Jesús dijo a Nicodemo:
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado,porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo,y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Juan 3, 14-21).
Contemplación
Me impresionó esa foto del Papa Francisco confesándose por que todos están mirando para otro lado mientras él, de blanco y con los zapatitos juntos, como un chico de escuela, se confiesa en esos confesionarios macizos y un poco incómodos de San Pedro.
A la semana de llegar a Roma, la primera entrada en San Pedro la hice por la puerta de los peregrinos que está detrás. Como ahora te hacen pasar por un scanner si llevás bolsos, la cola siempre es larga y cuando uno anda cerca no es que entra así nomás como era hace 20 años. La cuestión es que me dieron ganas de confesarme y me confesé con un franciscano muy simpático, que me dijo que ellos habían venido cuando fue la supresión de la Compañía, que tenía esa misión, de ser confesores en San Pedro. Me dio un poco de nostalgia, aunque le pregunté si la gente se confesaba mucho y me dijo que no tanto, que siempre había pero no es que hicieran cola. Uno ve mucho turista y los confesionarios inmensos casi sin gente. Pero lo que quería decir es que viendo al Papa de rodillas en ese confesionario y viendo su posición podía sentir esa “incomodidad” de los confesionarios. El reclinatorio te queda alto por todos lados, para los brazos que hay que estirarse para poner los codos y para los pies que quedan medio de punta. Decía que impresiona ver al personal –a los de frac, que parecen mozos de un hotel de lujo, al guardia suizo, con su penacho rojo y al resto, mirando para adelante y al papa sumergido en el confesionario.
Con dos años de papado, Francisco ya nos “acostumbró” a algunos gestos, pero creo que hace bien que nos siga sorprendiendo que se confiese en público como sorprendió el año pasado. Decía un periodista: “Tras leer un sermón, el Papa debía escuchar las confesiones de los fieles al igual que unos 60 sacerdotes presentes en la inmensa iglesia.
Su maestro de ceremonias, monseñor Guido Marini, le indicó al Papa un confesionario vacío, pero el pontífice se dirigió a otro, se arrodilló frente a un sorprendido sacerdote y se confesó durante unos minutos”. El dice que se confiesa cada quince días, porque es un pecador, como todos.
Y vuelvo a la “incomodidad” de los confesionarios. Cuesta confesarse. Y hace mucho bien. Cuesta decidirse, y luego uno sale respirando hondo, despejado, después del “suspirito”, como los chicos. (Siempre que confieso a los chicos me fijo cuando dan “el suspirito”. Señal que ya estuvo y que estuvo bien. Y con los grandes es lo mismo).
La incomodidad es por una cosa o por otra, pero siempre está. Puede ser pequeña, pequeñísima, como algo que se deja para después, aunque uno no tenga problema en confesarse, o inmensa, como la idea de mover la piedra del sepulcro, cuando uno tiene alguna de esas cosas que se le atragantaron vaya a saber cuándo y no se anima ni a pensar en tocar el tema. Hay incomodidades de tipo cultural, como la de Nicodemo, que va de noche para que no lo vea nadie, no vaya a ser que le cuenten a sus pares del sanedrín. Ayer me quería confesar para acompañar la jornada del Papa y adelantar en espíritu el año de la Misericordia que anunció “inesperadamente”, como dijeron algunos (qué menos inesperado que Francisco anuncie un año de la misericordia si no habla de otra cosa desde que fue elegido Papa!. Pero ahí se ve que la imagen de los que están mirando para otro lado no es simbólica sino que es muy real), me quería confesar, decía y el padre me hizo esperar porque un hermano le había pedido antes. La cuestión es que aproveché para hacer un examen de conciencia un poquito más intenso y me dio mucha incomodidad verme con tantas pequeñas bajezas. Los pecados más grandes son más netos y, cuando uno se anima, dan la sensación de cierta “grandeza”, de sincera valentía. Pero las mezquindades cotidianas como que se resisten a que uno las “acerque a la luz”, como dice Jesús: “Todo el que obra mal aborrece la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios”. A mi me ayuda escribir las cosas, porque al escribirlas como que terminan saliendo tal cual como las quería decir y luego, delante del confesor, las puedo leer. Si no, si las tengo dando vueltas, me influye más la persona del confesor: si muestra apuro no me explayo en algo que me gustaría, si habla él siento que me corta lo mío, si me alienta a seguir, profundizo más…
La cuestión es que hasta el Papa se confiesa y entra por ese molde que nos dejó Jesús y que institucionalizó la Iglesia. Es un sacramento y la gracia de la misericordia viene de esa fuente, con esos envases, en ese “quiosco”, con estos curas y con las vueltas y mañas de cada uno. Jesús está ahí y, como Nicodemo, cada uno tiene que encontrar su ratito para ir a verlo. Si es de noche, de noche. Pero no hay que perderse la cita. El Papa puso la cosa en términos de “camino”, de proceso, como a él le gusta. Cuando Jesús le dice a Nicodemo que el Padre lo envió para salvar al mundo, no para juzgarlo, uno se da cuenta de que le quiere quitar las cosquillas y los miedos y aclararle bien el asunto, que se trata de pura misericordia y bondad y que “el confesionario no es una cámara de torturas” como nos hace ver Francisco. El mismo Papa nos compartió que en este tiempo había estado “pensando a menudo cómo puede la Iglesia hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia”. Es lo mismo, ¿se dan cuenta? El Señor siempre viene con la bondad de Dios y nosotros tenemos mil vueltas. El problema de Jesús y del Papa es cómo hacer para que creamos de verdad que Dios quiere salvarnos y no juzgarnos.
Ahí Francisco lo planteó como “un camino que comienza con una conversión espiritual; tenemos que recorrer este camino” –nos dice-. Y para ello, anunció un “Jubileo extraordinario que tendrá como centro la misericordia de Dios. Será un año santo de la Misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: “sean misericordiosos como el Padre’ (Lc 6, 36). Y esto, especialmente para los confesores! Tanta misericordia!”. Dijo esto y se fue a confesar. Y cada uno tiene que imitarlo: agarrar e irse a confesar.
Ayuda primero dar gracias. Antes de meterse con los pecados, comenzar por dar gracias de todo lo lindo y lo bueno que el Señor no sólo nos ha dado sino que nos ha llevado a hacer. Dar gracias por lo mejor que tiene uno, comenzar por alguna limosna que uno haya dado o algún gesto de caridad que le haya salido espontáneo y hermoso y lo haya consolado a algún otro. La limosna borra multitud de faltas y si uno piensa en la cara de alguno al que dio una limosna seguro que se siente más confiado a la hora de acercarse a Jesús para pedirle perdón de sus pecados.
Depués viene el examen de conciencia de las faltas. Puede ayudar anotar primero que todo el pecado de vergüenza de confese. Fue lo primero que confesaron Adán y Eva cuando, después que pecaron, Dios los vino a buscar y ellos se escondieron. Cuando uno confiesa que le cuesta, después es más fácil decir lo que viene.
Una vez que uno está en la cosa, hay que dejarse “guiar” por el sacerdote. Es como ir al médico: unos te atienden mejor otros más distantes…, la cosa es que en la confesión es el Señor el que da la absolución y si te la da, no hay que fijarse mucho en la letra ni en el tiempo que tardó. Además, la confesión es una sola repartida en muchas veces a lo largo de la vida y lo que no se arregló del todo en una se arregla en otra. Lo importante es que, como les digo a los chinos, cuando me dicen que van a “hablar chino”: “Jesús entiende”. No importa que no entienda mucho el cura y tampoco que entienda todo lo que dice uno mismo. La confesión es sacramente de Su Misericordia y el Señor se las arregla para derramarla en nuestros corazones con los pobres medios que nosotros ponemos. Si la curó a la hemorroisa con que sólo le tocara la orla de su manto! El Señor se las arreglaba para decirle a la gente “tus pecados están perdonados” en las situaciones más extrañas. Los que miraban de afuera decían “de qué habla”, o “quien se cree que es éste”. Pero él le leía el corazón a la gente y sabía que se acercaban de muchas maneras y pidiendo esto o aquello pero que en el fondo lo que andaban buscando es que les perdonara los pecados. Igual que nosotros, igual que todos.
Al leer la homilía de ayer me llamó la atención que terminara diciendo que “la iglesia, que tiene tanta necesidad de recibir misericordia, porque somos pecadores, podrá encontrar en este jubileo la alegría para redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consolación a todo hombre y a toda mujer de nuestro tiempo. No nos olvidemos que Dios perdona todo, que Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón”. El Papa nos anima a “recibir primero nosotros –la iglesia entera- esa misericordia que después estamos llamados a repartir, digamos, con gestos y obras. En este año del Sínodo de la Familia, en el que algunos por querer defender la doctrina endurecen el corazón, como si esta hubiera sido la estrategia de Jesús alguna vez y no todo lo contrario, como ser mostrarse más bueno hasta el punto de dar la vida por los pecadores, el Papa pone este marco de un año de misericordia para que guíe todo lo que hagamos y hablemos.
Termino con tres citas suyas:
En el primer Ángelus después de su elección, el Santo Padre decía que: “Al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia” (Ángelus del 17 de marzo de 2013).
También este año, en el Ángelus del 11 de enero, manifestó: “Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Éste es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!”.
Y en el mensaje para la Cuaresma del 2015, el Santo Padre escribe: “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”.
Para esto, el primer pasito delante de cada uno irá para el lado del confesionario más cercano. Hay una foto que no saldrá en los diarios del mundo pero sí en la red digital del cielo y es la nuestra, la tuya y la mía, arrodillados, como Francisco, en algún confesionario.
Diego Fares sj