Ejercicios para Jóvenes: «Pensar hacia Dónde Voy, y a Qué…»

Entrevista al P. Francisco Jiménez SJ en la que habla de los Ejercicios Espirituales para jóvenes, una iniciativa de la que está a cargo en Chile y que tiene algunas características especiales y un recorrido propio.

Por Andrés Mardones

¿Cómo se diferencian los Ejercicios para jóvenes de los regulares?

Estos Ejercicios son para jóvenes no porque haya una modalidad específica; son los mismos Ejercicios Espirituales, pero se segmentan de dos formas: una es que la vivencia juvenil se introduce en los puntos; es un retiro ignaciano, personalizado, pero buscamos que la temática juvenil, las grandes opciones de vida, estén presentes en el retiro, es decir, que las problemáticas que tienen los jóvenes hoy quepan en la oración. Pero el método, es el itinerario de Ignacio. La segunda manera de segmentar, tiene que ver con que los Ejercicios son caros, entonces, lo que hacemos es pedir un aporte moderado a los jóvenes, especialmente a los que no trabajan, y el resto lo cubrimos con donaciones. Una parte importante la pone la Compañía; la otra, las religiosas del Sagrado Corazón y las Esclavas del Sagrado Corazón, lo que se suma a lo que recibimos de otros donantes.

¿La oferta es amplia, se realizan durante todo el año y en todo el país?

Sí. Este año, programamos 31 tandas. Hacemos trece en Santiago, y el resto en regiones. El rango de edad de los asistentes es entre 18 y 29 años. Es decir, son para jóvenes que ya han salido del colegio.

Los Ejercicios son una oportunidad para ordenar la vida, ¿están tomando los jóvenes esta oportunidad?

Los Ejercicios Espirituales enganchan muy bien con la cultura actual. Hay que pensar que vivimos en la modernidad. Ignacio creó los Ejercicios, vivió la experiencia de estos con una mentalidad similar a la nuestra. La estructura, el corazón de los Ejercicios, empata muy bien con las inquietudes del hombre y la mujer actuales. Por lo tanto, uno nota cómo los jóvenes enganchan profundamente con los temas que plantea Ignacio, y con el método. En un mundo tan ruidoso, tan acelerado, donde la tecnología ocupa gran parte de nuestro tiempo, los Ejercicios hacen que dejes el celular, dejes la tecnología y que tengas silencio, te encuentres contigo mismo. Eso resulta súper atractivo. Los jóvenes, y las personas en general, anhelan espacios así, de intimidad, de silencio, de reflexión, y sobre todo, espacios de relación profunda. Y los Ejercicios son un espacio de relación profunda con Dios. Lo que buscan es que la persona se encuentre con Él, y para eso creamos un cierto ambiente, para que hables con Dios y lo escuches. Ignacio nos ayuda con criterios para descifrar cómo habla Dios.

Y son atractivos por otra cosa también, porque actualmente se habla de que la experiencia religiosa está subjetivizada, lo que significa que no le voy a dar validez a una creencia si no la experimento. Antes la gente no necesariamente sentía o experimentaba, pero creía igual; porque sus padres creían, porque su cultura creía, y no era necesario experimentarlo. Hoy no se puede creer en nada que yo no experimente, y los Ejercicios son una forma de experiencia de Dios, de sentirlo, de vivirlo, de habitarlo. Por eso son tan exitosos.

Entonces se produce ese enganche, pero, después de eso, ¿qué le dejan a un joven los Ejercicios?

Tenemos una tasa bien alta de “reincidencia”; más o menos el 50%. Hay jóvenes que hacen Ejercicios todos los años, los toman como un hábito. Porque el joven descubre un modo de relación consigo mismo y con Dios. Pero además se da cuenta de que los Ejercicios lo ordenan y lo centran. Estamos llenos de estímulos, de cosas atractivas, pasamos todo el día eligiendo, y muchas veces no sabemos cómo elegir, o no sabemos si la vida que estamos llevando es la que queremos llevar, y los Ejercicios te detienen y te ayudan a tomar decisiones. Te enfocan en lo que es verdaderamente esencial e importante. Además, he notado que después de los Ejercicios, ellos toman decisiones más acordes a una vida profunda y ligada a los valores del cristianismo. Por ejemplo, varios deciden tomar apostolado; otros buscan acercarse a los pobres, o hacer voluntariado; y algunos deciden tener más vida comunitaria. Esto porque se gatillan cosas, preguntas y necesidades que no te habías dado cuenta que tenías. O también se genera interés por ciertos estilos de vida que las personas intuían como valiosos, pero que con los Ejercicios se instalan como una certeza, por ejemplo, vivir más sencillamente. Y, por último, hay algo que me gusta mucho de los Ejercicios, y es que son muy abiertos eclesialmente, o sea, tenemos jóvenes que vienen de muchas realidades socioeconómicas —porque contamos con becas—, de distintas espiritualidades, del mundo diocesano, del mundo schoenstattiano, del opus… Es un espacio no militante. Compartimos la espiritualidad ignaciana, pero es una herramienta para todo tipo de espiritualidad.

Pensando en el Sínodo, ¿se está haciendo algo especial?

Hemos tomado dos decisiones en relación con los Ejercicios y el Sínodo: la primera, empezar a formar más acompañantes, ya que una de las limitaciones que tenemos es la cantidad de acompañantes con la que contamos. Estos Ejercicios son personalizados, por lo tanto hay que tener gente preparada, capaz de acompañar a cada joven. Por ello estamos realizando cursos de formación. Lo segundo, es promover los Ejercicios para secundarios. La idea es aumentar la oferta, porque si las nuevas generaciones conocen los Ejercicios en el colegio, seguramente van a estar más motivadas para hacerlos en la universidad y seguir haciéndolos toda la vida.

¿Cuál es la invitación concreta que se realiza a los jóvenes para que vivan los Ejercicios?

Tenemos un eslogan, que es una frase de Ignacio de los Ejercicios: “Pensar hacia dónde voy, y a qué…”. Es un eslogan muy bueno. De hecho, hay gente que llega solo por él. Eso pasa, justamente, porque los Ejercicios ayudan a que te des cuenta hacia dónde quieres ir. Tienen un profundo sentido vocacional.

¿Y los jóvenes llegan más o menos claros de lo que quieren, o más bien perdidos?

No tener claro hacia dónde voy, no siempre significa estar perdido. Hay gente que llega más perdida que otra, pero en general todos estamos, en esta época de cambios, buscando nuestro destino, buscando una vocación. Por lo tanto, todos llegan con preguntas vocacionales.

¿Hay algún desafío pendiente, algo que se esté pensando a futuro?

Algo que ya había mencionado: la formación de acompañantes. Es un desafío formar más laicos. Otro es ampliar nuestra plataforma de Ejercicios a secundarios. Y un tercer desafío es ofrecer este servicio a las parroquias diocesanas. Ya lo hacemos con algunas iniciativas, pero queremos aumentarlo. Es importante la colaboración para ello. Estamos en contacto con la Vicaría de la Educación Superior y con la Vicaría de Esperanza Joven, para trabajar con ellas… A veces en la Iglesia trabajamos separados, y pienso que lo ideal es potenciarnos mutuamente. Los Ejercicios son una riqueza de la Compañía, de la espiritualidad ignaciana, pero que debemos compartir abiertamente a toda la Iglesia, sin competir, sin necesidad de sentir que me estoy metiendo en un nicho ajeno, sino que al revés, sentirnos todos parte de lo mismo.

Fuente: Jesuitas Chile

 

A Dónde Voy y a Qué

¿Cómo podemos interpretar esta popular frase de San Ignacio de Loyola?

Por Luis María García SJ

Ignacio de Loyola es un artesano del discernimiento, un maestro de la elección. Sabe lo que quiere y lo busca con ahínco. Junta el deseo y la eficacia, la visión intuitiva y el resultado práctico. Por eso nos puede enseñar a buscar y hallar lo que más deseamos para nuestras vidas.

Ignacio también emplea esta estrategia de la lucidez al servicio del encuentro con Dios. ¿Cómo encontrarse con Dios en la oración? ¿Cómo hallar a Dios en todas las cosas? Pues ante todo, cuidando las adiciones, nos responderá Ignacio. Es decir, aplicando pequeñas estrategias que facilitan el ambiente de ese encuentro, que preparan a la persona para la oración.

Una de estas estrategias se resume en esa frase, que resulta un logrado aforismo ignaciano: antes de empezar a orar, advertir a dónde voy y a qué (Ejercicios, 206).

La expresión tiene variantes. Por ejemplo, para la primera oración del día aconseja pensar a la hora que me tengo que levantar y a qué (Ejercicios, 73). Para sus tres modos de orar recomienda considerar a dónde voy y a qué (Ejercicios, 239). En otro momento Ignacio es más explícito: poniendo delante de mí a dónde voy y delante de quién (Ejercicios, 131).

Es un ejercicio de advertencia y un ejercicio de intencionalidad. Nos hace más lúcidos y nos prepara mejor para todo lo que emprendemos. Activa nuestras intenciones conscientes y nuestras operaciones profundas para ordenar nuestra energía interior en la dirección que deseamos. De este modo, optimizamos nuestro psiquismo al servicio del encuentro con un Dios que, de su parte, quiere siempre tenernos consolados.

Esta intencionalidad lúcida puede aplicarse a todo lo que hacemos. Quien vive esta actitud vital se hace persona más consciente, afronta los retos de la vida con mayor preparación y sin duda está más preparado para en todo amar y servir a su divina Majestad (Ejercicios, 233).

Fuente: Ser Jesuita

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 24 de Septiembre

Evangelio según San Mateo 19, 30-20, 16

Jesús dijo a sus discípulos: “Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’. Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’. El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿O no tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.

Reflexión del Evangelio – Por Maximiliano Koch, sj

Para los judíos del tiempo de Jesús, no cualquiera podía ser considerado “amigo”. Esa palabra –tan vanalizada y mal utilizada en nuestros días- implicaba un compromiso personal. En efecto, los “amigos” tenían un vínculo tan estrecho que podían sentarse a la mesa del dueño de casa y compartir los espacios reservados para los familiares. Los “amigos” compartían los sueños, los proyectos, los deseos y la suerte, de tal modo que si uno de ellos tenía alguna dificultad económica, el otro se sentía con el deber de auxiliarle, aún a riesgo de poner en peligro su propia existencia.

 Por eso, es curioso que ante el juicio que algunos de los jornaleros hacen acerca del modo de actuar del dueño de la viña, éste les llame “amigos”. Porque parece que entre ellos se abre un abismo, comprendiendo la realidad de modo casi irreconciliable. Unos sólo pueden comprender la vida, las relaciones, la realidad a través de los méritos que se realizan. El otro, por el contrario, no se preocupa por estas cosas, sino que se acerca a los desocupados, habla con ellos y los invita a sumarse a su trabajo. No piensa en su propio provecho y necesidad, sino en la de aquéllos hombres que han pasado el día esperando que alguien les contrate.

O quizá no sea curioso. Porque los hombres miramos al mundo tal como aquéllos jornaleros que han trabajado todo el día. Aprendemos, desde pequeños, que debemos realizar ciertas tareas y comportarnos de determinada manera si queremos progresar en la vida. El esfuerzo, tarde o temprano, será recompensado, por lo que debemos trabajar constantemente para que los resultados sean reconocidos por la sociedad, por nuestros jefes, por nuestros semejantes.

Este modo de actuar exige, por lo tanto, un viñador que juzgue con criterios severos y reglas claras. Pero el dueño, en esta parábola, nos desconcierta e incomoda al mostrarse capaz de mirar el mundo de una forma muy distinta, con ojos que se posan sobre personas y no sobre trabajos.

Por eso, esta lectura constituye, sobre todo, una invitación para ser amigos del dueño de la viña, adentrarnos en su casa, sentarnos en su mesa y desear compartir su modo de ver el mundo. Hacer que sus deseos sean los míos y su suerte la mía. Y, de este modo, salir con él a aproximarnos a la realidad de necesidades, angustias, dolores y hambre que la gente carga a sus espaldas.

Sólo si nos hacemos parte de este sueño y proyecto del dueño de la viña, podremos dejar de lado nuestros prejuicios y juicios acerca de nuestro entorno. Dejaremos de pedir un juez que intervenga sobre la historia para condenar a los injustos y podremos ensuciar nuestras manos construyendo casas más amplias, con comedores más amplios, donde quepa más gente en la mesa y otros más sean considerados “amigos”.

La invitación que el Padre nos hace está delante nuestro. ¿Queremos sentarnos a su mesa?

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

¿Es Posible Mirar de Otra Manera?

Cómo experimentamos y reaccionamos frente al mundo: una cuestión de mirada.

Por Emmanuel Sicre, sj

¿Por qué pasa que las mismas cosas nos resultan unas veces intolerables y otras veces las aceptamos con paciencia y hasta con agrado? Hasta sucede que hay momentos en que las mismas personas son un peso, y en otro momento las vemos con amor. ¿Qué hay detrás de algunas de estas variaciones en los modos de ver la realidad que nos rodea? ¿Es un simple cambio emocional? ¿O de hecho la realidad cambia y nosotros cambiamos con ella? Pero ¿cómo explicar que ante una realidad adversa unos reaccionen con paz y otros con desesperación? ¿No será una cuestión de mirada?

¿Cómo se ve desde una mirada contaminada?

