Reflexión del Evangelio, domingo 20 de diciembre de 2015
Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.
¡Dejemos que la Navidad nos sorprenda!
Estamos en el frenesí de la temporada navideña. Las empresas celebran con sus empleados la fiesta de cierre de las actividades del año. Las familias y los amigos se reúnen para la novena de Navidad, una actividad que tiene inspiración religiosa, pero que ha adquirido una fuerte connotación social. En estos encuentros, los símbolos navideños ocupan el centro. Pero, más allá de los estereotipos sociales, ¿somos conscientes de lo que estamos celebrando? Es muy probable que estemos reproduciendo una escenografía cuyo significado profundo se haya desdibujado.
Ante la proximidad de la Navidad – faltan cinco días para el gran acontecimiento -, quiero invitarlos a que nos detengamos un momento a reflexionar sobre los misterios que estamos celebrando. Redescubramos el significado de la Navidad y dejémonos sorprender por el mensaje que nos transmite.
¿Cuál es la quintaesencia de las fiestas navideñas? Cada año nos vestimos de fiesta para celebrar esa extraordinaria iniciativa del Padre, quien envía a su Hijo para que asuma nuestra condición humana y reconfigure la relación entre Dios y la humanidad, que se había roto por una equivocada opción de la libertad humana, que conocemos con el nombre de pecado original. El sentimiento dominante en estas fiestas navideñas debe ser un infinito agradecimiento a Dios, que quiere sellar una alianza nueva y eterna a través de su Hijo encarnado.
La presencia del Hijo Eterno del Padre en medio de nosotros produce la más radical de las revoluciones, pues todo lo humano queda impregnado de divinidad, aun las realidades más simples de la vida diaria, como son la vida familiar, el trabajo, la convivencia con los vecinos, etc. La encarnación del Hijo Eterno del Padre, que nace en Belén, un pueblo insignificante, cambia la lectura del acontecer humano. En Jesucristo, se encuentran Dios y la humanidad, el tiempo y la eternidad, la materia y el espíritu, la inmanencia y la trascendencia. Este es el gran acontecimiento que celebramos con las luces de diciembre, aunque muchas personas hayan reducido estas fiestas a una promoción comercial.
La agenda única de Jesucristo, Hijo Eterno del Padre hecho hombre, fue hacer la voluntad de quien lo había enviado. Esto nos lo recuerda el texto de la Carta a los Hebreos que acabamos de escuchar: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Esta es la agenda exclusiva de Jesús y debe ser nuestra única agenda. Cada uno de nosotros hemos venido al mundo con una misión de servicio, la cual se concreta teniendo en cuenta la diversidad de carismas y vocaciones. Ahora bien, cada uno de nosotros debe identificar cuál es esa misión, y esto lo lograremos a través de la reflexión y de una cuidadosa lectura de los signos de los tiempos. Esta misión no debe entenderse como una imposición que Dios nos hace, sino como un llamado a la libertad, que asumimos con alegría y creatividad.
Vivamos esta Navidad como una resignificación de los ritos que venimos celebrando desde niños. Dejémonos sorprender por la iniciativa del amor infinito de Dios que envía a su Hijo. Dejémonos sorprender por la transformación radical que se produce por la presencia de Dios en medio de la comunidad, cuando la luz de la divinidad ilumina el quehacer humano.
En este redescubrimiento del mensaje profundo de la Navidad, los invito a contemplar el encuentro de María e Isabel, narrado por el evangelista Lucas. Estas dos mujeres son protagonistas principalísimas de la historia de la salvación a través de su maternidad. A estas dos mujeres, Dios las invita a colaborar en el plan de salvación generando vida. Pero ellas se encuentran en condiciones atípicas: Isabel es una mujer mayor, que no está en edad de concebir; y María está prometida con José, su novio, pero todavía no conviven.
Estas dos mujeres excepcionales, de una fe inquebrantable en Dios, responden positivamente al llamado, asumiendo la cuota de sacrificio que tan alta misión implicaba. Llama la atención la discreción con que ellas cumplen su tarea; estando muy cerca de sus hijos, apenas se hacen notar…
Como preparación para la inminente llegada del Señor, los invito a leer detenidamente las palabras de saludo que Isabel dirigió a María cuando la recibió en su casa, y el himno de acción de gracias que pronunció María. Hagamos una pausa en estos agitados días para dejarnos sorprender por el mensaje de amor y esperanza que nos transmite el nacimiento de Jesús.