Primera Semana

Para un Dios que busca, nada es suficiente sino es todo.

Noventa y nueve ovejas no son suficientes, si una no está.

Para lo que sea no le alcanza, si le falta una moneda.

Un hijo no llena, si siempre hay otros por volver.

Pérdida, búsqueda, rehabilitación y misión

son un solo camino en el protagonismo de amor

del Señor por nuestras vidas. 

Camino que va haciendo con mucho respeto,

con mucho silencio, con mucho cariño.

Como cordero manso, si lo llamamos viene,

si lo echamos se va, si lo matamos se calla.

Pero gracias a Dios, gracias al Padre, siempre vuelve,

para ponerse ahí, junto a la puerta,

junto a nuestra puerta, de pie, Mirándonos.

Marcos Alemán Sj

 

En Todo Amar y Servir

Una máxima ignaciana que define un idea, un deseo, una aspiración legítima del creyente. Amar a cercanos y lejanos. Con amor que recibe muchos nombres: amistad, pasión, compasión, respeto… Es verdad que no es fácil, y que en ocasiones resulta difícil querer a algunas personas. Y no por mala voluntad, sino porque las relaciones humanas son complejas. Pero también se aprende.  A mirar con benevolencia. A comprender otras vidas. A desearles lo mejor. Y a trabajar por ello.

Ahí entra el servir. Servir es ponerse manos a la obra para tratar de dejar el mundo un poquito mejor de lo que lo conocemos.  Servir es la disposición para ayudar, para atender, para sanar… Servir en lo cotidiano. En la familia, en el trabajo, en el descanso.  Sirven las palabras y los gestos; los silencios y las miradas; sirve nuestro tiempo, si lo empleamos bien; y la risa que se contagia; las canciones que esponjan; los esfuerzos por levantar al que anda caído.

Sirve dar la vida cada día.

Ignacio de Loyola lo aprendió al mirar a Jesús. Al conocerle, amarle y seguirle.

Es un buen eslogan para esta época nuestra. Un poco contracorriente, y para muchos, difícil de entender. Pero es una buena disposición vital. Darse, a tiempo y a destiempo. Porque de egoístas  va el mundo sobrado. Y así nos va. De modo que, aunque sea difícil y a veces cueste, ¿por qué no ser ambiciosos? Para amar y servir, en todo.

 

 José Mª R. Olaizola, sj

Noviazgo ¿Confianza o ilusión?

Reza un dicho popular: «La confianza lleva años construirse y puede quebrarse en un segundo». ¿Es verdad? ¿Puede un segundo derrumbar una relación de años?

Una manera de definir la confianza es decir que se trata de una «creencia» que tiene una persona o grupo, de sí mismo o de otros, de que se actuará de manera adecuada en una determinada situación. Hay quienes se refieren a la confianza diciendo que es una sensación de certeza o de seguridad. Otros, que la confianza no es una sensación, sino un acto; un acto de fe o de entrega. Ésta última se basa en que la raíz latina de la palabra «confianza» se deriva de «con» y «fidere», que significa «creer».

Para confiar en alguien o crecer en confianza hacen falta entrega, fe y capacidad de discernimiento. Las sensaciones, para que no nos engañen, necesitan discernirse con apertura de corazón y de mente para darnos cuenta si una relación prospera o no, y evitar vivir un «espejismo». El espejismo como todos sabemos es una ilusión óptica gracias a la refracción de la luz. Seguramente si tuvieras una gran necesidad de beber agua, y vieras a lo lejos un charco, te sentirías propenso a creer que existe un oasis. Pero si al acercarte al lugar verificaras que fue solo una «ilusión» te darías cuenta que ante las sensaciones debemos tomar una actitud más «deliberativa».

Ahora bien, ya sea que asumamos que la confianza es una sensación de certeza o un acto de fe, lo cierto es que para que una relación afectiva prospere y crezca debe existir sintonía con los principios y valores. Y también coherencia entre las sensaciones y las actitudes.

Es decir, confiar es creer y sentir que se actuará en una determinada situación conforme a los principios y valores.

Confianza no es “algo” que se tiene al comienzo de una relación. Lo que comúnmente se tiene es «ilusión». Ilusión, deseos o necesidad de ser amados, aceptados, protegidos, tenidos en cuenta, etc. Como cuando sentimos necesidad de beber agua y de refrescarnos bajo la sombra de un árbol frondoso y vemos a lo lejos un oasis con sus espléndidas palmeras.

La confianza se forja, se construye, se alcanza, se obtiene a medida que se experimenta seguridad permaneciendo en el vínculo con otra persona o grupo. Se crece en confianza cuando la manera de actuar es el reflejo de las propias convicciones. Cuando hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

En definitiva, la confianza surge en la medida en que disminuye la ilusión. La ilusión o los sueños son buenos cuando nos marcan el horizonte que nos motivan a dar pasos hacia adelante. No cuando disfrazan la realidad. La realidad afectiva y amorosa de muchas parejas dista mucho de ser un oasis o un paraíso, y mucho menos de ser relaciones fundadas en la confianza mutua. Más bien son soledades inundadas de espejismo que no terminan ofreciendo seguridad, amor ni contención.

Es muy importante que en una relación, ya sea amorosa o de amistad, incluso de trabajo, sepamos discernir entre las relaciones confiables y los vínculos ilusorios. En una relación amorosa, particularmente, se avanza cuando se deja atrás la ilusión para construir la confianza sobre el principio de la realidad.

La ilusión al igual que la utopía «sirve para caminar» como lo ha expresado Eduardo Galeno. Pero no para maquillar la realidad.

Una relación de pareja confiable es una tarea “artesanal”. Significa entrelazar principios y valores aceptados por ambos para tejer una trama relacional lo suficientemente firme como para lograr soportar la particular condición de estar vivos. Sin esto no se podrá hacer frente a los desafíos que significa vivir en un matrimonio. No podemos exigir a los demás que se comporten, piensen y sientan conforme a los propios principios y valores, pero sí estamos obligados a discernir qué tipo de relación es la que se quiere para hacer una vida juntos.

P. Javier Rojas, SJ.

novios-5

Despojado y Desnudo

Liberarse de los deseos y de las expectativas,
Resignar los juicios y las comprensiones,
soltar a las personas encerradas en el propio corazón,
abrir las manos y abandonar lo agarrado,
aflojar la tensión de las articulaciones,
perder las pretensiones de ser amado,
desamparar el mundo y decirle: “hoy no puedo salvarte”,
dejar librado al tiempo todos y cada uno de mis proyectos,
soltar las capacidades y energías, dejarlas ir…
liberar el hilo mental que me une a las cosas,
a los intereses más humanos,
a las personas que más deseo.
Y dar aire al alma, al rostro,
dejar la posesión, tirar por el aire los billetes de mi riqueza,
desnudarme de mi propio poder y
darme dejándome tomar por lo real
y decir: “aquí estoy”.

Emmanuel Sicre SJ.

El Desierto, Dios y Tú

Al arrancar la Cuaresma, uno de los lugares recurrentes, de las referencias que una y otra vez aparecen en textos, reflexiones y miradas, es el ‘desierto’.

Desierto que forma parte de todas las vidas en algún momento.

Lugar de silencio, de búsqueda, de aridez desnuda. Desierto donde no hay distracciones que a uno le permitan evadirse constantemente. No te dé miedo adentrarte en sus arenas. De hecho, lo necesitas. Todos necesitamos ese espacio más vacío, donde las palabras sobran y las verdades se imponen. Desierto cotidiano, que uno puede vivir en medio de la ciudad, de sus rutinas. En medio de la vida y sus ritmos. Y allá, en esa soledad tan tuya. Donde no caben amigos ni enemigos, propios ni ajenos, en ese lugar donde estás solo tú, ahí, también, Dios.

Fuente: pastoralsj.org

Pedazos de Corazón

Pedazos de corazón son los nuestros, que van quedando en las personas, en los lugares, en las comunidades.

