“Por tu palabra echaré las redes” – Domingo 7 de Febrero

Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

En aquel tiempo la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echen las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.

Y puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron a ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5, 1-11).

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1. “Por tu palabra echaré las redes”

Un gran poder de atracción debió de ejercer la predicación de Jesús entre la gente que “se agolpaba alrededor de Él para oír la Palabra de Dios” a orillas del lago de Genesaret -también llamado lago de Tiberíades, y “Mar de Galilea” por su extensión y profundidad-. Nosotros también somos invitados a escuchar esa misma Palabra. Y así como lo hizo con aquellos pescadores que habían bregado toda la noche sin resultados positivos y que gracias a la energía que les infundió pudieron ver premiados sus esfuerzos, Jesús nos exhorta a no desanimarnos en la búsqueda de las metas que nos proponemos, a confiar en su poder a pesar de las dificultades que encontremos.

El pasaje evangélico conocido como “la pesca milagrosa”, es ante todo un relato vocacional. En él se concreta el contenido del llamamiento de Jesús a sus primeros cuatro discípulos: Simón (a quien Jesús llamaría Pedro), su hermano Andrés -que no es nombrado aquí pero podemos deducirlo por el contexto-, y otros dos, también hermanos, Santiago y Juan, los “socios de la otra barca” que ayudaron a Simón y Andrés a recoger la pesca abundante.

2. “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”

La primera lectura (Isaías 6, 1-8) describe la vocación del profeta Isaías, quien vivió entre los años 765 y 700 a.C. y se calcula que recibió aquel llamamiento especial, narrado por él mismo en el libro que lleva su nombre, hacia el año 740. Cabe destacar en su relato la actitud humilde de quien se reconoce pecador, indigno de ser escogido por Él para ser su “profeta”, es decir, para hablar en su nombre.

La actitud de Simón Pedro en el pasaje del Evangelio es similar, pero su experiencia del poder de Dios no acontece en el Templo de Jerusalén, como en el caso de Isaías, sino en el lago de Tiberíades, cuando realiza su trabajo como pescador.

Así mismo a nosotros se nos ofrece la posibilidad de vivir la experiencia de Dios hecho hombre en Jesús, quien, a pesar de nuestra condición de pecadores, se nos comunica en las situaciones de difíciles invitándonos a confiar en Él. Esto puede acontecer no sólo cuando nos reunimos en un lugar de culto; también en medio de nuestra actividad cotidiana podemos experimentar la presencia y la acción salvadora del Señor significada en la pesca milagrosa, cuando, a pesar de las dificultades que nos toca afrontar en nuestra vida cotidiana para alcanzar los logros que nos proponemos, Él mismo nos muestra que es posible obtener resultados positivos si confiamos en su poder, y a la vez, como a Pedro, nos renueva su llamamiento a seguirlo en el cumplimiento de la misión que nos ha confiado.

3. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron

Los Evangelios nos cuentan de distintas formas cómo los primeros discípulos fueron atraídos de tal manera por la personalidad de Jesús, que lo siguieron “dejándolo todo”. La invitación que les hizo Jesús a ser “pescadores de hombres” es especialmente significativa por lo que implica esta forma simbólica de expresar la misión que les iba a dar a quienes serían sus apóstoles, es decir, sus enviados. La imagen de la red repleta de peces es símbolo del reino de Dios, es decir, del poder del Amor que, a través del esfuerzo paciente de quienes siguen de verdad a Jesús, hace posible que crezca y se desarrolle la Iglesia, que es la comunidad convocada por Dios alrededor de su Hijo.

También el apóstol Pablo, que no había conocido a Jesús durante su vida terrena, pero tuvo una profunda experiencia del Señor resucitado que lo llevó a convertirse pasando de ser perseguidor de los cristianos a propagador de la fe en Jesucristo, primero entre los judíos y luego entre los “gentiles” o paganos de su época, sería, como Pedro y los primeros discípulos, llamado a ser “pescador de hombres”. En la segunda lectura, tomada de su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 15, 1-11), Pablo reconoce que, no obstante su condición de pecador, Dios ha sido infinitamente bueno y compasivo con él: “por la gracia de Dios soy lo que soy”.

Dispongámonos asimismo nosotros a seguir a Jesús que nos llama y nos envía, a cada uno y cada una con una vocación y una misión específicas, para colaborar con él en la tarea de ser “pescadores”, es decir, de motivar a todas las personas que podamos, con nuestro testimonio de vida, para construir juntos un mundo nuevo, la nueva civilización del amor, cada cual poniendo todo cuanto esté de su parte. Para ello es preciso que dejemos nuestras “redes”, es decir, que nos des-en-redemos de nuestros afectos desordenados, de todo cuanto nos impide seguir de lleno a Jesús, poniendo en práctica lo que dice la canción que suele cantarse en las celebraciones eucarísticas mientras se reparte la sagrada comunión:

“Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre.

En la arena he dejado mi barca, junto a Ti buscaré otro mar”.

REVERENCIA, CONTRADICCIÓN e IMPOSIBILIDAD: tr3s puertas a Dios

Emmanuel Sicre SJ

La experiencia de oración tiene una puerta de ingreso: la reverencia. Sólo cuando llamamos a esa puerta se nos permite entrar al misterio del encuentro con Dios. ¿Es que acaso se trata de una reverencia superficial o protocolar como si nos encontráramos ante una autoridad religiosa o política? Nada de eso. La reverencia de quien ora parte de una delicadeza de actitud que no viene marcada por una decoración espiritual, sino por la finura de la honestidad del propio corazón ante el misterio. Es decir, cuando logramos estar ubicados en la perspectiva correcta: él es Dios y yo soy un hombre. Esta actitud supone, como es evidente, haber soltado el control de la situación. Si quiero estar con Dios, debo despojarme de todas mis defensas: psíquicas, físicas y espirituales con las que ando habitualmente. Y comenzar a caminar detrás de quien sabe el camino.

De allí en adelante todo pareciera conducir a una condición para entrar en contacto con la fecundidad de Dios. Que el Dios de Jesús sea fecundo en mí depende de que le sea dado un lugar real de nuestra alma, un espacio geográfico con buena tierra, una región verdadera. La condición, entonces, es que le demos el lugar que tiene siempre nuestro ‘yo’ y nos mudemos. Sí, hay que dejar que ese elemento de propiedad privada que tanto protegemos y que en los momentos más duros y difíciles es lo único que nos queda, se quiebre. No es fácil, para nada. Menos aún cuando las únicas formas de disminución del yo que conocemos son violentas. Ya porque las padecimos desde niños o porque aprendimos a infligírnoslas a nosotros mismos con un dejo de masoquismo interior disfrazado de ‘humildad’. Pero, justamente, “la humildad consiste en saber que en lo que se denomina ‘yo’ no hay ninguna fuente de energía que permita elevarse” (Simone Weil).

La forma en que Dios busca su espacio en el alma para poder trabajar en la disminución del yo es otra muy distinta, se llama misericordia. Funciona así. Una vez que hemos decidido darle parte a Dios, su bondad nos va desvelando nuestra contradicción cotidiana con los demás, con lo creado, con nuestra historia y con nosotros mismos. Entonces, cuando caemos en la cuenta de que hicimos lo que hubiéramos preferido evitar, comienza a florecer una bella vergüenza y un sentimiento de confusión que nos demuestra que el placer de algunas cosas se evapora dejando una sequía. En ese momento en que la contradicción te hace ver en el espejo de aquellos a quienes tanto criticaste, en ese momento es que viene en rescate el perdón para aliviar tu carga y decirte que dobles la cabeza para poder dejar tu orgullo, reconocerte frágil y aceptar ‘el quiebre del yo’. Así es que se comienza a cantar y bendecir: “Gracias, Señor, por los que me han perdonado en el silencio de su corazón”.

Pero hay otro punto más de encuentro que se divisa luego de esta experiencia. Si la reverencia es la puerta de la oración, y la contradicción es la de la misericordia, tiene que haber otro acceso para ir cada vez más hondo en la relación con Dios donde él pueda transformarnos. Hasta aquí no ha pasado más que la aceptación del hombre del perdón que el Buen Dios le ofrece siempre. Pero como Dios no ha querido simplemente ser un dispensador de faltas, decidió ser uno más con nosotros para darnos una vida mejor, de mayor calidad, más viva. Es entonces que se hace hombre, se encarna, se hace historia humana.

Quizá lo curioso no sea la opción de Dios de hacerse hombre, sino la manera. Cualquiera podría pensar que para tener una vida así hay que habérselas con un método muy eficaz. Bueno, sí, pero depende con qué ojos se mire. La estrategia de Dios es irracional, rompe con toda lógica humana: Dios se hace fracaso, fragilidad, pobreza y desde allí promete y da la salud, la justicia y la paz.

Que más de uno diga que esto es imposible, no sería raro. Porque lo es. Pero para nosotros. Así es que hemos descubierto la tercera puerta de acceso a Dios: la imposibilidad. Simone Wiel: “La imposibilidad es la puerta que da a lo sobrenatural. No queda más remedio que llamar a ella. Otro es el que abre”. Y el que abre es un Niño con una Cruz. Es entonces cuando comprendemos que la vida es enorme y a la vez muy pequeña, que es una paradoja fascinante. Tal es así que ante el Recién Nacido se nos descubren nuestras irreverencias, ante un Justo que sufre se nos abre la tapa de nuestras contradicciones y ante la Cruz que redime queda delatada la prepotencia de nuestro yo inflado.

Toda la itinerancia misionera de Jesús, toda su pedagogía de Dios y su Reino, sus curaciones, liberaciones y bendiciones contadas por los evangelios, reflejan el apuro y la preocupación porque participáramos en este misterio de Dios que ha venido a transformar la vida del hombre. Por eso el Reino tiene una atracción irrefrenable porque invierte la lógica del mundo para invitarnos a la locura del amor al otro hasta dar la vida. Pero ni los discípulos que estuvieron con Jesús, ni nosotros hoy podemos comprenderlo si no es con los ojos nuevos de la Pascua. Sólo la fuerza liberadora del sufrimiento de la cruz redimido nos hace capaces de ver con otros ojos la vida nueva que está en nosotros y a la que nos invita incansablemente el Dios de Jesús.

 

La Llegada de un Dios Salvaje

Jaime Tatay Sj

En 1995 los técnicos del Parque Nacional de Yellowstone decidieron reintroducir el lobo después de que, siete décadas antes, se capturase con trampa el último ejemplar. Esa decisión –muy polémica en su momento− transformó el paisaje de Yellowstone en poco tiempo de una forma tan radical que hasta los propios gestores del parque no podían dar crédito a lo que estaban viendo.

Los biólogos e ingenieros que han estudiado el proceso con detenimiento comienzan ahora a entender los complejos mecanismos que desencadenó la llegada de un depredador tan eficiente como el lobo en un ecosistema que, hasta el momento, había estado dominando por grandes herbívoros como el alce, el búfalo o el ciervo.

El primer efecto de la reintroducción, bien conocido por los poco a poco, en otro más sinuoso hasta el punto de crearse meandros y pequeños islotes, que a su vez permitieron la entrada de nuevas especies. Dicho de forma telegráfica, la introducción de una pequeña manada de lobos acabó transformando radicalmente el paisaje de Yellowstone, modificando incluso el curso de los ríos.

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Relatos de conversión

En estos días de adviento, en los que los cristianos nos preparamos para la Navidad –el relato de la llegada del Hijo de Dios–, puede resultar muy ilustrativa la historia de Yellowstone. Porque ambas historias, por muy alejadas y distintas que parezcan, narran un proceso similar: la transformación de un ecosistema entero, uno natural –el de Yellowstone– y otro religioso – el del judaísmo del siglo I– en algo distinto.

Estudios de dinámica de poblaciones, fue el rápido incremento de los depredadores y la también drástica reducción de los grandes herbívoros hasta que, finalmente, ambas poblaciones alcanzaron un punto de equilibrio.

El segundo efecto observado –y también esperado– fue la progresiva recuperación de la cubierta vegetal y la llegada de nuevas especies que, debido a la excesiva presión de los herbívoros, habían desaparecido completamente.

Entre ellas destacan las plantas de ribera, que volvieron a crecer junto a ríos y arroyos reduciendo la velocidad del agua, reteniendo ramas y favoreciendo la sedimentación. Como resultado de este proceso –nada esperado– el trazado lineal de los ríos de Yellowstone fue transformándose.

El nacimiento de Cristo fue un acontecimiento que transformó el paisaje religioso de modo irreversible. Nuestra fe afirma que, con Jesús, Dios entra en la historia humana de una forma nueva, inesperada y radical; entra y trastoca todo el orden previo: el modo de imaginar a Dios (como Trinidad), el modo de comprendernos (como hijos de un único Padre), el modo de relacionarnos entre nosotros (como hermanos de una única familia) y el modo de entender el mundo (como «casa común» habitada por el Espíritu). Con Jesús, ya nada puede ser igual que antes.

Wolf, Yellowstone National Park

Los relatos de conversión de todos los tiempos narran bien los efectos que provoca la llegada de Cristo a la vida de una persona. Desde Las Confesiones de San Agustín hasta La montaña de los siete pisos de Thomas Merton, pasando por La Autobiografía de Ignacio de Loyola, las conversiones religiosas dan testimonio de la novedad permanente de la fe cristiana y de su capacidad para irrumpir y revolucionar el orden establecido, tanto a nivel personal como social. Cuando el Dios-amor de Jesús se introduce en la vida de una persona y se le deja suelto, sin tratar de controlarlo o manipularlo, todo cambia, todo queda recolocado, hasta el curso de la propia vida.

Porque cuando alguien deja entrar a Dios en su conciencia, en su pensamiento y en su imaginación, se desencadenan −como en los ecosistemas− transformaciones vitales en el interior de esa persona. Y esas transformaciones se traducen después en actitudes y decisiones muy concretas: en el modo de entender el mundo, de plantearse la vida y de ordenar las prioridades.

El Padre Arrupe, antiguo general de los jesuitas, describió magistralmente lo que sucede al abrir la puerta al Dios-amor en nuestras vidas en un poema-oración que merece la pena ser reproducido:

“Nada es más práctico que encontrar a Dios; que amarlo de un modo absoluto y hasta el final.

Aquello de lo que estés enamorado y arrebate tu imaginación, lo afectará todo.

Determinará lo que te haga levantar por la mañana y lo que hagas con tus atardeceres; cómo pases los fines de semana, lo que leas y a quién conozcas; lo que te rompa el corazón y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento.

Enamórate, permanece enamorado, y eso lo decidirá todo.”

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Si la introducción de una nueva especie «lo afecta todo», desencadena transformaciones insospechadas en la pirámide trófica y acaba cambiando por entero un ecosistema, la introducción de la pregunta por Dios, el Dios-amor de la Navidad, ¿no «lo afectará todo» también, no transformará el itinerario vital de una persona en direcciones insospechadas?

La historia nos dice que, en la vida de muchas personas a lo largo de muchos siglos, así ha sido. La entrada desconcertante, impredecible y transformadora de Dios en la historia es el gran relato de la Navidad; el Dios a quien abrimos la puerta en estos días, el Dios del amor, el Dios de Jesús, es también –y conviene no olvidarlo– el Dios salvaje que irrumpe en nuestra intimidad para instalarse y trastocar para siempre nuestro paisaje interior. Esa irrupción es la que celebramos en estas fechas.

Conviene pues, durante los días de Adviento y Navidad, alejarnos por un momento de las imágenes navideñas edulcoradas y ñoñas a las que tan acostumbrados estamos.

Rescatemos la radicalidad del misterio de la encarnación. Abramos la puerta, un año más, al Dios salvaje y creador, al Dios capaz de transformar y recrear nuestra vida.

Hagamos memoria de su irrupción en la historia y en la creación.

En Navidad, dejemos a Dios ser Dios.

 

Y ahora, ¿qué?

José María Rodríguez Olaizola SJ

Muchos vivimos, desde que nacimos, en un mundo amable, pacífico y seguro. Nos cuesta hacernos idea de la guerra que soportaron nuestros mayores. O del horror que vivió Europa durante buena parte del siglo XX, y de la dureza de la Guerra Fría. Hemos disfrutado de una era de paz –en nuestros países– sin precedente a lo largo de la historia. Y quizás por eso, con una mezcla de ingenuidad y esperanza, confiábamos en que eso era el destino del mundo entero. Pero también en esa mirada optimista había un poco de ignorancia. Porque demasiados lugares –lejanos, y por ello mismo, parece que más irreales– sufrían regímenes opresivos, carencias, estructuras políticas y económicas perversas, guerra, violencia… Análisis pueden hacerse muchos, sobre la relación entre todos los sucesos que ocurren hoy en día, y buscar causas, hablar de injerencias, de explotación, de dependencia económica, de fanatismos… Pero, evidentemente, no es algo simple ni se puede convertir en un diagnóstico ideológico.

Lo que parece cada vez más evidente es que no se puede –y probablemente no se debe– mantener un «mundo de yupi» dentro de otro mundo infernal, crear un «búnker geográfico», creer en la invulnerabilidad de un refugio a prueba de intemperies, cuando la tormenta asola a tantos.

Las declaraciones tajantes no pueden enmascarar una realidad, que es la creciente fuerza del terrorismo internacional, y su determinación para actuar en este mundo seguro que creyó ser Occidente.

Sin querer caer en catastrofismos, en reduccionismos, ni en la misma lógica mediática que es el pan nuestro de cada día, parece cada vez más claro que este tipo de violencia, y esta nueva forma de guerra, va a más. Quizás es tiempo de asumir que el mundo es mucho más duro de lo que hemos querido creer, y es tiempo de ser conscientes de que esa dureza nos va a tocar. Quizás hoy aún de manera esporádica, pero cada año que pasa más presente. Y, ante eso, preguntarnos –y ciertamente aquí no tengo respuesta, y sí mucho en lo que pensar– y ahora, ¿qué?

 

¿Cuándo viene la paz que trae Jesús?

Por Emmanuel Sicre SJ

“Bienaventurados los que trabajan por la paz,

porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)

Es sabido que la palabra paz, así como amor, felicidad, libertad, entre otras, resultan de una riqueza enorme en nuestra lengua. Pero pasa en más de una ocasión que las usamos tanto y de manera tan diversa que nos cuesta precisar su significado. A decir verdad, también se han vaciado un poco de sentido. Sin embargo, lo más seguro es que la mayoría de nosotros quiera desde lo más profundo de su ser paz, amor, felicidad. Y más en estos tiempos donde la paz se ve amenazada por una guerra mundial a pedacitos, como suele decir el Papa.

Sucede también que cuando miramos a nuestro alrededor, la realidad quizá no está en guerra como la que viven innumerables refugiados en el mundo entero, pero sí sufre ciertos dolores de parto que nos hacen pensar: ¿dónde estará Dios en todo esto? ¿Por qué no se mete para hacernos la vida más pacífica?

¿Quién no se habrá sentido decepcionado, o angustiado porque el mundo no se parece ni un poquito a lo que le gustaría? ¿Quién no ha pedido insistentemente paz para su familia, para sus seres queridos, para su vida? Necesitamos paz, mucha paz. Pero ¿qué tipo de paz?

Una paz sin rostro

Para llegar a responder cuándo se da la paz que trae Jesús hay que despejar la cancha. Es decir, tratar de distinguir a qué le llamamos a menudo paz.

Digamos, en principio, que hay una paz que buscamos cuando estamos estresados o cansados del trabajo, o de alguna persona, y queremos que se acabe de una vez por todas. Sentimiento muy común en esta época del año. En algunos casos llegamos a decir: “déjenme en paz”. Aquí estamos asociando la paz con la tranquilidad de estar solos y sin preocupaciones por un momento.

Pero también sucede que cuando visitamos un lugar silencioso como el cementerio algunos comentan: “¡qué paz!”. De hecho, varios de estos sitios suelen usar la palabra paz en sus nombres. Aquí asociamos la paz con silencio de muerte: “que en paz descanse”, se suele escribir. Se trata de una paz duradera pero no gozable, porque a esas alturas se acabaron las posibilidades de preocuparse en esta vida.

Quien tenga alguna que otra oportunidad o hace un viaje para conectarse con la naturaleza, o va a uno de estos spa que tanto abundan últimamente, y se relaja un poco haciéndose unos mimos a sí mismo. Aquí se relaciona la paz con un producto de consumo, con algo que podemos adquirir ni bien podamos. Es decir, depende de nosotros pero dura poco y siempre necesitamos más.

Por último, está la situación de los que piensan que paz es ausencia de violencia y terminan evadiéndose de los conflictos que toda realidad lleva adentro ejerciendo otro tipo de violencia sobre sí mismos y los demás con un permanente: “todo bien”, “tranquilo, no pasa nada”.

Podríamos seguir describiendo algunas situaciones más, pero lo importante es que nos preguntemos: ¿será este el tipo de paz que nos deseamos en Navidad? ¿Será este el tipo de paz que esperamos que Jesús traiga con su vida, su muerte y resurrección? ¿No habrá algo más hondo detrás del “noche de paz, noche de amor”?

Una paz con rostro: el de Cristo

El mensaje de Jesucristo está íntimamente ligado a la paz y a nuestro deseo de ella. Es parte central de su enseñanza y del modo que tiene para comunicarnos el amor del Padre. En efecto, podríamos preguntarnos: ¿qué quiere Dios de la vida del hombre? Y entonces tendremos que llevar la mirada al rostro de su Hijo. Si contemplamos la vida de Cristo nos encontraremos con el gran misterio de un hombre-Dios que ha venido a nuestra historia para revelarnos un proyecto de amor, de justicia y de paz para todos los hombres de la Tierra sin excepción.

Este proyecto es el que se encarna en la persona de Jesús de Nazaret. Es lo que él llama en los Evangelios el Reino de Dios. Por eso, cuando tiempo después de la Pascua, Lucas cuenta la historia del Nacimiento del Mesías a su comunidad, los ángeles cantan: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14) y los pastores “se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto” (Lc 2,20); María canta el atrevido Magníficat que dice:“derribó del trono a los poderosos, y elevó a los humildes, a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías” (Lc 1,52ss). A decir verdad, todos cantan y alaban de felicidad: Isabel (Lc 1,42: “y exclamó a los gritos: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…”), Zacarías (Lc 1, 68: “y tú, Niño… guiarás nuestros pasos por el camino de la paz”), Simeón (Lc 2, 29: “…porque mis ojos han visto la salvación”), porque ha llegado lo que tanto esperaban: la paz.

La paz de Cristo está probada al fuego de la cruz y confirmada por la fuerza de su resurrección. Por eso es una paz eterna, profunda, robusta, amplia como la nos urge pedir cada vez que hacemos un minuto de silencio y cerramos los ojos.

Este vivo recuerdo de la visita de Dios en la persona de Jesús a su pueblo es lo que celebran los personajes del Nacimiento y por lo que cada año brindamos, nos abrazamos y festejamos. Pero la paz que Jesús ha traído no es una paz de supermercado. La paz de Cristo está probada al fuego de la cruz y confirmada por la fuerza de su resurrección. Por eso es una paz eterna, profunda, robusta, amplia como la nos urge pedir cada vez que hacemos un minuto de silencio y cerramos los ojos.

Dios envió a su Hijo para revelarnos lo que quiere de nosotros: la fraternidad universal de todos sus hijos invitados a la mesa del Reino de Amor, Justicia y Paz. Pero no podremos gozar plenamente de esa fraternidad, si no dejamos que la paz de Cristo visite cada una de nuestras relaciones cotidianas. Y para que Cristo se haga presente tenemos que dejarlo salir de nuestro corazón para que pueda hacer lo que él sabe: curar a los heridos, sanar a los enfermos, compadecerse de los caídos, liberar a los esclavos, enaltecer a los humildes, devolver la vista a los ciegos, espantar los demonios de los poseídos, dar de comer a los hambrientos, vestir al desnudo, dar de beber al sediento, acoger al extranjero, visitar al preso y sembrarnos la vida de lo mejor que podemos hacer: amar. (Y vaya si conocemos heridos, enfermos, caídos, esclavos, humildes, ciegos, poseídos, hambrientos, desnudos, sedientos, extranjeros y presos en nuestra vida).

