La Castidad Religiosa en el Mundo de Hoy

La castidad religiosa en el mundo de hoy (2/3), Francisco Jálics S.J. CEIA (Centro de Espiritualidad Ignaciana de Argentina), Boletín de Espiritualidad, Año XLIV | n. 237 | Abril – Mayo – Junio 2012.

Como dije en la primera parte de este trabajo, vivimos en un mundo que se desarrolla y cuyas estructuras cambian con un ritmo acelerado. La Iglesia no queriendo quedarse al margen de esta evolución, busca adaptar sus propias estructuras humanas al mundo de hoy. Vive sus valores más espirituales de una manera encarnada en la vida humana y por eso aún sus tesoros más elevados tienen una dimensión humana que evoluciona al paso del desarrollo contemporáneo. La vida religiosa participa de esta dimensión humana y por tanto está sujeta a los cambios de las estructuras humanas.

En esa primera parte expliqué el sentido de la castidad.

Veamos ahora cómo se crece en la castidad.

El religioso madura en la castidad en la medida en que madura como persona.

Como la maduración personal es un proceso continuo y casi imperceptible hay también en la castidad un crecimiento lento y permanente en el don de sí mismo, en la paz y alegría, en la comunicación con el medio ambiente y en la oración. En esta parte, sin embargo, queremos explicitar algunas situaciones especiales y un momento de crisis. Por lo tanto nos referimos a la experiencia de los religiosos que viven su consagración holgadamente o la vivieron por lo menos durante años y de pronto se encuentran en una crisis, pero que tiene la chance de ser una crisis de crecimiento. De hecho no sólo una vida serenamente equilibrada sino los conflictos que presente la vida pueden contribuir al crecimiento.

Más aún, la vida de alguna manera cuestiona a todos los mortales que no se han purificado enteramente de sus deficiencias. Ya que nadie puede pretender tal perfección, todos van logrando su madurez –y asumiendo su castidad si son religiosos por los cuestionamientos y crisis. Esto no significa que no haya una plenitud y alegría en la vida religiosa sino que el hombre es un peregrino que va caminando, reasumiendo su vida por crisis parciales o totales, pero siempre sigue caminando hacia una vida más unida a Dios y a los hombres.

El Sentido de la Castidad (PDF) – 1/3

La Castidad Religiosas en el Mundo de Hoy (PDF) – 2/3

Fuente: cpalsj.org

 

Confiados en la Promesa

«Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre»
                                                                                                                                  Lucas 24,49

Vivimos en un mundo tan inmediato que a aveces da poco tiempo para la espera. Vivimos tan urgidos por el presente que, si nos descuidamos, olvidamos apreciar el valor del tiempo, la capacidad de mirar adelante, la sucesión de los ritmos… El caso es que mucho de lo que creemos es promesa. Es anuncio, es semilla de algo que está creciendo pero que aún no ha brotado en todo su esplendor. Es Reino que está ya alrededor nuestro, pero que todavía no se ha desplegado en todo su valor.

Pero ahí sigue esa promesa, que lo es para todos nosotros. La promesa de Dios es Jesús, y su historia. La promesa de Dios es una palabra definitiva y última, la palabra dicha en una cruz que rompe el mal, y en un sepulcro que se vacía. ¿Que promesa? ¿Que palabra?

En una historia con heridas, (¿y quién no las tiene en este mundo nuestro tan golpeado?), al final la última palabra es una palabra de sanación.

En una historia con riesgos, con implicaciones y complicaciones, con daño recibido e infligido a otros (¿y quién puede decir que nunca ha hecho daño a alguien, pudiendo haberlo evitado?), al final la última palabra es una palabra de misericordia.

Es una historia con sus momentos en los que parece que todo te sonríe, pero también sus momentos de tristeza, de sufrimiento, de vació o de incertidumbre (pero ¿quién no tiene días grises o dimensiones de su vida que le generan zozobra?), al final la última palabra es una palabra de alegría.

En una historia en al que hay episodios compartidos, de fiesta, de compañías, pero también sus soledades (¿quién no se siente solo alguna vez, en esos momentos en los que te parece ser una isla inaccesible?), al final la última palabra es una palabra de comunión.

En una historia que tiene sus pequeños brotes de vida, de emoción y de canción, y también sus momentos de muerte, (y todos morimos un poco a veces, en la pérdida de nuestros seres queridos, en la distancia, en las muertes de nuestros mundos que nos tocan en las entrañas o en las renuncias que la vida nos implica), al final la última palabra es una palabra de Vida.

José María Rodríguez Olaizola SJ, «La alegría también de noche».

¿Cuánto Poner en Juego?

¿Cuánto poner en juego?
Ni mucho ni poco… todo.
Menos que eso no basta.
Toda la ternura que uno pueda
sembrar en los gestos .
Todo el valor
para volcarlo en los pasos.
Toda la verdad
para plasmarla en versos.
Todo el furor
para mostrarlo en la brega
contra lo injusto,
contra lo hueco.
El corazón entero en la búsqueda
y la urgencia toda tras tus huellas.
La compasión no puede
partirse en migajas,
ni la fe se puede celebrar a ratos.
Te estremece
del todo el dolor
del hermano, o no basta.
No cabe en el amor el cálculo
o la estrategia, sino un salto al vacío
radical, definitivo, tras tus huellas,
en tu nombre. A tu modo.
O no es Amor.

José María R. Olaizola sj

Necesitamos su sabiduría

Es el tiempo de las profecías cumplidas: “Mira, todos vienen hacia ti, tus hijos vienen desde lejos”. Es la visión del profeta Isaías en la que vislumbra el día en que Jerusalén resplandecerá y será como un luz en lo alto hacia la que se encaminarán todos los pueblos. Y el relato de Mateo sitúa a los magos de Oriente justamente a la cabeza de esta gran procesión que ya ha comenzado.

En su camino, el relato evangélico, nos recuerda que los magos de Oriente vivirán la posibilidad de quedar enredados en “las tinieblas y oscuridad que cubren la tierra” y que se hace realidad concreta en el palacio de Herodes: la mentira, la manipulación, las intrigas, el poder pervertido, los intereses mezquinos, las falsas apariencias… El camino que hoy recorren los magos de Oriente es nuestro propio camino y nos recuerdan que también nosotros nos toparemos con la oscuridad que nos enredará pero la luz de la estrella no será sofocada.

En ese mismo camino los magos de Oriente vivirán también la posibilidad de quedar deslumbrados ante otras luces y acabarán descubriendo que no orientan sino que obnubilan, ofuscan, confunden. La estrella que vieron aparecer les dará claridad, les orientará, les encaminará hasta Jesús, aquel que es la Luz y que hoy brilla para todos los pueblos.

Necesitamos su sabiduría para olernos aquello en lo que quedamos enredados y para desenmascarar lo que nos deslumbra y desorienta en nuestro propio camino hacia Belén.

Fuente: centroarrupevalencia.org

Pedirle a Dios

A veces nos da reparo pedir a Dios en nuestra oración porque nos da la impresión que estamos siendo egoístas pidiendo solo para nosotros o porque pensamos que Dios ya sabe lo que necesitamos y no hace falta pedir. Pero en la espiritualidad ignaciana la petición es la brújula que marca el rumbo que buscamos en nuestra oración, nos recuerda el «a dónde voy a y a qué voy».

Al pedir nos situamos ante Dios con reverencia, con humildad. Somos conscientes de que no lo tenemos todo en la vida y que nos hacen faltan muchas cosas. Reconocemos que somos limitados y que cometemos fallos por lo que necesitamos la ayuda de Dios para seguir creciendo. Reconocemos que queremos aquello que pedimos, que lo queremos con toda nuestra alma, que lo necesitamos y que nosotros solos no podemos conseguirlo.

Al pedir también estamos afirmando que sabemos quién puede darnos aquello que necesitamos. Pidiendo afirmamos con confianza que solo Dios puede darnos aquello que nuestra alma ansía. Que tenemos fe en el Dios de la vida, en el Señor de nuestra vida.

Confía, alaba, abájate, ten fe, pide… y se te dará.

Fuente: espiritualidadignaciana.org

¡Enamórate!

Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.

Pedro Arrupe SJ.

Múltiples rostros de la esclavitud…

En el mensaje del Papa Francisco en torno a la Jornada Mundial de la Paz, nos invita a abrir la ventana y ver las diferentes injusticias que habitan en el mundo afectando a muchos de nuestros hermanos. Nos invita a tender puntes de fraternidad con hombres y mujeres que sufren la esclavitud del siglo 21 y nos exhorta a  hacernos cargos del papel que a cada uno le toca en la sociedad en la que vivimos. 

Compartimos algunos fragmentos del mensaje de Francisco, para leer la nota completa ingresa aquí.

Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho.

Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.

Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.

Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.

Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas.

Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo… Sí, pienso en el «trabajo esclavo».

Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.

No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o paraformas encubiertas de adopción internacional.

Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.

Camino a la Fraternidad…

En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad», la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad…

En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas.

Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.

Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno.

Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).

Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.

Papa Francisco.

