Descubrirte, Señor, con Todos los Sentidos

Compartimos una oración de San Pedro Fabro, uno de los fundadores de la Compañía de Jesús.

Por San Pedro Fabro

«Señor, te suplico que apartes de mí cuanto me divide, separa y aleja de Ti, y a Ti de mí. Aparta de mí lo que me hace inmundo, lo que me hace seco, lo que me pone rígido, torcido, enfermo, lo que me hace indigno de que me visites, me corrijas, reprendas, de que me hables, de que te comuniques conmigo, de que me ames y me quieras bien. Compadécete de mí, Señor; compadécete siempre de mí y aparta de mí todos los males que me impidan verte, oírte, gustarte, sentirte, tocarte, temerte, acordarme de ti, comprenderte, esperar en Ti, amarte, poseerte, tenerte presente y comenzar a gozar de Ti. Y lo que digo de Ti, Señor, de tu divinidad y de tu humildad, pido que me sea dado en “toda palabra que sale de tu boca”. Porque me bastaría que permanecieran en mí las palabras de Jesucristo, mi Señor, y que yo gozase de ellas con todos mis sentidos».

Memorial 587.

Fuente: Espiritualidad Ignaciana

 

Hacen Falta Sanadores

En el mes del Sagrado Corazón, una reflexión para poner en prácticas las obras de misericordia.

Por Francisco Igea

Hoy hacen falta sanadores. Hacen falta hombres y mujeres que cuiden de los dolientes. Hacen falta hombres y mujeres que se acerquen a los que sufren, que calmen con sus manos, que consuelen con su palabra, que curen con su ciencia. Hoy hacen falta sanadores: estudiosos incansables, profesionales compasivos, observadores atentos, generosos en el esfuerzo y austeros en la demanda. Hoy necesitamos hombres y mujeres de ciencia, que se detengan sin temor frente al mal, que lo estudien, que lo analicen, que lo diagnostiquen y propongan remedio. Hoy hacen falta hombres y mujeres sin horario para la enfermedad, sin temor al contagio, sin miedo a la sangre. Hoy hacen falta hombres y mujeres que se enfrenten cada día al final inevitable, que puedan mirar de cara a la muerte y mantener la confianza en que esta no será la última palabra. Hoy necesitamos sanadores a quiénes mirar a los ojos en nuestras horas de angustia y encontrar en sus pupilas al hermano que refleja el rostro del padre eterno.

Hoy necesitamos hombres y mujeres que miren al corazón… y que tengan un corazón en la mirada.

Fuente: Pastoral SJ

 

Pescadores de Hombres

Es que la pesca no se trata sólo de pescar. Una reflexión sobre el Reino.

Por Felix Revilla, SJ

El pescador de hombres y el pescador de peces no se parecen en que los dos pesquen. Que Jesús dijera «Desde ahora serás pescador de hombres…» no quiere decir que la labor principal del cristiano sea pescar paisanos-as. Hasta mi madre me recuerda a veces que soy pescador de hombres; que no vaya tanto a pescar (peces, se supone). Ser pescador no implica necesariamente que pesques, al menos siempre.

En la pesca a veces el día se te da bien: madrugas, viajas, llegas al río, te pones en faena con toda la artillería a punto, 3-4-8-10 horas y al final de la jornada con sus almuerzos y tal, has cogido alguna pieza (2-3) y hasta has tenido alguna anécdota, para contar (aunque sabes que no creerán el pedazo de trucha te ha picado y justo se ha escapado en la orilla ¡demonio!). También es muy frecuente –más de lo deseable–, que hagas todo eso y consigas lo que se llama un bolo, es decir, que no hayas cogido ni una trucha: doce horas en el río, has lanzado al menos dos mil veces el sedal… En la hora sexta (tan bíblica) te pareció que algo picaba… te dejaste el agua en el coche y terminas el día sin fuerza alguna, sudado, cansado, buscando una excusa externa a ti que explique tal fracaso.

Aun así, y aunque esto se repita mucho más de lo deseado, vuelves hablando de la pesca; a veces en la cama aún piensas que te podía haber picado un pez grande y lo que hubieras disfrutado sacándolo; y a la semana, cuando vuelves a pescar lo haces con las ilusiones intactas, pensando que al segundo lance vas a notar tremenda picada que te va a provocar una taquicardia de aquí te espero. Los grandes y repetidos bolos, no minan ni un ápice tu ilusión. No pescaste casi nada en la temporada, pero llega el invierno y empiezas a preparar los trastos de la pesca con la ilusión de un novicio. La ilusión te la da el que estás ahí, a la orilla del río, y puedes pescar porque estás en la orilla y en cualquier momento puede pasar y el río siempre es bonito, sobrecogedor. Estar ahí ya es bastante, eso es ya un premio, y a veces hasta pescas.

En la realidad de la pesca es donde hay parecidos con el Reino (el pesca-hombres): también haces largas jornadas, con mil lances y todos los cebos del repertorio puestos a prueba; ¡y cuántos bolos! Cuántas jornadas vuelves a casa con las manos vacías. Si tu ilusión la basas en las piezas cobradas (tus éxitos pastorales) vas de cráneo en el mundo que nos ha tocado vivir. Si te hace ilusión estar en la posibilidad, al borde del río, con alguien (o Alguien) a quién poderle contar tus verdades y tus mentiras… a veces los peces no son tan importantes. Si al día siguiente vuelves como nuevo, como si lo del día anterior no ha sido un fracaso rotundo, que no te ha restado ilusión, podrás llegar a viejo siendo pescador (de hombres), si no es así, corremos el peligro de abandonar.

Estar aquí, en esta tarea, con Él y salir a intentarlo, es el núcleo de la vocación cristiana ¡y a veces hasta pescas!

Fuente: Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 03 de Junio

Marcos 14, 12-16 22-26

El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”. Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?”. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.

Reflexión del Evangelio – Por Patricio Alemán, SJ

Hoy celebramos una de las fiestas más especiales que tenemos como Iglesia, la fiesta del Cuerpo de Cristo. Hoy celebramos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Una presencia viva que camina con nosotros, que sigue entregándose para darnos vida, y vida en abundancia.

Al contemplar la escena del evangelio de este domingo, vemos a Jesús rodeado de sus discípulos. Ellos no son los mejores; no son los que más conocen de las Escrituras. Están llenos de dudas y miedos. Uno lo entregará. El otro lo negará. El resto se dispersará. Sin embargo, la eucaristía celebrada esa noche los convoca a todos. Todos ellos están sentados a la mesa en torno de Cristo. Y Cristo les comparte su pan, el Pan vivo, porque sabe que es el mejor modo para seguir presente entre ellos y entre nosotros, y así entender que su Cuerpo es lo que nos permite disipar los miedos y dudas que habitan en nuestros corazones. Que permite sanar nuestras heridas, liberarnos de vergüenzas y culpas que nos deshumanizan. Porque su Cuerpo no es un premio para los mejores, para los más preparados, para los entendidos o sabios. Su Cuerpo es un don para los pecadores, para los hombres y mujeres que se reconocen frágiles. Para aquellos que se reconocen capaces de amar con una gran pasión a pesar de a veces negarlo por miedo, o porque simplemente no entendemos su Amor. Nos asusta creer que hay Alguien capaz de confiar ciegamente en nosotros, en nuestra vida y nuestra historia.

Nos asusta experimentar un Amor que no nos exige nada y que simplemente está ahí, esperándonos. Nos asusta contemplar que ese Alguien, tan inmenso y tan sencillo, se pone en nuestras manos. Se deja tocar. Se deja acoger. Es inevitable pensar y creer que, al hacerlo, somos nosotros mismos quienes nos ponemos en sus manos, quienes nos dejamos acoger y tocar por Él que es la vida. En sus manos ponemos nuestra persona para que nos reconcilie con nosotros mismos, para que nos unifique internamente: que seamos uno con nuestros sueños y nuestros miedos, con las propias esperanzas y las propias luchas, con los deseos y dolores que cargamos en nuestro corazón. Porque la Eucaristía está destinada para aquellas personas que, entre miedos y dudas, entre amores y desencuentros, siguen confiando en aquél que nos amó primero. Es decir, es para aquellos locos que permanecen amando en medio de tanta incertidumbre propia y ajena. Y tal vez sea eso lo que más nos asusta y asombra: experimentar un Amor que no nos exige nada y que simplemente está ahí, esperándonos para compartir nuestras historias y vidas.

Pero la Eucaristía no sólo nos reconcilia y unifica internamente. Al comulgar el Cuerpo de Cristo, nos reconocemos parte de una gran comunidad. Y al mismo tiempo que dejamos que el Señor actúe en cada uno de nosotros, también escuchamos su llamada e invitación a reconciliarnos con la comunidad de hermanos y hermanas, y con nuestra casa común. Porque la Eucaristía no es “para mí”, sino “para nosotros”. Porque la Eucaristía se celebra sentándose a la mesa con aquellos que se reconocen frágiles, con aquellos que tienen hambre y sed de una comunidad cada vez más fraterna y humana. Nos vamos unificando interiormente del mismo modo que nos vamos transformando en pan para otros. Porque sólo perdiendo la vida por Cristo y su evangelio, la encontramos. Porque sólo unificándonos, nos volvemos pan. Porque sólo compartiendo la vida, vamos siendo uno: con nosotros mismos, con Dios y con los otros.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana

 

A Ti que te vas a Confirmar… ¡Ahora es tu Turno!

A partir del Sacramento de la Confirmación se nos invita a tomar la iniciativa en hacer presente a Jesús en medio del mundo.

Por Dani Cuesta, SJ

Querido amigo: Me gusta imaginarme la confirmación usando dos metáforas que me dijeron hace tiempo. La primera de ellas habla de la confirmación como si fuera aquel momento en el que, después de muchos entrenamientos y prácticas, tu entrenador te da una palmada en la espalda y te dice «¡ahora es tu turno!». La segunda compara la confirmación con una estación de tren en la que hay muchas filas que se corresponden con cada uno de los trenes. Y tú, después de saber a dónde quieres ir, debes mirar las pantallas y colocarte en la cola correspondiente a tu tren.

Creo que estas dos metáforas pueden ayudarte ahora que vas a confirmarte. Puesto que, entre las miles de filas que existen para comprender y vivir este mundo tan complejo en el que vivimos, tú, al confirmarte eliges la de la Iglesia: la fila de los que quieren vivir como Jesús. Y lo haces con la madurez del que sabe que en ella hay muchas incoherencias, sí, pero también mucha honestidad, mucha vida y muchas ganas de vivir con un estilo diferente, como es el de las Bienaventuranzas.

Pues bien amigo, al confirmarte y asumir que llega tu turno de actuar como una persona adulta en la Iglesia, creo que deberías plantearte qué es lo que puedes ofrecerle tú a ella. Es decir, cómo quieres que sea tu vida como cristiano, como seguidor de Jesús. Puesto que, en gran parte, la Iglesia adoptará tu rostro, tus gestos y tus acciones para la gente que esté a tu alrededor.

Así que, ahora que vas a confirmarte, subiéndote en el tren de los seguidores de Jesús, comienza a pensar cómo quieres vivir tu vida. Y no esperes que sean otros los que hagan las cosas por ti, sino más bien toma la iniciativa para hacer que Jesús se haga más presente en el mundo a través de tu testimonio.

Fuente: Pastoral SJ

Caminos hacia Dios: la Basura

Una reflexión sobre lo que descartamos y conservamos en nuestra vida espiritual.

Emmanuel Sicre, SJ

Tan propensos a tirar rápidamente lo que no ya no sirve, lo que estorba, lo descartable, lo desactualizado, convertimos en basura lo que no siempre lo es. La magnitud de los residuos humanos ha alcanzado dimensiones desorbitantes. Y así nos vamos acostumbrando a poblar el mundo de basureros, las calles de exclusiones, la mente de ‘bienes’ de consumo y el corazón de liviandad.

Algún día nos sorprenderemos basureando algo valioso no sólo del mundo, sino también de la propia interioridad. Desecharemos la piedra angular.

Quizá la basura pueda hablarnos de aquello que no se consume, ni desaparece, ni caduca tan precipitadamente y de la cual sobreviven muchos pobres dejados a la buena de Dios. La cuestión: aprender a discernir mejor qué desechar y qué conservar para que lo descartado sólo sea lo que no nos lleva a amar lo que Dios ama, y a descubrirlo convertido en el humus del que brotan las flores color justicia.

Fuente: Pastoral SJ

Elige Bien

Hacer a Dios parte de nuestras elecciones de vida puede sonar como algo descabellado e insensato. Una reflexión sobre cómo nos planteamos el discernimiento.

Por Alberto Hurtado, SJ

La elección de carrera es el más importante problema que tiene que abordar un joven. Con razón se afirma que todo el porvenir de un hombre depende de dos o tres sí, dos o tres no que da un joven entre los quince y los veinte años.

La mayor parte de los jóvenes, por desgracia, no enfocan seriamente este problema, o al menos no lo toman desde el punto de vista cristiano. Muchos se deciden a ser ingenieros, o médicos, porque les gusta más, o porque estas carreras dan más dinero. Escogen leyes o comercio porque son más fáciles y les dejan más tiempo. Siguen las carreras industriales porque se ven menos concurridas todavía y tienen más porvenir económico. Del mismo modo, después, se casarán porque sí, porque les gusta, porque tienen gana. El gusto, la gana, el porvenir económico, son de ordinario los factores decisivos. Pero, ¿hay acaso otros elementos que tomar en consideración?, se preguntarán sorprendidos quienes hayan tomado esto entre sus manos. Sí. Hay otro punto de vista que es el fundamental para un cristiano: la voluntad de Dios sobre mí.

Los padres de familia y los amigos rara vez ofrecen una verdadera ayuda, pues ellos tampoco eligieron de otra manera. Sus consejos insistirán de ordinario en los mismos aspectos en que se habían fijado ya los jóvenes: interés económico, porvenir, brillo, posibilidades en la vida social de su ambiente. Y así se va formando un criterio que prescinde con toda naturalidad de Dios; más aún, que se extrañaría profundamente que una consideración sobrenatural pretendiera intervenir en un asunto aparentemente tan humano.

Y, sin embargo, de una buena elección de carrera, hecha con criterio sobrenatural, dependerá en gran parte la felicidad o desgracia de la vida. La paz de la conciencia, la alegría de corazón; o bien turbaciones, tristezas, desfallecimientos, serán el premio o el castigo de una elección bien o mal hecha. Muchos son los que se lamentan amargamente por estar donde no deben. Malhumorados, neurasténicos o neuróticos, reniegan de su ligereza imperdonable. Quisieran volver atrás… pero muchas veces es tarde y no pueden recomenzar el camino.

La eternidad misma está comprometida en este problema de una buena elección de vida. La eternidad depende de la muerte… la muerte de la vida… la vida misma depende, ¡en cuánta parte!, de la carrera. Se sigue, pues, de cuán capital importancia sea considerar maduramente delante de Dios el estado que deba seguir.

Juan Enrique Newman, puesto en una de las encrucijadas más trascendentes de su vida, escribió este hermoso pensamiento: “Guíame, luz bondadosa. No te pido que me ilumines toda la senda, pero ilumíname paso a paso. Tú sabes, Señor, que nunca he pecado contra la luz”. Pecar contra la luz es negarse a seguir el destello de su propia conciencia que muestra a cada cual su camino en la vida. Joven que estás abocado al problema de elegir: no peques contra la luz. Pídele a Dios esa luz, deséala; y alcanzada sigue tras ella, como los Magos siguieron la estrella que los llevó hasta Jesús en el portal de Belén.

¡Señor!, ¿qué quieres que haga? La luz divina nos es necesaria para conocer nuestro camino, ya que ese camino nos ha sido señalado por el mismo Dios. El ha dado un fin y una misión bien precisa a todos los seres que ha creado. Los astros inmensos que cruzan el firmamento, no menos que los animales que pueblan las selvas y hasta el microbio invisible a los ojos humanos, tienen una misión que cumplir. El pájaro no ha sido hecho para sumergirse en el mar, como el pez no está llamado a vivir fuera del agua. Más aún, cada astro en particular, cada animal, cada insecto, cada planta, tiene su propia finalidad.

¿Escapará únicamente el hombre a esta ley general del universo? ¿Será el rey de la creación el único que no tenga una misión propia que realizar? Tal hipótesis es absurda. ¿Cómo va Dios a desinteresarse del hombre a quien, además de criatura, llama su hijo? “Hijitos míos”, dijo Cristo a los suyos, en la última Cena, y para alentarnos a tomar en serio este título nos enseñó a dirigirnos a Dios con el hermoso título de “Padre nuestro”.

Toda la revelación cristiana está llena de esta hermosa idea: somos hijos de Dios por la gracia, hijos muy amados, de cuya suerte se preocupa en forma especialísima.

Una muestra de este interés particular de Dios por el hombre, es que no se contenta con señalarle un camino general en la vida, sino que invita a cada hombre en particular a realizar una misión propia. Para que cada uno de nosotros pueda cumplir este cometido, nos dota de las cualidades necesarias, nos pone en un ambiente apropiado y nos hace conocer en forma clara -si queremos oír su voz- la confirmación precisa de su voluntad sobre nosotros.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana

 

Ginóbili y el Discernimiento

Una reflexión sobre el discernimiento a la luz de la vida de una figura del deporte.

Por Ignacio Pueyo

Con 40 años, Emanuel Ginóbili sigue brillando en la elite del básquet mundial. Manu se afianzó hace tiempo como el mejor basquetbolista argentino de la historia y como uno de los mayores deportistas que nuestro país ha tenido el lujo de disfrutar.

Sin embargo, el bahiense no goza de tomar decisiones apresuradas. De hecho, hemos podido complacernos con su presencia en la NBA más tiempo del que muchos esperábamos, y eso ha sido el resultado de meses de reflexiones en las últimas temporadas.

“La situación respecto a mi continuidad no es diferente a la de los últimos años. Si tomo una decisión en caliente no sirve. No tengo la necesidad de apurarme, me tomo uno o dos meses para saber cómo están el cuerpo y la cabeza” señaló el astro. Básicamente, Ginóbili se encuentra ante dos decisiones que a priori pueden ser buenas: retirarse luego de 22 años de carrera profesional, o seguir un año más en los Spurs. Ninguno de los dos caminos parece malo, por lo que la persona deberá discernir entre aquello que es bueno y aquello que es mejor.

Manu ha sido ejemplo de muchas cosas para los argentinos: perseverancia, profesionalismo, talento, y sobre todo humildad. En esta ocasión, con todo el camino recorrido, el ídolo nos da una lección más, para poder ponernos en las manos de Dios en aquellos momentos en los que el camino parece difuso y es necesaria una determinación para el largo plazo.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Caminos hacia Dios: las Ventanas

Una reflexión sobre abrirse al Otro y encontrar a Dios en él.

Por Emmanuel Sicre, SJ

Muchas veces cuando me encuentro con alguien de manera despejada alcanzo a percibir su ventana interior. Un espacio con ángulos de abertura móviles como librados a la intensidad del viento. Y si me quedo allí, al son de la escucha atenta de su historia, de sus frases, de sus gestos, logro vislumbrar que el buen Dios me saluda haciendo una breve reverencia desde adentro. Dependiendo de las palabras que compartimos y el amor con que son dichas, la ventana se abre más o se entorna.

Debo confesar que, más de una vez, esa ventana del otro ha estado tan abierta que Dios ha salido de allí y me ha acariciado el rostro. Sólo el silencio es testigo de que entonces mi propia ventana se abrió de par en par para abrazar y aceptar las ventanas que somos cada uno con su historia a cuestas.

Fuente: Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 20 de Mayo

Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Reflexión del Evangelio – Por Maximiliano Koch SJ 

La liturgia de este domingo nos invita a recordar, hacer presente y abrirnos a las invitaciones que el Espíritu Santo nos hace. Poco sabemos acerca de esta Persona de la Trinidad, puesto que las Escrituras han descripto, más que nada, las acciones del Padre y del Hijo. Sin embargo, las lecturas de hoy nos ayudan a reconocer cómo actúa y qué produce su acción.

El Espíritu nos invita a salir y anunciar

La Primera Lectura nos recuerda el momento en que los discípulos, visitados por el Espíritu, recibieron el don de anunciar lo que ellos habían experimentado al estar cerca de Jesús, con independencia de las culturas, las lenguas, las tradiciones. Así, un pequeño grupo de seguidores expandió una forma de vivir, de relacionarse, de amar, buscando lo que une a los seres humanos por encima de cualquier diferencia.

El Espíritu nos invita a anunciar. El anuncio puede ser incómodo y puede llevar a que experimentemos el rechazo. A lo largo de los tiempos –y, lamentablemente, aún hoy en algunos lugares-, cristianos fueron perseguidos, torturados y asesinados por invitar a otros que reconozcan a Jesús como el Salvador. Los Apóstoles también padecieron la incomprensión y, aun así, frente a un tribunal inquisitorio, se animaron a decir: “no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20).

El Espíritu nos invita a anunciar, a llevar un mensaje, a compartir un modo de vida, en el que la comunión fraterna prevalezca por encima de las condiciones sociales, económicas, culturales. Bienaventurados los que escuchen esta invitación y se animen a salir de las comodidades para acercarnos a los necesitados de la Palabra, del pan y del amor.

El Espíritu nos invita a buscar la unidad en nuestra diversidad

Los desafíos no solo se presentan frente a aquellos que no conocemos y que carecen de un proyecto o sentido de vida o sufren la marginación, discriminación o desigualdad. También aparecen junto a aquellos con los que compartimos nuestra vida cotidianamente: compañeros de trabajo, amigos, familia. Solemos experimentar que las relaciones no siempre son fáciles y que lazos profundos se distancian por las diferencias en los modos de actuar, en creencias, de ideales.

También el Espíritu nos impulsa a romper estas dinámicas de desconfianza, a reconocer en el otro a un hermano y compañero de camino. Nos conduce a romper todas las lógicas humanas y mirar aquél proyecto que nos une a pesar de las diferencias. Sentimos en nuestro interior que todos los argumentos que hemos almacenado y cuidado para justificar rencores y resentimientos se caen y parecen vacíos. Y deseamos abrazar al otro y acogerle sin buscar palabras que lo justifiquen.

Pudiendo reconocer que lo que nos une es que “Cristo es el Señor” y que a esto lo pronunciamos guiados por el Espíritu (1 Cor 12,3), podemos ver que las diferencias no son amenazas. El ‘otro’ no es un enemigo y sus ideas y sus modos son posibilidad de conocer nuevas formas de amar o, simplemente, de entender la realidad que nos proponemos transformar.

Bienaventurado los que escuchan esta invitación y se animan a tender puentes con los distanciados, los diferentes, los que necesitan ser acogidos.

El Espíritu nos invita a amar como Dios nos ama

Finalmente, según el Evangelio, somos invitados por el Espíritu a entrar en la dinámica del amor de Dios y actuar con nuestros hermanos como Él mismo actúa. Irracionalmente, sentimos deseos de darnos gratuitamente a los demás, sintiendo que esto nos dará vida en plenitud. Lo que nos motiva no es que los demás merezcan ser amados, sino la acción del Espíritu que nos lleva a cumplir aquel mandamiento que Jesús nos dejó.

Y así, entrando en la lógica del amor de Dios, se nos invita a perdonar, a liberar a las personas de sus cargas, de sus culpas, de sus sufrimientos. Jesús nos enseña que el perdón no se ejerce desde el poder y la distancia, sino compartiendo el pan, los sufrimientos, la palabra. El perdón opera cuando acogemos incondicionalmente la vida del otro y le ayudamos a descubrir los horizontes que el Señor le ofrece.

El Espíritu nos invita, de este modo, a ser prójimos, a no tener miedo a mirarnos a los ojos y escuchar la palabra del otro, sus sentimientos, dolor y deseos. Bienaventurados quienes escuchen esta invitación y se conviertan en reconstructores de ciudades en ruinas, repobladores de lugares arrasados (Is 58,12).

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe