Pedirle a Dios

A veces nos da reparo pedir a Dios en nuestra oración porque nos da la impresión que estamos siendo egoístas pidiendo solo para nosotros o porque pensamos que Dios ya sabe lo que necesitamos y no hace falta pedir. Pero en la espiritualidad ignaciana la petición es la brújula que marca el rumbo que buscamos en nuestra oración, nos recuerda el «a dónde voy a y a qué voy».

Al pedir nos situamos ante Dios con reverencia, con humildad. Somos conscientes de que no lo tenemos todo en la vida y que nos hacen faltan muchas cosas. Reconocemos que somos limitados y que cometemos fallos por lo que necesitamos la ayuda de Dios para seguir creciendo. Reconocemos que queremos aquello que pedimos, que lo queremos con toda nuestra alma, que lo necesitamos y que nosotros solos no podemos conseguirlo.

Al pedir también estamos afirmando que sabemos quién puede darnos aquello que necesitamos. Pidiendo afirmamos con confianza que solo Dios puede darnos aquello que nuestra alma ansía. Que tenemos fe en el Dios de la vida, en el Señor de nuestra vida.

Confía, alaba, abájate, ten fe, pide… y se te dará.

Fuente: espiritualidadignaciana.org

¡Enamórate!

Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.

Pedro Arrupe SJ.

Múltiples rostros de la esclavitud…

En el mensaje del Papa Francisco en torno a la Jornada Mundial de la Paz, nos invita a abrir la ventana y ver las diferentes injusticias que habitan en el mundo afectando a muchos de nuestros hermanos. Nos invita a tender puntes de fraternidad con hombres y mujeres que sufren la esclavitud del siglo 21 y nos exhorta a  hacernos cargos del papel que a cada uno le toca en la sociedad en la que vivimos. 

Compartimos algunos fragmentos del mensaje de Francisco, para leer la nota completa ingresa aquí.

Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho.

Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.

Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.

Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.

Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas.

Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo… Sí, pienso en el «trabajo esclavo».

Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.

No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o paraformas encubiertas de adopción internacional.

Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.

Camino a la Fraternidad…

En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad», la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad…

En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas.

Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.

Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno.

Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).

Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.

Papa Francisco.

Año Nuevo, Tiempo Nuevo

“Aunque nadie ha podido regresar y hacer un nuevo comienzo…
Cualquiera puede volver a comenzar ahora y hacer un nuevo final”.

San Francisco Javier.

Queridos hermanos y hermanas en la Misión!

Con gozo y mucha expectativa recibimos el año que comienza. Delante de nosotros se abre un nuevo capítulo de nuestras biografías. Está en blanco. De nosotros depende lo que allí se pueda escribir, lo que allí se pueda vivir.

Cada año, coincidentemente con cada Navidad, Dios nos regala la posibilidad de un comenzar de nuevo y hacer un nuevo final. Podemos, entonces, preguntarnos al empezar el año por dónde vamos a caminar, cuáles van a ser nuestras metas, quiénes nuestros compañeros de camino y, fundamental, a quiénes vamos a servir en el 2015.

El mes de Enero, la Agenda en blanco, la liturgia de Navidad y el comienzo del “tiempo ordinario”, son la invitación de un Dios que quiere, puede y viene cada año a “hacer nuevas todas las cosas”. Sintonicemos con la frecuencia de este Dios que, como bien dice en la voz del profeta Isaías: “Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa” (Is. 43, 19).

Les invito a comenzar rezando el año con estas imágenes que hablan todas ellas de renovación, de novedad, de vida nueva, de porvenir: páginas en blanco, semillas germinando, caminos en el desierto, ríos en la estepa… un niño en pañales.

¡Qué grande la Buena Noticia de Dios que parte por la pequeñez, que elige encarnarse en la fragilidad de un niño! ¡Qué grande nuestro Dios que, envuelto en pañales nos llama a cuidarlo, alimentarlo, protegerlo, ayudarlo a crecer! ¡Qué grande nuestro Dios que no elude nuestros pesebres, sino que elige especialmente habitar en ellos! Si el regalo de este tiempo es un Dios hecho niño, la invitación de ese Dios es precisamente a recuperar esa idea de niñez, ese tiempo en que todo era para nosotros porvenir, sueño, proyecto.

León Felipe tiene un hermoso poema que viene en nuestra ayuda al comenzar un tiempo nuevo, dice así:

Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.

Quiera Dios que este año encontremos esos nuevos caminos que Él quiere transitar con nosotros. Quiera Dios que nos dejemos iluminar por esos nuevos rayos de sol que vienen a fecundar nuestras siembras de ayer, procurando los frutos del mañana. Quiera Dios que este 2015 nos encuentre de cara al Dios siempre niño, al Dios siempre Buena Nueva.

Germán Lechini SJ.

¿Por qué nos cuesta orar?