Una idea que siempre tuve clara, recién ahora me animo a empezar a vivir.

Pedazos de corazón que son misterio, oveja perdida y perla escondida.

Los pedazos son siempre más y el corazón igual de íntegro.

¿Cómo lograr esto?

No es un querer de hierro, ni espiritual o desencarnado.

Es un querer de Dios, pero en nosotros.

Siempre nuevamente afianzado y creciendo.

Es un querer que se hace vida, una otra vida que quiere.

Es un querer que se hace comunidad, voz de los sin voz.

Es un querer que corrige el movimiento mismo del querer, porque no es alguien o algo que entra en el corazón sino el corazón mismo que sale detrás de alguien y alguien.

Cuanto más se aleja, más corazón en pedazos es.

Crecen los pedazos, crece el corazón.

Por otro lado, si pretende quedar cerca de sí, queda un fuerte… pero helado corazón.

Y es el mismo corazón el que desea, entonces, hacerse pedazos para descubrir en su querer, tantos seres queridos, y el querer de Dios

Marcos Alemán SJ

La Gente Buena

Hoy quiero dedicar unas líneas a la gente buena. No me refiero a la buena gente, es decir, todos aquellos con quienes nos cruzamos cada día o tenemos algún encuentro casual y que hacen la vida más fácil con su amabilidad y su simpatía. De esta buena gente, gracias a Dios, no falta.

Hoy, sin embargo, quiero hacer un homenaje a la gente buena, es decir, a aquellos que, por su compromiso de vida, por sus gestos y sus detalles, por su manera de sentir, de mirar y de caminar por la vida apuntan a algo más sublime, quizá a algo que les sobrepasa a ellos mismos. Por ejemplo, aquel que renuncia a un puesto de trabajo que cualquiera quisiera para sí para dedicarse a algo más vocacional y que ayudará a más personas aun cobrando mucho menos; la que atraviesa medio mundo −literal−por acompañar los momentos importantes −bodas y funerales− de su gente cuando todo el mundo entendería que no viniera; el que abre las puertas de su casa para acoger a otro que se ha quedado en la calle y pasadas unas semanas no se le nota ni que está incómodo con su intimidad invadida ni que está haciendo un favor.

 Gestos pequeños que dejan entrever un corazón grande. Detalles gratuitos que son impagables para quien los recibe. Muestras de bondad  que apuntan más allá de la persona.

Y es que esta gente buena nos abre los ojos: Dios nos cuida a través de sus gestos desinteresados. Sólo queda agradecer y hacerse pequeño. Con estos detalles sencillos, una vez más, se derrumban nuestros cálculos de «esto te he entregado, esto espero recibir» y los desenfoques sobre nuestra figura en los que nos colocamos más arriba o más abajo del lugar que nos corresponde. Porque de esta gente buena recibimos algo inesperado e inmerecido y porque, reconozcámoslo, nos dan mil vueltas.

Sus nombres deberían estar escritos en una placa para ser recordados. Y si bien raras veces obtendrán un reconocimiento público, al menos sus nombres deberían estar bien grabados en un lugar donde podamos nosotros mirar de vez en cuando.

Porque la gente buena sostiene el mundo o, más modestamente, nos sostiene a nosotros.

Cada vez que nuestra fe tiemble, que nos sintamos solos, que desconfiemos del género humano o que comprobemos que es posible darnos un poquito más, deberíamos volver la vista a esos nombres para reconocer que Dios ya nos amó primero y que espera de nosotros que también nos entreguemos con bondad.

Vaya, pues, este homenaje agradecido a la gente buena al que, estoy seguro, muchos de los que lo han leído se querrán apuntar.

Sergio Gadea SJ

¿De qué tipo es nuestra Libertad?

La libertad es uno de esos temas imposibles de abarcar, pero que siempre viene de visita y hay que atenderlo. No podemos despedirlo sin más, es parte de nosotros. Constituye el núcleo fundamental de toda vida humana. Por eso, en su gran mayoría las personas afirmamos ser libres y con derecho a ejercer la libertad.

Pero al mismo tiempo ¿no nos encontramos a nivel interior con la paradoja de querer ser libres sin poder experimentarlo, de desear la libertad y no poder conseguirla, de anhelar ejercerla y no lograr hacer lo que queremos en verdad por temor? ¿Qué sucede cuando más libres queremos ser y más presos nos sentimos? ¿Qué será aquello que viene a la mente cuando pensamos en nuestra posibilidad de ser libres? ¿Qué pasaría si fuéramos libres en serio?

Una libertad simplemente humana

Lo que sucede con frecuencia es que creemos que la libertad es algo abstracto, filosófico o político. Y resulta ser algo más bien concreto y tangible en más de una ocasión. Si alguien nos dijera: “¿Eres libre de hacer, pensar, o decir esto o aquello? Probablemente diremos a la ligera que sí, pero cuando nos detenemos con honestidad se advierte que dicha libertad no es tan cristalina y pura como pretendemos. Si no ¿por qué hacemos cosas que no queremos? ¿por qué nuestros pensamientos y sentimientos más de una vez nos dominan? ¿por qué decimos cosas que hubiésemos preferido callar o viceversa? Esto indica que hay algo en el fondo de nuestra libertad que le hace contrapeso y no la dejar ser libre. ¿Qué es aquello que “opaca” nuestra libertad?

La herencia platónica nos ha hecho pensar que existe una idea de libertad absoluta, pero lo cierto es que no existe la libertad como tal sin seres humanos. No hay libertad, hay hombres libres. Y los seres vivimos en un contexto concreto, delimitado por una historia y una geografía, tenemos ciertas características psicológicas y personales heredadas e intransferibles, habitamos un mundo con otros seres tan personas como tú y yo, pertenecemos a instituciones que tienen reglas, soñamos con un futuro que nos motiva a seguir caminando en la vida. Cada uno de estos elementos multiplicados por la cantidad de seres humanos del mundo y de la historia forman parte de eso que llamamos libertad personal y colectiva. Complejo, sí, pero humano, encarnado y real.

Esto da la pauta de que quien quiera conocer cuál es la intensidad de su libertad personal deberá cuestionarse, al menos, sobre quién es, de dónde viene, cuál es su contexto, quiénes habitan su vida y cómo lo afectan, cómo es su carácter, su debilidad y su fortaleza. Habrá de preguntarse cómo es el mundo que le toca vivir, cómo es aquel sueño que lo invita a seguir vivo.

Si no, seguirá pensando que su libertad es algo abstracto que lo lleva a reclamar todos los derechos y a no cumplir con ninguna obligación que no le guste, creerá la falacia de que su libertad comienza donde empieza la del otro marcando el territorio como si los demás fueran sus enemigos, tendrá las fantasías del niño omnipotente que puede solo contra el mal, sentirá que él es su propio fundamento y que no le debe nada a nadie, pensará que todos gozan del mismo grado de libertad y le reclamará mezquinamente a los demás que se ajusten a su parámetro de análisis de la realidad.

Vivir desde una libertad liberada

Cuando interiormente se nos va dando comprender lo que significa ser libres pasa algo genial. Desaparecen los miedos y temores al desatarse los nudos de nuestra historia. Y entramos a la vida como hijos y hermanos. Las cosas comienzan a ubicarse en su lugar y nos despojamos de lo que entorpece la felicidad. Sentimos que los demás no son una amenaza a mi parcela de “libertad”, sino que caemos en la cuenta de que o somos libres todos, o nadie puede serlo. Nos anima la posibilidad de que seamos cada vez más las personas liberadas de condicionamientos, porque nosotros hemos sido honestos con los nuestros.

