La Insipidez de lo Genérico

Podemos sentirnos demandados de atender a todos, de abarcar todo, y caemos en la tentación de lo ‘genérico’, de lo impersonal.

Por Hernán Quezada SJ

Me resisto a acoger aquello que no tiene mi nombre. Me niego a apropiarme lo que no me señala como destinatario. No asumo lo que no me alude de manera particular. Un mensaje que pretende lo particular, pero ha sido creado para todos es algo genérico, y una producción sin destinatario es insípida.

Suelo recibir en mis redes sociales varias ‘producciones genéricas’ (posts, vídeos, frases, cadenas, etc.) que vienen cargadas de intención particular: «Buenos días», «Felicidades», «Te quiero», «Dios te bendiga», «¡Feliz año!»… pero han sido construidas para la generalidad y enviados a todos, a listas de contacto. Confieso que estos mensajes me resultan sin sabor, insípidos y, honestamente, no los agradezco.

Pensé mucho en escribir esto, pues temo sonar ofensivo con gente a la que estimo y quiero, pero creo que muchos compartimos este desencanto de ser convertidos en destinatario genérico, en perder el derecho a ser llamados por nuestro nombre y a ser aludidos como sujeto.

Hay mensajes, como este y otros tantos, que son creados visualizando como destinatario a muchos, y este ‘muchos’ es el sujeto. Llevan en su intención la certeza de un impacto en ‘algunos’. En este tipo de producciones pretendemos compartir una idea, una reflexión, algunas veces también un sentimiento. Pretendemos entablar un diálogo, una discusión, un intercambio de ideas, pero finalmente sabemos que son mensajes dentro de botellas tiradas al mar. Cualquier respuesta será una sorpresa que surja de este deseo genérico.

Las nuevas tecnologías de la comunicación nos han colocado ante un universo ampliado de relaciones. Podemos sentirnos demandados de atender a todos, de abarcar todo, y caemos en la tentación de lo ‘genérico’, de lo impersonal. Por otra parte, todos tenemos la necesidad de ser nombrados, de ser atendidos y llamados por nuestro nombre, de ser aludidos de manera personal. Qué sensación placentera da leer nuestro nombre, o encontrar entre líneas códigos únicos de la relación que tenemos con el emisario de la comunicación.

Me surge la idea de decir a mis contactos: amigas, amigos, les libero del imperativo de atenderme con ritmo y prontitud, y con ello ¡Renuncio a ser genérico! Me coloco en la lista de espera de su tiempo. Sabré esperar el mensaje particular, el mensaje cómplice, el mensaje lleno de sabor y de sentido que me quieran enviar cuando puedan, cuando quieran, cuando lo necesiten; o quizás, cuando se den cuenta que yo lo necesito. Bienvenidos los mensajes sin grandes producciones, sin muchos colores, sin despliegues cibernéticos. Basta un «Hola», seguido por mi nombre. Con esto sentiré el deseo de detenerme y saborear lo que me ha sido compartido y que ahora es mío. Surgirá entonces el deseo de comprometerme con ello.

Fuente: Pastoral SJ

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En el Límite de Nuestras Fuerzas

“Cuando lo que creíamos ser se derrumba, se revela quienes somos en verdad”

Por Javier Rojas

¿Por qué encontramos a Dios cuando llegamos al límite de nuestras fuerzas? Porque cuando ya no podemos sostenernos por nuestros propios medios abrimos los brazos, como los niños, buscando sentirnos seguros en su abrazo. Cuando nuestras fuerzas ya no pueden sostener nuestra lucha, cuando nuestro ingenio no es suficiente para encontrar una salida o cuando nuestras capacidades humanas ya no responden, no queda más que dar el salto. Y ahí está Él, esperándonos… siempre ha estado ahí. Tal vez sea por interés, o porque simplemente “no te queda otra”, creo que todos hacemos lo mismo, todos esperamos lo mismo: el abrazo de Dios en el límite de nuestras fuerzas.

Tal vez sea el lugar escogido por Él para hacernos sentir su fuerza y amor. Cuando quedamos despojados de poder y autosuficiencia podemos aceptar y reconocer quienes somos en verdad y quién es Él. Creo que es el mejor momento para encontrarse con la propia verdad, con el Amor de un Padre que espera pacientemente, y que sabemos que no reclamará nada. En ese límite se encuentran nuestro anhelo y el deseo de Dios, nuestro sueño y su proyecto, nuestro amor y el suyo. Ahí, en ese límite al que llegamos la mayoría de las veces cansados y maltrechos, agobiados y derrumbados, se renuevan nuestras fuerzas, se enderezan nuestros pasos y adquirimos una nueva conciencia, gracias a la luz que recibimos de Dios.

Es como si las escamas de los ojos, que tan ciegos nos tenían, se cayeran de una vez por todas y descubrimos que estábamos alejados de nuestros ser más profundo; que andábamos extraviados. Todos llegamos alguna vez a este límite, a ese momento en la que nuestra pseudo-omnipotencia se derrumba por completo. Esa instancia en que nos vemos confrontados por una realidad que nos abofetea con crudeza. En el límite de nuestras fuerzas, ese poder que creíamos tener se esfuma, desaparece por completo, y surge del interior de nuestro ser la verdadera fortaleza. Cuando todo lo que creíamos ser se derrumba, se revela quienes somos en verdad, nuestra naturaleza, nuestro destino y a lo que hemos sido llamados. Ese límite, como ha dicho un autor conocido, es sanador. Nada es más sano que encontrarse con lo que uno es en verdad y dejar atrás la mentira de lo que «nos gustaría ser». Hay más «ser» que descubrir y desplegar dentro de nosotros, que posibilidad de vida plena en la quimera de nuestra fantasía, cuando pensamos en lo que nos gustaría ser.

Desconocer la propia verdad es la ruina de nuestro ser, es como condenar a la luz que hay en nosotros a permanecer en la oscuridad. Lo que somos, los recursos internos y posibilidades con las que contamos son inmensas, pero no podremos llegar a ellas y desarrollarlas, si las desconocemos. No llegaremos a ese centro vital sin una renovación de mente y corazón. Las puertas de nuestro interior no se abren para quien no ha abandonado por completo la fantasía de vivir lo que no es. En el límite de nuestras fuerzas nuestra mente y corazón se armonizan y se conectan. En ese momento de “precariedad” nuestro espíritu encuentra la Fuente de Sabiduría interior que tanto tiempo tuvimos olvidada. Nuestra vida ya no será la misma, ya no será posible volver atrás, porque una vez que atraviesas las puertas de tu interioridad todo se ve distinto, contemplas la realidad por primera vez tal cual es. No temas llegar a Dios en el límite de tus fuerzas porque ahí te espera. Solamente cuando te hayas despojado de toda seguridad externa podrás aferrarte a la verdadera fuerza que anida en ti. ¡Anímate a dar el salto!

 

Sobre el Discernimiento Personal y Comunitario

Compartimos algunos fragmentos del Artículo de Espiritualidad de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) del Mes de Noviembre.

(…) El discernimiento personal, si no se comparte, tiene el riesgo de que se convierta en un proceso totalmente subjetivo. Por eso es importante compartirlo con alguien que nos conozca, que sepa ser imparcial con la persona, que pueda ayudarle a esclarecer la presencia del Espíritu (o del mal Espíritu) en su vida. Como un acompañante espiritual. Sin embargo, en muchos casos es difícil tener un acompañante espiritual. En su lugar, hay un grupo, varias personas, que me pueden ayudar a clarificar/objetivar mi discernimiento. Para un grupo como éste la puesta en común del discernimiento personal puede ser un método para que, entre varias personas, se puedan ayudar en la objetivación de los discernimientos personales.

(…)

El Discernimiento Común

No se trata sólo de poner en común el discernimiento personal. Es cuando un grupo se convierte en el sujeto mismo de discernir. Este sujeto puede ser la comunidad entera o una parte de ella o un grupo que trabaja en un apostolado o misión especial, o un grupo de laicos y religiosos que trabajan juntos…

El discernimiento en común tiene la finalidad de preparar las desiciones, ayuda a tomar la más conveniente, la que sienta como voluntad de Dios.

Es necesario, también, distinguir entre discernimiento común con un procedimiento democrático. El discernimiento en común tiene el peligro de pretender ser una práctica democrática, mientras que en la vida religiosa el obispo, superior, superiora, párroco, etc. tienen la última palabra y son ellos quienes toman las decisiones. Al discernimiento comunitario se llega por consensos espirituales y no por mayoría de facciones y de grupos de influencia.

Reconciliarnos con lo que Somos

“Somos ese amor que buscamos, somos la aceptación que anhelamos, somos la compresión que mendigamos.”

Por Javier Rojas SJ  

Reconciliarnos con lo que verdaderamente somos no es una tarea sencilla, tal vez nos lleve toda la vida, pero es esencial transitar por ese camino. ¿En qué consiste esta reconciliación? Todos imaginamos que somos un poco «más» o un poco «menos» de lo que somos. Para decirlo de una manera más sencilla, pensamos que somos o genios o inútiles, y estamos convencidos que esto que pensamos de nosotros mismos es real; en consecuencia, terminamos «siendo lo que pensamos». La verdad es que podemos pensar muchas cosas de nosotros mismos, pero eso no quiere decir que sea nuestra verdad. Imaginamos que somos buenos, personas abiertas al diálogo, que somos el hombre araña, la mujer maravilla, o algunos de los héroes de las historietas infantiles. O, por el contrario, que somos malas personas y en todo ello, nos equivocamos. En realidad, somos mucho más que eso, simplemente «somos».

El primer paso para iniciar este camino de reconciliación es desmontar las «pretensiones» de parecernos a lo que imaginamos en nuestra fantasía. Debemos vaciarnos interiormente del «todo poderoso» que jamás comete errores y que siempre tiene la razón, o del «inútil» que no puede nada, para descubrir que somos mucho más que esa caricatura de nosotros mismos. Con el tiempo me fui dando cuenta de que los seres humanos jugamos a «ser alguien», disfrazamos nuestro verdadero ser de muchas maneras, con roles, tareas, trabajos, o profesiones, en lugar de reconciliarnos con nosotros mismos y amarnos de verdad. Nuestras mentiras nos hacen más daño a nosotros mismos que a los que pretendemos engañar. Nos alejan de nuestro ser más profundo y nos mantienen a merced del agrado y aprobación de los demás.

El segundo paso es abandonar la ignorancia e iniciar un camino de conocimiento interior. Ir a lo profundo de nuestro ser y descubrir quiénes somos en realidad. Como ignoramos nuestra verdadera identidad, buscamos ser alguien a los ojos de los demás, queremos presentar una imagen para ser aprobados por ellos. Imaginamos que seríamos mucho mejores personas si lográramos satisfacer las pretensiones que los demás tienen sobre nosotros. Ser lo que no somos, desconociéndonos, es una de las mayores pobrezas del ser humano, ya que significa vivir sin apreciar el tesoro escondido en nuestro propio campo.

El tercer paso de esta reconciliación y valoración de nosotros mismos es tomar en serio la pregunta «¿Quién soy?». Hemos sobrevalorado la opinión de los demás sobre nosotros. Puede que no lleguemos a tener otra referencia, pero el problema es que para los demás podemos llegar a ser muchas cosas, y ninguna de ellas se acerca a la verdad. Depositar la propia identidad en el parecer de los otros es errado, es vender la propia identidad al mejor postor. Para responder a la pregunta «¿Quién soy?» hemos de alejarnos de las opiniones ajenas, vaciarnos de las etiquetas con las que nos identificaron, y realizar el gran salto que significa ponerse ante uno mismo en una total desnudez espiritual. Debemos quitarnos los harapos detrás de los que hemos ocultado nuestra belleza interior. La falta de confianza en nuestra propia riqueza impide desarrollar lo más genuino de nosotros mismos y desplegar la dinámica expansiva y plena de nuestro ser. Somos algo maravilloso que aún no terminamos de apreciar los suficiente. La reconciliación con nosotros mismos pasa por dejar de identificarnos con los mandatos que vienen de afuera y comenzar a vivir desde la fuente de Sabiduría que existe en nuestro interior.

Somos ese pedacito de eternidad en el tiempo destinado a crecer y desplegar toda la maravilla que llevamos dentro nuestro. Somos ese amor que buscamos, somos la aceptación que anhelamos, somos la compresión que mendigamos. Cree en esa Voz que viene de lo alto y que anida en tu interior. Somos más, somos de lo alto.

 

El P. Pedro Arrupe SJ ya es considerado Siervo de Dios

“Tengo la Alegría de comunicar a todo el Cuerpo Apostólico de la Compañía de Jesús que ha comenzado oficialmente el proceso hacia una posible beatificación del P. Arrupe, 28° Superior General de la Compañía de Jesús. Desde ahora, por tanto, ya es considerado ‘siervo de Dios’. La marcha se ha puesto en marcha en el Vicariato de Roma, lugar de su muerte. Después de haberlo orado y considerado atentamente, la Compañía ha pedido el inicio de este discernimiento eclesial sobre la heroicidad de sus virtudes”.

El miércoles 14 de noviembre de 2018, al cumplirse 111 años del nacimiento del Padre Arrupe (antiguo superior general de la Compañía), el actual Padre General Arturo Sosa SJ ha enviado a toda la Compañía de Jesús una carta sobre la causa de beatificación de Arrupe.

Fuente: Jesuitas Latinoamérica

 

Dios es Plural

No es imaginable siquiera, porque no tiene sentido, es incompatible hablar de Dios sin hablar de más de uno, de humanidad, de relaciones, de afectividad.

Por Lola Vegas

¿Quién puede imaginar un club de fans o una asociación deportiva compuesta por el cantante en cuestión, o los jugadores del equipo, y yo? ¿Duraría? ¿Con quién compartir la vibración del momento en que, por privilegio especial nos (me) permiten el acceso a camerinos a por un autógrafo en persona? ¿A quién abrazar en el momento del esperado o sorprendido GOL? ¿A quién mirar transmitiendo el brillo en los ojos que expresa todo lo que bulle sin necesidad de palabras? ¡Qué tontería! No es ni imaginable porque no tiene sentido, es incompatible hablar de club de fan sin ellos, el plural lo dice por sí mismo.

No soy fan de Alejandro Sanz, aunque me gusten algunas de sus canciones, ni socia del Cádiz club de fútbol pero… ¿cuánto tiempo duraría apasionada por el Señor acudiendo sola a estar con Él, celebrando sola una Navidad o Pascua de Resurrección sin nadie que entienda las lágrimas que brotan por la emoción, o los bostezos por el sueño en alguna que otra oración…? ¡Qué tontería! No es imaginable siquiera, porque no tiene sentido, es incompatible hablar de Dios sin hablar de más de uno, de humanidad, de relaciones, de afectividad de… pues ¿qué estamos celebrando sino el regalo y la sorpresa de encontrarle, unidos, en la encarnación? Es incompatible hablar de Dios y no hablar al mismo tiempo de Iglesia.

¿Quién soy? Desde la encarnación «el nosotros de Dios»… y el plural vuelve a hablar por sí mismo. ¿A quién pertenezco, cuales son mis raíces? No hay que inventarlas, sólo recordar que bajo tierra están, y desde ahí dándonos vida, manteniendo y sosteniendo nuestro ser, nuestra identidad. Ese es su sitio, y como la cabeza la solemos llevar bastante alta, vemos que hay horizonte sí, pero porque hay tierra, hay esperanza sí, pero porque hay raíz, hay sueños sí, pero porque hay savia. Sólo hay que parar, escuchar y reconocerlo: Iglesia. Sé que soy Iglesia, siempre lo he sabido ¿experiencias de Iglesia? las que me hacen sentir en casa, las que hacen vibrar, templar y sonreír a mi raíz ¿A quién pertenezco? A la Iglesia. Lo sé.

Y es que tiene su lógica. «Cuando dos o más se reúnen…» (deporte, asociación, peña de carnaval o de caza) da gusto pasar cerca y respirar la vibración que desprenden, el olor, el sabor, el ruido, la música… porque comen y beben juntos, ríen y cantan juntos, celebran y sufren juntos, luchan juntos, buscan y encuentran juntos (la lotería la han jugado juntos, la repartirán juntos si les toca y seguramente la gastarán juntos). Y es que tiene su lógica. Ese juntos es el Señor, el que moviliza y hace VIDA desde la raíz. Siempre nos han exhortado a levantar la cabeza, llevarla alta y no como un avestruz (pobre animal… qué nos ha hecho él). Hoy te invito a imitarle de vez en cuando, agacha la cabeza hasta que se hunda en la tierra y ahí encuéntrate con tu raíz, nuestra raíz ¡es el Señor! Y déjate sorprender porque ahí, abajo, hay un núcleo, un centro, sólo uno, y para todos. Descúbrelo, o haz memoria y RECREALO.

Fuente: Pastoral SJ

 

CPAL: Artículo de Espiritualidad de Noviembre

Compartimos un fragmento del Artículo de Espiritualidad de la Conferencia de Provinciales de América Latina (CPAL) para el mes de Noviembre. Para leer el artículo completo haz click aquí 

Por José Luis Serra Martínez SJ

1. Discernimiento: en cuanto a búsqueda de lo que agrada a Dios (Rom 12, 2; Fil 1, 18; 1 Jn 4, 1; etcétera) es una actitud espiritual constitutiva de toda la vida verdaderamente cristiana. “Buscar y hallar la voluntad de Dios”; “Que su majestad, por su infinita y suma bondad nos quiera dar su gracia cumplida, para que su santísima voluntad sintamos y aquella enteramente la cumplamos” (Ignacio de Loyola). El discernimiento toca más a la asunción de actitudes que, posteriormente, favorecerán el afrontar los hechos de la vida cotidiana desde el proyecto de Jesús.

2. Deliberación: toma de decisiones de importancia, sea de una persona, sea de un grupo, en función de su proyecto de vida, su Principio y Fundamento, su misión. Por ejemplo, la deliberación de un estado de vida, la decisión de asumir o dejar algún apostolado o trabajo importante, de cerrar una obra… Toda deliberación supone un proceso de discernimiento.

3. Personal: Es la persona quien busca en su vida, en su oración, en su contexto familiar, laboral, social como sumarse al proyecto de vida de Dios, esto es, ser consciente del influjo del Espíritu Santo en la persona, que desde el propio carisma edifica la comunidad desde el amor y la caridad.

4. Puesta en común del discernimiento personal: es cuando una persona comunica a un grupo, a una comunidad de hermanas o hermanos su discernimiento personal, para que ayude a cada a uno a confirmar la manera de ir haciendo el discernimiento y los frutos que se van consiguiendo.

5. Discernimiento en común: No se trata sólo de poner en común el discernimiento personal. Es cuando un grupo se convierte en el sujeto mismo de discernir. Este sujeto puede ser la comunidad entera, o una parte de ella, o un grupo que trabaja en un apostolado o misión especial o un grupo de laicos y religiosos que trabajan juntos…

El discernimiento en común tiene la finalidad de preparar las decisiones, ayuda a tomar la más conveniente, la que sienta como la voluntad de Dios.

Necesario distinguir entre discernimiento en común con un proceso democrático. El discernimiento en común tiene el peligro de pretender ser a una práctica democrática, mientras que en la vida religiosa, el obispo, el superior, la superiora, el párroco, tienen la última palabra y son ellos quienes deben tomar las decisiones. Al discernimiento comunitario se llega por consensos espirituales y no por mayoría de facciones y de grupos de influencia

Fuente: Jesuitas Latinoamérica

 

El Don que Somos

“Solo triunfa quien fue alguna vez vencido”.

Por Javier Rojas SJ

Cuesta entender por qué hay momentos en que para alcanzar algo importante en la vida tenemos que pasar por la experiencia de la derrota, del fracaso y hasta de la humillación. Cuando conocemos la vida de muchos hombres y mujeres que hicieron historia en todos los ámbitos, encontramos que han atravesado situaciones muy, muy difíciles. Personas que tocaron fondo, hasta llegar casi al extremo de enloquecer, pero luego fueron grandes visionarios que dieron a la humanidad entera un legado que dura hasta hoy.

Ninguno de nosotros quiere fracasar. No queremos sentirnos de ese modo. Queremos ser triunfadores. Deseamos lograr lo que queremos y no tener que pasar por el dolor que ocasiona el fracaso o la derrota. Pero ¿Qué tiene esa experiencia de derrota, de fracaso, de tocar fondo y sentirse humillado, que parece estar en la base de quienes verdaderamente han logrado sus sueños? Me pregunto esto cada vez que descubro que detrás de esos individuos que admiramos (porque han contribuido a que la humanidad sea mejor), hay un pasado de luchas, de fracasos, hasta que dan el gran salto.

Como afirmé antes; no nos gusta fracasar y no queremos sentir que hemos perdido. Pero hay algo que no podemos negar, y es el hecho de que existe en esos momentos difíciles de crisis, una fuerza, una energía, un poder, que nos impulsa desde dentro para alcanzar lo que anhelamos. Este es un misterio fascinante y desconcertante a la vez: solo triunfa quien fue alguna vez vencido.

Pero ¿Quién es vencido? En realidad la derrota que experimentamos es la del ego, ya que su deseo es sobresalir buscando la propia gloria, y esto empaña todo el bien que se pueda hacer por los demás. Esta aparente perdida es la victoria del yo profundo llamado a la plenitud. Creo firmemente que Dios anhela una vida plena para nosotros, no plagada solamente de sensaciones agradables, sino fecunda y que tenga experiencias vitales. En ocasiones, los sueños que queremos alcanzar, las metas que queremos lograr, o los lugares en los que queremos estar, no responden precisamente al anhelo profundo que hay en todos nosotros de plenitud, sino más bien a los deseos del ego que busca su “autoglorificación” personal.

Cada uno de nosotros somos un don de Dios porque somos el fruto de su amor, pero también un don para los demás. No somos personas para nosotros mismos y no fuimos creados para enroscarnos en torno a nuestros logros, sino para que todo lo que alcancemos en la vida tenga una repercusión bondadosa hacia lo que nos rodea, en cualquier ámbito y a cualquier nivel. Nuestra vida es plena, nuestra felicidad es auténtica, y nuestra sonrisa es duradera cuando descubrimos el don que somos. Un don para el mundo, llamado a embellecer la historia y la vida de los demás. Pero nada de ello será posible sino derrotamos antes al ego que carece de un amor verdadero y gratuito.

No necesitamos el aplauso de los demás, las ovaciones de las masas, ni el reconocimiento de nadie para ser plenos y felices. Lo que necesitamos es descubrir el regalo que somos y lo que estamos llamados a ser para los demás. Solo el reconocer esta maravilla hará que todo lo que logremos, sea una conquista personal y una riqueza que beneficie nuestro entorno.

Caminos hacia Dios: Quienes Dejaron la Fe

Muchas veces no sabemos las causas profundas de las decisiones de los demás. Sin embargo, nos hacen preguntarnos por las nuestras.

Por Emmanuel Sicre SJ

Las opciones que vemos nos envían mensajes. Muchas veces no sabemos las causas profundas de las decisiones de los demás. Sin embargo, nos hacen preguntarnos por las nuestras. He aquí donde quienes abandonaron la fe en Dios, o en Jesús, o en la Iglesia, pueden estar dándonos una dirección para pensar. Reubicados en nuestra propia experiencia, en lo que vamos creyendo y en lo que los demás nos reflejan, comienza a emerger dentro un contrapunto: ¿y tú? ¿qué?

Estamos entonces ante la posibilidad de indagar sobre nuestra fe. ¿Cómo hacerlo? En soledad pero acompañada, con hondura pero sin obsesiones, responsables pero sin tragedia, anhelantes pero sin desesperación, en el ‘aquí y el ahora’ de nuestra vida pero con memoria y deseo, con ciencia pero con paciencia de sabios ignorantes, volviendo a los orígenes pero sin nostalgias esclavizantes. Es decir, soportando la tensión que toda realidad compleja merece, evitando los portazos que nos cierran o los cachetazos que nos aíslan. Y aquello que osadamente llamamos Dios se encargará de darnos una respuesta generosa y vital.

Fuente: Pastoral SJ

Reflexión del Evangelio – Domingo 11 de Noviembre

Evangelio según San Marcos 12, 41-44

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”.

Reflexión del Evangelio – Por Oscar Freites SJ

El evangelio de este domingo nos trae algunas enseñanzas que no podemos dejar pasar.

Jesús se sentó a mirar No se detuvo simplemente a ver cómo la gente pasaba, sino que se detuvo a mirar. En medio del bullicio, del ir y venir de tanta gente, Jesús se detiene a mirar y a dejarse mirar por la realidad. Parece que Jesús quiere invitarnos a tener la capacidad de contemplar en profundidad aquello que cotidianamente ocurre a nuestro alrededor. Sin preguntas, sin especulaciones, sin debates; solamente contemplando y dejando que la realidad nos interpele, nos cuestione, nos transforme.

En la sala del tesoro del Templo... Podemos imaginarnos aquel lugar abarrotado de gente, una multitud de voces, aromas y colores; una sobreabundancia de estímulos para cada uno de nuestros sentidos. Estar en aquella sala, sería algo así como subirse, en alguna de nuestras ciudades, en un transporte público a la hora en que todos van saliendo de sus trabajos. En medio de esta cotidiana y frenética realidad, Jesús es capaz de mirar más allá. Es capaz de contemplar los gestos radicales y sencillos que silenciosa o estruendosamente se van sucediendo.

Una viuda de condición humilde En medio de aquel bullicio, irrumpe el gesto silencioso de aquella mujer que se anima a darlo todo. Una acción contrastante que sólo aquél que se detuvo a mirar puede llegar a contemplar. El evangelio no nos dice que Jesús se acerque o dialogue con aquella mujer. Sencillamente la contempló, miró en profundidad su humanidad y comprendió que ella estaba amando más. Sin aparentar, sin relucir, sin teorizar; aquella viuda había ofrecido confiadamente lo poco que poseía.

Todo lo que tenía para vivir La ofrenda de la viuda devela una actitud muy contraria al modo de proceder de aquellos escribas de los cuales Jesús hace referencia al inicio de este trozo del evangelio. Sin escatimar, sin calcular, la viuda ofrece todo lo que tiene. Con ello, se colocan frente nuestro, dos maneras muy distintas de construir y llevar adelante relaciones. La apariencia que busca recompensas y la gratuidad que se ofrece confiadamente.

Detenerse, mirar, contrastar, para dejarse transformar Sencillos y a la vez complicados pasos que el evangelio nos invita a transitar en nuestra cotidianeidad. Pasos para cuidarnos de los vínculos construidos sobre la apariencia y el egoísmo autorreferencial; pasos para aprender de la gratuita generosidad de aquellos que, teniendo poco lo dan todo.

Pidamos a Jesús que nos enseñe a detenernos a contemplar los silenciosos contrastes de nuestra cotidianeidad, para descubrir allí la voz de Dios nos invita a amar sin calcular.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe