Reflexión Evangelio de Marcos 8, 27-35

Por Franco Raspa SJ

El evangelio de Marcos de este domingo, nos relata un momento de la vida pública de Jesús. El texto nos sitúa junto al Señor y sus discípulos, caminando hacía un poblado a las afueras de Galilea. Hagamos el esfuerzo por seguir la invitación del evangelista, poniéndonos también nosotros en el camino. Acércate al Señor y a sus compañeros ¿Qué oyes? ¿De qué hablan? ¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?

Si bien no se nos dice, qué venían conversando; lo cierto es que mientras caminaban, Jesús les pregunta acerca de su propia identidad. “¿Quién dice la gente que soy Yo?” Pregunta que en principio no compromete la opinión de sus discípulos; que responden a una sola voz “algunos dicen que…”, pero el Señor va más allá, como si deseara acercarse a la profundidad de sus corazones. “Y ustedes ¿quién dicen que soy Yo?” El único que toma la voz es Pedro, confirmando frente a todos “Tú eres el mesías”.

Y tú, que también vienes caminando junto al Señor ¿quién dices que es Jesús?

El evangelio nos cuenta que el Señor, invitando a callar a los suyos, comienza a enseñarles con claridad lo que le iba a suceder. Jesucristo frente a sus amigos, manifiesta el camino de su pascua.

Una vez más, es la figura de Pedro la que sale a escena, conduciendo al Señor “aparte”. Separándolo del grupo, lo lleva a un lugar oculto y allí lo reprende. ¿Cómo se explica esta reacción del hombre, que hace un momento, había confesado a Jesús como el Mesías? ¿Qué habrá pasado por el corazón de Pedro? ¿Qué habrá sentido?

No sabemos que fue lo que Pedro le dijo a Jesús, pero sí queda claro, cuál fue la reacción del Señor. Que dándose vuelta, primero miró a sus discípulos. Es decir, que Pedro también estaba con ellos. Recién allí viene la respuesta del Hijo de Dios, “Retírate, ven detrás de mí Satanás”.

¿A quién desafía Jesús si no es al mismo Pedro?

El Señor reta a aquel que es capaz de enturbiar, y entristecer el corazón de los hombres, con falsas razones. A aquel, que entrando con temor en el corazón de Pedro, lo confunde haciéndole creer que es él quien marcha delante del Señor. Es al mismo Satanás, a quien Jesús increpa diciéndole, tú no irás delante de mí. Yo soy el Señor, no tú.

Pensemos, en cuántas ocasiones de mi vida me he visto en la situación de Pedro. ¿Cuáles han sido aquellos momentos, en los que el maligno enturbiándome la mirada, me hizo creer que él era más poderoso que nuestro Señor? ¿En qué situaciones, me ha hecho creer que Jesucristo, me había abandonado?

El segundo movimiento del Señor, que nos relata el evangelista Marcos es la llamada que Jesús hace a toda la multitud. Que ubicándolos junto a sus discípulos, les comienza a anunciar como debe ser el camino, de aquellos que desean caminar con Él.

El seguimiento al que Jesucristo nos invita, es ir tras sus pasos. Sin adelantarnos. Sin embargo, Jesús introduce aquí una frase, que sondea las profundidades de nuestro corazón. “El que quiera venir detrás de mí, que renuncié a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Renunciar, cargar y seguir. En estos tres verbos, el Señor de la vida nos da las pistas para nuestro propio caminar. En estos tres verbos, se resume el modo en cómo vivió el Hijo de Dios. Renunciar, cargar y seguir, nos hablan de una invitación a hacer de nuestra vida, una donación y entrega.

Pero esta frase quedaría incompleta e incómoda, sino fuese por la mirada y el horizonte que el mismo Jesucristo le otorga; al terminar diciendo “el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará”. Es decir, que es solo en la persona de Jesús, donde nuestro corazón descansa, porque es solo en Él, donde la renuncia, la carga y el seguimiento al que Él nos llama, cobran sentido.

Reflexión del Evangelio, 6 de Septiembre de 2015

Marcos Muiño sj

Cuando rezaba con este Evangelio no podía evitar pensar en el revuelo que ha provocado la foto del niño Sirio en las playas turcas, y me venía la pregunta de si, ante esta u otras realidades “anónimas” “sin foto” que nos rodean más de cerca, es posible que Jesús Vivo haga nuevas todas las cosas, o si es posible pensar que todo se ha hecho bien.

Creo que en el Evangelio de este domingo Jesús como Buena Noticia nos renueva la esperanza desafiándonos. Para confiar en la promesa de Dios de hacer nuevas todas las cosas no nos podemos dar el lujo de vivir hoy con el corazón bloqueado. Y el corazón se bloquea cuando dejamos oxidar algo fundamental: nuestra capacidad para escuchar y nuestra posibilidad de hablar. Cuando se oxida el oído y la boca del corazón creemos que podemos solos, no nos importa la palabra del otro, dejamos de perdonar, dejamos de confiar. Cuando se oxida nuestro oído aturdimos con miles de palabras pero que nada tienen que ver con lo que el otro me pide o necesita. Cuando se oxida nuestro oído se nos escapa que hay muchos “anónimos” “sin foto” que piden a gritos nuestras manos y nuestra voz.

Hoy más que nunca el Evangelio de la Buena Noticia nos da la oportunidad de aceitar el corazón. Jesús viene decidido a romper con ese bloqueo. Y para ello se toma su tiempo, no improvisa con nosotros. Nos lleva a un lugar aparte para estar en silencio. Levanta los ojos y pide al Padre la ayuda para desbloquear nuestro corazón. Jesús Reza. Jesús habla con el Padre sobre nosotros y le pide la fuerza para hacer nuevas todas las cosas, y es ahí cuando Jesús, poniendo su mano sobre nuestro oído y nuestra boca dice: ¡Ábrete! No tengas miedo. No te quedes solo. No te cierres. ¡Ábrete! No dejes que se oxide tu corazón. El mundo necesita que lo escuches, el mundo necesita que digas la verdad, que hables. ¡Ábrete! Para dar una palabra de consuelo. ¡Ábrete! Para aprender a perdonar. ¡Ábrete! Para confiar en que vale la pena jugársela por hacer nuevas todas las cosas.

El gran antídoto para el bloqueo del corazón es el dar gracias. Reconocer que Jesús sigue haciendo las cosas bien por nosotros. Reconocer que el otro tiene algo para mí. Dar gracias por tanto bien recibido nos aceita el corazón, lo hace escuchar, lo hace hablar, lo hace cantar.

Los invito a que este domingo pidamos la gracia para que no desperdiciemos la oportunidad de evitar que se nos oxide aquello que nos hace vivir, que nos da sentido, que nos abre a las personas que queremos. De la mano de Jesús no dejemos que se nos oxide el corazón.

Reflexión del Evangelio, Domingo 30 de Agosto

Por Rafael Stratta SJ

Al leer el evangelio de este domingo creo que sería bueno hacer dos constataciones. Por un lado Jesús habla al corazón, habla del corazón, y se refiere al corazón de todos. Es verdad que al principio se enfrenta con los fariseos y los acusa de hipócritas, de caretas, que dicen jugar el partido pero no mojan la camiseta. Pero las palabras de Jesús no quedan en un puro reproche a los fariseos sino que el evangelio dice que “llama a la gente”, a todos, para hablarnos de lo que puede pasar con nuestro corazón.

Por otro lado, la segunda constatación es que Jesús reconoce la bondad de todo: lo bueno que es el mundo, lo bueno que son las cosas, lo bueno que somos. Pero en este reconocimiento Jesús no es ingenuo y demuestra conocer lo que es la libertad del hombre y la mujer: reconoce que somos buenos pero también sabe del mal que somos capaces. Y desde acá pronuncia sus palabras que quiere que se “entiendan bien”, como él mismo lo dice.

Con estas dos constataciones podemos decir que el mensaje del Evangelio de este domingo se despega un poco de cómo hay que hacerse las cosas, si lavar así tal copa, si hacer asá tal rito. El evangelio apunta a cómo nuestro corazón, que es bueno porque es de Dios y porque ahí él nos encuentra siempre, tiene el poder para cambiar las cosas: ya sea para hacerlas mejores, ya sea para meter la pata y dejar que se nos vaya muriendo de poco. ¡Ojo! El corazón para un judío de la época de Jesús significaba la vida entera, lo que nos hace vivir, afectos, deseos, amores y odios (esto es mucho más amplio que lo que entendemos hoy). En definitiva, en el relato está presente esa extraña relación entre nosotros y el mundo, las situaciones, las cosas.

