San Alberto Hurtado
«Tan abnegado, tan caritativo, tan trabajador, tan celoso de la gloria de Dios y del bien de sus prójimos», así lo definía al P. Hurtado uno de sus compañeros de estudio. A modo de celebración de su vida y obra, que conmemoramos cada 18 de agosto, compartimos parte de la biografía publicada por la fundación Padre Hurtado de Chile.
La alegría de Alberto por haber entrado al Noviciado queda bien expresada en una carta a su inseparable amigo: «Querido Manuel: Por fin me tienes de jesuita, feliz y contento como no se puede ser más en esta tierra: reboso de alegría y no me canso de dar gracias a Nuestro Señor porque me ha traído a este verdadero paraíso, donde uno puede dedicarse a Él las 24 horas del día. Tú puedes comprender mi estado de ánimo en estos días; con decirte que casi he llorado de gozo».
La primera parte de su formación se desarrolla en Chillán, entre Retiros Espirituales y labores humildes. Posteriormente se traslada a Córdoba, Argentina, para terminar allí su período de noviciado y consagrarse al Señor con sus votos religiosos el 15 de agosto de 1925.
Entre los años 1927 y 1931, estudia filosofía y comienza con la teología en Sarriá, España. Un testimonio de aquellos años lo afirma, «tan abnegado, tan caritativo, tan trabajador, tan celoso de la gloria de Dios y del bien de sus prójimos y, como fundamento de todo, tan sobrenatural, unido con Dios y piadoso, principalmente en su devoción a la Santísima Virgen». Por la situación política de España, los jesuitas sacan del país a sus estudiantes extranjeros. Y Alberto debe continuar la teología en la Universidad Católica de Lovaina, una de las más prestigiosas del mundo. Un compañero de formación recuerda: «A uno le agradaba estar con él, pues uno se sentía cómodo. Oía a sus compañeros con mucha atención. Vivía siempre en un ambiente de fe. Era muy mortificado, se daba de lleno al estudio, su caridad era grande; siempre servicial, con una sonrisa acogedora». Otro asegura: «Poseía un gran don de simpatía que hacía tan agradable el trato con él, que era sencillo y modesto». Un hermoso testimonio retrata su carácter: «Su pronta sonrisa y su mirada indagadora, en un modo indefinible, parecía urgirlo a uno a cosas más altas… Su sonrisa daba la impresión de que estaba mirando al interior de mi alma y estaba ansioso por verme hacer mayores y mejores cosas por el Señor».
Un jesuita belga, nos transmite un elocuente testimonio: «El P. Hurtado tenía el temperamento de un mártir; tengo la íntima convicción de que él se ofreció como víctima por la salvación de su pueblo, y especialmente por el mundo obrero de América. Conocí al Padre Hurtado en teología, en Lovaina.
Sobre todo impresionaba y edificaba su caridad, tan ardiente y atenta, resplandeciente de alegría y entusiasmo. Ya entonces se ‘consumía’ de ardor y de celo. Siempre listo a alegrar a los demás.
¡Cuánto amaba a su país y a su pueblo! Ese amor le hacía sufrir profundamente. Volví a ver al querido Padre en el Congreso de Versalles en 1947. Era la misma llama: el fuego interior lo abrasaba de amor a Cristo y a su pueblo. Mi querido amigo era un alma de una calidad ‘muy rara’, y para decirlo todo: un santo; un mártir del amor de Cristo y de las almas».
Fuente: padrealbertohurtado.cl