Conferencia: «Influencia de la vida y obra ignaciana en el ejercicio de la psicología»

El pasado 9 de febrero, el P. Pablo Lamartheé SJ, participó del Ciclo Ignaciano de Conferencias organizado por el Instituto de Ciencias de Guadalajara. El Ciclo Ignaciano propone una conferencia virtual cada mes, en ocasión de la celebración del Año Iganciano.

El P. Pablo, jesuita uruguayo y Delegado del Sector Espiritualidad en nuestra Provincia, fue convocado para conversar sobre la «Influencia de la vida y obra ignaciana en el ejercicio de la psicología»

«En los Ejercicios se profundizan vivencias personales, se recuerdan historias biográficas, se trabajan deseos y anhelos, se reelaboran vínculos. Se afrontan dolores y límites. Todas las dimensiones de la persona humana se ponen en juego y se involucran en un trabajo psico- espiritual. Por eso surge esta reflexión sobre las aportaciones que ofrece la experiencia de los Ejercicios Espirituales a la Psicología.»

A continuación compartimos el vídeo de la Conferencia y un artículo que desarrolla el tema.

Aportes de los Ejercicios Espirituales a la psicología – PDF

 

Intenciones de oración mensuales del Papa Francisco en 2022

El jesuita Frédéric Fornos, director internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, en una entrevista en L’Osservatore Romano, ha develado que la pandemia ha estado muy presente en las propuestas que los diferentes equipos de la red le han hecho llegar al pontífice.

«El Papa nos invita a rezar por el personal sanitario que asiste a los enfermos y ancianos, especialmente en los países más pobres, con el apoyo de los gobiernos y las comunidades locales. No sabemos qué viviremos en 2022, pero lo que está claro es que la salud seguirá siendo un bien esencial y aún tendremos que cuidar de las personas más vulnerables, los enfermos, los ancianos”, explica el jesuita.

Oraciones de cada Mes:

  • Enero: Educar para la fraternidad.

Recemos para que todas las personas que sufren discriminación y persecución religiosa encuentren en las sociedades en las que viven el reconocimiento de sus derechos y la dignidad que proviene de ser hermanos y hermanas.

  • Febrero: Por mujeres religiosas y consagradas.

Recemos por las mujeres religiosas y consagradas, agradeciéndoles su misión y valentía, para que sigan encontrando nuevas respuestas frente a los desafíos de nuestro tiempo.

  • Marzo: Por una respuesta cristiana a los retos de la bioética.

Recemos para que los cristianos, ante los nuevos desafíos de la bioética, promuevan siempre la defensa de la vida a través de la oración y de la acción social.

  • Abril: Por el personal sanitario.

Recemos para que el compromiso del personal sanitario de atender a los enfermos y a los ancianos, especialmente en los países más pobres, sea apoyado por los gobiernos y las comunidades locales.

  • Mayo: Por la fe de los jóvenes.

Recemos para que los jóvenes, llamados a una vida plena, descubran en María el estilo de la escucha, la profundidad del discernimiento, la valentía de la fe y la dedicación al servicio.

  • Junio: Por las familias.

Recemos por las familias cristianas de todo el mundo, para que, con gestos concretos, vivan la gratuidad del amor y la santidad en la vida cotidiana.

  • Julio: Por los ancianos.

Recemos por los ancianos que representan las raíces y la memoria de un pueblo, para que su experiencia y sabiduría ayude a los más jóvenes a mirar hacia el futuro con esperanza y responsabilidad.

  • Agosto: Por los pequeños y medianos empresarios.

Recemos para que los pequeños y medianos empresarios, duramente afectados por la crisis económica y social, encuentren los medios necesarios para continuar su actividad al servicio de las comunidades en las que viven.

  • Septiembre: Por la abolición de la pena de muerte.

Recemos para que la pena de muerte, que atenta contra la inviolabilidad y dignidad de la persona, sea abolida en las leyes de todos los países del mundo.

  • Octubre: Por una Iglesia abierta a todos.

Recemos para que la Iglesia, fiel al Evangelio y valiente en su anuncio, viva cada vez más la sinodalidad y sea un lugar de solidaridad, fraternidad y acogida.

  • Noviembre: Por los niños y niñas que sufren.

Recemos para que los niños y niñas que sufren, los que viven en las calles, las víctimas de las guerras y los huérfanos, puedan acceder a la educación y redescubrir el afecto de una familia.

  • Diciembre: Por organizaciones de voluntariado.

Recemos para que las organizaciones de voluntariado y de promoción humana encuentren personas que estén deseosas de comprometerse con el bien común y buscar nuevas vías de colaboración a nivel internacional.

https://www.popesprayer.va/es/

Serie de videos testimoniales sobre el voto de pobreza religiosa

El pasado mes septiembre de 2021, el P. General Arturo Sosa SJ envió una carta a la comunidad jesuita en el mundo sobre el voto de pobreza religiosa, en su mensaje invitó a ir más allá de las disputas y controversias y a encontrar un nuevo significado y vida en nuestro voto de pobreza. El P. General insiste en que nuestra pobreza es indispensable si deseamos acercarnos a Cristo y vivir nuestra vocación más profundamente, más auténticamente y con mayor alegría.

A partir de la carta del Padre General, se ha lanzado una nueva serie de vídeos sobre la pobreza religiosa. Cada mes, durante 2022, diversos jesuitas compartirán cómo viven su voto de pobreza. Escucharemos las luchas que han tenido y las alegrías que han experimentado. Reflexionamos con ellos sobre cómo vivir el voto de pobreza de una manera más profunda y alegre.

Compartimos el primer episodio aquí:

Accedé al segundo capítulo aquí: Jesuits Global – Canal de Youtube

Los diversos caminos de conversión

Este artículo se publicó por primera vez en el Anuario de los Jesuitas de 2021. Puede encontrar el Anuario completo siguiendo este enlace.

Escrito por James Hanvey SJ

Gracia, cambio, libertad, misión. Palabras clave en los diversos caminos de conversión

Tanto si hemos nacido en una familia cristiana como si nos hemos hecho cristianos más tarde, la conversión es una experiencia fundamental para cualquiera que tenga una fe viva. Sin ella no existiría la comunidad cristiana. Ya tenga lugar de forma repentina o de forma suave y gradual a lo largo del tiempo, la conversión cambia una vida. Habrá una orientación, una energía y una finalidad nuevas. Habrá un sentimiento de paz e integridad en la vivencia de la realidad de la fe que no disminuye con el tiempo, incluso bajo la presión de la oposición. Lo «ordinario» puede seguir ahí de muchas maneras, pero en cierto sentido lo habitamos de otra forma. Lo que todas las «conversiones» tienen en común es un encuentro con la realidad viva de Cristo. En este sentido, la conversión siempre es un volverse hacia él.

Dimensiones de la conversión

Aunque pueda adoptar muchas formas diferentes, toda experiencia genuina de conversión refleja algunas dimensiones comunes.

En primer lugar, se experimenta como una gracia, o sea, como algo que es dado y no viene directamente de nosotros mismos y nuestros propios deseos, por muy bien intencionados que sean. Por descontado, todos experimentamos muchos cambios en nuestras vidas, unos queridos e iniciados por nosotros y otros no buscados, pero que las circunstancias nos imponen. Sin embargo, en la conversión reconocemos algo diferente. Incluso cuando está mediada, siempre tiene el carácter de algo que nos llega de otro. Hay un sentimiento de que somos llamados. Al mismo tiempo, aunque puede tener una fuerza y una lógica propias, la conversión genuina no puede ser impuesta, sino que nos invita a decir «fiat», a asentir y consentir.

Esto significa que en la tradición cristiana la conversión siempre tiene una estructura relacional. Debe implicar el afecto y la voluntad, además de la inteligencia. Es algo más que un «eureka», una intuición momentánea, por muy trascendental u original que esta sea. En este sentido, como dice el P. Arrupe, no solo tiene la capacidad de enamorar, sino de hacer que permanezcamos enamorados y que permitamos que ese amor se convierta en la razón de ser de nuestra vida. Lejos de apartarnos del mundo, tales experiencias de conversión nos abren a otras formas de vivir en él con más intensidad y más capacidad de apreciarlo.

Nótese que, con todos aquellos que encontramos en la Escritura o en la posterior historia de la Iglesia, la conversión nunca es una llamada a un viaje en solitario. Es entrar en una comunidad, ella misma fruto de la conversión.

Segundo, la conversión produce un cambio. Así, la realidad de la conversión se encarna en las circunstancias de una vida concreta; se convierte una fuerza capaz de conformarla, de darle un nuevo sentido de finalidad y dirección y, por lo tanto, de llegar a otras vidas y de afectarlas. Con el tiempo se va haciendo más estable, al ir creando nuevos patrones de actuación y de relación. Se convierte en un «hábito» o un «modo de proceder». Con todo, la conversión nunca es solo un cambio de conducta, tiene que ser también transformación interior: un nuevo modo de percibir y de comprender, una mente nueva y un corazón nuevo.

Además de transformar una cultura ya existente, a menudo la conversión es capaz de generar una nueva. Al hacerlo se convierte en una gracia eficaz para otros, al crear las relaciones, las culturas o los entornos a través de los cuales otros pueden llegar a descubrir y abrazar un cambio redentor y generativo en sus propias vidas y en sus comunidades.

La tercera dimensión de la conversión se puede reconocer a partir de las dos que acabamos de identificar. De hecho, puede verse como el primer fruto o el fundamento del mismo cambio: se trata de la libertad.

La conversión está basada en la libertad, que es el presupuesto de todo cambio auténtico. El mismo hecho de que Dios se niegue a coaccionarnos es ya la revelación de nuestra libertad. La libertad solo puede existir y tener sentido en la relación, no en la soledad. La gracia de la libertad es que vive en, de y para los otros. En su nivel más profundo, la conversión a la que Cristo nos llama es una conversión hacia su misma libertad. Se expresa en un ofrecimiento sin reservas de uno mismo como don para el bien del otro: amor. Quizá esta es la conversión más profunda de todas. En ese sentido, es la realidad en la que siempre estamos esforzándonos por entrar, la gracia que siempre estamos buscando, pero que solo podemos encontrar cuando asumimos el riesgo de la autodonación.

La cuarta dimensión de la conversión es la misión. En la Escritura, en todos los momentos de conversión se encomienda una misión. Y en la misión entran en juego todas las dimensiones de la conversión que hemos visto. La misión es algo que nos es conferido; no es algo que nos pertenece, sino que nos es dada por otro que tiene el poder de enviarnos. Toda vida cristiana está configurada por la misión, puesto que participa de la misión de Cristo. En efecto, Cristo mismo recibe su misión del Padre y la vive en y por medio del Espíritu Santo.

De cualquier forma que seamos llamados a realizar nuestra identidad-misión cristiana siempre estaremos en este camino de conversión, descubriendo de nuevo en cada circunstancia de nuestras vidas qué significado tiene para nosotros y cómo somos llamados a ponerla en práctica. También por esto, la conversión como evento y como proceso requiere del discernimiento: esa búsqueda atenta, con la mente y el corazón de la fe, para encontrar en nuestras relaciones y en nuestras circunstancias concretas como servir mejor a Dios, que nos está ofreciendo la vida del Reino, capaz de sanar a toda mujer y todo hombre, a todas las criaturas.

Conversión para el Año Ignaciano

Entonces, ¿por qué nos estamos centrando en el tema de la conversión para el Año Ignaciano? Porque este es una llamada permanente a reconocer su gracia, a estar abiertos a cambiar, a ejercitar nuestra libertad, a hacer que nuestra misión dé más fruto.

«Aún más allá»: canción sobre la vida de San Ignacio

Cristóbal Fones SJ traduce al español la canción «Carry you», compuesta por Phillip Hurley SJ, y la comparte para este Año Ignaciano. La letra habla sobre el recorrido de discernimiento de San Ignacio de Loyola, pero también visualiza el camino de muchas personas en su búsqueda de Dios.

Compartimos la letra y la canción

Beatificación del P. Rutilio Grande y compañeros mártires

El pasado 22 de enero fueron beatificados en El Salvador, el padre Rutilio Grande S.J. junto con los laicos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, asesinados el 12 de marzo de 1977 y fray Cosme Spessotto O.F.M. asesinado el 14 de junio de 1980.

La ceremonia de beatificación fue realizada por el cardenal Gregorio Rosa Chávez. El P. Pascual Cebollada sj, Postulador de la Causa, representó al P. Arturo Sosa SJ en la celebración. Este es el testimonio de su experiencia:

“Ha sido un consuelo leer la vida de Rutilio, ver cómo este jesuita estaba tan comprometido con los impotentes y los indefensos. También aprecié su humanidad y pude identificarme con él en muchos aspectos de su vida. Su compromiso con la oración y con la cercanía a Jesús pobre y humilde – algo a lo que todos los jesuitas están llamados – lo ha convertido en un ejemplo del que todos podemos aprender”.

En un mensaje de vídeo, el P. Arturo Sosa, Superior General de los jesuitas, dijo:

“El P. Rutilio Grande fue un jesuita de dimensiones humanas y religiosas insospechadas. (…) Él supo ser consejero, compañero comprensivo y amable, al mismo tiempo firme y serio en lo que se refería a la vida cristiana y al ejercicio responsable del ministerio presbiteral. La población campesina, de la que él mismo era parte y a la que sirvió con dedicación en su servicio pastoral, halló en él un religioso cercano, abnegado y cariñoso, ordenado presbítero para compartir la vida con la comunidad de los seguidores de Jesús que dan testimonio de la Buena Noticia”.

En el siguiente link podrás ver la ceremonia de la beatificación: Transmisión en vivo – Televisión Católica del Salvador

 

La vida consagrada en su encrucijada

El 2 de febrero, día de la Presentación del Señor en el Templo, se celebra en la Iglesia el Día de la Vida Consagrada. Una jornada para orar por todas las familias religiosas, que comparten una misma consagración a través de sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Son cientos de miles de mujeres y hombres en todo el mundo. Comunidades que se pueden encontrar en todos los continentes y en todos los contextos. Con una misma misión –colaborar en la construcción del Reino de Dios– y muy diferentes carismas: la educación, la oración, la espiritualidad, el servicio de la palabra, la atención a los presos, el acompañamiento de las prostitutas, la atención a los últimos…

Son tiempos de cambio en general en nuestro mundo y nuestra Iglesia. También en la vida religiosa y consagrada, al menos en Occidente. Lejos quedan las décadas centrales del siglo XX en que miles de jóvenes, cada año, entraban en las congregaciones, en una sociedad más católica y en una época donde las instituciones en las que entraban eran hervideros de actividad. Hay quien quiere explicar la disminución repartiendo culpas (fustigando al Vaticano II y sus cambios mayormente). Pero eso son explicaciones que olvidan el cambio global, en la Iglesia en conjunto. La secularización. El descrédito de las instituciones (no solo religiosas). La fragmentación. La pérdida del largo plazo en los horizontes vitales (¿quién puede decir hoy para siempre?). La falta de valoración de compromisos que implican renuncia, en la era de la búsqueda de la realización personal. El aumento de las familias de hijos únicos. El miedo. El envejecimiento de las congregaciones, que a veces pesa como una losa sobre las generaciones más jóvenes.

Podríamos quedarnos en ese vaso medio vacío. Pero ¿no es este también un tiempo de oportunidad? La vida religiosa que salga del siglo XXI será muy distinta a la que entró en él. Es tiempo de repensar, refundar. Es tiempo de volver a preguntarse por lo esencial –que no es lo que hacemos (que hoy hacemos con otros muchos, gracias a Dios), sino lo que somos–. Es tiempo de afrontar, con honestidad, nuestras propias contradicciones, aunque por el camino tengamos que discutir mucho. Es tiempo de escuchar mucho más a quien mira al futuro (con esperanzas y temores) que a quien está anclado en el pasado (con nostalgia a veces estéril). La vida consagrada es hoy un susurro profético que dice que se puede poner a Dios en el centro de la vida y convertirlo en la referencia fundamental. Que puede ser nuestra riqueza, nuestra pasión y nuestro destino común. Que se puede pertenecer a una comunidad de gente muy diversa, porque lo que nos une no son ideologías, caracteres o formas de pensar, sino la conciencia de querer seguir al mismo Señor. Que la amistad en el Señor es una manera muy profunda de amar en este mundo de soledades e individualismo. Y, si todo eso es verdad, y Dios sigue llamando, el futuro es tiempo de esperanza. A su modo.

José María Rodríguez Olaizola, sj

Fuente: pastoralsj.org

#Memoria2021 – La vulnerabilidad a los ojos de Ignacio

Reflexión de Tiziano Ferraroni SJ sobre la importancia de la vulnerabilidad para San Ignacio y en la fundación de la Compañía de Jesús. Considera que la aceptación de la vulnerabilidad, innata a la humanidad, supone un reto importante para la sociedad contemporánea.

¿Y si pidiéramos a Ignacio de Loyola que nos ofreciera una palabra de consuelo, un consejo, a nosotros, hombres y mujeres en la era del COVID, hijos de una sociedad que quiere borrar cualquier rastro de vulnerabilidad y que, sin embargo, la ve resurgir, amenazante y desestabilizadora como siempre? ¿Nos ofrecería Ignacio unas “reglas para comportarse en tiempos de vulnerabilidad” igual que hizo con el “ordenarse a comer” o con “distribuir limosnas”? ¿Propondría un ejercicio para superar la vulnerabilidad, él que sabía encontrar el ejercicio adecuado a cada situación espiritual? Seguramente no se lanzaría a darnos una conferencia sobre la vulnerabilidad. No eran su estilo los grandes discursos. Prefería las palabras sencillas. Lo más probable es que Ignacio se limitase a contar su historia. Narraría la historia de su propia vulnerabilidad. Es lo que hizo cuando los primeros compañeros le insistieron en que escribiera la historia de su conversión como “testamento” (Prólogo de Nadal a la Autobiografía [Au 2]) para “fundar verdaderamente la Compañía” (Prólogo de Câmara a la Autobiografía [Au 4]).

Podemos imaginar que Ignacio, en un lenguaje un poco más adecuado al mundo contemporáneo que el de hace cinco siglos, comenzaría a recordar aquella herida de la que partió todo, cuando, durante la batalla de Pamplona, un proyectil hirió su pierna. A continuación, nos contaría cómo se sintió perdido durante los meses de convalecencia, cuando le estuvieron ya vedadas sus distracciones de siempre – juegos, damas, armas – cuando cayó en la cuenta de que su vida social estaba muy condicionada, porque andaría cojeando el resto de su vida. En una palabra, habían quedado destrozada su pierna, y, junto a ella, su misma identidad. Tal vez Ignacio llegaría a confesar en ciertos momentos que se sentía abrumado por una ola de desesperación, como si un fluido negro invadiera su corazón.

Al recordar estos momentos, Ignacio asumía un aire serio, pero su rostro sereno y el tono tranquilo de su voz dejaban entrever el resto de la historia. Continuaría diciendo que su herida no era el final de nada, sino el principio: que precisamente esta herida le había enseñado a pedir ayuda a otros, y a aceptar la ayuda que se le ofrecía; que era esta herida la que le había obligado a pasar largas horas en silencio y soledad, a leer y meditar la Vida de Cristo y las Vidas de los Santos. No sin lágrimas de emoción, confesaría: “En aquella cama de Loyola, aprendí a distinguir las palabras que me daban la vida de las que me causaban la muerte. En aquella cama, por primera vez, se me abrieron los ojos y, de repente, todo me parecía nuevo, vivo, diferente. Dios estaba allí, en todas partes, lo sentía presente. Durante esos días sentí que la Vida florecía en mí. Una vida que nunca jamás abandoné”.

Ignacio no se detiene en este punto de la historia. Continua relatando pruebas de su vulnerabilidad, que le depara el camino, pruebas que resultan ser cada una nueva oportunidad de crecer en la vida que está brotando en él. La más dura de ella es la prueba de los escrúpulos, cuando fue asaltado por la angustia abrumadora de no poder responder adecuadamente al amor de Dios. En aquella ocasión luchó contra sí mismo, luchó contra su propia vulnerabilidad. Hasta que, no encontrando otra salida, clamó a Dios. Y Dios le respondió. Ignacio se sintió inundado por su misericordia. A partir de ese momento, Ignacio abandona el desprecio que sentía por su cuerpo. Sus ojos comenzaron a contemplarse a sí mismo, y a los demás, con los ojos de Dios. Su mirada se ha transformado: se ha convertido en una mirada vulnerable, que se deja vulnerar, serena y suavemente, por todo lo que le rodeaba (Ver Autobiografía 1-37).

Podemos imaginar que, llegados a este punto, Ignacio deja de hablar y dirige esa mirada vulnerable hacia nosotros. Luego, se despide en silencio, tras haber narrado su historia. No añade nada más, porque es consciente de que a veces, cuando la vulnerabilidad se deja sentir, no son los grandes discursos los que ayudan, sino la historia de quienes, tras haber atravesado un trance difícil, pueden alegrarse de haber salido vivos, incluso más vivos. A los primeros compañeros, que pedían a Ignacio les dejara una “historia de los orígenes”, una historia que pudiera servir de “mito fundacional” para la Compañía, les entrega Ignacio una herida y todo lo que de ella se desprende. Implícitamente afirmaba que su vida había nacido de una herida, que la Compañía de Jesús nació de una herida. Tal vez el mundo contemporáneo, que lidia con algunas manifestaciones extremas de vulnerabilidad, necesita simplemente historias que le ayuden a no tener miedo de esa vulnerabilidad, a no rehuirla; necesita historias que le permitan vislumbrar que la herida acaricia, la vida que fluye de la herida. Relatos no nos faltan: en primer lugar el de Jesucristo, luego el de Ignacio y el de tantos testigos. Podemos añadir aún otros: el mío, el tuyo…

Fuente: ignatius500.global/es

#Memoria2021 – Conferencia: «Una lectura creyente de lo que nos está pasando»

Nos adentramos para reflexionar juntos y hacer una lectura creyente sobre lo que estamos viviendo de la mano de José María Rodríguez Olaizola sj. Vitoria-Gasteiz 

La conferencia nos propone aplicar el examen ignaciano a los tiempos que estamos pasando: reconociendo primero al Dios que se nos presenta; haciendo una pausa para agradecer, aún más necesario en tiempos de escasez o distanciamiento.

También presentando al Señor nuestra propia petición, abriendo el corazón y el mundo interior para explicitarlo en necesidades y deseos al Señor; pidiendo perdón por nuestras cegueras, nuestro egoísmo o autoreferencialidad.

Finalmente, nos pone de cara al futuro, abriendo el espíritu a los propósitos y proyecciones del día después, para dar lugar a la conversión constante al Dios de la vida.

#Memoria2021 – Revista Manresa n°354: el discernimiento en común

El término ‘discernimiento’ se entiende como el hecho de juzgar sabiamente y escoger cuidadosamente entre muchas opciones. Un significado que entre los jesuitas y compañeros ignacianos se queda corto. Discernimiento significa mucho más. 

Es una herramienta para la toma de decisiones enraizada en los Ejercicios Espirituales y que requiere de diálogo, de escucha, de indiferencia afectiva e intelectual para no condicionar desde el principio, y como condición necesaria, de oración desde la convicción de que Dios se comunica. 

Una práctica ignaciana instaurada por los primeros jesuitas que el padre general Padre Arrupe desempolvó en 1971. Kolvenbach en 1986 la sintetizó tras recibir información de superiores de todas las provincias. Adolfo Nicolás la impulsó en 2009 durante un encuentro sobre discernimiento en común. Ahora el padre general Arturo Sosa ha recogido el encargo de la CG 36 y ha escrito una carta a toda la Compañía (27/9/2017) animando a ahondar en el discernimiento en común como algo inseparable de la planificación apostólica. 

Todo apunta a reconocer al discernimiento en común como la clave para abordar las situaciones apostólicas complejas de hoy. 

Fuente: infosj.es