Reflexión del Evangelio, Domingo 18 de Septiembre
Evangelio según San Lucas 16, 1-13
Jesús decía a los discípulos: Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”. El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez”. Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les con fiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por Julio Villavicencio SJ
El evangelio de este domingo es muy interesante. Aquí vemos algo que nos llama la atención. En la parábola, el señor elogia la astucia de alguien que no está siendo honesto. Esto me hace acordar a cuando yo trabajaba en uno de nuestros colegios y estaba encargado de acompañar a los muchachos en la pastoral. Entre muchas de estas actividades, había una que me encantaba, se llamaba “Aprendizaje en servicio”. Se trataba de que los alumnos fueran a lugares con necesidad y a través del servicio que ellos pudieran prestar, tuvieran experiencias capaces de enseñarles dimensiones humanas que en el colegio sería muy difícil que descubrieran.
El hecho es que en varias reuniones que tenía con otros profesores, los mismos alumnos que en el servicio demostraban gran interés, mucho liderazgo y gran capacidad de empatía con las personas que servían, eran en las clases, de lo más indisciplinados y muchas veces, tenían malas calificaciones. Una vez charlando con uno de ellos a raíz de un incidente recuerdo haberle dicho “¿te das cuenta hermano, que si vos usaras tus habilidades para cosas buenas, harías tanto bien, en vez de estar metiendo la pata cada dos por tres?”. Esto es para mí el evangelio de hoy.
El señor elogia a su administrador no por lo que está haciendo, sino por la astucia que tiene en el manejo de los asuntos:
“Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido”.
Es así como a veces usamos las gracias que Dios nos da, no para hacer el bien, no para construir Reino, para aportar a un mundo más justo, más humano, más divino. Sino que las usamos para pequeños intereses personales que, a la larga, nos van destruyendo. No es que no queramos la felicidad, pero la buscamos en el lugar equivocado, haciendo cosas equivocadas, con personas equivocadas.
Y sin embargo, cuando nos animamos a compartir lo que tenemos con los que no tienen, lo poco que podemos brindar, con aquellos que lo necesitan, descubrimos algo en nosotros que no sabíamos que teníamos. Es más, descubrimos quienes somos realmente cuando nos brindamos a los otros. Y no me refiero a grandes empresas que a veces nos son imposibles de realizar. Me refiero al trato con el que tengo al lado, con los miembros de mi familia, con mis amigos y enemigos. Con el enfermo que sé que necesita una visita, y yo tengo mi agenda muy ocupada como para pasar diez minutos por su casa. Me refiero a regalarle una sonrisa a un niño o un buen momento a alguien que lo está pasando mal. Se trata de convertir esta vida cada vez más en propiedad de Dios con los dones que Él mismo nos da. Hacer Reino.
Finalmente descubrimos, que cuando nos ponemos a servir a los demás, ya no podemos encerrarnos en nosotros mismos. Nos duele el dolor del otro, nos interpela. Y el otro me salva de mi egoísmo, de encerrarme en mi indiferencia. Cuando descubrimos al Señor en los otros, ya no podemos dejar de seguirlo. No podemos tener otro Señor una vez que nos encontramos amados por Jesús en el servicio a los otros.
Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe