Marcelo Amaro SJ: «Todo don implica una tarea y ésta es la de unirnos a Jesús en hacer presente el Reino aquí y ahora.»

Reflexión del Evangelio – Domingo 25 de junio

Por Marcelo Amaro SJ

Evangelio según San Mateo 10,26-33.

Los dones que Dios nos da no son para que se limiten a ser vividos como beneficio propio, siempre son para construir la fraternidad del Reino en esta historia y en este mundo. De hecho, la gracia de Dios la acogemos verdaderamente en nuestra vida si redunda en amor y servicio hacia los demás. Si se queda encerrada en nosotros mismos, no quiere decir que Dios no nos la haya dado, pero claramente significa que no la hemos abrazado.

Por eso, Jesús nos dice que “Lo que les digo de noche díganlo en pleno día, y lo que escuchen al oído pregónenlo desde la azotea.” Y esto nos compromete al testimonio y al anuncio.

Con humildad y con verdad podemos descubrir el paso de Dios en nuestras vidas y las huellas que va dejando en nuestros corazones: la sensibilidad, la capacidad de compasión, la creatividad, nuestras destrezas, las cualidades que tenemos, el deseo de bien, todo es para amar y no para que los desperdiciemos en la búsqueda de reconocimiento o que se limiten asegurarnos bienestar. Todo don implica una tarea y ésta es la de unirnos a Jesús en hacer presente el Reino aquí y ahora.

Jesús conoce bien el corazón humano, por eso nos dice que no tengamos miedo, porque el temor nos paraliza, nos encierra en nosotros mismos y no nos permite vivir en plenitud. Con lucidez y con una atrevida valentía, el Señor nos dice: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, teman al que puede destruir con el fuego el alma y el cuerpo.” Es decir, si le vamos a tener miedo a alguien que sea a Dios y no a los hombres. No le tengamos miedo a la imagen que se puedan hacer de nosotros, ni al “qué dirán”; ni siquiera a la persecución ni a la muerte. Son fuertes las palabras de Jesús, pero ciertamente, Él las vivió radicalmente y tantos amigos suyos a lo largo de la historia que han vivido la fe en contextos conflictivos, estas palabras los llenas de fuerza y esperanza. Vale la pena el amor al modo de Jesús, cueste lo que cueste y digan lo que digan.

Si vas a tenerle miedo a alguien temele a Dios; pero, en realidad, a Dios no debemos temerle porque para Él contamos mucho; Él cuidará de nosotros.

Pidámosle a Dios la gracia de la confianza radical para que podamos reconocer los dones que nos da y la vocación a la que nos llama; y para que no nos paralice el miedo, ni a hablar, ni a morir y que tengamos la valentía de confesar a Jesús y la esperanza que nos trae frente a la gente de nuestro tiempo. Que Dios nos bendiga y fortalezca.

Fuente: radiomaria.org.ar

En camino sinodal desde Roma

Por María Luisa Berzosa González FI

Hace unas semanas, como sabemos, el Papa Francisco abrió la puerta del aula sinodal, no solamente a los obispos, para la asamblea de octubre próximo, sino también a mujeres y laicos del pueblo de Dios.

Mi valoración sobre este paso es muy positiva. Muy sorprendente, lo esperaba en algún momento sin tener idea de cuándo sería, pero ahora me ha llenado de alegría. Considero que Francisco va haciendo cambios paso a paso para ayudar a que la iglesia vaya siendo enteramente sinodal en su ser y en su actuar.

Por una parte, lo entiendo en coherencia con el proceso sinodal que estamos viviendo, es un Sínodo con elementos nuevos respecto de los anteriores y más inmediatos, y esta novedad radica entre otros elementos, en una invitación universal al Pueblo de Dios. Incluidas personas creyentes e increyentes.

Por tanto, la posibilidad de participar en la asamblea sinodal y de tener voz y voto, mujeres y laicos, es congruente, cómo digo, con el Sínodo de la Sinodalidad. Porque el discernimiento, la escucha, el encuentro, la reconciliación, no puede hacerse prescindiendo de una gran parte de la comunidad eclesial. Se hace más real la participación, comunión y misión, ejes centrales del Sínodo.

