Un tercio de la población de las grandes y medianas ciudades de la Amazonía vive en territorios de narcotráfico y violación de derechos humanos. En las zonas periféricas de la selva tropical más grande del mundo, la calidad de vida es peor que en las periferias y las favelas de Rio de Janeiro y Sao Paulo. Esta es la primera entrega de FAVELA AMAZONAS.
El diario Estado encontró una nueva realidad en la Región Norte, donde hay mafias que desvían credenciales del Bolsa Familia y del seguro social, grupos que manipulan informes sobre vacunación y mortalidad infantil, mientras las milicias toman el lugar de los antiguos pistoleros. Ante el aumento del éxodo provocado por políticas públicas, la frontera y la selva pierden habitantes y los asesinatos de personas sin techo en las periferias superan los homicidios por disputas de tierra. En defensa de sus derechos, una nueva generación de líderes sociales desafía los poderes paralelos en los centros urbanos amazónicos.
La Selva se Urbaniza
Del machete Kayapó a la ametralladora robótica del grafiti.
Son tiempos de crimen, furia y odio extremos en la selva. En la Amazonía se revive la explosión de violencia urbana de las favelas, suburbios y periferias de Rio de Janeiro y Sao Paulo de los años 1980, la “década perdida”. Hoy 37,4% de la población de las 62 ciudades con más de 50.000 habitantes de la Región Norte vive en áreas ocupadas por el tráfico de drogas, en las cuales este reportaje tuvo que pedir autorización para entrar.
En la investigación hecha por Estado se compararon mapas de devastación ambiental, datos de alcaldías, informes sobre de seguridad pública de secretarías de estado y declaraciones de autoridades y activistas sociales. Hay una paradoja: justo en el momento en que la selva está más conectada gracias a la expansión del uso del celular y de internet, se aleja de la curva de mejoría en calidad de vida del Centro-Oeste, del Sudeste, del Sur y del Nordeste de Brasil.
La Amazonía, a partir de la cual se generaron discursos acalorados sobre una posible internacionalización de su territorio, hoy es una colcha de áreas en donde si el Estado brasilero no entra con sus agentes de seguridad, mucho menos con profesionales de la salud y la educación.
Contrario a lo que temían nacionalistas y militares, el territorio prohibido no fue cercado por gobiernos extranjeros, sino por pequeños poderes internos. Gracias a su dimensión, la selva resistió en buena medida y en muchas áreas sigue en pié. Sin embargo, las personas que viven en ella, están sin asistencia. En plena era de tecnología y redes sociales, los brasileros “al margen de la historia”, término usado por Euclides da Cunha durante la expedición a los Ríos Madeira y Javari a comienzos del siglo pasado, se encuentran hoy en periferias no menos aisladas. La pelea en la Amazonía por derechos que están garantizados hace décadas en otras partes del país, continúa.
La ausencia de una red de protección social fuerte de la sociedad civil y del poder público deja a las favelas amazónicas –conocidas como invasiones- aún más lejos de los sectores productivos y de los empleos, comparado con las ocupaciones urbanas de las regiones desarrolladas de Brasil. Las muertes por armas de fuego registradas en el Mapa de la Violencia 2015 no dejan lugar a duda: la Región Norte tuvo un aumento de 135,7% en homicidios de 2002 a 2012, periodo en el cual Rio y Sao Paulo, en el Sudeste, presentaban caídas superiores al 50%. Este estudio fue elaborado por el sociólogo Julio Jacobo Waiselfisz en conjunto con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y con datos del Ministerio de Salud.
El sistema de producción basado en las grandes obras de infraestructura, que dan empleos en masa pero temporales, y en las materias primas generadas por la minería, la soja y la ganadería, no garantizó una economía inclusiva. El mercado de trabajo no crece automáticamente alrededor de los proyectos. Por otro lado, los programas federales de distribución de renta por medio de transferencias directas aplicados en los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, que transformaron positivamente el sertão nordestino, no atienden a la compleja realidad amazónica.
En la inauguración de la Belén-Brasilia en 1960, carretera que conecta Anápolis y Marabá, el área amazónica de Brasil, que comprende los estados de Acre, Amapá, Amazonas, Roraima, Rondônia, Mato Grosso, Pará, Tocantins y parte de Maranhão, tenía un 35% de población urbana. Ese porcentaje aumentó a 44% en 1980, 58% en la década siguiente y 69% en el 2000. Hoy, con 24 millones de habitantes, casi un 80% de la población de esa área vive en las ciudades. La ascendencia constante de la curva muestra que la política para atender las demandas de energía y transporte de otros centros del país iniciada en el gobierno de Juscelino Kubitschek se mantuvo en el régimen militar y en la democracia y, con ella, el éxodo y la concentración de tierras.
El Brasil de la industria y del desarrollo que comenzó a ser implementado un poco antes por el presidente Getúlio Vargas, nunca convivió con la idea de la selva en pie. La excepción, por más extraño que parezca, ocurrió en el corto y escandaloso mandato de Fernando Collor (1990-1992), cuando fueron demarcadas las áreas indígenas más grandes del país.
Es importante aclarar que las historias aquí relatadas se encuentran en forma de números en los informes del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE). Si bien la Amazonía brasilera es desde hace dos décadas más urbana que rural, los flagelos de sus ciudades suelen ser opacados por los problemas del “paraíso verde”desde que en 1989 la India Tuíra Kayapó acercó un machete al rostro del entonces presidente de la Electrobras, Jose Antonio Muniz Lopes, en una protesta contra una hidroeléctrica en el río Xingú. Bastante antes de que Gaby Amarantos, una cantante de los bares y de la sacristía de la Iglesia Católica de Jurunas, la quinta favela más grande de Brasil, saliera de Belén y tuviera éxito con Ex Mai Love y Xirley, hits de la música tecnobrega.
En la Amazonía, el avance de la urbanización también resultó en encuentros forzados entre diferentes culturas y tradiciones. Con un pasado reciente marcado por el exterminio de guerrilleros, sindicalistas rurales, líderes sin tierra y religiosos de las bases católicas de la izquierda, la región vive un nuevo momento de movilizaciones sociales. Se trata de una generación sin vínculos con entidades nacionales, que se articula en las redes sociales y orbita alrededor de la cultura en relación a la violencia y a las desigualdades. Grafiteros dibujan ametralladoras robot en los muros de las ciudades. Jóvenes líderes indígenas intentan sacar a la Fundación Nacional del Indio (Funai) del ostracismo. En la nueva selva, un lienzo de solidaridad, todavía frágil, se expresa por medio de batallas de rap, al ritmo del baile del “free step”, de la música de los soundsystems, de la actuación de los hackers del software libre y del trabajo de los documentalistas independientes. La región que dio nuevas formas a la cultura nacional, con los libros y los viajes de Euclides de Cunha, Mário de Andrade, Raul Bopp, y Dalcídio Jurandir, muestra en la actualidad un arte de resistencia.
La nueva generación de activistas sociales no goza de la atención que el exterior pone en la selva. En las últimas dos décadas, la Amazonía perdió el status de área de preocupación ambiental. La selva tropical enfrenta la competencia del deshielo, del efecto invernadero y de los cambios climáticos en el debate internacional. Esto ocurre inclusive la región siendo reserva el 20% del agua dulce de la Tierra. Viajar por la selva después del “boom” ambientalista de finales de los años 1980 y comienzos de los 1990, cuando el cacique Raoni subía a los escenarios con el cantante Sting y Jacques Cousteau sorprendía con sus aventuras en los ríos caudalosos, es encontrar un mundo de penurias conocidas por quienes viven en las metrópolis. Además, la región dejó de recibir recursos del área social de entidades y gobiernos europeos que, en medio de la crisis financiera internacional, concentran las inversiones en África, dejando el Brasil de las conquistas de la era de consolidación del real y del gobierno Lula en segundo plano.
Cómo fue realizado este reportaje
Los mapas de deforestación pueden revelar el poder del crimen en las ciudades. La recolección de datos sobre la influencia de los comandos del narcotráfico en la vida de los habitantes de la Región Norte empleó fuentes de satélites del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais (Inpe) y del Imazon sobre quemas forestales, mapas de barrios, alcaldías, informes de criminalidad de secretarías estatales de seguridad pública y también declaraciones oficiales.
Se utilizaron registros de 39 municipios del estado de Pará, ocho de Amazonas, siete de Rondônia, tres de Tocantins, dos de Amapá, dos de Acre y uno de Roraima. Con la lista de las ciudades más habitadas, recurrimos a las alcaldías y al IBGE para obtener nombres de barrios e invasiones, tamaños de área y numero de habitantes. En Belén, por ejemplo, fueron analizados 70 barrios –del Guamá, con 94.000 personas al Maraú, de apenas cien habitantes-. Autoridades de seguridad pública, comandantes de policía, activistas sociales y habitantes, en los casos de las ciudades visitadas, fueron escuchados para hablar sobre la situación de cada área del barrio y de manchas urbanas de los municipios. En los casos de barrios con más de 15.000 personas, el peso dado a las declaraciones de gentes de seguridad fue mayor para estipular cuantos habitantes vivían en zonas de riesgo.
No es poco frecuente, especialmente en el área metropolitana de Belén, que milicias conformadas por grupos de policías o de ex policías que actúan por cuenta propia en seguridad a empresas y habitantes, en acciones de exterminio y en venta ilegal de armas y municiones, actúen en las áreas de tráfico. a veces ocurre que un hombre de milicia también es un traficante de drogas. En muchos barrios de la capital de Pará, no es posible definir si el territorio es de los traficantes o de los milicianos.
Ya que se utilizaron declaraciones orales, la investigación requirió determinar periodos de tiempos muy específicos para obtener un números más exactos. Las campañas de las fuerzas represivas del Estado pueden alterar el mapa de actuación de bandas y narcotraficantes en cualquier momento, así se hayan solidificado en las principales áreas históricamente dominadas por el crimen. Es el caso de la favela Jurunas, con 64.000 personas, donde la falta de planeación urbana y la miseria social aislaron a la población de los beneficios básicos que otorga el poder público. El periodo de tiempo contemplado en este reportaje fue el mes de mayo de este año. Las actualizaciones comenzaron cuando los registros empezaron a ser recogidos, a partir de agosto de 2014.
Sin el valor ni la rigidez de una investigación académica u oficial, este reportaje es apenas un análisis sugerido sobre lo que ocurre en Manaos, Belén, Ananindeua, Porto Velho, Macapá y Rio Branco, por citar las seis ciudades con más de 400.000 habitantes. En Marabá, que tiene 243.000 personas, se constató que el narcotráfico está presente en la vida del 43% de la población. El alcalde João Salame (PROS) hace un análisis “más conservador” y estima que un tercio de la ciudad estaría en esa situación; aunque después eleva el porcentaje al tener en cuenta la población que está en ocupaciones irregulares, áreas más propicias al crimen.
Leonencio Nossa (TEXTO) Y Dida Sampaio (IMÁGENES)
Fuente: Diario Estado
CPAL Social