Sueños e Insomnios sobre la Vida Religiosa

Los sueños están presentes a lo largo de toda la Biblia. En los diferentes relatos, Dios habla a las personas en sueños ¿Qué podemos aprender de estos ‘soñadores’?

Dolores Aleixandre

Buscar otros caminos diversos de los ya recorridos, aunque supongan cambios, riesgos y desconciertos

«Ahí viene el soñador», dijeron los hermanos de José al verle venir hacia ellos. No es el único personaje al que la Biblia relaciona con los sueños: soñó Abrán que Dios lo bendecía aunque aún no había recibido su nombre definitivo (Gen 15,12); soñó Jacob y vio una escalera que comunicaba el cielo con la tierra (Gen 28,12); soñó el Faraón y vio vacas gordas y vacas flacas pastando junto al Nilo (Gen 41,2-3); soñó Nabucodonosor y se agobió tanto, que buscó a Daniel para que le explicara su pesadilla (Dn 2,1); habló Joel (y con lenguaje inclusivo, qué detalle) de un pueblo en el que iban a profetizar jóvenes y muchachas (Jl 3,1).

En el Nuevo Testamento sueña José y se despierta decidido a llevarse a María a su casa (Mt 2,12); sueñan los Magos y, al cambiar de camino en su retorno, se libran de los desvaríos de Herodes (Mt 2,12); vuelve a soñar José y descubre que ha llegado el tiempo de volver a Nazaret (Mt 2,19); sueña la mujer de Pilatos y su sueño la alarma porque están condenando al Inocente (Mt 27,19).

Y aquí andamos hoy los que vivimos esta vida un poco rara que calificamos, con más o menos acierto, como de seguimiento, empeñados unas veces en seguir soñando y sin pegar ojo otras, porque el futuro que entrevemos nos provoca insomnio y el presente en ocasiones también.

«Cuenta las estrellas si puedes», le había dicho el Señor a Abrán, pero nosotros refunfuñamos por lo bajo: – Pues sí que estamos para ponernos a contar, si nos sobran dedos de la mano para contar a la gente en formación. Y encima, instalados hace años en el punto B del sueño del faraón: solo vacas flacas y con poca pinta de engordar y aumentar, por más planes de pastoral vocacional en los que nos atareamos.

Afortunadamente, si no son nuestras fantasías sino Otro quien los inspira, los sueños siguen ahí, tenaces y persistentes, sosteniendo nuestros desánimos y sin darnos tregua hasta que los hagamos realidad. Esto hemos aprendido de los soñadores bíblicos:

  • a plantar nuestra escalera bien abajo pero en comunicación con lo de arriba; con las raíces en lo humano, en medio de la gente, respirando sus mismas búsquedas, participando de sus esperanzas y de sus problemas. Porque eso es ya innegociable y no hay retroceso posible hacia un espiritualismo etéreo, ni hacia un secularismo reseco y despalabrado.
  • a repetir con la terquedad de Habacuc: «- Aunque los campos no dan cosechas y no quedan vacas en el establo, yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador» (Ha 3,18).
  • a buscar otros caminos diversos de los ya recorridos, aunque supongan cambios, riesgos y desconciertos.
  • a dar libertad a los jóvenes para que profeticen y a ellas para que tengan visiones, sin chafarles los sueños con lo de que «eso ya lo soñamos los de nuestra generación, y salió fatal».
  • a acoger con una alegría nueva en nuestra casa a esos huéspedes, Jesús y su Madre, que son sus únicos dueños (y los otros okupas, que salgan zumbando).
  • a volver al Nazaret de nuestros orígenes, con el mismo brillo en los ojos de quienes iniciaron la aventura, pidiéndoles que se encarguen de re-encantar al novicio/a que fuimos, pero con la madurez que nos han dado muchos años de relación y de amor
  • a entregar la vida en el servicio a los inocentes de hoy, condenados injustamente por el pecado del mundo.
  • a reconocer como tiempo de gracia el que ahora nos toca vivir.

Para terminar, una conjetura: quizá Jesús, mientras cruzaba el lago con sus amigos, rezaba el salmo 126: «Si el Señor no construye la casa ni guarda la ciudad, son inútiles nuestros agobios: sus dones vienen a nosotros durante el sueño…» Y por eso dormía tan tranquilamente en la barca, en medio de la tempestad.

Fuente: Periodista Digital

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