San Ignacio de Loyola, entre otros, se preocupa de que estemos bien ubicados frente a los medios cuando de verdad queremos reconocernos frente a Dios, como pecadores perdonados, amados y llamados a conocer y seguir de cerca su Hijo. Y este estar ubicado frente a los medios no es otra cosa que pedirle a Dios que nos haga libres, “indiferentes” como dice él, para poder elegir siempre lo que nos acerque a Dios y acerque a otros.

Pero hay un problema: ¿existe de verdad un corazón bueno, bueno en estado puro? Creo que sólo el de Dios. Nosotros somos creados buenos pero libres, y en nuestras opciones –Jesús lo sabe muy bien- se mezcla la gracia de Dios con el pecado, lo que sabemos hacer bien con el daño que podemos causar a otros. Podríamos decir que somos como el agua que arrastra diferentes cosas consigo: sólo cuando se aquieta y puede decantar, nos enteramos cómo es, que tiene, y de hecho podemos “tratarla” para que sea más potable.

Y acá llegamos a una invitación con la que nos podemos quedar este domingo: para ver cómo estamos frente a los medios que nos rodean, para ver cómo estamos frente a la propuesta de vida y plenitud que se nos propone desde el Evangelio, es muy pero muy importante reconocer lo que nos habita, lo que tenemos en el corazón y que puede salir de nosotros. Tenemos que decantar nuestro día a día, asomarnos a la profundidad. Ya escuchamos miles de veces que los jóvenes de hoy se aturden de música, se llenan de imágenes, etc., etc. Y es verdad. Pero creo que nadie pierde nunca la capacidad de ir más profundo si es que lo desea. Las palabras de Jesús nos quieren poner frente a nuestro corazón para que de verdad lo miremos y nos animemos a reconocer lo que da vida y lo que mata un poco, para poder pedir ayuda y dejar que nos acompañen.

Reflexión del Evangelio Domingo 23 de Agosto

Por Julio Villavicencio SJ

Reflexión del Evangelio: Juan 6, 60-69.

En la lectura de este domingo comenzamos con una escena que nos acerca a la realidad del Evangelio, es el pensamiento de los que lo escuchaban y se decían “Que duro este lenguaje”. Que duro es el mensaje a veces del Evangelio. Y es lo que todos nosotros en mayor o menor medida, alguna vez experimentamos en nuestra vida. Qué duro es ser cristiano, querer ser coherente con el seguimiento de Jesús y tener que vivir con una cultura que la mayoría de las veces nos propone direcciones contrarias. Que duro es ser honesto en nuestro trabajo cuando nos falta dinero y sabemos que hay oportunidades deshonestas de conseguir lo que necesitamos. Que duro es perdonar 70 veces 7, cuando lo único que reina en nuestro corazón es ganas de que esa persona que me hizo daño reciba más daño del que me hizo. Qué duro suena en nuestros oídos, “amaras a tu enemigo”.

No sé ustedes, pero yo entiendo muy bien esos discípulos del Evangelio que se dicen así mismo “Que duro este lenguaje”. No es de sorprender que más adelante en el relato se nos diga “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron y ya no andaban con él”. ¿Acaso no conocemos personas que fueron con nosotros a catequesis, a grupos juveniles, que tomaron los sacramentos y hoy no están ni cerca de las enseñanzas de Jesús? ¿Qué pasó? ¿Es que las palabras de Jesús también a ellos les parecieron duras, tan difíciles de aplicar a sus vidas, a la manera de entender la vida hoy que “desde entonces muchos se volvieron…”? Pero no vayamos a ver la paja en el ojo ajeno, miremos nuestra viga ¿Cuántas veces nos cuesta y hemos realmente, en algunos momentos, dejado de andar con Jesús? Sinceramente, si dijeran levanten la mano quien alguna vez se volvió y dejó de andar con Jesús en su vida, yo la tengo que levantar. Pero también es verdad, que a poco andar en este dejar a Jesús, la carga se vuelve pesada. Las lágrimas no desaparecen, solo se ocultan detrás del televisor o el cine. Las risas hechas de una superficialidad contingente, en alguna vuelta de la esquina se nos caen y nos encontramos solos. Con un puñado de cosas, que según la cultura nos dan la alegría y la vida, y sin embargo no nos llenan para nada. Sí, a poco de andar dejando a Jesús, el camino que parecía de colores, se vuelve tan frío y superficial que la angustia toma muchas veces nuestra vida.

Entonces es cuando resuenan las palabras de Pedro en nuestro corazón “Señor, ¿a quién vamos a ir?” ¿A quién vamos a ir? ¿A quiénes? ¿Hacia dónde encarar nuestra vida? Es que acaso creímos la mentira de la cultura del consumo. Que la dirección esencial de nuestra vida es conseguir la materia necesaria no solo para vivir, sino para ser “feliz”. Donde la felicidad se reduce a tener un buen pasar económico. Me levanto y me duermo pensando en eso. Consumir. Consumir experiencias en vez de vivirlas en profundidad. No les ha pasado que a veces parece que es más importante la foto que tomaste en algún lugar que preguntarte ¿qué aprendí en ese lugar y con esas personas sobre la vida y para mi vida?.

Sí, a poco de caminar ya no sabemos a dónde ir, porque el camino emprendido parece un callejón sin salida. Es entonces, cuando nuestra debilidad nos hace fuertes porque el Espíritu sopla en nuestro interior: “Solo tú tienes palabras de vida eterna…” Palabras, mensaje, sentido. Vida que no se acaba a la vuelta de la esquina. Pero la vida no se dá solo por respirar. La Vida hay que aprender a recibirla, defenderla, y al final agradecerla, pues nadie va a la Vida si no es por el Padre. Si ya estamos luchando, tene la certeza, Dios está con vos. Si estas aprendiendo a vivir, te lo aseguro, Dios te está sosteniendo.

La Comunión de la Vida de Dios – Reflexión del Evangelio

Por Alfredo Acevedo SJ

Reflexión del Evangelio: Juan 6, 51-59

Podríamos decir que este fragmento que la liturgia nos regala para este domingo 16 de agosto, XX° del tiempo ordinario, tiene su conclusión en el domingo siguiente. Pero no se trata de quedarse como a mitad de la película, como si el final fuera lo único importante. La liturgia nos propone ir de a poco, sintiendo y gustando cada domingo lo que el Evangelio de Juan nos propone. La Iglesia es sabia y por eso nos propone ir de a poco. Porque como con en los grandes banquetes, no se trata de comer en cantidad sino de saborear y gustar cada bocado.

Estamos en lo que algunos llaman la Primera parte del Evangelio de Juan (capítulos 1 -12). En esta parte, Jesús, que viene del Padre, busca revelarse, mostrarse, darse a conocer a los suyos. Y este fragmento no parece ser otra cosa que eso: Jesús se presenta como el Pan de Vida. Un Pan, “no como el que comieron sus padres y murieron”, sino un Pan que trae Vida Eterna. Un Pan que hace comunión. Comunión con Él y por eso, comunión con el Padre, que es el que lo envió.

Esto que se dice rápido, por lo general, se comprende poco. Porque lo que propone Jesús no es una tontera. Jesús comienza a mostrarse y eso genera reacciones: algunos que creen y otros que no, los que lo aceptan y los que lo rechazan. Pero leamos de nuevo ese versículo 57: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí”. Podríamos decir que al comer a Jesús entramos en comunión con Él y con el Padre. Al comulgar, el creyente entra a formar parte de la vida de Dios. ¿Se comprende esto?

Los que estaban escuchando a Jesús parecen no comprenderlo. Eso es típico del Evangelio de Juan, pero también de nosotros. Como si oyéramos pero no escucháramos.

El evangelio nos propone creer en Jesús. No se trata de saber o conocer. Ni siquiera de haber escuchado su Palabra. Se trata de creer, y creyendo, tener Vida Eterna, Vida Verdadera. La misma Vida de Dios, la de Jesús, la de aquellos que se han animado a permanecer en Él y con Él. Es un texto que nos ayuda a adentrarnos en esta comunión con Jesús, que es comunión con la Iglesia, con los creyentes, pero es la comunión con la Vida de Dios. Es un lindo desafío para este fin de semana y para nuestra vida. Pidámoselo al Señor.

