Visitar a los Presos – Obras de Misericordia

Pastoral SJ hace una reflexión sobre la experiencia de las Obras de Misericordia en el mundo actual. Les invitamos a reflexionar sobre esta invitación a llevar la Misericordia que Dios nos regala al mundo, poniéndola en las obras .

“Conducimos hasta allá. Hay que salir corriendo del coche para llegar a cubierto, porque llueve. O no. Primero se pasa un control de seguridad externo donde se muestra el documento de identidad. Después se pasa un nuevo control, interno ya, en el que se recoge la identificación de la prisión a cambio de dejar el DNI. Arco de detección de metales. Se abre una puerta, se cierra, y entonces se abre una segunda puerta. Así en tres ocasiones. Aún pueden quedar un par de controles más antes de llegar a la sala donde tendrá lugar la reunión. Uno ya ha perdido la cuenta de las puertas atravesadas, así como la compostura en el vestir por quitarse el cinturón ante el arco.

Ir a la cárcel es muy molesto, muy tedioso. La verdad. Dan ganas de buscarse otra obra de misericordia.

Pasa la tarde y hay que volver a casa. Y en el coche, feliz, uno vuelve -como cada semana- a pedir perdón a Dios por la pereza con la que fue, avergonzado por el agradecimiento con el que vuelve. Porque en la cárcel ha compartido su tiempo con Jesús preso, ha velado un ratito junto a él en una noche de jueves santo de varios años de condena. Porque al llegar a casa y recordar los rostros de las personas encerradas y el pedacito de vida con ellas compartida, uno se rinde a Dios y reconoce que visitar, visitó, pero que la misericordia no la llevó a los presos, sino que de ellos la recibió.”

Pastoral SJ

 

Pistas para leer “Amoris Laetitia”

El pasado 8 de abril salió la Exhortación Apostólica ‘Amoris Laetitia’,escrita por el Papa Francisco y nacida como fruto de los debates que se dieron en dentro del Sínodo de la Familia.

Luego de su lanzamiento, aparecieron textos de diferentes personas que han ofrecido pistas para la lectura de la Exhortación desde el análisis que cada uno ha hecho.

Entre ellos están:

La alegría del amor y el discernimiento

El Papa Francisco apuesta en «Amoris Laetitia» por «la cultura del corazón». Escrito por Fernando Vidal, de CVX-Galilea, y publicado por Religión Digital.

“Amoris Laetitia”: la alegría multicolor de las familias. 

Escrito por Daniel Izuzquiza SJ, Director de Razón y Fe, y publicado en entreParéntesis.

Estos textos son recursos interesantes para tener a mano, tanto para quien aún no han leído la exhortación, como para quien ya la ha leído y quiere buscar opiniones con las que confrontar las propias ideas.

CVX Lationamérica

 

Reflexión del Evangelio – Ascensión del Señor

Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Está escrito que el Mesías tenía que morir, y resucitar al tercer día, y que en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo. Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. Y estaban siempre en el templo, alabando a Dios

(Lucas 24, 46-53).

1. La Ascensión del Señor

En la fiesta de la Ascensión del Señor, que en Colombia se celebra el domingo siguiente al cumplimiento de los 40 días de haberse conmemorado su Resurrección –y que este año coincide con el Día de las Madres–, las lecturas bíblicas [Hechos 1, 1-11; Salmo 47 (46); Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53] nos invitan a reflexionar sobre lo que decimos en el Credo: que Jesucristo resucitado “subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre”.

No se trata del vuelo por los aires de un superhéroe como los de las historietas, sino de un misterio que consiste en la exaltación o glorificación de Jesús, quien como nos dice la segunda lectura, fue resucitado por Dios Padre de entre los muertos para hacerlo en su naturaleza humana plenamente partícipe de la gloria divina, “sentándolo a su derecha en el cielo”, frase que corresponde a una imagen simbólica tomada de la costumbre que en aquella época tenían los reyes de hacer subir y situar junto a su trono, a su derecha, a quienes se habían distinguido por el cumplimiento cabal de la misión que les había sido encomendada.

La frase inmediatamente anterior del Credo en su versión más antigua -que es la más breve-, dice que Jesús descendió a los infiernos. La palabra “infiernos” traduce aquí literalmente los lugares inferiores y corresponde al término hebreo sheol y al griego hades, que expresa simbólicamente lo que podemos llamar el lugar de los muertos. Lo que el Credo afirma es que Jesús, después de haber “bajado” en su naturaleza humana hasta la condición de los muertos, ha “subido”, también en su naturaleza humana, al estado glorioso de una vida eternamente feliz. Este hecho, que los Evangelios narran con la imagen simbólica de una subida física, es en realidad un acontecimiento de orden espiritual.

Del relato de los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura, podemos destacar aquella frase que oyen al final los discípulos de Jesús: ¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo? Se trata de una invitación hecha también a nosotros para que, con los pies bien puestos en la tierra, nos dispongamos a colaborar activamente en la misión que Jesucristo resucitado nos encomienda, tal como lo hizo con sus primeros discípulos. Para ello necesitamos el poder de Dios que nos comunica el Espíritu Santo, que es precisamente a lo que se refiere Jesús en el Evangelio cuando les dice a sus apóstoles: “Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió (…); ustedes quédense aquí (…) hasta que reciban el poder que viene del cielo”.

Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, animados por la fe en Jesucristo resucitado cuya naturaleza humana participa ya de la gloria de Dios Padre en la eternidad, renovemos nuestra esperanza en que, si procuramos seguir las enseñanzas de Jesús y nos identificamos así con Él, también nosotros poseeremos el mismo estado de vida nueva y felicidad plena sin fin que expresamos cuando nos referimos al “cielo”.

2. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

Este domingo celebra también la Iglesia Católica la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hace 50 años, siguiendo una directriz del Concilio Vaticano II, comenzó a celebrarse anualmente esta Jornada, con motivo de la cual el Papa emite un mensaje sobre algún tema específico relacionado con los medios de comunicación. El tema para el año 2016, en el que celebramos el Jubileo de la Misericordia, es precisamente “Comunicación y Misericordia: Un encuentro fecundo”, y en su mensaje dice el Papa Francisco:

“La comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad. Es hermoso ver personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Las palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio. La palabra del cristiano, sin embargo, se propone hacer crecer la comunión e, incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, trata de no romper nunca la relación y la comunicación. Quisiera, por tanto, invitar a las personas de buena voluntad a descubrir el poder de la misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver a llevar paz y armonía a las familias y a las comunidades”.

3. Semana de oración por la unidad de los cristianos

Este domingo comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos que culminará el domingo de Pentecostés, la gran fiesta de la comunicación lograda por el Espíritu Santo que, gracias al lenguaje del amor, hace posible el entendimiento entre todos los seres humanos respetando su pluralidad y sus diferencias.

Oremos por la unidad de todas las personas creyentes en Jesucristo. Unidad que no equivale a la uniformidad externa, sino a una disposición interior para formar una comunidad global de amor en la que todos y todas no reconozcamos efectivamente como hijos e hijas de un mismo Creador, y por lo mismo nos tratemos como hermanos y hermanas, deponiendo los enfrentamientos y uniéndonos en la búsqueda de una convivencia constructiva.

Jesuitas Colombia

¿Qué es la Espiritualidad Ignaciana?

En sentido amplio, la espiritualidad es aquello que lleva a la familia humana a canalizar sus más profundas energías. Nos mueve a orientar nuestros esfuerzos para dar más de nosotros mismos y trascender. Quizá el propósito más importante de la vida sea ese: aprender a dejarse llevar por el Espíritu para responder al llamado de Dios a ser cada vez más y mejores seres humanos.

En el Cristianismo existen varios modelos que en la historia han probado su efectividad como orientación espiritual para el seguimiento de Jesús. Así podríamos decir que hay espiritualidades franciscana, benedictina, dominica, carmelita, o ignaciana según los modos de seguir a Jesús de San Francisco de Asís, Santo Domingo, San Benito, Santa Teresa y San Juan de la Cruz o San Ignacio de Loyola.

El mayor legado que San Ignacio ha dejado a la iglesia es la espiritualidad ignaciana, contenida en el libro de los Ejercicios Espirituales. En muchas de las imágenes aparece escribiendo o portando este libro, en memoria de la gran herencia que nos dejó.

La espiritualidad Ignaciana es una espiritualidad de cara al mundo, donde Dios habla y al mismo tiempo nos llama a responderle. Es una espiritualidad para buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios en sus creaturas, utilizando todos los medios al alcance del ser humano.

La espiritualidad ignaciana es para quienes buscan algo más en su vida. Ignacio pretende que la persona se adentre en el mundo de los deseos para dejarse llevar por aquéllos que le conducen al amor más grande y a la verdadera libertad. La persona, por sí misma, tendrá que darse cuenta de cuáles son esos deseos, porque dirá Ignacio que es de “más gusto y fruto espiritual” que la persona por sí misma se dé cuenta de las cosas, que si quien lo acompaña se las hiciera saber. Ciertamente necesita un buen acompañante que le ayude a confirmar sus búsquedas.

Ignacio nos anima a orar con los cinco sentidos: mirar, oír, tocar, oler y saborear. La oración donde sólo utilizamos la razón no es suficiente para afectar nuestra voluntad. Necesitamos generar experiencias dentro de la oración que realmente afecten los sentidos, para impulsarnos a ordenar nuestros afectos. Ignacio dirá que “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Se trata de contemplar cómo Dios está presente en la naturaleza, en la creación, en la humanidad, en el universo y en mí mismo.

En efecto, Ignacio nos conduce a una relación personal y afectiva con la persona de Jesús. Se trata de sentir su amistad y desde ahí buscamos vivir el seguimiento. La persona de Jesús se convierte en modelo de nuestra vida, su modo de proceder es nuestro parámetro para relacionarme hoy con las personas, la creación, Dios, los excluidos, la mujer, el hombre, el dinero, el poder, etc.

Como característica carismática, los jesuitas subrayamos la necesidad de tomar tiempo para reflexionar y orar, y así darnos cuenta de cómo quiere Dios que sirvamos en todos nuestros ministerios. Este compromiso activo de buscar la dirección de Dios se llama “discernimiento”. Como jesuitas creemos que Dios anima nuestros corazones para contemplar el mundo y detectar las necesidades que ahí encontramos, pensando que es Jesús crucificado-resucitado quien hoy sigue llamando a nuestro corazón. La espiritualidad ignaciana es una espiritualidad de la encarnación y de la acción.

Además, la espiritualidad ignaciana contempla el mundo como el lugar en el que Cristo caminó, conversó y abrazó a la gente. Por lo tanto, el mundo es un lugar de gracia, en donde se puede dar la vida a otros. La espiritualidad ignaciana afirma nuestro potencial humano, pero también está entregada a la lucha diaria y constante entre el bien y el mal. Ninguna obra apostólica agota el bien que se puede hacer; por tanto, los ignacianos están abiertos a toda clase de trabajos realizados en nombre de Dios. La norma jesuita es encontrar a Dios donde mejor se le pueda servir y donde el pueblo esté mejor servido.

Centro Loyola Pamplona

 

Reflexión del Evangelio, Domingo V de Pascua

Por José Antonio Pagola

No perder la Identidad

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.

Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la «cultura del intercambio». Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que «el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea». La gente capaz de amar es una excepción.

Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.

Si la Iglesia «se está diluyendo» en medio de la sociedad contemporánea no es solo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.

Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.

 

Miserando atque III

Por Fr. Roberto, cisterciense.

La Misericordia en la tradición cisterciense

Quizá para algunos la vida monástica es un vuelo hacia el cielo, un subir hacia arriba, que poco tiene que ver con lo que pasa en la tierra. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Ya los monjes antiguos decían: “¿Quieres conocer a Dios? Aprende antes a conocerte a ti mismo” (Evagrio Póntico). Sin esto, estaremos siempre en peligro de que nuestra idea de Dios sea una pura proyección de nosotros mismos.

Y precisamente del conocimiento de sí mismo y el descubrimiento de la propia miseria y el propio pecado surge la misericordia. Los monjes no son mejores que nadie ni están hechos de una pasta especial: son pecadores como todos, necesitados de la Misericordia. Solo desde aquí uno puede ser misericordioso con los demás sin creerse mejor que nadie.

San Bernardo lo expresó bellamente: “el enfermo y el hambriento son los que mejor se compadecen de los enfermos y hambrientos, porque lo viven… Para que sientas tu propio corazón de miseria en la miseria de tu hermano, necesitas conocer primero tu propia miseria. Este fue el programa de nuestro Salvador: se hizo miserable para aprender a tener misericordia, (…) ¿cuánto más debes tú, no digo hacerte lo que no eres, sino reflexionar sobre lo que eres, porque eres miserable? Así aprenderás a tener misericordia. Solo así lo puedes aprender”.

Cuando entramos en la Orden, al comenzar el noviciado, el P. Abad nos pregunta: “¿Qué pides?”, y el postulante responde: “La misericordia de Dios y de la Orden”. En aquel momento uno no sabe muy bien lo que pide, ni por qué van a tener misericordia de él que es tan bueno como para entrar en un monasterio, pero el camino cisterciense le va haciendo ver lo verdadero de esa petición.

Hace poco el Papa Francisco, jesuita pero que parece monje, decía algo como esto: “precisamente en lo hondo de nuestros pecados es donde mejor podemos hacer experiencia de Dios”.

Sí, solamente así la misericordia hacia el otro brota del corazón como algo debido, no como un favor.

La misericordia y la mansedumbre siempre se consideraron en la tradición monástica la cima del camino espiritual y los criterios de la auténtica espiritualidad. Lo que distingue la espiritualidad de los monjes desde antiguo no es el rigor, el discurso moralizante o amenazador, sino el animar a la mansedumbre y la misericordia. Pues dicen que solo cuando el hombre se hace manso y trata con misericordia a los demás muestra que su espiritualidad es según Cristo. Todas las demás formas pueden revestirse de espiritualidad, pero proceden del espíritu del propio miedo y de la presión de las pasiones.

Algunos monjes se distinguieron por su hermoso canto a la misericordia, como Isaac de Nínive que recuerda al monje su vocación a la misericordia: “Tú no has sido constituido para clamar venganza en contra de las acciones y en contra de aquellos que las cometen, sino para invocar sobre el mundo la misericordia, para velar por la salvación de todo y para unirte al sufrimiento de cada hombre, de los justos y de los pecadores…Persigue el bien, no la justicia. La justicia es ajena a la conducta del cristianismo… No amonestes a ninguno, no reprendas a ninguno, ni siquiera a aquellos cuya conducta es muy mala. Extiende tu manto sobre el que cae y cúbrelo. Si no puedes tomar sobre ti mismo sus pecados y recibir en su puesto el castigo por ellos, soporta al menos que te tomen como desvergonzado para no avergonzarle a él”.

¡Qué bien entendió este hombre la misericordia de Dios!

EntreParéntesis

 

El Padre Arrupe, la Fe y la Justicia

Falleció hace 25 años en Roma, enfermo y apartado de la jefatura de la Compañía de Jesús por Juan Pablo II. Sintiéndose “destruido y roto”, después de agachar la cabeza ante la autoridad papal. Pero, como narró ayer en el Club Diario de Mallorca de forma apasionada el jesuita Pedro Miguel Lamet, la vida del padre Pedro Arrupe no sólo supuso una revolución mundial en el seno de los jesuitas, sino también en la Iglesia católica de todo el mundo.

“Fue un adelantado a su tiempo. Decía que no tenía miedo al futuro, que lo que de verdad temía era que los jesuitas no tuvieran nada que ofrecer a la sociedad”, recordó Lamet. “Creía en una Europa solidaria, que no se mirara el ombligo, que se hiciera responsable de las desigualdades del tercer mundo”, añadió. “Creía también que la mujer debía ocupar el papel que le correspondía, que eso no era una cuestión de cortesía mal entendida, sino de justicia”.

“¿Cómo puede ser usted tan optimista?”, recordó Lamet que le preguntaban a Arrupe con frecuencia. “Cómo no lo voy a ser si creo en Dios”, respondía, según el relato de su biógrafo.

Precisamente justicia y optimismo en las personas fueron los dos ejes del mensaje renovador de Arrupe, según contó Lamet, un hombre que perdió a sus padres siendo todavía muy niño, que vivió la última expulsión de la Compañía de Jesús de España del año 1932, decretada por Manuel Azaña durante la II República; que vio con horror cómo Alemania abrazaba la causa del nazismo estando en el país germano; que en Estados Unidos dio auxilio espiritual a los condenados del corredor de la muerte; que sobrevivió a la explosión de la bomba atómica desde las afueras de Hiroshima y aún tuvo fuerzas para ponerse manos a la obra en la ingente labor de atender a los miles de heridos, y que fue amenazado de muerte por las Brigadas Rojas. Pese a todo, el mensaje de Arrupe fue de justicia y de optimismo en el hombre.

“Al ser nombrado general de la Compañía en 1965 tuvo que enfrentarse a problemas como la crisis racial en Estados Unidos; la acusación de elitismo de los colegios; las críticas por su defensa de los curas obreros y su preocupación por la renovación espiritual de los jesuitas”, enumeró Lamet.

Su biógrafo desveló que Arrupe hizo el voto de perfección, que consiste en elegir siempre el camino más difícil de entre dos opciones.

“En los convulsos años 60 se produjo una crisis de vocaciones en el seno de la Compañía de Jesús. Muchos jesuitas abandonaban la orden”, rememoró. “Él decía que debíamos querer más a los que nos abandonaban y que la compañía de Jesús no era un absoluto”.

Arrupe tuvo una buena relación con Pablo VI, pero en 1974, en la Congregación General 33 empezaron los problemas. “Surgió el movimiento de los Jesuitas Descalzos que reclamaban volver a los orígenes y fue llamado por el Papa. Él defendió que había que optar por la justicia como algo previo a la fe. E incluso mucho más allá, argumentaba que la justicia era una consecuencia de la fe. Años más tarde, en 1989, se produjo el asesinato de Ignacio Ellacuría en El Salvador y, después de él, de más de un centenar de jesuitas en todo el mundo que abrazaron esos nuevos mensajes”.

Juan Pablo II chocó con el padre Arrupe. “Fueron dos hombres de Dios, pero muy distintos. Wojtyla era tomista, dualista, con un sentimiento de vida trágico y del pecado del hombre. Arrupe, en cambio, era puro optimismo, con una confianza en la bondad del mundo y en la justicia, incluso por delante de la caridad porque en ocasiones ésta puede llevar a engaños, como cuando uno es muy caritativo en la Iglesia cada domingo y luego es capaz de maltratar a un empleado”, explicó Lamet.

Extraído de Jesuitas Centroamérica, con informaciones del Diario de Mallorca.

 

María, Madre de toda la Companía

El 22 de abril de 1541, en la basílica romana de San Pablo y ante la imagen de la Santísima Virgen, hicieron los votos solemnes los primeros jesuitas. Con razón, pues, a este día se lo considera como el del nacimiento de la Compañía de Jesús. Y en recuerdo de ello, en este mismo día se celebra la fiesta de Santa María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús.

María, Ponnos con tu Hijo

María, madre y hermana nuestra en la fe,

Intercede por cada uno de nosotros para que podamos vivir en espíritu y en verdad la fe y el compromiso por la justicia,

Ayúdanos a vivir con humildad los momentos difíciles de la realidad,

Enséñanos a gestar en nuestras entrañas la vida de Dios,

Muéstranos cómo guardar las cosas en nuestro corazón cuando no entendamos lo que está pasando,

Haznos cantar contigo la gloria de Dios que enaltece a los humildes y los llena de gozo,

Que veamos en tu vida la mujer confiada que va rápido a quien lo necesita,

Que sepamos permanecer en la cruz del sufrimiento de nuestros hermanos,

Que podamos gozar de la visita de tu hijo resucitado por la gracia de la fidelidad y la entrega,

María, ponnos con tu Hijo para que no nos perdamos en el camino,

María, ponnos con tu Hijo para que seamos sus compañeros en los días que nos tocan,

María, ponnos con tu Hijo para que podamos conocerlo cada vez más y así se nos regale la gracia de entregar la vida por el Reino.

Espiritualidad Ignaciana

Reflexión del Evangelio, IV Domingo de Pascua

Por José Antonio Pagola

Juan 10,27-30

La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos. Solo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.

Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una ocasión que «la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca». En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.

Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.

Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una «religión burguesa» que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.

La aventura consiste en creer lo que él creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.

Si quienes viven perdidos, solos o desorientados pueden encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.

 

Dar de comer al hambriento

¿Cómo llevamos a las obras la vivencia actual de la Misericordia?

Alimentarse es la primera necesidad que los seres humanos hemos de tener cubierta para poder realizar todo lo demás. En una sociedad aparentemente sobrealimentada la primera de las obras de misericordia se presentaba lejana… sin embargo, la actual crisis económica ha traído a nuestras casas noticias de malnutrición infantil, imágenes de personas haciendo colas en comedores sociales y oficinas de Cáritas y otras ONGs en las que la distribución de alimento ha cobrado lamentablemente de nuevo protagonismo.

En otras partes del mundo están demasiado acostumbrados a ver a personas muriendo por no tener alimento. Las hambrunas se van sucediendo como las estaciones golpeando a poblaciones enteras. Quizá esto nos duele menos por ser realidad lejana y por lo acostumbrado que estamos a ver imágenes que quitan la dignidad a quienes contemplamos quietos y en silencio…

Jesús se identifica con aquél que pasa hambre y nos dice que el Reino de su Padre está abierto a aquellos que se conmueven y dan de comer al hambriento. Y es que la misericordia es eso, sentir las miserias del otro y como consecuencia de esa compasión ayudarlo y auxiliarlo. El Señor va más allá y Él mismo se hace pan para darse a una humanidad necesitada de todo tipo de panes.

Dar de comer al hambriento no es dar lo que nos sobra, aunque irónicamente entonces daríamos mucho pues necesitamos bastante poco. Se trata de ir más allá, adecuar nuestros hábitos de consumo a las necesidades reales, no desechar alimentos y, cómo no, dar gracias por lo que tenemos porque sólo así seremos capaces de caer en la cuenta de que hay otros muchos que necesitan de eso que para nosotros parece básico, el alimento diario.

Antonio Bohórquez sj