentan a decisiones espirituales complejas.

¨Discernimiento¨ en el lenguaje común es la habilidad de juzgar sabiamente y ser capaz de escoger cuidadosamente entre muchas opciones.

Para los jesuitas, como el Papa Francisco; sin embargo, ¨discernimiento¨ significa mucho más. Es la práctica orante de tomar decisiones a partir de herramientas espirituales específicas. La tradición jesuita del discernimiento está enraizada en los Ejercicios Espirituales, el manual clásico de oración escrito por San Ignacio de Loyola, el fundador de los Jesuitas en el siglo XVI. De hecho, uno de los principales objetivos de los Ejercicios Espirituales es enseñar a las personas a poner discernimiento en práctica.

El Discernimiento Ignaciano

Discernimiento para San Ignacio de Loyola significa estar consciente de que Dios nos ayudará a tomar buenas decisiones, aún siendo conscientes de vernos motivados por fuerzas contradictorias o contrarias entre sí. Unas que nos llevan hacia Dios y otras que nos empujan para alejarnos de él. Cualquiera que haya tomado una decisión importante conoce esta experiencia. Nos sentimos impulsados y orientados por una variedad de fuerzas internas: motivos egoístas contra motivos generosos, motivos libres contra los no libres, motivos sanos y saludables contra motivos enfermizos.

Así que el discernimiento es la habilidad de ver claramente cuáles son esas fuerzas; ser capaces de identificar, ponderar y juzgar. Y finalmente escoger el camino más alineado con los deseos de Dios para ti y para el mundo.

Por lo tanto, no es tan simple como seguir a ciegas ciertas reglas y regulaciones. Demás está decir que los Evangelios y las enseñanzas de la Iglesia son esenciales para la formación de nuestra conciencia pero, sobre todo, en tiempos de complejidad uno también debe confiar en los propios impulsos y acciones de Dios dentro de nuestro propio corazón.

¿Cómo se discierne?

Primero, tratar de ser ¨indiferente¨, eso es, libre de todo lo que te retiene para seguir los deseos de Dios. Por ejemplo, si estás discerniendo si vas o no a visitar un amigo enfermo al hospital y estás demasiado preocupado de si te vas a enfermar, no eres ¨libre¨. Algo te está impidiendo el hacer un bien. ¨Indiferente¨ no quiere decir que no te importe, sino que estás libre para seguir los deseos de Dios.

Segundo, pide la ayuda de Dios. El discernimiento no se lleva a cabo por su propia cuenta. Necesitas la ayuda de Dios para escoger el camino correcto. También necesitas partir de la base del Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia, como un sólido punto de partida. (Es decir, nunca ‘discernirás’ sobre si debes a alguien). Y todo esto debe ser realizado en el contexto de la oración. Pero el intelecto está completamente acoplado también. Como les gusta decir a los jesuitas: “confía en tu corazón, pero usa tu cabeza”.

Tercero, sopesa los variados ¨movimientos¨ dentro de tí mismo, para ver cuál se origina en Dios y cuál no. Para alguien que esté progresando en la vida espiritual, dice San Ignacio, el ¨buen espíritu¨ le traerá apoyo, aliento y paz mental. Piensa en alguien que decide perdonar a otra persona y que siente una sensación de consuelo calmado cuando lo piensan. Lo opuesto es el ‘Mal Espíritu’. Este, causa ansiedad y presenta falsos obstáculos para obstaculizar nuestro progreso espiritual. Esto normalmente se manifiesta como la voz del egoísmo. En el caso de una persona buscando perdonar a otro, el ¨espíritu maligno¨ nos dirá: ¨si tú perdonas, la gente te verá como una alfombra!”.

 Curiosamente, dice Ignacio, para la persona que va en sentido contrario (del bien al mal) las cosas se invierten. El ‘Buen Espíritu’ no nos alienta, sino que más bien nos despierta con un sobresalto. Ese es el aguijón de la conciencia. El ‘Mal Espíritu’ nos alienta al mal comportamiento. ¨No te preocupes. Sigue robándole a la compañía. Todos lo hacen. Continúa…¨ La persona en experiencia en el discernimiento pronto se vuelve experta en identificar estos movimientos sutiles en su corazón.

Cuarto, si no hay una respuesta clara, puedes recurrir a otras prácticas sugeridas por Ignacio. Puedes imaginarte a alguien en la misma situación tuya, y pensar qué consejo le darías a él o ella: esto puede ayudar a disminuir la influencia de nuestros deseos desordenados en el discernimiento. O imagínate qué te gustaría decirle a Jesús en el Juicio Final: esto no funciona con todas las decisiones, pero puede ser clarificador para las decisiones éticas complejas, en particular. O piensa cómo juzgarías tu decisión en tu lecho de muerte: esto puede ayudarte a priorizar lo que es importante en tu vida.

Por último, después de hacer un buen discernimiento experimentarás un sentimiento de lo que Ignacio llama ¨confirmación¨, o un sentido de rectitud. Te sientes en sintonía con los deseos de Dios porque tú estás en su misma frecuencia. Y esto naturalmente trae paz.

La exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco está dirigida no sólo a familias e individuos, sino también a los pastores y otros responsables de ayudar a las personas a formar sus conciencias. No todas las personas o pastores harán uso de todas las prácticas tradicionales de discernimiento, pero para ambos, tanto individuos como pastores, la perspectiva global que ofrece el discernimiento —de que Dios nos quiere ayudar a tomar buenas decisiones y que prestando atención a nuestros corazones podemos escuchar la voz de Dios— es algo útil en todos los casos.

“Amoris Laetitia” nos habla una y otra vez sobre el discernimiento y la conciencia. Nos recuerda que mientras las reglas son importantes, en los entornos pastorales se necesita algo más, como es la acción de la gracia de Dios dentro de los corazones de los creyentes, que ayuda a tomar decisiones buenas, saludables y dadoras de vidas.

Fuente: Teología Hoy