Para Reflexionar en Verano: Lo que se va y lo que viene

El mes de enero tiene un ritmo marcadamente diferente al del resto del año. Por eso compartimos algunos textos sobre los temas más populares de este tiempo…

 Los estudiantes acaban sus últimos exámenes, ya las competiciones deportivas van proclamando los campeones, muchas empresas cierran la temporada, los profesores van poniendo notas… Todo huele a fin de etapa. Y claro, uno llega a diciembre como puede. Normalmente agotado tras un intenso curso, con las fuerzas justas para cerrar proyectos, y eso sí, con el horizonte de un verano que, aunque no sea todo vacaciones, traerá cambio de actividad, horizontes novedosos, y quién sabe si nuevas etapas vitales.

 Si miramos atrás al principio de curso, seguramente habrá muchos motivos para estar agradecidos. Probablemente hay gente nueva que ya es importante en nuestras vidas. O tal vez hemos logrado por fin esa meta que llevábamos tiempo persiguiendo: acabar la carrera, sacarnos el dichoso título de inglés, lograr un trabajo… Qué importante es agradecer todo esto, porque agradeciendo nos hacemos conscientes de que ha habido otros, y Otro, que nos han apoyado, sostenido y alentado.

 Inevitablemente habrá también otras cosas en el curso que nos dejan un sabor más amargo. Porque seguro que nos hemos equivocado, que hemos podido hacer daño a quienes queremos, o seguimos sin cerrar esos proyectos que llevan tanto tiempo coleando. Y aunque no es fácil, podemos intentar mirar esos fracasos con esperanza, tratando de descubrir de que manera nos han ayudado a crecer, aunque haya dolido, creyendo que tenemos que seguir caminando, aunque nos falten las fuerzas, con la confianza de que caminamos en compañía.

 Pues a agradecer lo pasado, disfrutar de lo recibido, aprender de lo que nos queda pendiente y a seguir creciendo con la mirada puesta en el futuro que se nos promete como horizonte.

Fuente: Pastoral SJ

Reflexión del Evangelio de la Nochebuena

Evangelio – Lucas 2, 1-14

Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz.

Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón. Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo.» En aquel momento aparecieron, junto al ángel, muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: «¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a los hombres que gozan de su favor!».

Reflexión del Evangelio – Por Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

1. La relación de la fiesta de la Navidad con el símbolo de la luz

La Biblia no señala la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo y durante los primeros tres siglos de la era cristiana la Iglesia no dedicó un tiempo especial a la celebración de la Navidad. Sólo desde el siglo IV, cuando el cristianismo fue establecido como religión oficial en el imperio romano a partir de la conversión del emperador Constantino, se empezó a celebrar una festividad cristiana con liturgia especial la noche del 24 y durante el día 25 del último mes del año para proclamar al niño Jesús nacido en el pesebre de Belén como la Luz del mundo, en lugar de la fiesta pagana que se dedicaba al “nacimiento del sol invicto” con motivo del solsticio de invierno.

Este es el sentido que desde nuestra fe le damos los cristianos al anuncio profético del llamado “tercer Isaías”: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Lo que esta profecía proclamaba refiriéndose al regreso de los israelitas de su destierro en Babilonia en el año 538 antes de Cristo, nosotros lo aplicamos a la manifestación visible de Dios hecho hombre como nuestro Salvador, iniciada con el acontecimiento de la Navidad hace poco más de dos mil años, y que hace posible la justicia y la paz en la medida en que acojamos su buena noticia.

2. “Y esta es la señal: … un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”

La primera vez que aparece en el texto del Evangelio según San Lucas el término “buena noticia” -que es lo que precisamente significa la palabra “evangelio”-, se refiere al nacimiento de Jesús. Se trata de un anuncio gozoso que no sólo se expresa con una alabanza a Dios, sino que implica además una bendición para todos los seres humanos que lo reciban con fe, y por ello tiene en la fiesta de la Navidad un significado especial el himno litúrgico del inicio de la celebración eucarística: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor.

Hay además en el relato evangélico de Lucas un detalle muy significativo: la señal por la que puede verificarse la realización de esa buena noticia es un niño envuelto en pañales y acostado en un establo. En otras palabras: al Dios que ha venido a salvarnos no hay que buscarlo en las alturas inaccesibles -no obstante la exclamación Gloria a Dios en el cielo-, sino en la realidad cercana de lo humano, porque Él mismo ha asumido nuestra propia naturaleza para redimirla. Y no se le encuentra en medio del lujo y la fastuosidad de los palacios, sino en la pobreza, humildad y sencillez de un pesebre.

En este fin del año, y mientras nos preparamos para recibir dentro de una semana el año nuevo, démosle un sentido auténticamente cristiano a la celebración del Nacimiento del Niño Jesús. Así como para su santísima madre la virgen María, la sencilla campesina de Nazaret, y para su padre nutricio, el humilde carpintero san José, no hubo alojamiento -como nos lo cuenta el relato bíblico- y tuvo el Hijo de Dios que nacer en una pesebrera, también hoy para muchas hermanas y muchos hermanos nuestros no hay un lugar donde puedan vivir dignamente y tienen que arreglárselas con sus familias -en especial con sus niños y niñas- en condiciones de pobreza absoluta. En ellos se manifiesta actualmente la presencia de Jesús, el mismo de quien al final de los tiempos escucharemos estas palabras: Todo lo que ustedes hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25, 40).

3. “Una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos”

 La celebración de la Navidad no debe quedarse para nosotros en una mera contemplación. Debe llevarnos también al compromiso de una existencia vivida de acuerdo con el plan salvador de Dios, que implica una conducta coherente con nuestra fe en Él. Esto es lo que nos dice san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a Tito, uno de sus colaboradores en la proclamación de la buena noticia para todos los hombres.

 Por eso mismo, si nos unimos para dar gloria a Dios en el cielo y desear la paz para toda la humanidad, llevemos esta manifestación a la práctica, como dice el Apóstol, a través de nuestras buenas obras. Sólo así seremos el pueblo purificado al que él apóstol se refiere y nos dispondremos para la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. Es decir, para nuestro encuentro definitivo con él en la eternidad. Que así sea.

Fuente: Jesuitas Colombia

Las Invitaciones que Trae el Misterio de la Navidad

Por P. Javier Soteras

“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad ” (Lc 2, 14).

La paz es anunciada por toda la tierra. No es una paz que los hombres consigan conquistar con sus fuerzas. Viene de lo alto como don maravilloso de Dios a la humanidad.

“En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.

Lucas 2,8-11

 El misterio de Navidad hace resonar en nuestros oídos el canto con que el cielo quiere hacer participar a la tierra en el gran acontecimiento de la Encarnación: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad ” (Lc 2, 14).

La paz es anunciada por toda la tierra. La memoria de este acontecimiento se actualiza en cada Navidad, por lo tanto el anuncio de paz por toda la tierra supone también tu tierra, tu pedacito de tierra. Es muy bueno que hoy describas tu tierra necesitada de paz.

No es una paz que los hombres consigan conquistar con sus fuerzas. Viene de lo alto como don maravilloso de Dios a la humanidad. No podemos olvidar que, si todos debemos trabajar para instaurar la paz en el mundo, antes de nada debemos abrirnos al don divino de la paz poniendo toda nuestra confianza en el Señor.

Según el cántico de Navidad, la paz prometida a la tierra está ligada al amor que Dios trae a los hombres. Los hombres son llamados “hombres de buena voluntad” porque ya la buena voluntad divina les pertenece. El nacimiento de Jesús es el testimonio irrefutable y definitivo de esta buena voluntad que jamás será retirada de la humanidad.

Este nacimiento pone de manifiesto la voluntad divina de reconciliación: Dios desea reconciliar consigo al mundo que pareciera como un rompecabezas de mil piezas, el cual tiene que ser vuelto a armar. Es mucho más el acto de la encarnación que el de la creación, porque donde hubo pecado sobreabundó la gracia, como dice el apóstol Pablo. La recreación es mucho más de lo que podemos imaginar y esperar.

Los humildes y sencillos, la gente de buena voluntad son los mejores preparados para recibir ese más que nos regala el cielo. Hay mucha más gente buena que la de malas intenciones. Tal vez los hombres puestos en camino, sea lo que traiga como novedad el tiempo de la Navidad que nos invita a recuperar la confianza y a mirar más allá de los escenarios de dolor y de miedo. Eso es superado por todos los hombres de buena voluntad que se ponen en camino. En el tiempo de la recreación Dios está dispuesto a darse de un modo nuevo. En los comienzos existía el caos y Dios creó al mundo trayendo armonía y orden. La búsqueda de construcción de la paz, trae algo de esa Palabra pronunciada por Dios generando un nuevo orden en medio de nuestros caos.

La gran novedad de la venida del Salvador que viene a recrearlo todo, consiste en el hecho de que Dios se hace uno de nosotros.

El acontecimiento que da a la humanidad un Dios Salvador supera en gran medida las expectativas del pueblo judío. Este pueblo esperaba la salvación, esperaba al Mesías, a un rey ideal del futuro que debía establecer sobre la tierra el reino de Dios. A pesar de que la esperanza judía había puesto muy en lo alto a este Mesías, para ellos no era más que un hombre.

La gran novedad de la venida del Salvador consiste en el hecho de que Él es Dios y hombre a la vez. Lo que el judaísmo no había podido concebir ni esperar, es decir, un Hijo de Dios hecho hombre, se realiza en el misterio de la Encarnación. El cumplimiento es mucho más maravilloso que la promesa.

Esta es la razón por la que no podemos medir la grandeza de Jesús sólo con los oráculos proféticos del Antiguo Testamento. Cuando Él realiza estos oráculos se mueve a un nivel trascendente. Todos los tentativos de encerrar a Jesús en los límites de una personalidad humana, no tienen en cuenta lo que hay de esencial en la revelación de la Nueva Alianza: el Verbo que se ha hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros (cf. 1, 14). Aquí aparece la grandiosidad generosa del plan divino de salvación. Se esperaba a un Mesías pero jamás al Dios mismo. El Padre ha enviado a su Hijo que es Dios como Él. No se ha limitado a enviar a siervos, a hombres que hablasen en su nombre como los Profetas. Ha querido testimoniar a la humanidad el máximo de amor y le ha hecho la sorpresa de darle un Salvador que poseía la omnipotencia divina.

Cuando decimos paz y navidad decimos Palabra, que es la que pone orden en el caos. Y esto acontece en el seno de María. Es imposible una Navidad sin María. El acontecer del mundo nuevo viene del seno de María. Es ella quien está embarazada de la nueva creación que comienza a ocurrir en el verbo que se hace carne. Que la tierra de nuestras vidas sea visitada por María: Dios se ha hecho hombre y el nuevo orden lo trae el embarazo de María que en Jesús empezó a poner las cosas en su lugar.

 Fuente: Radio María

Espiritualidad Ignaciana Femenina en la Frontera

Los días 26 y 27 de noviembre, se celebró el Seminario de Espiritualidad Ignaciana Femenina en la Frontera, en Madrid. Lo cuenta una de sus protagonistas e impulsoras.

 Por Belén Bezmes

 Pertenecemos a la Red Miriam que hunde sus raíces en 1983, cuando un grupo de religiosas de gobierno y de espiritualidad ignaciana, iniciaron una búsqueda para profundizar en dicha espiritualidad recreándola a la luz de los nuevos signos de los tiempos y en contraste con sus propias tradiciones carismáticas. Se crece en consciencia de su originalidad femenina y de su aportación específica a la espiritualidad ignaciana. En su recorrido, se incorporan mujeres laicas y religiosas, y el colectivo crece en identidad tomando el nombre de Red Miriam Espiritualidad Ignaciana Femenina en el 2012.

 Este Seminario nace en 2012 y pretende hacer un proceso de búsqueda y reflexión desde las fronteras de la realidad social y de la espiritualidad ignaciana que nos ayude a confrontar y armonizar, dinámicamente y de un modo circular, la realidad emergente y cambiante de nuestro mundo, las claves fundamentales de la espiritualidad ignaciana y nuestro pensar, sentir y estar en la realidad como mujeres. Nos sentimos convocadas por la vivencia de la espiritualidad ignaciana pensada y vivida con perspectiva de género y a la luz de nuevos paradigmas teológicos.

 En este encuentro nos hemos hecho esta pregunta: ¿cuál es el modo adecuado de hablar de Dios?, a partir del libro La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista (Herder, Barcelona, 2002) de Elisabeth Johnson. Nos ha guiado nuestro compartir, para dar forma al lenguaje de Dios desde las que somos creadas a su imagen.

 La imagen de Dios que ambientó la reflexión

El sábado partimos de la oración con una imagen femenina que nos descolocaba y nos ayudaba a situarnos de otra manera. El lenguaje exclusivo masculino para hablar de Dios construye un imaginario que consolida un mundo donde se subordina y se excluye a la mujer. Nos invitamos a un cambio en la comprensión de lo divino donde la reciprocidad, el amor y la justicia están articulados en nuevos intentos de interpretación de la tradición en diálogo con la vida de las mujeres, en nuevos intentos de análisis crítico de las opresiones heredadas y de la búsqueda de alternativas a la sabiduría y a la historia suprimida.

 Esto nos ayuda, también, a dar nombre a las cosas en nuestra tradición de espiritualidad ignaciana. Está en juego la liberación del hombre y la mujer de modelos de realidad y roles sociales debilitadores; también, el alumbramiento de nuevas formas de relaciones salvíficas con toda la creación, e incluso, la viabilidad misma de la tradición cristiana para las generaciones presentes y futuras.

 ¿Qué aportan los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de liberación a las mujeres? ¿Es su discurso lo suficientemente verdadero como para explicar, iluminar e integrar la experiencia de las mujeres?

 Nos asomamos de forma crítica a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, pues descubrimos que su lenguaje vehicula una experiencia con la Transcendencia. ¿Qué significa para nosotras humildad, humillaciones, pobreza, soberbia…? ¿Es lo mismo para un hombre y para una mujer? ¿Qué construcciones culturales rigen a la hora de entender lo que es ser mujer y lo que es ser hombre humillados?

 Guiadas por esta sospecha nos sentimos urgidas a desvelar nuevos lenguajes que encajen mejor con imágenes que no nos marginen como mujeres ni justifiquen estructuras que nos excluyen. El hombre se autoproclama de una forma muy natural como la norma y esto también afecta a la norma del lenguaje. El símbolo de Dios funciona y necesitamos encontrar una clave hermenéutica entre la sabiduría de los Ejercicios de San Ignacio y la sabiduría cristiana feminista para cruzar al paradigma de la humanidad co-igual de la mujer.

 A través de la escucha mutua, la empatía, la acogida, el reconocimiento de la singularidad de cada una y de su aporte a la reflexión, nos vamos haciendo compañeras de búsqueda. Este tejer juntas nos hace avanzar.

 Los Ejercicios Espirituales desde el Principio y Fundamento desarrollan una imagen de Dios que luego va a recorrer todos ellos. ¿Cuál es el imaginario que está en juego? Puesto que toma a la persona entera, ¿qué discurso es liberador para la persona y ésta, mujer? Pero esta es una tarea que queda en el aire para siguientes reflexiones.

Entre Paréntesis

Hambre de Espiritualidad Ignaciana

El jesuita español Ismael Bárcenas, acompañó a su compañero José María Rodríguez Olaizola SJ en su ‘gira’ por México, donde visitaron varias ciudades compartiendo la charla “Danzar con la soledad”. A lo largo de este recorrido, Ismael SJ ha tenido la oportunidad de descubrir la respuesta positiva de el público hacia la espiritualidad ignaciana.

Por Ismael Bárcenas SJ

En estos días tuve la oportunidad de acompañar a José María Rodríguez Olaizola en las pláticas que dio en varias ciudades del norte de México. JoseMari es muy conocido por sus libros y por Rezandovoy, por lo mismo, a donde iba había que meter más sillas en los respectivos auditorios. El tema de la charla es atrayente (Danzar con la Soledad), todos estos motivos hicieron que fuera muy nutrida la participación y asistencia.

Es de valorar el arduo trabajo realizado por los Centros de Espiritualidad Ignaciana de estos lugares, llevados en su mayoría por laicas y laicos entusiastas y comprometidos en compartir la fe y el modo de proceder al estilo de Ignacio de Loyola. Gracias a ellos la convocatoria fue masiva, extendiéndose en redes sociales y diferentes medios.

En Guadalajara, en Casa Loyola, pronto se vendieron los boletos y se agregaron sillas ante la demanda. Entre el público hubo religiosas y religiosos, sacerdotes diocesanos, gente que acostumbra participar en las actividades de este Centro, amigas y amigos de jesuitas, jesuitas estudiantes de filosofía y ‘tercerones’ (última etapa de formación en la Compañía de Jesús) y gente que anda en búsqueda y el tema les llamó la atención. También ahí andaba Martín Valverde, famoso músico católico. Al final de la charla, varias de las preguntas del público fueron dedicadas no tanto al debate de alguna idea, sino a la persona de JoseMari en la línea de: “¿Cómo vives la soledad?”.

Monterrey es una de las ciudades donde los jesuitas no tiene colegio, ni parroquia, ahí se encuentra el Centro Cultural Loyola, similar a los Centros Fe-Cultura que hay en España. En la década de los 70´s, después de ciertas problemáticas, la Compañía salió de esta ciudad, pero continuó la presencia a través de laicos que se organizaron e invitaban a jesuitas para que dieran conferencias y talleres. Hasta hace pocos años la Compañía regresó y volvió a abrir una comunidad. La conferencia de JoseMari llenó el auditorio y, al final, mucha gente fue a tomarse una selfie con él, agradeciendo su charla y comentarle que escuchaban Rezandovoy.

En Saltillo, hace tiempo la Compañía tuvo colegio, internado y atendía el templo de San Juan Nepomuceno, en el centro de la ciudad. Hoy no hay jesuitas, pero la amistad sigue y un grupo de laicas y laicos, que entre ellos se llaman ‘los loyolos’, llevan adelante la Casa Loyola. Aquí, jesuitas de varias partes de México y del mundo vienen con frecuencia a dar pláticas y cursos. También aquí JoseMari reunió a más de 300 personas en su charla.

Torreón es de las ciudades en donde hay más presencia de la Compañía de Jesús en México. Hay parroquia, colegio, universidad y centro de espiritualidad, por lo mismo, había una gran expectativa por la conferencia y pronto se acabaron los boletos. Dada la demanda, se le pidió a JoseMari que, aparte de la charla, tuviera un momento de oración. La capilla de Casa Iñigo se llenó, JoseMari guió la oración ayudándose de la lectura de algunas partes del Evangelio, agregando comentarios y cantos. Me llamó la atención cómo la gente coreaba el estribillo: “en mi debilidad, me haces fuerte”, y tanto al final de este momento, como al final de la charla, vi ese brillo que dejan las lágrimas serenas, esas que provienen del agradecimiento, en la mirada que entre crucé con varios.

JoseMari tiene la capacidad de hablar de manera sencilla y profunda al compartir su fe. En sus charlas entrelaza experiencias con reflexiones. Sabe compartir, desde el corazón, los dolores e incertidumbres que han marcado su historia, también habla de la confianza y esperanzas que lo sostiene. No se presenta como el sacerdote que tiene las respuestas a todas las preguntas, más bien deja cuestionamientos para que, quien lo escucha, se quede reflexionando. Creo que a esto se debe lo copioso de la gente que acudimos a sus charlas y de muchos que escuchamos Rezandovoy. Por cierto, una de las frases que me llevo de la conferencia y a la que sigo dando vueltas es esta: “solo, lo que se dice solo, no es la soledad de quien no tiene a alguien que lo ame, sino la soledad de quien no ama a nadie”.

Me parece que, en la actualidad, hay hambre de percibir y experimentar, en lo cotidiano, la presencia misericordiosa y cercana del Dios de Jesús. La espiritualidad ignaciana tiene mucho que aportar al respecto, pues es un buen puente de encuentro con Jesús y su proyecto de Reino. Hay hambre de mensajes que, ante las adversidades de la vida y desde la fe, den esperanza, sentido y apertura a la Trascendencia.

Fuente: Entre Paréntesis

Kolvenbach: Mística y Política

Un resumen de la conferencia “Mística y política de Ignacio de Loyola” (Bolonia, Italia, 1991) del Padre Kolvenbach, quien falleció a fines de noviembre. Fue superior de la Compañía entre 1983 y 2008.

Ignacio, hombre místico y hombre político

Una precisión sobre el término “política”. Puede ser entendida como la concepción del gobierno de los estados y la organización del poder, el arte y la práctica del gobierno en una cierta sociedad por medio de un partido o de un programa. En este sentido “estatal”, la política no es ciertamente competencia del ámbito religioso en el cual se mueve la Iglesia. Pero la política significa también el servicio del bien común, la búsqueda de relaciones armoniosas y de soluciones a los conflictos entre las sociedades. Que el hombre quiera o no, estos hechos y gestos tienen una dimensión socio-política.

Ignacio en la política de su tiempo

El reconocer una estructura de pecado (según la expresión misma de Juan Pablo II) en el interior de la historia humana en la cual, a pesar de todo, Dios crucificado permanece presente, es el origen del realismo político y del optimismo místico de Ignacio.

La superación mística de la política

Es en la célebre contemplación del Reino de Cristo donde Ignacio muestra claramente que la política no basta. Para Ignacio “sola política” significaría solamente esto: penar con Cristo, trabajar como asociado en una empresa, aun siendo evangélica. Contemplando la persona de Cristo y su obra por el reino de su Padre, Ignacio toma conciencia de que la respuesta a la llamada de Cristo no puede ser un simple acuerdo de trabajo para participar en la tarea evangelizadora, sino que implica siempre una consagración mística de todo su propio ser a la persona de Cristo. La política consistirá entonces en el estar, de ahora en adelante, señalado con los rasgos de los misterios de la vida de Cristo.

Mística de servicio

La de Ignacio es una mística de servicio; menos de estar en Cristo que de estar con Cristo en su obra de salvación. Es entonces un doble “estar con” como en la Alianza: un estar con Dios en un movimiento de consagración y un estar con el mundo, la creación, la sociedad humana por medio de un movimiento de comunión. Ignacio verifica poco a poco que sólo puede en verdad “estar con Dios” si consiente “estar con el mundo” y este doble estar con Dios y el mundo se unifica en la decisión de estar con Cristo.

La prioridad del pobre

Precisamente porque ama igualmente a todos los hombres, Dios concede una prioridad a los pobres. Cuando el rico y el pobre son tratados de igual modo, la igualdad en realidad no existe. Podríamos acusar a Dios de hacer acepción de personas, si no concediese una atención privilegiada a los pobres. Podríamos acusar a Ignacio de una política de élite si no concediese, en su acción hacia los que están arriba, una atención privilegiada a los que están abajo. Este aspecto de la actividad de Ignacio muestra claramente el punto de unión entre mística cristocéntrica y política social.

Mística de abajamiento

Ignacio ha aprendido místicamente de su Señor que una salvación ofrecida a todos sin excepción, universalmente, aunque según las palabras mismas de Cristo, la buena nueva sea anunciada a los pobres. Políticamente, Ignacio vive en una concepción del mundo donde la imagen de Evangelio es absolutamente imposible servir a los que están abajo sin entrar en una relación siempre más cristiana con los que están arriba porque, por otra parte, los que están arriba no pueden llamarse cristianos sin imitar al Señor que se hace siervo, siendo la bienaventuranza de los que están abajo.

Contemplativo en la acción

Fue Jerónimo Nadal quien definió a Ignacio como “un contemplativo en la misma acción”. Un santo mundano: “en todo, palabras y acciones era consciente de la presencia de Dios, sensible a esta presencia, que sentía sobrenaturalmente atractiva”. Es cierto que este ideal puede llevar a una política que abusa de lo religioso o una mística manipulada hábilmente por la política; y de hecho, implica un problema concreto en la vida del que es llamado a vivir esta espiritualidad. Por eso, es necesario volver aquí a la orientación cristocéntrica de la espiritualidad de Ignacio. Quien es perfectamente contamplativo en la acción es ciertamente Cristo.

Fuente: Entre Paréntesis

Año Nuevo: ¿Qué lugar le damos a Dios?

Para rezar y reflexionar de cara al inicio de un nuevo año.

 ¿Qué nos vamos a proponer este año? ¿El típico gimnasio… aprender un idioma que nunca usaré?

La lista de propósitos es algo que aunque sea mentalmente todo el mundo escribe. Para hacer una buena lista podríamos preguntarnos por ¿qué es lo que realmente necesito? Estoy seguro que nos saldrán cosas muy distintas de lo que deseamos, de esos caprichos que cambian de un día para otro.

¿Qué es lo que realmente tiene importancia en mi vida? Y sobre todo ¿Qué es lo que va a revertir en algo más que en mi físico? Si la palabra Dios entra en nuestra lista puede descolocarnos, pero estoy seguro que hará que la reescribamos entera. Ir al gimnasio puede cambiarse por hacer excursiones con la familia, comer sano por ayudar en un comedor social, aprender un idioma por enseñar el mío a inmigrantes que llegan a mi país… ¿Somos capaces de introducir la palabra Dios?

 Espiritualidad Ignaciana

Reflexión del Evangelio, Domingo III de Adviento

Evangelio – Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo Juan el Bautista, que estaba en la cárcel, tuvo noticias de lo que Cristo estaba haciendo. Entonces envió algunos de sus seguidores a que le preguntaran si él era de veras el que había de venir, o si debían esperar a otro. Jesús les contestó: «Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso aquel que no encuentre en mí motivo de tropiezo!»

 Cuando ellos se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: «¿Qué salieron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente? Ustedes saben que los que se visten lujosamente están en las casas de los reyes. En fin, ¿a qué salieron? ¿A ver a un profeta? Sí, de veras, y a uno que es mucho más que profeta. Juan es aquel de quien dice la Escritura: `Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino´. Les aseguro que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.” 

Reflexión del Evangelio – Por Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

Este Tercer Domingo de Adviento es conocido tradicionalmente en la liturgia católica como el Domingo “Gaudete”, término latino que quiere decir “Alégrense”, porque la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías (35, 1-6a.10), constituye precisamente un anuncio gozoso de lo que iba a acontecer varios siglos después con la venida del Mesías, a quien la fe cristiana reconocería en la persona de Jesús. Y el pasaje del Evangelio escogido para este mismo domingo nos presenta justamente el motivo de esta invitación a la alegría.

1. Por la fe reconocemos gozosamente en Jesucristo la acción liberadora de Dios

El pasaje del Evangelio de hoy nos presenta a Juan Bautista en la cárcel, encerrado por el rey Herodes para silenciar las denuncias que hacía contra su comportamiento inmoral y corrupto. Juan iba a terminar decapitado por orden de Herodes, y así como lo proclamó Jesús, nosotros lo reconocemos hoy como el más grande profeta anterior a Él. Sin embargo, el mismo Jesús dice además que el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él, lo cual parece significar que los seguidores de Jesús, habiendo recibido un mayor conocimiento de su persona y sus enseñanzas, podemos participar del reino de Dios mejor de lo que le fue dado a Juan Bautista. Es como un reto que les propone Jesús a sus oyentes: si Juan Bautista fue quien fue antes de poder ver y oír a Jesús predicando y sanando las dolencias humanas, nosotros, que hemos recibido un mayor conocimiento de Él, podríamos superarlo si nos lo propusiéramos de verdad.

Ante la pregunta de Juan Bautista a Jesús a través de sus discípulos –¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?, imaginemos a Jesús respondiendo sonriente. Su respuesta evoca lo que había predicho Isaías como un acontecimiento que traería el gozo de la salvación obrada por Dios en persona: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.

Es una invitación a la esperanza gozosa y paciente de quien reconoce en Jesucristo la presencia y la acción salvadora de Dios. Para todo el que cree de verdad, lo que parece imposible se hace realidad, y este es el sentido de los milagros de Jesús, precisamente a favor de las personas más necesitadas. El Evangelio o Buena Noticia, cuya realización sólo acontece para quien se reconoce necesitado de salvación, es lo que nos debe llenar de alegría espiritual y, por lo mismo, de una actitud plena de esperanza en Dios que está siempre dispuesto a liberarnos de todo lo que nos impide realizarnos como personas, aún en medio de los problemas de nuestra vida cotidiana.

2. Nuestra fe en un Dios que viene a salvarnos es fuente de alegría

Ocho veces expresa directamente la alegría el pasaje de Isaías en la primera lectura. La misma idea aparece también en la exhortación a no tener miedo, y en las imágenes del ciego al que se le despegan los ojos, del sordo al que se le abren los oídos, del cojo que comienza a saltar y del mudo que empieza no sólo a hablar, sino también a cantar. Dios, que viene en persona a redimir y a salvar, hace posible un porvenir nuevo de felicidad para todo el que cree en Él: pena y aflicción se alejarán. Por eso el espíritu propio del Adviento y de la Navidad es un espíritu de alegría, y ésta debe ser precisamente la actitud característica de todo creyente en Jesucristo: una actitud gozosa, tal como la ha descrito el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (El Gozo del Evangelio), publicada en el año 2013, primero de su pontificado.

Ahora bien, esta alegría es muy distinta del barullo de las fiestas repletas de licor y envueltas en el ruido ensordecedor de una sociedad vacía e incapaz del silencio interior para reconocer los valores espirituales. No es esa alegría aparente la que constituye el verdadero espíritu del Adviento y la Navidad, sino el gozo espiritual que resulta de la paz interior de quien se abre a la reconciliación con Dios y con el prójimo, disponiéndose a recibir y a dar perdón, deponiendo rencores y resentimientos.

3. La fe auténtica se muestra en la firmeza de la paciencia

 Tres veces nos invita el apóstol Santiago a tener paciencia, en el texto de la segunda lectura (Santiago 5, 7-10). Esta insistencia adquiere especial valor en la actualidad. En el mundo en que vivimos existe la tentación de la impaciencia porque impera la mentalidad del éxito sin esfuerzo. La magia de la automatización electrónica y de la satisfacción inmediata de los deseos con sólo pulsar un botón o hacer “click”, nos puede llevar a una incapacidad para la espera, a desesperamos con facilidad. Frente a esta mentalidad, la palabra del Señor a través de Santiago nos presenta una imagen poética aleccionadora: el labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Esta invitación a mantenernos firmes en la esperanza implica también tenernos paciencia, soportándonos mutuamente: no se quejen, hermanos, unos de otros.

 Pidámosle pues al Señor, primero que nos ilumine para reconocerlo vivo y actuante entre nosotros; en segundo lugar, que en este tiempo del Adviento y en la Navidad llene nuestros corazones con la sana alegría proveniente de una fe inquebrantable en Él, y en tercer lugar que nos conceda la paciencia necesaria para no desanimarnos en el camino de nuestra vida a pesar de las dificultades que se nos presenten.

Fuente: Jesuitas Colombia

¿Desolados o Consolados? Los Vaivenes de la Vida Interior

Un discernimiento fundamental para la espiritualidad ignaciana: ¿consolación o desolación?

 Por Emmanuel Sicre, SJ

Una de las primeras consideraciones para quien desea una vida espiritual es saber en qué estado se encuentra. Necesitamos tomar conciencia de nuestra realidad actual si queremos crecer espiritualmente, es decir, como personas. Ignacio de Loyola, observador perspicaz del mundo interior, describe en sus Ejercicios Espirituales la desolación y la consolación como los dos estados del alma humana en su itinerario espiritual. Y aún hay más que percibir. Veamos.

Ingresemos con paciencia al monasterio interior de nuestra vida para ver cómo Dios está trabajando en lo profundo, en lo secreto.

La dialéctica espiritual de consolación y desolación nos ayuda a detectar las dos primeras posibilidades que podemos distinguir existencialmente en la vida creyente.

La consolación (C)

¿Viste cuando caes en la cuenta de que simplemente eres una persona bendecida por todo lo que estás viviendo? Ok, eso es estar consolado. La consolación es el tiempo en el cual nos sentimos plenos, dispuestos a amar y servir al caer en la cuenta de la profundidad del amor del Creador y Señor de la vida. Es el tiempo que siempre el Dios de Jesús quiere regalarnos, porque es su modo de comunicarse con nosotros. Es el oficio de consolar del Resucitado.

A diferencia de estar contentos, se experimenta una alegría interna y un aumento de fe en la persona de Jesucristo, de esperanza en la realidad y de amor por el mundo. Lejos de la tranquilidad comprada (y bien cara) de spa, se trata de una paz honda y un equilibrio difíciles de conseguir por nuestros medios porque son don de Dios. Es el momento en el cual podemos percibir de cerca el vínculo que nos une a todo y a todos. Así, la realidad herida se nos presenta como una posibilidad de transformación desde donde estamos ubicados, porque somos consientes del valor de cada criatura.

 También comprendemos mejor a los demás, y hasta justificamos sus errores dado que vemos nuestra propia realidad más honda. Además, se fortalece en nosotros el sentido de la justicia social al indignarnos por las inequidades, de la lucha por la dignidad humana de los que sufren al inquietarnos por hacer algo, de anuncio del Reino al denunciar el mal con firmeza y ternura; a la vez que deseamos alabar y bendecir las realidades de Dios. Por eso, es un tiempo lindo para tomar decisiones fuertes, y dejarse confirmar por la vida en la alegría de la elección hecha de la mano del espíritu de Dios que danza con nuestros deseos más hondos.

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 El tiempo tranquilo (TT)

Pero ¿qué sucede cuando la intensidad de dichos sentimientos no es tanta, cuando estoy bien y listo, sin mucha experiencia sensible de consolación?

Bueno, en realidad se experimenta algo de todo esto, pero de manera más serena, como de fondo, como con la sensación de estar sostenidos por Dios desde siempre. A esto le podemos llamar: tiempo tranquilo. Este tiempo es una realidad cristiana de lo más común y regular. Sería una necedad pensar que es una consolación de baja calidad, o que Dios como nos quiere menos, nos hace sentir menos y a otros más. Si esto sucede, lo que está pasando es que se desfiguró el rostro de Dios porque él no da para recibir. A decir verdad, este tiempo, al igual que la consolación intensa, se trata de un don de Dios para la vida de todos los días, donde se combina muy bien lo que somos con las circunstancias que nos tocan vivir.

Podríamos decir que es el estado existencial propio del cristiano, a quien, de vez en cuando, se le da sentir con mayor intensidad su vínculo con el Dios de la vida.

 La desolación (D)

Pero también sucede todo lo contrario, y a esta experiencia le llamamos desolación. Se trata de un momento de oscuridad y sin sentido que Dios permite que vivamos.

Baste notar aquí que la consolación Dios la da porque es el modo en que se comunica con nosotros, mientras que la desolación sólo la permite. El Dios de Jesús no se comunica con eventos catastróficos, desolaciones aplastantes, y enfermedades incurables. Su voluntad nunca es destruir, sino todo lo contrario. Dios se comunica a pesar de las dificultades y el sufrimiento, de hecho, los supera sanándolos, redimiéndolos, resucitándolos, infundiendo consuelo. Él se comunica en y a través de nuestros dolores. Incluso con su silencio. Es lo que hemos visto hacer a Jesucristo todo el tiempo.

La desolación es el tiempo cuando nos sentimos permanentemente acosados por la tentación de claudicar y abandonar todo porque estamos como agobiados, abatidos, rotos. La confusión sobre lo que nos está pasando nos tiene inquietos y no podemos detener la marea de pensamientos que, mezclados con las emociones más feas, resultan un combo deprimente. La desconfianza se apodera de cada una de nuestras apuestas. Comienzan a aparecer palabras como todo, nunca, siempre, que tensan la dialéctica de la vida y no hay términos medios ni matices que valgan. Todo está perdido, siempre lo mismo, a mí nunca… Suele suceder, también, que uno se vuelve perezoso porque no le dan ganas de hacer nada dado que se nos oculta el sentido de la vida. La amada tristeza visita el corazón poniendo un manto de nostalgia que nos atrapa en el famoso dicho: “todo pasado fue mejor”. La culpa insana por nuestros fallos nos pesa como un yunque y nos hace andar encorvados y como sin salida.

Los demás son una amenaza y necesitamos que fracasen para no sentirnos tan miserables. Vivimos tibios respecto de los ideales que nos sostuvieron alguna vez y surge una experiencia como de estar separados y alejados del Creador. Quien resulta casi un perfecto desconocido. En efecto, es el tiempo de la desmemoria absoluta. Por eso, Ignacio recomienda nunca cambiar las decisiones importantes que tomamos en la consolación cuando nos sentimos tan abrumados. En efecto, nos parece que nunca fuimos consolados en toda nuestra vida.

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La sequía espiritual (S)

Sin embargo, ¿qué pasa cuando esta desolación no es tan aguda y simplemente nos acompaña un tiempo de angustia leve y desazón permanente sin que nos quite del todo la paciencia? A esto le podemos llamar un tiempo de sequía espiritual. Al parecer nada brilla, todo está como normal, sin cambio, chato, deslucido y nos cuesta aletear. De oración ni hablar. El espíritu parece cera pegada al piso. Inerte, indolente, abúlico, aburrido.

Si permanecemos allí quizá se nos convierta en nuestra casa y seamos unos amargados, intolerantes que enjuician todo con su mirada monolítica y cerrada de la vida y los demás. Quien no hace lo posible por mudarse de la casa de la desolación terminará siendo un personaje pálido, incapaz de provocar vida, de cara larga y que da lástima para conseguir autocompasión. Y de a poco se quedará solo, o simplemente acompañado con los habitantes derrotistas de la casa de la desolación.

 La agitación de espíritus (AE)

Finalmente, ¿es posible que, dado algún momento particular que estamos atravesando, o incluso dentro de la misma oración, experimentemos un estado de agitación de espíritus donde pasamos de la desolación a la consolación como de un momento a otro sin entender mucho por qué? Sí.

Nos sentimos en una especie de ciclotimia espiritual, como inestables y un poco confundidos. Esta agitación es permitida para que el discernimiento pueda ayudarnos a aclarar lo que estamos viviendo de cara a lo que Dios está invitando. Aquí hace falta distinguir más finamente qué cosas me provocan desolación y cuáles consolación. Habrá las que con mayor notoriedad nos resulten desoladoras y viceversa. Sirve diferenciar aquí la consolación pasajera de la perdurable. La primera es del mal espíritu porque es un placebo mentiroso, la segunda es del bueno porque es una medicina veraz. La agitación de espíritus es un tiempo apropiado para no dar manotazos de ahogados con la marea revuelta, sino simplemente flotar con paciencia hasta que llegue el rescate.

 ¿Y para qué todo esto?

Bueno, para acopiar gozo en la memoria del corazón durante el momento de la consolación para cuando venga la desolación. Para saber que no somos los dueños de lo que nos pasa, y sí los responsables de ver qué hacer con lo que vivimos interiormente. Para dejar de vivir en la fantasía del castillo de la consolación o en la ingenuidad de casa de la desolación. Para comprender que la realidad de ser humanos es compleja y necesita de esta sístole y diástole espiritual que la renueva, la purifica, y la predispone para acercarse cada vez más al mundo herido y hacer lo que Dios hace: encarnarse, redimir, sanar y consolar. Para que cuando nuestra fe entre en crisis no la abandonemos, y le ayudemos a seguir el camino de la maduración que exigen todas las cosas importantes de nuestra vida. Por último, para que enteramente reconociendo la vida que se nos regala, podamos ofrecerla en el servicio de amor a los demás.

Oración para Adviento

El adviento está cercano a su fin, pero queremos aprovechar hasta el último minuto para invitarte a rezarlo y preparar el corazón para la Navidad. Hoy te proponemos esta oración.

Por Javier Quismá SJ

 Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

un Adviento más estremecido, asustado, aturdido y expectante,

percibiendo cómo avivas en mi pobre corazón

las cenizas del deseo, cómo después de un toque de nostalgia,

la memoria que se despereza y abre sus ojos al pasado

deslumbrado por el agradecimiento.

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

desempolvando mi esperanza,

consintiendo en este esperar,siempre mismo, siempre nuevo,

consintiendo en este tener que esperar para vivir,

en este esperar como afirmación fundamental de mi vida,

en este esperar que traduce la profunda y secreta necesidad

de tender hacia lo que se me presente como inalcanzable

y, por ello, inesperable con mis propias fuerzas.

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

una vez más enfrentado a la paradoja de esperar lo inesperable,

de tener que ejercer esta esperanza para existir,

de hacerme consciente de que ser es esperar.

Aquí estoy, Señor, con la mirada del corazón clavada en este Adviento,

con el anhelo encendido, con el deseo ardiendo,

luchando contra mis miedos y esperanzas

para que el fuego de la esperanza se abra e ilumine el primer paso.

Aquí estoy, Señor, intentando limpiar la niebla de mis ojos,

rogándote que enjugues Tú mis lágrimas

y que tu luz alce mi cabeza y oriente mi mirada

hacia el lugar de la promesa.

Aquí estoy, Señor, aguardando lo que no veo,

lo que no siempre quiero, lo que desconozco,

lo que, sin embrago- ¡qué ironía!- es mi mayor certeza.

¿Cómo aguardar amor y desvergüenza?

¿Cómo negar la espera al Dios de mi esperanza?

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

estremecido, asustado, expectante, enamorado

y sintiendo Tu llamado como la cosa más cierta, más real,

como la única verdad de mi espera.

No te canses de llamar, Señor, no te canses de llegar,

no te canses de venir, Señor, que aquí estoy caminando,

Señor, a Tu encuentro en este Adviento.