Ánimo y Adelante

Ánimo.

Porque sé que a veces la vida se complica.

Porque no siempre es fácil creer, ni dar testimonio de la fe.

Porque a veces cuesta afrontar los retos.

Porque en ocasiones no consigues hacer el bien que quieres,

y sin embargo te ves entrampado en el mal que no quieres.

Porque te descubres, una y otra vez,

peleando con las tentaciones cotidianas.

Ánimo.

Escucha, una y mil veces, la palabra del Señor,

que siempre trae un mensaje de consuelo, de aliento, de confianza.

Porque Él, que ve en lo profundo, sabe de tus tormentas, pero está contigo.

Y Él, que conoce tu barro, sabe que eres capaz de ser su testigo.

Así que, ánimo, y adelante

Fuente: Rezando Voy

¿Qué Desenmascara la Beatificación de Romero?

Por Emmanuel Sicre SJ

Sobre las superficialidades de la derecha y de la izquierda católicas.

Cuando se destrabó la causa de canonización de Monseñor Romero hace unos años de la mano de Benedicto, y cuando se aceleró gracias a Francisco hasta llegar al 23 de mayo de 2015, comenzaron a desfilar los fantasmas del pasado.

Las dos piernas con las que camina la Iglesia se debatían a ver quién había dado el primer paso. Si la “izquierda” reivindicaba su postura de una Iglesia dedicada a los pobres amparada por el testimonio del gran Romero como si fueran los únicos, o si la “derecha” concedía el permiso de subirlo a los altares dado que, siendo uno de ellos, ya lo habían purgado de su supuesta vinculación con las teologías de la Liberación de su último tiempo. ¿Cómo se puede manipular así lo que Dios hizo en la vida de un hombre de esta talla?

La cuestión pone de manifiesto, una vez más, la dualidad que desde sus orígenes hubo en la Iglesia Católica. En verdad, más que de una dualidad se trata de los dos extremos de tensión donde se ubican las innumerables pluralidades del cristianismo. Esta riqueza de experiencias creyentes es la que los medios de comunicación fotografían, pero en sus polos de oposición para vender su producto: el conflicto que separa. Los católicos despistados terminan asumiendo, así, una postura no personal, sino mediática, frívola y suavizada de Romero.

Lo triste es que la beatificación de Romero sirva para poner de manifiesto esta superficialidad de los católicos de “derecha” y de los de “izquierda”, frente a un fenómeno que tiene una significación desbordante de sentido. ¿Cuándo entenderemos que el testimonio de un santo es algo radical?

A los de “izquierda”, como caricatura de la polaridad, san Romero les sirve para desempolvar sus ideologías, para retomar sus discursos oxidados, para olvidar el tiempo y volver a cargar las tintas contra una Iglesia que, con derecho o no, puede no gustarles. La “izquierda” hace, con ayuda de la hipérbole, del mártir Romero un personaje equiparable al Che Guevara. ¡Lamentable!

A la “derecha”, por su parte, como la otra polaridad de esta caricatura, el beato les sirve para acusar a los de la izquierda de haberlo hecho uno de los suyos, les sirve para atacar al Papa Francisco por sus supuestas ideas sospechosas de estar demasiado con los pobres, para atrincherarse esperando que esta “reforma” se acabe tarde o temprano. La “derecha” hace de Romero un ser voluble que, como se llegó a decir cuando se encontraron en su biblioteca con libros de la Teología de la Liberación, “que los tenía pero nunca los leyó”. ¡Lamentable!

Es evidente que, como sostiene Sobrino, no hace falta beatificar a Romero porque el pueblo ya lo hizo desde el momento en que una bala injusta le robaba la vida. Pero hoy la Iglesia ha dado el paso de asumir a este hombre como un mártir de la fe en una época terrible no muy distinta a la nuestra que también mata cristianos, y lo que hacen los católicos “ilustrados” es dedicarse a ver quién ocultó más el proceso, o “limpiar” de ideologías el prontuario del santo.

 Y resulta que Romero celebra con los pobres de Jesús que el Evangelio haya sido una buena noticia de esperanza, en una historia marcada por la sangre, el horror, y la injusticia. Una vez más como aquél terrible 24 de marzo de 1980 en que Romero comenzaba a entrar en la casa del Padre para convertirse en profeta de su tiempo, hoy también San Romero de América vuelve a plantearnos la pregunta por la clase de cristianos que somos: ¿de los que ideologizan a su favor el Evangelio de Cristo? ¿De los que dejan que las injusticias sean una responsabilidad del ámbito civil que no debe mezclarse con la fe? ¿De los que disfrazan sus intereses descuidados de Palabra de Dios? ¿De los que tienen miedo a que la Iglesia sea llevada por el Espíritu del amor, la libertad y la esperanza, y se refugian en las trincheras de las doctrinas, en las cavernas del miedo y en la salvación de unos poquitos justos? ¿De los que temen que Cristo sea piedra de escándalo para los poderosos de la historia? ¡Vamos!

 ¿No querrá decirnos este hermoso evento de la beatificación de Romero que el verdadero milagro no es el que se comprueba científicamente jugando el juego de la modernidad al que la Iglesia le cuesta renunciar; sino que el milagro de Oscar Arnulfo Romero, mártir de la fe, es enseñarnos que Dios pasa por la historia de aquellos que se animan a jugárselas por los preferidos de Jesús, a dejarse transformar por la justicia que exige la fe, porque descubrieron que el amor de Cristo entregado en la cruz puede resucitar en la fe de los que son capaces de creer sin ver?

 

Celebraciones de Nuestra Señora de los Milagros

En el Centro de Santa Fe – Por Ignacio Puiggari SJ

El pasado sábado 9 de mayo tuvimos la gracia de vivir la fiesta de Nuestra Señora de los Milagros. Fuimos un puñado de jesuitas, algunos del clero, la gente del Colegio Inmaculada, el pueblo fiel, el Arzobispo y el infaltable Nino, los que hicimos de la plaza central un lugar de procesión y oración. La Virgen salió triunfal, detrás de la cruz y seguida por los alumnos que la escoltaron. Y en eso la voz incalculable de Alejandro Gauffin comenzó a sonar. Las estaciones fueron cinco y el tema, la familia. Paso a paso la cruz avanzó con lentitud hacia el altar mayor donde el Obispo tenía pensado ya, seguramente, las palabras cercanas y cálidas de su homilía. La misa y la fiesta terminaron en paz. Muy agradecidos por la visita de los compañeros jesuitas, y sabiendo que estas cosas duran poco, celebramos todos con una cena y nos despedimos con afecto.

En Alto Verde

El domingo 10 de Mayo se llevó a cabo la celebración en la Capilla de Los Milagros, uniendo a diferentes comunidades bajo el manto de Nuestra Señora Madre, en su Inmaculada Concepción, haciéndonos partícipes de un momento lleno de gloria y amor.

De esta manera, se dio inicio a la fiesta de Nuestra Madre, con una procesión desde la Capilla San Alonso Rodríguez de La Boca (Alto Verde, Santa Fe), para luego dar comienzo a la Misa en la Capilla de Los Milagros, de la mano de los Jesuitas Carlos Cravena, Alejandro Gauffin e Ignacio Rey Nores. Allí se agrupó la comunidad, los catequistas de las diversas capillas ubicadas en el Distrito, el grupo de Jóvenes Misioneros, los participantes de la Casa del Voluntariado y de la Escuela Papa Francisco.

Luego de transcurrir la Misa conmemorando a Nuestra Madre, se le permitió a la comunidad en general, besar el santo relicario de La Virgen, generando un momento conmovedor y pleno de entrega y pasión por María. Logrando por lo tanto, un espacio de encuentro sincero entre el hermano peregrino y la Sagrada Virgen de Los Milagros.

Además, dentro de este cuadro de festejos y bendiciones, se compartieron tortas y bebidas, para plasmar verdaderamente el cumpleaños de Nuestra Madre, recordando que ella siempre nos abrirá sus brazos, para ser el nexo más hermoso con Dios e interceder en nuestras peticiones.

Por lo tanto, el festejo fue plenamente cargado de cariño, dulzura y compasión, donde el encuentro con Nuestra Madre, alimentó el espiritú de cada hermano para seguir en el camino de Dios Padre.

Virgen de Los Milagros, ruega por nosotros

Carta del papa Francisco por la beatificación de Romero

Papa Francisco

La beatificación de monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez, que fue Pastor de esa querida Arquidiócesis, es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia. Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo.

El Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades. Él ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que ”mana leche y miel. Igual que un día eligió a Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño.

En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.

En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obra un ejercicio pleno de caridad cristiana.

La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.

 Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a ”la violencia de la espada, la del odio», y vivir ”la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Él supo ver y experimentó en su propia carne ”el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de ”las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen ”las armas en hoces para el trabajo».

 Quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno.

 Es momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan. El Papa participa de sus esperanzas, se une a sus oraciones para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre del divino Salvador del mundo.

Querido hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí, a la vez que imparto la Bendición Apostólica a todos los que se unen de diversas maneras a la celebración del nuevo Beato.

¿Quieren saber si su cristianismo es auténtico?

Marcos Muiño SJ

Oscar Romero, Mártir de la Justicia

El próximo sábado 23 de mayo será beatificado en El Salvador un gran testigo de Jesucristo en Latinoamérica: Monseñor Oscar Romero. Fue un hombre inquieto por responder siempre a la pregunta sobre qué significa vivir un cristianismo auténtico. Esto mismo le costó la vida.

Inmerso en un país con mucha violencia e injusticia fue buscando día a día responder a la llamada de Jesús de Nazaret que implicaba un rechazo rotundo a todo aquello que no era justo en el mundo. Pese a tu timidez e introversión, apostó por testimoniar y defender la verdad. En medio de sus inseguridades y conversión permanente, la voz de los más desprotegidos afectó su corazón de Pastor llevándolo a dar la vida por sus ovejas.

Romero estaba convencido de que el mensaje del Evangelio incomodaría los que querían perpetuar un orden injusto y egoísta. Sabía que el amor por los pobres no dejaría tranquilo a los poderosos de este mundo. Defendió la paz, la justicia y la verdadera violencia del Amor.

Tal vez, uno mira la figura de Romero y se pregunta qué nos dice hoy a nosotros. Creo que un punto de partida es ver la realidad que me rodea y hacer un examen de qué es lo que a diario me escandaliza. Así como en Jesús y Romero hubo muchas realidades que los interpelaron escandalosamente, uno también puede cuestionarse cuáles son aquellas que yo veo y siento que no están en sintonía con el Reino de Dios. Veo Injusticia, ¿qué hago?; veo un niño que no sabe leer ni escribir, ¿qué hago?; veo un joven sin posibilidades de estudiar en la universidad, ¿qué hago?; veo a un migrante desplazado, ¿qué hago?; veo a una familia sin techo ni trabajo, ¿qué hago?; veo falta de transparencia y corrupción en las instituciones, ¿qué hago?; veo violencia, ¿qué hago?.

Lo importante es darse cuenta que si uno dijo que quería seguir verdaderamente a Jesús tendría sus consecuencias. Romero lo vivió así hasta dar la vida por sus amigos. Nadie dijo que sería fácil. El buscar la paz, el perdón y la justicia exige salir de uno mismo e involucrase en la historia. Muchos amigos de Monseñor Romero (Como el Jesuita Rutilio Grande) le fueron mostrando que los valores del anti-reino se estaban devorando a su rebaño. Con la confianza en Dios y en su Hijo decidió jugársela por hacer frente a la mentira y denunciar lo que estaba atentando contra la vida de muchos.

Esta puede ser una oportunidad para volver a la contemplación del Crucificado que nos propone Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales y hacernos la triple pregunta del descentramiento: ¿qué he hecho por Cristo?, ¿qué hago por Cristo?, ¿qué debo hacer por Cristo? Que esto permita examinar nuestro seguimiento diario a Jesús en todos los ámbitos donde nos movemos. No hagamos oídos sordos a aquello que nos escandaliza, sobre todo si sabemos que deshumaniza la vida, el trabajo, las relaciones y los proyectos.

 

Por qué considero importante la Beatificación de Romero

Por Rafael Moreno Villa SJ

Monseñor Oscar Arnulfo Romero «concibió el ministerio episcopal como un servicio no como un privilegio; aprovechó su autoridad moral no para beneficio propio sino en bien de los más necesitados solicitando al Presidente de EE UU dejara de apoyar militarmente al gobierno salvadoreño, dialogando con los partidos políticos y las organizaciones populares, mediando en conflictos laborales, sociales y políticos, denunciando a nivel nacional e internacional, las violaciones y los abusos cometidos en contra de la población por parte de autoridades gubernamentales, fuerzas armadas y de seguridad, terratenientes y empresarios», escribe Rafael Moreno Villa, s.j. (coordinador do RJM), a partir de su convivencia cercana como Secretario de Asuntos Sociales, en un artículo testimonial para la Revista SIC, Centro Gumilla. 

Me piden elabore un breve artículo testimonial sobre Mons. Romero a partir de la convivencia cercana que tuve con él como su Secretario de Asuntos Sociales, mientras fue Arzobispo de San Salvador. Al ofrecer mi testimonio no intento contar anécdotas suyas o completar los relatos de su vida o asesinato acaecido el 24 de marzo de 1980. Estoy convencido que ya se ha escrito mucho al respecto.

Prefiero basarme exclusivamente en el conocimiento directo que tengo de él para fundamentar la importancia de su beatificación sin tener que justificarla con textos evangélicos, razones teológicas, párrafos de su diario personal, de sus homilías o cartas pastorales ni citas de otros autores. Al hacerlo no pretendo afirmar que las razones que voy a dar necesariamente sean las que de una manera prioritaria motivaron a la Congregación de la Causa de los Santos para promulgarlo mártir, el pasado tres de febrero.

Me centro en el hecho de su beatificación que tendrá lugar el próximo 23 de mayo porque para algunos carece de sentido, ya que consideran, con razón, que desde hace tiempo el pueblo lo reconoce y venera como San Romero de América. Otros están molestos por la forma en que se celebrará la ceremonia en San Salvador.

Me parece muy importante su beatificación en San Salvador porque, entre otras cosas, la entiendo como: La reivindicación oficial de la Iglesia a la forma de ser y ejercer Mons. Romero su ministerio episcopal. Sin duda alguna la más grave crisis que padeció la Iglesia salvadoreña en tiempo de Mons. Romero no fue el que fuera perseguida, sino que la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES) hubiera actuado dividida durante el conflicto que ensangrentó ese país.

Al mismo tiempo es indudable que una de las cosas que más hizo sufrir y dudar a Mons. Romero, siendo Arzobispo de San Salvador, no fueron los ataques que enfrentó por parte del Gobierno, la trampa que le tendió la Corte Suprema de Justicia, las amenazas que recibió por parte de los escuadrones de la muerte ni los desaires que le hizo la oligarquía salvadoreña, fue el aislamiento, la oposición y la abierta crítica que ejercieron en su contra la mayoría de los Obispos de la CEDES.

Para Mons. Romero estar en comunión con el Papa y los obispos de El Salvador fue siempre de suma importancia. Esta fue precisamente la razón por la que al ser consagrado Obispo en 1970 eligió como lema episcopal Sentir con la Iglesia. Lema que mientras fue Obispo Auxiliar de San Salvador y Obispo de la Diócesis de Santiago María fácilmente pudo evidenciar; pero que siendo Arzobispo de San Salvador se convirtió en una de sus máximas preocupaciones.

En esta última etapa se esforzó por seguirlo viviendo no obstante el creciente aislamiento, crítica y oposición que sufrió por parte de la mayoría del episcopado salvadoreño al tomar Mons. Romero la decisión de no participar en ningún acto oficial del Gobierno de El Salvador mientras éste no esclareciera el asesinato del P. Rutilio Grande S.J. Al ir evolucionando su cercanía a los pobres en una opción en favor de ellos hasta llegar a convertirse en la voz de los sin voz defendiendo abiertamente los derechos de los ”colonos” (campesinos expulsados de sus tierras), de los trabajadores explotados, de las personas marginadas que vivían en los tugurios de San Salvador y de las víctimas de la represión gubernamental. Todo ello hizo que en un contexto de creciente polarización política, económica y social de El Salvador se manifestaran abiertamente dos modelos opuestos de ser obispos, de vivir y predicar el Evangelio.

Resalto la importancia de la reivindicación del modelo vivido por Mons. Romero porque me parece necesario que se multipliquen en la Iglesia Obispos como Él y porque la forma opuesta de ejercer el ministerio episcopal los prelados que abiertamente estuvieron en contra suya fue la que se impuso en esa época al interior de la CEDES: fue, por ejemplo, determinante en la elección del presidente de este organismo, en la decisión de que Mons. Romero se viera obligado a dejar de vivir en el Seminario de la Conferencia. También fue determinante para que el Vaticano, a través de la Congregación para los Obispos, enviara en dos ocasiones (1978 y 1979) visitadores apostólicos a revisar especialmente lo que Mons. Romero hacía y decía y cómo se concebía como Arzobispo de San Salvador. También fue una de las causas por las que se engavetó por mucho tiempo el proceso de su beatificación.

A Mons. Romero tanto impactó esta división de la CEDES y la sospecha del Vaticano que, junto con la reacción cada vez más agresiva en su contra por parte de los sectores más poderosos de El Salvador, hizo que en algunas ocasiones Monseñor llegara en serio a preguntarse si estaba en el camino correcto o debía cambiar de actitud y asemejarla a la forma de ser de sus opositores. Lo que lo mantuvo fiel y firme a su compromiso fue su fe en Jesús: su deseo de seguirlo, su compromiso con los pobres derivado de esa fe y su convicción que varias veces le escuché:

”Si Jesús siendo Dios, no pudo evitar ser signo de contradicción en su época, cómo voy a pretender yo lograrlo teniendo tantas limitaciones. Sólo podría hacerlo traicionando la misión que El mismo Jesús y su Iglesia me encomendó, por lo que más bien diariamente le pido al Señor que me ayude a no caer en esta tentación, a pesar del enorme temor que siento de que me vayan a torturar y asesinar como me han amenazado”.

Una breve descripción de la forma como vivió Mons. Romero su ministerio episcopal tendría que incluir el que Monseñor siendo Arzobispo de San Salvador supo estar siempre atento a los acontecimientos nacionales e internacionales, aprendió a iluminarlos e interpretarlos desde la luz de la revelación; fue un excelente y valiente predicador interesado en explicar la Sagrada Escritura de una manera sencilla y práctica; fue un místico con un firme y efectivo compromiso con los pobres que lo llevó a exigir proféticamente el cumplimiento de la justicia evangélica; fue una persona muy humana que supo vivir la parábola del buen pastor conociendo, conviviendo, defendiendo, dando la vida por sus ovejas y dejándose impactar por ellas, creando condiciones para que éstas confiaran y se dejaran guiar por El.

Durante los tres años como Arzobispo de San Salvador en varias ocasiones visitó pastoralmente todas las comunidades de su arquidiócesis, aun las más pequeñas y remotas; aprovechó sus visitas y la comunicación epistolar para estar bien informado de las necesidades y violaciones a los derechos humanos que padecía la población salvadoreña; tomó siempre en consideración y se solidarizó con estas necesidades y denuncias.

Para ello encargó a dos religiosas que le subrayaran los aspectos más importantes de los cientos de cartas que recibía y contestaran cada una de ellas de manera personalizada, en base a las breves indicaciones que él mismo anotaba en el márgen de esas cartas y le pidió a la oficina del Socorro Jurídico que le fundamentaran las denuncias y dieran apoyo a las víctimas. Concibió el ministerio episcopal como un servicio no como un privilegio; aprovechó su autoridad moral no para beneficio propio sino en bien de los más necesitados solicitando al Presidente de EE UU dejara de apoyar militarmente al gobierno salvadoreño, dialogando con los partidos políticos y las organizaciones populares, mediando en conflictos laborales, sociales y políticos, denunciando a nivel nacional e internacional, las violaciones y los abusos cometidos en contra de la población por parte de autoridades gubernamentales, fuerzas armadas y de seguridad, terratenientes y empresarios. Se preocupó por motivar cariñosa y razonablemente a todos ellos para que fueran sensibles ante las necesidades de la mayoría de la población y dejaran de abusar de ella.

Todo esto lo hizo tratando de mantener una comunicación con su clero y demás agentes de pastoral y siendo respetuoso con los pastores de otras religiones con quienes frecuentemente concelebró, se reunió y desarrolló actividades conjuntas. Congruente con su opción, tuvo un nivel de vida austero y un modo de ser sencillo y alegre. Fue capaz de reconocer sus limitaciones y pedir perdón a los que pudo haber ofendido 

La reivindicación en favor de Mons Romero viene a dar la razón al clamor popular que en repetidas ocasiones le pidió a la CEDES ”queremos Obispos al lado de los pobres, queremos Obispos al lado de los pobres …”

La confirmación de que para promover como cristianos una verdadera y duradera reconciliación social hay que hacerlo desde los pobres, tomando como base la justicia y favoreciendo un amor que vaya más allá de lo exigido por el deber ser. Lo que no puede excluir la sanción a los culpables de las más graves violaciones que se hayan cometido y la reparación de los daños sufridos por las víctimas.

Dada la creciente polarización que existe en El Salvador y en el resto de América Latina, existe en algunos la tentación de presentar la beatificación de Mons. Romero de una manera que no agudice dicha confrontación, asegure sea motivo de reconciliación, posibilite que el beato Romero sea venerado universalmente, evite su politización. Para ello podrían intentar ignorar que la causa de su martirio fue el haber urgido la justicia evangélica; reducir su ejemplo a su práctica creyente devocional, suavizar y recortar su mensaje. Lo que según mi punto de vista, sería inaceptable porque equivaldría a cuestionar la manera como Monseñor promocionó la justicia, llevaría a anular el motivo por el que es mártir.

Lo que más bien hay que hacer es promover la reconciliación social a la manera como él lo hizo y que está brevemente enunciada en el título de este numeral, que no es otra que el camino seguido por Jesús que Monseñor se esforzó por prolongar. La oportunidad para reivindicar a tantas víctimas de la violencia no sólo en El Salvador, sino en cualquier lugar del mundo han sido torturadas o asesinadas por defender sus derechos y promover un mundo mejor.

Finalmente me alegra que la ceremonia de beatificación vaya a ser en San Salvador, en la plaza del Divino Salvador del Mundo y no en la Basílica de San Pedro porque esta decisión es conforme al interés de Mons. Romero de hacer partícipe al pueblo, de los reconocimientos concedidos a su persona.

Ello me recuerda cuando la Universidad de Georgetown le ofreció otorgarle el doctorado honoris causa. En esa ocasión él pidió que se lo dieran en la catedral de San Salvador y al terminar la ceremonia Monseñor salió a la plaza abarrotada de gente que ya no cupo en el recinto. De esta manera quiso compartir con todos su doctorado puesto que estaba convencido que todos eran merecedores de dicho reconocimiento.

Me recuerda también aquella noche en que Monseñor Romero recibió al ministro de Defensa en su pequeña casa ubicada en el Hospital de la Divina Providencia destinado a atender enfermos terminales. El motivo de la visita fue el de confirmarle que las amenazas de muerte que Monseñor había recibido iban en serio y al mimo tiempo ofrecerle un carro blindado y protección especializada, no porque al gobierno de aquella época le interesara conservar su vida, sino porque consideraba que su muerte pondría en riesgo la estabilidad política del país y su permanencia en el poder.

Ante este ofrecimiento, Mons. Romero no dudó en contestar:

”No puedo aceptar la protección que me ofrece antes de que Uds. protejan a mi pueblo y dejen de masacrarlo”.

Se Puede Perdonar – Pentecostés

Diego Fares Sj

Leyendo a Guardini, lo que dice del Espíritu Santo al final de su libro “El Señor”, me quedé gustando un enfoque suyo nuevo para mí. Guardini dice algo así como que “hay una forma nueva de ser en el mundo que se suscita gracias a Jesús y que el Espíritu vuelve posible”.

Jesús, con su manera de ser, mostró que es posible amar al prójimo como a uno mismo. Abrió en el corazón de los hombres el deseo de ser así, como Él. Y al mismo tiempo, como bien mostraban los discípulos cada vez que le preguntaban a Jesús cómo podía ser posible una manera de vivir así, tan abierta y generosa, tan radical, Jesús se ocupó de dejar bien claro que “para los hombres, esto es imposible”. Pues bien: el Espíritu hace posible esta manera de vivir en cristiano. ¿Y cuál es la nueva manera de entender esto, de la que hablaba? Que se puede entender no en clave de un deber sino de una posibilidad.

Tomemos el ejemplo del perdón de los pecados. Jesús dice “Reciban el Espíritu Santo”, e inmediatamente agrega: “los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”.

A veces uno pone el acento en “yo, si soy cristiano, tengo que perdonar”. Y mucha gente se sincera y dice: “Padre, no puedo perdonar”. Desde la perspectiva de hoy no sólo no está mal “sentir esta imposibilidad” sino que es lo más cristiano: “Desearía perdonar y constato que no puedo y, en vez de angustiarme, recibo en este lugar de mi corazón la ayuda del Espíritu Santo”.

Jesús reafirma este deseo de perdonar, que él mismo sembró en el corazón del mundo y reafirma también que es imposible para el hombre realizarlo.

Aquí es donde radica toda su obra, que consiste en “enviar el Espíritu Santo para el perdón de los pecados”. El Espíritu es el que hace posible el perdón.

¿Qué quiere decir uno cuando dice: “no puedo perdonar”?. Quiere decir: lo deseo pero luego, en la práctica, veo que no es posible en plenitud. Muchas veces el rencor se vuelve a apoderar de la situación. El enojo del otro o mi herida se reabren y se produce de nuevo un alejamiento o una ruptura, o queda algo de distancia… Las relaciones se enfriaron de tal manera que no es posible restablecer un trato cálido, volver a confiar. El perdón es a veces un buen deseo y hay momentos en los que, realmente, se da un paso adelante: se vuelve a charlar, se explican las cosas, hay más comprensión del problema…, pero pareciera que siempre queda un sentimiento de fondo de que las cosas nunca volverán a ser como antes. Humanamente la realidad de la vida va por este lado. Hay infinitos matices en cada intento de reconstruir lo que el pecado rompió. Infinitos matices que lo que logran, en muchos casos, es volver más visible el jarrón que se rompió y no se puede volver a recomponer sin marcas y parches.

Ahora bien: eso es justamente lo que Jesús discierne como el problema más hondo del ser humano y allí envía al Remedio Santo: el Espíritu que hace posible perdonar y vivir en este ámbito suyo que es el del perdón.

Cuando uno perdona (como puede, con los sentimientos que le salen y las palabras que logra expresar, con todos sus miedos y peros…), cuando uno perdona, el Espíritu perdona.

El Espíritu perdona de manera tal que se hace realidad lo que expresa el hermosísimo himno gregoriano: el Espíritu “lava lo que el pecado manchó, riega la tierra que quedó árida e infecunda, sana las heridas (las famosas “heridas”, objeto de tantas dinámicas de introspección… el Espíritu es capaz de sanarlas para siempre, de convertir lo que supura en cicatriz, sana y gloriosa, señal de que se luchó y se recibieron golpes, pero ya no son más algo que infecta el presente y empaña el futuro). El Espíritu flexibiliza posturas rígidas, posiciones tomadas, y vuelve posible dialogar de nuevo. Y si se ha perdido el deseo y el fervor, Él calienta lo que está frío. Y si se ha errado malamente el camino, el Espíritu endereza los senderos del que está extraviado y encamina de nuevo las cosas por el buen camino. ¡Es tan verdad que “sin su ayuda no hay nada en el hombre, nada que sea bueno!”. Pero con ella, con su gracia, todo se transforma: el cansancio se pasa, hay consuelo para el llanto y alivio en el sufrimiento.

Ese es el mensaje, esa es la Buena Nueva de Pentecostés: no es que se deba perdonar, ¡es que se puede! Se puede perdonar porque hay Alguien que inmediatamente repara todo y consolida el nuevo espacio del perdón –ofrecido y aceptado- y crea las posibilidades para comenzar de nuevo.

La Iglesia vive del Perdón. Es comunidad de gente que se confiesa sus pecados y recibe constantemente la gracia del perdón personal. Gracia que la lleva a aceptar a los demás como perdonados también y a perdonar en la medida que le toca y le corresponde hacerlo personalmente.

Se puede perdonar porque, cuando entre dos o más se perdonan o abren un ámbito de relaciones en las que está incluida la posibilidad del perdón, Jesús y el Padre envían allí al Espíritu que consolida ese espacio y lo hace vivible con paz y alegría.

Se puede perdonar, es más, perdonar se vuelve una tarea específicamente cristiana, porque hay una Persona de la Santísima Trinidad abocada íntegramente a propiciar y a bendecir esta actitud cristiana.

El Espíritu se derrama abundantemente sobre aquellos que perdonan, que piden perdón, que se abren siempre más a perdonar y que se animan a crear instituciones donde el perdón es la moneda corriente.

Allí donde sentimos la necesidad del perdón –de recibirlo y de darlo- invocamos al Espíritu.

 

Un Misterio Llamado Iglesia – Pentecostés

Raúl Bradley SJ

La fiesta de Pentecostés cierra el ciclo pascual. En este día, la comunidad de los primeros creyentes, apóstoles, discípulos, las mujeres que acompañaban a Jesús (entre ellas, María, la madre del Señor), recibieron al Espíritu Santo. Desde entonces, Dios mismo vino a habitar entre nosotros. El Señor les dio el poder de perdonar los pecados. Para ellos fue como comenzar de nuevo, como criaturas diferentes, recién creadas por Dios. Así comenzó la historia con Adán y Eva. Así comenzó nuestra Iglesia: toda pura. La fuerza del Espíritu no nos convierte automáticamente en santos y perfectos. Continuamos con nuestras debilidades y tentaciones, pero con la posibilidad de perdonar y ser perdonados. Esa es la fuerza que hace que la Iglesia, la comunidad de los creyentes, sea siempre joven, dinámica y que supere crisis, escándalos, dificultades y problemas que parecen invencibles. Es así desde hace más de 2000 años. Cuando escuchamos la palabra “iglesia”, inmediatamente pensamos en edificios muy lindos, grandes o chicos.

Pero no hay en el mundo templo más hermoso que la persona humana, de cualquier raza y condición, porque en cada uno habita el Espíritu Santo. Este es el gran misterio y el gozo de Pentecostés: el envío del Espíritu a las personas, que todas unidas formamos la Iglesia, el pueblo creyente. En estos tiempos de crisis, de dura lucha para vivir, se busca, a menudo, un momento de paz en las iglesias de Material. Y, en cierta medida, se lo encuentra. Pero mucho más profunda es la paz que puede dar el Espíritu que habita en nosotros.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Pont o y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua” (Hechos 2, 1-11).

El Espíritu Santo es el aliento vital y vivificador de Dios

Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (en hebreo la Ruah) de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Génesis 2, 7). La palabra ruah -en hebreo de género femenino- significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y en el pasaje del Evangelio según Juan 20, 19-23 escogido para este Domingo, del soplo de Jesús sobre sus discípulos para decirles: “reciban el Espíritu Santo”.

Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico para referirse al Espíritu Santo:

El fuego simboliza la energía divina que transforma, dinamiza, da luz y calor.

– El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo.

– El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza , se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos.

La paloma (Génesis 8, 11), en el Bautismo de Jesús (Juan 1, 32) evoca al Espíritu que “aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2).

– Con la imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las alas desplegadas, se expresa la comunicación del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo

Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros -todas las personas bautizadas-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna según la vocación de cada cual. Estos dones son siete:

1. Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas.

2. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios

3. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla.

4. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda.

5. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades.

6. Piedad para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.

7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos.

San Pablo dice (Romanos 8, 8-7) que el espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamarlo papá, que es lo que significa abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo les había prometido a sus discípulos que Dios Padre enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b 26), el que está junto al creyente para darle fuerza. Esto fue lo que experimentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe. Y es también lo que nosotros podemos experimentar cuando, en las situaciones difíciles, reconocemos la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente a lo que llamamos “Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo hace posible la comunicación gracias al lenguaje del amor

Toda la historia de la acción creadora, salvadora y renovadora de Dios es un paso de la incomunicación de Babel a la comunicación de Pentecostés. Cuando la intención es de dominación opresora, la consecuencia es una confusión total que impide el entendimiento entre las personas (Génesis 1-9); pero cuando la intención es compartir, construir una auténtica comunidad participativa en el amor, saliendo cada cual del egoísmo individualista, por obra del Espíritu de Dios se produce la verdadera comunicación (Hechos 2, 1-12).

Al celebrar la fiesta de Pentecostés, unidos en oración como los primeros discípulos lo estaban con María, la madre de Jesús, invoquemos la intercesión de nuestra Señora en este mes, y repitamos en nuestro interior la petición que antecede en la liturgia eucarística al Evangelio de este día: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.-

 

 

Sobre Monseñor Romero

Por Rafael Velasco Sj

Sobre el final de su homilía del domingo 23 de marzo de 1980, monseñor Romero dijo: “Les hablo a ustedes, a las bases de la guardia nacional: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una ley que de un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que la orden del pecado…En nombre de Dios y de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben al cielo cada día más tumultuosos, les pido, les ruego, les ordeno, ¡cesen la represión!

Al día siguiente, mientras celebraba misa a las hermanas del hospital donde él mismo vivía, fue asesinado por un sicario pagado por el poder político.

La Iglesia ahora hace un acto de justicia al beatificarlo, proclamando además que su muerte no fue una muerte “ideológica” como sostenían (y aún sostiene) determinados grupos voluntariamente interesados en despolitizar el Evangelio; sino una muerte martirial, un testimonio del amor de Cristo por su pueblo.

Monseñor Romero fue un hombre de Dios y de la realidad. Leyó y vivió el Evangelio en una realidad doliente y marcada por la injusticia y la exclusión de las grandes mayorías. Supo escuchar el clamor tumultuoso del pueblo y- enfrentando sus propios miedos- tomó partido por aquellos que sufrían la violencia, la represión, la exclusión. Lo hizo desde el corazón mismo del Evangelio. No creía que el evangelio exigiera una “neutralidad” hipócrita que en realidad es dejar hacer a los poderosos contra los débiles.

Por eso se comprometió con los campesinos y empobrecidos que eran víctimas de la violencia sistemática. Por eso abrió el obispado para los más débiles y asumió la misión de amplificar su voz. Sus homilías dominicales eran escuchadas por toda la población; en ellas hablaba de Jesucristo y de lo que estaba pasando a su pueblo. Basta leer su célebre última homilía para ver que junto con la reflexión del evangelio, se van enumerando los atropellos a los derechos humanos, deteniéndose sobre los asesinatos, detenciones ilegales y violaciones de garantías que ocurrieron durante la semana; algo que para nuestras latitudes parecería raro, era lo normal, porque el Evangelio de Jesús es denuncia y anuncio, Palabra de Vida que denuncia la muerte y anuncia la Esperanza.

Su palabra, como toda autentica palabra profética, fue regada con su propia sangre. Contrariamente a lo que sus asesinos suponían, con su muerte su voz no fue silenciada, sino que se perpetuó y se propagó con más fuerza. Con la fuerza de la Palabra que surge del Evangelio.

En algún momento él mismo dijo “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Estaba en lo cierto Monseñor; y se equivocaba a la vez. Ha resucitado no sólo en su pueblo, sino en toda la Iglesia y en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que siguen comprometidos con la justicia del Reino de Jesús.

Beato Oscar Arnulfo Romero; ¡Ruega por nosotros!

 

La Alegría Anunciada

Por Leonardo Amaro SJ

“Ustedes estarán tristes y el mundo se alegrará, pero la tristeza de ustedes se convertirá en alegría”.

En nuestro texto, la tristeza anunciada, es la tristeza de los amigos, cuando Jesús sea maltratado y asesinado; cuando se queden solos -sin su maestro- perplejos y asustados por la victoria del mal. E intenta infundirles confianza, porque su vida arrebatada, desde él, será vida entregada por amor. Y esa entrega dará frutos y les traerá una alegría invencible.

Jesús está viviendo su propia entrega como una gestación, como la gestación de un mundo nuevo, que -ya madurada en su historia personal- deberá llegar hasta el final, hasta el misterioso testimonio de su amor en la cruz. El Señor avanza en la esperanza, en la fe que anticipa lo que todavía no ve. Lo que se ve, lo que se impone, es la cruz a ser asumida, la noche; lo que se espera, el triunfo del amor, un hombre nuevo, un definitivo amanecer. Se espera con confianza en la fidelidad de Dios. Su propia resurrección será el primero y el más sublime de los frutos, en el que estarán contenidos todos los demás, la salvación de todos los hombres y su Espíritu derramado para hacernos capaces de vivir como él la plenitud del amor.

El propio Evangelio de Juan nos habrá contado la turbación en el alma de Jesús ante la proximidad de “su hora”. “Y, ¿qué diré: Padre, líbrame de esta hora? Si para esta hora he llegado. ¡Padre, glorifica tu Nombre!” Y los otros evangelistas nos explicitarán el drama de la oración de Jesús en el Huerto: “Siento una tristeza de muerte. Padre, si es posible, que no tenga que beber esta copa. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Jesús no habla de oídas, cuando anuncia a sus discípulos una tristeza a ser asumida, e invita a creer en la luz que brillará al otro lado del túnel, en el definitivo triunfo de una alegría que ya nada les podrá arrebatar.

Para comprender esto desde dentro, desde el dolor habitado con esperanza -desde la tristeza presente, de algún modo ya superada por la alegría anticipada- el Señor nos pone como paradigma a la mujer, específicamente a la madre: la que conoce la dicha entre los los malestares de la gestación, la que habita, llegada su hora, el “trabajo de parto” y el propio dolor y gozo de dar a luz. Y no es una “improvisación del cuerpo”, es todo su ser implicado en el dolor, la tristeza, la esperanza y la alegría; todo su ser envuelto en el misterio del amor encarnado que da fruto.