Reflexión del Evangelio – II Domingo de Adviento

Evangelio según San Lucas 3,1-6.

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.
Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

Reflexión por Oscar Freites SJ

El Evangelio de este segundo domingo de Adviento nos llama a: rellenar, aplanar, enderezar, allanar, nivelar… Parecería que, en este Adviento se nos invita a una audaz “obra de ingeniería” sobre nuestras vidas. O más bien, a una artesanal tarea de albañilería para “preparar el camino” de nuestro corazón al Dios hecho niño que ya llega. Preparar el camino para que Dios llegue sin tropiezos ni pérdidas.

La narración del evangelio según san Lucas vuelve a comenzar. Se nos presentan años, lugares y nombres de quienes gobernaban la tierra. Surge un espacio y un tiempo nuevo, en los cuales la novedad de Dios puede emerger sin miramientos.

Sin embargo, Dios no hablará a los poderosos de aquella lista sino a un hombre sencillo que se reconoce pequeño. En el desierto, Juan el Bautista recibe y se hace eco de la Palabra de Dios; él es la voz que nos señala la obra de albañilería que necesita nuestro corazón.

En el peregrinar de la vida, nuestros internos caminos se van tornando sinuosos y desparejos, aparecen baches, levantamos barreras, cavamos zanjas y surgen lugares pantanosos imposibles de atravesar. Los problemas, las dificultades, los enojos, el agotamiento, las crisis y las heridas, muchas veces no nos dejan avanzar o impiden que el Amor crezca cada vez más en nosotros.

Ante esta realidad, el Adviento llega como un tiempo para “discernir que es lo mejor” para cada uno de nuestros. Mirar con atención nuestro hoy para nivelar aquello que está un poco desequilibrado, enderezar lo que se encuentra torcido, allanar y aplanar lo desparejo. La Buena Noticia es que no estamos solos en esta tarea, nuestro Padre Dios nos acompaña. Tal como nos dice Baruc: Dios se acuerda y camina con nosotros, nos acompaña y nos sostiene con su misericordia y su justicia.

Es tiempo de preparar el corazón para y con nuestro Dios que siempre viene, encaminando nuestros pasos bajo aquella voz que grita en nuestros desiertos.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *