Reflexión del Evangelio – Domingo 24 de Junio

Evangelio según San Lucas 1, 57-66 80

 Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados, y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

 Reflexión del Evangelio – Por Oscar Freites

En este domingo la Iglesia nos invita poner la mirada sobre un nacimiento: “Isabel dió a luz a un hijo…” Quizás estás palabras nos parezcan muy naturales, cotidianas, parte del silencio ciclo de la vida. Pero si escuchamos bien, si prestamos la adecuada atención, podemos advertir que nos remiten a una historia y a una misión. Detrás de todo nacimiento parece esconderse el misterio de todo hombre: somos historia y somos misión.

Somos una historia que no comienza con el nacimiento, ni termina con la muerte. Al recordar hoy la natividad de Juan Bautista podemos caer en la cuenta de una historia que comenzó a tejerse con una buena noticia pronunciada nueve meses atrás. Zacarías e Isabel, ya ancianos, traerán al mundo a un hijo. El milagro de la fecundidad se abrirá paso en medio de una realidad que parecía estéril. Un suceso tan increíble que dejaría sin habla a Zacarías tras la duda y la falta de fe. Un pequeño pueblo entre las montañas de Judá se alegraría ante aquellos sucesos y sería el fiel testigo de los acontecimientos de aquellos nueve meses. En ese tiempo llegaría hasta allí, otra mujer con un niño en su vientre: María. Isabel y la joven nazarena compartirán la gracia de ser portadoras de vida, y serán capaces de cantar y contagiar su alegría con todos aquellos con quienes se encuentren. Vemos aquí la fecunda dinámica de engendrar la vida: silencios, alegrías, novedad, agradecimiento, compañia. Nuestra historia, como la historia de Juan Bautista, también se inscribe en esta dinámica desde el instante mismo en que somos concebidos. Desde aquel momento las alegrías y tristezas, los aciertos y los errores, los esfuerzos y las luchas de los nuestros ya comienzan a ser nuestras.

Y cierto día llega la hora de dar a luz, nos llega la hora de ser luz, de asumir una misión. Pues nuestra vida es misión y la misión es nuestra vida. Irrumpimos en el mundo, nacemos, y como Juan somos causa de alegría para muchos. Somos una nueva vida, una nueva misión, que es capaz de devolver el habla. Misión que es voz que no quiere (o no debe) ser silenciada. Celebrar el nacimiento de Juan Bautista también nos lleva a mirar la misión de este fiel hombre que fue la voz que preparó el camino a Jesús. Él fue la voz que abrió caminos, que movió corazones, que asumió con humildad y firmeza su misión. Nosotros también somos misión, el Señor también nos ha llamado desde el vientre de nuestra madre, ha pronunciado nuestro nombre, nos ha hecho escuchar su Palabra.

Somos historia y somos misión, y somos pregunta abierta en medio del mundo, ignorancia de lo que vendrá: ¿Qué llegará a ser este niño? Esto se preguntaban los parientes y vecinos de Juan tras su nacimiento, y es que, somos una fecunda potencialidad. Historia que vamos escribiendo, pronunciando y diciendo. Misión que vamos construyendo y reconociendo en el encuentro con los demás; en medio de aquellos lugares en donde nos arde el corazón y en los cuales somos capaces de gastar nuestra vida. Pregunta abierta que nadie puede responder por nosotros; sino que, desde nuestra libertad, vamos conjugando y arriesgando respuestas.

En este domingo al celebrar el nacimiento de Juan Bautista, podemos pedirle al Padre que nos ayude a cuidar, proteger y defender cada historia que comienza a narrarse desde el seno materno y a abrazar aquella misión que comenzamos a pronunciar desde nuestro nacimiento.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Dios entre el Ruido y el Trajín Cotidiano

Encontrar a Dios y con Él su paz en medio del ruido cotidiano.

Nuestra vida hoy está llena de sonidos, de bullicio, de estruendo. Parece como si fuese la banda sonora de nuestra cotidianidad. Las calles, el metro, los parques, los centros de ocio, las ciudades enteras derraman un bullicio estremecedor que no pocas veces parece jugar en nuestra contra, sobre todo interfiriendo en el deseo de buscar y encontrar un Dios que habita en medio del silencio, de la quietud y del sosiego.

No obstante, también el ruido tiene capacidad para comunicarnos con un Dios que camina a través de las vidas de las personas, con su ritmo frenético, veloz y trepidante. Contemplar el ruido quizá nos pueda ayudar a conocer mejor los diferentes espacios que nos rodean y de los que formamos parte, con una paz dinámica que nos instruya en el reconocimiento de un Dios que se mueve, que trabaja tanto en la cadencia enérgica de las personas como en la serenidad del reposo o de la oración.

Fuente: Espiritualidad Ignaciana

 

Sueños e Insomnios sobre la Vida Religiosa

Los sueños están presentes a lo largo de toda la Biblia. En los diferentes relatos, Dios habla a las personas en sueños ¿Qué podemos aprender de estos ‘soñadores’?

Dolores Aleixandre

Buscar otros caminos diversos de los ya recorridos, aunque supongan cambios, riesgos y desconciertos

«Ahí viene el soñador», dijeron los hermanos de José al verle venir hacia ellos. No es el único personaje al que la Biblia relaciona con los sueños: soñó Abrán que Dios lo bendecía aunque aún no había recibido su nombre definitivo (Gen 15,12); soñó Jacob y vio una escalera que comunicaba el cielo con la tierra (Gen 28,12); soñó el Faraón y vio vacas gordas y vacas flacas pastando junto al Nilo (Gen 41,2-3); soñó Nabucodonosor y se agobió tanto, que buscó a Daniel para que le explicara su pesadilla (Dn 2,1); habló Joel (y con lenguaje inclusivo, qué detalle) de un pueblo en el que iban a profetizar jóvenes y muchachas (Jl 3,1).

En el Nuevo Testamento sueña José y se despierta decidido a llevarse a María a su casa (Mt 2,12); sueñan los Magos y, al cambiar de camino en su retorno, se libran de los desvaríos de Herodes (Mt 2,12); vuelve a soñar José y descubre que ha llegado el tiempo de volver a Nazaret (Mt 2,19); sueña la mujer de Pilatos y su sueño la alarma porque están condenando al Inocente (Mt 27,19).

Y aquí andamos hoy los que vivimos esta vida un poco rara que calificamos, con más o menos acierto, como de seguimiento, empeñados unas veces en seguir soñando y sin pegar ojo otras, porque el futuro que entrevemos nos provoca insomnio y el presente en ocasiones también.

«Cuenta las estrellas si puedes», le había dicho el Señor a Abrán, pero nosotros refunfuñamos por lo bajo: – Pues sí que estamos para ponernos a contar, si nos sobran dedos de la mano para contar a la gente en formación. Y encima, instalados hace años en el punto B del sueño del faraón: solo vacas flacas y con poca pinta de engordar y aumentar, por más planes de pastoral vocacional en los que nos atareamos.

Afortunadamente, si no son nuestras fantasías sino Otro quien los inspira, los sueños siguen ahí, tenaces y persistentes, sosteniendo nuestros desánimos y sin darnos tregua hasta que los hagamos realidad. Esto hemos aprendido de los soñadores bíblicos:

  • a plantar nuestra escalera bien abajo pero en comunicación con lo de arriba; con las raíces en lo humano, en medio de la gente, respirando sus mismas búsquedas, participando de sus esperanzas y de sus problemas. Porque eso es ya innegociable y no hay retroceso posible hacia un espiritualismo etéreo, ni hacia un secularismo reseco y despalabrado.
  • a repetir con la terquedad de Habacuc: «- Aunque los campos no dan cosechas y no quedan vacas en el establo, yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador» (Ha 3,18).
  • a buscar otros caminos diversos de los ya recorridos, aunque supongan cambios, riesgos y desconciertos.
  • a dar libertad a los jóvenes para que profeticen y a ellas para que tengan visiones, sin chafarles los sueños con lo de que «eso ya lo soñamos los de nuestra generación, y salió fatal».
  • a acoger con una alegría nueva en nuestra casa a esos huéspedes, Jesús y su Madre, que son sus únicos dueños (y los otros okupas, que salgan zumbando).
  • a volver al Nazaret de nuestros orígenes, con el mismo brillo en los ojos de quienes iniciaron la aventura, pidiéndoles que se encarguen de re-encantar al novicio/a que fuimos, pero con la madurez que nos han dado muchos años de relación y de amor
  • a entregar la vida en el servicio a los inocentes de hoy, condenados injustamente por el pecado del mundo.
  • a reconocer como tiempo de gracia el que ahora nos toca vivir.

Para terminar, una conjetura: quizá Jesús, mientras cruzaba el lago con sus amigos, rezaba el salmo 126: «Si el Señor no construye la casa ni guarda la ciudad, son inútiles nuestros agobios: sus dones vienen a nosotros durante el sueño…» Y por eso dormía tan tranquilamente en la barca, en medio de la tempestad.

Fuente: Periodista Digital

Caminos hacia Dios: los Ateos

Aprender de Dios de aquellos que parecen estar más lejos.

Por Emmanuel Sicre, SJ

Pocas veces aprendo tanto sobre lo que creo como cuando me encuentro honestamente con quien no comparte mi fe. Es una hermosa oportunidad de redescubrir lo que vivo, el modo de expresarlo y de sentirlo. Dialogar con quien no pareciera haber recibido el don de la fe, pero se hace las preguntas fecundas de toda vida sincera, me conmueve al punto de reconocer que no pude hacer nada para creer en esto que me sostiene y me da vida. No hay méritos.

Quien cree que no cree en Dios –al menos en el de Jesús a quien intento seguir– me obliga, desde su propia experiencia de búsqueda, a conectarme con ese misterio olvidando supuestos. ¿Será en ese encuentro de buscadores donde Dios nos busca y termina por encontrarnos?

Fuente: Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 17 de Junio

Evangelio según San Marcos 4, 26-34

 Jesús decía a sus discípulos: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Reflexión del Evangelio – Por Fabio Solti SJ

 Nos encontramos hoy con una parábola que nos inspira a volver a la realidad para poder ver lo que tenemos que ver y no perdernos.

Sucede que muchas veces la dinámica de lo que “vende” nos hace entrar en su propio movimiento.

 Si abrimos el diario cotidianamente nos encontramos con una invasión de noticias, con una oleada de estímulos y con una epidemia de información que parece que estamos viviendo el “armagedon” y que ¡está todo mal!

Si entramos en ese espiral no vemos mas que eso…

Sin embargo, el Evangelio de hoy, nos invita a ver casi lo invisible (de hecho la etimología de la palabra fe, en su sentido ultimo, tiene que ver con la confianza en aquello que no se vé): la semilla.

Muchas veces no tenemos idea donde se siembre, pero se siembra.

Quizá una historia que me aconteció, pueda ayudar:

Hace unos días tomé un taxi en la ciudad de vuelta para casa y entablamos un diálogo con la taxista acerca de la realidad de hoy, de las cosas que pasan, etc. Ella sentía que todo estaba “pies para arriba”… mas entre idas y vueltas, terminó contando además, un poco de su historia (que me tomo el atrevimiento de revelar en parte).

Resulta que era radióloga, pero trabajaba de taxista para compensar el salario y llegar a fin de mes.

Me dijo también que tenia cinco hijos: -“dos de corazón” agregó.

Ante la curiosidad, siguió relatando que un día fue a una casa-cuna a dejar “una ropa” y le preguntaron si no quería “apadrinar” una niña sordo-muda con retraso madurativo. Ella aceptó y decidió acompañarla durante un tiempo para finalmente adoptarla y llevarla a vivir con su familia.

El tiempo pasó y hoy “la niña” tiene 34 años, aprendió a comunicarse y desenvolverse, estudió un oficio y progresa en la vida.

Me contaba también que nunca sintió que estaba ayudando a la niña, sino que esta niña (la cual me confesó era la luz de sus ojos) la ayudó a ella todos los días de su vida a ser una mejor persona y a cada día sostenerse más en la fe.

El diálogo continuó… Pero el núcleo fue ese.

 Me quedé pensando en cuantos casos como el de la taxista acontecen a nuestro alrededor… tantos casos de siembra… tantos casos que buscan el bien y lo hacen… tantos sembradores, tantas semillas desparramadas.

La verdad que la taxista ese día me cambió el día… Ella no supo lo que engendró en mí su capacidad de amar… pero sembró.

Muchas veces nos podemos quedar atrapados en el espiral del pesimismo y perdernos de la capacidad de poder ver el milagro a nuestro alrededor…

Muchas veces nos podemos quedar esperando ver el fruto, el árbol.

Muchas veces la ansiedad de lo inmediato no nos deja espacio para la gratuidad de la siembra.

La semilla tiene una dinámica diferente y cautivadora. Es la dinámica del “ágape’. La dinámica del amor “ágape” es dar-se sin esperar nada a cambio… Sin esperar “ver” el fruto… Dar-se con la generosidad y con la tranquilidad de que el fruto lo puedo ver o no, pero con la certeza de que otros lo “verán” y lo recogerán. Y con la esperanza de que lo usufructuarán, lo multiplicarán. Dar-se con “indiferencia”.

Acaso, podríamos reformular la parábola diciendo que el Reino de los Cielos se parece a una taxista que un día fue a dejar “una ropa”…

O se parece al caso de “doña…”; o al caso de “don…” y al de mi abuelo, al de mi madre, al de mi hermano, o al mío propio.

Tenemos que aprender a saber colocar los ojos y realmente VER.

Así tomaremos conciencia de mucha semilla: porque muchas veces sembramos, otras vemos como otros siembran, otras tantas recogemos y otras otros recogerán.

Es sólo aprender a “ver”; salir de la dinámica perversa del “¡todo mal!” para abrirme a la posibilidad de poder percibir que muchas veces en las cosas mas simples de la vida esta presente un misterio que llena, ese misterio de una semilla que toca nuestra tierra y transforma. Semilla que nos invita también a intentar sembrar.

Que lo podamos hacer sin la ansiedad de querer ver el fruto, mas recogiendo el de otros que sembraron antes y continuar sembrando multiplicándolo para que mañana otros recojan…

El Reino de Dios se parece a eso.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

De Miedos que Gritan detrás del Cumplimiento, y Otras Cosas…

Matías Hardoy, soy estudiante jesuita de filosofía de la Provincia Argentino-Uruguaya le escribe una carta a su yo de hace 10 años (hoy tiene 24). El texto forma parte de una serie publicada por el portal web Pastoral SJ.

«Querido Matu:

Te escribo desde acá, desde diez años más adelante, para decirte algunas cosas que en estos años he ido descubriendo y creo que te pueden ayudar.

Lo primero ¡animarte a perder un poco el miedo! Arriésgate más, sé más lanzado, anímate a buscar, a cuestionar, a preguntar más. Nunca se puede quedar bien con todo el mundo; confrontar no es signo de enemistad, sino de confianza profunda. Un poco más de rebeldía te vendría bien. Chocar contra alguna pared es parte de la vida, y nadie se ha muerto por eso. Equivocarse no es el fin del mundo, al contrario, es una enorme oportunidad de crecer y aprender. Incluso con la chica que te gusta, no tengas miedo. La intimidad y el cariño te van a enseñar mucho a querer y cuidar a otros, y a dejarte cuidar y acompañar.

Otra cosa: No te escondas tanto en la ley y el cumplimiento. Sé que recién estas conociendo a Jesús y te estas apasionando por él. Sé fiel a eso, que es lo que te va a dar una vida profunda y en abundancia. ¡Pero ojo con comerte el personaje! Que detrás del cumplimiento hay muchos miedos que gritan. Pregúntate siempre si esa vida interior te lanza a amar más, a estar más cerca de los pobres, a ser mejor amigo, hijo y hermano, a buscar el Reino no sólo en tu vida de oración y de parroquia. ¡Que a Dios se lo encuentra en la vida entera! En los amigos, en la familia, en el colegio, en la parroquia, en el club. El desafío va a ser ir afinando todos los sentidos para aprender a encontrarlo, allí, en la realidad como viene y en los desafíos por transformarla. Pero qué libre te va a hacer el saber que Dios habita la realidad y que podemos buscarlo y encontrarlo allí.

Lo último, sigue cuidando siempre las amistades y la familia. ¡Hoy me dan tanta vida! Sigue perdiendo el tiempo y disfrutando de compartir la vida con ellos. Aunque pase el tiempo y cada uno vaya buscando su camino y toque estar lejos, todo lo compartido sigue dando fruto y sigue creciendo, misteriosamente. Son ellos, los de toda la vida, los que siempre sostendrán, cuidarán y animarán tu caminar. Son un tesoro. Cuídalo.

Bueno Matu, rezo para que el Señor te siga llevando siempre de Su mano. Haciéndote cada día más hijo suyo y más hermano, profundamente humano y apasionado por la vida.

Con mucho cariño. Te espero aquí, en un tiempo.

Matu SJ

Fuente: Pastoral SJ

La Vulnerabilidad del Dios que Escondidamente se Revela

El potencial liberador de nuestra fe, que nos permite asumir nuestras fragilidades, pero que nos mueve a creer que ellas no tienen la última palabra.