Año Nuevo, Tiempo Nuevo

“Aunque nadie ha podido regresar y hacer un nuevo comienzo…
Cualquiera puede volver a comenzar ahora y hacer un nuevo final”.

San Francisco Javier.

Queridos hermanos y hermanas en la Misión!

Con gozo y mucha expectativa recibimos el año que comienza. Delante de nosotros se abre un nuevo capítulo de nuestras biografías. Está en blanco. De nosotros depende lo que allí se pueda escribir, lo que allí se pueda vivir.

Cada año, coincidentemente con cada Navidad, Dios nos regala la posibilidad de un comenzar de nuevo y hacer un nuevo final. Podemos, entonces, preguntarnos al empezar el año por dónde vamos a caminar, cuáles van a ser nuestras metas, quiénes nuestros compañeros de camino y, fundamental, a quiénes vamos a servir en el 2015.

El mes de Enero, la Agenda en blanco, la liturgia de Navidad y el comienzo del “tiempo ordinario”, son la invitación de un Dios que quiere, puede y viene cada año a “hacer nuevas todas las cosas”. Sintonicemos con la frecuencia de este Dios que, como bien dice en la voz del profeta Isaías: “Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa” (Is. 43, 19).

Les invito a comenzar rezando el año con estas imágenes que hablan todas ellas de renovación, de novedad, de vida nueva, de porvenir: páginas en blanco, semillas germinando, caminos en el desierto, ríos en la estepa… un niño en pañales.

¡Qué grande la Buena Noticia de Dios que parte por la pequeñez, que elige encarnarse en la fragilidad de un niño! ¡Qué grande nuestro Dios que, envuelto en pañales nos llama a cuidarlo, alimentarlo, protegerlo, ayudarlo a crecer! ¡Qué grande nuestro Dios que no elude nuestros pesebres, sino que elige especialmente habitar en ellos! Si el regalo de este tiempo es un Dios hecho niño, la invitación de ese Dios es precisamente a recuperar esa idea de niñez, ese tiempo en que todo era para nosotros porvenir, sueño, proyecto.

León Felipe tiene un hermoso poema que viene en nuestra ayuda al comenzar un tiempo nuevo, dice así:

Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.

Quiera Dios que este año encontremos esos nuevos caminos que Él quiere transitar con nosotros. Quiera Dios que nos dejemos iluminar por esos nuevos rayos de sol que vienen a fecundar nuestras siembras de ayer, procurando los frutos del mañana. Quiera Dios que este 2015 nos encuentre de cara al Dios siempre niño, al Dios siempre Buena Nueva.

Germán Lechini SJ.

¿Por qué nos cuesta orar?

Es habitual que ocurra que las personas que buscan llevar una vida de oración sufran las dificultades propias de todo arte. Falta de concentración, dispersión, postergación, imposibilidad de acceder al mundo interior, falta de voluntad, desgano, justificaciones, forman parte de esta situación. Y “como ya no nos salió”, terminamos dejando de orar. O en el mejor de los casos esperamos alguna oportunidad como para volver, un retiro, unos ejercicios espirituales, un momento de oración comunitario, como si fueran a recomponer la cuestión de raíz. Distinto es cuando la situación nos lleva inevitablemente a la oración. Es el caso de una enfermedad o de un sufrimiento profundo, una confusión o un conflicto grave donde acudir a Dios se hace más «fácil».

Pero qué es lo que puede estar de fondo y no nos damos cuenta cuando nos pasa que queremos orar y no podemos, o que no nos sale como queremos y nos frustramos abandonando el hábito de hacer oración. ¿No será que nuestro estilo de vida nos invita a nuevos modos de comprender la oración? ¿Acaso hay algún modelo de oración que sea el mejor y no lo sabemos? ¿Será que todos oramos del igual forma o cada uno representa un modelo de oración personal? ¿No será que el Mal Espíritu nos hace trampa? ¿Cuál sería el parámetro para una verdadera oración, dónde radica su punto de apoyo?

El “peligro” de los modelos de oración

Resulta que la fe sólo se transmite a partir de la experiencia de Dios de cada uno en el testimonio de sus obras y sus palabras. Todos hemos recibido la fe como un don de Dios a través de los que nos preceden y que comunicaron su fe en Dios a nuestra experiencia. La familia, la comunidad creyente, los amigos, catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas han sido el eco de Dios para nuestra vida de fe. Han hecho lo mejor posible para enseñarnos la fe que levamos dentro. Así es que fuimos aprendiendo a unir nuestras manos y elevar una oración.