Se ve todo mal, como sin salida. La realidad nos parece absurda, sin sentido e intolerable. Brota desde lo hondo una profunda indignación con las cosas, con las personas, con las estructuras e instituciones. Todo pesa. Ver una persona feliz nos enoja. Y algunos llegan a desesperarse. Un mecanismo de defensa inconfundible atrapa la mirada contaminada: la crítica, el sarcasmo y la ironía cruda como la peor versión del humor. Así logramos al menos castigar a alguien porque las cosas no son como quisiéramos. Los demás o son enemigos o son cómplices de nuestra mirada opaca. No hay muchas soluciones, ni creatividad para resolver los conflictos. La paradoja humana parece inaguantable y punzante. Estamos hastiados e irritados con todos y en el mejor de los casos asoma una resignación pesimista como enlutada. Es la mirada de muchos medios de comunicación cuando sólo ven el caos de la realidad, cuando sólo enfocan el morbo, la superficialidad y la banalidad de lo real porque lo sesgan, lo fragmentan y lo arrancan de su conjunto, para que pierda sentido y pinche más los ojos. La mirada contaminada no acepta ningún tipo de corrección porque es terca, boba, y se olvidó de cómo se veía desde una mirada limpia. El pesimismo le robó la memoria.

¿Y cómo se ve desde una mirada limpia?

En cambio, la mirada limpia es aquella que ve el conjunto de las cosas de la realidad y se asombra, porque es inteligente y mira con paciencia. La mirada limpia comprende, analiza, hace síntesis de lo que ve y no la arrebata el juicio. Es una mirada atenta a su alrededor, fresca, no está ensimismada en su mundito. Es una mirada que acepta la realidad, que busca ahondar en su misterio. Una mirada limpia no juzga a los demás por sus errores, los comprende porque sabe de los suyos. La mirada limpia capta el hilo fino y casi invisible que une las cosas en su armonía. Es una mirada que va a contramano de la lógica del ambiente, porque se anima a ver más allá y no se ciega con la primera dificultad. La mirada limpia se aventura con curiosidad sobre los entresijos de la vida. La mirada limpia es simple: se duele con el dolor y se alegra con la alegría, no hace show de la desgracia ni desestima la felicidad. La mirada limpia contempla a las personas en su verdad, por eso no necesita despreciarlas, sino que ve para qué está cada uno en el mundo.

¿Cómo limpiar la mirada?

Primero hay que caer en la cuenta de cómo estoy viendo la realidad. Luego tomar una decisión: ¿quiero cambiar de mirada? ¿Quiero ver de otro modo? ¿O seguiré quejándome de la realidad como si ella fuera un ente abstracto al que le puedo echar la culpa de lo que no veo bien? En la medida en que podemos responder a estas preguntas surgen alternativas al espíritu. Recorrer esas preguntas me devuelve al sitio original de cuando aprendí a ver la realidad. Me regresa al punto de partida de la niñez de mi mirada. Y la mirada del niño no es la del ingenuo, sino la del que cree de verdad y confía.

Limpiar la mirada es aceptar el tiempo, la vida y la paradoja humana con naturalidad. Es comprender que la limpieza radica en la libertad para optar qué es lo que quiero ver. Para limpiar la mirada hace falta discernimiento. ¿A dónde me lleva una mirada contaminada? ¿Qué sabor me deja una mirada limpia? Y disfrutar de un banquete posible!

Más de uno podrá decir que no es fácil. Pero ¿no será quizá más difícil vivir instalados en la contaminación que termina destruyéndonos? La contaminación de la mirada puede tener muchas causas y todas muy razonables. Pero lo que no es razonable es que la desolación nos domine y nos convierta en seres amargados. Tenemos que luchar para cambiar la mirada. Abrir los ojos a lo que verdaderamente pasa. Liberarse de las cadenas invisibles que nos tiende el mal espíritu para envolvernos en su desesperanza. Y abrirse a la vida que está en cada uno de los que camina a nuestro alrededor. Comprender desde lo más hondo lo que puede estar viviendo, asumirlo con compasión.

Sólo la compasión cambia la mirada. La transforma en puente hacia los demás. La convierte en un trampolín hacia la vida abundante. Sólo la compasión destila la contaminación del corazón herido por el camino.

Es tiempo de animarse a que la mirada se nos transforme. No hay paz en el mundo que no empiece con una mirada distinta sobre las cosas, las personas, la naturaleza y el mundo que habitamos.

Fuente: Blog Pequeñeces

La Eucaristía: Amor y Unidad

En un mundo atravesado por las injusticias, por el hambre y la sed de tantas cosas: ¿vivimos en clave de eucaristía?

Por Enrique Gutiérrez T. S.J.

¿Quién de nosotros no ha tenido en su vida la experiencia de haber pasado hambre y de haber tenido sed? De una u otra manera, todos en la vida lo hemos vivido. Es algo que no nos gusta, que nos marca para siempre. Nos preguntamos ¿por qué las cosas son de esa manera, por qué el hambre en el mundo?, ¿por qué tanta sed de diversos órdenes? ¿Nos hemos vuelto tan insensibles que las fotos dramáticas y las escenas que nos entregan los medios de comunicación ya no nos impactan?

En la solemnidad de Corpus Christi celebramos la manera en que Jesús, el Dios hecho hombre, quiso quedarse entre nosotros como alimento y bebida para el camino de la vida. Es el reconocimiento de esa presencia sacramental, bajo las especies del pan y el vino, que nos permite acercarnos al regalo de la Eucaristía. Don que es una invitación a ser sacramento de unidad y vínculo de caridad, como lo expresa de manera magistral el gran San Agustín.

Quienes nos reunimos cada domingo lo hacemos unidos por la fe que tenemos en común, invitados a celebrar la comunión con los hermanos en torno a la palabra del Señor y a la fracción del pan. Somos comunidad llamada a construir cada vez más esa misma comunidad desde el testimonio de vida y el compromiso. La comunidad no se nos da hecha, estamos llamados a ser parte viva de la misma y a cooperar en su construcción.

Es también vínculo de caridad porque estamos llamados a hacer realidad el mandamiento nuevo que Jesús nos dejó: “que se amen los unos a los otros como Él nos ha amado”. Ese vínculo de amor es lo que hace posible ir construyendo la unidad, le da sentido a nuestra tarea y a nuestra misión. Convocados para celebrar, somos desde la misma comunidad, enviados para hacer realidad ese mandamiento de amor. Tarea que debe reflejar lo que debe significar la Eucaristía en la vida de cada uno.

El mundo en el cual vivimos no es un mundo hambriento solo de pan material. Es un mundo hambriento de respeto a la vida, a la dignidad de la persona. Es un mundo sediento de valores que le den sentido a su quehacer cotidiano. Es un mundo hambriento y sediento de Dios, de lo espiritual, de la trascendencia. Es ahí, en un mundo así, donde estamos llamados a ser testigos de un Dios que se hizo hombre en la persona de Jesús de Nazareth, un Dios que se entregó a la muerte por nosotros, que dio su vida para que tuviéramos vida, un Dios que se hace alimento y bebida.

Esta celebración es una invitación para que nos preguntemos cuál es la importancia que le damos en nuestra vida a la Eucaristía, cuál es nuestra participación en la misma, cuál el sentido de solidaridad que estamos llevando a la práctica, o si por el contrario nos hemos olvidado que no podemos ser insensibles a las necesidades de los demás, especialmente de los más frágiles y débiles. Comer el Cuerpo del Señor y beber su Sangre nos compromete a ser signo de unidad y vínculo de caridad para con nuestros hermanos.

Fuente: Jesuitas Colombia

Catalina de María Dejó un Estilo “Dar la Vida”

Compartimos una reflexión sobre el carisma de Madre Catalina, fundadora de la Congregación de las Esclavas del Corazón de Jesús, que será beatificada en noviembre en Córdoba, Argentina.

Hna. Emilse Noemí Flores ECJ

Otro de los rasgos característicos de la Espiritualidad Ignaciana es buscar “Hacerlo todo para la mayor Gloria de Dios”: Ad maiorem Dei gloriam (AMDG) que es el lema de los Jesuitas. Para Catalina fue su ideal y su criterio. Le dio felicidad como culminación del proyecto de Dios para ella: Por eso hoy podemos aclamar su “Beatitud”, porque su ser Feliz, está en plenitud.

Catalina, mujer Feliz, buscadora de la felicidad

En 1Tim 2,4 San Pablo dice: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”

Este es el fin último de Catalina, buscar la “Gloria de Dios”. Pero ¿qué es la Gloria de Dios? Es llevar a cumplimiento el proyecto de salvación de Dios a la humanidad. Que podamos todos gozar el ser hijos e hijas de Dios y gozar de esta plenitud filial y fraterna. Como afirma San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre se halla en la Gloria de Dios”.

Es en definitiva expresar lo que dijo Jesús en el Evangelio, el Amar a Dios y al prójimo sobre todas las cosas, como el primero y más importante de los mandamientos. Amar es trascenderse a sí mismo “Salir del propio amor, querer e interés” [EE.189] dirá San Ignacio, para buscar el bien del prójimo.

