“Por tu palabra echaré las redes” – Domingo 7 de Febrero
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
En aquel tiempo la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echen las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.
Y puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron a ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5, 1-11).
1. “Por tu palabra echaré las redes”
Un gran poder de atracción debió de ejercer la predicación de Jesús entre la gente que “se agolpaba alrededor de Él para oír la Palabra de Dios” a orillas del lago de Genesaret -también llamado lago de Tiberíades, y “Mar de Galilea” por su extensión y profundidad-. Nosotros también somos invitados a escuchar esa misma Palabra. Y así como lo hizo con aquellos pescadores que habían bregado toda la noche sin resultados positivos y que gracias a la energía que les infundió pudieron ver premiados sus esfuerzos, Jesús nos exhorta a no desanimarnos en la búsqueda de las metas que nos proponemos, a confiar en su poder a pesar de las dificultades que encontremos.
El pasaje evangélico conocido como “la pesca milagrosa”, es ante todo un relato vocacional. En él se concreta el contenido del llamamiento de Jesús a sus primeros cuatro discípulos: Simón (a quien Jesús llamaría Pedro), su hermano Andrés -que no es nombrado aquí pero podemos deducirlo por el contexto-, y otros dos, también hermanos, Santiago y Juan, los “socios de la otra barca” que ayudaron a Simón y Andrés a recoger la pesca abundante.
2. “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”
La primera lectura (Isaías 6, 1-8) describe la vocación del profeta Isaías, quien vivió entre los años 765 y 700 a.C. y se calcula que recibió aquel llamamiento especial, narrado por él mismo en el libro que lleva su nombre, hacia el año 740. Cabe destacar en su relato la actitud humilde de quien se reconoce pecador, indigno de ser escogido por Él para ser su “profeta”, es decir, para hablar en su nombre.
La actitud de Simón Pedro en el pasaje del Evangelio es similar, pero su experiencia del poder de Dios no acontece en el Templo de Jerusalén, como en el caso de Isaías, sino en el lago de Tiberíades, cuando realiza su trabajo como pescador.
Así mismo a nosotros se nos ofrece la posibilidad de vivir la experiencia de Dios hecho hombre en Jesús, quien, a pesar de nuestra condición de pecadores, se nos comunica en las situaciones de difíciles invitándonos a confiar en Él. Esto puede acontecer no sólo cuando nos reunimos en un lugar de culto; también en medio de nuestra actividad cotidiana podemos experimentar la presencia y la acción salvadora del Señor significada en la pesca milagrosa, cuando, a pesar de las dificultades que nos toca afrontar en nuestra vida cotidiana para alcanzar los logros que nos proponemos, Él mismo nos muestra que es posible obtener resultados positivos si confiamos en su poder, y a la vez, como a Pedro, nos renueva su llamamiento a seguirlo en el cumplimiento de la misión que nos ha confiado.
3. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron
Los Evangelios nos cuentan de distintas formas cómo los primeros discípulos fueron atraídos de tal manera por la personalidad de Jesús, que lo siguieron “dejándolo todo”. La invitación que les hizo Jesús a ser “pescadores de hombres” es especialmente significativa por lo que implica esta forma simbólica de expresar la misión que les iba a dar a quienes serían sus apóstoles, es decir, sus enviados. La imagen de la red repleta de peces es símbolo del reino de Dios, es decir, del poder del Amor que, a través del esfuerzo paciente de quienes siguen de verdad a Jesús, hace posible que crezca y se desarrolle la Iglesia, que es la comunidad convocada por Dios alrededor de su Hijo.
También el apóstol Pablo, que no había conocido a Jesús durante su vida terrena, pero tuvo una profunda experiencia del Señor resucitado que lo llevó a convertirse pasando de ser perseguidor de los cristianos a propagador de la fe en Jesucristo, primero entre los judíos y luego entre los “gentiles” o paganos de su época, sería, como Pedro y los primeros discípulos, llamado a ser “pescador de hombres”. En la segunda lectura, tomada de su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 15, 1-11), Pablo reconoce que, no obstante su condición de pecador, Dios ha sido infinitamente bueno y compasivo con él: “por la gracia de Dios soy lo que soy”.
Dispongámonos asimismo nosotros a seguir a Jesús que nos llama y nos envía, a cada uno y cada una con una vocación y una misión específicas, para colaborar con él en la tarea de ser “pescadores”, es decir, de motivar a todas las personas que podamos, con nuestro testimonio de vida, para construir juntos un mundo nuevo, la nueva civilización del amor, cada cual poniendo todo cuanto esté de su parte. Para ello es preciso que dejemos nuestras “redes”, es decir, que nos des-en-redemos de nuestros afectos desordenados, de todo cuanto nos impide seguir de lleno a Jesús, poniendo en práctica lo que dice la canción que suele cantarse en las celebraciones eucarísticas mientras se reparte la sagrada comunión:
“Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca, junto a Ti buscaré otro mar”.