A medida que vamos creciendo en la fe se hace evidente que se torna más personal, porque nuestra comunicación con Dios se profundiza según nuestra particularidad. Ese crecimiento se ve asistido por muchos que nos instruyen en cómo rezar u orar.Desde el primer Padrenuestro hasta la contemplación más mística que hayamos tenido, fuimos introducidos en un modo de hacerlo, una técnica o una recomendación que fue muy oportuna en su momento.

Dicho modelo de oración que fuimos asimilando es susceptible de convertirse en un peligro cuando anteponemos el modelo a la realidad vital en la que nos encontramos. Por ejemplo, si aprendí que para orar tengo que hacer un silencio absoluto cómo voy a hacerlo en medio del bullicio; o si capté que oración es diálogo con Dios y no tengo ganas de hablarle, estoy en un problema; o si me dijeron que para orar bien hay que destinar una hora diaria, cómo hago cuando no tengo tiempo.

El peligro de los modelos o de las técnicas de oración es que pueden convertirse en recetas de cocina espiritual y resultar un manual que no responde a nuestra necesidad concreta ni a la realidad de la oración. Así es que se nos fue creando un concepto de oración que es necesario resignificar. Es decir, preguntarnos, ¿qué es orar para mí en este momento de mi vida? Y no tanto responder a un concepto previo de lo que es la oración cristiana.

Quién podría dudar de que necesitamos con frecuencia ciertas recomendaciones para orar y que hay unas que son más efectivas que otras, y que los grandes orantes de la historia de la fe nos han dado invaluables consejos; pero no pueden convertirse en el centro del problema, porque nos corren el punto de apoyo de la oración desplazando la confianza en el Espíritu de Dios y metiendo en su lugar la perseverancia de nuestra voluntad.

Es importante que comprendamos que la oración no la “hacemos” nosotros sino que es Dios quien ora y hace en nosotros. Cuando sentimos el deseo de dirigirnos a él, en verdad es él quien ha tomado la iniciativa y quiere acercarse cada vez más a nosotros para mostrarnos qué quiere de nosotros y cómo está transformando nuestra vida. El trabajo de Dios en nuestra vida es incesante, no acaba, no se apaga porque durmamos, no se toma vacaciones cuando no nos acordamos de él. Dios es un “eterno insistente” que quiere estar con nosotros aún cuando estemos alejados y renuentes.
Comprender la oración desde Dios y no desde nuestra férrea voluntad implica que nuestra tarea sea sólo la de disponernos a lo que Dios está obrando, sanando, pidiendo, alabando, bendiciendo en nosotros.

blanco y negro

 

Los engaños del Mal Espíritu a quien busca orar

Hay que saber que el Mal Espíritu (ME) no nos quiere cerca de Dios y hará todo lo posible para alejarnos y hacernos abandonar la experiencia de aquello que llamamos oración. Su estrategia de separación regularmente va de afuera hacia adentro, de los detalles al núcleo, de la superficie al deseo. Funciona como una especie de “cáncer espiritual”. Aquí es importante aclarar que lo que hace el ME es atacar nuestra voluntad y no la de Dios que es darnos vida, somos nosotros los tentados y no Dios.

En efecto, es probable que nos aleje polarizando nuestras intenciones. Si vivimos la oración como una experiencia más bien gratuita de comunicación con Dios, el ME nos cuestiona la productividad del tiempo de oración. Si entendemos que la oración es una experiencia afectiva del amor de Dios, el ME hará lo imposible para hacerla exclusivamente racional llevándonos a sacar conclusiones y resolver lógicamente el misterio, o a pensar que si no “sentimos” nada no tiene sentido. Si comprendemos la oración como diálogo con Dios, nos hace creer que es un monólogo nuestro atacando la paciencia que requiere caminar con los ritmos de Dios. Si oramos en la acción, nos llevará a cambiar la ecuación y hacernos pensar que “hacer” es más importante que orar. Si buscamos al rezar una experiencia de consolación, nos hará buscar las consolaciones de Dios y olvidar al Dios de la consolación. Si optamos por orar con textos, hará que lo que dice el texto sea más importante que Dios mismo. Si oramos con la Palabra, hará que se convierta en un texto conocido que no hace falta releer. Si al orar tenemos poco tiempo, pretenderá que cada vez tengamos menos. Si entendemos la oración como partir de la realidad, hará que la realidad sea tan cruda que Dios nunca pueda habitar en ella.

Y así cada uno podría identificar cuál es el engaño que el ME pone en su camino de búsqueda de Dios en la oración. Lo importante es detectar cuál es mi intención para saber que la polarizará o exagerará hasta sacarnos de ella. Por esto la oración no tiene que estar centrada en mí sino en Él. No en lo que yo quiero, yo busco, yo pretendo, yo necesito, yo, yo… sino en Él. Así el ME evita que tomemos contacto con el deseo del encuentro mutuo con Dios.

