Serie 16 caminos hacia Dios: «La basura» – Emmanuel Sicre SJ

3. Camino hacia Dios: “La basura”  

 Tan propensos a tirar rápidamente lo que no ya no sirve, lo que estorba, lo descartable, lo desactualizado, convertimos en basura lo que no siempre lo es. La magnitud de los residuos humanos ha alcanzado dimensiones desorbitantes. Y así nos vamos acostumbrando a poblar el mundo de basureros, las calles de exclusiones, la mente de “bienes” de consumo y el corazón de liviandad. Algún día nos sorprenderemos basureando algo valioso no sólo del mundo, sino también de la propia interioridad. Desecharemos la piedra angular.
Quizá la basura pueda hablarnos de aquello que no se consume, ni desaparece, ni caduca tan precipitadamente y de la cual sobreviven muchos pobres dejados a la buena de Dios. La cuestión: aprender a discernir mejor qué desechar y qué conservar para que lo descartado sólo sea lo que no nos lleva a amar lo que Dios ama, y a descubrirlo convertido en el humus del que brotan las flores color justicia.
Emmanuel Sicre SJ

Fuente: emmanuelsicre.blogspot.com

El momento en que te das cuenta de lo esencial

Reflexiones

Me había despertado muy pronto, como cada día después de tantos y haber perdido la cuenta. La luz entraba con su usual violencia por la ventana, porque la persiana estaba atascada por la mitad. Y no caía, aguantando estoicamente contra la fuerza de la gravedad, pero tampoco subía, pese a mis esfuerzos rocambolescos porque subiera, colgándome casi de la cinta sin éxito alguno. Así estábamos un poco todos, sin caer pero sumiéndonos en una especie de letargo aparentemente perpetuo (en cuestión de tiempo, el drama es quien mejor nos comprende) en el que, si pensábamos un poco, nos llevaba irremediablemente a algo parecido a la locura.

Era como ciencia ficción. O demasiado real, según de lo que estuviéramos hablando. Y tuve la osadía de enfadarme con amigos que me decían, con todo el dolor de su corazón, que se aburrían. Porque no podía entender que, con tantos medios para disuadir el tiempo tenebroso y pesado, te pudieses aburrir. Era el momento de saber de qué éramos capaces en medio de la búsqueda eterna por saber quiénes éramos de verdad.

Pasaban los días sin nada más que hacer que entretenerme. Me quedé dos meses sin trabajo (a Dios gracias, solo dos meses), en casa sola por pura elección. Me di cuenta de que me costaba concentrarme, muchas veces me costaba pensar, pero me dejaba llevar porque es la mejor manera de persistir en determinados momentos. Como cuando hay resaca en el mar y tienes que salir, que hay que mantener la calma y nadar en paralelo. Al son de lo que toca para no salir tocado, pero perdiendo la inercia: ya no vives, sin más, te tienes que esforzar por sobrevivir. Fue el momento, en medio del desconocimiento, la angustia y el miedo, de pensar cuál era la esencia de cada uno y por qué. Entiendo que muchas personas no llegaron a pensarlo, pero yo sí. No tuve más remedio.

Siempre he evitado quedarme sola. No me gustaba la soledad, pero comprendí y aprendí, sobre todo, que la soledad como estado no ha de ser preocupante. Siempre, la que duele, es la perteneciente o relativa al sentimiento. Y esa, por fortuna, no la frecuento. Me di cuenta de que la vida, como la fe, hay que cuidarla antes de cualquier contrariedad para que sea una bomba de oxígeno (también de felicidad) cuando aparece el revés inesperado. Y cuidarte, desarrollarte, estimular la mente y el alma, para que el silencio no aturda sino que sea tan de Dios que parezcan palabras que te hablan de suerte, de amor, de esperanza y tranquilidad. Como un susurro, como siempre habla Él.

Nunca fui consciente –como cuando has estado en un sitio especial y solo te invade un sentimiento estremecedor cuando pasa el tiempo y lo recuerdas– de que, tal vez, fue mi mayor momento de recogida y acogida, de encuentro con Dios. Porque pude reconocer lo que me había dado hasta entonces, que era mucho, sobre todo intangible y la serenidad que me daba saber que estaba ahí aunque me costase verlo. No podemos romantizar el año que hemos pasado, ni siquiera unos más que otros. Pero tal vez sí podemos agradecerle (a Él) que, mientras estuvimos en sus manos, fuimos un poquito diferentes.

Clara de Juan Bañuelos

Fuente: pastoralsj.org

Haznos pastores, Señor..

Haznos pastores, Señor..
Marcando un camino,
tras los pasos del primer pastor: Jesús.
Para mostrar una forma de ser,
de vivir, de sentir, de amar…
.
Que sepamos ir caminando
unos delante de otros,
tras los pasos de aquellos
que te encontraron.
Que aprendamos a conocer,
por su nombre y sus sueños,
por sus heridas y sus alegrías,
a aquellos que forman parte de nuestras vidas.
Y al tiempo que sepamos hablar de ti,
con palabras, pero sobre todo con hechos.
Que sepamos arriesgar, para llegar allá
donde tu Reino sea más real,
más completo, más pleno.
Que sepamos caminar juntos…

Serie 16 caminos hacia Dios: «Las ventanas» – Emmanuel Sicre SJ

2. Camino hacia Dios: Las ventanas

Muchas veces cuando me encuentro con alguien de manera despejada alcanzo a percibir su ventana interior. Un espacio con ángulos de abertura móviles como librados a la intensidad del viento. Y si me quedo allí, al son de la escucha atenta de su historia, de sus frases, de sus gestos, logro vislumbrar que el buen Dios me saluda haciendo una breve reverencia desde adentro.
Dependiendo de las palabras que compartimos y el amor con que son dichas, la ventana se abre más o se entorna.
Debo confesar que, más de una vez, esa ventana del otro ha estado tan abierta que Dios ha salido de allí y me ha acariciado el rostro. Sólo el silencio es testigo de que entonces mi propia ventana se abrió de par en par para abrazar y aceptar las ventanas que somos cada uno con su historia a cuestas.

Emmanuel Sicre SJ

 

Blog: emmanuelsicre.blogspot.com

«Salir juntos y mejores» – Mensaje de los Obispos Argentinos

En el marco de la Asamblea Plenaria extraordinaria virtual, los obispos de la Argentina enviaron un mensaje y pidieron a los dirigentes ejercer con nobleza la vocación política

Con el mensaje “Salir juntos y mejores”, dado a conocer como fruto de esta reunión, los prelados marcaron la compleja situación actual del país en la que se acentuó la pobreza, la exclusión, el desempleo y el enfrentamiento político.

Sin embargo, destacaron los signos de “extraordinaria fortaleza y aporte sostenido y generoso de los sectores esenciales” que prestan servicios en la vida cotidiana.

Asimismo, agradecieron y reconocieron el servicio de los “esenciales” de las comunidades (catequistas, consagrados, agentes pastorales, voluntarios de Cáritas y de otras confesiones religiosas) por brindar y llevar el abrazo de la fe con creatividad.

Diálogo y compromiso

Los obispos recordaron el período en el que, a partir de la crisis del 2001, se generó la mesa del diálogo argentino para superar aquel momento histórico con la participación activa de todos los sectores. Ahora, con convicción, reafirmaron el camino del diálogo para afrontar juntos la actual, difícil y exigente etapa en la que quedan las secuelas de enfermedad y muerte por la pandemia.

Con un párrafo aparte, pidieron a los dirigentes de todos los sectores “auténtica capacidad de liderazgo para ejercer con nobleza la vocación política, comunicando claramente la situación en cada momento, suscitando y alentando el compromiso y el empeño”.

Referenciando al papa Francisco en ‘Fratelli Tutti’ (178): “La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo”, reclamaron dejar de lado descalificaciones y posturas que promuevan división y resentimiento.

Respeto a los derechos

El episcopado argentino exteriorizó su inquietud para que se decidan y se aborden, con eficacia, las medidas sanitarias y razonables para evitar la propagación del virus.

Reclamaron conjugar estas decisiones con el respeto a los derechos y garantías constitucionales. Y continuaron: “queremos expresar como creyentes que la libertad religiosa, especialmente de culto, es un aspecto esencial del bienestar integral de la población y el fortalecimiento espiritual de las personas”.

