Reflexión del Evangelio – Domingo 14 de Mayo

Evangelio según San Juan 14, 1-12

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, ¿les habría dicho a ustedes que voy a prepararles un lugar? Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre”.

Reflexión del Evangelio – Ignacio Puiggari SJ

Jesús dice de sí mismo que es el camino, la verdad y la vida. Todos nosotros tenemos experiencia de caminos.

Allá en la gran capital del sur, en Buenos Aires, sabemos que estos suelen ser el escenario de grotescos embotellamientos que sacan las palabras menos felices y los peores humores. Más arriba por el Paraná, en Santa Fe las calles sucumben por sus baches y socavones; y hacia el este en Córdoba, por los hinchas de Talleres o de Belgrano cuando ganan algún partido de copa. Del Boquerón sabemos también cómo el barro impide el acceso de la gente, y aquí en Santiago de Chile cómo algunos arreglos parecen interminables

¿Será que en nuestra vida contamos con algo de barro y de baches, embotellamientos y arreglos que parecen nunca acabar?

A veces nos enfangamos mal y caemos en deshonra e indignidad. Alguien, sin embargo, condesciende y con su mano tendida nos abre un camino de paz y de gozo. Es ahí cuando el camino se vuelve encrucijada: ¿acaso debemos seguir el camino del engaño y de la esterilidad? Es cierto, se trata del camino conocido y seguro, pero ¿por qué no dejar sentir al corazón esta senda sin demoras hacia la verdad y la vida? ¿Qué haremos con esta vida finita y limitada sino entregarla y dejarnos llevar por el camino de una belleza diferente? ¿Cuánto podemos fecundar nosotros solos, enfangados y sin Dios? Y el Padre resuena como una certeza cordial que nos anima y seduce para tomar la vía del Hijo.

El camino de la osadía no tiene baches ni deshonra. Es sencillo, sí. Como el pan y como el vino. Como la delicadeza de un juicio que salva o la alegría de una gratitud especial. En esta condescendencia del Padre y del Hijo ocurre el milagro de cuántos caminos abiertos configuran el pulso de una humanidad renovada. Las fantasías del engaño son numerosas, pero el Señor nos ofrece mucho y buscará impactarnos con su amor. Basta que estemos algo atentos y con algunas pocas referencias podamos descifrar la belleza que significa sentirse amado –recibido, mirado, requerido, cuidado, sanado, escuchado-. El eco de nuestro amor brotará entonces por sí solo como el esfuerzo físico de la rosa cuando florece porque florece.

Pidámosle al Señor esta atención y estas referencias junto a la gracia de su impacto y su amor.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Creer en la Risa

La alegría como el modo de vida de los cristianos y la risa como el modo más genuino que tenemos de comunicarlo al mundo.

Por María Dolores López Guzmán

«El tiempo que uno pasa riendo es tiempo que pasa con los dioses» dice un proverbio japonés. Tal es el contento que provoca la risa que uno piensa que debe asemejarse a estar en una compañía divina. La distensión que una carcajada produce en el cuerpo y en el alma es tal que la risoterapia es vista ya como la medicina natural ideal para rebajar el estrés y mejorar el estado de ánimo, que buena falta hace. Sin embargo, no hay talleres de alegría y desconexión que, aun siendo estupendos, estén al mismo nivel que la ‘explosión de gozo pascual’ ante la resurrección. ¡Genial que la primera experiencia del Resucitado haya quedado asociada al regocijo extremo, el júbilo irrefrenable y el alborozo incontenible! Alegría con sabor a reencuentro, satisfacción por una victoria (ante la muerte, nada menos), gloria bendita. Señales ya inconfundibles de la Presencia misteriosa, no siempre palpable, pero probada, del Señor. Desde entonces el ruido de la risa floja, inexplicable y explosiva, nos avisará de que está cerca. Él también rió. Le gustaba la fiesta y la celebración.

Otros creyeron que habían ganado, que la ternura no tenía nada que hacer en este mundo… ¡qué ingenuos! Quien ríe el último… ¡ja! Ese gusto que se siente al final, y que podemos experimentar por adelantado, nadie nos lo va a quitar. La satisfacción de vislumbrar que de verdad ganan los buenos, el Bueno, y lo bueno. Lo mejor de lo mejor.

¿Tristes los cristianos? Naturalmente. Por tanto dolor, injusticia, prepotencia, malhumor, sonrisas superficiales y sardónicas; por tantas cosas contrarias al amor. Pero alegres en el Señor. Seguros de su triunfo, tranquilos por no tener que aparentar lo que no somos, sin miedo a fracasar, prontos para conversar como auténticos hermanos. ¡Qué alegría saberse salvados! ¡Qué gusto infinito poder ser simplemente humanos!

Fuente: Pastoral SJ

Religiones como Parte de la Solución y No del Problema

La experiencia de diálogo y construcción conjunta entre las religiones como un hecho enriquecedor y necesario dentro de sociedades plagadas de conflictos.

Por Ignacio Sepúlveda

¿Las religiones son parte del problema de nuestra sociedad o de la solución?

Hace unos pocos días tuvimos la oportunidad de escuchar el discurso que el Papa Francisco dio en la Universidad de Al-Azhar, en el Cairo. Allí el Papa habló de la importancia de la educación para generar una cultura del encuentro y del diálogo que promoviera la paz y el entendimiento. Frente al problema de la violencia y la incomprensión, las religiones debían ser parte de la solución y no del problema.

Según el Papa, cualquier diálogo, pero específicamente el diálogo interreligioso, debe tener tres requisitos esenciales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones. Claramente no se puede dialogar con el otro si primeramente no se reconoce y asume lo propio. El diálogo generado desde las ambigüedades y de la falta de claridad tiene poco fututo. La valentía de la alteridad nos conduce a reconocer y vivir que el otro no es un enemigo (o el infierno, como diría Sartre), sino alguien con el que hago camino y con el que puedo construir comunidad pese a las diferencias. Por último, Francisco insiste en la sinceridad de las intenciones. Una condición esencial del diálogo es la búsqueda de la verdad común. Si se establece un diálogo con segundas intenciones, hay algo que ya falla desde el inicio. El diálogo busca el encuentro pese a las diferencias.

Dialogar en nuestras sociedades

Hoy nos encontramos con que en un mismo espacio convivimos personas con distintas maneras de comprender y de responder a los problemas del mundo, de la economía, de la sociedad, de la organización política. Ya no existe un solo paradigma que dé respuesta a los desafíos del mundo. Esta experiencia de pluralismo y diversidad también se vive en el espacio religioso: el tiempo en que todos compartíamos una misma mirada común sobre el sentido de la vida y la apertura a la trascendencia ha desaparecido. Nuestras sociedades, seculares en muchos aspectos, se han visto transformadas por la fragmentación y privatización de los credos tradicionales. Junto con lo anterior, y de la mano del fenómeno de la inmigración, otras doctrinas comprensivas del bien, entre ellas el Islam, están presentes en nuestra realidad. Es decir, el diálogo interreligioso ya no es algo que lejano, sino que ha comenzado a ser parte de nuestra vida. Esta nueva situación de pluralismo religioso plantea un desafío: ¿qué pueden hacer las religiones para ser un elemento integrador y generador de justicia en la sociedad?

Construir en justicia y solidaridad

En estos tiempos difíciles que vivimos –marcados por los vaivenes de la economía, el paro, la violencia, los populismos, etc.- las religiones pueden ser un enorme aporte para la construcción del hogar común. Vale la pena recordar que en la mayoría de las grandes religiones –de occidente y oriente- la relación con el otro desde la solidaridad es fundamental. Esto implica que la relación con la divinidad pasa necesariamente por la solidaridad y el encuentro con el otro. Esta es la razón por la que en el mundo religioso es tan fácil encontrar instituciones destinadas a la ayuda del que sufre.

El diálogo interreligioso en sociedades pluralistas como las nuestras, debe tomar como uno de sus desafíos principales la construcción de horizontes de justicia común. Esto significa comprometerse con aquellos que sufren, que son apartados de la sociedad y aquellos que no son valiosos a los ojos del sistema. Si las religiones se animan a dialogar y colaborar desde esta perspectiva, serían parte de la solución y no del problema.

Fuente: Entre Paréntesis

Creer en el Heroísmo Cotidiano

Una analogía para seguir reflexionando sobre la Pascua y el modo particular que tiene Jesús de salvarnos.

Por Dani Cuesta SJ

Con casi todos los grandes superhéroes ocurre lo mismo. En su día a día son personas aparentemente normales. Tienen su trabajo, su familia, sus amigos y alguna chica que anda detrás de ellos. Sin embargo ellos saben que, pese a esta normalidad, tienen unos poderes y una misión que les hace distintos del resto de la gente.

De repente llega un día en el que todo se vuelve en contra. Los malos de descontrolan y la humanidad peligra. Es entonces cuando llega su momento y tienen que salvar heroicamente a la humanidad. Pero pasado este día de triunfo, vuelven a su apariencia de siempre. Ya no usan ni la capa ni sus superpoderes. La gente ni siquiera sabe que son estos superhéroes y por supuesto no les dan las gracias ni les aplauden cuando llegan a la oficina. De hecho, en muchas ocasiones los hombres ni siquiera eran conscientes del grave peligro que corrían, como para encima enterarse de que les han librado de él.

Cuando llega el tiempo de Pascua, pienso que con Jesús nos ocurre muchas veces lo mismo. A veces se nos hace difícil creer que nos ha salvado, porque no somos conscientes de que peligre ni de que necesitáramos una salvación. Además nuestra vida sigue desarrollándose igual que antes, y en lo aparente parece que nada ha cambiado después de su Resurrección.

Por ello quizá sea el momento de pararse a pensar en sobre qué y sobre quién ha vencido Jesús y también de qué nos ha salvado. Y por qué no, de buscarle en medio de nuestro ambiente, porque como un superhéroe que se ha quitado la capa, él sigue presente “pasando por uno de tantos”.

Fuente: Pastoral SJ

Creer en el Espíritu

Creer en que el Espíritu de Dios habita en cada uno y desde allí impulsa sentimientos, ideas y acciones…

Por José María Rodriguez Olaizola, SJ

Hay mucha gente que dice que se considera espiritual, y dice de sí mismo aquello de “yo soy una persona muy espiritual”. Eso no necesariamente significa religiosa, ni tan siquiera creyente. A veces con ello quiere aludir a que tiene vida interior, reflexiona, hace silencio, le gusta abstraerse, meditar, tal vez ayudado por músicas tranquilas, aromas propios de una tienda natura y a la luz de velas –que el fuego parece que tiene ese magnetismo que centra las miradas y aquieta los ruidos de dentro–. Otras veces sí puede implicar que quien dice eso se siente de algún modo más unido a la naturaleza, a la vida, o a algo trascendente.

En cristiano, ser espiritual hace referencia al espíritu de Dios. Espirituales, de algún modo, somos todos, pero la clave para dejar que esa dimensión de la vida crezca está en dejar que, dentro de uno, el espíritu de Dios tenga espacio para moverse, resonar y suscitar inquietudes. No se trata de que, al habitarnos, el espíritu nos invada. Es más bien una convivencia que potencia lo mejor de uno mismo; que hace que la soledad sea sonora, y mantiene los sentidos mucho más alerta.

El espíritu resuena en la oración, en la actividad, al ver un telediario, al dar un abrazo, al leer un libro, en una canción, al mirar un cuadro, dando un paseo, escuchando a alguien que te habla de su vida. Resuena en la historia, y en la imaginación que nos invita a soñar un futuro mejor. Resuena en el encuentro humano. Y bajo su impulso maduran en cada uno de nosotros algunas actitudes que nos llevan a vivir con más plenitud: compasión, justicia, verdad, amor…

Eso sí, el espíritu no se impone a nosotros. Si no le dejas hablar, se calla y espera, paciente. La cuestión es ¿cómo dejarle?

Fuente: Pastoral SJ

Reflexión del Evangelio – Domingo 7 de Mayo

Evangelio según San Juan 10, 1-10

Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”.

Reflexión del Evangelio – Por Patricio Alemán SJ

El evangelio de este IV domingo de Pascua nos presenta a Jesús hablando con los fariseos y, en ese diálogo, revelándonos y revelándose en la imagen del pastor y sus ovejas. A medida que Jesús fue creciendo y fue tomando contacto con la realidad de su pueblo y con las personas concretas, encontró que “estaban como ovejas sin pastor”. Abundaban los ladrones y asaltantes que se acercaban con promesas falsas, con intenciones oscuras, con intereses particulares. Hoy también nos encontramos con ellos: ladrones y asaltantes de la dignidad humana, de los sueños y deseos compartidos; voces propias o ajenas que nos confunden, hacen dudar, paralizan, echan para atrás, que nos tientan con “amores” sin compromiso, con atajos sin salida.

En cambio, Cristo nos llama a entrar al corral por la puerta. Él es la Puerta a través de la cual nuestra vida pasa y se llena de sentido y de nuevos horizontes. Al pasar por esa puerta, descubrimos su misericordia, encontramos su abrazo, y la alegría del Padre por el hijo que ha regresado. Adentro, nos da su alimento, su Cuerpo y Sangre. Nos sentamos en una mesa compartida. Sale a buscarnos y nos llama por nuestro nombre. Ese nombre que esconde nuestra historia y nuestra identidad más profunda y originaria. Sale a buscarnos porque nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Y porque vivir ese amor es parte de su proyecto.

 Pero no sólo es la Puerta, sino que también es ese Pastor que camina delante de nosotros. Porque no nos llama para quedarnos tranquilos ni cómodos, sino que nos invita a salir, a caminar con él y a ser sus compañeros. Así, no sólo nos muestra el camino, sino que también nos revela el modo de transitarlo: con los ojos fijos en él, pero atentos a aquellos que están golpeados al costado del camino. Aquellas víctimas de los ladrones y asaltantes que también encontramos en el camino. Él nos enseña a desviar el propio camino para encontrar, acoger y cuidar de otros.

 En el mismo relato del evangelio, Jesús nos presenta dos claves para reconocerlo: oír y ver. No se trata de formular grandes oraciones y/o peticiones. Eso vendrá después. Lo primero es hacer silencio en medio de tanto ruido y voces que aturden, para escuchar su voz y descubrir que Él se puso en camino y a buscarnos antes que nosotros lo hagamos. Y poner la mirada y el corazón fijos en Él y en sus pasos, para levantarnos y ponernos en camino. Para reconocer que, aunque crucemos quebradas oscuras, ningún mal temeremos, porque Él nos sostiene. Porque Él nos vino a dar vida, y vida en abundancia.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

 

 

El problema de creer: Los conflictos con la fe

Frente a la elección de creer o no, e incluso siendo creyente (o no) pueden plantearse una serie de conflictos, internos y para con el resto. El jesuita Emmanuel Sicre reflexiona sobre cada uno de estos casos posibles.

Por Emmanuel Sicre SJ

A menudo sucede en nuestra vida que se nos plantea una cuestión muy humana: creer o no creer. A lo que le sigue, lógicamente, creer en qué. El tema resulta inevitable porque es algo que hace parte del ser humano, es decir, se trata de una pregunta antropológica. En este sentido, todos los hombres de la historia han tenido que responder a la pregunta de su conciencia sobre aquello en lo que dicen creer. ¿Cómo daremos cuenta de esto hoy?

A pesar de que la cultura del entretenimiento en la que nos toca vivir hace lo imposible por apar nuestra sed de creer, se da también que hay un regreso de lo religioso, de la búsqueda espiritual, pero quizá fuera de los límites de una religión determinada. Algunas veces, el mundo del consumo logra mutilar en las personas la posibilidad de trascender, de ir más allá de sus narices creando necesidades y satisfacciones inmediatas. Sin embargo, el deseo de creer está tan vivo en este momento como siempre. Porque, no lo olvidemos, en el hombre hay cosas que cambian, se transforman, varían; pero hay otras que no. Creer es una de ellas.

Los que dicen creer

Quienes dicen creer, por lo general, están hablando de Dios -o algo que está en su lugar. Y aquí se nos presenta la primera dificultad: el significado y sentido de esa palabra se ha diluido. Pero supongamos que quien dice creer en Dios asume que existe algo superior a sí mismo. Un ser por ahí que no es humano y que de alguna manera tiene que ver con los destinos del mundo. Incluso se lo refiere, en algunas oportunidades, a la Naturaleza o a las fuerzas cósmicas del universo. La cuestión es que se trata de algo que no es el ser humano, y a lo que pareciera no poder renunciarse. De ello hablan los relatos de todas las religiones a lo largo de la historia.

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Las reacciones frente a un ser divino así son diversas según la etapa de vida que transitamos y el modo en que nos transmitieron esa creencia. Hay quienes lo respetan, quizá con un poco por temor a que le suceda algo malo -“pórtate bien que si no Dios te va a castigar”. Hay quienes le rezan para ganarse sus favores, bendiciones y protecciones -“pídele a Dios antes del examen para que te vaya bien”. Y también están los que saben que está, y si bien no tienen una relación con él, marcan el teléfono de Dios cuando alguna situación límite apremia -“Por favor, Diosito, no te lleves a mi abuelo”.

Hasta aquí solo hablamos de un tipo de creyente natural, común, general, típico. Que sólo le alcanza con responder ‘sí’ a la pregunta por si Dios existe, y no mucho más. Le estresa pensar en el porqué del mal en el mundo y prefiere un “Dios Parche”, podríamos decir. Pero cuando ese Dios le “quite” algo importante para él, probablemente deje de creer. Esto no significa despreciar a nadie, sino constatar que su dimensión espiritual está referida a un Dios que se manifiesta con un cierto paternalismo.

NOTA: el caso del fundamentalismo religioso no es un problema de fe, sino de una debilidad psicológica no tratada que se manifiesta en la religión, en la política, en el deporte, etc. Se da cuando entre una persona y su creencia no se hace uso de razón -no piensa-. Es como quien traga sin masticar. Por lo general, se lo identifica por su agresividad contenida o proyectada hacia los demás.

Los que dicen no creer o dicen que no se puede creer

Por otro lado, hay gente que se cansó de la pregunta por un Dios y prefirió negarla por alguna situación particular difícil de explicar aquí. O respondieron que no se puede creer en algo que no es posible conocer de verdad. Entonces prefieren no entrar en tema, y si lo hacen comienzan por el lado filosófico o histórico de la cuestión. Es decir, que si Dios existe o no, que si Dios es bueno por qué el mal en el mundo, que si Dios quisiera podría hacer que yo creyera, que las religiones son un invento de los hombres por eso me abstengo de creer -¡como si la religión asegurara la fe!

Todo este mambo racional, de a poco, apaga la sed espiritual del hombre hasta agotarla y/o transferirla a otras dimensiones de la vida dadoras de sentido. Por ejemplo, “creo en mis hijos, mi familia, mis hermanos, mis, mis, mis…, pero no creo en nada más allá que no pueda ver ni tocar.”

Este tipo de materialismo se radicaliza según el momento de nuestra vida y, como ya dijimos, depende de cómo nos transmitieron esta negación a creer. Es decir, “¿para qué creer si todo depende al final si eres buena persona o no en la vida?” “¿Yo conozco mucha gente creyente que hubiera preferido no conocer?” “No se puede creer en Dios porque si existiera el hombre no podría acceder a él con su mente”. “Creas en lo que creas tienes que ser tú mismo de todos modos”. “Hay que gozar de esta vida porque después no hay nada”. “Cuando yo le pedí a Dios que no se llevara a fulano, no me hizo caso”.

Son pensamientos muy respetables y ciertamente lógicos. Sólo que al quebrarse el vínculo de la experiencia con el misterio o al referirla sólo a lo posible, la vida en relación con lo divino -lo que está más allá de nosotros- se vuelve más exigente porque todo recae sobre las fuerzas del hombre.

Los que no saben si creen o no

Y entre los que dicen creer -comúnmente llamados: teístas o fideístas- y los que dicen no creer o que no se puede creer -conocidos como: ateos y agnósticos- están quienes no saben si creen o no. A quienes podríamos identificar como “nini”: ni creen, ni no creen. Por lo general, han recibido muy poca comunicación espiritual, o religiosa, o de lo trascendente y gozan de una ignorancia muda.

Algo oyeron de los que dicen creer, algo de los que no creen, y parece que la cosa no es tan fácil, así que han dejado para otro momento el problema de creer. Se debaten, por lo general, entre lo que ven afuera de sí mismos y lo que les pasa en su experiencia de aquello que no comprenden de la vida. Pero prefieren no preguntar. El problema pareciera que no es tanto con un Dios, cuanto con la posibilidad de experimentarse a sí mismos como seres espirituales, capaces de trascender, de ser tocados por el misterio de la vida.

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Creer

Ante esta realidad humana nos preguntamos, entonces ¿qué es creer? Y cada vez que lo hacemos entramos en conflicto con aquello a lo que se dirige nuestra creencia -¿cuál Dios?; y el modo en que la recibimos -¿familiares, escuela, Iglesia? Por esto, la fe siempre está purificándose, es decir, en tensión, en proceso.

Sin embargo, pienso que la pregunta para saber si estoy creyendo o no, es si estoy abierto o no. En este sentido, aclaremos al menos dos cosas.