Pautas para una vida de oración

Si resulta que los modelos de oración son «peligrosos» y el mal espíritu está al acecho de nuestra voluntad centrándonos en nosotros mismos, ¿qué es en definitiva lo que nos hizo volcarnos a la oración en algún momento de nuestra vida y que ahora nos tiene en conflicto? ¿Se trata de una falsa tensión o de una situación vital? Como dice san Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual:

¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

Digamos que vivir esta tensión respecto de la vida de oración es muy sana porque declara que el deseo de Dios está vivo en nosotros. Lo que sucede quizá es que no hemos sabido canalizarla de un modo adecuado y nos resulta complicada. Cada vez que nos acordamos de que no hemos orado o de que tenemos una deuda pendiente estamos escuchando la voz del Espíritu de Dios que nos invita a estar con él. Cada vez que queremos rezar y nos cuesta estamos avanzando en el crecimiento espiritual. Cada vez que deseamos orar es Dios mismo el que nos habla desde adentro.

Pero, hay que dar un paso más dejando que sea Dios quien ore en nosotros. La confianza del buscador de Dios es saberse sostenido por él y asistido en el momento de la prueba. La confianza en la oración del Espíritu en nosotros tiene que ser más amplia que la que ponemos en nuestra voluntad de oración. Por eso san Pablo les dice a las comunidades romanas: “y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables; y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios”. (1Rom 8,26-27)

Es decir, es necesario dar el salto que nos lleva a ser parte del misterio. Si no comprendemos que Dios habita nuestra realidad cotidiana en cada persona con la que nos encontramos, en cada trabajo que realizamos, en cada cosa que vemos, sentimos, olemos, gustamos, oímos, en cada parte de nuestro cuerpo, en el descanso, en los sueños, en cada cosa que no comprendemos, en cada cruz propia o ajena, en cada último rincón de lo humano, no podremos confiar en que Él nos lleva a nosotros y no nosotros a él.

Tenemos que abrir la puerta al Misterio para entrar en él como se entra a una fiesta en la que hemos sido invitados desde adentro. No es nuestra fiesta sino la suya.

Si nos dejamos provocar por el Misterio del Dios que nos anunció Jesús daremos crédito a aquello de María cuando dice «mi alma canta la grandeza de Dios mi salvador, porque ha mirado la pequeñez de su servidora» (cf. Lc 1, 46-55) y entonces Dios nacerá en nosotros, y entonces Dios hará maravillas, y entonces el Reino crecerá en nosotros, y entonces la cruz tendrá sentido, y entonces la paz amarrada con la justicia dará a luz el amor que te llevará a ser cada vez más hermano, más hijo, más creatura.

Por eso, cada vez que sintamos que no oramos como queremos, recordemos que el Espíritu ya lo está haciendo por nosotros al Padre, para hacernos cada vez más otros Cristos. Y descansemos confiando en que Él sabrá qué hacer.

Emmanuel Sicre SJ.

 

El 2014 nos deja mucho

Está claro que hoy es día de grandes deseos, de nuevos propósitos, quizás incluso de planes y sueños intrépidos. Quién más, quién menos, todos tenemos una ilusión o un proyecto que nos gustaría cumplir para este 2015 que en pocas horas estrenaremos. Y está bien tener ya un pie levantado para posarlo con fuerza y esperanza en el año nuevo.

Es verdad que hay mucho bueno por venir, sin duda. Pero también es muy cierto que el 2014 nos deja ya mucho bueno vivido. Cada uno sabemos por dónde nos han venido este año las alegrías, las sorpresas, las amistades, la consolación, las segundas oportunidades, los encuentros que curan heridas, la gente nueva, los de siempre que siguen estando ahí, las conversaciones que hablan de Dios, el perdón, la ternura, la posibilidad de amar y de experimentar el amor…

Esto no quiere decir que todo haya sido de color de rosa. Casi seguro que no. Además, sería ingenuo pensar que no ha habido tiempos oscuros y negar los ratos de tristeza o dolor. Pero, sin duda, podemos echar la vista atrás con paciencia y con ternura. Y ahí, al final del año, “dar gracias por tanto bien recibido”.

Porque si miramos bien no es difícil darse cuenta de que nos ha pasado mucho bueno. Y porque, con lo que ha sido más duro, Dios sigue sabiendo construir en nosotros su historia de salvación.

Fuente: espiritualidadignaciana.org