1502812_10201524747896095_1139776798_o

Sabernos libres nos hace capaces de luchar hasta dar la vida por los otros sin miedo, como hacen las madres y los padres valientes. Respondemos con frescura a la pregunta de para qué ser libres. Crece el valor de la vida, el servicio y la compasión con los que temen, sufren y viven maniatados. Disminuyen las “obligaciones” y aumentan las motivaciones para hacer las cosas bien. Se vive con coraje la tensión de custodiar nuestro ser libre de las estructuras, ideologías y personas que nos esclavizan, y no dejan que nuestro espíritu participe del misterio de la verdadera vida donde la esperanza lo llena todo.

Entonces, comprendemos aquello que quiere Jesucristo para el hombre: hacerlo tan libre como él para que esté con sus hermanos cada vez más cerca del Padre.  

Emmanue Sicre SJ.

Mi Plan de Vuelo

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él»

Pregunta, en tu vida: ¿Tienes un plan de vuelo? ¿Tienes un carnet de ruta? ¿Tienes clara tu misión? ¿A dónde vas? ¿Cuál es tu rumbo? ¿Qué buscas? ¿Qué sueñas? ¿Qué quieres? ¿Qué esperas construir? ¿Quién quieres ser? ¿Qué deseas hacer?

¡Qué difícil responder a todas y cada una de estas preguntas! Y, sin embargo, Jesús lo logra, Jesús responde de una a todas estas preguntas y lo hace en el espacio de un par de tweets, dice Jesús: “he sido enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

¡Sí! Jesús tiene clara su Misión, tiene claro su lugar en el mundo, tiene claro quién es y qué ha venido a hacer. En el día de hoy, podríamos también nosotros animarnos a hacer lo que él hizo, buscar el rumbo de nuestras vidas en la Palabra de Dios (Jesús encuentra su plan de vuelo leyendo, en este caso, al profeta Isaías), y confirmar ese rumbo dejando que Dios sople en nosotros su Espíritu y nos consagre, nos unja, nos envíe (Jesús reconoce sobre sí el Espíritu y la bendición de Dios, por eso se anima a la Misión).

Demos ahora otro paso y ahondemos en este sueño de vida que nos comparte Jesús. ¿No notamos algo extraño? ¿No observamos algo totalmente extraordinario y anti-mundano? En el rumbo que Jesús se traza, en la Misión que Jesús encara, en el Programa de vida que nos comparte Jesús tiene un único fin: servir a los demás, vivir para los otros, darse por entero a las necesidades ajenas, nunca a las propias. (…) Todo plan en la vida de Jesús es servicio a los demás, todo programa en la vida de Jesús es auxilio de los otros, toda misión en la vida de Jesús es que los otros tengan vida y vida en abundancia.

¡Cuánto no debiera interpelarnos este Jesús a nosotros!

El P. Adolfo Nicolás SJ. (actual General de los Jesuitas), en sus discursos a los alumnos de universidades de la Compañía de Jesús, suele decir algo bien notable: “No queremos formar a los mejores del mundo, sino que queremos formar a los mejores para el mundo, porque la excelencia de una persona se mide ante todo en su capacidad de servir a la familia humana”.

Qué gran llamada la que nos hace Jesús con su programa de vida, la de ser “hombres para los demás” (como tan bien decía otro General de los Jesuitas, el P. Arrupe SJ.). Qué gran invitación ésta de gastar la vida en el servicio a los otros. ¿Puede haber algo más cristiano que esto? A saber: des-centrarse, para poner en el centro a los otros… Olvidarse sanamente de uno mismo, para vivir ocupado de los demás… Despojarse de los propios intereses, para velar por los intereses de los pobres, de los oprimidos, de los enfermos, de los excluidos… ¿Puede haber algo más digno, más humano, más divino que acabar dando la vida en el servicio?

Dejémonos interpelar por el Proyecto de Jesús y pidamos su Espíritu para animarnos a compartir con Él, la Misión y la Vida.

P. Germán Lechini SJ. en Oleada Joven

Adora y Confia

No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que,
pese a todo,
acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado,
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.
Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote,
y conserva siempre sobre tu rostro,
una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca,
antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda:
cuanto te deprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en el nombre
de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso,
cuando te sientas apesadumbrado, triste,
adora y confía.

Teilhard de Chardin SJ