Los prelados manifestaron su compromiso para contribuir a este escenario con espíritu de servicio, según sus posibilidades. “Todos queremos “salir juntos y mejores” de esta crisis de la pandemia y de sus múltiples consecuencias”, expresaron.

Finalmente, en este tiempo pascual, ratificaron a Jesucristo, fuente de esperanza, de fortaleza y alegría y grandeza de alma en estos tiempos duros que exigen la entrega a los otros.

Podés leer el mensaje completo aquí: «Salir juntos y mejores»

Fuente: www.vidanuevadigital.com

Serie 16 caminos hacia Dios: «Lo imposible» – Emmanuel Sicre SJ

1. Camino hacia Dios: Lo imposible

¿Por qué no hemos podido lograr la paz en la Tierra? ¿Por qué buscamos muchas veces la felicidad donde finalmente no está? ¿Qué tipo de fragilidad es la nuestra que cuando deseamos hacer lo imposible experimentamos el límite, la frustración? ¿No será que cuando aceptamos que no podemos darnos a nosotros mismos la vida, el amor, la paz, la impotencia nos señala un camino distinto?

Así es.

Comenzamos a percibir a Dios en su secreto trabajo tras las bambalinas de la existencia. Entonces, se da con mayor claridad que lo imposible para nosotros es posible para Dios. Y no al modo nuestro, sino al suyo que siempre es creativo, hondo, nuevo. Sólo quienes se animen a cosas imposibles, podrán entrar por la puerta del misterio que sostiene nuestras vidas.

Emmanuel Sicre SJ

 

Blog: emmanuelsicre.blogspot.com

Silencio

Reflexiones

Nunca una Semana Santa es igual a otra. Parece que celebramos lo mismo, pero nunca Jesús muere de la misma manera y, por supuesto, nunca resucita igual. Yo, por ejemplo, de la Semana Santa de este año me quedo con el silencio. No el de las calles, que ni la ausencia de las procesiones las ha mantenido silenciosas. Tampoco el mío, que sigo buscando el soniquete seductor de las redes sociales. No me quedo con el silencio de los apóstoles, que tanto habían dicho que estarían al lado de Jesús y luego desaparecieron; ni con el de las autoridades que pudieron evitar su muerte pero prefirieron agarrarse a la cobardía y al poder; ni al de los «seguidores clandestinos» de Jesús, como José de Arimatea y Nicodemo, que, escondidos en la noche, recogieron su cuerpo y lo enterraron; ni al de ese sepulcro cuando la piedra se echó y todo quedó a oscuras. Yo me quedo con el silencio de Jesús.

Cuando nos ofenden, nos hieren en lo más profundo, nuestro primer impulso es gritar, «cantar las cuarenta» a quien nos daña, despotricar a gusto y protestar, protestar mucho. El silencio no es una opción (ni siquiera estoy segura de que, a veces, sea lo más indicado), y menos cuando creemos que llevamos razón. Pero Jesús me vuelve a sorprender.

¿Cómo es posible que, siendo Hijo de Dios, no hubiera hecho algo? ¿Cómo es posible que guardara ese silencio ante las acusaciones que le hacían, ante las barbaridades, ante el escarnio y la burla, ante la injusticia hacia él mismo? ¿Por qué no habló? ¿Por qué no argumentó con la sabiduría que le caracterizaba, con esa claridad con la que hablaba? Nadie como Él podía portar tanta verdad en sus palabras; nadie habría tenido más razón que Él. Pero calló. Ante los Sumos Sacerdotes, ante Pilato, ante Herodes, ante un fanático pueblo que pedía su muerte, ante la negación de Pedro…Nada. Ni una protesta, aunque sea por desahogo.

Nunca entenderé del todo ese silencio. Puedo imaginar que calló por obediencia al Padre, por aceptación de los hechos, por no impedir lo que era necesario que ocurriera, porque quizás Jesús entendió mejor que nadie que el silencio es la mejor de las respuestas…pero nunca entenderé del todo por qué.

Lo que sí creo que he podido hacer esta Semana Santa es aprender de él. A veces hay que guardar silencio para dejar que las cosas hablen por sí mismas, para trabajarnos la confianza y dar espacio a que Dios hable y lleve adelante su plan. El silencio es la oportunidad de echarnos a un lado, salirnos de escena y dejar que sea el Padre quien haga en nuestras vidas. Hacer silencio es un acto de humildad y servidumbre (no de «siervo», sino de «estar en servicio»). Hay veces que sí, que el silencio es la mejor ofrenda a Dios y la mejor muestra de que nos ponemos en sus manos.

Hoy, con el mindfulness y la meditación (que se llevan mucho y que, la verdad, he de reconocer que me ayudan bastante) está de moda eso de la aceptación activa (que no resignación), de soltar el control, dejar que las cosas ocurran y fluir. Ya eso nos lo enseñó hace mucho Jesús con su silencio.

Almudena Colorado

Fuente: pastoralsj.org

Tejer comunidad en tiempos de pandemia e innovación

Un artículo del P. Víctor Martínez Morales SJ para la Edición nº 16 de la Revista Aurora, correspondiente al mes de Abril.

Tiempo de comunidad, una salida relacional

Este tiempo de confinamiento ha llevado a una toma de conciencia de la manera como estamos viviendo al interior de nuestras comunidades, ya sean familiares, parroquiales, religiosas, etc. Vivir juntos, sin salir de casa, ha llevado a valorar los momentos de encuentro, aquellos espacios en donde se puede compartir y conversar sobre algo más que no sea el estado del clima, los pronósticos del tiempo para el día o repetir las noticias ya escuchadas en el telediario.

En este tiempo de pandemia, donde todos los lugares de culto fueron cerrados, se ha venido viviendo, desde lo profundo y hondo de las pequeñas comunidades de los hogares y familias, el evangelio; una iglesia doméstica, desde el tejido de laicos y laicas, jóvenes y ancianos protagonistas de celebraciones, encuentros, oraciones. Se ha aprendido, entonces, del pueblo mismo, un modo de vivir la fe más allá de estar centrada en el rito presidido por el párroco. Se nos invita a dejar atrás una iglesia sacramentalista y clericalista, para asumir una iglesia evangelizadora. La fuerza de una iglesia en salida urge de nosotros hacernos comunidades verdaderamente samaritanas, anunciadoras del reino, portadoras del cuidado de la vida, empeñadas en curar, sanar, cargar con el dolor y el sufrimiento de nuestro pueblo. Cristianos y cristianas en salida, anunciando con alegría la buena nueva de Jesucristo.

Estamos llamados a construir nuevos caminos de comunión de vida, donde el compartir surge de la actitud de la escucha, el diálogo sincero, la contribución abierta y franca de todos los miembros de la comunidad, para aportar juntos al tejido de nuevas relaciones. Si evangelizar es humanizar, esta misión se inicia en casa, al interior de nuestras comunidades, para testimoniar entre nosotros como hermanos y hermanas una verdadera convivencia. La comunión de vida nos hará hacer comunidad desde la diferencia, lo diverso y lo plural. Cuidar, proteger y promover nuestra comunión de hijos e hijas de Dios es testimoniar una iglesia peregrina centrada en el encuentro, el vínculo y la comunicación para realizar la misión.

Nuestra comunidad de hermanos y hermanas testimonio de sororidad y fraternidad nos lleva a ser sinodales, a contribuir en la construcción de una Iglesia sinodal. Esto significa una iglesia que abrazando la diferencia se hace artífice de comunión en la diversidad, participación de todos y todas en la toma de decisiones y misión en la construcción de nuevas relacionalidades. Comunidades que se hacen iglesia de comunión, participación y misión. Una iglesia con rostro sinodal es un nuevo estilo de ser y hacer iglesia, de caminar juntos como pueblo de Dios. Es un proyecto propio del Espíritu Santo que nos inspira y seduce.

Tiempo de contemplación, una salida hacia dentro

Este tiempo ha sido propicio para el encuentro con el Señor, tiempo de oración cuando la meditación y la lectio adquieren sabor a evangelio, hondura del Dios de la vida, palabra que nos cuestiona y provoca. Actualización de nuestro orar que se hace acción, de nuestra contemplación que nos lleva a las obras, de sabernos capaces de actuar como si todo dependiera de nosotros sabiéndonos que estamos en las manos de Dios.