 

A quiénes amar – San Alberto Hurtado

Por San Alberto Hurtado Sj

A todos mis hermanos de humanidad. Sufrir con sus fracasos, con sus miserias, con la opresión de que son víctima. Alegrarme de sus alegrías. Comenzar por traer de nuevo a mi espíritu todos aquellos a quienes he encontrado en mi camino: Aquellos de quienes he recibido la vida, quienes me han dado la luz y el pan. Aquellos con los cuales he compartido techo y pan. Los que he conocido en mi barrio, en mi colegio, en la Universidad, en el cuartel, en mis años de estudio, en mi apostolado… Aquellos a quienes he combatido, a quienes he causado dolor, amargura, daño… A todos aquellos a quienes he socorrido, ayudado, sacado de un apuro… Los que me han contrastado, me han despreciado, me han hecho daño. Aquellos que he visto en los conventillos, en los ranchos, debajo de los puentes. Todos esos cuya desgracia he podido adivinar, vislumbrar su inquietud. Todos esos niños pálidos, de caritas hundidas… Esos tísicos de San José, los leprosos de Fontilles… Todos los jóvenes que he encontrado en un círculo de estudios… Aquellos que me han enseñado con los libros que han escrito, con la palabra que me han dirigido. Todos los de mi ciudad, los de mi país, los que he encontrado en Europa, en América… Todos los del mundo: son mis hermanos.

Encerrarlos en mi corazón, todos a la vez. Cada uno en su sitio, porque, naturalmente, hay sitios diferentes en el corazón del hombre. Ser plenamente consciente de mi inmenso tesoro, y con un ofrecimiento vigoroso y generoso, ofrecerlos a Dios. Hacer en Cristo la unidad de mis amores. Todo esto en mí como una ofrenda, como un don que revienta el pecho; un movimiento de Cristo en mi interior que despierta y aviva mi caridad; un movimiento de la humanidad, por mí, hacia Cristo. ¡Eso es ser sacerdote!

Mi alma jamás se había sentido más rica, jamás había sido arrastrada por un viento tan fuerte, y que partía de lo más profundo de ella misma; jamás había reunido en sí misma tantos valores para elevarse con ellos hacia el Padre.

Atacar, no tanto los efectos, cuanto sus causas.

¿Qué sacamos con gemir y lamentarnos? Luchar contra el mal cuerpo a cuerpo. Meditar y volver a meditar el evangelio del camino de Jericó (cf. Lc 10,30-32). El agonizante del camino, es el desgraciado que encuentro cada día, pero es también el proletariado oprimido, el rico materializado, el hombre sin grandeza, el poderoso sin horizonte, toda la humanidad de nuestro tiempo, en todos sus sectores.

Tomar en primer lugar la miseria del pueblo. Es la menos merecida, la más tenaz, la que más oprime, la más fatal. Y el pueblo no tiene a nadie para que lo preserve, para que lo saque de su estado. Algunos se compadecen de él, otros lamentan sus males, pero, ¿quién se consagra en cuerpo y alma a atacar las causas profundas de sus males? De aquí la ineficacia de la filantropía, de la mera asistencia, que es un parche a la herida, pero no el remedio profundo. La miseria del pueblo es de cuerpo y alma a la vez.

Lo primero, amarlos: Amar el bien que se encuentra en ellos, su simplicidad, su rudeza, su audacia, su fuerza, su franqueza, sus cualidades de luchador, sus cualidades humanas, su alegría, la misión que realizan ante sus familias… Amarlos hasta no poder soportar sus desgracias… Prevenir las causas de sus desastres, alejar de sus hogares el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la tuberculosis. Mi misión no puede ser solamente consolarlos con hermosas palabras y dejarlos en su miseria, mientras yo almuerzo tranquilamente, y mientras nada me falta. Su dolor debe hacerme mal: la falta de higiene de sus casas, su alimentación deficiente, la falta de educación de sus hijos, la tragedia de sus hijas: que todo lo que los disminuye, que me desgarre a mí también.

Amarlos para hacerlos vivir, para que la vida humana se desarrolle en ellos, para que se abra su inteligencia y no queden retrasados. Que los errores anclados en su corazón me pinchen continuamente. Que las mentiras o las ilusiones con que los embriagan, me atormenten; que los periódicos materialistas con que los ilustran, me irriten; que sus prejuicios me estimulen a mostrarles la verdad.

Y esto no es más que la traducción de la palabra «amor». Los he puesto en mi corazón para que vivan como hombres en la luz, y la luz no es sino Cristo, verdadera luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9). Toda luz de la razón natural es luz de Cristo; todo conocimiento, toda ciencia humana. Cristo es la ciencia suprema.

Pero Cristo les trae otra luz, una luz que orienta sus vidas hacia lo esencial, que les ofrece una respuesta a sus preguntas más angustiosas. ¿Por qué viven? ¿A qué destino han sido llamados? Sabemos que hay un gran llamamiento de Dios sobre cada uno de ellos, para hacerlos felices en la visión de Él mismo, cara a cara (1Cor 13,12). Sabemos que han sido llamados a ensanchar su mirada hasta saciarse del mismo Dios. Y este llamamiento es para cada uno de ellos, para los más miserables, para los más ignorantes, para los más descuidados, para los más depravados de entre ellos. La luz de Cristo brilla entre las tinieblas para todos ellos (cf. Jn 1,5). Necesitan de esta luz. Sin esta luz serán profundamente desgraciados.

Amarlos apasionadamente en Cristo, para que la semejanza divina progrese en ellos, para que se rectifiquen en su interior, para que tengan horror de destruirse o de disminuirse, para que tengan respeto de su propia grandeza y de la grandeza de toda creatura humana, para que respeten el derecho y la verdad, para que todo su ser espiritual se desarrolle en Dios, para que encuentren a Cristo como la coronación de su actividad y de su amor, para que el sufrimiento de Cristo les sea útil, para que su sufrimiento complete el sufrimiento de Cristo (cf. Col 1,24).

Si los amamos, sabremos lo que tendremos que hacer por ellos. ¿Responderán ellos? Sí, en parte. Dios quiere sobre todo mi esfuerzo, y nada se pierde de lo que se hace en el amor

 

Reflexión del Evangelio, Domingo 9/08

 Por Emmanuel Sicre, sj

«El que coma de este pan vivirá para siempre»

Desde hace 2 domingos venimos leyendo el capítulo 6 del evangelio de Juan que nos trae el discurso del Pan de Vida, como se lo conoce tradicionalmente. En la lógica de la liturgia, es decir, desde la pedagogía de la Iglesia para cuidar la vida espiritual de sus hijos, nos encontramos en el tiempo ordinario. No porque sea de baja calidad, sino porque es el tiempo habitual de la vida cristiana donde cada uno de los creyentes en Jesús caminamos con lo que nos toca hacer, vivir, soportar, compartir… en fin, con nuestra vida real.

Este discurso del Pan de Vida nos viene al pelo para que recordemos dónde es que encontramos las fuerzas necesarias para nuestro discernimiento en la vida corriente. ¿No resulta difícil acaso sostener la fe en medio de las dificultades que nos tocan vivir? ¿Cómo hago para seguir creyendo cuando me siento abatido, triste, angustiado, desolado? ¿Cómo hacer que la experiencia de encuentro Dios no se apague en el corazón en medio del frenesí de actividades? ¿Cómo percibir el proyecto del Padre que Jesús quiere comunicarnos cuando la realidad se ve tan dura? ¿Cómo amar al que me cuesta?

Jesús nos explica que la comunión con él nos dará la vida plena. Porque él es el pan de Vida que saciará el hambre y la sed. Pero ¿qué es estar en comunión con él? Muchos piensan que estar en comunión con el Dios de Jesús es cumplir con ir a misa todos los días o “estar en gracia”, confesados y moralmente “limpios” para comulgar, pero ¿no resulta esto un “cepo eucarístico”? ¿No sería al revés? Y por eso cuando no se cumplen estas condiciones “murmuran”, chismosean, juzgan, denigran: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre.” Decían de Jesús como tratando de bajarle los humos. ¡Cuántas veces somos jueces de los demás!

Jesús nos enseña algo más profundo, más hondo, más arriesgado que el cumplimiento, asociado a comer del maná que comían los padres en el desierto que no les trajo la vida, sino la muerte. El pan que ofrece Jesús es algo mayor que el cumplimiento de las leyes. Lo que nos propone Jesús es que nos unamos a él de una manera nueva.

Él quiere que nos dejemos instruir por Dios como decían los Profetas.

Él desea que oigamos al Padre y recibamos su enseñanza yendo hacia él que es el rosto visible de Dios.

Él nos pide que creamos en él para que seamos saciados, que lo digiramos, que lo consumamos, que hagamos de nuestro cuerpo un sagrario de su vida.

Entonces, cuando sintamos desde adentro esa atracción por la vida y los signos de Jesús nos nacerán las acciones, los gestos y las palabras oportunas, en especial, con el hermano solo y desamparado.

Comulgar el Pan de la Vida trae fuerza, ánimo, confianza, arrojo, amor, nunca juicio, autoexigencia, crítica, desprecio, aduanas, narcisismo espiritual.

Comulgar el Pan de Vida nos alimenta el Cristo interior que abre a los demás, a las relaciones sanas, solidarias.

Comulgar el Pan de la Vida es recibir el cielo en nuestras entrañas para que el mundo sea cada vez más parecido al proyecto de amor del Padre, que nos comunicó Jesús.

Dejémonos atraer entonces por un Dios así de nutritivo. Solo así seremos resucitados.

 

La mirada contemporánea de San Ignacio

Por Néstor Manzur SJ

Algunos elementos sobre la mirada que nos propone San Ignacio de Loyola, una mirada contemporánea

* Es importante tener la capacidad de tomar las riendas de nuestra vida tomando- Buenas- decisiones.

* Buscar el conocimiento personal. Descubrir nuestros limites no como probelmas sino como desafìos, como oportunidad de crecimiento. No ser «esclavos» de nuestros deseos y conocer nuestras propias trampas.

* Integrar el fracaso en nuestras vidas. El fracaso forma parte de nuestra historia.

* Buscar la voluntad de Dios, no como algo que esta escrito en el cielo, sino mas bien, algo que está en lo profundo, algo que pasa por nuestra libertad, nuestras decisiones y opciones.

* Ser capaces de vivir de la gratitud y de la gratuidad en un mundo donde la queja es muy frecuente.

* Ayudar y aprender a pedir ayuda. Sentirme necesitado y poder expresarlo de buena manera.

* Descubrir la amistad y sus limites.

* Descubrir al Dios pobre y humilde. Descubrirse a uno mismo. Reconocer la fragilidad y los pies de barro de cada uno.

* Salir de imagenes erradas de Dios y atreverse a mirar a un Dios imagen y semejanza nuestra, pero Dios en verdad. Esta mirada afecta la comprensión de nosotros mismos.

* El nosotros no tienen que ser una burbuja, sino una mirada al mundo como espacio donde tenemos que construir el Reino desde la palabra, la buena noticia, el evangelio para un mundo real, concreto aterrizado y desde las relaciones humanas solidas, reales, respetuosas y vividas desde la fragilidad.

* Encontrar las claves para vivir nuestra vida de una manera que valga la pena.

Saludos y buen San Ignacio.

 

Nestor Manzur, sj

¿Qué puede enseñar Ignacio de Loyola a un joven de hoy?

¿Qué puede aportar la vida y la espiritualidad propuesta por Ignacio de Loyola a lo jóvenes de hoy?

“Y todo eso está en el caso de San Ignacio, que ayuda a construir personas con cinco elementos importantes: primero, es la capacidad de tomar las riendas de la propia vida (…); segundo, el conocimiento personal es muy necesario (…); también enseña a afrontar el fracaso (…); a buscar la voluntad de Dios, no como algo que está escrito en las estrellas (…) y el ser capaces de vivir desde la gratuidad y la gratitud”.

José María Rodríguez Olaizola, jesuita español nos lo explica en este video desde su experiencia en la espiritualidad ignaciana.

Ver Video

Reflexión del Evangelio, Domingo 26/07

Por Franco Raspa SJ

El evangelio de hoy nos describe la multiplicación de los panes realizada por Jesús. Los invito, a que podamos imaginarnos juntos, la escena que el evangelista Juan nos narra.

El relato comienza contándonos cómo Jesús atravesaba el mar de Galilea, mientras una multitud lo seguía. Dicho seguimiento, según Juan, se debía a los signos que Jesús había realizado en medio del pueblo. Sanando a muchos de sus enfermedades.

Sin embargo, al parecer Jesús sin caer en la cuenta de que muchos lo seguían, sube a una montaña y se sienta con sus discípulos. Hagamos el esfuerzo por ver a Jesús y sus discípulos sentados, en un lugar elevado. Y como desde allí se podía apreciar el inmenso mar de Tiberíades.

Desde ese lugar de la montaña, el Hijo de Dios reunido con sus compañeros, levanta los ojos y ve a la multitud. Cabe aquí preguntamos ¿Qué habrá visto Jesucristo en esa multitud que acudía a Él? ¿Qué habrá pasado por su corazón? ¿Qué necesidades habrá contemplado? Quizá estas mismas preguntas, podrías hacértelas tú también: Diciéndote ¿Qué verá Jesús en Mí, cuando me acerco a Él? ¿Qué pasará por el corazón de Jesús cuando me observa detenidamente? ¿Qué necesidades verá el Señor en mí, que hacen que lo busque y lo siga?

Si bien el relato no nos dice a ciencia cierta qué ve Jesús en la multitud. Lo que sí sabemos es que la respuesta a la visión del Señor, involucra a otros. Es decir que la palabra de vida que el Señor viene a dar, al peregrinar del hombre, no se formula desde un Dios que trabaja de manera individual y directa, sino de manera colectiva.

En el relato de Juan es Jesús el que ve y toma la iniciativa, pero la respuesta no se manifiesta individualmente, sino que la formula en relación con aquellos de los que se rodea.

Es por eso, que la pregunta de Jesús a sus discípulos, los interpela profundamente, desubicándolos; ellos no saben a lo qué se refiere; por qué les pregunta a ellos, si es él quien tiene que solucionar esto.

La primera reacción que entra en escena es la de Felipe, mostrando una actitud realmente pesimista. Sosteniendo que esto es una locura, que doscientos denarios no bastarían para dar de comer a tantos.

Sin embargo, la intervención de un segundo discípulo, Andrés, temeroso y un tanto avergonzado, presenta las ofrendas de un niño, que trae cinco panes de cebada y dos pescados.

De esa insignificante ofrenda humana, sostenida en las manos de un niño, Jesús llevará adelante el milagro de la multiplicación. Porque no es, sino a través de la generosidad de la bondad del hombre, que el Dios de Jesús, puede operar el milagro de los panes.

Nuevamente, como lo había hecho junto a sus discípulos, Jesús hace que Toda aquella multitud se siente junto a Él. Es interesante el énfasis del evangelista Juan, en resaltar que Todos se sentaron y una vez que Todos se saciaron, Todos los pedazos fueron recogidos.

Es decir que Nada de la ofrenda se pierde. El Señor respetando nuestra generosidad, multiplica aquello que le hemos ofrecido y la lleva a plenitud.

Finalmente, el relato culmina con un Pueblo que viendo saciado su hambre, aclama a Jesús como el profeta que debía venir. Sin embargo, Jesucristo siente que dicha aclamación del Pueblo, viene solo porque ha visto saciado su hambre de pan. Pero no han sido capaces de percibir el signo aún mayor.

Solo habían captado la parte exterior del signo. Es por eso que el relato culmina con Jesús retirándose nuevamente solo a la montaña. Jesús se retira nuevamente a la montaña, para volver a observar cómo y de qué manera él puede seguir revelándose a su pueblo. Hasta transformarse en el único alimento capaz de calmar el hambre de nuestro corazón.

El Dios de Jesús no se reduce a solo a un Rey que calma el hambre de la población. El Dios que nos revela Jesucristo, se parte, multiplicándose hoy en cada eucaristía, haciendo que todos los seres humanos formemos parte de su misma vida divina.