Reflexión: Comprar un dinosaurio

Por Álvaro Zapata SJ

Es la escena de Los Simpsons que primero me vino a la cabeza cuando anoche vi la noticia de que Elon Musk había comprado Twitter. Un hastiado Homer se dirige a la tele donde el presentador del telediario presume de ganar la lotería: «puede tener todo el dinero del mundo, pero hay algo que nunca podrá comprar… un dinosaurio».

No estoy seguro de si Elon Musk no podrá comprar nunca un dinosaurio, pero lo cierto es que la pregunta que nos ronda a unos cuantos después de la compra de Twitter, es qué queda fuera del comercio, del negocio. Desde la ingenuidad muchos creímos al inicio en las redes como un espacio público de intercambio, de conocernos, donde lo mejor –y lo peor– se ponía en común. Con el tiempo la ingenuidad ha dado paso a la sospecha, hemos conocido que las redes se vertebran en torno a algoritmos que limitan con mucho nuestra libertad. Por eso, quizás, cuando sabemos que el hombre más rico del mundo ha comprado Twitter para garantizar la libertad de expresión, según sus propias palabras, en realidad más que alivio lo que nos sucede es que levantamos una ceja del escepticismo pensando en qué será lo siguiente.

El problema no ha sido descubrir que en realidad Twitter, como el resto de redes sociales o los medios de comunicación, es un negocio que cotiza, que se compra y vende y que está sujeto a intereses económicos y privados. Esto ya lo hemos ido descubriendo. La imagen del universitario geek que crea una red social y se hace universalmente famoso y millonario hace tiempo que se nos quedó atrás conforme esas iniciativas iban formando conglomerados y multinacionales de los que es difícil escapar.

Lo que nos hace levantar la ceja del escepticismo, en realidad, es el hecho de que un hombre se convierta en garante de la libertad de expresión desde su propia iniciativa sostenida en la fuerza de su dinero. Porque esto nos abre a preguntas mucho más difíciles de afrontar que una transacción entre multinacionales, que a fin de cuentas es lo que ha sucedido con Twitter. La decisión tomada por Musk nos recuerda la falta de límites que viven unos –muy– pocos porque la enorme cantidad de dinero que acumulan arrasan con todos los límites que se les podrían poner social o políticamente.

Elon Musk no ha tomado una mera decisión empresarial, ha decidido generar un cambio social tomando el control de una red social influyente. Ha visto algo que, según su criterio, no funcionaba bien y ha demostrado que puede tomar el control sin dificultades para cambiarlo. Y será su criterio el que prevalezca. No porque sea el más adecuado, pensado o consensuado… sino porque es el que más dinero tiene detrás.

Esta es la pregunta, en definitiva. Podemos hablar de valores, de libertades, de prioridades en nuestra sociedad… pero ¿qué hacemos cuando el dinero aparece y decide?

Fuente: pastoralsj.org

Serie 7 pecados capitales: Lujuria

Una serie de José María Rodriguez Olaizola para pastoralsj.org

“Pecados son aquellas circunstancias

en las que uno elige y apuesta

por cosas que hacen que la vida

– propia y ajena – sea menos plena.”

Es tan humano, el deseo, la búsqueda de placer, el perseguir, en el contacto físico, el disfrute, un buen rato, el celebrar el cuerpo en su sentido más profundo. La lujuria tiene que ver con perseguir el placer físico al margen de otras consideraciones. Al margen de otros elementos de la relación. Es el placer por el placer, el sexo por el sexo, el disfrute por el disfrute. Es algo muy al alcance de todo el mundo hoy, en una sociedad que asume el sexo como una dimensión habitual de las relaciones sociales, y donde muchas formas de estimulación están al alcance de casi cualquiera.