La mirada hacia dentro, hacia lo profundo, hacia lo transcendente nos hace ser mirados por Dios. Tiempo no de sentirnos perdidos, aislados y ensimismados donde la nada es el horizonte y el ocaso el fin. Sino tiempo de Dios, porque le sentimos cercano, porque lo encontramos íntimo, porque se hace Dios con nosotros en el aquí y ahora de nuestras existencias. Su mirada se encuentra con la nuestra para hacernos ver con el corazón y poder leer la realidad desde sus ojos. Saber contemplar con su mirada transforma la tragedia de cifras en rostros, de rostros en historias, de historias en acontecimientos de gracia que nos convierte colocando, en primer plano, lo fundamental: la vida al servicio del amor.

Es así como la oración se hace misión. Nuestra manera y forma de orar ha de ser transformadora de una realidad que clama justicia, equidad y mejores medios de vida. La oración lejos de ser resignación, alejamiento de la realidad, analgésico ante la injusticia e inequidad se hace luz que abre nuestros ojos, levadura que fermenta nuestra comprensión, saliva que nos hace oír el clamor de nuestro pueblo. La oración se hace profecía que nos convoca y provoca a trabajar de manera decidida por un mundo mejor.

Tiempo de comunión, una salida hacia los otros

Es la mirada de Dios la que nos hace valorar el encontrarnos, el sabernos que hemos sido creados para el tejido sororal y fraterno, porque somos sus hijos e hijas, hermanos y hermanas entre nosotros. Descubrir que somos llamados a la comunión, a tejer una comunidad de vida y amor. Eso significa unión de ánimos, sintonía y armonía en la sinfonía que se va creando en el encuentro, el vínculo, la comunicación. Lejos de la división, la fragmentación y la ruptura; lejos de la uniformidad, la masificación, los falsos equilibrios e igualdades. Comunión que ha hecho de la diferencia posibilidad y de la diversidad ganancia, de la alteridad crecimiento y de la pluralidad riqueza.

La comunión se hace misión. Nuestra manera y forma de comulgar ha de ser transformadora de nuestra realidad. Salir de nosotros nos lleva a exponernos ante los otros, descentrarnos, desinstalarnos, desmontarnos de estructuras que han hecho imposible entregarnos de manera radical a favor de los demás. Siempre recatados, siempre medidos, siempre buscando el justo medio que nos hace incapaces de darlo todo por el reino.

Tiempo de evangelización, una salida a la misión

Es esa misma mirada, la mirada de Dios, la que nos hace ponernos en camino, salir de nosotros mismos para llevar a otros la buena nueva del Evangelio. Desde este tiempo de confinamiento el corazón se ensancha para hacernos conscientes que no podemos ser indiferentes al dolor y sufrimiento de muchos de nuestros hermanos y hermanas. Sentimos con mayor fuerza el deseo de ser comunidad samaritana, misericordiosa, hospital de campaña, en salida. Tal ha sido la insistencia y el llamado del papa Francisco.

Llamados a trabajar en favor de los otros, voluntarios, ellos y ellas, que donan su vida y su tiempo al servicio de los más pobres, débiles y marginales. Comunidad misionera desde la vida de nuestras obras que se hacen acciones efectivas y afectivas a favor del reino.

Tiempo de contemplar, comulgar y evangelizar desde nuestra realidad. No hay un mejor tiempo que éste, es hora de sembrar, es hora de arar nuestra tierra, hora de podar nuestros árboles. ¡Llegó la hora! No podemos postergar más nuestra misión de cristianos: ser contemplativos en la comunión del Evangelio.

Tiempo de discernimiento, compasión y esperanza

Ciertamente, este tiempo es un tiempo de crisis, tiempo de prueba, tiempo que nos exige mantenernos en pie con los ojos fijos en Dios. ¿Qué espera Dios de nosotros?, ¿cuál es su voluntad? Tiempo de búsqueda de la voluntad de Dios para con nosotros. Se trata de abrazar el aquí y ahora de esta realidad que nos ha correspondido vivir. ¿Cómo responder sin prisa y sin pausa a lo que se nos urge como cristianos ante esta situación?

Se impone el discernimiento desde la realidad misma de nuestra historia, de los acontecimientos y situaciones que estamos viviendo. Desentrañar la voluntad de Dios para cada uno de nosotros a nivel personal e, igualmente, como cuerpo, a nivel comunitario, familiar, parroquial, institucional, etc. Es el discernimiento que, al preservarnos del error, nos hace acertar en el camino de los criterios del reino, al darnos la medida del Espíritu. Se espera de nosotros respuestas nuevas, audaces con sabor a entrega y donación.

Ante esta realidad, nuestro corazón nos lleva a optar con pasión en responder por la situación de sufrimiento, pobreza y miseria del otro, del prójimo, de nuestro pueblo. No podemos ser indiferentes ante lo que sucede y ante lo que nos suscita el otro, cuánto más ante su debilidad, vulnerabilidad y desprotección. Escuchar el clamor de nuestro pueblo hoy tiene color de incertidumbre, angustia y miedo. Eco de impotencia, ansiedad y frustración. No podemos ser sordos a este clamor, hemos de responder a estos gritos de auxilio y socorro, asistiendo y reforzando lo ya establecido, pero también implementando dinámicas de ayuda y apoyo, nuevas prácticas de transformación audaces y proféticas.

Apostar por un nuevo colorido, por ir más allá de los primeros pasos, por solucionar los problemas y conflictos iniciales nos lleva a dar una mirada motivadora animada desde la otra orilla. Desde la novedad del reino, en el aquí y ahora de la historia, ver con ojos de posibilidad lo que se creía improbable y hacer real lo que parecía imposible. Se aprende de la adversidad, se constatan logros, se crean nuevas y buenas prácticas, tiempo de invención, de oportunidades para mejorar. Este tiempo nos hace caminar en el todavía no del reino, con la seguridad de una esperanza ya alcanzada en él que nos habita.

Discernimiento, compasión y esperanza dados por el fuego del Espíritu que nos hace capaces de elegir apasionadamente los valores del reino, haciendo que nuestro único amor, querer e interés estén puestos solo en él, en el Amado.

En tiempos de pandemia se pone a prueba nuestra fidelidad creativa

Tiempo de profecía, de ver con ojos nuevos lo que ha de venir, lo que se aproxima, aquello que está por hacerse, he ahí la interpretación honda y serena de los signos que marcan nuestro peregrinar en el aquí y ahora de nuestro tiempo. Por ello, muchos de nosotros hemos de hacer de la crisis no amenaza sino posibilidad, nuevo ardor con sabor de conversión y purificación, de recuperación y transformación, de cambio en deseo de abrazar nuevos horizontes, nuevas formas de ser y hacer vida.

Se ha puesto a prueba nuestra solidaridad, nuestra parresia evangélica, nuestra esperanza para vencer todo miedo, temor o sentido de amenaza que paraliza e impide actuar con coraje y asertividad. Tiempo de respuestas osadas de acciones en red, en comunión, en inventiva de nuevas relacionalidades, nuevos estilos de vida en búsqueda de salvaguardar siempre el bien común. Reconquistar desde el silencio y la palabra el valor del encuentro para construir juntos un mejor vivir.

Ha sido un tiempo propicio para descubrir lo humano, dar una mirada a nosotros mismos, descubrir nuestro cuerpo, nuestro entorno, crecer juntos. Se trata de un cambio paradigmático, de una vida centrada en nosotros, en el antropocentrismo, a un ecocentrismo, de un horizonte mayor y abarcador. Se trata de todo un ecosistema en orden integral, dinámica compleja de comprensión global, afectación sistémica de lo que implica la vida en todo el colorido biodiverso de la sinfonía diacrónica y sincrónica de toda la creación.

Tiempo de centrarnos, de saber ubicar y distinguir lo fundamental de lo accidental, de saber aquello que necesita nuestra primacía y nuestra prioridad. De tomar conciencia si la ley, la institución y el individuo están sobre la vida, la persona y el bien de la comunidad. Tiempo de responder: ¿cuál es el amor que nos mueve? y ¿dónde está el tesoro que nos enriquece?

Tiempo de nuestro compromiso creyente a favor de las víctimas, los desprotegidos y los más vulnerables de esta pandemia. Colaboración afectiva y efectiva desde nuestros lugares de misión en el cuidado y protección de la vida. Compromiso que nos hace ser promotores de justicia en el amor que se hace servicio.