Catalina nos testimonia:

“No sé qué mayor dicha se puede tener que la de ser Esclava del Corazón de Jesús; esta felicidad sólo puede interrumpirla nuestro amor propio que nos hace desconocer la verdad de las cosas y nos cierra los ojos del alma para no ver nuestros propios defectos” (MC 373)

El horizonte de Catalina fue la Gloria de Dios, para ello quiso poner todos los medios posibles. Su vida se vio jalonada de oportunidades desafiantes donde se puso en juego su actitud fundamental, su libertad de corazón. Catalina se dispuso a ordenar sus deseos y sus cosas en función de ese proyecto de Dios. Invitada a elegir, optó por la VIDA, y Vida en abundancia.

San Ignacio al final del Principio y Fundamento de los Ejercicios entrega un criterio de radicalidad evangélica: …“las otras cosas sobre la haz de la tierra son para que le ayuden en la prosecución del fin para lo que es creado…y tanto usar de las cosas en cuanto le ayuden…solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”. En este elemento integrador de la persona y de la vida está la propuesta de maduración espiritual. Nos remite a una espiritualidad activa, discerniente, de libertad frente a las cosas y los afectos, de confianza plenificante, de la mayor entrega.

Es verdad que Catalina aprendió a ayudar y dejarse ayudar desde pequeña, vivenció la carencia de padres y la soledad en su búsqueda de su vocación verdadera, y como toda joven buscó su felicidad, siendo fiel a sí misma, y desde ese horizonte respondió a lo que interpretó como camino de fe en cada tiempo. Y seguramente se preguntó: ¿Qué mayor bien puedo hacer? ¿Qué es lo mejor, lo que más puede ayudar? ¿Dónde, cómo? ¿Qué es lo que Dios quiere para mí? ¿Qué cosas me atan el corazón? ¿Qué cosas o personas me ayudan en mi camino para ir a Dios?

Podemos inferir, que este fue el criterio que tomó cuando reflexiona y acepta el estado matrimonial. En 1851, ella tuvo en cuenta los signos de los tiempos difíciles de su Córdoba natal y del futuro de su país, de las tendencias políticas y de los riesgos que estaban pasando como familia. Es posible que al querer hacer un discernimiento de su vocación, para lo cual dedicó un tiempo en el Colegio de niñas Educandas, debió pesar en su decisión los pequeños huérfanos de Manuel Zavalía, su pretendiente, y la posibilidad real que él perdiera la vida por sus obligaciones militares y la activa participación como opositor a la política oficial. Ella era huérfana y sabía por experiencia propia lo que significaba. Por qué no pensar que fue su deseo de contener, proteger a los pequeños niños Benito y Deidamia Zavalía, el objeto de su ternura y de su conmoción. Aquello que deseaba aún no podía verlo concretado, los tiempos de Dios eran otros para ella…y “conservando estas cosas en su corazón” confió, esperó contra toda esperanza, ordenando esas “otras cosas” para que más ayuden…saliendo de su propio amor, querer e interés”.

Dios sabe poner en el corazón la decisión más acertada. Catalina postergando su primera vocación pudo dar vida y felicidad a otros más vulnerables y pequeños, aceptando, con docilidad y fe, “solamente deseando y eligiendo” lo que Dios estaba eligiendo para ella. Así fue “colocada” en el mayor servicio, como ella lo expresa: “quiso Nuestro Señor, por medios muy raros colocarme en estado bien diferente” (Memorias 1)

Este modo de hacerlo todo para la “mayor gloria de Dios”, es el “Magis ignaciano”. Es la invitación de decidirnos por lo que más y mejor sirva a Dios para su proyecto de humanización. Lo más, lo mayor, lo mejor pero respecto al servicio que se hace. No es el producto de la eficacia o de prestigio. Es la motivación de fondo y lo fundamental, el “ser colocada” la persona en el seguimiento de Jesús, en dinamismo de Reino, de generar un mundo más humano. No se trata de hacer las cosas más grandes, sino de hacer aquellas que son posibles para ayudar más y mejor a los demás.

Madre Catalina lo vivía como expresión de grandes deseos de generosidad y desde su mayor autenticidad como respuesta agradecida. Ella lo promovía, con un estilo concreto de acompañar, de dar vida, a través de la acogida, el trabajo, testimonio de humildad, Amando y reparando. Como fundadora se puso al servicio de sus hermanas, en el acompañamiento epistolar y en los detalles cotidianos y sobre todo en los esfuerzos de cada fundación. No se cansaba de orientar:

  • “Que todas trabajen unidas por la gloria de Dios” (MC 296)
  • “Hágalo todo por la Gloria del Sagrado Corazón y encontrará la paz en su alma” (MC 150)
  • “En nosotras no debe haber otro deseo, ni otro pensamiento que la mayor Gloria de Dios” (MC 276)
  • “Deseo que como ángeles veloces vuelen las Esclavas y se repartan por todo el mundo, trabajando por la gloria de Dios” (MC 129).

Fuente: madrecatalinademaria.com

¿Lo Más Serio de la Vida Puede Ser Apuesta?

¿Qué podemos apostar con Dios?

Luis Javier Palacio, S.J.

Te lo voy a explicar con una reflexión interesante, curiosa y profunda que hizo un creyente del siglo XVII que se llamaba Blas Pascal, el mismo que estudiaste en estática de los líquidos, en cálculo de probabilidades, en el altímetro de mercurio. Un autodidacta filósofo, teólogo y científico. La reflexión se llama el “Apostador pascaliano”.

No creas que la fe es una imposición como la fuerza de gravedad que si la desobedeces te estrellas al tirarte de una torre. ¡No! La fe es una apuesta y la más interesante de tu vida. Mira lo que opinaba el mismo Pascal: «La luz de Dios es suficientemente fuerte para que el que quiera pueda creer, y la oscuridad de Dios es suficiente para que el que rehúsa creer no se sienta constreñido a hacerlo». Dios que para los creyentes es Jesús, no puede ser aceptado sino porque te deja fascinado con su vida. Pero veamos la apuesta, que puede ser sustentada en el evangelio de Juan. «El que no cree ya está juzgado» (Jn 3:18).

Supongamos, dice Pascal, que haces una apuesta a que Dios existe o a que no existe.

Si apuestas a que existe le apuestas dos cosas: tu vida actual y tu vida futura. En tu vida actual tratarás de conformarse con la vida de Jesús y al final de tu vida te encontrarás con la plenitud de esa misma vida. Si pierdes la apuesta, porque Dios no existe, entonces habrás ganado esta vida y no tendrás vida futura. Pero qué más da, ya esta vida fue suficientemente significativa como ganancia.

Si apuestas que no existe Dios, le apuestas igualmente dos cosas: tu vida presente y tu vida futura. Tu vida presente, sin otro referente que tu propio yo, se vuelve una desgracia para ti mismo y para los demás, pues te vuelves pura fuerza centrípeta, egoísta. Al morir, si Dios existe también habrás perdido tu vida futura y habiendo perdido la presente tendrás una pérdida doble. Si no existe, ¿Qué más da? Ya perdiste esta vida que era la única que tenías.

La conclusión a la que llega Pascal es que vale la pena apostar esta vida a la causa de Jesús porque ganas de todas maneras, exista o no exista Dios.

A Pascal no le gustaba el juego. Incluso descubre el cálculo de probabilidades mostrando que todo jugador de azar, de lotería, de dados, de cartas se auto engaña porque la expectativa de cada jugador es menor que la del tallador. La única apuesta que realmente se puede y debe hacer es la de esta vida. Pero a la gente le gusta jugar por su fuerza centrípeta de acumular dinero. Así que para Pascal no hay sino una apuesta moral y necesaria y es la apuesta de la vida. En ésta no hay engaño porque siempre ganamos en humanidad.

Fuente: Jesuitas Colombia

 

Busque, Compare…

Necesitamos de la intimidad con Dios para discernir a dónde nos llevan sus pasos en nuestra vida de todos los días.

Por Elena López

Preparar una oposición, irme a trabajar lejos, estudiar el próximo año en el extranjero, elegir las asignaturas del curso que viene, seguir formándome o buscar trabajo, aceptar una nueva responsabilidad en mi empresa, retomar una de mis aficiones preferidas, dedicarme por fin a aquello que siempre dejé para otro momento, llevar a los niños a un colegio u otro, casarme, formar una familia, elegir vivir en algún tipo de comunidad, iniciar una historia especial con alguien, comprar un piso o seguir con el alquiler, confirmarme, implicarme en algún voluntariado, elegir una carrera, qué hacer en mis ratos libres,… A veces se trata de cosas sencillas que forman parte del día a día, y otras sin embargo, son las opciones más profundas de mi vida las que me veo examinando. Todo puede ser soñado con Dios.

A pesar de que a veces la vida viene rápido y de que no nos permite decidir excesivamente sobre ciertas cosas, en otras ocasiones deberemos pararnos conscientes de dos cosas: una es que podemos vivir convencidos y confiados en que somos seres de Dios, seguros de que iluminará nuestras intenciones; y otra, que estamos llamados a volver a lo esencial, a posicionarnos cerca de él, conocer su lógica y hacer uso de ella… Desde esa intimidad, es más fácil conocer su voluntad. Se trata en parte de intuición, de confianza, de exponerse, de dejarse alcanzar, de escuchar, de estar. Afortunadamente no hablamos de un examen con las respuestas por detrás, ni de una ruta llena de indicaciones para conocer bien el camino… Está más cerca de un viaje imprevisto pero soñado alguna vez, de un reto al que me he propuesto dedicarle tiempo y resolver. Y decidir, termina con el final del trayecto; con la firma, sin más.

Podría preguntarme: “¿Dónde me has llevado, Dios?”, “¿Cómo sabré si he hecho bien?” Puede que Dios no me responda de forma clara como quisiera, y sin embargo, es más que probable que encuentre la confirmación en gestos que seguramente nunca habría imaginado. Algunos me harán entender que me fié de un falso sentido, que Dios no estaba donde yo lo intuía, que no sirve decidir en base a criterios de tranquilidad o de relativa paz si éstos disfrazan la comodidad o el miedo al actuar. Otras será la paz verdadera el fruto de una fe confiada, el deseo, seguirte, la alegría, la de servir, confirmándose así nuestro encuentro.

Busque, compare, …y discierna. Dios no siempre está en las ofertas.

Fuente Pastoral SJ

 

Reflexión del Evagenlio – Domingo 17 de Septiembre

Evangelio – San Mateo 18, 21-35

Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: ‘Dame un plazo y te pagaré todo’. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?’. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.

Reflexión del Evangelio – Por Emmanuel Sicre SJ 

Continuamos, tal como el domingo pasado, con el tema del perdón. Nuevamente la liturgia nos regala reflexionar sobre este tema central del cristianismo. Jesús trae una novedad muy grande al corazón humano: la ley del ojo por ojo –conocida como ley del talión- ha sido sustituida por la ley del amor. Y esta nueva ley está impresa en nuestros corazones por lo que para que pueda ser vivida y respetada basta con encontrarse con Cristo habitando cada vez que el corazón se dispone a amar.

La parábola del rey bueno que perdona una deuda impagable y la del perdonado que no perdona toca lo hondo del corazón de quien pregunta: ¿Hasta cuándo tendré que perdonar? La mezquindad del corazón humano que se plantea el perdón como un deber ser pone siempre un límite numérico a sus acciones. Por eso Jesús responde: setenta veces siete, es decir, siempre. Y al modo de Dios que es como aquel rey que perdona lo que nadie podría perdonar a quien le pide paciencia.

¿Por qué debería perdonar yo como Dios perdona? En verdad, lo que tengo que dejar es que Dios perdone en mí, como decía aquella víctima de la violencia guerrillera en Colombia respecto de sus agresores: Dios perdona en mí. Y es que si aceptamos a Dios vivo en nuestro ser, entonces podremos ser testimonio ante los demás de su perdón inmenso.

Pero hay una razón también bella por la que el perdón es posible. Si hiciéramos el ejercicio de pensar cuántas personas nos han perdonado en silencio nuestros errores, caeremos en la cuenta de que también somos deudores insolventes que no tenemos cómo pagarle a Dios la iniciativa de su amor gratuito que nos sale al encuentro.

Pidamos al Señor que nos enseñe a ser perdonadores perdonados que son reconciliación para un mundo herido de venganza.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana

Oración para Oír y Escuchar Mejor

Una oración para pedirle a Dios la gracia de tener un oído atento a la voz de Dios, a los demás y a nosotros mismos.

Por Emmanuel Sicre SJ

Padre Bueno, que oíste el clamor de tu pueblo,

purifica mi sentido de oír,

despéjalo de los ruidos externos

para oír los internos.

 

Vos, que en tu Hijo escuchaste,

los gritos del endemoniado,

la voz de los discípulos,

el murmullo de los fariseos,

el grito de los enfermos,

el bullicio del mundo,

acerca tu oído a nosotros hoy…

 

Que por tu Espíritu aprenda

primero a oír

y después a escuchar.

 

Enséñame, Jesús, a descubrir el mundo

a través de los sonidos,

para que encuentre

el génesis de su naturaleza

y así,

oiga “tu voz que se pasea por el jardín”

de tu Creación.

 

Ayúdame, Señor, a aplicar mi oído en tu corazón

para que en el silencio del desierto

oiga y escuche,

como Moisés ante la zarza ardiente,

lo que no es dicho

sino en mi pobre corazón.

 

Fuente: Pequeñeces.blogspot