Por Juan Pablo Espinosa Arce

La realidad y el acontecimiento de la revelación-autocomunicación de Dios en la historia es el punto fundante de la experiencia cristiana. De hecho, no existe cristianismo – o judaísmo como antecedente histórico – si no es desde el Dios que escondidamente se revela. Y se revela a una humanidad capaz de acoger dicha revelación. Por lo tanto, la humanidad como oyente de la palabra (Karl Rahner) es la condición de posibilidad para que esa revelación se despliegue creativa e históricamente.

El Dios revelado está inclinado, dispuesto, dirigido hacia el mundo y hacia el ser humano. El “estar de Dios”, o su “esencia”, es estar continuamente en salida. Podríamos incluso definir al centro de nuestra fe como Aquél que sólo sabe darse gratuitamente a los otros.

Y un aspecto interesante de ese darse es que se acentúa como vulnerabilidad. Karl Rahner ya había evidenciado dicha “vulneración” cuando reconoce que “este hacia dónde es la disposición infinita, muda sobre nosotros. Se nos da en la manera de denegación, de silencio, de lejanía, del constante mantenerse bajo una modalidad no explícita, de forma que todo hablar de él – para que sea perceptible – exige que se escuche su silencio” (Karl Rahner, Curso Fundamental sobre la fe, 87).

Aquí aparece un “punto de inflexión” dentro de la misma realidad de la revelación de Dios: hemos de aceptar que su manifestación acontece también en el silencio. No es solo la belleza de la sonoridad la que actualiza el ser de Dios en la historia, sino que también la vulneración y la negatividad en donde reconocemos que Dios actúa. Quizás podríamos aventurar que la negatividad y la vulnerabilidad son lugar teológico.

Dios habla en medio de la tempestad, de la tormenta, de la muerte y del dolor, porque Dios en Jesús asumió la vulnerabilidad. Entonces, y tomando las categorías filosóficas de Byung-Chul Han, la belleza auténtica no es sólo lo “pulido” o lo perfecto. La estética de lo pulido es la seña de nuestro tiempo. Todo tiene que suceder de buena manera, idealmente mostrando la invulnerabilidad del suceso. Nuestra posmodernidad tiene temor de la enfermedad, del silencio, de la lejanía, de lo mudo, de la muerte. La vulnerabilidad no es amiga de nuestra época. Entonces, ¿cómo convive el Dios que se revela escondiéndose o el Dios vulnerable con una época de la estética de lo pulido? ¿Tiene lugar el Dios del silencio en medio de nuestra época del ruido? ¿Qué le dice el Dios verdadero al mundo de lo post verdadero?

El Dios que escondiéndose se revela es el que marca una distancia entre Él y el mundo. Dios actúa asintóticamente[1] con el ser capaz de acogerlo o rechazarlo. Esa es la paradoja salvadora del cristianismo, a saber, que Dios se acerca al hombre pero que su cercanía es a la vez lejanía. Dios no se confunde con los otros objetos del mundo porque no es un objeto entre otros. Dios en su movimiento de cercanía y lejanía, de revelación y ocultamiento, es capaz de provocar en el ser humano la atracción – o el enamoramiento utilizando la terminología de los profetas – de querer buscarlo y reconocerlo como el fundamento de su-nuestra existencia.

Siguiendo la terminología de Byung-Chul Han, lo pulido no genera conmoción ni reacción. Lo pulido elimina la distancia contemplativa. A Dios se le conoce contemplándole en su vulnerabilidad, en su Encarnación, en su muerte y resurrección. A Dios se le abraza en su cansancio, en su dolor y alegría. Y es ahí donde comienza a aparecer la razón última de nuestro cristianismo: nuestra vulnerabilidad es la vulnerabilidad de Dios en Jesús. Y, por tanto, su vulnerabilidad es salvadora. Por ello la vulnerabilidad es mística.

Escuchemos a Byung-Chul Han cuando recuerda el arte de Jeff Koons: “el mundo de lo pulido es un mundo de hedonismo, un mundo de pura positividad en el que no hay ningún dolor, ninguna herida. Pero ella no da a luz a ningún redentor, a ningún homo doloris cubierto de heridas y con una corona de espinas” (B.Chul Han, La salvación de lo bello, 16). Sólo el “varón de dolores” (Isaías 53) puede generar en nosotros una conmoción. Sólo la vulnerabilidad de Dios nos puede permitir acceder a la salvación de lo bello.

Y desde esta realidad teológicamente densa, aparece la estética de la vulneración. La herida es la que provoca la experimentación de la conversión. El dolor del otro es el principio desde el cual nosotros también experimentamos nuestra vulnerabilidad y vulneración. De alguna manera el dolor social, ecológico y también eclesial exige que los creyentes en el Dios que revelado va escondiéndose – o contrayéndose en términos del misticismo judío – vayamos asumiendo esa vulneración. En la experiencia de la ruptura podemos reconocernos como verdaderos seres humanos. En la vulnerabilidad de Dios experimentamos nuestro ser hijos.

¿Cómo trabajar entonces con la vulnerabilidad? ¿Cómo amar y abrazar al Dios que revelándose se esconde? ¿Qué nos dice Dios a nuestra realidad vulnerada y vulnerable? Pienso en las acertadas palabras de Henri Nouwen: “mi propia experiencia respecto a la angustia ha sido que enfrentarse a ella y vivir con ella es la manera de curarla. No puedo hacerlo solo. Necesito a alguien que me ayude a mantenerme de pie con ella, que me asegure que hay paz más allá de la angustia, vida más allá de la muerte y amor más allá del miedo” (Nouwen, Tú eres mi amado. La vida espiritual en un mundo secular, 62).

Aquí aparece el desafío no menor de comprender cómo nuestra fe tiene un potencial liberador, fe que no se puede comprender como fideísmo, sino que como fe pensada sensatamente, como fe celebrada comunitariamente y puesta al servicio de la humanización. Si la fe es la respuesta al Dios revelado y escondido, esa misma fe tiene que asumirse como vulnerable, como potencialmente dañada, puesta en crisis y en duda. No es malo experimentar la crisis en la fe. Hay que aprender a trabajar y a amar la ruptura – en palabras de Nouwen – como espacio de purificación y como lugar donde, paradójicamente, actúa el Dios de los vulnerables que habla y se revela como silencio sonoro y lejanía cercana.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Abrazar el Abrazo

Un testimonio sobre la vocación y cómo, a través de esta, ir creciendo en el amor.

Por Max Echeverría Burgos SJ

Semana a semana en los lugares donde realizo apostolado, me veo interpelado por curiosas voces, que con sorpresa me preguntan: «y a ti, ¿qué se te pasó por la cabeza al ser jesuita?»

Crean que no es una respuesta fácil… Se mezclan historias, sentimientos y emociones. Y, sin querer, ese típico vacío en el estómago, que se forma cuando algo importante se hace presente. ¡Y es que pasan tantas cosas!

Dios se ha ido encargando de hacerme sentir su amor, de formas tan únicas, y tan bellas, por medio de tantas gentes; que de pronto llega el momento de abrazar con la VIDA, a quien desde siempre me ha abrazado. Este abrazo tan profundo, es sin embargo expresado en lo sencillo; y toma cuerpo –en un cuerpo– humano, alegre, con miedos, pero sobre todo esperanzas… Ese cuerpo es la Compañía de Jesús.

Esta expresión es la que me apasiona compartir; es la respuesta a la pregunta inicial… ¿Qué se me pasa por la cabeza? Jesús. Y un estilo de vida, que nos hace vivir en plenitud- junto a otros(as)- que quieren vivir la alegría de seguirlo, tal cual uno es.

El noviciado se transforma pues, en el espacio-tiempo, dónde uno se calibra y hace uno, con ese amor que ha descubierto en el camino emprendido. Creo sinceramente, que todos(as) tenemos algún espacio donde ser ‘novicios(as)’; un espacio para configurarse con aquello a lo cual nos sentimos plenamente llamados(as). A mis veinte años, poco a poco voy descubriendo ese gozo que significa “amar a cuerpo entero”; esos pasos de madurez afectiva y espiritual que me encaminan a un amor adulto; esa gracia que permite descubrir, la esperanza a la que he sido llamado a testimoniar (cfr. Ef 1, 18).

Al final, como me dijo una vez un jesuita amigo, «esta vida VALE LA PENA vivirla»… Y es que, tras la pena que a veces implica, es siempre mayor el gozo y paz, que nos regala Dios al ponernos a su servicio, en la construcción de su Reino de amor, paz y justicia.

Fuente: Pastoral SJ

 

Caminos hacia Dios: los Creyentes

Nuestra vida de fe como reflejo de la imagen de Dios en la que creemos.

Por Emmanuel Sicre, SJ

Cada creyente se parece mucho al dios al cual le ‘reza’. De hecho, a dios-juez, creyente-juez. A dios-castigador, creyente-castigador. A dios-permisivo, creyente laxo. A dios-Ley, creyente legislador. A dios-mágico, creyente iluso. A dios-templo, creyente de sacristía. A dios-sacerdote, creyente clericalista. A dios-sacrificio, creyente negociante. A dios-obsesivo sexual, creyente reprimido. A dios-culposo, creyente culpógeno. A dios-triste, creyente de cara larga. ¡Qué panteón Dios mío!

Pero qué distinto es un creyente alegre, fecundo, audaz, servidor, orante, amigos de los pobres y humildes, libre de estructuras asfixiantes y cuestionador de la sociedad en favor del bien común. Qué lindo es conocer a un creyente amante de conocer más a su Dios, que no condena los errores ajenos porque reconoce su propia debilidad, que no juzga como dueño de la verdad sino que se declara buscador de ella como todos, capaz de sufrir con el que sufre y gozar desinteresadamente con quien goza, comprometido a amar a todos sin distinción, dispuesto a entregar vida por lo que cree y experimenta en el corazón propio y de su comunidad. ¿Te suena en qué Dios cree alguien así? Sí, el Dios de Jesús.

Fuente: Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 10 de Junio

Evangelio según San Marcos 3, 20-35

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado”. Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: “Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios”. Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: “¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”. Jesús dijo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu impuro”. Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera”. Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Reflexión del Evangelio – Por Ignacio Puiggari, SJ

En el evangelio de este domingo Jesús se mueve en relación a tres interlocutores fundamentales: la multitud de seguidores, los escribas y sus propios parientes. Su presencia convoca y además interpela. La pregunta de fondo que gravita en torno de ellos es: ¿quién es Jesús y qué le corresponde o no hacer? De algún modo de esa pregunta se desprende una palabra que sitúa a las distintas personas que lo buscan o cuestionan. Además, tomada por el mismo Jesús, esa pregunta por su ser y el modo de su acción nos remite al Padre y su voluntad, lo mismo que refleja al Espíritu de Amor que lo guía y acompaña. Preguntar por Jesús y buscar su presencia, al tiempo que nos sitúa y ubica, nos sumerge en el misterio de la relación trinitaria y el modo de su acción salvífica. Este referirnos a la trinidad por parte de Jesús conlleva siempre, para nosotros, cierto aprendizaje y crecimiento en torno al mundo de nuestros deseos – desear qué en última instancia – y respecto al discernimiento que nos ayuda a descifrar por dónde sí anda el Amor de Dios y por dónde no.

El hecho de estar con Jesús despierta pues este doble desafío: mundo de deseos y discernimiento. Respecto de ello, podemos mirar a Jesús y tomar como recurso de ayuda la actitud que él mismo mantiene. De algún modo, los parientes, los escribas y los seguidores se dirigen a Jesús con respuestas ya armadas: “es un exaltado”, “está poseído”, “tienes que atender a tus parientes”. En cada caso las personas reaccionan velozmente desde respuestas elaboradas para las preguntas sobre quién es y qué debe hacer. Reaccionan rápido porque hay un conflicto, una carencia, un problema que resolver; y eso, en general, nos angustia. Jesús, sin desatender el conflicto, afirmado en la carencia la asume de tal modo que habilita tanto el orden de los deseos como el genuino discernimiento. Él no responde y actúa reaccionando, sino que se demora, espera y pregunta. Las preguntas, además de provocar el pensamiento, permiten mirar de un modo nuevo a los otros tanto en su necesidad como en la dignidad de su libre seguimiento; y junto al reconocimiento de los otros, permite vislumbrar la presencia del Espíritu en medio de la comunidad y aquello que tiene olor a reino y a voluntad de Dios. La pregunta es un recurso de más escucha, de afinar el fondo de aquello que deseamos; lo mismo que un pedido de presencia junto al anhelo de más seguimiento y reino. Estar con él y preguntarle son dos regalos y ayudas que nos permiten seguir caminando en medio de las pequeñas y grandes encrucijadas o conflictos.

Pidámosle a María la demora serena de su mirada agradecida y abierta al sí de la acción eficaz, que por ser tal repercute misteriosamente en la vida de todos los hombres y en la vida de Dios.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe