Reflexión del Evangelio – Domingo 11 de octubre

Evangelio según San Mateo 22,1-14

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’.
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio;
y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta.
‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Diana, la condesa de Belflor y Teodoro, son los protagonistas de El perro del hortelano, comedia de Lope de Vega que Pilar Miró, directora de cine española, llevó a la pantalla pocos años antes de morir. Lope de Vega recoge en esta comedia una de las realidades humanas más paradójicas.

Diana se enamora perdidamente de Teodoro, su secretario, pero sabe que es un amor imposible, porque los separa una distancia insalvable de cuna: la una, perteneciente a la alta nobleza, y el otro, un simple plebeyo. La condesa de Belflor no se atreve a expresar, sino de modo muy sutil, su afecto. Pero cuando ve que Teodoro busca a una mujer de su estirpe para establecer un hogar, Diana manifiesta, sin manifestar, sus sentimientos por Teodoro y lo seduce. Sin embargo, cuando ha logrado que Teodoro abandone a su prometida, y abrigue la esperanza de un amor que parecía imposible, Diana vuelve a tomar la distancia que le signó su nobleza. No alargo el cuento, porque la comedia se desarrolla en el ir y venir de los afectos, que nunca se encuentran. Seducciones y rechazos, atracciones y distancias.

La parábola que Jesús cuenta a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, en el templo de Jerusalén, refleja esta misma realidad humana. Los invitados a la fiesta de bodas no aceptan la convocatoria y desprecian la invitación a unirse a la alegría del rey el día del matrimonio de su hijo. Esto es lo que motiva al rey a ordenar a sus criados que vayan “a las calles principales, e inviten a la boda a todos los que encuentren”. Dice Jesús que “los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente”. Pero, desde luego, es importante estar dispuestos para la fiesta; esto es lo que explica la reacción del rey con el que no iba vestido con traje de boda.

Los dueños de la religión y de la fe, en la época de Jesús, ni aceptaban ellos mismos la oferta de la salvación, ni dejaban que otros la aceptaran; en lugar de ser mediadores entre Dios y los hombres, se convertían en obstáculos para este encuentro. Por eso Dios se ve obligado a extender su invitación a todos los pueblos, a todas las gentes que quieran acoger este llamado, malos y buenos.

Tal vez hoy también nos pase un poco de lo mismo. Somos invitados por Dios al banquete del reino, pero muchas veces tenemos excelentes disculpas para no participar de la fiesta de Dios; y fácilmente nos podemos convertir en obstáculos para que otros se encuentren con Dios. No nos contentamos con despreciar la invitación, sino que, además, impedimos que otros vayan a la fiesta. Mejor dicho, nos pasa como al perro del hortelano, que ni come, ni deja comer…

Fuente: jesuitas.lat

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