Reflexión del Evangelio: 1° de Julio de 2015

Por Leonardo Amaro SJ

“Fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros”.

Aquellos pobres desgraciados eran fieros, metían miedo y su propia vida era para ellos un infierno. Estaban más muertos que vivos. Es curioso que salgan al encuentro de Jesús para rechazarlo. Lo buscan para enfrentarlo, para recriminarle… pero lo buscan. Desde lo más íntimo, salen a su encuentro porque lo necesitan.

¿Cuántas situaciones de inhumanidad hay a nuestro alrededor? A quienes las padecen les tenemos miedo y no sabemos interpretar sus gritos estridentes como pedidos de ayuda. Jesús no se asusta ni se achica. Sabe que allí adentro hay gente y que debe ser rescatada. Y afronta la tarea.

El relato es muy curioso, con ese toque fantástico de los cerdos que pastaban cerca, en quienes se meten los demonios que Jesús expulsa de estas pobres almas y la piara entera termina despeñándose del acantilado y ahogándose en el mar. Parece evidenciar la fuerza de autodestrucción con que estos demonios arrastran a aquellos a aquellos en quienes habitan.

A los criadores de cerdos no les gustó la cosa y termina toda la ciudad pidiéndole a Jesús que abandone su territorio. Me hace pensar que liberar de verdad a tanto ser humano desfigurado por la esclavitud de las adicciones, las depresiones, las heridas arrastradas y mal sanadas y las historias de violencia que se reproducen es necesario establecer prioridades e invertir recursos; tienen un costo económico que a veces las sociedades no están dispuestas a pagar.

La opción de Jesús por todo ser humano implica una inversión de prioridades con un costo para todos nosotros -en tiempo, recursos, formación, corazón- que tenemos preguntarnos si estamos dispuestos a afrontar.

Fiesta de San Pedro y San Pablo

Como cada 29 de junio, la familia de la Iglesia celebra este lunes en todo el mundo el Día del Papa, solemnidad conjunta de los apóstoles Simón Pedro y Pablo de Tarso.

 Es una de las mayores celebraciones religiosas para los cristianos católicos, y en el Santoral, es celebrado como «solemnidad». En esta fecha coincide la celebración de San Pedro, el primer Papa, y San Pablo, también llamado «el Apóstol», ambos considerados grandes pilares de la Iglesia. El 29 de junio es el aniversario de sus muertes.

Acompañamos, con nuestra oración tanto al sucesor de Pedro como a los misioneros que llevan el testimonio y las enseñanzas de la fe cristiana en todo el mundo.

Reflexión del Evangelio, 28 de Junio

Por Marcos Muiño Sj

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.

Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada».

Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?». Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?». Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

San Marcos 5,21-43.

Cuando rezaba con este Evangelio se me vino a la memoria una conversación que tuve hace algunos años. Se trataba de una señora que vivía en un barrio que siempre se inundaba por las crecidas de los ríos. Un día, tomando mate le pregunté: “cómo podía ser que, sabiendo que bastante seguido se inundaba, no se fuera a vivir a otro lado”. Y ella me dijo: “padre, usted no entiende. Prefiero volver a empezar una y otra vez antes que irme de la tierra que me vio nacer y en la que crié mi familia…Tengo la fe de que podremos mejorar nuestra situación aquí y siempre habrá nuevas oportunidades… La esperanza es lo último que se pierde…La fe en Dios y la familia no la dejaremos”.

Algo de esta fe, de esta fuerza y confianza que va más allá de los límites y de nuestros esquemas creo se nos presenta en el texto del Evangelio que la Iglesia nos propone para este domingo. Es un relato lleno de movimiento en el que se nos narra la historia de una mujer con una enfermedad de años y un padre con su una hija moribunda, y ambos corren desesperados a Jesús para que haga algo,para que los sane, los cure o evite la muerte.

Yo los invito a que hoy acerquemos el zoom de la cámara al personaje de la mujer. Ella, por su enfermedad, era muy mal vista, considerada impura y excluida de los lugares comunes. Mientras más fuera y lejos de la cuidad, mejor. Por eso, su sanación implicaría volver a la vida, volver a su familia, vivir en un hogar como todos.

Después de haber intentado sanar sus heridas de muchas otras formas, finalmente busca a Jesús. Había oído hablar de él. En medio de la multitud ella va por detrás y le toca su manto. No se anima a mirarlo a los ojos porque su enfermedad era motivo de discriminación y vergüenza. Temía ser rechazada. Sin embargo, pensaba en sus adentros, “con sólo tocar su manto quedaré curada”. ¡Tremenda fe la de esta mujer!

Ahora yo me pregunto: ¿Qué vio en Jesús? ¿Qué tenía Jesús para que la mujer se acercara en esas condiciones? ¿Dónde estaba la fuerza de Jesús que movió a la mujer a traspasar con miedo y vergüenza los límites del prejuicio, la condena social y la condena religiosa?

Jesús frena, se detiene. Su corazón no se queda tranquilo hasta saber quién tocó su manto. Sigue mirando hasta encontrarse con la mujer. Jesús no la condena, Jesús la espera. Deja que ella se acerque sin miedo y comparta su verdad.

Este encuentro es el que sana, da paz y libera. Este encuentro hace que Jesús llegue a la vida de aquellos a los que nadie quería llegar. Él insiste en ver a los que nadie quería ver. Jesús ama inquietamente a los que nadie quería amar. La tremenda fe de la mujer y la mirada tierna de Jesús borra los límites, elimina fronteras, incluye.

Tu vida tiene que ser reflejo de ese corazón de Jesús. Hay muchos que esperan que nosotros nos detengamos y miremos. Hay muchos que están tocando nuestros mantos pidiendo ser sanados. Tal vez vamos demasiando distraídos entre la multitud. Salgamos un poco de nosotros mismos, caminemos hacia la calle, crucemos a la otra orilla y nos daremos cuenta de que un niño, un anciano solo, un enfermo, una mujer golpeada, nos necesitan y confían en nuestra fuerza. Nos están tocando el manto de nuestras capacidades, tiempos, entrega, cariño y confianza. Date la vuelta y verás a muchos (¡Y no muy lejanos!) esperando tu mirada que los ayude a salir adelante, a perdonarse, a volver a confiar, a sanar sus heridas, a sentirse queridos y no excluidos. Hagamos como Jesús, ¡no demos la espalda!

Que el buen Dios nos de la gracia para dejarnos tocar por el corazón del otro, y la confianza para animarnos sin miedo a ser dadores de vida, de paz y alegría.

 

Servir a dos Señores

Puntos de Oración de Agustín Rivarola SJ para Magis Radio, para reflexionar sobre el Evangelio de Mateo:

 

«Dijo Jesús a sus discípulos: ‘Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero. Por eso les digo: no se inquieten por su vida, pensando qué van a comer o qué van a beber, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la comida que la bebida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosecha, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen acaso ustedes más que ellos? ¿Quién de ustedes, por más que se inquiete puede añadir un sólo instante al tiempo de Vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, como van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy existe y mañana será echada al fuego ¡Cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, con qué nos vestiremos?’. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el Cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción'».

Mt 6, 24-34

 

El Reino de los Cielos

Por Julio Villavicencio

Tal vez sea preciso iniciar dando las gracias por invitarme a compartir esta reflexión que no quiere ser más que una mirada del Evangelio de un cristiano para otros cristianos. Donde cada uno podrá acoplarla o no, a su propia reflexión del Evangelio desde su experiencia de fe. Experiencia que cuando es humana y profunda, nos va dando los criterios para seguir a este Jesús tan vivo y tan presente en las personas y en nosotros mismos.

Y esta presencia del Señor se da en el Reino de los Cielos. El es en sí mismo el Reino de los cielos y al mismo tiempo, es el mensaje que nos viene a dar, la invitación de sentido profundo de la existencia, el Reino de los Cielos. Pero pareciera que el Reino de los cielos es una experiencia tan profunda que no tenemos palabras para definirla, de hecho Jesús mismo cada vez que habla del Reino utiliza la comparación. El ayudarse con elementos de la vida cotidiana para entender que en esas experiencias hay relación con lo experimentado en el Reino de los Cielos. Por eso aquí Jesús compara el Reino de Dios con una situación muy cotidiana, que Jesús habrá visto desde pequeño en su vida, es la situación de un campesino, de un hombre que siembra una semilla en tierra y esta crece. En este caso me gustaría rescatar algunas características de este acto de sembrar, ya que en estas pequeñas cosas hay un mensaje para nosotros, para nuestras vidas en orden de caminar al Reino de Dios.

Primero, el sembrador. Quién ha visto a un sembrador se dará cuenta que su trabajo es cooperativo. No es él que hace la tarea de sembrar solo. No. Él es uno de los actores de este gran prodigio de dejar que la vida crezca. El sembrador se pone en colaboración con tierra, con el agua y las lluvias, con el mismo misterio de vida que encierra la semilla dentro de sí. Finalmente el sembrador se pone en colaboración con otras personas, porque aunque el sembrador este solo, a él alguien le tuvo que enseñar a sembrar. Ha sido una comunidad, una herencia de persona a persona, una comunicación humana la que le ha dado la capacidad al sembrador de hacer lo que hace. Ningún hombre es una isla, somos parte de una vida que nos envuelve y nos atraviesa y de la cual somos beneficiarios y responsables.

Segundo. Aquí hay una característica marcada en la comparación que hace Jesús “el grano brota y crece, sin que él sepa cómo”. “Sin que él sepa cómo”, esta es una faceta del Reino que me parece importante profundizar. El saber que se puede entender de este pasaje es un saber técnico quizás, académico, de dar explicación del proceso en sí de la siembra. Sería una explicación racional del proceso en sí que nos podría dar un agrónomo o un botánico, o incluso un curioso del tema en cuestión. Aquí pareciera que el Reino de los Cielos no necesita de esta explicación racional, o mejor dicho, no depende de ella. Basta con que el sembrador crea en su experiencia, en lo que otros le han enseñado para que él confíe que ahí crecerá la vida y arriesgue a hacer la jugada. No depende del sembrador ni de su voluntad que la semilla al final crezca. En ella hay una fuerza que el sembrador puede llegar a explicar, pero no le pertenece, es una fuerza interna que desarrolla vida si le damos las condiciones necesarias. Pero si miramos con detenimiento aquí hay una comparación con la vida misma increíble de Jesús, pues la vida en cuestión es un camino sin certeza alguna más que la muerte. Y así y todo, amanecemos cada mañana, abrimos los ojos y una fuerza incontenible nos impulsa hacia fuera, a pesar de mis miedos, de mis inseguridades, hay una fuerza interna que me llama a la vida. No sabemos cómo, hay una fuerza interna que hace la vida siga, a pesar de las frustraciones, de las tristezas, la vida sigue, continúa y es eso es algo que se puede ser testigo cuando uno acompaña comunidades víctimas de mucha violencia. La vida sigue.

Tercero. Esa fuerza requiere paciencia y confianza. Es que el Reino de depende de nosotros pobres mortales. No es que nosotros haremos que el Reino se cree. No, el Reino de los cielos ya está misteriosamente en esa fuerza interna de la vida. Ya está aquí. Contigo, sin ti y a pesar de ti y tus pecados, el Reino está aquí ¿Somos capaces de confiar en la vida misteriosa que encierra? y ¿de aventurarnos como el campesino, que sin saber cómo, arroja la semilla en tierra, en colaboración con la vida que lo rodea y se confía en la vida que crecerá si él la cuida? Porque de algo está seguro el campesino, si él no cuida la vida de esa semilla, la puede perder. Y ese cuidado implica la paciencia de aquél que no ve el fruto inmediato, pero confía. Es la paciencia que a veces debemos poner en algunos procesos de nuestras vidas. Procesos que no tienen ningún fruto aparente, que solo nos implican esfuerzos y trabajo, pero que al parecer no hay ningún resultado. La vida, las relaciones con las personas por donde esa vida pasa y se fortalece, es una trabajo que requiere la paciencia del sembrador. Es que el Reino de los Cielos sin poder definirlo sabemos que implica la vida y la vida en abundancia y esa vida ya esta en nosotros, ya nos atraviesa, ya esta aquí.

Finalmente, ¿a qué se parece el reino de los Cielos? a aquellas pequeñas cosas de las esta hecha la vida, los amigos, la familia, las charalas, los abrazos, los besos, el amor y el enamoramiento. Todas aquellas pequeñas cositas que son como el grano de mostaza, el más pequeño, pero cuando crece es una árbol que da alimento y refugio a otros.

Que sepamos descubrir el Reino de los cielos que ya está aquí.

 

El Corazón de Jesús sana el Amor Insano

Por Javier Rojas SJ y Alejandra Vallina

«Vengan a mí los que están cansados

y agobiados, y yo los aliviaré.»

Mt. 11, 28.

Si algo nos agobia es no tener un lugar tranquilo donde descansar y percibirnos amados gratuitamente. Con frecuencia nos sentimos cansados y exigidos. Luchamos diariamente yendo de un lugar a otro para lograr nuestras metas, pero no tenemos un espacio sencillo y cálido adonde ir a descansar y a recuperar las fuerzas. El agobio puede ser aún mayor si, además, no contamos con un corazón dispuesto a recibirnos tal y como somos.

¿Qué agobia al hombre y a la mujer de hoy? El estrés, sin dudas. Correr de aquí para allá nos enferma silenciosamente. Mayor agobio aun, nos produce estar perdiendo la capacidad de amar y de sentirnos amados gratuitamente.

No hay mejor lugar donde hallar la paz y el descanso que el alma necesita, que el Corazón de Jesús. Ese corazón es nuestro remanso, nuestro bálsamo, nuestro cobijo seguro.

Con frecuencia nos sentimos agobiados, preocupados y estresados demás. Malogramos nuestra salud física, mental y espiritual corriendo tras objetivos que ni siquiera son los que ansiamos. Perseguimos éxitos irreales. Buscamos ser apreciados por lo que tenemos o lo que podemos lograr. Nos evadimos, corremos velozmente, no respetamos nuestro ritmo…Pero lo que en verdad necesitamos, es que nos amen gratuitamente por lo que somos. Sin pretender que seamos otro distinto, mejor o peor.

El Sagrado Corazón de Jesús nos introduce en el misterio del amor de Dios. Amor gratuito e incondicional que sana. Amor perfecto e infinito que cura los corazones agobiados y tristes. No hay mayor seguridad que el Corazón de Jesús. Y sin embargo, tantas veces buscamos valor y seguridad en las cosas externas, vanidosamente pobres.

Una de las consecuencias de vivir agobiados es que perdemos la capacidad de disfrutar y de amar gratuitamente, volviéndonos interesados y mezquinos.

¿Acaso es posible que nuestro amor se haya enfermado? Cuando el amor es sano enciende la vida de quienes están cerca. Es un amor que revitaliza y reanima. Por el contrario, cuando está enfermo daña todas las relaciones personales comenzando por las relaciones con los más cercanos. Identificamos amor con actitudes, gestos y formas que no son más que síntomas de que el verdadero amor no está… Porque si posee una característica el amor sano, es que siempre ofrece descanso y amparo. El amor verdadero tiene una fuerza tal, que puede transformar una vida por completo. Una poesía hecha canción lo explica de modo perfecto: “Solo el amor, engendra la maravilla. Solo el amor convierte en milagro el barro”. (S. Rodriguez)

El amor que une, cobija y sana nunca tiene «dobles intenciones». Es el amor «insano» el que no considera a los demás como personas únicas e irrepetibles. Generalmente las utiliza para cubrir «soledades” y genera culpas en los destinatario. Esclaviza con dádivas y se presenta como «indispensable» para vivir.

La paradoja de las personas que padecen un amor «insano» es que por debajo de esa máscara de generosidad esconden un profundo anhelo de amor gratuito. Exigen y reclaman tanto, que terminan siendo abandonadas al pretender que un amor humano, frágil y limitado satisfaga plenamente su necesidad de afecto.

Jesús, es el médico del corazón cansado y agobiado. En su corazón sanamos nuestra capacidad de amar y de amarnos.

Hay tres características fundamentales del amor que deseamos exponer:

1.- El amor sano sostiene: Esta es una característica del amor sano. Cuando amamos a los demás estamos dispuestos a no juzgarlos, sino por el contrario deseamos ayudarlos a caminar, pero al propio ritmo, sin empujar, apurar o detener. El amor sano sostiene al otro en su individualidad, respeta su libertad e invita al despliegue de lo mejor de cada uno.

Jesús nos invita a caminar junto a Él. De este modo vamos seguros y confiados. Él estuvo frente a quienes eran acusados y despreciados por los demás, y supo ver más allá de las apariencias. Supo «penetrar la corteza de la apatía y de la indolencia» que cubría el corazón de muchos de ellos. Ese amor gratuito transformó la vida de aquellas personas para siempre.

2.- El amor sano propone: El amor verdadero no busca tener siempre la razón sino encontrar juntos la verdad. Un amor es genuino cuando busca la verdad. El amor sano no alardea de lo que sabe, no manda desde una supuesta excelencia, sobre lo que “hay que hacer”, sino que ofrece herramientas para que cada persona encuentre la verdad dentro de ella misma.

El amor sano ayuda a cada uno al encuentro consigo mismo. Y es en ese encuentro secreto, donde logramos escuchar la voz de Dios. Jesús en el evangelio ayudó a que sus oyentes encontraran a Dios en su corazón haciéndoles preguntas o contándoles parábolas. Dios nos habla en el silencio del corazón. En lo secreto, en lo profundo.

3.- El amor se ofrece: El amor genuino es generoso. Siempre espera hacer el bien y lo que es bueno para los demás. El amor que no espera nada no es amor. El amor cuando se ofrece de verdad tiene una sola intención –no dobles intenciones- “busca el bien mayor”. El amor sano está dispuesto a renunciar a lo propios intereses por el bien de los demás.

Jesús al ofrecer su vida nos dio la vida eterna. Así selló, de una vez y para siempre, un vínculo de amor entre Dios y los hombres.

En toda persona habita el deseo de amar y de ser amada. Pero sólo cuando hemos experimentado el amor incondicional y gratuito de Dios comprendemos qué significa amar de verdad.

Jesús fue muy claro y contundente cuando aconseja a sus discípulos. Consejo, por otra parte, con el cual pretende que todos los hombres podamos sanarnos, en lugar de enfermarnos: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado».

El suyo es un amor que se ofrece, que sostiene al débil y que sobre todo busca la verdad.

 

CORPUS CHRISTI 2015

El Corpus esconde muchas paradojas y hay que avivarse, como siempre decía Jesús con sus “el que pueda entender que entienda”, avivarse, digo para ser co-protagonistas de un banquete de convivialidad y no espectadores de un objeto de culto desactualizado. Una paradoja es que contemplamos un Pan, ponemos en la vidriera de la Custodia un pan rico y tierno, que si no despierta el apetito y lleva pronto a conseguirlo, a partirlo y compartirlo, se vuelve una contradicción. El Corpus es para comer y saborear.

Otra paradoja es que hacemos una procesión para exaltar un banquete. El banquete puesto en marcha nos recuerda que la alegría de la convivialidad que celebramos no es aún el banquete definitivo.

La compañía del Corpus

El primer punto va por el lado de sentir en el Corpus a Jesús compañero, de sentir en el Corpus la alegría de la Compañía de Jesús.

La imagen más linda que tengo de una Procesión del Corpus es la de la Primavera del 93 en Roma. Desemboqué por una calle lateral en medio de la procesión que iba a Santa María Mayor y de golpe entre la gente distinguí ─ con súbita emoción ─ al Papa Juan Pablo que llevaba la custodia en las manos. Iba como uno más en medio de todos. En una marcha tranquila, dorada y blanca: la Eucaristía en manos del Papa, Jesús en medio de su gente…, el Pan de los ángeles acompañándonos:

Jesús, buen Pastor, Pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.

 Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coheredores y amigos, junto con todos los santos.

Les propongo ahora una contramarcha y volver a recorrer los versos de estas dos estrofas del Panis Angelicus, de manera de ir entrando en la contemplación del Corpus con ritmo de procesión.

En medio de la Procesión experimentamos al Buen Pastor que nos da la Vida verdadera, el Pan que nos cohesiona como ovejas de su Rebaño.

Contemplamos escuchando y gustando, como dice San Juan de la Cruz:

“la música callada, la soledad sonora,

(de) la Cena que recrea y enamora”.

El Apetito del Corpus

El fruto de la contemplación del Corpus es sentir y gustar internamente el deseo la Comunión. Al Corpus se lo sigue y se lo adora para incrementar el deseo de comulgar con él y de salir a crear comunión con todos, no para quedarse en la contemplación del Pan, ni siquiera para quedarse haciendo carpa en la tranquilidad del banquete.

Al Corpus se lo alaba y se lo adora para despertar deseo de la Eucaristía, el hambre del Pan Vivo, la sed de la Bebida Espiritual que es la Sangre de Jesús, que perdona los pecados del mundo, la irresistible necesidad de entablar vínculos de comunión con todos los hombres y las mujeres del mundo, en el único que nos hace un solo Cuerpo.

 La fuente de alegría del Corpus

Nos podemos detener unos instantes y hacer como una primera estación en esta contemplación en marcha. Hacemos un alto para tomar conciencia de cuál es la fuente de donde brota la Alegría del Corpus. Como dice San Juan de la Cruz:

Aquesta eterna fonte está escondida en este Vivo Pan por darnos vida, aunque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo, en este Pan de Vida yo la veo, aunque es de noche.

La alegría de la Fiesta del Corpus, según Guardini, expresa lo que el Jueves Santo no llega a desarrollar en plenitud Es que la última Cena quedó inmersa en el Drama de la Pasión. Jesús instituyó la Eucaristía haciendo una pausa entre dos momentos de altísima tensión: hacía apenas un momento que había desenmascarado la traición de Judas y unos minutos después los sacaría a todos afuera, hacia el Huerto de los Olivos y a la Cruz.

 La alegría brota como un agua de fuente inagotable en esa pausa de paz y de convivialidad en la que el Señor, en medio de la cena:

“tomó el pan habiendo bendecido lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: ─Tomen y coman, esto es mi Cuerpo. Y habiendo tomado un cáliz y dado gracias se lo dio y bebieron todos de él.

Y les dijo: ─ Esta es mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos”

ese momento lleno de íntima belleza, ese instante de comunión con el Señor que les daba a comer su Cuerpo, quedó grabado en la memoria de los Apóstoles de tal manera que se convirtió en el centro de la vida cristiana, en la fuente de la vida de la Iglesia.

El tiempo de gracia del Corpus

Todos los gestos de Jesús quedaron grabados en el corazón de los suyos y luego en la memoria del pueblo fiel de Dios. Sin embargo la Eucaristía quedó impresa de una manera única, especial. Jesús marcó expresamente ese gesto de comunión en el momento justo de la historia, recapitulando todo el pasado y anticipando todo el futuro, concentrándolos allí, en lo que sintetizamos diciendo “el Corpus”. Por eso toda Eucaristía contiene y despliega una temporalidad especial: en la Misa el tiempo es tiempo pleno, tiempo de gracia, unificación de todos los tiempos en la corporalidad resucitada de Jesucristo, Señor de la historia.

La bondad del Corpus se difunde

En la fiesta del Corpus, lo que sacamos a peregrinar por las calles no es un “objeto sagrado”, sacamos en procesión una Cena, un Banquete, un Pan Vivo ─ el Corpus ─ que concentra en sí todo el memorial de la muerte y resurrección de Jesús.

Lo que contemplamos en la Custodia no es una “foto”, no es una parte de la historia, es el Todo: el Corpus atrae toda nuestra sed de comunión y al suscitar esa convivialidad con Jesús nos abre los ojos a su Vida entera.

La paradoja del Corpus debe ser bien entendida. Ponemos como objeto de contemplación a quien es el protagonista de la comunión. Miramos fuera al Pan que llevamos dentro. Contemplamos unos instantes lo que comemos, lo que nos da vida, lo que nos hace hermanos. Exaltamos lo que es más íntimo. Ponemos a caminar lo que es más descanso: la comida familiar.

El Corpus no es un “objeto de culto especialísimo” aislado. Muchos se confunden en la Iglesia y agotan toda la fuerza de su amor en una sola dirección, la del culto, que termina siendo autorreferencial: todo es mirarme a mí, si me arrodillo al recibir la comunión y si soy más puro y totalmente atento a ese objeto que está delante y que luego meto adentro.

La dinámica del Corpus es como la de la Bondad: difusiva (no exclusiva). Adorar la Eucaristía es adorar el Amor que se nos regala gratuitamente para que compartamos con los demás.

Por eso, para concretar nos podemos preguntar:

¿Qué hay que “ver” o imaginar al contemplar la Eucaristía?

No hay que ver a un Jesús que se “define” a si mismo sino a un Jesús que se parte y se reparte.

Si Jesús hubiera querido que lo recordáramos como imagen a Él sólo, nos hubiera dejado un cuadro o una foto o la descripción de su rostro.

Pero Jesús no quiere ser recordado así. Por eso nos deja su memorial haciéndose pan para que, al abrir los ojos, no lo veamos a Él (por eso desaparece apenas lo reconocen los de Emaús) sino que, comulgando con él, veamos al Padre y veamos con ojos nuevos a los hermanos, volviendo a la Comunidad.

No hay que “ver” a Jesús. Hay que recordarlo.

Hay que comulgar con Jesús, hay que entrar en intimidad con El.

Y con El en nosotros, cumplir su mandamiento: Amar al Padre ─ rezando, alabando y adorando con reverencia amorosa ─, y amar al prójimo –sirviendo a nuestros hermanos en quienes el Señor quiere ser visto.

Jesús no quiere ser visto como objeto aislado. Y menos que hagamos objeto de visión y de culto la Eucaristía como objeto aislado. Así como los ángeles despiertan a los discípulos que se han quedado mirando al cielo, así tendrían que despertar a los que se quedan embobados mirando la hostia santa y haciendo esfuerzos para ver algo divino.

¿Qué hay que recordar y con qué sentimientos al adorar el Corpus?

Hay que recordar en el Corpus ─ con sentimientos de acción de gracias ─ todas las convivialidades que se nos han regalado: el pan del desayuno en la intimidad de la cocina, que regala unos instantes de cariño para tener fuerza para el día (como la misa de la mañana); el asadito en familia del fin de semana, en el que se recapitula y se comparte todo lo vivido (como la misa del Domingo); el banquete de las fiestas más grandes, con todos los amigos y con todo el pueblo de Dios… Jesús ha estado con nosotros, todos los días, cada vez que hemos participado convivialmente de estas comuniones cotidianas.

¿Qué hay que planificar y con qué sentimientos al adorar el Corpus?

Como Ignacio, que tenía en la mesa de la Eucaristía su mesa de trabajo, al adorar el Corpus hay que sentir lo que el Señor desea para todas las convivialidades que hemos construido juntos en su Nombre. Hay que contemplar nuestras obras –los Hogares de San José, las Casas de la Bondad- tanteando con espíritu de intercesión y disponibilidad para el servicio, qué es lo que el Señor desea que hagamos y con qué paz y con cuánta alegría.

El Corpus es la convivialidad de Jesús con el Padre que se nos regala.

El Corpus es nuestra convivialidad con Jesús que Él le ofrece al Padre.

Por eso la alegría del Corpus es tan especial: es la alegría de los que intuyen que están siendo incluidos en un Amor definitivo.

Diego Fares sj

Domingo de la Santísima Trinidad

Por Diego Fares Sj

En el corazón de su envío está primero el “bautizar” y segundo “el enseñar a guardar”.

Es decir: primero se nos manda incluir –sumergir en el Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo– y luego “dar mandamientos y preceptos”. Y en esto de los mandamientos se pone la condición de seguir una pedagogía muy especial, porque no se trata de decir lo que se debe hacer sino de enseñar a guardar todo lo mandado. Este todo no se puede hacer si la enseñanza no se hace al estilo de Jesús: con su paciencia para sostener procesos, con su perdón incondicional (como el del Padre que recibe al hijo pródigo o el Buen Pastor que deja todo para buscar a la oveja perdida) y constante (setenta veces siete).

Muy lejos, lejísimo, esta actitud de la que a veces tenemos: primero pedimos los papeles y certificados para ver si todo está en orden, y por ahí lo hacemos dentro de una estructura de sacristía tal que muchas veces eso solo hace sentir a algunas personas como ya excluidas. Uno no va a la AFIP si no tiene todos los papeles y siempre sospecha que le faltará alguno y que lo harán ir y volver dos o tres veces. Esta no puede ser nunca la imagen de la Iglesia que nos mandó a construir Jesús. La imagen tiene que ser la que damos con el Bautismo de los niños: que los papás y padrinos y todos los familiares sienten que pueden pedir el bautismo y participar en el sacramento sea cual fuere la situación moral y eclesial en la que se encuentren. Aún en esto hay algunos que ponen distancias y trabas, pero nuestra Iglesia vive con alegría esta apertura bautismal a todas las gentes. Y es quizás lo que provoca nuestra debilidad posterior: hemos sido admitidos todos los que quisimos sin muchas condiciones y luego muchos quizás no nos hemos dejado “enseñar” por la Iglesia “todo lo que Jesús le mandó”. La Iglesia vivió y vive así: incluyendo más de lo que puede manejar y disciplinar. Pasa también con los otros sacramentos: con el matrimonio y el orden. La Iglesia casa y ordena más de lo que puede “controlar”. Siembra en todo terreno la gracia de Jesús. Y esto creo que es muy evangélico. En el fondo es una apertura de todos los tesoros a todos con la esperanza de que cada uno luego los administre con responsabilidad y amor. Hay que comparar a la Iglesia con otras instituciones. ¿Qué sucede en algunos partidos políticos con el que declara algo, una mínima declaración, contra lo que opina el jefe o la jefa de turno? Muere políticamente. Lo ponen en el freezer. Primero está la disciplina partidaria y luego todo lo demás. Y tomando otra imagen, más interior y sutil, ¿qué sucede en los grupos exclusivos –familiares y sociales de distinta clase- cuando “entra” alguno que no pertenece? Se le hace sentir con mil detalles y de mil maneras que no es bienvenido, que está demás, que mejor no vuelva, que es “diferente”.

La iglesia bautismal sigue al Corazón de Jesús en su deseo de ir a todas las gentes: Vayan y hagan discípulos míos a todas las gentes. Ricos y pobres, de todas las culturas y pueblos, grandes y pequeños, jóvenes y ancianos, más santos y más pecadores. Discípulos es “seguidores y alumnos” de Jesús. No nos dice: esperen a que se gradúen. El mandato es atraer, incluir, enseñar a cumplir… Y en todo esto la cercanía del Señor: yo estoy con ustedes en esta tarea de todos los días.

¿Y por qué sale esto en la fiesta de la Trinidad?

Creo que porque de esta práctica, de esta tarea concretísima a la que Jesús nos envía, surge o tiene que surgir, si uno mete las manos en la masa y agarra la escoba junto con otros, la dificultad. No es humano salir a buscar siempre a más gente, incluir y bautizar sin que se canse el brazo, como le pasaba a San Francisco Javier, que se tomó al pie de la letra esto de ir a bautizar a todos. No es humano estar siempre enseñando (lo que implica perdonar) al que ya tendría que haber aprendido de una vez.

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Un mandato así, si uno es consciente de lo que se le manda, supone una gracia y tiene que suscitar un pedido.

La gracia es la de sentirse hijos amados del Padre.

La gracia es la que el Padre misericordioso le quiere hacer sentir al hijo resentido (que justamente, cumplió todo a la perfección y eso lo llevó a indignarse de que su hermano fuera recibido con una fiesta en vez de con un castigo): hijo, “todo lo mío es tuyo”. Sólo si nos sentimos dueños de toda la creación, de la historia y del mundo, podemos salir como nos dice Jesús. No tenemos ningún mercado que conquistar: Él ya conquistó todo y a nosotros nos envía a cosechar. Las ovejas de otros rebaños, él ya las alcanzó de alguna manera. Nosotros tenemos que salir a buscar a los que Cristo ya redimió y hacerles conocer algo buenísimo que ya es de ellos aunque no lo sepan. Son hijos, son hermanos nuestros, los que vamos a buscar. Y esto sólo lo puede hacer alguien que se siente plenamente hijo, gratuitamente hijo.

Si vamos como empleados, iremos mal.

En este cómo vamos, en este “qué le exigimos a los demás” se revela nuestra propia condición, cómo nos sentimos en la casa del Padre. El que no se siente hijo trata a los demás como entenados.

Ya vamos viendo que el envío y el mandato de Jesús nos hace descubrir –sin decirlo- al Dios Trinitario. No es Jesús sólo el que nos envía. Tenemos que escuchar bien lo que dice: “Como el Padre me envío, yo los envío a ustedes”.

Esta es la gracia que se descubre al ponerse en camino y al salir a buscar, al bautizar y al enseñar a todos. Los más alejados, los pródigos, cuando descubren a este Jesús, nos hacen descubrir a nuestro Padre (y a sumarnos a su plan de salvación o a no querer entrar como le pasó al hijo mayor).

La petición que tiene que surgir en el corazón del que sale a hacer discípulos y a bautizar a todos y que cada día se siente como maestro de niños pequeños a los que hay que volver a enseñar todo una y otra vez, es la petición del Espíritu. “Envíanos Padre, tu Espíritu Santo, Que nos prometiera tu Hijo el Señor”. No es que sea difícil la misión a la que el Señor nos envía: es imposible. El escuchar el encargo y levantar la vista y abrir el corazón para recibir al Espíritu son una y la misma cosa. El Señor suscita el deseo de una misión tan grande e inclusiva y aclara que para ella hay que “esperar ser revestidos de lo Alto”, hay que recibir su Espíritu. Sólo el Espíritu puede “enseñar toda la verdad” de Jesús. Uno solo termina enseñando “partes” (que suelen ser las que más le gustan y convienen).

Así, la necesidad del Padre brota del corazón y se convierte en deseo del Espíritu apenas uno se entusiasma con el seguimiento de Jesús y quiere hacer discípulo a otros.

No se puede cumplir el más mínimo mandamiento de Jesús si uno no “entra en la Casa del Padre donde se celebra la fiesta por todo hijo pródigo”. No es que sea difícil el matrimonio o el celibato, la pobreza o el servicio… es imposible sólo el poner la otra mejilla a la bofetada del más pequeño desprecio si uno no se siente hijo amadísimo del Padre y si no espera que el Espíritu perdone y repare toda falta y haga nuevas todas las cosas.

Sin esta acción conjunta de los Tres, quedarse sólo con los mandamientos de Jesús hasta diría que hace mal: produce esos seres tristes y agrios que recitan la doctrina completa de la Iglesia sin mostrar un ápice de fraternidad ni de apertura al perdón que son lo propio de todo mandato de Jesús.

Jesús primero incluye (eso es lo propio del Padre), nos mete a todos en el Amor del Padre: nos busca, nos lleva a casa, nos venda las heridas, nos prepara la fiesta y luego enseña (eso es lo propio del Espíritu): ilumina con su consejo, da fortaleza, abre la cancha, insufla ánimo, pone buena onda, allana los caminos, achica los problemas, nos vuelve creativos.

En la vida de Jesús el Padre y el Espíritu obran y están activos en todo momento. Si uno lee bien el evangelio, todo es Trinitario. Aunque sólo Jesús sea visible, él se ocupa muy bien de aclarar que no hace las cosas solo y que en todo actúan los tres. Y en nuestra época, en la que “amamos a Jesús sin verlo”, el Espíritu también se ocupa de hacernos sentir que él no actúa solo sino que es el que nos hace decir de corazón “Abba”, Padre y a reconocer a Jesús encarnado en los sacramentos, iluminándonos al Señor que es Palabra de vida y alimentándonos con el Señor que es Pan de Vida. El Espíritu no nos da otra cosa que no sea Jesús encarnado, como hizo al comienzo de la historia de salvación, cuando María concibió por obra y gracia Suya a Jesús.

Así, tanto en nuestra oración como en nuestras acciones prácticas, los Tres están presentes. Cuando caemos en la cuenta y “contamos” con su colaboración nuestra oración se vuelve rica y nuestro trabajo apostólico se vuelve alegre y eficaz.

Le agradecemos y le pedimos todo al Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. Amén.

 

 

 

Voluntariado Mailín 2015

Por Guillermo Sosa

Como hace ya varios años, para renovar nuestra alianza de amor hemos realizamos un voluntariado en la fiesta del Señor de los Milagros de Mailín con los jóvenes de nuestra parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Esta fiesta, originada en Santiago del Estero, se realiza el día de la Ascensión del Señor al Reino de los Cielos. El domingo, al terminar de las actividades en nuestras capillas, partimos hacia este gran y emotivo evento, sabiendo que Jesús ya está junto al Padre.

Este año, un grupo de más de 300 jóvenes de la parroquia fue a misionar en la plaza, colmada por cientos de fieles que vinieron a alabar y agradecer. Visitamos los puestos y hogares, llevando bendición y estampas. Tomamos nota de los pedidos especiales para ofrecerlo en la misa para jóvenes que tuvimos la gracia de vivir, celebrada por nuestro obispo monseñor Sergio Fenoy. Fue un momento hermoso, con muchos cantos y un templo colmado por los devotos.

Pero sin dudas unos de los momentos más fuertes y emotivos de la tarde fue la procesión de las imágenes del Señor de los Milagros Mailín y nuestra señora de la Consolación de Sumampa: los jóvenes de la parroquia llevaron los imágenes saliendo al encuentro del Pueblo de Dios. Así confirmamos que Jesús quiere quedarse en la tierra con nosotros y nos imparte el profundo amor de su Madre del Consuelo.

En este voluntariado sentimos y repetimos que darnos a los demás nos hace verdaderamente plenos y que amando y sirviendo a nuestro prójimo nuestra vida cobra verdadero sentido.

¡En Cristo y en Nuestra Madre de la Consolación!

Pentecostés: Siete maneras de expresar el amor

Por Javier Rojas Sj

Recibir el Espíritu Santo prometido no es otra cosa que recibir el amor de Dios manifestado ya en Jesucristo. Ese amor pleno de gozo, que viene de Dios en su Espíritu, se manifiesta en los hombres de muy diversas maneras, y en cada uno busca desarrolla el amor que recibimos en el bautismo.

San Pablo en la primera carta a los corintios en el capítulo 13, habla de las características de ese amor y de sus diversas manifestaciones. Los siete dones del Espíritu son maneras diversas de la manifestación de un único amor de Dios.

¿Qué manifestación de amor necesitas desarrollar más en ti en este momento de tu vida?. ¿Te lo has preguntado?

El amor sabio

Es el que nos permite saborear y gustar “internamente” de esos momentos que no tienen nada de “inteligente” sino que son simplemente expresión del corazón. ¡Vivimos tantas cosas y cuán poco disfrutamos verdaderamente de ellas! Sabiduría viene de sabor y no de saber, por ello el amor sabio es aquel que comprende y vivencia las cosas desde el corazón. Amar sabiamente es descubrir y valorar en el otro aquello que para él o ella es importante. Es rescatar del otro aquello que le produce bienestar y gozo y saber potenciarlo. El amor es sabio cuando aprendemos a saborear lo que se tiene sin lamentar la ausencia de lo que espero. El amor sabio, dedica tiempo a estar con los hijos “sin hacer nada”, disfruta con un amigo de un café hablando “de la vida”, comparte con la persona amada momentos de “sobremesa”.

El amor comprensivo 

Es el amor que entiende. Es esa dimensión del corazón que permite considerar y penetrar la belleza de las cosas que vive el otro y es capaz de valorar y apreciar. El amor comprensivo, no es solo “dejar que las cosas sucedan”, sino que es involucrase y comprender la experiencia vital del otro. El amor comprensivo es bondadoso y paciente. El amor comprensivo no mide ni regula al otro desde sus propias perspectivas, sino que sabe esperar los tiempos y los momentos. Ser comprensivo con los demás es haber fundado el amor en la esperanza de que el bien que habita en los otros se manifestará a su debido tiempo.

El amor es comprensivo cuando no impone una manera de amar sino que busca que el amor sea comprensible para el otro.

El amor atento

El don del consejo es esa capacidad que tiene el amor de saber enfrentar las situaciones difíciles de la vida, con serenidad. El amor que desarrolla el don del consejo sabe entender y “ponerse en el lugar del otro”. No recita fórmulas ni expende recetas, sino que se compromete con los sentimientos del otro y se vuelve compasivo. Ser atentos en el amor es haber desarrollado la capacidad de sentir con el otro y de involucrarse con la vivencia afectiva del otro sin perder la objetividad. Amar y estar atento es con-sentir con la persona a la que se ama. El amor es atento cuando acompaña en silencio el dolor del otro, y sabe esbozar una sonrisa con las logros de los demás. El amor atento tiene delicadezas y no teme expresar el amor.

El amor soporta

Este don del espíritu hace que el amor se manifieste como fortaleza. Y la fortaleza es esa capacidad que tiene el amor de alentar y animar a la persona que se ama a desarrollar sus capacidades y talentos personales. El amor que soporta, es aquel que brinda apoyo, que sostiene y fortalece sin quebrarse. Un amor es fuerte porque ha desarrollado la capacidad de proteger. No porque resiste los golpes sin romperse. Amar es cubrir al otro en su debilidad y protegerlo en su fragilidad. El amor que soporta sabe sostener al caído, pero también empuja y alienta para que siga adelante. Soportar es también acompañar en todo momento el proceso vital de los demás. El que ama soportando es aquel que ha tomado en serio el mandamiento del amor al prójimo.

El amor conoce

Es el que ha descubierto el sentido de la vida y el valor de los esencial. El amor nos hacer reconocer lo fundamental, lo que no puede faltar. Aquello por lo que se “vende” todo para comprar la perla escondida. El conocimiento que brota del amor es el que ha descubierto lo superfluo y perecedero de esta vida y por ello se embarca en cultivar lo que es eterno y permanece siempre. El amor que conoce es el que brinda claridad para elegir, el que orienta la búsqueda de lo que es más importante. El amor que conoce es desapegado, no le interesa acumular ni amontonar riquezas donde la “polilla” y el “herrumbre” lo puedan destruir.

El amor sensible

Es el que sabe sorprenderse. El que guarda esa capacidad tan apreciable en los niños cuando descubren algo nuevo. Es el amor que exulta de gozo ante la inmensidad de la generosidad de los demás. El don de la piedad engendra en nosotros el deseo de cercanía a Dios. Es el amor que nos habla de impulsa a cobijarnos en el corazón de Dios reconociendo nuestra pequeñez y su grandeza. La propia fragilidad y el poder de Dios. El amor sensible nos permite contemplar a los demás desde el corazón de Dios. Nos impulsa a la caridad y nos vuelve solidarios ante el dolor del prójimo. Nos despierta el anhelo de justicia para aquellos que son injustamente tratados, y se encuentran desplazados por un mundo que no quiere ni acepta al más débil y pobre. El amor sensible es piadoso. No sólo juntas sus manos para orar sino que también las separa para tenderlas al que más lo necesita.

El amor respetuoso

Es el que reconoce en los demás y en la creación la manifestación de Dios. Es el amor que contempla el mundo y reconoce al Autor de la vida. El amor respetuoso trata a los demás con la dignidad que se merecen. Sabe que todo lo que se realiza “por los más pequeños” es a Dios mismo a quien lo hace. El amor, cuando es respetuoso, no sólo conoce los propios límites, sino que también reconoce el derecho de los demás. Quién ama respetuosamente no trata a los demás como objetos sino con la dignidad de ser hijo de Dios. El amor respetuoso es cuidadoso con la obra de Dios.

En cada uno de nosotros, el Espíritu Santo cultiva el amor que Dios ha derramado con gozo en nuestros corazones.

¿Cuál de estas siete manifestaciones del amor de Dios estás necesitando cultivar más?