Víctor M. Martínez Morales, SJ

Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana en Bogotá

 

¿Qué es orar?

Reflexiones

Escribió Arrupe una vez que solo la oración nos hace merecedores de la bienaventuranza que se le escapa a Jesús de entre los labios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Pues bien, me atrevo a decir que pocos de los que leemos estas líneas somos, así de primeras, de esa «gente sencilla». Arrupe no se sentía así, ni tampoco veía ahí a los jesuitas a los que se dirigía. Por eso decía que solo la oración nos hace merecedores de esta bienaventuranza. Sin ella, nos creemos «sabios y entendidos». Con oración, recuperamos nuestro justo lugar de criatura.

La oración no es principalmente una práctica, un rezo, una meditación, un tiempo que dedico a contemplar tal pasaje o a leer tal texto. La oración es fundamentalmente una actitud. Por eso puedo orar cantando o tocando la guitarra; puedo orar con la respiración o con el cuerpo; puedo orar con palabras o sin ellas. Orar es todo lo que haga de forma consciente y libre en implorada presencia de Dios.

Orar es hacer cualquier cosa… sabiéndome bajo la atenta mirada de Dios. Por eso, puedo aprovechar esta cuaresma para orar intensamente de un modo nuevo para mí. Puedo leer despacio un libro espiritual, aprender a hacer silencio interior, tocar la guitarra, pintar o hacer una cuidada caligrafía, salir al campo y respirar en la montaña… Párate y di: «Esto es oración. A ti me dirijo. A ti te busco». Y entonces escucharás a Jesús diciendo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido bien».

Charlie Gómez-Vírseda, sj

Encontrá otros textos del autor aquí: Charlie Gómez-Vírseda, sj

Reflexión del Evangelio – III Domingo de Pascua

III Domingo de Pascua – Ciclo B (Lucas 24, 35-48)
Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Don Miguel de Unamuno y Jugo, ese vasco universal y rector salmantino, escribió en 1930 una pequeña novela en la que se retrató a sí mismo de cuerpo entero. Don Miguel vivió crucificado entre las dudas que abrigaba su corazón y una fe que se resistía a creer. En la introducción de esta obra, que lleva por título el nombre y las dos cualidades más significativas de su protagonista, San Manuel Bueno, Mártir, dice el mismo Unamuno: «tengo la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida».

La novela se desarrolla en un pueblo legendario, Valverde de Lucerna, que vive hundido en el lago de Sanabria, junto a San Martín de Castañeda, en la provincia de Zamora, España. Allí vive y trabaja un cura que tiene fama de santo. Pero don Manuel, el santo cura, por sobrenombre Bueno, abriga en su corazón una tragedia de inmensas proporciones… No cree en la vida eterna. Cuando reza el credo en la misa dominical, se siente como Moisés, que muere poco antes de entrar en la tierra prometida, pues “al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba (…). Era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.

Junto a este creyente incrédulo, Unamuno presenta a dos hermanos, Ángela y Lázaro, que ofrecen un contraste a la tragedia del pobre cura; la primera, una firme creyente, que anima a su párroco en la esperanza de la resurrección; y el segundo, un ateo convencido, que se deja transformar por la fragilidad de la fe honesta y titubeante de su pastor. De alguna manera, Unamuno se retrató a sí mismo y retrató la verdad de todos nosotros, que caminamos a tientas por este mundo, con una fe vacilante… Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y por las que vive y muere. El mismo Unamuno, muerto el 31 de diciembre de 1936, quiso que en su sepultura se grabara este epitafio: «Méteme Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».

El texto evangélico que se nos propone este domingo está atravesado por estas mismas dudas que habitaron el corazón de don Manuel Bueno, Mártir y de su autor, Miguel de Unamuno: “Pero Jesús les dijo: –¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen estas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: «¿tienen aquí algo que comer?» Le dieron un pedazo de pan y pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia”.

También los discípulos dudaron de la resurrección de su maestro. Muchos de nosotros, aún hoy, seguimos creyendo lo que no vimos y, a tientas, entre dudas y búsquedas permanentes, seguimos gritándole a Dios “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).

Fuente: jesuitas.lat