¿Quién es el nuevo Superior General de los Jesuitas?

La 36ª Congregación General de la Compañía de Jesús ha elegido al Padre Arturo Sosa Abascal, SJ de la Provincia de Venezuela, como nuevo Superior General.

El P. Arturo Sosa nació en Caracas (Venezuela) el 12 de noviembre de 1948. Es delegado para la Curia y las casas y obras interprovinciales de la Compañía de Jesús en Roma, y es Consejero del Padre General. Es licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Andrés Bello (1972) y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Central de Venezuela. El P. Sosa habla español, italiano e inglés, y entiende el francés.

 En la Congregación General 35 celebrada en 2008 fue elegido por el Padre General Adolfo Nicolás como Consejero General. Y en 2014 se incorporó a la Curia de la Compañía de Jesús en Roma como delegado para la Curia y las casas y obras interprovinciales de la Compañía de Jesús en Roma. Se trata de instituciones que dependen directamente del Padre General de los Jesuitas y para las que nombra a un delegado. Entre ellas se encuentran, además de la Curia General, la Pontificia Universidad Gregoriana, el Pontificio Instituto Bíblico, el Pontificio Instituto Oriental, el Observatorio Vaticano, así como diversos Colegios Internacionales y Residencias.

 Entre 1996 y 2004 fue Superior Provincial de los Jesuitas en Venezuela. Anteriormente había sido coordinador del apostolado social en este país y director del Centro Gumilla, un centro de investigación y acción social de los jesuitas en Venezuela.

El P. Arturo Sosa cuenta con una larga trayectoria de dedicación a la docencia y la investigación. Ha desempeñados diversos cargos y funciones en el ámbito universitario. Ha sido profesor y miembro del Consejo Fundacional de la Universidad Católica Andrés Bello y Rector de la Universidad Católica del Táchira durante 10 años. Especialmente ha ejercido la investigación y la docencia en el campo de las ciencias políticas, en diferentes centros e instituciones, como la Cátedra de Teoría Política Contemporánea y la Cátedra de Cambio Social en Venezuela en la Escuela de Ciencias Sociales. Ha sido investigador en el Instituto de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela y, en la misma universidad, profesor de la Escuela de Estudios Políticos en la Cátedra de Historia de la ideas Políticas de Venezuela. En 2004 fue profesor invitado por el Centro para Estudios de América Latina de Georgetown University, en Estados Unidos y fue profesor de la Cátedra de Pensamiento Político Venezolano de la Universidad Católica del Táchira. Ha publicado diferentes obras, especialmente sobre historia y política venezolana.

 Fuente gc36.org

 

Reflexión del Evangelio, Domingo 2 de Octubre

Evangelio según San Lucas 17, 3b-10

Dijo el Señor a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”. Los Apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. Él respondió: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’”.

Reflexión del Evangelio – Por Alfredo Acevedo SJ

Después de haber leído las lecturas, podemos ver que la liturgia de este domingo nos presenta un texto que comienza con un pedido: “Señor, auméntanos la fe”. La pregunta que hay que hacerse es por qué los apóstoles piden eso a su Maestro. Si miramos un poco más arriba en el texto lucano, podremos ver que Jesús les estaba hablando del perdón y de la advertencia de no cometer escándalos, sobre todo, referido a los más pequeños.

 Podríamos pensar que frente a esos temas, la única opción posible es pedir al Señor el don de la fe, porque, de otra manera, no sería posible vivir este estilo que Jesús propone.

 Por tanto, aquí vemos el marco de aquel pedido que le hacen al Señor. No perder esto de vista es importante.

 Si echamos un vistazo a la primera lectura, podremos ver que el profeta Habacuc también lanza una pregunta fuerte a Dios: “¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?”

 El profeta, al igual que nosotros, lanza estas preguntas a Dios. Preguntas que, más que simples cuestiones cotidianas a resolver tienen un tinte de reclamo por aquello que Dios “tendría” que hacer y no hace. Son preguntas muy actuales que todos hacemos alguna vez.

 También nosotros vivimos muchas veces nuestra relación con Dios de este modo. Lanzamos preguntas, cuasi blasfemas, para que Dios las resuelva. “¿Hasta cuándo tendré que soportar tal situación? ¿Por qué esto tiene que pasarme justo a mí? ¿Por qué no me socorres? ¿Por qué tanta violencia en el mundo, en nuestro país? ¿Por qué falta la paz en nuestra tierra?” Y preguntar, o aún peor, suponer, que Dios no escucha es más o menos lo mismo que dudar de su existencia. “¿Por qué no existes y resuelves estos problemas?”, decimos muchas veces sin querer queriendo.

 Pero Dios es claro. Su respuesta “He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta, más el justo por su fidelidad vivirá” o “el justo vivirá de la fe en mí”, dicen otras traducciones, es el mensaje claro de Dios al profeta.

 La cuestión –podríamos decir- no está en Dios, sino en nosotros, es decir, en el creyente, en cómo vivimos aquello que decimos creer.

Lo mismo hace Jesús. Frente al pedido de los apóstoles, responde “Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y les obedecería”. Pero al parecer, la fe de aquellos, al igual que la nuestra, no llega ni siquiera al tamaño de un grano de mostaza. ¡Pero claro! Pretendemos que Dios nos resuelva todos los problemas, que nos “aleje los males”… prácticamente, que viva la vida, la nuestra, por nosotros. Y en el peor de los casos, pretendemos que juegue el papel de mago o titiritero.

 Pidamos, tal y como nos lo recuerda la segunda lectura, reavivar el don de Dios que hemos recibido, porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, de amor y de buen juicio. Porque Dios no nos dio la vida para que la escondamos, sino para que la pongamos en juego. La paz no vendrá sólo porque algunos se pongan de acuerdo. Vendrá porque la construiremos nosotros, día a día, con nuestra propia vida. Esto supone animarse a crecer, animarse a ser adultos y tomar la propia vida entre las manos para entregarla toda, sin reservas.

 Es cierto que muchas veces quisiéramos una vida fácil o un dios que nos resuelva los problemas. Eso no existe, ni lo uno ni lo otro, aunque en nuestra mente y en nuestro corazón creamos, o quisiéramos creer, que sí.

 Dios nos quiere adultos, capaces de entregar aquello que Él mismo nos dio y que, por tanto, no nos pertenece del todo. El adulto es aquel que es tan libre que es capaz de entregar todo lo que tiene.

 Cuando descubramos que vamos en esa dirección, tal vez entonces es que podamos darnos cuenta que la fe que pedimos ya la hemos recibido y aunque sea tímidamente también ya la estamos poniendo en juego.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

San Francisco de Borja

Francisco de Borja nació en Gandía (Valencia), en 1510. Gran privado del emperador Carlos V y caballerizo de la emperatriz Isabel, vivió ejemplarmente en palacio. La vista del cadáver de la emperatriz lo impulsó a despreciar las vanidades de la corte. Fue virrey de Cataluña y duque de Gandía. Después de la muerte de su esposa, en 1546, que acabó de desligarlo del mundo, entró en la Compañía de Jesús, de la que llegó a ser superior general. Se distinguió, sobre todo, por su profunda humildad. Dio gran impulso a las misiones. Murió en Roma el 1 de octubre de 1572.

Fue canonizado en 1671.

La popular figura de Francisco de Borja (Gandía, 1510 – Roma, 1572) con una calavera en la mano ha sido durante generaciones el símbolo de la renuncia al mundo para abrazar el Evangelio. La determinación hacia Jesús lo desposeyó de su “escalada” (brillante carrera, tantísimas propiedades nobiliarias, un universo de posibilidades), para acercarse, incluso como General de la Compañía, cada vez más a dos modelos que lo cautivaban: la suavidad de Laínez y el juicio lúcido de Ignacio. Borja nos interpela hoy: ¿qué nombres cautivan también nuestra inspiración?

Fuente: Ser Jesuita

 

Canonización de José Gabriel del Rosario Brochero

El cura Brochero ya es santo, el primer santo auténticamente argentino. En un evento seguramente histórico, fue Francisco , un papa también argentino quien exactamente a las 10.32 (cinco horas menos en la Argentina ) leyó la fórmula en latín que elevó a Josephum Gabrielem del Rosario Brochero al máximo honor de los altares.

 Entonces, aplausos y vivas estallaron entre los más de 1000 argentinos presentes para la misa de canonización -la mayoría cordobeses como el «Cura gaucho»-, identificables con banderas albicelestes con figuras del nuevo santo y ubicados en el sector adyacente al denominado brazo de Carlo Magno. Desde allí, se podía ver de frente, colgado desde la logia central de la Basílica de San Pedro el tapiz con la imagen del Cura Brochero junto a su fiel mula Malacara. La imagen estaba junto a la de los otros seis beatos canonizados en la misma ceremonia: dos franceses, Salomon Leclercq (1745-1792) y Elisabeth Catez (1880-1910); dos italianos, Lodovico Pavoni (1784-1849) y Alfonso Maria Fusco; un español, Manuel González García (1877-1940); y un mártir mexicano, José Sánchez del Río (1913-1928).

 Antes de que el Papa los proclamara santos, con un tradicional rito en latín, el coro de la Capilla Sixtina entonó el Veni Creator Spiritus, que invoca la presencia del Espíritu Santo. Luego, el cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación de las Causas de los Santos, leyó una breve biografía de cada uno, en italiano.

Nacido el 16 de marzo de 1840 en Santa Rosa de Río Primero, Córdoba , Brochero fue un «pastor con olor a oveja» comprometido con el anuncio del Evangelio y en la educación del pueblo, que divulgó la práctica de los ejercicios espirituales de San Ignacio. «Empeñado para favorecer el desarrollo del territorio, promovió la construcción de iglesias, capillas, escuelas rurales y caminos rurales», dijo Amato, que recordó que el «Cura Gaucho» murió ciego y leproso.

Después de que el coro entonara las letanías de los santos, con la fórmula ritual en latín el Papa proclamó santo a Brochero, el «cura gaucho» famoso por evangelizar a lomo de mula a la pobre gente de campo, compartiendo su vida con ellos y promoviendo su elevación humana y religiosa, convirtiéndolo en el primero 100% argentino. Si bien en noviembre de 1999, durante el mandato de Carlos Menem , Juan Pablo II canonizó a Héctor Valdivielso Sáez (1910-1934), que fue entonces considerado el «primer santo argentino», este hermano lasallano de familia española nació casualmente en Buenos Aires y vivió la mayor parte de su vida en España, donde murió como mártir.

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Concelebraban la misa de canonización tres cardenales argentinos venidos especialmente, Estanislao Karlic, Luis Villalba y el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli. Además, 37 obispos, entre los cuales el de Cruz del Eje, postulador de la causa y centenares de sacerdotes, muchos de Córdoba, patria del nuevo santo auténticamente argentino.

También estaban presentes Nicolás Flores Violino, el niño que inexplicablemente se salvó de un gravísimo accidente de tránsito gracias a un milagro por intercesión del Cura Brochero, que llevó las ofrendas. Entonces, el Papa lo abrazó cálidamente e intercambió unas palabras. Y Camila Brusotti, la niña sanjuanina que sin explicación científica logró recuperarse luego de ser salvajemente golpeada por su madre y su padrastro. Su abuela, Marina Bertaggia de Ríos, llevó una reliquia del nuevo santo -fragmentos de un dedo de la mano-, hasta el altar para que fuera venerada.

 En su homilía, que pronunció en italiano, el Papa no habló especialmente de ninguno de los flamantes nuevos santos, sino en general. Y habló del poder de la oración, central para que ellos adquirieran un corazón generoso y fiel. «Gracias a la oración, han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido. Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz», dijo. También subrayó la importancia del apoyo del otro en el compromiso de la oración. «El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra», afirmó.

Recordó que los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. «Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos», aseguró. «También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel», explicó. «Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina«, pidió, finalmente.

Fuente: lanacion.com

Imágenes: La Gaceta

¿Qué tipo de Persona buscan los Electores?

Comenzaron las ‘murmutatio’

El lunes pasado, los 212 electores comenzaron la denominada «murmuratio», una práctica antigua y una etapa clave del proceso de elección. «La «murmuratio» consiste en cuatro días de reflexión y recopilación de información, cara a cara, de dos en dos. A cada elector se le permite preguntar a cualquier otro información sobre otros miembros de la Compañía que podrían ser aptos para el rol de general», explicó el padre Patrick Mulemi, de Zambia, encargado de prensa de los jesuitas. «Este mecanismo elimina el peligro de crear lobby. Ningún jesuita puede presentar a alguien que le gustaría que fuera su líder, y menos que menos, a sí mismo», agregó.

La práctica de la «murmuratio» fue creada por San Ignacio, que junto a sus compañeros fundó la Compañía de Jesús en 1540. En la constitución de los jesuitas, San Ignacio le encargó a sus hombres el uso de un período de cuatro días para «buscar iluminación de parte de aquellos capaces de dar buena información» sobre «quien, en la Compañía, podría ser el más apto» para el cargo.

Los cuatro días de «murmuratio» culminarán el viernes con la elección del nuevo superior general, que será el número 31° de la Compañía en sus 476 años de historia. En una sesión formal, primero habrá una exhortación, luego una oración y después los delegados se levantarán uno por uno para jurar solemnemente con la Biblia y el crucifijo que elegirán al mejor.

Perfil del Padre General

El Prepósito General “debe ser de los más señalados en toda virtud, y de más méritos en la Compañía y más a la larga conocido por tal” [Co 735]. Más que las excelencias técnicas de una persona, se apunta a las cualidades más profundas de su mente y de su corazón, lo que Ignacio llama “virtudes”. Lo que él quiere para dirigir la Compañía de Jesús no es un mero experto, sino una clase determinada de persona, alguien que pueda dirigirnos sobre todo con su ejemplo, que sea “un espejo y dechado” para todos nosotros. Lo que quiere, sobre todo, es que sea un buen jesuita.

En terminología contemporánea, podríamos expresarlo así: Sobre todo, el P. General tiene que ser una persona de profundidad espiritual, de amistad con Dios en la oración, en la acción y en sus relaciones humanas. Con libertad de corazón, para que lidere con un amor humilde, justo y valiente. Que sea una persona de iniciativa y perseverancia en el bien, mostrando siempre magnanimidad cuando se enfrente al éxito o al fracaso. Con cuidado de su salud y de su apariencia. Que en el espíritu, alma y cuerpo viva el magis con un corazón grande, abierto a Dios y a los demás.

Un retrato así puede parecer tan exigente que no hay forma de encontrar a nadie que se acerque mínimamente a él. El mismo Ignacio parece que fue consciente de este problema. Por eso añadió en el mismo párrafo un criterio último recogiendo tres únicas cualidades imprescindibles: “Y si alguna de las partes arriba dichas faltasen, a lo menos no falte bondad mucha y amor a la Compañía y buen juicio acompañado de buenas letras”. En otras palabras, lo esencial es el tríptico de un carácter sano, un profundo amor a la Compañía, y un culto bien sentido

Fuentes: gc36.org y lanacion.com.ar

Imagen: gc36.org

 

Primera Homilía del nuevo Padre General

En la mañana  del sábado 15 de octubre, se reunió toda la Congregación General 36 en la Iglesia del Gesú  para celebrar con alegría una eucaristía de acción de gracias con el Padre Arturo Sosa, que, por vez primera como General de la Compañía, tuvo la oportunidad de ofrecer un mensaje espiritual inspirado en la Escritura. Compartimos aquí su primera homilía.

Hace pocos días, en esta misma iglesia del Gesù, donde reposan los restos de San Ignacio y de Pedro Arrupe, el P. Bruno Cadorè nos invitó a tener la audacia de lo improbable como actitud propia de las personas que buscan testimoniar su fe en la compleja actualidad de la humanidad. Nos instaba a dejar atrás el miedo y a remar mar dentro como actitud necesaria para ser al mismo tiempo creativos y fieles durante la Congregación General.

 Ciertamente, la audacia que necesitamos para ser servidores de la misión de Cristo Jesús sólo puede brotar de la fe. Por eso nuestra mirada se dirige en primer lugar a Dios, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo, como nos recuerda el texto del Evangelio que acabamos de escuchar. Y como nos recuerda la Formula Instituti en el n.1: “Procure (el jesuita), mientras viviere, tener ante los ojos siempre primero a Dios, y luego el modo de ser de su Instituto”. Más aún, queremos poner todo nuestro corazón en sintonía con el Padre Misericordioso, con el Dios que es solo Amor, el Principio y Fundamento nuestro. El corazón de cada uno de nosotros y también el corazón del cuerpo de la Compañía.

 Si nuestra fe es como la de María, madre de Jesús y madre de la Compañía de Jesús, nuestra audacia puede ir aún más allá y buscar no solo lo improbable, sino lo imposible, porqué para Dios nada es imposible, como proclama el arcángel Gabriel en la escena de la Anunciación (Lc 1,37). Es la misma fe de Santa Teresa de Ávila o Santa Teresa de Jesús, cuya memoria celebramos hoy. Ella también, sin miedo, confió en el Señor para emprender lo improbable y lo imposible.

 Pidamos, pues, al Señor esta fe, para que podamos hacer nuestras, como Compañía de Jesús, las palabras de María al responder a la extraordinaria llamada recibida: he aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra. Como Ignacio y los primeros compañeros, como tantos hermanos nuestros que han militado y militan bajo el estandarte de la cruz, sirviendo sólo al Señor y a su Iglesia, queremos también nosotros contribuir a cuanto hoy parece imposible: una humanidad reconciliada en la justicia, que vive en paz en una casa común bien cuidada, donde hay lugar para todos porque nos reconocemos hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo y único Padre.

Por eso nos afirmamos en la convicción que tenía San Ignacio al escribir las Constituciones: Porque la Compañía no ha sido instituida con medios humanos no puede conservarse ni aumentar con ellos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor Nuestro, es necesario en Él solo poner la esperanza.

 Con la esperanza puesta en Dios y sólo en Él, la Congregación General continuará con sus deliberaciones y contribuirá a la responsabilidad del buen gobierno, conservación y aumento de todo este cuerpo (Cons. 719).

 Conservar y desarrollar el cuerpo de la Compañía está estrechamente relacionado con la profundidad de la vida espiritual de cada uno de sus miembros y de las comunidades en las que compartimos la vida y misión con los compañeros. Al mismo tiempo es necesaria una extraordinaria profundidad intelectual para pensar creativamente los diversos modos con los que nuestro servicio a la misión de Cristo Jesús puede ser más eficaz, conforme a la tensión creativa del magis ignaciano. Pensar para entender en profundidad el momento de la historia humana que vivimos y contribuir a la búsqueda de alternativas para superar la pobreza, la desigualdad, la opresión. Pensar para no dejar de proponer las preguntas pertinentes a la teología y profundizar la comprensión de la fe, que pedimos al Señor aumente en nosotros.

No estamos solos. Como compañeros de Jesús queremos también nosotros seguir el camino de la encarnación, hacernos semejantes a los seres humanos que sufren las consecuencias de la injusticia. La Compañía de Jesús podrá desarrollarse en colaboración con otros, sólo si se vuelve mínima Compañía colaboradora. Atención a las trampas del lenguaje. Queremos aumentar la colaboración, no solo buscar a otros para que colaboren con nosotros, con nuestras obras, porque no queremos perder el prestigio de la posición de quien tiene última palabra. Queremos colaborar generosamente con otros, dentro y fuera de la Iglesia, con la conciencia que surge de la experiencia de Dios, de estar llamados a la misión de Cristo, que no nos pertenece en exclusividad, sino que compartimos con muchos hombres y mujeres consagrados al servicio de los demás.

En nuestro camino hacia una mayor colaboración, con la gracia de Dios, vamos a encontrar siempre nuevos compañeros que hagan crecer el número, siempre mínimo por grande que sea, de colaboradores con los otros, invitados a formar parte de este cuerpo. No hay ninguna duda acerca de la necesidad de aumentar nuestra oración y nuestro trabajo por las vocaciones a la Compañía y de continuar con el complejo empeño de ofrecerles una formación que haga de ellos verdaderos jesuitas, miembros de este cuerpo multicultural llamado a testimoniar la riqueza de la interculturalidad como rostro de la humanidad, creada a imagen y semejanza de Dios.

 Apliquémonos, pues, el día de hoy, las palabras del apóstol Pablo: el Dios de la perseverancia y de la consolación os conceda tener unos con otros los mismos sentimientos a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo ánimo y una sola voz deis gloria a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Fuente: gc36.org