Por un lado, si un cierto estado de pregunta existencial –no neurosis- por aquello que me trasciende es parte de mi vida, entonces estoy viviendo esa apertura. Si me dejo cuestionar por la realidad respecto del misterio, o si pregunto por las cosas que no tienen explicación, voy de camino a ser una persona creyente.

Y, por otro, creer supone confiar en otro –en lo que dice o hace. Fiarse, apoyarse en lo que es para mí, descansar en cierta seguridad honda, una especie de “porque sí” sano, liberador y contenedor. Un tener fe en las personas o en las cosas sin sospechar todo el tiempo de que me quieren hacer daño. Por eso, si en nuestra relación con las personas hemos padecido engaños y desilusiones muy hondas, quizá cueste más creer.

¿Por qué creer, entonces? Porque cuando podemos fiarnos crecemos humanamente, nos desplegamos como hombres y mujeres, nos abrimos al mundo y desafiamos la realidad con un poco más de arrojo, somos capaces de percibir lo vital en nosotros latiendo con toda su intensidad. Creer nos expande a la posibilidad una vida más fecunda, más llena de amor, de esperanza para uno y para el mundo.

Fuente: Blog Pequeñeces

El mundo cuando conversas

Para reflexionar sobre la capacidad de entrar en diálogo con las personas que nos rodean: una llamada que se profundiza y difunde progresivamente a lo largo y ancho del mundo.

Admiro a la gente que tiene capacidad de conversar. No a los charlatanes, de verborrea incesante pero a veces hueca. Tampoco a quienes se escuchan a sí mismos, y entienden que el otro es únicamente público. Admiro a esos otros que son capaces de compartir historias, bucear en sus vidas, comunicarse desde la alegría y el dolor, desde la palabra y la mirada… no necesariamente con conversaciones trascendentes o profundísimas. A veces es el comentario de la última noticia, la narración sencilla de lo ocurrido en la jornada o la pregunta sincera por el otro. Y es que cuando conversas de verdad, cuando compartes un poquito de ti y del otro, parece que el mundo es más cálido.

Fuente: Pastoral SJ

Soledades y malas compañías

Para reflexionar sobre las buenas y malas compañías y nuestra capacidad de bien o mal acompañar.

Por Nacho Boné SJ

“Mejor solo que mal acompañado”, dice la sabiduría popular. Aún podríamos decir mejor: ¡Qué dura es la soledad hueca y sinsentido, qué cruel y hasta corrosiva la mala compañía! No insisto más ni hacen falta muchos ejemplos. A mí al menos, me basta con pensar en algunas visitas de la soledad, esa “amante inoportuna” a la que canta Sabina, y en algunas veces que acompaño, incluso a los buenos amigos, y quedamos con un sabor de boca amargo o más hundidos en ciertos desalientos y desesperanzas.

Pero más interesante, más fuerte y más verdadera es la experiencia contraria: la experiencia de la buena compañía que abre esperanzas, que nos acerca a los otros y que es tan propia de nuestro Dios. Seguimos al Señor de la Buena Compañía que nos acompaña y nos enseña a “bienacompañar”. Esto se ilumina al releer la historia de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) y, con ellos, al releer también nuestra propia historia de compañías y soledades.

Dos personas se “malacompañan” en dirección a Emaús, se alejan de los otros y van haciendo más profundas las heridas, más amarga la frustración, más argumentada su desesperanza. ¿Me suena a algún encuentro que me haya dejado, o haya dejado en el otro, un poso de temor, de inseguridad, de una tristeza más densa? ¿Me reconozco en algún modo de malacompañar profundizando en lo oscuro, dando la razón en los pesimismos y reforzando la elección de la queja o del cinismo como actitudes vitales? Sin embargo estos discípulos, son alcanzados, sin reconocerle, por el Señor de la Buena Compañía. Se pone a caminar con ellos y crea un ambiente cálido donde se pueden destapar las heridas y airear los fracasos. Se pone a caminar con ellos que venían huyendo, con miedo, frustrados, confusos. Se acopla a sus tiempos y a sus ritmos y les da confianza y seguridad. Camina con ellos y ofrece un espacio seguro, el único punto de partida para cualquier crecimiento y para escoger caminos nuevos. ¿Puedo recordar encuentros que crean ese ambiente de seguridad, de incondicionalidad, de paz verdadera? ¿No está lleno de esta seguridad mi encuentro con el Señor? ¿No he experimentado que sólo crezco cuando encuentro y ofrezco espacios seguros, no amenazantes? ¿No lo he visto también en los demás, en su fe y en su vida? Lentamente Jesús contrasta a los de Emaús con más firmeza y les desvela el sentido en la adversidad, cura algunas heridas, da argumentos y vías a la esperanza. Les va retando para que, como decía Benedetti, la soledad y la frustración sean una llama para encontrarnos en un intercambio de optimismos y confianzas: “Es importante hacerlo, quiero que me relates tu último optimismo, yo te ofrezco mi última confianza”. Ser “bienacompañados” les transporta a un lugar más allá de lo que parecía sólo frustración y fracaso. ¿Será esta la nueva perspectiva del Espíritu de Dios, será el regalo de lo nuevo…? ¿He experimentado alguna vez este giro hacia la Vida en los encuentros con otros y con el Señor? ¿No es este regalo lo más propio de Dios y su modo único de acompañarnos? ¿Será la vida verdadera acompañarnos para buscar y hallar juntos esta nueva perspectiva de gracia?

