La libertad es uno de esos temas imposibles de abarcar, pero que siempre viene de visita y hay que atenderlo. No podemos despedirlo sin más, es parte de nosotros. Constituye el núcleo fundamental de toda vida humana. Por eso, en su gran mayoría las personas afirmamos ser libres y con derecho a ejercer la libertad.
Pero al mismo tiempo ¿no nos encontramos a nivel interior con la paradoja de querer ser libres sin poder experimentarlo, de desear la libertad y no poder conseguirla, de anhelar ejercerla y no lograr hacer lo que queremos en verdad por temor? ¿Qué sucede cuando más libres queremos ser y más presos nos sentimos? ¿Qué será aquello que viene a la mente cuando pensamos en nuestra posibilidad de ser libres? ¿Qué pasaría si fuéramos libres en serio?
Una libertad simplemente humana
Lo que sucede con frecuencia es que creemos que la libertad es algo abstracto, filosófico o político. Y resulta ser algo más bien concreto y tangible en más de una ocasión. Si alguien nos dijera: “¿Eres libre de hacer, pensar, o decir esto o aquello? Probablemente diremos a la ligera que sí, pero cuando nos detenemos con honestidad se advierte que dicha libertad no es tan cristalina y pura como pretendemos. Si no ¿por qué hacemos cosas que no queremos? ¿por qué nuestros pensamientos y sentimientos más de una vez nos dominan? ¿por qué decimos cosas que hubiésemos preferido callar o viceversa? Esto indica que hay algo en el fondo de nuestra libertad que le hace contrapeso y no la dejar ser libre. ¿Qué es aquello que “opaca” nuestra libertad?
La herencia platónica nos ha hecho pensar que existe una idea de libertad absoluta, pero lo cierto es que no existe la libertad como tal sin seres humanos. No hay libertad, hay hombres libres. Y los seres vivimos en un contexto concreto, delimitado por una historia y una geografía, tenemos ciertas características psicológicas y personales heredadas e intransferibles, habitamos un mundo con otros seres tan personas como tú y yo, pertenecemos a instituciones que tienen reglas, soñamos con un futuro que nos motiva a seguir caminando en la vida. Cada uno de estos elementos multiplicados por la cantidad de seres humanos del mundo y de la historia forman parte de eso que llamamos libertad personal y colectiva. Complejo, sí, pero humano, encarnado y real.
Esto da la pauta de que quien quiera conocer cuál es la intensidad de su libertad personal deberá cuestionarse, al menos, sobre quién es, de dónde viene, cuál es su contexto, quiénes habitan su vida y cómo lo afectan, cómo es su carácter, su debilidad y su fortaleza. Habrá de preguntarse cómo es el mundo que le toca vivir, cómo es aquel sueño que lo invita a seguir vivo.
Si no, seguirá pensando que su libertad es algo abstracto que lo lleva a reclamar todos los derechos y a no cumplir con ninguna obligación que no le guste, creerá la falacia de que su libertad comienza donde empieza la del otro marcando el territorio como si los demás fueran sus enemigos, tendrá las fantasías del niño omnipotente que puede solo contra el mal, sentirá que él es su propio fundamento y que no le debe nada a nadie, pensará que todos gozan del mismo grado de libertad y le reclamará mezquinamente a los demás que se ajusten a su parámetro de análisis de la realidad.
Vivir desde una libertad liberada
Cuando interiormente se nos va dando comprender lo que significa ser libres pasa algo genial. Desaparecen los miedos y temores al desatarse los nudos de nuestra historia. Y entramos a la vida como hijos y hermanos. Las cosas comienzan a ubicarse en su lugar y nos despojamos de lo que entorpece la felicidad. Sentimos que los demás no son una amenaza a mi parcela de “libertad”, sino que caemos en la cuenta de que o somos libres todos, o nadie puede serlo. Nos anima la posibilidad de que seamos cada vez más las personas liberadas de condicionamientos, porque nosotros hemos sido honestos con los nuestros.
Sabernos libres nos hace capaces de luchar hasta dar la vida por los otros sin miedo, como hacen las madres y los padres valientes. Respondemos con frescura a la pregunta de para qué ser libres. Crece el valor de la vida, el servicio y la compasión con los que temen, sufren y viven maniatados. Disminuyen las “obligaciones” y aumentan las motivaciones para hacer las cosas bien. Se vive con coraje la tensión de custodiar nuestro ser libre de las estructuras, ideologías y personas que nos esclavizan, y no dejan que nuestro espíritu participe del misterio de la verdadera vida donde la esperanza lo llena todo.
Entonces, comprendemos aquello que quiere Jesucristo para el hombre: hacerlo tan libre como él para que esté con sus hermanos cada vez más cerca del Padre.
Emmanue Sicre SJ.