La globalización y San Francisco Javier

¿Cómo, en el siglo XVI, uno de los primeros compañeros de San Ignacio, Francisco Javier, pudo abrir vías de comprensión de lo que estamos viviendo en el siglo XXI? Es que quería llegar a todo el mundo con el mensaje del Evangelio.

El periodista Luca Pirola sigue buscando respuestas a su curiosidad sobre los santos y beatos jesuitas. Le había intrigado una sala de la Curia General en Roma, allí hay una serie de retratos de jesuitas que la Iglesia católica ha reconocido como figuras inspiradoras para todos los cristianos.

Después de hablar con el postulador de las causas de los santos de la Compañía, el P. Pascual Cebollada y con el P. John Dardis sobre San Pedro Claver, y de Rutilio Grande con el P. Jesús Zaglul, Luca Pirola presenta a uno de los primeros compañeros de San Ignacio, patrón de las misiones.

Fuente: jesuits.global/es

La cuaresma perpetua de los abandonados

De nuevo nos acercamos a las enseñanzas del miércoles de ceniza, la cuaresma y la Semana Santa que cada año nos sirven para meditar desde lo más íntimo sobre el dolor de la pasión y muerte, las privaciones y el suplicio, que a los creyentes nos ayudan a valorar en nuestra propia carne la importancia cardinal de la Resurrección, de que Cristo venció la muerte y validó la esperanza de la vida plena más allá de nuestro paso por la vida terrenal. Pero esa reflexión estaría trunca si no la aplicamos a la defensa de la cultura de la vida, a la lucha contra la cultura de la muerte.

Cuando se nos dice “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás” encuentro la medida clara, definitiva, de la poca importancia que tienen las vanidades y estilos de vida del mundo. Pero el Reino de Dios no es de este mundo. Cristo no vino a hablar de la muerte. Vino a dar testimonio de la vida, de la que de verdad vale la pena, la vida que se gana cuando se entregan los egoísmos. Cristo vino a dar testimonio de la Verdad. Pero no se trata de una verdad a la que se accede encerrado en uno mismo de manera egoísta, sino a la que se llega por la Gracia de Dios, por el reconocimiento de que Cristo es el camino de la Luz y la Vida, por la entrega total del amor a los otros seres humanos, en especial los más necesitados de la tierra.

¿Cómo respondemos a ese amor?

Me llama la atención que las tentaciones que enfrentó Cristo durante los cuarenta días que estuvo en el desierto fueron principalmente de dimensión social: que se “envaneciera” con su poder, que hiciera “milagros” para beneficio propio, que se “sometiera al poderío” que reclamaba tener el demonio sobre todos los reinos del mundo. No, Cristo prefirió enfrentar la maldad de frente y entregar su vida por la humanidad. El salmista decía que, en comparación con la maravilla del universo, es sorprendente que Dios –que lo creó todo– se ocupe de nosotros, tan pequeños, tan irrelevantes. Pero Dios no solo nos ama de manera infinita, sino que nos perdona y nos salva. ¿Y nosotros qué hacemos? ¿Cómo respondemos a ese amor?

Entre nosotros hay miles de millones de seres humanos sometidos por designio de nuestras sociedades a una cuaresma perpetua. Les escamoteamos el amor, les tratamos de esconder la vida plena. Esto es así, porque puedo ver cómo las guerras convierten en cenizas miles de seres humanos para complacer el envanecimiento del poder y el afán de lucro de unos cuantos. Las armas nucleares llevan ese cuadro a su manifestación más terrorífica.

Hasta la medicina, que debería ser el trabajo sacralizado de curar y aliviar el dolor, se ha sometido a la maldad estructural que ha llegado al extremo de pretender que los países ricos acaparen los medicamentos, en lo que el querido Frei Betto describe como que en lugar de estar en medio de una “pandemia” lo que nos aqueja es una “sindemia”. De manera, que el mejor decir del teólogo, “el problema no es solo la Covid-19. Es el capitalismo sindémico que prioriza la lógica perversa de la acumulación privada de la riqueza”. Sobrada razón tiene el papa Francisco para convocar al mundo a un esfuerzo por la hermandad y por abrir el socorro de la medicina a todos los pobres del mundo, al tiempo que se promueve un verdadero análisis sobre los problemas estructurales de un sistema económico que nos asfixia.

Si de verdad queremos que nuestra fe impacte, superemos la visión individualista de la religión, impulsemos con nuestro testimonio una auténtica espiritualidad comunitaria y comencemos así  por aplicar las enseñanzas de Cristo. No sigamos condenando a los pobres y necesitados al abandono de una cuaresma perpetua. Hagamos que la verdad y la justicia sean los que anuncien nuestros pasos que lleven a los demás el consuelo y la alegría de que somos mensajeros de paz.

Fuente: vidanuevadigital.com

Pascual Cebollada SJ sobre la causa de beatificación del P. Arrupe

Una publicación del P. Pascual Cebollada SJ, postulador general de la Compañía de Jesús, en conmemoración del 30º aniversario del fallecimiento del P. Pedro Arrupe.

El P. Pedro Arrupe es considerado “Siervo de Dios” desde el momento en que se inició su causa de beatificación, cuya sesión de apertura tuvo lugar en el Vicariato de Roma el 5 de febrero de 2019. El 5 de febrero es el aniversario de su fallecimiento en 1991, hace 30 años hoy. Desde entonces, nosotros, el equipo del Postulador de las Causas de los Santos de la Compañía de Jesús, hemos estado trabajando por la causa del padre Arrupe en conexión con las diferentes secciones del Vicariato.

El tribunal ha entrevistado a más de 50 testigos en Roma y Madrid. A causa de la pandemia, dos veces ha suspendido su viaje a Japón para recoger otros 20 testimonios. Por el mismo motivo, varios jesuitas de procedencias lejanas tuvieron que cancelar su viaje a Roma. En total se deberá llegar a unas 80 declaraciones de personas que, habiendo tratado directamente o no al P. Arrupe, aporten información desde diversas perspectivas.

Varios “Censores Teólogos” siguen leyendo sus cientos de obras publicadas para dar fe de la ortodoxia de estos escritos. Uno de estos grupos se encarga de varias suyas que solo se encuentran en japonés. Los cinco componentes de la Comisión Histórica se concentran ahora en el archivo de la curia general, examinando los miles de cartas que escribió como Superior General de la Compañía durante 18 años. Otros archivos vaticanos ya han sido consultados, y su labor se completará cuando den cuenta de lo que contienen los de los lugares en los que vivió el padre Arrupe. También revisarán otros documentos que se refieran al contexto sociológico e histórico de esos años. A partir de este inmenso material elaborarán una densa relación sobre la personalidad del Siervo de Dios, tal como resulta de los textos consultados, que acompañarán el informe que se entrega al tribunal.

Confiamos que la pandemia no retrase más el proceso y podamos depender de nosotros mismos. Si no hubiera contratiempos notables, dentro de un año deberíamos estar muy cerca de la conclusión de esta fase diocesana, de celebrar la sesión de clausura y que todas estas pruebas recogidas fueran enviadas a la Congregación de las Causas de los Santos para su estudio y juicio. Mientras tanto, seguimos rezando por su intercesión:

“Dios, Padre bueno, que en el bautismo has revestido de Cristo a tu siervo Pedro Arrupe y lo llamaste a su seguimiento en suma pobreza espiritual en la Compañía de Jesús, escucha benigno nuestra oración.
Él se entregó a ti plenamente, como misionero y guía de sus hermanos, tanto en la salud como en la enfermedad.
Movido por el Espíritu Santo, lo has puesto al servicio de la fe convirtiéndolo en maestro de discernimiento y dócil servidor de la justicia del Reino.
Con confianza te rogamos que, a imitación de Jesucristo pobre y humilde, a quien amó entrañablemente, el Padre Arrupe pueda ser reconocido como modelo de vida evangélica y testigo de cómo ser profetas en el mundo, animándonos a ser, en toda cultura, ‘hombres y mujeres para los demás’.
Por su intercesión, y para tu mayor gloria, te pido ahora esta gracia particular […] que desees concederme para tu servicio y alabanza.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén”.

Fuente: jesuits.globlal/es

«Para alcanzar el amor» – Pedro Miguel Lamet

Pedro Miguel Lamet SJ, periodista y escritor español, repasa la vida de San Ignacio de Loyola desde una nueva óptica en el V Centenario de su herida y conversión.

No es la primera vez que Pedro Miguel Lamet se adentra en la historia de la Compañía de Jesús. Ya lo hizo en 2011 con El último jesuita, donde abordaba la persecución contra la institución en tiempos de Carlos III. Ahora, en el V Centenario de la herida y conversión que transformaron al gentilhombre Íñigo de Loyola, el autor regresa con Para alcanzar amor, novela histórica protagonizada por uno de los personajes más fascinantes e influyentes de la Historia de España.

Narrada desde la óptica del teólogo e historiador Pedro de Ribadeneira, quien recibió el encargo de escribir la biografía de Loyola, la elección de este personaje no es, por supuesto, fruto del azar. “Fue la persona que entró siendo más joven en la Compañía”, prosigue Lamet. “Con su estrecha amistad, hace posible que llegue a escribir su primera biografía. Me parecía que era un testigo excepcional. Eso me ha permitido no solo contar todo desde su perspectiva sino, además, hacer una autocrítica de su propia biografía después del tiempo”.

Pese a la imponente labor de documentación que se palpa en estas páginas, Lamet recuerda que lo primordial es siempre hacerse con la atención del lector. “A menudo, este tipo de biografías se pueden caer de las manos. Mi esfuerzo aquí ha sido hacerlo lo más ameno posible. La novela histórica tiene la ventaja de que investiga y pone en escena todo lo que rodea a los hechos. Eso hace que sea ilustrativa y, al mismo tiempo, amena. Y eso es lo que intento en este libro».

A través de la mirada de su amigo Pedro de Ribadeneira —uno de los hombres que más trató y mejor conoció al fundador de los jesuitas y su primer biógrafo—, se va desgranando la peripecia vital de Ignacio, a punto de ser canonizado en la España de Felipe II: sus raíces, su época airada de caballero, su conversión, los tiempos de peregrinaje, de estudios, de fundación junto a sus compañeros y los años de oculto gobernante de la orden que ya extendía su influjo por todo el mundo conocido.

Pedro Miguel Lamet nos introduce en los apasionantes hechos que enmarcan el nacimiento de la Compañía de Jesús, dentro del complejo ambiente político y social del Siglo de Oro, con su habitual amenidad y rigor histórico. Contrasta la personalidad de Ribadeneira, escritor sensible y algo quejumbroso, con la de Ignacio, provisto de honda armonía interior, amor apasionado a Jesucristo e insólita capacidad de sintetizar la mística y el sentido práctico, cualidades que supo imprimir en la orden religiosa más eficaz y polémica de la Historia.

Sobre el autor

Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) ha publicado medio centenar de libros de muy diversos géneros. Además de director del semanario Vida Nueva y conocido columnista de periódicos, emisoras y revistas (Radio Vaticano, cadena Cope, Radio Nacional, Pueblo, El País, El Globo, El Mundo y, sobre todo, Diario 16), fue profesor de Estética y Cinematografía en varias universidades y ha obtenido ocho premios periodísticos y literarios.

De su extensa obra destacan ocho poemarios, entre ellos Génesis de la ternura y Como el mar a la mar, recogidos en sus antologías El mar de dentro y La luz recién nacida; los ensayos La seducción de Dios, Cartas a Marian y La santa de Galdós; su estudio sobre los confesores reales Yo te absuelvo, majestad; las biografías Pedro Arrupe, Juan Pablo II: hombre y papa, Díez Alegría, un jesuita sin papeles y Azul y rojo: José María de Llanos; las prosas poéticas Desde mi ventana y Fotos con alma; los relatos Las palabras calladas y Las palabras vivas; la novela Deja que el mar te lleve, y las novelas históricas El caballero de las dos banderas, El esclavo blanco, Duque y jesuita: Francisco de Borja, No sé cómo amarte: María Magdalena, El aventurero de Dios: Francisco de Javier, El retrato. Jesús de Nazaret, El místico. Juan de la Cruz, El último jesuita, El resplandor de Damasco y El tercer rey. Cardenal Cisneros, las seis últimas publicadas en esta editorial.

Fuente: todoliteratura.es

El centro y la periferia

Reflexiones

Desde los orígenes de la civilización, los asentamientos humanos han gravitado en torno a un lugar sagrado, el axis mundi o eje del mundo en torno al cual se organizaba la actividad religiosa, social, económica y política. La geografía urbana refleja en muchos lugares del mundo una disposición en la que el templo principal ocupa un lugar privilegiado, normalmente cerca de la plaza mayor, el mercado y el ayuntamiento.

Hay quien habla de una topografía religiosa para referirse a la distribución espacial de los lugares sagrados y su relación con el resto de las instituciones de la sociedad. En las sociedades primitivas esta disposición se ha interpretado mediante el modelo centro-periferia: el templo se ubica en el centro, el km 0, y el resto en la periferia. Con el paso del tiempo, el centro se ha desplazado fuera del casco antiguo de las ciudades, donde ahora se ubican los nuevos hubs financieros, comerciales y de comunicación.

El modelo también sirve para analizar el modo como se distribuye el poder. Los estudios coloniales aplican esta herramienta conceptual para mostrar la manera como las antiguas metrópolis (el centro) extraían recursos de las colonias (las periferias).

En las últimas décadas, la ecología política ha vuelto a utilizar el esquema, esta vez para explicar los mecanismos que hacen posible que una élite financiera global (el centro) explote los ecosistemas naturales (la periferia), ya sea deforestando, extrayendo recursos o contaminando de modo irreversible aquellos territorios alejados del centro. En la sociología de la religión se utiliza también el modelo; esta vez para explicar el proceso de secularización: el desplazamiento de la religión del centro a los márgenes de la sociedad.

El papa Francisco ha usado este modelo también, aunque en un sentido distinto de los anteriores. Ya desde el inicio de su pontificado, dejó claro que su misión y su sueño para la Iglesia consistía en ir, precisamente, a las periferias, lugar de misión y de encuentro con el pueblo de Dios. Ahora bien, Francisco invierte el orden de la relación (que pasa a ser periferia-centro) y amplia el significado del concepto periferia al incluir una dimensión existencial, personal.

La intuición no es nueva; resuena con muchos relatos de los evangelios. Por ejemplo, cuando Jesús narra la parábola de la oveja perdida, termina con una pregunta: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas ¿no dejará en los montes a las noventa y nueve, para ir en busca de la errante?» (Mt 18, 13) ¿No es esta acaso una invitación explícita a ir a las periferias?

Al mismo tiempo, Francisco insiste en que no solo hay periferias económicas, políticas y geográficas; también hay periferias existenciales, en nuestro interior, cada vez que marginamos la presencia de Dios y lo empujamos a las orillas de nuestra vida. La secularización no es únicamente un fenómeno externo, cultural. Es también un proceso interno, espiritual.

Pensar en el centro y la periferia puede ser un excelente ejercicio intelectual y espiritual. Puede ayudarnos a interpretar mejor el mundo en el que vivimos y a mirarnos interiormente para descubrir dónde está nuestro corazón. Es decir, qué ponemos en el centro y qué dejamos al margen.

Jaime Tatay, sj

Nuevas fronteras

Reflexiones

A lo largo de la historia, la Iglesia, ha tratado de llevar el mensaje de Jesús a los límites del mundo. Siguiendo aquello que aparece en el final del evangelio de Marcos [«Id al mundo entero y proclamad el evangelio» (Mc 16, 15)] religiosos, religiosas y laicos, han escalado montañas, atravesado mares y cruzado desiertos para anunciar la Buena Noticia que trae el Señor.

En nuestras mentes está la fortaleza de san Francisco Javier atravesando Asia con el deseo de llegar a China; el franciscano Francisco Solano que cruzó el Atlántico para llegar a Perú; el padre Damián cuidando a leprosos en la isla de Molokai, allá por las islas de Hawai; o la madre Teresa que llegó a Calcuta para entregar su vida a los pobres y moribundos de los que no se ocupaba nadie.