La celebración de la Navidad no puede menos que entusiasmarnos porque Cristo viene para decirnos que es posible aquello que nuestro corazón grita en cada momento de cruz de nuestra vida. Que es posible la paz porque él la conquistó para todos los que creen el él. ¿Y los que no creen en Jesús? Igualmente han recibido el deseo profundo de vivir en paz, ¡y cuántos hay que luchan por la paz en el mundo!

Finalmente: ¿Cuándo viene la paz que trae Jesús?

La paz de Jesús está viniendo siempre a nuestra vida y golpea para poder entrar en nuestro interior y en el de toda la sociedad. De hecho antes de la Navidad somos nosotros los que caminamos para ver al que está viniendo (como los pastores “vamos a Belén a ver lo que ha sucedido” Lc 2,15). Hasta que, en el momento oportuno la Madre “dio a luz a su hijo” (Lc 2,7), y el pesebre nos encuentra a todos los hombres del mundo reunidos (incluso los magos de oriente, Mt 2,1) en torno a la Paz encarnada: el Niño Jesús.

Por eso, la paz de Jesús viene:

Cuando los padres y los hijos son capaces de perdonarse y amarse mutuamente,

Cuando en el mundo miles de hombres se arrepienten de sus injusticias,

Cuando en las familias dejamos los rencores con los que el mal espíritu nos amordaza la memoria y abandonamos el orgullo de creernos importantes,

Cuando asumimos nuestra pequeñez y nos dejamos querer y cuidar,

Cuando salimos de nosotros mismos hacia el más débil entregándonos,

Cuando somos capaces de hacerle espacio a la ternura y dejamos de lado la superioridad,

Cuando trabajamos luchando día a día por ser fecundos con nuestros dones,

Cuando festejamos y cantamos la vida que se nos regala,

Cuando nos abajamos como hizo Dios para poder salvarnos de nuestro autoengaño,

Cuando discernimos el espíritu y no nos quedamos esclavos de las normas que nos oprimen,

Cuando estudiamos con pasión lo que nos gusta,

Cuando en medio de la comunidad dejamos que el Señor resucitado nos diga: “La paz con ustedes” (Lc 24, 36),

Cuando sufrimos con paciencia a los que más nos cuestan,

Cuando compartimos el dolor de quien padece y estamos a la mano,

Cuando nos tomamos unos minutos de silencio para darnos cuenta cómo Dios nos cuida,

Cuando nos hacemos disponibles para hacer como Cristo hizo: amó los suyos hasta el extremo. (Jn 13, 1)

Cuando nos animamos a que en nuestras entrañas se engendre la paz encarnada en el rostro de Jesucristo.

¿Dejaremos pasar este don tan gratuito?

Si quieres leer más de Emmanuel Sicre, date una vuelta por su blog «Pequeñeces»

 

Confiar y reconocer… como José

Dios se presenta en la intimidad. El Padre -que ve en lo secreto- elige lo pequeño y oculto para compartirse. Desde esa entrega, se hace fértil: la Palabra -‘Camino, Verdad y Vida-, no se entierra sino que se siembra.

Se siembra en José, en la intimidad del sueño. En el reposo de la razón, el corazón se abre a un nuevo lenguaje, para dialogar ‘como un amigo con otro’. Para compartir en el más hondo y sincero sótano del ser, la única certeza mayor que cualquier argumento: la fe.

Fe que es llamada al reconocimiento y a la confianza. Que pone en situación de confiar y vencer las incertidumbres; de arrojarse a la posibilidad y, también uno, sembrar la vida en el Otro que reclama con suavidad. Y acerca, también, la invitación a reconocerlo a Él y recalcular el centro del existir: desde la aridez hacia Su promesa; desde la propia pequeñez, a la Otra pequeñez, la Suya.

San Ignacio nos propone una espiritualidad construida sobre la base del reconocimiento: de tanto bien recibido, del conocimiento interno, de la contemplación, de que todo es gracia.

Somos invitados a reconocer nuestro fundamento en Dios, para la alabanza, el servicio y la reverencia. Alabanza que es reconocimiento del Bien y su celebración. Servicio en el don, que es compartir lo recibido, por iniciativa del Padre. Reverencia expresada la ofrenda de sí, al mayor amor y servicio en todo -y en todos.

Somos participados del conocimiento interno del Señor, para más amarlo y seguirlo. Un saber interior por la intimidad de la experiencia y, a la vez, profundo, que se abra al misterio inagotable de Su persona. Y así estrechar el lazo que nos une a Su sueño y pasión por los últimos, haciéndolos nuestros… y seguirlo.

Somos convocados a contemplar, dejando que Su divinidad escondida se proyecte -y nos impregne- de Verdad y Vida. Para abrazarnos al quebranto y dolor que comparte el Señor, identificado con el padecer del mundo… y hacernos, con Él, oblación.

Somos convidados a la alegría y al gozo de compartir la tarea y ‘oficio de consolar’ (EE 224), reconociendo -y haciendo manifiesta- la Resurrección por sus frutos (‘Verdaderos y santos efectos de ella’). Es Dios quien ha resucitado a Jesús; es Él quien vive en mí; es el mismo Jesús quien está entre nosotros.

En estas etapas, vamos construyendo la respuesta al Padre que, amándonos incondicionalmente tal como somos, nos sueña mejores de lo que vamos siendo. Con la confianza que Él deposita en nosotros y el reconocimiento de Su gracia, hacernos cargo de la tarea: sumergirnos en la misión que nos es dada.

Y en Navidad, nos llega el tiempo de despertar. De confiar en el sueño de Dios sobre nosotros. De reconocer Su presencia, puesta al cuidado de nuestras manos. Dejarnos impregnar por la Palabra y dar a luz una respuesta agradecida. Todo es gracia.

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La nueva Cueva de San Ignacio

Por Javier Melloni SJ

Cada generación tiene su manera de expresar la búsqueda de Dios y de venerar los lugares donde esta búsqueda se ha producido con profundidad y autenticidad.

Esto es lo que sucede en la Cueva de San Ignacio, en Manresa. Cuando Ignacio llegó hace casi quinientos años, era una cueva abierta sobre el río Cardoner, desde donde se divisaba la silueta de la montaña de Montserrat. De este modo se incorporaba a una tradición eremítica anterior, presente en la ciudad. El Peregrino eligió la roca desnuda, como desnuda fue su experiencia mística.

Con el paso de los siglos, las diversas generaciones han venerado este sitio incorporando elementos que eran significativos en su tiempo como retablos, estucos o mármoles, para preservar la sacralidad del lugar. La última modificación se realizó a principios del siglo XX, con la reforma del vestíbulo que precede a la cueva, de estilo modernista. Además de los vitrales, mosaicos y bajo relieves hechos por Martín Coronas SJ, destacan los dos espléndidos ángeles de bronce de Josep Llimona en el umbral de la Cueva. Uno representa la vía ascética y el otro la vía mística, es decir, el hacer y el dejarse hacer propios de toda práctica espiritual.

Próximos al quinto centenario del paso del Peregrino por la Cueva, la sensibilidad de nuestro tiempo nos lleva a acercarnos lo más posible a la desnudez del lugar que él conoció. Al recuperar la atmósfera de roca y piedra, ¿posibilitamos que todas las generaciones se encuentren en el punto de partida, respetando también la sedimentación de la tradición?

Se trata del mismo criterio que se tuvo con la reforma de la casa torre de Loyola en 1991, cuando se celebró el quinto centenario del nacimiento de Ignacio, así como con las habitaciones (le Camerette) donde vivió los últimos años de su vida en Roma.

La intervención ha sido largamente reflexionada y consultada, entre otros, con el P. General de la Compañía de Jesús; él mismo la apoyó explícitamente cuando pasó por Manresa en noviembre de 2008.

Tres son las actuaciones más relevantes que se han realizado estos últimos meses: en primer lugar, encontraremos la Cueva más cerca de su estado original puesto que se ha retirado el arrimadero de mármol de 1900 que cubría hasta ahora la parte inferior de la pared derecha, dejando a la vista la roca; en segundo lugar, se ha colocado una mampara de vidrio en la entrada del vestíbulo que nos lleva a la cueva para favorecer ya desde lejos un clima de recogimiento y de oración; en tercer lugar, se ha desplazado la ubicación actual de la pequeña tienda para liberar una zona donde ofrecer las explicaciones a los visitantes. Este espacio se ha enriquecido con diferentes elementos, tanto el arrimadero de mármol procedente de la Cueva, cuanto la puerta que desde 1625 que hasta comienzos del siglo XX protegía la entrada y que se abrió el pasado 31 de julio con motivo del inicio del Año Jubilar del Camino Ignaciano.

Con estas modestas modificaciones, la comunidad de Jesuitas de Manresa creemos que se favorece un contacto más directo con la experiencia que tuvo San Ignacio.

De hecho, esta cueva contiene dos características que reflejan la esencia de la espiritualidad ignaciana: es recogida y abierta al mismo tiempo, es decir, conjuga contemplación y acción, interioridad y apertura al mundo, fecundas tensiones que se conjugan en este espacio, que cada vez es más visitado por personas de todo el mundo que vienen aquí a inspirarse.

Jesuitas España

 

Reflexión del Evangelio, domingo 20 de diciembre de 2015

Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

¡Dejemos que la Navidad nos sorprenda!

Estamos en el frenesí de la temporada navideña. Las empresas celebran con sus empleados la fiesta de cierre de las actividades del año. Las familias y los amigos se reúnen para la novena de Navidad, una actividad que tiene inspiración religiosa, pero que ha adquirido una fuerte connotación social. En estos encuentros, los símbolos navideños ocupan el centro. Pero, más allá de los estereotipos sociales, ¿somos conscientes de lo que estamos celebrando? Es muy probable que estemos reproduciendo una escenografía cuyo significado profundo se haya desdibujado.

Ante la proximidad de la Navidad – faltan cinco días para el gran acontecimiento -, quiero invitarlos a que nos detengamos un momento a reflexionar sobre los misterios que estamos celebrando. Redescubramos el significado de la Navidad y dejémonos sorprender por el mensaje que nos transmite.

¿Cuál es la quintaesencia de las fiestas navideñas? Cada año nos vestimos de fiesta para celebrar esa extraordinaria iniciativa del Padre, quien envía a su Hijo para que asuma nuestra condición humana y reconfigure la relación entre Dios y la humanidad, que se había roto por una equivocada opción de la libertad humana, que conocemos con el nombre de pecado original. El sentimiento dominante en estas fiestas navideñas debe ser un infinito agradecimiento a Dios, que quiere sellar una alianza nueva y eterna a través de su Hijo encarnado.

La presencia del Hijo Eterno del Padre en medio de nosotros produce la más radical de las revoluciones, pues todo lo humano queda impregnado de divinidad, aun las realidades más simples de la vida diaria, como son la vida familiar, el trabajo, la convivencia con los vecinos, etc. La encarnación del Hijo Eterno del Padre, que nace en Belén, un pueblo insignificante, cambia la lectura del acontecer humano. En Jesucristo, se encuentran Dios y la humanidad, el tiempo y la eternidad, la materia y el espíritu, la inmanencia y la trascendencia. Este es el gran acontecimiento que celebramos con las luces de diciembre, aunque muchas personas hayan reducido estas fiestas a una promoción comercial.

La agenda única de Jesucristo, Hijo Eterno del Padre hecho hombre, fue hacer la voluntad de quien lo había enviado. Esto nos lo recuerda el texto de la Carta a los Hebreos que acabamos de escuchar: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Esta es la agenda exclusiva de Jesús y debe ser nuestra única agenda. Cada uno de nosotros hemos venido al mundo con una misión de servicio, la cual se concreta teniendo en cuenta la diversidad de carismas y vocaciones. Ahora bien, cada uno de nosotros debe identificar cuál es esa misión, y esto lo lograremos a través de la reflexión y de una cuidadosa lectura de los signos de los tiempos. Esta misión no debe entenderse como una imposición que Dios nos hace, sino como un llamado a la libertad, que asumimos con alegría y creatividad.

Vivamos esta Navidad como una resignificación de los ritos que venimos celebrando desde niños. Dejémonos sorprender por la iniciativa del amor infinito de Dios que envía a su Hijo. Dejémonos sorprender por la transformación radical que se produce por la presencia de Dios en medio de la comunidad, cuando la luz de la divinidad ilumina el quehacer humano.

En este redescubrimiento del mensaje profundo de la Navidad, los invito a contemplar el encuentro de María e Isabel, narrado por el evangelista Lucas. Estas dos mujeres son protagonistas principalísimas de la historia de la salvación a través de su maternidad. A estas dos mujeres, Dios las invita a colaborar en el plan de salvación generando vida. Pero ellas se encuentran en condiciones atípicas: Isabel es una mujer mayor, que no está en edad de concebir; y María está prometida con José, su novio, pero todavía no conviven.

Estas dos mujeres excepcionales, de una fe inquebrantable en Dios, responden positivamente al llamado, asumiendo la cuota de sacrificio que tan alta misión implicaba. Llama la atención la discreción con que ellas cumplen su tarea; estando muy cerca de sus hijos, apenas se hacen notar…

Como preparación para la inminente llegada del Señor, los invito a leer detenidamente las palabras de saludo que Isabel dirigió a María cuando la recibió en su casa, y el himno de acción de gracias que pronunció María. Hagamos una pausa en estos agitados días para dejarnos sorprender por el mensaje de amor y esperanza que nos transmite el nacimiento de Jesús.

 

Reglas para ordenarse en Internet

Propuesta de aplicación moderna de las “Reglas para ordenarse en el comer” de San Ignacio de Loyola.

[Enero 2012] San Ignacio en los Ejercicios Espirituales propone una serie de reglas como ayuda para evitar el desorden y exceso en el comer. En el siglo XVI, quien se lo podía permitir, tenía en la comida una de las únicas fuentes cotidianas de placer, diversión y esparcimiento. Esto hacía del comer un ejercicio susceptible de canalizar desahogos, excesos y desórdenes que no ayudaban a la persona en su equilibrio vital y espiritual. Nos ha parecido interesante aplicar la sabiduría de Ignacio al ámbito de Internet, en tanto que nueva dimensión de nuestra realidad ordinaria, tan necesaria y útil como susceptible de canalizar desórdenes y adicciones.

Por Dani Villanueva, SJ

Regla original de Ignacio

1ª regla. La primera regla es, que del pan conviene menos abstenerse, porque no es manjar sobre el cual el apetito se suele tanto desordenar, o a que la tentación insista como a los otros manjares.

Adaptación para Internet

1. 1. Uso como herramienta de Información. Internet nos ofrece enormes posibilidades como herramienta que facilita la comunicación y el acceso a la información. Hoy en día manejarse en la red es una habilidad necesaria y no hay razón para frenar su utilización racional, especialmente en usos como búsqueda de información, lectura de noticias, herramientas de investigación, correo electrónico y ayudas para el trabajo.

Regla original de Ignacio

[211] 2ª regla. La segunda: acerca del beber parece más cómoda la abstinencia, que no acerca el comer del pan; por tanto, se debe mucho mirar lo que hace provecho, para admitir y lo que hace daño, para lanzarlo.

Adaptación para Internet

2. 2. Atención a la mediación digital en la relación. Pero hay otras utilidades como el uso para comunicación interpersonal, redes sociales y otros sustitutos de relaciones, ocio y tiempo libre, que por su pretensión y ámbito piden mayor atención. La mediación digital en el mundo relacional pide especial discernimiento para distinguir utilidad y ventajas de otros aspectos que pueden ser dañinos. No hemos de ser ingenuos ante el riesgo de abuso y adicción.

Regla original de Ignacio

[212] 3ª regla. La tercera: acerca de los manjares se debe tener la mayor y más entera abstinencia; porque así el apetito en desordenarse como la tentación en investigar son más prontos en esta parte, y así la abstinencia en los manjares para evitar desorden, se puede tener en dos maneras: la una en habituarse a comer manjares gruesos, la otra, si delicados, en poca cantidad.

3. 3.Criterio de necesidad y uso. Es importante tener claro qué es lo que yo necesito de estas tecnologías, y dónde comienza lo superfluo. Salvo personas expertas y ámbitos profesionales determinados, no hace falta tener el último gadget ni las mejores prestaciones. Ser consciente de mi necesidad y mi nivel de uso ayuda a frenar la dinámica de mercado que rodea estas tecnologías.

Regla original de Ignacio

[213] 4ª regla. La cuarta: guardándose que no caiga en enfermedad, cuanto más hombre quitare de lo conveniente, alcanzará más presto el medio que debe tener en su comer y beber, por dos razones: la primera, porque así ayudándose y disponiéndose, muchas veces sentirá más las internas noticias, consolaciones y divinas inspiraciones para mostrársele el medio que le conviene; la segunda, si la persona se ve en la tal abstinencia, y no con tanta fuerza corporal ni disposición para los ejercicios espirituales fácilmente vendrá a juzgar lo que conviene más a su sustentación corporal.

4. 4.Mejor cuanto menos. Internet y las TICs tienden a ocupar cada vez más tiempo en nuestra vida. Como herramientas, mucho aprovecharemos si sólo las usamos cuando son necesarias. Es preferible no dejar el ordenador o los smartphones siempre encendidos, así como no tenerlos en el lugar de descanso, ocio o esparcimiento. No ayuda asociar el tiempo libre con un uso indiscriminado de la red que consume tiempo y frena otras disposiciones más provechosas como el deporte, la música, la lectura, o la interacción con otros. El exceso de tiempo en internet puede impedir el desarrollo de la capacidad de concentración y contemplación, fragmentando nuestra persona y debilitando nuestra misión.

Regla original de Ignacio

[214] 5ª regla. La quinta: mientras la persona come, considere como que ve a Cristo nuestro Señor comer con sus apóstoles, y cómo bebe, y cómo mira, y cómo habla; y procure de imitarle. De manera que la principal parte del entendimiento se ocupe en la consideración de nuestro Señor, y la menor en la sustentación corporal, porque así tome mayor concierto y orden de cómo se debe haber y gobernar.

5. 5. Sé auténtico. Conviene que el uso de estos medios no se convierta en un compartimento estanco del resto de nuestra vida. La tentación del anonimato se vence con transparencia: no ayuda ocultar quien somos ni jugar con identidades falsas. Utilizar este medio espiritual y pastoralmente nos ayudará también a integrar nuestra dimensión religiosa en el mundo digital. Mucho ayuda considerarlo un ámbito relacional en el que, como Jesús, salimos al encuentro de los demás tal y como somos.

Regla original de Ignacio

[215] 6ª regla. La sexta: otra vez mientras come, puede tomar otra consideración o de vida de santos o de alguna pía contemplación o de algún negocio spiritual que haya de hacer; porque estando en la tal cosa atento, tomará menos delectación y sentimiento en el manjar corporal.

6. 6. Crea tus propios espacios off-line. Respeta tus tiempos y date espacio para la interioridad, lo espiritual y el silencio digital. Incluye en tu vida momentos con ritmo humano. Crea ámbitos donde no esté el ordenador u otros dispositivos y no permitas interrupciones: gestiona las alertas, apaga el sonido… Asegúrate espacios donde te puedas encontrar y tú seas el actor principal de la relación con Dios sin mediaciones ni interferencias.

Regla original de Ignacio

[216] 7ª regla. La séptima: sobre todo se guarde que no esté todo su ánimo intento en lo que come, ni en el comer vaya apresurado por el apetito; sino que sea Señor de sí, así en la manera del comer, como en la cantidad que come.

7. Lleva el control. Procura evitar navegar sin rumbo por la red sin tener claro a dónde vas y a qué. Intenta que Internet no sea el amo de tu tiempo y tu itinerario. Cuando abra el navegador o el correo es importante tener un propósito y seguirlo. Ayuda tomar notas de nuevas ideas y líneas de trabajo para continuar en otro momento. Accede tú a las herramientas cuando las necesites (e-mail, redes sociales) y no permitas constantes interrupciones automáticas que dispersan y distraen. Mucho ayudan las herramientas de bookmarking y “Leer luego” que evitan las digresiones y ramificaciones infinitas típicas de la información en red.

Regla original de Ignacio

[217] 8ª regla. La octava: para quitar desorden mucho aprovecha que después de comer o después de cenar o en otra hora que no sienta apetito de comer, determine consigo para la comida o cena por venir, y así en consecuencia cada día, la cantidad que conviene que coma; de la cual por ningún apetito ni tentación pase adelante, sino antes por más vencer todo apetito desordenado y tentación del enemigo, si es tentado a comer más, coma menos.

8. 8. Planifica. Para no desordenarse es mejor planificar previamente el uso que voy a hacer de estos medios. Por ejemplo, al terminar el día, podría diseñar el plan de la siguiente jornada, cuando no me siento tan urgido a conectarme. Es bueno ponerse objetivos en el tiempo de uso y tipo de utilización. Presta especial atención a la noche y el final de la jornada, donde estas tecnologías tienden a ocupar espacios y tiempos que serían claves para el descanso y el reflectir vital.

CPALSJ

 

Camino de Adviento – Determinarse con el Buen Samaritano…

Por Mariano Durand SJ

Toda determinación que ponemos en práctica conlleva una aceptación y muchas renuncias. Es decidirse por un sí y decir no a otra, lo cual parece obvio. No se dirime una cuestión hasta que no hacemos efectiva una determinación. No podemos servir a dos señores.

Siendo así, no es difícil que nos encontremos en situaciones en las que, la determinación no se asume tan claramente como quisiéramos. En lo que respecta a este punto de la elección, los Ejercicios en su conjunto se orientan a evitar que nos determinemos por ‘afección alguna que desordenada sea’. Más aún, toda una sección del texto de Ejercicios identifica en las personas tres maneras de actuar llegado el momento de la elección, frente a la ocasión de determinarse por una u otra opción.

Algunas personas, dice, son indecisas: dan vueltas en torno a la situación y, en realidad, nunca terminan por arrojarse hacia la resolución. Viven postergando, una y otra vez, en una indeterminación que marea y que conduce, circularmente, siempre al mismo lugar.

Otras personas, más sutiles que las primeras, se hunden en la racionalización. Se encuentran atrapadas en sus afecciones porque no logran sentirse plenamente libres para expresar su propia determinación. Experimentan una fuerte direccionalidad en sus atracciones y persisten en convencerse a sí mismos de que su preferencia es la acertada. Por seguir su parecer, persistirá en ellos la duda de haber hecho una buena y sana elección.

Finalmente, dice San Ignacio, están las personas que se determinan con auténtica libertad y generosidad; personas, ‘con grande ánimo y liberalidad’, cuyo deseo más profundo es simplemente buscar la mejor forma de servir a Dios y a los demás. Cuya motivación primera se funda en responder, agradecidos, a tanto bien recibido. Capaces de que, ‘enteramente reconociendo’ su Gracia, en todo amar y servir. Con esa actitud como punto de partida, la resistencia tiende a desaparecer y emerge una determinación.

El malherido, medio muerto, al costado del camino cuestiona tres realidades y las pone en situación de determinarse por responder. No es que no lo vieran, no se les pasó por alto… o bajo. No les faltaba sensibilidad o capacidad de respuesta. Tampoco compromiso con sus propias convicciones o valores. Se determinaron por respuestas diferentes.

Uno eligió la postergación, dando un rodeo, evitó salirse de su zona de confort. Quizá con la ilusión de hallar, más adelante, mejores medios para ayudar al que lo necesita. Otro, posiblemente, eligió obedecer a su lógica de lo mejor: recurriría a un perito en la materia, con la excusa de desconfiar de su propia capacidad. Posiblemente con el argumento de que lo mejor –a veces- no sea tan enemigo de lo bueno.

El tercero, quizá ni se paró a pensar ni a razonar, siguió su corazón. Ese corazón que despertó en él la memoria de otros caminos, otras heridas, otras muertes en las que se reconoció asistido. Dejó que su agradecimiento germinara –y floreciera- en compromiso, en amor y servicio. Ya habría tiempo más adelante para calcular riesgos o para recurrir a un experto: él, se determinó.

amDg