Los de Emaús aprenden a leer su propio corazón y a entender donde les lleva el Espíritu, qué caminos personales deben seguir. De huir y malacompañarse, aprenden a ser buena compañía el uno para el otro y dan un giro, vuelven hacia donde están los otros necesitados de consuelo, vuelven hacia donde está la comunidad… Terminan unidos, bienacompañados y bienacompañando. Y nosotros, tampoco caminamos ni solos ni malacompañados, caminamos desde, en y hacia la mejor compañía…

Fuente: Pastoral SJ

José, el hombre que Ama y Cree

A pesar de tener mucho renombre, no sabemos mucho de la persona de San José, el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. Sin embargo, en base a lo poco que nos cuenta la biblia, esta reflexión nos invita mirar dos características indudables de este hombre: su amor por María y su fe.

Por Julio Villavicencio SJ

De San José podríamos abordarlo y rezar con su figura desde diferentes aspectos, todos importantes y relevantes para nuestra fe. Sin embargo me gustaría profundizar en dos aspectos que en estos momentos me parecen muy pertinentes y profundos.

Comencemos aclarando que en el Evangelio la figura de José no ahonda en muchos detalles. Es como que nos cuenta lo esencial y luego desaparece de escena. Por eso me gustaría que contemplemos a este José desde el amor y la fe. Dimensiones de su vida que se pueden observar en el Evangelio.

En primer lugar el amor a María. Parece que José está amando a María con mucha seguridad. El puede dudar de ese hijo que María va a tener, de la versión de María, pero de lo que no podemos dudar es que este hombre ama a María. Tanto es así que prefiere huir y abandonar a María, antes que denunciarla por haber quedado embrazada sin que él fuera el padre. Ciertamente que este es un dato que podemos sacar de los Evangelios y contemplar en José. Esa travesía con su mujer, cargándola en un burro, cuidándola y sirviéndola en todo lo que él podía, todos estos esfuerzos hechos por este artesano semita eran inspirados por el amor. José era un hombre lleno de amor y que sabía amar.

En segundo lugar me gustaría profundizar en su fe. José es un hombre aparentemente sencillo. Amaba a María, pero en un primer momento no podía concebir en su cabeza la historia de María. Fue después de un sueño que José creyó en María. Entonces ahí tenemos una característica de José, creyó en sus sueños. José tuvo un sueño del Señor y creyó en él. Tanto creyó en este sueño que toda su vida tomó un rumbo confinado en este sueño. Ciertamente que José no sabía lo que iba a venir, cómo podría llevar a adelante esta aventura y cómo enfrentaría las dificultades de la vida que se le estaba presentando, pero José tuvo un sueño y creyó en él. Creyó en él por el gran amor que sentía. Inspirado por ese amor se animó a creer en su sueño, a creer en Dios y aventurarse a una vida nueva. La vida de la familia del Emmanuel, Dios con nosotros.

En estos dos aspectos que hoy los invito a contemplar en José, creo que podemos sacar mucho provecho para nuestra vida espiritual y familiar. Tal vez pensar y rezar con nuestra propia vida a la luz de José nos hace pensar en cómo está nuestra fe ¿Soy un hombre o una mujer de gestos inspirados en el amor? ¿Creo en el amor para construir mi familia con Dios entre nosotros? ¿ Me animo a aventurarme en la construcción de la familia desde la fe en un mundo mejor, en un mundo donde Dios esté con nosotros?

Fuente: Red Juvenil Ignaciana