La historia, como siempre, nos vuelve a sorprender, y, además de esos campos de acción evangélica, surgen nuevos campos donde proclamar la Buena Noticia del Evangelio que no están lejos, no hay que buscarlos «detrás» de desiertos, mares o montañas. Las nuevas tecnologías se han convertido en los espacios de reunión, ocio o conversación. Jóvenes y mayores pasan horas delante de su ordenador y/o móvil y no necesariamente perdiendo el tiempo. ¡Hasta eventos tan significativos como las campanadas de fin de año tuvieron más repercusión en la plataforma Twitch (de la mano del joven Ibai Llanos y su equipo) que las tradicionales cadenas de televisión!

Nuevas fronteras donde el mensaje del Reino va apareciendo. Se abre paso poco a poco. Nuevos lugares en donde también se busca sentido, horizonte, esperanza y fundamento vital. Twitter, Instagram, Tik ok, Facebook, YouTube, Twitch… se han convertido en el nuevo Aerópago donde la palabra de Jesús cala y anima a miles de jóvenes a seguir su camino y su misión.

Si algo destacó siempre en la Iglesia fue la lucidez para acceder rápidamente a los lugares donde se congregaba la gente. Quizás ahora, las redes sociales y los nuevos medios de comunicación son el lugar de misión para todos aquellos que se sientan llamados a llevar la Esperanza de una vida nueva que nos trae el seguimiento de Jesús de Nazaret.

Javier Bailén, sj

La vida no es un camino recto

Reflexiones

Estoy segura de que alguna vez has escuchado la expresión del «sueño de Dios para cada uno». Honestamente, a mí siempre me ha costado un poco desgranar qué puede significar en mi vida, es decir, descubrir cuál es.

En el Evangelio se habla de personas que lo dejaron todo para seguir a Jesús. Y yo te pregunto: ¿Cuál es ese sueño por el que dejarías todo lo demás, todos los sucedáneos? ¿Cómo conocerlo? ¿Cuánto tiempo dedicas a descubrirlo? ¿El rato de la mañana, de la tarde, de la noche? ¿El rato que te sobra al final del día? Como ves, es una pregunta que entraña más preguntas.

A medida que he ido creciendo me he ido dando cuenta de que la respuesta siempre ha estado en mis anhelos y deseos más profundos. Y es que, la vida tiene diversas dimensiones que no son compartimentos estancos. A todas ellas las une una misma pregunta, que mueve a cada uno hacia delante. Esa pregunta cambia de persona a persona y reside en el fondo de nuestro ser. Algunos la conocen desde que son pequeños y otros tardan una vida entera en conocerla. Es una pregunta que es, al mismo tiempo, una invitación, un misterio que encierra más misterio y un salto al vacío. Ser valientes para descubrir cuál es esa pregunta y, a la vez, ir respondiéndola a lo largo de la vida es lo más temible y, a la vez, lo mejor que hay.

La mía empezó siendo «¿y tú, Señor, qué sueñas para mí?». Hoy ha cambiado, o más bien, he ido avanzando hacia la respuesta y han ido apareciendo otras que me rondan a día de hoy. Lo que no ha cambiado (ni deseo que cambie) es que es el Señor quien define mis deseos, mis dudas, mis miedos, mis búsquedas y todos mis cómos. Esa fue la respuesta a esa primera pregunta.

Un buen maestro no es el que te da todas las respuestas, sino el que te enseña a descubrirlas. Si no fuera así, nos perderíamos todo el camino: la incertidumbre y las dudas por supuesto, pero también, la esperanza, la confianza en que nos encontraremos y toda la alegría que conlleva saber que estás avanzando, igual no por un camino recto, pero sí por el tuyo. Cada giro, cada recoveco, me ha ido acercando más a Él.

Y yo, de nuevo, te pregunto: ¿De qué serviría que el camino fuera recto? ¿Qué aprenderíamos si no arriesgáramos, si no nos equivocáramos, si no empezásemos de nuevo?

Tengo claro que cometeré errores, me iré por el camino que no es y sólo me daré cuenta cuando no vea a Dios al final, aunque recorrerlo me haya llevado años. Si no le veo, no le siento, ahí no es. Al final, sólo espero haberle visto en cada giro del camino.

No se trata de hacer este camino a tontas y a locas. Se trata de ir diciendo síes pequeñitos en cada paso, sabiendo que, lo que creíamos que era una línea recta, era un renglón torcido que nos acabará llevando a lo que realmente deseábamos.

Ana Rueda Legorburo

Fuente: pastoralsj.org

Víctor Codina SJ: “Soñemos juntos”, un faro de luz en medio de la actual tormenta

«Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor», es un gran libro, que nos desvela claves del pensamiento y del proyecto de reforma eclesial de Francisco y de sus temas centrales: ir a la periferia, discernir, dialogar, desborde, sinodalidad, pueblo, Espíritu. Es una auténtica bendición urbi et orbi, para la Iglesia y el mundo. Es un faro de luz en medio de la actual tormenta.

El Dr. Austen Ivereigh, escritor y periodista británico, autor de dos biografías del papa Francisco (El gran reformador, 2015 y Wounded Shepherd, 2019) aprovechó el confinamiento papal para una serie de entrevistas y conversaciones que ahora se publican como libro de Francisco: SOÑEMOS JUNTOS. EL CAMINO A UN FUTURO MEJORConversaciones con Austen IvereighBarcelona, diciembre 2020.

Prólogo

Francisco ve este momento como la hora de la verdad, un momento en que se sacuden nuestras categorías y estilos de vida, una crisis ante la cual la pregunta es si saldremos mejores, donde hay peligro de replegarnos para mantener nuestro statu quo. Pero, como dice Hölderlin, “Donde hay peligro, crece también lo que nos salva”, es el momento para soñar en grande, para comprometernos en lo pequeño, para crear algo nuevo, aceptar el desborde de la misericordia de Dios que se derrama rompiendo fronteras tradicionales. Atrevámonos a soñar juntos.

El libro se articula bajo tres momentos: ver, elegir, actuar.

Tiempo para ver

En el Ver, Francisco acude a la periferia, convencido de que el mundo se ve más claro desde la periferia, desde los lugares de pecado y exclusión, desde el sufrimiento, la enfermedad y la soledad, y todo ello no en abstracto sino en concreto, pasando del adjetivo al sustantivo: desde los pobres rohinyás en Bangladesh, desde los uigures y los yazidíes, desde los refugiados de Lesbos, desde los niños sin educación de África, desde los que mueren de hambre en Yemen, desde los descartados, desde los médicos y sanitarios, sacerdotes y religiosas que murieron por ayudar a los enfermos del coronavirus.

La crisis ha puesto al descubierto la cultura del descarte, quienes no tenían vivienda ni agua para pasar el distanciamiento social obligatorio, los que viven hacinados en las ciudades, en centros de retención de migrantes, en campos de refugiados, donde la gente puede pasar años, sin higiene, alimentación y vida digna.

Hemos de buscar maneras para que estos descartados se conviertan en actores de un futuro nuevo. Pero este cambio tiene grandes obstáculos: el virus de la indiferencia que es peor que la pandemia, que nos hace mirar hacia otro lado, como la expresión italiana “che me ne frega”, la expresión argentina ¿y a mi qué?, es decir, ¿qué me importa?

Dios no es indiferente, esta indiferencia bloquea al Espíritu que nos impulsa a un desborde para discernir lo que Dios quiere de nosotros, para descartar la cultura del abuso, sea sexual, económico, racial o clerical y fomentar una cultura del cuidado.

Hay que trabajar por un mundo sano. Francisco comenta cómo fue creciendo su conciencia ecológica: en su trabajo en el comité de redacción de la conferencia de Aparecida, 2007, se sentía molesto por la insistencia de los brasileños en el tema de la Amazonía; más tarde le ayudó el influjo del patriarca Bartolomé de Constantinopla en el tema ecológico; luego convocó a científicos y teólogos sobre ecología lo que culminó en su encíclica Laudato sí y finalmente convocó el Sínodo de la Amazonía en 2019.

Al grito de los pobres se une al grito de la tierra, hemos de superar el paradigma tecnocrático que nos hace abusar de la naturaleza en beneficio propio, como si fuésemos sus dueños, con un individualismo que provoca la desertificación de la tierra y el cambio climático, olvidando que la creación y la tierra es un don de Dios para todos, que hemos de cuidarla y protegerla: necesitamos una conversión hacia una ecología integral que es cuidar de la creación y de todos nosotros como criaturas de un Dios que nos ama.

La situación Covid de la pandemia y la cuarentena, en medio de su dificultad y dolor, nos puede ayudar a una reflexión sobre nuestra vida, sobre nuestro pasado y futuro, nuestros ídolos y nuestros momentos de crisis. Hay que pararse, parate, revisar nuestra vida, vivir la pandemia en un clima de paciencia y humor.

  • Francisco narra tres situaciones Covid de su propia vida:

-la Covid de su enfermedad del pulmón a los 21 años, cuando siendo seminarista de Buenos Aires, el 13 de agosto de 1957 le llevaron al hospital y le quitaron el lóbulo superior derecho de uno de sus pulmones; él creía que iba a morir, las enfermeras le cuidaron y salvaron; fue un tiempo de reflexión y allí maduró su decisión de entrar en la Compañía de Jesús.

– la Covid del destierro, en 1986, cuando fue a Alemania para una tesis doctoral sobre Guardini, que no acabó: se sentía como un sapo en un pozo. Iba de paseo cerca del aeropuerto de Frankfurt a ver volar aviones…

– la Covid de una transformación radical fue cuando de 1990 a 1992, después de haber sido Maestro de novicios, Provincial y Rector de los jesuitas, fue destinado a Córdoba. Se había instalado en ese modo de vivir, “me pasaron la boleta y tenían razón”. Fue un tiempo de purificación, oración y leyó la Historia de los Papas de Ludwig Pastor, que ahora le ha ayudado mucho.

En conclusión, para realizar esta conversión que nos brinda la Covid, para superar nuestra globalización de la indiferencia, la hiperinflación del individuo y aprender a contar con los demás, es necesario tomar decisiones, elegir.

Tiempo para elegir

El segundo paso, luego de haber visto la realidad, es discernir y elegir, pero para ello necesitamos, además de capacidad y reflexión, el tener un sólido conjunto de criterios que nos guíen para así poder leer los signos de los tiempos. Y en tiempos de prueba, como dicen los gauchos y los cowboys “no cambies el caballo en medio del río”, es decir hemos de ser fieles en lo que importa aun en tiempos de crisis: recuperar el valor de la vida, la naturaleza, la dignidad de la persona, el trabajo y los vínculos.

Hay que recuperar las bienaventuranzas que la Iglesia ha concretado y formulado en una serie de principios básicos: la opción por los pobres, el bien común, el destino universal de todos los bienes, la solidaridad y la subsidiaridad.

Estos principios los hemos de aplicar a la realidad en un ambiente de reflexión y oración, estar atentos al Espíritu y practicar el discernimiento de espíritus.

El Covid-19 ha acelerado un cambio de época que ya estaba en proceso, no podemos volver atrás, todo intento de restauración lleva a un callejón sin salida. Hemos de buscar la verdad, aun sabiendo que todo pensamiento es incompleto y está abierto a un desarrollo ulterior (Guardini). Hay que excluir tanto los moralismos que tienen recetas para todo, como el relativismo que duda de todo. Verdades que al principio nos parecen contradictorias, poco a poco se van abriendo a una verdad mayor (Newman). No poseemos la verdad, es la verdad la que nos posee y nos atrae desde la belleza y la bondad.

El discernimiento es tan antiguo como la Iglesia, el Espíritu es el que nos guía a la verdad (Juan 16,13) y nos muestra cosas nuevas a través de los signos de los tiempos: hemos de preguntarnos por lo que nos humaniza y nos deshumaniza.

Signo de los tiempos es evitar el aislamiento y exclusión de los ancianos, fomentar el encuentro entre ancianos y jóvenes, para soñar juntos (Joel 2,28); signo de los tiempos es proteger y regenerar la tierra, no considerar como objetivo el crecimiento económico a cualquier precio; signo de los tiempos es sentirnos parte de la creación, no sentirnos sus dueños, buscar una economía que atienda las necesidades de todos y respete la tierra; signo de los tiempos es el protagonismo de las mujeres, siempre fieles y abiertas a una nueva posibilidad, muy sensibles al medio ambiente y al cuidado de las personas y de la economía; otro signo de los tiempos es elegir la fraternidad por encima  del individualismo, la unión de ánimos, como aparece en Fratelli tutti.

En este proceso de discernimiento, Dios no se impone, sino que nos propone, nos anima por dentro, nos consuela, nos da esperanzas, no despierta ilusiones deslumbrantes ni falsos mesianismos, no nos quita el miedo del futuro ni la tristeza del pasado, no nos aísla del cuerpo eclesial, ni nos hace creer ser los únicos poseedores de la verdad, ni conduce al autoritarismo y rigidez que terminan en escándalos. La Iglesia débil y pecadora, es instrumento de la misericordia porque ella misma necesita misericordia, no la condenemos, cuidémosla como a nuestra madre.

Aquí Francisco aborda un tema importante que es cómo actuar en contexto de polarización, social, política o eclesial, una situación que conduce a la parálisis, a la ausencia de diálogo, a la división y al desacuerdo.

Siguiendo a Guardini entiende que contradicciones aparentes pueden resolverse a través del discernimiento. Muchas veces vemos como contradicciones lo que en realidad son solo contraposiciones que, aunque sean contrarias, interactúan en una tensión creativa superior. Ante las contradicciones hay que elegir entre lo correcto y lo incorrecto, en cambio ante las contraposiciones hay que buscar en diálogo una verdad superior que englobe lo positivo de ambas partes.

Francisco lo llama desborde y lo reconoce como don de Dios y acción del Espíritu, como aparece en las Escrituras: es el amor de Dios que se desborda para perdonarnos, es el padre que abraza al hijo pródigo, es la pesca sobreabundante después de una noche infructuosa, es Jesús lavando los pies a sus discípulos antes de morir.

Este desborde sucede sobre todo en las encrucijadas de la vida, en momentos de humildad, de fragilidad y apertura, cuando el océano del amor de Dios desborda las puertas de nuestra autosuficiencia y permite una nueva imaginación posible.

La preocupación de Francisco como Papa ha sido promover este desborde dentro de la Iglesia, renovando la antigua práctica de la sinodalidad, como un servicio a la humanidad trabada a menudo en desacuerdos paralizantes.

Sinodalidad, viene de “sínodo” que significa caminar juntos, es reconocer y valorar las diferencias en un plano superior donde cada parte pueda mantener lo mejor de sí misma, crear una sinfonía que articule las particularidades de cada uno. La Iglesia desde el comienzo se abrió a la sinodalidad, se abrió a cristianos no judíos sin imponerles las prácticas judías (Hechos 15,28), se enriqueció con las culturas de los pueblos donde se arraigó.

Este enfoque sinodal es muy necesario para nuestro mundo de hoy, poder caminar juntos sin aniquilar a nadie, construir un pueblo no con armas sino con la tensión de caminar juntos, reconciliar las diferencias.

La experiencia de la Iglesia en los tres últimos sínodos (de los jóvenes, de la familia y de la Amazonía) ha mostrado la importancia de la sinodalidad para superar conflictos. Para ello hay que escuchar al pueblo, que tiene la unción del Espíritu Santo y no puede equivocarse cuando cree, hay que aceptar que lo que afecta a todos ha de ser tratado por todos, no confundir la verdadera tradición eclesial con otras normas y prácticas eclesiales. Hay que escuchar al Espíritu, es necesaria una conversión de todos, sin imponer nuestras ideas a los demás, desenmascarar las agendas y las ideologías encubiertas, no caer en batallas políticas como en un parlamento, donde un grupo vence a otro.

Los MCS se han centrado en los dos últimos sínodos en puntos conflictivos secundarios, pero de gran impacto mediático (la comunión de los divorciados vueltos a casar, la ordenación de hombres casados), sin percibir la problemática general, sin captar los signos de los tiempos. Es necesario aprender de la antiquísima experiencia sinodal de la Iglesia:

– tener una escucha respetuosa mutua

-a veces la novedad será resolver las cuestiones polémicas por desborde, cambiando nuestra mirada y rigidez y buscar en lugares nuevos.

El tiempo pertenece al Señor, confiamos en él para descubrirlo mediante el discernimiento y así realizar el sueño de Dios para nosotros.

Tiempo para actuar

Este tiempo de acción nos permite recuperar el sentido de pertenencia a un pueblo. Francisco define el pueblo como una categoría mítica que implica una memoria histórica de costumbres, ritos y otros vínculos que trascienden lo transaccional o racional, en una búsqueda de dignidad y libertad, una historia de solidaridad y lucha. Pueblo no es lo mismo que un país, una nación o un estado; el pueblo es fruto de una síntesis, de un encuentro, un todo superior a las partes que se forjó en la lucha y la adversidad compartidas. El pueblo tiene alma, conciencia, personalidad, sentido de solidaridad, justicia y trabajo.

Hablar de pueblo es un antídoto a la tentación constante de crear élites, sean intelectuales, morales, religiosas, políticas, económicas o culturales. Pueblo es unidad en la diversidad, que no se siente determinada por la exclusión o diferenciación, sino por la síntesis de virtualidades, por el desborde.

Pero el pueblo puede disolverse en una mera masa o dividirse en bandos. Los tiempos de tribulación pueden ayudarnos a comenzar un nuevo tiempo de libertad.

La actual pandemia, aunque nos desinstala, permite recuperar nuestra memoria y nuestra esperanza. Que en los próximos años no nos digan que frente a la crisis de la Covid 19 no pudimos recuperar la memoria y recordar nuestras raíces. Si ante el reto de esta pandemia actuamos como un solo pueblo, la vida y la sociedad cambiarán en mejor.

La dignidad de un pueblo nace de la cercanía de Dios, de su amor que le da un horizonte de esperanza. Arquetipo de este pueblo es el pueblo de Israel; la Iglesia se define en el Vaticano II como pueblo de Dios, ungido por el Espíritu y encarnado en todos los pueblos y culturas de la tierra, un pueblo con muchos rostros. Ser cristiano es saberse parte del pueblo de Dios, una comunidad dentro de la comunidad más amplia de la humanidad. El punto central del cristianismo es el anuncio del kerigma, o buena noticia que Dios me amó y se entregó a la muerte por mí; todos debemos reconocernos como hermanos y miembros de la gran familia humana. La Iglesia camina como parte del pueblo, sirviéndolo.

Para salir mejores de esta crisis hemos de recuperar el saber que tenemos un destino común como pueblo, que nadie puede salvarse solo, existe entre nosotros el lazo de la solidaridad, que la mesa sea un lugar para todos, abrazar la realidad unidos por la reciprocidad, sobre cuya base podemos construir un futuro mejor, más humano.

Lamentablemente la visión predominante en la política occidental promueve y ensalza al individuo atomizado, la economía se centra en el lucro, debilita las instituciones capaces de proteger al pueblo. En cambio, las convicciones religiosas son fuente de bien, valoran las personas; los desacuerdos de naturaleza filosófica o teológica entre grupos seculares y gente de fe no son obstáculos para unirse y trabajar por metas compartidas, la dignidad humana, el empleo y la regeneración ecológica.

El Papa retoma temas de Fratelli tutti sobre la fraternidad humana, la idolatría del dinero y del mercado, la rehabilitación de la política, la necesidad de reformas estructurales, la inspiración en la parábola del buen samaritano para no pasar de largo ante los tirados al borde del camino. En el mundo post-Covid, solo una política enraizada en el pueblo, abierta a la organización del propio pueblo, podrá cambiar nuestro futuro. El corazón del cristianismo es el amor de Dios por todos los pueblos y nuestro amor al prójimo, especialmente por los necesitados.

Francisco insiste en ir a las periferias, allí donde nació la Iglesia, donde se encuentran tantos crucificados. De nuevo retoma las tres T, “tierra, techo y trabajo”. Garantizar que la dignidad humana sea valorada por mediaciones muy concretas, no es sólo un sueño, sino un camino para un futuro mejor.

Epílogo

Francisco propone dos actitudes de cara al futuro, descentrarse y trascender, abrir puertas y ventanas e ir más allá, no quedar atrincherados en nuestras formas de pensar y actuar, ser peregrinos, no volver a la “normalidad” de antes, ir al encuentro de los demás, mirar los rostros, los ojos, las manos y las necesidades de los que nos rodean y así descubrir nuestros rostros y manos llenas de posibilidades. Y actuar.

Víctor Codina sj

Fuente: vaticannews.va

Desolaciones y tristezas

Reflexiones

En nuestra vida se suceden contentos y tristezas, gozos y añoranzas. Nos gusta sentirnos alegres, pero a veces nos invade la desgana, la apatía o la amargura.

¿Es esto la desolación espiritual? ¿Es lo mismo desolación que tristeza?

Existe una tristeza natural. La produce la pérdida de una relación, un fracaso inesperado, la frustración de una expectativa o algún daño recibido. La tristeza apaga el afecto, debilita el ánimo y ralentiza el ordinario discurrir del pensamiento. Nos deja planos y grises. Y a veces con un poso de amargura que se expresa en ironía o mal humor. Además, no raramente hacemos daño a los que más queremos. Ni nos aguantamos ni nos aguantan.

Pero estas tristezas naturales no son desolación espiritual.

La desolación espiritual siempre tiene una referencia a Dios y a sus cosas. Se siente como oscuridad ante la verdad divina, insensibilidad ante la Palabra, pereza para el bien, lejanía del Señor. Puede tener una fuerza inesperada, y tambalea las buenas intenciones que teníamos sólo un día antes. Si se prolonga un tiempo resulta una prueba espiritual particularmente dura; por ejemplo Ignacio de Loyola tuvo tentaciones de quitarse la vida, atormentado por sus escrúpulos.

Entonces, ¿todo es tristeza natural o desolación espiritual? No.

Pues también existen muchas tristezas ambivalentes y mezcladas. Por ejemplo, cuando un matrimonio tiene dificultades, aunque un día se quisieron de verdad. O cuando un creyente comprometido con los pobres no es aceptado por esos mismos pobres. O cuando un catequista no es escuchado. O cuando una joven consagrada por amor a Dios siente, al cabo de un tiempo, la frustración de su ilusión primera.

Estas situaciones son ambivalentes: pues no sólo parece que Dios está lejos, sino que nuestro ego se siente frustrado (aunque sea de modo latente). Y nuestro ego frustrado explica muchas desolaciones que llamamos espirituales.

Luis María García Domínguez SJ

Fuente: espiritualidadignaciana.org

Cardenal Czerny: «Sólo la cultura que acoge tiene un futuro»

«La nueva Encíclica del Papa Francisco, Fratelli tutti, se dirige directamente a las alegrías y esperanzas, las penas y las angustias de los migrantes, los refugiados y todas las personas desplazadas y marginadas. El corazón de la Encíclica es un llamado a una mayor hermandad y amistad social entre todos los pueblos y naciones». Esto es lo que escribe el cardenal Michael Czerny, subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral, en el recién creado blog de la Comisión Católica Internacional de Migración (ICMC).

La reflexión del cardenal, titulada «Fratelli tutti  y la llaga de los desplazados», retoma los pasajes clave del documento, pidiendo «una fraternidad abierta, que permita reconocer, apreciar y amar a cada persona más allá de la proximidad física, más allá del lugar del mundo en el que nació o en el que vive».

Derecho a una vida digna

Según el cardenal Czerny, «toda persona tiene derecho a una vida digna y a un desarrollo integral en su país de origen».

«Esto pone en tela de juicio la responsabilidad de todo el mundo, ya que hay que ayudar a los estados más pobres a desarrollarse. La inversión que necesitan»,  y continúa, «no es sólo en el desarrollo económico sostenible, sino también y esencialmente en la lucha contra la pobreza, el hambre, las enfermedades, la degradación del medio ambiente y el cambio climático».

Acoger, proteger, promover e integrar

El Subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral indica entonces la «respuesta moral» adecuada a todos los que se ven obligados a huir: «se puede resumir en cuatro verbos activos: acoger, proteger, promover e integrar». Pero hay numerosos obstáculos que surgen en el camino de los migrantes y refugiados. Obstáculos nacidos de «una mentalidad xenófoba que no es compatible con el cristianismo».

Muchas formas de abrir puertas

Siguiendo las directrices de la encíclica, el cardenal Michael Czerny señala varias formas de abrir las puertas a aquellos que han huido de las crisis humanitarias y se han convertido en nuestros nuevos vecinos. Esto incluye aumentar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables y ofrecer una vivienda adecuada y decente. También es crucial «garantizar la seguridad personal, el acceso a los servicios esenciales y la justicia, a la vez que se les ofrece libertad de movimiento, la oportunidad de trabajar; proteger a los menores y asegurar su acceso regular a la educación».

Esfuerzo común

Fratelli tutti -destaca el cardenal- afirma claramente que los estados individuales, actuando por su cuenta, no pueden adoptar soluciones adecuadas. «Se necesita un esfuerzo concertado a nivel mundial, como el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, celebrado en 2018, porque las respuestas sólo pueden ser el resultado de un trabajo conjunto, que dé lugar a una legislación (gobernanza) mundial para la migración».

El regalo del encuentro entre culturas

Asimismo, señala en su reflexión que es el propio Papa Francisco quien define como «un regalo» el encuentro entre diferentes culturas, como el que surge de la migración.

«Un encuentro que puede llevar a un enriquecimiento mutuo, y como ejemplos concretos, el Papa menciona el enriquecimiento cultural provocado por la migración de latinos a los Estados Unidos y por la migración italiana a su país de origen, la Argentina».

Generosidad y gratuidad

«Pero tal reciprocidad de beneficios», resume Czerny, «no representa la totalidad de la realidad, y mucho menos la fundamental. Debemos esforzarnos por abrirnos a los demás con un espíritu de gratuidad y generosidad, que el Papa Francisco define como la capacidad de hacer algunas cosas por el mero hecho de ser buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado de ellas, sin esperar nada inmediatamente a cambio».

Una cultura que tiene un futuro

«Sólo una cultura que acoge a los demás libremente tiene un futuro», concluye el cardenal Czerny. «Este es nuestro futuro y debe ser compartido con los necesitados, incluyendo los migrantes y refugiados. Escuchemos el llamado del Papa Francisco por un mundo más justo, humano y fraterno, fundado en el amor y el enriquecimiento mutuo, en lugar de la sospecha y la fría indiferencia».

*Podes leer el texto completo haciendo click aquí.

Fuente: www.vaticannews.va