Creo que es un paso histórico que implica un cambio fuerte respecto a cómo estábamos viviendo nuestro ser eclesial, manteniendo quizá un poco en el olvido lo que ya el Concilio Vaticano II nos dejó como herencia eclesial.

Sí. Es una nueva puerta abierta que abrirá otras más, si caminamos a la escucha del Espíritu que habla también en los gritos, susurros y silencios de nuestro mundo y que nos dará la creatividad necesaria para encontrar las respuestas oportunas.

Por tanto, el cambio es dinámico, no estático. Confío en que sigan abriéndose más puertas y ventanas con nuevo aire para nuestra iglesia y para el mundo a cuyo servicio está.

¡Me gusta decir que la Sinodalidad ha venido para quedarse… y me lo creo!

Imagino que a algunos obispos, como a otras personas, pueden no agradarles ciertos cambios, sabemos que hay resistencias más activas o más pasivas, pero la vida se impone y ésta exige cambios, es dinámica y por otra parte siempre será más rico el diálogo plural como es la iglesia, y no solamente que una parte decida todo.

Agradezco a Francisco su firme decisión de acompañar el Sínodo con sus consecuencias. También soy consciente de que esa actitud es un compromiso fuerte para quienes nos sentimos parte activa de la iglesia, en seguir colaborando para que la puerta siga cada vez más abierta. Para que en nuestros entornos, amplios o reducidos, sigamos con actitud de apertura, de acogida, de inclusión.

Es urgente y necesario dejar de hablar de periferias, de márgenes, para que todos y todas podamos estar en el centro y, para ello, urge nuestra conversión personal y pastoral.

¡Muchas gracias, Hermano Francisco!

Reflexión: Yo lo siento así

Por Pedro Aliaga SJ

Cuantas veces hemos escuchado esta frase después de la opinión de que una persona, bajo capa de sinceridad, nos diera su opinión sobre algo que nos afecta directamente.

Y digo bajo capa de sinceridad porque parece que, a veces, nos aprovechamos de ésta para arrojar sobre otra persona nuestra opinión, dejando sacar al inconsciente e incontinente que llevamos dentro.

Esta incontinencia bajo capa de transparencia, honestidad, o sinceridad lo que deja claro es que no siempre ponemos en el centro a la persona que tenemos enfrente.

Cuando queremos a alguien no le soltamos aquello que no pueda digerir. Como con la alimentación, vamos amoldando el menú según la capacidad de digerir y masticar con las necesidades que tenga la persona. Cuando somos tan poco empáticos, nuestra escucha activa queda anulada, dejando así a la persona que queremos ayudar atrapada por nuestro propio juicio.

Y cuantas veces lo que sentimos puede nublar nuestro juicio frente a una realidad concreta. Ya no solo es el hecho de no escuchar al otro, es el que nosotros podamos proyectar en el otro nuestros miedos, prejuicios, …, vamos, nuestra película. Y esto no ayuda porque podemos manipular la realidad que está viviendo esta persona, a la que queremos ayudar. Y eso es tierra sagrada.

Ante lo cual, mucho sentido común. Menos hablar y más escuchar. Más ser y estar que dar soluciones. Solo acompañar. Porque no nos pertenece lo que está viviendo esa persona. Porque cuando echamos la vista atrás y recordamos momentos de crisis, lo que realmente valoramos no son las palabras sino la presencia del Amigo fiel que nos ha sostenido para empezar a descubrir lo que había dentro de mí.

Fuente: pastoralsj.org

El Corazón de Jesús

Hoy en día se ha edulcorado un poco esto del corazón. Corazones en emoticones, dibujos, tallados en los árboles, en tazas y llaveros. Corazones en canciones. Rotos, robados, heridos, apasionados, ligeros, pesados. Corazones que sienten, y otros insensibles. El corazón parece un depósito de sentimientos.

Tal vez todo eso sea (en parte) real. Pero el corazón es mucho más. La imagen del Corazón de Jesús, en su origen, habla del amor. Con mayúsculas. El Amor. No una imagen blandita de las cosas ni una aproximación solo emocional a la fe. El Amor que decimos que es Dios y que personalizamos en Jesús. Amor verdadero, que es una manera de mirar a la realidad conociéndola, queriéndola y comprometiéndose con ella. Así nos mira Dios. Y así nos miró en Jesús. Ese corazón se rompió en una cruz –pero siguió latiendo ya resucitado–. Y ese latido es hoy clamor en nuestra historia y nuestro presente.

La devoción al Corazón de Jesús puede ayudarnos a descubrir las enormes posibilidades de nuestros propios corazones. Posibilidades de mirar a la realidad, de comprender a cada persona en su situación, y de darnos por los demás. Desde la gratitud y la responsabilidad. Hoy, en una época de muchos corazones de piedra, intransigentes, llenos de despecho y juicios implacables; muchos corazones encerrados en jaulas de prejuicios y displicencia, nos vendría bien aprender a latir al unísono de ese Corazón.

José María Rodríguez Olaizola SJ

Fuente: pastoralsj.org

Homenaje a Mons. Jacinto Vera en el Parlamento uruguayo

El primer obispo del Uruguay, monseñor Jacinto Vera, beatificado el pasado 6 de mayo en el Estadio Centenario de Montevideo, tuvo su merecido homenaje este martes 6 de junio en la Cámara de Representantes del Uruguay que le dedicó una sesión especial.

El encargado de promover el homenaje y protagonista de la exposición inicial, fue el legislador oficialista Rodrigo Goñi, quien estuvo presente en la beatificación celebrada en el Estadio Centenario, en una ceremonia histórica e inédita para los uruguayos.

El legislador es miembro de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX) desde el año 1989 y es uno de los integrantes que ha hecho el Compromiso Permanente CVX en el año 2007.

En su exposición, Rodrigo Goñi destacó la figura del primer obispo del Uruguay y su figura destacada en los tiempos convulsos que le tocaron vivir y señaló su beatificación como ‘un inmenso regalo para la sociedad uruguaya’.

“Con el legado de Jacinto Vera se humanizará nuestro Uruguay- finalizó…- Viva el legado de Jacinto Vera para un mejor Uruguay”

Fuente: aica.org

#NotAlone: encuentro mundial sobre la fraternidad humana

El próximo 10 de junio a las 16 horas en la Plaza de San Pedro y, al mismo tiempo, en otras ocho plazas de todo el mundo, se realizará el Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana, titulado «Not alone» (#notalone). En la plaza San Pedro estará presente el Papa Francisco, junto con 30 Premios Nobel y miles de jóvenes de todo el mundo. El evento está organizado por la Fundación vaticana Fratelli tutti, en colaboración con la Basílica de San Pedro, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y el Dicasterio para la Comunicación.

La iniciativa, inspirada en la Encíclica Fratelli tutti, implicará a personas de todo el mundo para promover juntos la cultura de la fraternidad y de la paz y favorecer el compromiso personal en opciones y prácticas de reparación, diálogo y perdón, superando la soledad y la marginación que niegan la dignidad humana.

Para la ocasión, se esperan en la plaza de San Pedro realidades de compromiso eclesial y laical, familias, asociaciones y quienes hoy se ven obligados a vivir en los márgenes de la sociedad, desde los más pobres y los sin techo hasta los migrantes y las víctimas de la violencia y de la trata de seres humanos.

El encuentro será retransmitido en directo por televisión por Vatican Media y por streaming en la página web (www.fondazionefratellitutti.org) y en los canales de Facebook y YouTube de la Fundación Fratelli tutti.

Reflexión: ¿Cuántas palabras se necesitan?

Por Isaac Daniel Velásquez, sj

Una de las frases más recurrentes de nuestra Espiritualidad Ignaciana es aquella de «el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras» [EE 230]. Solemos poner tanto énfasis en la literalidad de la misma que tal proceder nos puede conducir a olvidar el valor de la Palabra. En una sociedad donde sobreabundan las palabras, cabe acotar que las mismas no son seguridad de respuestas ni de profundidad, vale preguntarnos ¿cuántas palabras se necesitan para acertar, para ser precisos, y fieles a nuestros momentos de vida sin incurrir en charlatanería?

La batalla diaria de ahondar en lo profundo de nuestra vida, y en la del otro, supone la búsqueda de palabras que sirvan de claridad, concisión y contundencia. Una pesquisa que se ancla en el deseo de encontrar lógica a nuestras vivencias, aunque no siempre se pueda, y al deseo de emplear un verbo que derrote aquellos lugares comunes en los que deambulan muchos discursos.

Por tal motivo, hoy más que nunca es necesario recuperar el valor de la palabra. Saber el significado de aquellas que empleamos en la cotidianidad, saber su procedencia. Muchas se convierten en firmas personales: las decimos, las gastamos, tiramos al aire, se despilfarran y las olvidamos tanto que a veces olvidamos hacia donde van. Pero también es cierto, que en los días donde las palabras escasean y se explicitan en chocantes monosílabos se hace necesaria la presencia de personas que dejando detrás juicios excesivos y dramáticos brindan una palabra de aliento, de fe, de esperanza y de una energía tal que enciende el alma haciendo de una palabra una oración.

Posiblemente, esa palabra es la que hoy estén necesitando muchos. Un desafío para integrar aquella máxima ignaciana: obras y palabras.

Fuente: pastoralsj.org

«Como cabello trenzado». Identidad y memoria indígena

«Miles de mujeres indígenas de América hemos aprendido a entrelazar nuestros cabellos para ordenar y rumiar las ideas que pasan por la cabeza y el corazón y del corazón a la cabeza. Son las extensiones del pensamiento que, a pesar del duro trabajo diario, se mantienen unidas en una trenza, atada con los colores del arcoíris.» 

Soy Jeannette, hija de Florinda y Nazario, dos jóvenes mapuches, migrantes del campo, que un día decidieron formar familia en las periferias de Santiago, la capital de Chile. Aquí aprendimos a expresar nuestra fe en Dios en una comunidad católica con catequistas férreamente alineadas con la Teología de la Liberación. Mujeres que nos mostraban un rostro de Jesús diferente al de la homilía del párroco de turno. Un Dios solidario y sediento de justicia en tiempos de la dictadura militar. Un Dios Libertador, compañero del Pueblo.

Desde pequeña he sentido la profunda necesidad de conocer el mundo mapuche hasta querer emprender en mi adultez, el viaje en búsqueda de la identidad indígena que me fuera arrebatada aún antes de nacer, cuando los profesores de mis padres los castigaron por hablar el mapudungun, la lengua del pueblo mapuche. Identidad fracturada por la discriminación laboral que experimentaron mis abuelos por ser indígenas que trabajaron como esclavos de los chilenos. Identidad expropiada y marginada a la exclusión social cuando mis abuelas fueron humilladas y obligadas a vender sus joyas para tener un trozo de pan para sus familias. Identidad que tuvieron que callar y ocultar para defender la vida y el futuro. Transmitir la cosmovisión heredada de sus antepasados significaba, castigo, degradación, muerte. Soy consciente de que soy descendiente de los y las sobrevivientes de los horrores del genocidio colonial.

Traigo a la memoria a mis ancestras y ancestros, porque de ellas y ellos vengo, de ellas y ellos nacen mis búsquedas, luchas y resistencias. Soy parte de sus cabellos. Esta memoria con memoria a tierra, a aromas, texturas, sonidos, colores que llegan a mi mente y a mi corazón aun cuando no los conozco. Una especie de visión, de intuición arraigada en las profundidades del misterio de la vida y de la fe.

Memoria… ¡Bendita Memoria que se abre paso a la luz a pesar de todo signo de muerte! Memoria que resiste y que atraviesa mis dos trenzas como dos fuentes que descubren mi historia, mi identidad y mi espiritualidad: mapuche y católica. Juntas, pero no revueltas.

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De la homilía de este Pentecostés – José María Rodríguez Olaizola

Podéis pensar que esto no os ha pasado, que nunca hemos sido capaces de arder, ni siquiera de dar una pequeña luz. Pero no es verdad…. ¡Hay mucho bien en torno! Y mucho bien en nosotros mismos. Y quizás ahora, cuando es tan fácil desanimarse, es más necesario si cabe detectarlo, en nosotros y en otros. Son todos esos dones del espíritu, esa semilla que Dios va poniendo en nosotros…

¿Alguna vez habéis sido capaces de perdonar, más allá de motivos, razones o medidas? En ese perdón está el espíritu de misericordia, que nos sana y nos devuelve a la concordia

¿Alguna vez habéis amado u os habéis sentido amados mucho más de lo que mereceríais, tal y como sois, sintiendo que quien os quiere os quiere de verdad, sin negociación ni exigencia… y eso os ha dado seguridad, certidumbre y esperanza? Ese es el espíritu de Amor que se nos ha prometido.

¿Alguna vez te conmueves por las cosas que ocurren, y entonces algo dentro te dice que no puede ser, y sientes el impulso de hacer algo, de dedicar tu tiempo, tus capacidades y energías, a intentar sanar alguna herida, tender algún puente, abrazar alguna soledad? Es el espíritu de compasión que llevamos grabada en la entraña.

¿Alguna vez os habéis negado a enzarzaros en espirales de violencia, de crítica mordaz, de ruido que solo destruye, optando, en cambio, por el silencio, la palabra de reconciliación o la paz? He ahí el espíritu de la paz con la que el Señor nos envía.

¿Alguna vez habéis descubierto, en un momento de lucidez, que muchas de las cosas que perseguimos en la vida son en realidad mentiras, y con ese descubrimiento ha venido la paz, la alegría profunda, el sentido? Lo llamamos espíritu de sabiduría

¿Alguna vez habéis llorado, pensando que no había salida, y sin embargo la ha habido (a veces en forma de palabra, de canción, de gesto o de alguien que ha tirado de vosotros)? Espíritu de esperanza

¿alguna vez, pese a las dudas y lo incierto, pese a la rutina y la grisura, pese a su silencio, o vuestra resistencia, os habéis atrevido a decir: “Creo”? Porque en esa apertura, arriesgada, valiente, audaz, a Dios. Que es al tiempo pregunta, respuesta, silencio y palabra… ahí está el espíritu de fe.

Todo eso era y es el espíritu de Dios, fuego que nos sigue encendiendo, para incendiar el mundo…

Card. Michael Czerny sj: Sinodalidad y el pueblo de Dios. Superar el escollo del clericalismo

En la Constitución pastoral del Vaticano II, los Padres conciliares quisieron indicar como deber permanente de la Iglesia, la actitud de discernir «a fondo, los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS 4). Es a partir del diálogo y de la confrontación con la historia, que la necesidad de la Iglesia actual de volver a ponerse en camino, como Pueblo de Dios, junto con la familia humana, se declina como conversión en cuatro direcciones diferentes: pastoral, sinodal, social y ecológica. El Concilio delineó también un estilo teológico y eclesial que da «forma» a la semper renovanda conversión integral de la Iglesia, porque la orienta a la conformación a Cristo: a la comunión.

Desde 2007, se ha hecho mucho. Los retos trazados en el Documento Final de Aparecida siguen siendo vigentes. Los problemas planteados por la globalización, las migraciones, el recrudecimiento del racismo, la intensificación de la violencia social, la precariedad de la vivienda, el aumento de la pobreza y el descuidado de la creación, siguen constituyendo a día de hoy el banco de pruebas en el que la Iglesia latinoamericana y caribeña está llamada a confrontarse con el mensaje evangélico.

Además, la pandemia, como una lente de aumento, ha evidenciado estas criticidades con mayor claridad, revelando otros aspectos concomitantes, como la emergencia sanitaria, la educativa, pero también la necesidad de un liderazgo político capaz de orientar las opciones comunes hacia el bien de todos.

Desde el punto de vista intraeclesial, hacer de la misión la expresión directa e intrínseca de nuestra identidad bautismal, significa devolver a todo el Pueblo de Dios la plena dignidad de sujeto activo de la evangelización (EG 114). Desde el texto final de Aparecida hasta la Constitución apostólica Predicate Evangelium, pasando por el Sínodo sobre la sinodalidad, se nos plantea un nuevo desafío: reformar las estructuras eclesiales de modo que se incorpore el testimonio y la acción de los laicos en la vida y en la misión de la Iglesia, a todos los niveles, hasta el punto de no considerar como un hecho anómalo y extraordinario la posibilidad de que éstos ejerzan funciones y responsabilidades de gobierno en las Iglesias locales y en la Curia romana.

La sinodalidad no debe confundirse con una estructura particular, como un sínodo o una asamblea, ni reducirse a un instrumento al servicio de la colegialidad episcopal; es más bien aquello que cualifica el modus essendi et vivendi de la Iglesia, en la expresión de sinergias y carismas diferentes que convergen en la comunión y la unidad.

Sin embargo, para que se instaure un modelo circular de Iglesia, no basta con «abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe» (DAp 365), para así adquirir formas de participación más amplias, estrategias de toma de decisiones más proclives a la escucha y al diálogo. En otras palabras, para «invertir la pirámide», debemos ante todo empezar por la conversión de los corazones y de un cambio de ritmo en la forma en que nos consideramos miembros vivos del Cuerpo eclesial. Para ello, es urgente superar el escollo del clericalismo, es decir, dejar atrás esa mentalidad autorreferencial, que desde siempre impide a la fuerza transformadora del Evangelio expresarse en una actualización concreta de estilos de vida cristiana, inspirados por el Evangelio y animados por el amor fraterno y recíproco.

Me detendré brevemente en el clericalismo, dado que considero útil hacer hincapié en algunos de sus rasgos distintivos, para discernir la dirección a seguir y el trabajo que aún nos queda por hacer, por el bien de la Iglesia. Es ante todo una praxis que genera un estilo relacional. Esto significa que se aprende por imitación, siguiendo modelos que se convierten en ejemplares y que, posteriormente, generan un horizonte en el que situar la propia forma de pensar.

Si el ejemplarismo clerical ejerce tal poder de sugestión sobre las nuevas generaciones de sacerdotes y sobre su imaginario, es porque transmite una sensación de eficiencia alentadora y una apariencia de control y de seguridad. La prioridad no se encuentra en la determinación de iluminar, mediante la Palabra de Dios, los problemas de la sociedad, sino en imponer una disciplina que pueda regular los aspectos prácticos de la experiencia creyente. Debemos reconocer, con dolor y contrición ante Dios y ante las víctimas, que las relaciones verticalizadas y discriminatorias que se crean en ciertos ambientes eclesiales clericalizados, han generado y siguen dando lugar a numerosos casos de abuso de autoridad, de poder, de conciencia y de desorden con connotaciones sexuales.

La resistencia a la hora de acoger los documentos conciliares, como también el magisterio de Francisco, incluso el documento de Aparecida en el contexto latinoamericano, se debe en gran medida a la dificultad de convertir el corazón de obispos, presbíteros y religiosos a la idea de una Iglesia de «puertas abiertas», casa de todos, en la que la afirmación de la diversidad de ministerios y de carismas, no implica la subordinación de un laicado discente a una jerarquía docente. Incluso la reticencia de numerosos exponentes del clero hacia la conversión sinodal, nace a menudo del temor, comprensible y a veces no del todo injustificado, de que abrir la participación en el gobierno eclesial a los laicos pueda causar un debilitamiento de la estructura de la Iglesia, permitiendo la entrada de ideas y la implantación de dinámicas, del todo ajenas a la fe y a los valores de la moral católica. Se escucha a menudo que el clericalismo y el arribismo de los laicos es más nocivo y deletéreo que el de los clérigos.

Aunque esto fuera cierto, la solución no pasa por perpetuar un modelo de gobierno vertical y autoritario, sino por promover y formar a los laicos en un auténtico y genuino espíritu de pertenencia y participación eclesial. Hablo de laicos, que no sólo sean competentes en aquellos ámbitos en los que lo pueden hacer mejor que los sacerdotes, sino que ante todo sean hombres y mujeres de fe, discípulos en camino, enamorados de Cristo y de la Iglesia. No se puede contrarrestar el clericalismo si, al mismo tiempo, no se permite que surja un laicado responsable y fiable. En este sentido, está en juego el futuro del anuncio evangélico: la crisis de autoridad en la Iglesia, de hecho, se refleja en la inmediata y consiguiente desconfianza de las nuevas generaciones hacia una institución que se presenta esclerótica e inflexible, fuertemente clerical y anclada en un formalismo obsoleto.

*Fragmento de Actualizar y renovar la Doctrina Social de la Iglesia bit.ly/3OviOHm