Es habitual que ocurra que las personas que buscan llevar una vida de oración sufran las dificultades propias de todo arte. Falta de concentración, dispersión, postergación, imposibilidad de acceder al mundo interior, falta de voluntad, desgano, justificaciones, forman parte de esta situación. Y “como ya no nos salió”, terminamos dejando de orar. O en el mejor de los casos esperamos alguna oportunidad como para volver, un retiro, unos ejercicios espirituales, un momento de oración comunitario, como si fueran a recomponer la cuestión de raíz. Distinto es cuando la situación nos lleva inevitablemente a la oración. Es el caso de una enfermedad o de un sufrimiento profundo, una confusión o un conflicto grave donde acudir a Dios se hace más «fácil».

Pero qué es lo que puede estar de fondo y no nos damos cuenta cuando nos pasa que queremos orar y no podemos, o que no nos sale como queremos y nos frustramos abandonando el hábito de hacer oración. ¿No será que nuestro estilo de vida nos invita a nuevos modos de comprender la oración? ¿Acaso hay algún modelo de oración que sea el mejor y no lo sabemos? ¿Será que todos oramos del igual forma o cada uno representa un modelo de oración personal? ¿No será que el Mal Espíritu nos hace trampa? ¿Cuál sería el parámetro para una verdadera oración, dónde radica su punto de apoyo?

El “peligro” de los modelos de oración

Resulta que la fe sólo se transmite a partir de la experiencia de Dios de cada uno en el testimonio de sus obras y sus palabras. Todos hemos recibido la fe como un don de Dios a través de los que nos preceden y que comunicaron su fe en Dios a nuestra experiencia. La familia, la comunidad creyente, los amigos, catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas han sido el eco de Dios para nuestra vida de fe. Han hecho lo mejor posible para enseñarnos la fe que levamos dentro. Así es que fuimos aprendiendo a unir nuestras manos y elevar una oración.

A medida que vamos creciendo en la fe se hace evidente que se torna más personal, porque nuestra comunicación con Dios se profundiza según nuestra particularidad. Ese crecimiento se ve asistido por muchos que nos instruyen en cómo rezar u orar.Desde el primer Padrenuestro hasta la contemplación más mística que hayamos tenido, fuimos introducidos en un modo de hacerlo, una técnica o una recomendación que fue muy oportuna en su momento.

Dicho modelo de oración que fuimos asimilando es susceptible de convertirse en un peligro cuando anteponemos el modelo a la realidad vital en la que nos encontramos. Por ejemplo, si aprendí que para orar tengo que hacer un silencio absoluto cómo voy a hacerlo en medio del bullicio; o si capté que oración es diálogo con Dios y no tengo ganas de hablarle, estoy en un problema; o si me dijeron que para orar bien hay que destinar una hora diaria, cómo hago cuando no tengo tiempo.

El peligro de los modelos o de las técnicas de oración es que pueden convertirse en recetas de cocina espiritual y resultar un manual que no responde a nuestra necesidad concreta ni a la realidad de la oración. Así es que se nos fue creando un concepto de oración que es necesario resignificar. Es decir, preguntarnos, ¿qué es orar para mí en este momento de mi vida? Y no tanto responder a un concepto previo de lo que es la oración cristiana.

Quién podría dudar de que necesitamos con frecuencia ciertas recomendaciones para orar y que hay unas que son más efectivas que otras, y que los grandes orantes de la historia de la fe nos han dado invaluables consejos; pero no pueden convertirse en el centro del problema, porque nos corren el punto de apoyo de la oración desplazando la confianza en el Espíritu de Dios y metiendo en su lugar la perseverancia de nuestra voluntad.

Es importante que comprendamos que la oración no la “hacemos” nosotros sino que es Dios quien ora y hace en nosotros. Cuando sentimos el deseo de dirigirnos a él, en verdad es él quien ha tomado la iniciativa y quiere acercarse cada vez más a nosotros para mostrarnos qué quiere de nosotros y cómo está transformando nuestra vida. El trabajo de Dios en nuestra vida es incesante, no acaba, no se apaga porque durmamos, no se toma vacaciones cuando no nos acordamos de él. Dios es un “eterno insistente” que quiere estar con nosotros aún cuando estemos alejados y renuentes.
Comprender la oración desde Dios y no desde nuestra férrea voluntad implica que nuestra tarea sea sólo la de disponernos a lo que Dios está obrando, sanando, pidiendo, alabando, bendiciendo en nosotros.

blanco y negro

 

Los engaños del Mal Espíritu a quien busca orar

Hay que saber que el Mal Espíritu (ME) no nos quiere cerca de Dios y hará todo lo posible para alejarnos y hacernos abandonar la experiencia de aquello que llamamos oración. Su estrategia de separación regularmente va de afuera hacia adentro, de los detalles al núcleo, de la superficie al deseo. Funciona como una especie de “cáncer espiritual”. Aquí es importante aclarar que lo que hace el ME es atacar nuestra voluntad y no la de Dios que es darnos vida, somos nosotros los tentados y no Dios.

En efecto, es probable que nos aleje polarizando nuestras intenciones. Si vivimos la oración como una experiencia más bien gratuita de comunicación con Dios, el ME nos cuestiona la productividad del tiempo de oración. Si entendemos que la oración es una experiencia afectiva del amor de Dios, el ME hará lo imposible para hacerla exclusivamente racional llevándonos a sacar conclusiones y resolver lógicamente el misterio, o a pensar que si no “sentimos” nada no tiene sentido. Si comprendemos la oración como diálogo con Dios, nos hace creer que es un monólogo nuestro atacando la paciencia que requiere caminar con los ritmos de Dios. Si oramos en la acción, nos llevará a cambiar la ecuación y hacernos pensar que “hacer” es más importante que orar. Si buscamos al rezar una experiencia de consolación, nos hará buscar las consolaciones de Dios y olvidar al Dios de la consolación. Si optamos por orar con textos, hará que lo que dice el texto sea más importante que Dios mismo. Si oramos con la Palabra, hará que se convierta en un texto conocido que no hace falta releer. Si al orar tenemos poco tiempo, pretenderá que cada vez tengamos menos. Si entendemos la oración como partir de la realidad, hará que la realidad sea tan cruda que Dios nunca pueda habitar en ella.

Y así cada uno podría identificar cuál es el engaño que el ME pone en su camino de búsqueda de Dios en la oración. Lo importante es detectar cuál es mi intención para saber que la polarizará o exagerará hasta sacarnos de ella. Por esto la oración no tiene que estar centrada en mí sino en Él. No en lo que yo quiero, yo busco, yo pretendo, yo necesito, yo, yo… sino en Él. Así el ME evita que tomemos contacto con el deseo del encuentro mutuo con Dios.

Pautas para una vida de oración

Si resulta que los modelos de oración son «peligrosos» y el mal espíritu está al acecho de nuestra voluntad centrándonos en nosotros mismos, ¿qué es en definitiva lo que nos hizo volcarnos a la oración en algún momento de nuestra vida y que ahora nos tiene en conflicto? ¿Se trata de una falsa tensión o de una situación vital? Como dice san Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual:

¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

Digamos que vivir esta tensión respecto de la vida de oración es muy sana porque declara que el deseo de Dios está vivo en nosotros. Lo que sucede quizá es que no hemos sabido canalizarla de un modo adecuado y nos resulta complicada. Cada vez que nos acordamos de que no hemos orado o de que tenemos una deuda pendiente estamos escuchando la voz del Espíritu de Dios que nos invita a estar con él. Cada vez que queremos rezar y nos cuesta estamos avanzando en el crecimiento espiritual. Cada vez que deseamos orar es Dios mismo el que nos habla desde adentro.

Pero, hay que dar un paso más dejando que sea Dios quien ore en nosotros. La confianza del buscador de Dios es saberse sostenido por él y asistido en el momento de la prueba. La confianza en la oración del Espíritu en nosotros tiene que ser más amplia que la que ponemos en nuestra voluntad de oración. Por eso san Pablo les dice a las comunidades romanas: “y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables; y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios”. (1Rom 8,26-27)

Es decir, es necesario dar el salto que nos lleva a ser parte del misterio. Si no comprendemos que Dios habita nuestra realidad cotidiana en cada persona con la que nos encontramos, en cada trabajo que realizamos, en cada cosa que vemos, sentimos, olemos, gustamos, oímos, en cada parte de nuestro cuerpo, en el descanso, en los sueños, en cada cosa que no comprendemos, en cada cruz propia o ajena, en cada último rincón de lo humano, no podremos confiar en que Él nos lleva a nosotros y no nosotros a él.

Tenemos que abrir la puerta al Misterio para entrar en él como se entra a una fiesta en la que hemos sido invitados desde adentro. No es nuestra fiesta sino la suya.

Si nos dejamos provocar por el Misterio del Dios que nos anunció Jesús daremos crédito a aquello de María cuando dice «mi alma canta la grandeza de Dios mi salvador, porque ha mirado la pequeñez de su servidora» (cf. Lc 1, 46-55) y entonces Dios nacerá en nosotros, y entonces Dios hará maravillas, y entonces el Reino crecerá en nosotros, y entonces la cruz tendrá sentido, y entonces la paz amarrada con la justicia dará a luz el amor que te llevará a ser cada vez más hermano, más hijo, más creatura.

Por eso, cada vez que sintamos que no oramos como queremos, recordemos que el Espíritu ya lo está haciendo por nosotros al Padre, para hacernos cada vez más otros Cristos. Y descansemos confiando en que Él sabrá qué hacer.

Emmanuel Sicre SJ.

 

El 2014 nos deja mucho

Está claro que hoy es día de grandes deseos, de nuevos propósitos, quizás incluso de planes y sueños intrépidos. Quién más, quién menos, todos tenemos una ilusión o un proyecto que nos gustaría cumplir para este 2015 que en pocas horas estrenaremos. Y está bien tener ya un pie levantado para posarlo con fuerza y esperanza en el año nuevo.

Es verdad que hay mucho bueno por venir, sin duda. Pero también es muy cierto que el 2014 nos deja ya mucho bueno vivido. Cada uno sabemos por dónde nos han venido este año las alegrías, las sorpresas, las amistades, la consolación, las segundas oportunidades, los encuentros que curan heridas, la gente nueva, los de siempre que siguen estando ahí, las conversaciones que hablan de Dios, el perdón, la ternura, la posibilidad de amar y de experimentar el amor…

Esto no quiere decir que todo haya sido de color de rosa. Casi seguro que no. Además, sería ingenuo pensar que no ha habido tiempos oscuros y negar los ratos de tristeza o dolor. Pero, sin duda, podemos echar la vista atrás con paciencia y con ternura. Y ahí, al final del año, “dar gracias por tanto bien recibido”.

Porque si miramos bien no es difícil darse cuenta de que nos ha pasado mucho bueno. Y porque, con lo que ha sido más duro, Dios sigue sabiendo construir en nosotros su historia de salvación.

Fuente: espiritualidadignaciana.org

Vino para quedarse

Vino para quedarse, habitar entre nosotros.
Bautizarse, peregrinar, pasar hambre y hasta ser tentado.
Vino para quedarse porque se le ocurrió amarnos.
Jugarse por cada uno de nosotros.
Porque se le ocurrió cubrir con su sombra a aquella mujer.
Guiando en sueños a aquel artesano.
Vino para quedarse, sabiendo que mucho lugar no tenía.
Que hasta nos iba a costar encontrarle su lugar.
Entre ángeles y pastores empezamos a abrir los ojos.
Envuelto en pañales lo encontraron los magos,
cuando la estrella se detuvo en aquel corral.
Convertido ahora de excluido hogar en Tienda de Encuentro.
Pesebre donde falta de todo, pero sobra amor.
Y vio Dios que era bueno, y también lloró y se quedó.

Marcos Aleman SJ.

Va a nacer

Va a nacer, y no te lo puedes perder. Sí, va a nacer y lo debes retransmitir. Va a nacer y se lo tienes que contar a todos tus amigos. Lo debes compartir y darle una y mil veces a “Me gusta”. Es lo mejor que nos puede pasar así que ya podemos ponerlo en nuestro muro. Para esta noticia no hace falta resolución máxima, no hacen falta ni efectos especiales ni la mejor de las canciones…

Hace falta enfocarse el corazón, cada uno el suyo; hace falta hacerle espacio y darse cuenta de que quiere entrar en nuestra vida para llenarla, para darle sentido. Se nos va a dar un niño y nuestro móvil no va a sonar. Necesitamos el silencio para escucharlo, para sentirlo; necesitamos la sonrisa de un niño para entender cómo de grande es esta noticia. Va a nacer. Va a nacer y no nos lo podemos perder.

Fuente: espiritualidadignaciana.org

Triduo de Adviento: ¿Qué quieres que haga por tí?

Segundo día del Triduo de preparación para la Navidad ofrecido por el Padre Javier Rojas Sj en la Iglesia de la Compañía de Jesús, de la ciudad de Córdoba, los días 17, 18 y 19 de diciembre . 

Prepararse para vivir el nacimiento de Jesús es un proceso que lleva a dejar de pensar en lo que significa el Nacimiento y abrir los sentidos del corazón para poder descubrir la verdad de ese misterio que se está revelando en un niño envuelto en pañales.

Y decíamos que cuando nos acercamos al pesebre a contemplarlo, surgen preguntas que pueden ayudarnos a llegar a un nuevo nacimiento, a compartir con Él su nacimiento. Y la primera pregunta que nos ocupaba ayer, es aquella que hizo Jesús al comenzar su ministerio: ¿Qué Buscas?

Y en esa Pregunta, Jesús no solamente nos interrogaba por lo que necesitábamos, sino también por la marcha, por el rumbo que lleva nuestra vida. Es decir, una pregunta en la que está incluído también un interrogante. El modo que tengo de vivir, la manera que tengo de relacionarme, el camino que he elegido ¿Me conduce a aquél fin, a aquella meta, a aquél lugar que quiero alcanzar?

Decíamos: todos necesitamos la Paz: queremos sentirnos amados, queremos sentirnos entendidos. Y aquí surgía la pregunta de si el modo que tienes de vivir, de relacionarte te hace factible el vivir con Paz, el sentirse aceptado, el sentirse perdonado.

A veces equivocamos el camino. Vamos a buscar los que buscamos en lugares equivocados ¿Se acuerdan aquél famoso dicho “no le pidas peras al olmo”? A veces necesitamos que Jesús nos diga eso: “Me parece que estás buscando peras en el olmo”; “me parece que estás buscando algo en el lugar equivocado”. A veces el lugar, a veces la persona, a veces la carrera… Lo que buscas, lo que realmente quieres para tí, tal vez no lo vayas a encontrar ni en esa persona, ni en ese lugar, ni en esa carrera, ni en ese modo de proceder…

Vamos a interrogarnos, siguiendo el Evangelio, si el camino que llevamos nos conduce al lugar que queremos alcanzar. Eso fue lo que reflexionamos ayer.