¿Dónde está el problema en esto? ¿Por qué hablar de pecado? ¿Es aquí donde, tal vez, asoma lo más puritano, lo más represivo, lo menos celebrativo de una Iglesia y una moral que no comprende las bondades del sexo? ¿Por qué ver problema en la lujuria? ¿En qué sentido nos perjudica? Si dos adultos quieren, ¿dónde está el problema? El problema es que termina proponiendo una vivencia de las relaciones físicas que se agota en sí misma. Eso, a muchas personas les puede bastar. Pero se pierden –al menos desde la concepción creyente de la persona– una opción valiente y con un punto de riesgo: la decisión de vincular las relaciones sexuales a la experiencia interpersonal del amor.

¿Cuál es la alternativa? Vincular el sexo al amor. No a cualquier cosa que se llama amor. Al amor que es apertura incondicional. Que es relación. Que es historia que se va escribiendo con el paso del tiempo. Que es comunicación. Que es compromiso. Y que irá alcanzando mayores niveles de intimidad a medida que va creciendo y consolidándose. Probablemente es en este campo donde la mirada, desde la fe, debería ser menos desde la prohibición y más desde la propuesta. La propuesta creyente es vincular el sexo al amor. Para que no se quede reducido a algo demasiado mecánico, demasiado egocéntrico, demasiado inmediato o demasiado vacío.

José María Rodríguez Olaizola

Fuente: pastoralsj.org

Serie 7 pecados capitales: Pereza

Una serie de José María Rodriguez Olaizola para pastoralsj.org

“Pecados son aquellas circunstancias

en las que uno elige y apuesta

por cosas que hacen que la vida

– propia y ajena – sea menos plena.”

A todos, alguna vez, nos entra un poco de pereza, de inapetencia, de desgana. Y en ocasiones nos dejamos llevar por ella, y es que no se puede estar siempre a mil, con las pilas cargadas y motivado para todo. Pero en ocasiones la pereza se convierte en actitud vital. Pasa de ser una situación puntual a guiar todas las respuestas que das, cada vez que se te pide algo. Siempre encuentra uno excusas para no hacer lo que no apetece. Se te ocurren mil planes mejores. Reconoces que no tienes ganas. O a veces, en lugar de eso, lo disfrazas de sobrecarga y agobio. Te viene a la boca, como un mantra siempre preparado, la explicación de que es que estás muy cansado y no puedes con todo –que a veces es verdad, pero a veces se convierte en una fachada para la vagancia, tan convincente que hasta uno mismo se lo puede creer–. Y terminas posponiendo siempre lo que te resulta duro, arduo o poco gratificante, mientras abrazas con entusiasmo lo apetitoso, lo fácil o lo emocionante. Es muy humano el que haya cosas que te apetezcan más que otras y el que uno prefiera lo cómodo y fácil a lo exigente.

El problema de la pereza como actitud vital es que termina haciendo que algunas cosas que son importantes –acaso imprescindibles– se pierdan y queden sin hacer. Por pereza puede uno dejar pasar algún tren muy necesario. O puede dejar en la cuneta a alguien que le necesita. El gran pecado asociado a la pereza es la omisión, y todo lo que, por su causa, puede quedar sin hacer.

¿Cuál es la alternativa? No sé si es muy contemporáneo hablar de diligencia (que casi suena a carro de película del oeste). Hoy quizás diríamos algo así como que hay que ponerse las pilas y arrear. Como actitud, la diligencia, el ser diligente, es ser alguien que está preparado y dispuesto para ir sacando adelante las cosas. Es bueno para uno mismo, porque vas conquistando espacios, terrenos y ámbitos en la vida. Y es bueno para los otros, si las metas que te fijas tienen que ver con ellos. No se trata, al final, de ir por la vida con complejo de superhéroe o de salvamundos, pero sí de reconocer los propios talentos y ponerlos en juego para que den buenos frutos.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Tercer Domingo de Pascua | Domingo del Compartir

Los obispos argentinos han dispuesto que el tercer domingo de Pascua de cada año se celebre el Domingo del Compartir, una jornada para reflexionar sobre la importancia de que la Misión Evangelizadora de la Iglesia sea sostenida con el aporte de sus fieles.

En una carta enviada a los sacerdotes, párrocos y a las comunidades de todo el país, la Conferencia Episcopal Argentina invita a celebrar la primera jornada este 1° de mayo.

En el marco de la reforma económica de la Iglesia, la Conferencia Episcopal ha puesto a disposición de las Diócesis el Programa FE. Una plataforma digital de donaciones donde, de diversas maneras, se puede donar a la misión de la Iglesia Argentina en general, a las Diócesis y a las Parroquias en particular. Este Domingo del Compartir es un momento favorable valorar y colaborar juntos al sostenimiento de la obra evangelizadora de la Iglesia que peregrina nuestro país.

Conoce más en #DomingoDelCompartir

Razones para la esperanza

Un artículo de José Funes SJ* para el diario Perfil.

En estos días feriados de Semana Santa – Semana del Turismo como se conoce en Uruguay, algún día también nosotros blanquearemos el nombre de estos feriados – tal vez hayamos podido encontrar tiempo para descansar y pensar. En este contexto un poco más relajado, continúo el diálogo entablado desde hace tiempo con mi no-creyente y quizás el/la lector/a no creyente también pueda iniciar o reanudar una conversación con su lado creyente. Esta conversación de creyentes con ateos/as y agnósticos/as es siempre beneficiosa, ayuda a quien cree en Dios a la conversión de la mente y el corazón al Dios verdadero que apenas se aproxima a la mejor imagen de Dios que tengamos. El Dios verdadero nos desborda en su misterio no porque es irracional comprender algo de Él sino porque es imposible encerrarlo en nuestra pobre mente. Sólo podemos barruntar algo de su misterio tremendo y fascinante en el camino de nuestra vida. Imagino que también el/la no creyente puede aprovecharse de esta conversación. El desafío entonces es promover este diálogo considerando la honestidad intelectual como presupuesto, la suposición de que la otra persona actúa en buena fe y teniendo el coraje de cambiar nuestros propios puntos de vista si la búsqueda de la verdad lo requiere.

Siguiendo el consejo de San Pedro en la Biblia que exhorta a a los/as cristianos/as a estar siempre dispuestos/as a dar razón de la esperanza que tienen, haciéndolo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia, me pregunto qué razones para esperar en Dios tengo en esta Pascua de 2022.

Comienzo aferrándome a las palabras del profeta Isaías: “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” Este texto pertenece a la segunda parte del libro de Isaías que se conoce como el libro de la Consolación. En el siglo VI a.C. el pueblo judío estaba todavía sufriendo el destierro en Babilonia y comienza a vislumbrarse el regreso a su tierra. En estas palabras de Dios a su pueblo hay una invitación a mirar hacia el futuro, a lo nuevo que está germinando. Para los cristianos esta novedad que florece es la Vida que nos trae la Resurrección de Jesús que celebramos el domingo de Pascua. En una historia envejecida por el pecado, el Resucitado nos da la posibilidad de lo nuevo, de ser verdaderamente creativos. Estoy convencido que lo antiguo, lo viejo, es el pecado, es el mal que hacemos a los demás, a nosotros mismos y a la naturaleza. No es lo mismo ser creativo, acoger la novedad de Dios, que seguir la moda. No hay nada más efímero que la moda porque además de ser superficial viene con fecha de vencimiento. En la próxima estación dejara de usarse por el dictamen de una minoría de iluminados/as.

En las últimas semanas he estado pensando que la creatividad y la novedad de Dios se manifiestan en el perdón que recibimos y damos. Creyentes y no creyentes tenemos la capacidad de ser creativos, es decir, de hacer algo nuevo y dar respuestas nuevas ante situaciones donde prevalece el egoísmo, la violencia, la injusticia. Esta creatividad nos hace colaboradores del Creador que renueva el universo entero en la Resurrección. Creyentes y no creyentes podemos perdonar y ser perdonados. El perdón es de las experiencias más profundas y humanas que hacemos desde nuestra infancia. El perdón y la reconciliación, fruto de la justicia, hacen posible la vida en nuestra familia, en nuestro trabajo, en la sociedad. Más que nunca necesitamos esperar contra toda esperanza que la reconciliación en nuestro país y en el mundo es posible para que de veras germine algo nuevo.

* Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de CONICET-Universidad Católica de Córdoba, ex director del Observatorio Vaticano.

Fuente: perfil.com

Notas sobre sinodalidad

Un artículo de Mauricio López Oropeza, Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM.

La danza de la vida para tantos es danza de muerte, infligida por seres completamente descentrados, alejados del camino de humanización. El ser humano tiene la capacidad de vibrar con la música del otro y, sin embargo, hay seres que viven promoviendo el descarte, consideran a otros y a sí mismos basura, viven en medio de situaciones inefables. Ante esto, la sinodalidad es también experimentar el llanto de Dios sobre el mundo en cada expresión que arranca la vida.

Sinodalidad es asumir la esperanza latente, que nos anima a sostener la mirada sobre esas realidades cuando pareciera que todo se sustenta en descartar al otro, y soñar otros horizontes más fraternos. En este mundo desintegrado si tan sólo nos pudiéramos mirarnos unos a otros a los ojos, en verdad, en el anhelo de caminar más juntos y juntas sinodalmente, habría otras posibilidades de tejer otros mañanas.

¿Es el destino del mundo romperse y resquebrajarse? Frente a esta interrogante, estamos llamados a reconocer en el amor la única fuerza integradora, superior a todo, capaz de conducir a la sinodalidad plena desde la comunión de o diverso; Si bien, sabemos que el amor es complejo, a veces desconcertante, pero en la fibra más esencial de nuestro ser sabemos con certeza que sin amor no somos nada. La Sinodalidad genuina, como un modo de ser en el mundo y en la Iglesia, se sostiene en el amor para superar cualquier vacío y encontrar el sentido que nos permita pasar del yo al tú, y entonces alcanzar el nosotros. Aquí no hay cabida para los activismos sin conexión con las raíces, sin conexión con los frutos, es necesario que los caminos compartidos partan de las fibras más profundas de la vida cotidiana, o no serán genuino camino compartido. Por ello, sinodalidad es decir mil veces sí al amor compartido y en comunión; recordando, en medio de un mundo roto, tanto bien recibido como Gracia que viene de arriba. Estamos llamados a querer seguir viviendo en el amor, a sostenernos desde ahí, para seguir sintiéndonos vivos y caminando juntos.

Mantener la fidelidad en la vida, y en el Dios que llama a más vida

Acompañar la conversión para hacerla vida y vida duradera, más allá del momento presente o de los instantes pasajeros, depende de la capacidad de franquear las duras pruebas que se viven en la pugna epistemológica de ideologías contrapuestas y desencontradas. Una pugna que está también dentro del corazón de la Iglesia en su opción vital, y en el corazón mismo de las personas que siguen creando muros para afirmar una superioridad que no permite tender puentes. Toda opción por el Reino debe estar sostenida en la vida concreta del pueblo, en los territorios, en escuchar y abrazar las distintas voces, miradas, carismas y espiritualidades; ahí se teje la verdadera Sinodalidad, porque ella nace del reconocimiento de lo más profundo de cada persona y su propio camino.

Estamos en una durísima disputa que llega como gracia luego de más de casi 60 años desde el impulso del Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II para toda la Iglesia, y con especial sentido y fuerza en América Latina y el Caribe. Al respecto, debemos mantener la fidelidad en la fuente primera, la encarnación de Dios en la vida concreta, en acompañar esa vida que se territorializa, defenderla, defender culturas, espacio vital, diversidad, pues ahí está sucediendo el hecho de la encarnación día tras día. Somos llamados a asumir una libertad que se nos ha dado como espiritualidad concreta que nos hace vulnerables ante las estructuras, los tejidos institucionales, pero que se vuelve un bello regalo escondido cuando se comparte, y que al partir el pan logra encontrar nuevos modos más ciertos, nuevos caminos inspirados en los llamados del Espíritu.

La sinodalidad que he podido vivir como laico en mi ministerio dentro de la Iglesia ha sido una Gracia que se ha ido tejiendo progresivamente, que ha mantenido la fidelidad al llamado primero, purificando la intención para ir comprendiendo poco a poco ¿qué significa trabajar juntos por el Reino para todos, sabiendo que nadie es ajeno a este llamado de Jesús? Sinodalidad es el nombre de la Iglesia del presente, lo ha dicho el propio Papa Francisco, pero qué difícil se ha vuelto tejer esto como una posibilidad real en medio de polos en tensión, de pugnas ideológicas y de intentos de someter a los otros bajo las pequeñas verdades particulares.

Llamados a mirar con los ojos renovadores de la Sinodalidad

Sinodalidad es una invitación a crear nuevas posibilidades de vida plena a la manera de Cristo, que, a pesar de la amenaza y la muerte inminente, siempre triunfa. Estamos llamados a redimir el caos y a definir criterios que permitan trazar, progresivamente, nuevos caminos de esperanza para reorientar el mundo desde la posibilidad de una verdadera fraternidad universal. Derrumbando y edificando, como decía Dios mismo a Jeremías, para que se abrieran posibilidades de futuro, uno que se construya en plural y en colectivo, sinodalmente.

Vivir en clave sinodal, se trata de honrar la vida que florece en el Señor, que en absoluta libertad interior nos invita a abrazar las novedades del Espíritu que sucede en el diario vivir, que aparece en el camino, que camina entre nosotros en medio de la realidad porque ha querido compartir nuestro destino y hacer parte de esta peregrinación; Sinodalidad es una invitación a no defender solamente nuestras certezas sin espacio al diálogo, para no caer en los fundamentalismos o miradas autorreferenciales que se toman los espacios y asfixian al Espíritu. Solo la mirada en comunidad tiene sentido, ahí donde la perspectiva más allá de nosotros abre posibilidades hacia una genuina sinodalidad.

En definitiva, no podemos someter este Kairós de Dios bajo ‘megaestructuras autoafirmantes’, que pierdan de vista nuestro llamado a ser un solo cuerpo de Cristo en medio de la diversidad; si bien las institucionalidades resultan muy importantes, solo son realmente esenciales cuando sirven al propósito mayor del Pueblo de Dios, que es el encuentro con el Señor de la vida. Para ello, estamos invitados a vivir en honesta sencillez, al sabernos frágiles y limitados, para que el Espíritu sea el que moldee nuestro rostro, nuestro servicio, nuestro ser Iglesia todos los días y cada día.

Fuente: vidanuevadigital.org

Serie 7 pecados capitales: Avaricia

Una serie de José María Rodriguez Olaizola para pastoralsj.org

“Pecados son aquellas circunstancias

en las que uno elige y apuesta

por cosas que hacen que la vida

– propia y ajena – sea menos plena.”

Todos necesitamos, en la vida, algunas seguridades. Y aspiramos a unas condiciones de vida dignas. Es legítimo tratar de ir mejorando un poco, hasta poder darnos algún capricho… Pero, hay una línea que separa la necesidad verdadera de la ansiedad impuesta, la seguridad del exceso y la prudencia del abuso. Hay una tentación muy humana, la de tener más, acumular, acaparar. Parece que no basta nunca con lo que uno ha conseguido. Todo resulta insuficiente, y la aspiración a acumular –riquezas, bienes, relaciones o experiencias– se convierte en voracidad.

¿Dónde radica el problema? Que en algún punto de ese camino ocurre que dejas de ser dueño para ser esclavo. Los bienes dejan de servir para aquello que necesitabas, para convertirse en tu cadena. La vida va girando en torno a ellos, y poco a poco el miedo a perder puede más que la gratitud ante lo que uno tiene. Además, el ansia de poseer mucho puede producirse a costa de que el otro no posea apenas nada, porque no hay para tantos.

¿Cuál es la alternativa?. Frente a la avaricia, la respuesta es el desprendimiento. Desprendimiento que es una forma de libertad. Una apuesta por la mesura. Se trata de tener una mirada agradecida a la vida, una mirada que te permita valorar lo que tienes como un privilegio. Y que te permita verlo en perspectiva, en un mundo donde tantos carecen de tanto. No se trata de no necesitar nada –eso no es nuestra espiritualidad ni nuestra fe– pero sí de no volver imprescindible lo que en realidad es accesorio.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Fuente: pastoralsj.org

Asamblea CONFAR 2022

Los Superiores/as Mayores de las Órdenes, Institutos y Congregaciones en la Argentina y la Conferencia Argentina de Religiosas y Religiosos (*CONFAR*) se reunieron presencialmente después de dos años de virtualidad, en la localidad de Pilar.

Bajo el lema “La escucha desata la travesía”, la Asamblea se dispuso, en actitud orante, a recoger la vida, los dolores y esperanzas de estos tres años y a preparar los oídos para disponerse a la escucha.

En un comunicado reconocieron que la pandemia los puso descarnadamente frente a los límites, y se visualizaron las dificultades vinculares, las crisis de sentido, las autorrefencialidades, los miedos a la muerte, a los riesgos, a la novedad, los abusos en la vivencia de la autoridad; las muertes a causa de Covid 19, y también las opciones al camino vocacional.

Al mismo tiempo, reconocieron las esperanzas que los movilizan: nuevas formas de fraternidad y sororidad, nuevos cuidados para cuidar, nuevas maneras de intercongregacionalidad, de misión compartida, con la certeza de la manifestación de Dios en el dolor y la fragilidad.

El pueblo es el faro que les indica “el hacia dónde” de la vocación consagrada: “constatamos que Jesús con rostro pobre, enfermo, anciano, samaritano, ha estado en nuestro caminar”. Profundizaron los retos de la sinodalidad expresados por la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, tomando conciencia de “que no cualquier caminar al lado es sinodal y que, no por mucho nombrarlo lo estamos viviendo”.

En discernimiento eligieron la nueva Junta Directiva Nacional que los animará en este trienio presidida por Inés Greslebin aci, secundada por Daneil Fleitas ofm y María Bigozzi, misionera diocesana. Rafael Velasco sj integrará el equipo como vocal.

El nuevo equipo los anima a ser testigos del nuevo fuego aprendiendo como vida religiosa a seguir tejiendo redes vinculares que convoquen a más hermanos y hermanas. Finalmente, pidieron que las mujeres, primeras apóstoles de la Resurrección junto a María, alienten el anhelo de ser fuegos que encienden otros fuegos en los nuevos contextos donde les toque servir.

Serie 7 pecados capitales: orgullo

Una serie de José María Rodriguez Olaizola para pastoralsj.org

“Pecados son aquellas circunstancias

en las que uno elige y apuesta

por cosas que hacen que la vida

– propia y ajena – sea menos plena.”

Hay un orgullo bueno y necesario. Te puedes sentir orgulloso de un hijo, de un logro, de un amigo. O de ti mismo, cuando has sido capaz de hacer algo que merece la pena. No se trata de no valorar lo que uno es, o lo que uno hace. Pero hay un orgullo diferente, mucho más destructivo. También se conoce como vanidad, o como soberbia, o tantas otras formas de llamarlo. Es esa mirada que se coloca a uno mismo tan en el centro, tan en un pedestal, tan hinchado y contento de sí, que te hace ciego –o indiferente– a los otros. Es estar encantado de ti mismo, desde una mirada complaciente con tus fortalezas; tanto que te olvidas de tus pies de barro y tu limitación. Es creerte el ombligo del mundo.

He ahí el problema. Porque si el mundo se convierte en una competición de egos entonces no queda mucho espacio para el diálogo, para el encuentro, para el amor (o solo lo hay para el amor propio). Si solo construyes desde la autocomplacencia y la mirada a ti mismo, te terminas encerrando en una burbuja que te aísla. Y esa burbuja, al final, y aunque ni te des cuenta, es una prisión en la que estás solo. Muy contento de ti mismo, pero solo, convirtiendo a los demás en meras comparsas o palmeros de los que solo esperas aplauso y reconocimiento.

Alternativa. Frente a ese orgullo, la respuesta es la humildad. Humildad que, decía santa Teresa, es andar en verdad. No se trata de ningunear los propios talentos o de minusvalorar(se). Se trata de reconocer y expresar, con sencillez, quién es uno. Humildad es agradecer las capacidades y talentos –que las tenemos–. Y también reconocer las asignaturas pendientes y los defectos –que también–. Es la perspectiva suficiente como para que la mirada te lleve, más allá de ti, a los otros, allá donde haya encuentro verdadero.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Fuente: pastoralsj.org

Reflexión del Evangelio – Domingo de Pascua

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor – Ciclo C (Juan 20, 1-9)

Ninguno de los cuatro evangelios nos cuenta el “hecho” de la Resurrección del Señor. Lo que nos narran los evangelios es el proceso de la fe en la Resurrección de los discípulos y de las primeras comunidades cristianas. Un proceso que comienza con el sencillo relato que nos presenta hoy el evangelista Juan. Un relato que tiene tres protagonistas: María la Magdalena, Pedro y “el otro discípulo, a quien Jesús amaba” que la mayoría de exégetas identifican con Juan.

Este proceso de fe en la Resurrección de Jesús comienza de un modo muy sencillo: “vieron”. El verbo “ver” es el verbo central en este evangelio de hoy: se repite hasta cuatro veces. En este relato no “ven” a Jesús Resucitado: lo que ven es un sepulcro vacío. La Magdalena “vio la losa quitada del sepulcro”; el otro discípulo que llega antes que Pedro, pero no entra “vio los lienzos tendidos”; Pedro cuando entra ve “los lienzos tendidos y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte”. Cuando entra el otro discípulo “el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó”. Ha visto lo mismo que los demás, pero cree: ha entendido lo que decía la Escritura “que él había de resucitar de entre los muertos”.

Tan sencillo como eso, tan misterioso como eso. Seguramente nosotros hubiéramos pensado en otro “modelo” de Resurrección: aparatoso, triunfal, espectacular, lleno de efectos especiales y capaz de apabullar a incrédulos y enemigos. Pero ese no ha sido nunca el estilo de Jesús: nacido en un pueblo perdido de un país insignificante, escondido durante treinta años, muerto como un delincuente en la cruz y fuera de la ciudad. Había que tener fe para creer en él como el Mesías de Dios, hay que tener fe para creer en su Resurrección.

La fe no es nunca un proceso fácil: es una gracia. Acaba el relato de hoy diciendo que “los dos discípulos se volvieron a casa”, seguramente a hacer algo tan íntimo como compartir la experiencia que cada uno de ellos había tenido esa mañana y lo que significaba. Que la fe en la Resurrección de Jesús que hemos compartido a lo largo de la historia millones de personas y que ha cambiado la vida de millones de personas haya comenzado de esta manera tan sencilla, tan íntima, tan humilde, ése es un auténtico milagro.

El discípulo que “vio y creyó” dice el evangelista que es aquel “a quien Jesús amaba”. El amor abre los ojos de la fe. Dice el refrán castellano que “ojos que no ven, corazón que no siente”; pero creo que el evangelio de hoy nos permite invertir los términos del aforismo popular y afirmar que “corazón que no siente, ojos que no ven”. Es el amor el que nos abre los ojos para ver todo lo que de “resurrección” hay en este mundo donde tan presente está la muerte.

Darío Mollá SJ

Fuente:centroarrupevalencia.org