Hoy vamos a profundizar en otra pregunta también muy bonita del Evangelio:

Ya cerca de Jericó, había un hombre ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello, y le dieron la noticia: es Jesús, el Nazareno que pasa por aquí. Entonces empezó a gritar ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’

Los que iban delante le levantaron la voz para que se cayara, pero el gritaba con más fuerza ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’ Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajeran, y cuando tuvo al ciego cerca le preguntó: ‘¿Qué quieres que haga por tí?‘. Le respondió: ‘Señor, que yo vuelva a ver’.

Palabra de Dios

 Esta es la pregunta que vamos a reflexionar en esta noche ¿Qué quieres que haga?

Dice el texto que este hombre que estaba ahí, al borde del camino, un limosnero ciego, ya había escuchado hablar de Jesús, de este hombre que parecía que solucionaba los problemas ¿no? El que estaba ciego se curaba, el paralítico caminaba, aquella hemorroíza, resucitaba a los muertos. Para este ciego, cuando escuchó decir que era Jesús el que pasaba dijo ‘Aquí está la solución a todos mis problemas. Todo lo que necesito es llamar la atención de Jesús para que me arregle la vida y me solucione todos los problemas’.

Dice el Evangelio también que empezó a gritar, el hombre tenía claro su objetivo: era llamar la atención. Y los que estaban cerca, dice el Evangelio, le gritaban diciéndole ‘Cállate, no grites’. Como siempre, aquí hay pedigueños molestando a todos: ‘Estamos hartos de tus pedidos y de tus reclamos’. Pero aquí el evangelista Lucas parece querer resaltar una actitud que nos hace bien saberla. Dice el texto que Jesús se detuvo y que dijo “Tráiganlo, que venga”. ¿Pueden ustedes imaginar esa situación, hacer como dice San Ignacio ‘la contemplación del lugar’?

Imagínense a Jesús por ese pueblo, pasando por Jericó, la gente que se ha enterado, todo el mundo tiene muchas necesidades. Todos apretujándolo o gritando, todos queriendo llamar la atención. Y entre toda esa algarabía del gentío, este cieguito ahí, gritando también al costado “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!”. No sabemos, porque no dice Lucas, si también sanó a otros enfermos. Lo que sí sabemos es que, para Lucas, fue tan importante ese momento que quizo asentarlo, ponerlo por escrito.

¿Que había en el reclamo de este hombre que fue distinto a todos los reclamos y pedidos de los demás, que hizo que Jesús se detuviera?

Y no solamente se quedara ahí, y detuviera su marcha, sino que dijo “Tráiganlo”. En otros textos, paralelos a este en Mateo y en Marcos, relatan los evangelistas que alguien le dice “Vamos, levántate, que te llama”. Este es un texto también muy bonito: alguien siempre está ahí ayudándonos a acercarnos a Jesús.

La de ¿Qué quieres que haga por tí? es una pregunta que nos abre a la gracia, a la bondad de Dios. Nos ayuda a acoger con humildad nuestra limitación. Sin culpas ni reclamos, para descubrir la bondad de Dios.

Jesús se detiene también esta noche ante el lamento de tu corazón; ante el pedido de ayuda; ante la necesidad que tienes, se detendrá y te hará la misma pregunta: ¿Que quieres que haga por tí?

triduo

Yo tengo una pareja de amigos que son los dos ciegos: él es abogado (muy buen abogado) y ella canta en el Coro de Ciegos del Colón. Excelentes personas.

Un día me dijeron: “Javier te invitamos a comer una pizza”. Él me dijo que fuéramos a un lugar muy famoso en BuenosAires, que se llama “El Cuartito”. Allí se comen unas pizzas estupendas, y queda a unas 10 cuadras de mi casa. Y me dijeron: “Vamos caminando así vamos conociendo el barrio”. Y son ciegos. Cuando tú te relacionas con un ciego no sabes nunca si te están tomando el pelo o vos sos el único que no ve lo que ellos ven. Porque te dicen “Fijate que aquí está tal lugar, aquí está tal otro…”. Es increíble.

Lo simpático de esto es que yo soy el que veo, o eso fue lo que creí. Con lo cual asumí, sin preguntarles, que yo sabía el camino, que yo sabía (pero no muy bien) para dónde quedaba. En un momento, Rodrigo (mi amigo) me dice “Javier nos pasamos una cuadra”. Y está bien pero es vergonzoso, porque no sé si se está bromeando o me está diciendo en serio. Le digo “¿Cómo que nos pasamos”; “Sí, nos pasamos una cuadra, porque El Cuartito queda por Montevideo y ya estamos en Uruguay, tenemos que retroceder”. Le digo “Bueno, vamos a dar la vuelta”. Yo sigo conversando con ellos, me detengo porque estaba el semáforo en verde, osea que los autos estaban pasando. Y en ese instante, cuando yo me doy vuelta para conversar con ellos, me dice Ornella, la mujer: “Javier, ya podemos pasar, está en rojo el semáforo”.

Aunque parezca extraño, hay una manera de ver muy distinta de la que tenemos nosotros. Le dije a Ornella primero “Decime la verdad, te juro que tu secreto está a salvo conmigo ¿Cómo sabes?”. Y ella se rió porque siempre le pregunto lo mismo y ella siempre me responde lo mismo “Es sencillo Javier, porque no vibra es suelo”. ¿Ustedes se dieron cuenta de eso o no? ¿Ven que tampoco ven? O no sentimos…

Para ella, que el suelo vibre, significa que hay tránsito. En cada esquina, que el suelo no vibre, significa que puede cruzar. Es decir, hay una percepción muy distinta, hay una manera muy distinta de ver a la que estamos acostumbrados.

Jesús, cuando le pregunta a este ciego ‘¿Qué quieres que haga por tí?’, él le contesta ‘Que yo vuelva a ver’.

A veces me pregunto si esa petición que le hace este ciego a Jesús, no tendríamos que hacerla nosotros también. Es decir: ‘Señor, que me empiece a dar cuenta de aquellas cosas que perdí de vista, aquellas cosas que dejaron de ser importantes, aquellas cosas de las que ya no me doy cuenta, aquellas cosas que no veo y que me dejan al borde del camino como limosnero’.

¿Cuántos padres se han dejado de dar cuenta de que sus hijo ya son grandes? ¿Cuántos esposos han dejado de ver al otro como aquella persona con quien elegiste vivir toda la vida, y acompañarlo/a en las buenas y en las malas; ya sea que estés tosiendo toda la noche y no te deje dormir o cuando está sana? ¿Cuántas cosas hemos dejado de ver que hacen y son esenciales para nuestra felicidad?

Ante nuestras necesidades Dios se detiene, no pasa por alto lo que vivimos.

Dicen algunos entendidos que los seres humanos vemos sólo la novena parte de la realidad, y que para poder ver la totalidad necesitamos de otros ojos; para poder comprenderla.

Esa es una ceguera muy grande: la de creer que nosotros entendemos todo lo que vemos, y que lo que vemos es lo único que existe. Que solamente lo que yo veo es la verdad. Esa es la peor ceguera que puede existir.

Basta ver un poco nuestro gobierno para darse cuenta: cada uno de los de la oposición, que encima no saben para dónde rejuntarse, ven la solución magnífica para este país. En lugar de juntar la mirada y decir “salvemos esto”, dicen “Mi novena parte es la totalidad”. Y ahí está su ceguera. Con nuestras relaciones hacemos lo mismo “sólo lo que yo veo es la realidad, es lo verdadero y es lo que existe”. Esa, es la peor ceguera.

Dios se detiene ante nuestra vida, así como estamos; con la fragilidad que tenemos. Nos mira con ternura y nos pregunta “¿Qué quieres que haga por tí?” Cuando alguien dice a otro ¿Qué quieres que haga por tí? Está reconociendo que el otro no puede hacerlo por sí mismo. Pero el que pide, también reconoce que no puede. Cuando acompañamos enfermos a veces le decís ‘¿qué necesitas?’ ‘Pasame un vaso de agua’ porque no se puede levantar. El enfermo reconoce su limitación.

Una condición para ser ayudado por otro es reconocer la imposibilidad. Si no reconocemos nuestra limitación y nuestra imposibilidad nunca nos podrán ayudar. Es una condición básica de la relación de ayuda: saber que yo no puedo y que necesito de tí.

Cuando Jesús le pregunta al ciego ‘¿qué quieres que haga por tí?’, es como si le estuviera diciendo “¿Qué quiere ver ahora? Porque en la postura en la que estás no te das cuenta ¿Qué necesitas que te revele? ¿De qué tienes que darte cuenta?”.

A veces pedimos a Dios milagros cuando en realidad, lo que necesitamos es darnos cuenta de la situación en la que estamos. Pedimos a Dios ( y esa es también una experiencia muy metida en nuestra espiritualidad), vivimos muy sujetos a los milagros. Estamos muy sujetos a los “milagrillos” ¿Ustedes recuerdan aquella famosa propaganda (ya vieja) de unos caramelos sugus? La propaganda era que un chico iba a buscar a su prometida a la facultad; y mientras ella sale de la facultad y camina hacia el auto, él la espera, la mira, saca los caramelos sugus y dice esto: “si me toca un caramelo amarillo, me caso”. Ahí viene la prueba. ¿Y qué le sale? Amarillo. Y entonces dice “Bueno, si me sale por segunda vez”.

A veces nuestra vida de fe con Jesús, es así. Estamos esperandos que nos solucione problemitas. Y cuando lo hace dice “Bueno pero para cambiar necesito que también me acomodes esto”.

Por ejemplo, a veces decimos “Bueno, yo soportaría a mi suegra si fuera un poco más simpática”. Y si es simpática “bueno pero si es un poco menos metida”. Y si es menos metida “ojalá no existiera”.

Está muy distorsionada nuestra capacidad de darnos cuenta que el problema no es ese; el problema soy yo, que sólo tengo una visión y que por lo mismo estoy ciego.

Piense cada uno, en las veces que le ha dicho a otro “No estás equivocado, ésta es la verdad”. Y yo les digo a ustedes “No, están equivocados porque lo que hay aquí en esta Iglesia es un hermoso coro detrás mío” y ustedes me dicen que no, que lo que está detrás es un hermoso altar. Y yo les digo que no, que están equivocados porque yo lo estoy viendo. Esto pasa siempre.

Poder ver, en el Evangelio, es mucho más que sólo tomar conciencia de lo mucho o poco que mis ojos pueden contemplar. Es también, incorporar la mirada del otro. Ver lo que nos sucede como pareja, lo que nos sucede en el trabajo, lo que nos sucede en la familia.

Tal vez, fue porque Jesús se dio cuenta de que en este hombre había un verdadero reconocimiento de que no necesitaba mostrarse fuerte con el poder que Dios le podía dar a través de la vista, sino débil, al reconocer que no siempre tiene toda la visión que le gustaría; que se detuvo.

Yo a veces creo que Dios no nos da lo que le pedimos, no porque nos esté regateando milagritos, o porque se le estén acabando. Creo que a veces no consiente nuestro pedido porque no ve en nosotros la capacidad de poder transformarnos. Nos quedamos como niños, llorisqueando por el milagrito que no nos da, y vivimos exigiéndole, cuando lo que necesitamos en realidad es admitir que soy limitado, que soy frágil y que no puedo comprender ni ver todo lo que me sucede; que tal vez otros me pueden ayudar también.

Vamos a dedicarnos un tiempito para dejar resonar en nuestro corazón esta segunda pregunta, que el niño nos hará cuando nos acerquemos al pesebre el día de su nacimiento: ¿Qué quieres que hagas por tí? Señor, que vea. Señor, que me dé cuenta. Señor, que la soberbia no me enceguezca. Que la vanidad no me deje ver la realidad con claridad. Que la mentira no simule la verdad.

En muchas ocasiones nos hemos encontrado con personas que se lamentan no haberse dado cuenta de lo que tuvieron cerca hasta que lo perdieron ¿Se han encontrado con esas personas? Muchísimos se lamentan en la tumba de personas que han amado o que han tenido cerca, diciendo “me hubiera gustado poder decirle, me hubiera gustado poder darme cuenta, me hubiera gustado haberla abrazado más, haberla querido…”.

Tiene que ver con esta incapacidad de darnos cuenta. De prestar atención al que tenemos al lado; de mirarlo de contemplarlo; de darnos cuenta lo que están viviendo… el tiempo que vivimos parece que atenta contra todo vínculo sano; y también atenta contra el cultivo de nuestras relaciones sanas. Vivimos preguntando por el deber ‘Ya hiciste?’, ‘¿Ya te encargaste?’, ‘¿Ya terminaste?’, son preguntas que se hacen siempre con el objetivo de verificar si su obligación está cubierta. O si aquello de lo que se responsabilizó está hecho. Pero difícilmente preguntamos ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís? ¿Estás a gusto? ¿Estás contento/a? ¿En algo puedo ayudarte? ¿Necesitás algo?

El ciego necesitó que Jesús le devolviera esa capacidad de mirar mucho más allá de lo que sus ojos pudieran contemplar.

Dicen algunos autores que la pregunta básica que se nos hará es si hemos amado. Y que el amor tiene una faceta que se puede dividir en dos tiempos: la primera parte de la vida nos pasamos buscando a alguien que nos ame. En eso radica nuestra intención y nuestra búsqueda: alguien que se enamore de mí. Hasta los 40/50 uno anda persiguiendo a alguien a quien enamorar, alguien a quién seducir, a quién cautivar. Nos encanta que alguien nos diga “qué bien que estás, que joven que estás…” no sabemos por qué, pero nos gusta. Y creemos que la felicidad está en que alguien nos quiera. Cuando en realidad, nuestra plenitud máxima está en encontrar a alguien a quien amar.

Tal vez lo que el ciego necesitaba era darse cuenta de que no tenía que estar al borde del camino pidiendo limosna: algo de afecto, algo de cariño, algo de atención. Lo que necesitaba era que él hiciera centro a otro distinto de sí mismo. Preocúpate por otro, trata de que el otro esté bien. Mira al otro, deja de mirar por sus necesidades y contempla un poco al otro. Lo que estamos necesitando ver es que al lado nuestro hay alguien que necesita de nosotros.

Triduo de Adviento: ¿Que buscamos en Jesús?

Presentamos el triduo de Adviento ofrecido por el P. Javier Rojas SJ. en la Iglesia de la Compañía de Jesús en Córdoba el dia 17, 18 y 19 de Diciembre de 2014. Son tres días de preparación para esta Navidad

En esta ocasión queremos tomar como centro estas preguntas que parecen surgir cuando estamos ante el misterio de aquello que no se puede comprender con la razón, con el pensamiento. Sino  aquella verdad revelada, aquela que se alcanza cuando es el corazón el que está en juego.

Del misterio del nacimiento de Jesús suscita muchas preguntas, ¿Cuándo nos acercamos al pesebre con qué nos encontramos?

En el Evangelio de Juan, Jesús comienza su ministerio haciendo una pregunta ¿qué buscan?, las preguntas abren el corazón y la mente a buscar respuestas y si queremos preguntas verdaderas ya no nos quedamos con las que nos dan los demás, necesitamos ir a preguntas más ondas. Sólo Jesús puede responder cuales son aquellas cosas que en realidad estamos buscando.

En principio tenemos temor de hacernos preguntas, las verdaderas, las auténticas, porque tememos enormemente las respuestas que podamos hallar.

En la marcha de aquellos hombres, está el hombre actual y de todos los tiempos, insatisfecho por las respuestas despersonalizadas que responden a los hombres concebidos como en series, sin comprender su historia, sin comprender su vida.

El mundo actual parece dar respuestas a todo, pero con preguntas que conciben al hombre como en series, preguntas envasadas, preguntas armadas, preguntas hechas, y las respuestas que nos obligan a escuchar también tiene el mismo tenor.

Las respuestas en este tiempo nos quedan cortas para la realidad que vivimos. Tiene que haber algo más.

¿Te has preguntado que buscas hoy, en este tiempo en el que estás viviendo? ¿Detrás de qué vas? ¿Qué es aquello que atrapa tu corazón, te tiene preocupado, te tiene un poco sacado de tu centro? ¿Qué es aquello que parece haberte agarrado el corazón, secuestrado el alma y no te deja vivir en paz ni feliz?

Jesús no pregunta solamente por lo que buscamos, pregunta también por la marcha que lleva nuestra vida. Y este año que va terminado, este año en que nos vamos acercando al pesebre en la navidad… ¿por dónde has andado? ¿Por dónde te has metido? ¿De dónde te han sacado? ¿Por dónde deberías o sientes que deberías encausar tu vida?

Cuando nos preguntamos sobre el sentido de nuestra existencia, sobre el sentido de nuestra vida, acontece en nosotros un éxodo interno, salimos de las respuestas acartonadas para encontrar un algo nuevo, salimos de lo ya conocido para descubrir otra cosa.

En nuestra vida de fe necesitamos constantemente ir renovando nuestro camino espiritual, a veces saliendo de las comodidades ya construidas para preguntarle al señor: ¿Es esto Señor?, ¿Es así como te sigo mejor?

Jesús nos pregunta en el pesebre, ¿qué quieres realmente, en tu familia, en tu trabajo, en tus relaciones?, ¿qué andas buscando?, ¿vale la pena lo que estás haciendo?, ¿este modo de vivir te conduce a alguna parte?, ¿el caminar que llevas te dará lo que andas buscando?

Lo que uno busca define el camino que recorrerá, y en cierto modo anuncia lo ha de encontrar.

Preguntarse hacia dónde va mi vida. Preguntar al niño Jesús hacia donde voy, porque cuando nos preguntamos sobre lo que buscamos, no solo tenemos la posibilidad de avanzar confiados por el camino que ya hemos elegido, sino que además, nos da la posibilidad de corregir la dirección si fuera necesario.

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Vamos a pedirle a Jesús, en este primer día de triduo, que en este camino de preparación para encontrarnos con él en el pesebre, llevemos también en el corazón el fruto de la reflexión: lo que busco, lo que tengo, hacia dónde voy, son preguntas que ayudan a re direccionar nuestra vida.

El destino final es Dios, pero cada uno debe encontrar el camino personal para recorrerlo, un camino que a la vez es comunitario, porque se transita con la fe en el corazón que nos vuelve a todos peregrinos de una misma tierra prometida. Cada uno transita su senda, pero el destino es único, cada uno tiene que encontrar la senda por la que transitar.

Vamos a pedirle a nuestra madre la Virgen, que se puso en camino cuando entendió y comprendió que su deber era acercarse a su prima o salir de prisa para cuidar al niño que llevaba en su vientre y escapar de la persecución. Que también a nosotros nos enseñe, nos de la fuerza: primero, para reconocer la marcha que lleva nuestra vida, pero también de hacer esos golpe de timón que estamos necesitando para volver a encausar nuestra vida, si lo estamos necesitando, con fe, con la esperanza que sólo un amor de madre puede inspirarnos.