Conversaciones con el Padre General

Misión y colaboración

La Congregación General 34 dio a los jesuitas un nombre que les recuerda su calidad de «Servidores de la Misión de Cristo». ¿Puede explicárnoslo bajo la perspectiva de la universalidad de la vocación a la Compañía?

R. En esto el pensamiento de la Iglesia ha experimentado una evolución que afecta a nuestra misión. Durante mucho tiempo las distintas congregaciones religiosas, y nosotros con ellas, pensaban tener una misión específica en la Iglesia. La Compañía, en la Congregación General 34, enunció su misión como parte de la misión de Cristo, de la que nos consideramos servidores. En tiempos más recientes la Iglesia ha comenzado a sentir que si Dios Padre es la fuente de todo bien, será también fuente de la Misión. El papa Benedicto usaba con frecuencia la expresión «Missio Dei» para expresar esta nueva idea. Por otra parte refleja el modo de hablar de Ignacio en la meditación de la Encarnación. Es Dios Padre quien dice: «Hagamos redención del género humano».

Las dimensiones de nuestra misión no dependen de cuántos seamos. Aun cuando los jesuitas fuésemos diez veces más de lo que somos ahora, nuestra misión sería mayor de lo que podemos soñar. La pregunta definitiva es esta: ¿qué es lo que Dios quiere hacer con la Humanidad y qué quiere hacer por ella? La Compañía no ha pensado nunca que la historia y la realidad sean algo separado de nuestra misión. En la actualidad encontramos que son tantos los seglares con deseo de trabajar por los demás y con interés en la espiritualidad ignaciana, que nos vemos obligados a considerarlo como un signo de que los nuevos tiempos, y Dios con ellos, nos invitan a trabajar de modo diferente.

En otras palabras, no podemos seguir pensando que nuestro trabajo es «nuestro», o que estamos llevando a cabo «nuestra» limitada misión, sino más bien que somos solamente, en la Iglesia, una mínima parte de la misión de Dios.

A menudo «nuestras» obras (colegios, etc.) en realidad ya no son propiamente «nuestras», en el sentido de que ya no ocupamos en ellas los puestos de más alta dirección. ¿Qué diría usted a aquellos jesuitas a los que asustan estos cambios?

R. En realidad estas obras nunca fueron «nuestras», sino que eran parte de una empresa más grande. Si la historia y la realidad son el modo que Dios tiene de decirnos que debemos cambiar y ser flexibles para responder a nuevos desafíos, quizá nos está conduciendo hacia maneras nuevas de ser ministros suyos. Quizá nos está obligando a repensar cuál es nuestro papel en las instituciones, quizá nos está invitando a refundar la Compañía y hacer de nuestro tesoro ignaciano un patrimonio que se ofrece a sacerdotes y seglares, a todos los que desean compartir la visión y la misión de Ignacio.

Hemos comenzado a pasar nuestro carisma manos de líderes laicos, pero ¿y la siguiente generación? Quiero decir, ¿qué sucederá con la próxima generación de dirigentes seglares que quizá no han conocido a ningún jesuita? ¿Obliga esta realidad a planificar de modo diferente?

R. Es la preocupación que tienen muchos jesuitas seriamente comprometidos en la colaboración con laicos. La experiencia nos enseña que no es difícil encontrar una persona seglar excelente, profesional y seriamente motivada, para ponerla al frente de una institución. La pregunta afecta más bien al futuro. ¿Quién sucederá a esta persona? ¿Qué garantía tenemos de que la identidad católica y el espíritu ignaciano encontrarán continuidad, al menos durante dos o tres generaciones? En la antigua Provincia de Loyola los jesuitas pensaron que parte de la solución consistía en crear Comunidades Apostólicas, que llevasen adelante la identidad y el espíritu de la institución. Esto implicaba, naturalmente, dar buenas oportunidades de capacitación y una formación intensiva en valores y pedagogía ignaciana. Se trataba de cursos libres, como es obvio, pero un 80% tomaron parte en ellos.

¿Qué nuevas fronteras se presentan a la «Misión y la Colaboración»?

R. Dado que en nuestro trabajo las fronteras quedan definidas por las categorías de ¿»dónde»?, ¿»para quién»? y ¿»para qué»?, lo que decidirá las fronteras será la mayor necesidad apostólica y los demás criterios ignacianos que aplicamos al apostolado. Las dinámicas internas que lleva consigo la colaboración nos plantean también algunos desafíos que someten a buena prueba nuestro espíritu evangélico y nuestro compromiso.

Jesuitas por el Mundo

 

Palabras vivas del P. Arrupe, sj

Por Darío Mollá sj

El 5 de febrero de 1991 fallecía en Roma el P. Pedro Arrupe, 28º Prepósito General de la Compañía de Jesús, después de una larga enfermedad causada por una trombosis que sufrió el 7 de Agosto de 1981 a la vuelta de un viaje a Filipinas y Tailandia. El 14 de noviembre de 1997 sus restos mortales fueron trasladados a la Iglesia romana del Gesú, donde reposan actualmente.

El significado y trascendencia de su persona y de su obra siguen plenamente vigentes. Desbordan las servidumbres del tiempo y desbordan también los límites de la Compañía de Jesús. Para todos los cristianos de hoy el P. Arrupe sigue teniendo palabras vivas que nos interpelan y nos ayudan a vivir con más radicalidad y profunidad nuestro seguimiento de Jesús. Recojo brevemente algunas de ellas.

Arrupe, el hombre de Dios

Sin duda, el P. Arrupe fue un hombre de Dios. Ahí radica el más hondo secreto, la explicación más certera, de su entrega, de su impulso misionero, de su creatividad, de su compromiso con los pobres de esta tierra. Un hombre de Dios al estilo de San Ignacio, con una experiencia personal de encuentro con la Trinidad y de identificación con Cristo, enviado a “hacer redención del género humano”. Un Cristo que para Pedro Arrupe fue siempre el Cristo pobre, humilde y crucificado de los Ejercicios ignacianos. Un hombre de Dios que, precisamente por ello, está profundamente comprometido con el hombre, con todo el hombre y con todos los hombres.

Su persona y sus escritos son una permanente llamada a profundizar y personalizar en nuestra experiencia de Dios, porque de ella depende todo lo demás. Resulta esclarecedor el siguiente párrafo, lleno de sinceridad y vigor, de su conferencia Inspiración Trinitaria del Carisma Ignaciano: “Me pregunto si la falta de proporción entre los generosos esfuerzos realizados en la Compañía en los últimos años y la lentitud con la que procede la esperada renovación interior y adaptación apostólica a las necesidad de nuestro tiempo en algunas partes… no se deberá en buena parte a que el empeño en nuevas y ardorosas experiencias ha predominado sobre el esfuerzo teológico espiritual por descubrir y reproducir en nosotros la dinámica y contenido del itinerario interior de nuestro fundador, que conduce directamente a la Santísima Trinidad y desciende de ella al servicio concreto de la Iglesia y “ayuda de las almas” (D. Mollá –ed-, Pedro Arrupe, Carisma Ignaciano, col MANRESA n 55, ed. Mensajero-Sal Terrae-Universidad Pontificia de Comillas, 2005, p. 105).

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Arrupe, el Misionero

El P. Pedro Arrupe fue, por vocación interior, por talante, por biografía, un misionero. Llegó a Japón, tras haberlo solicitado insistentemente, en el año 1938, recién acabada su formación de jesuita, y permaneció allí hasta 1965 en que fue elegido General de la Compañía de Jesús. En esa elección fue especialmente tenido en cuenta su talante misionero. Y como General siguió siendo un misionero de principio a fin: ya antes de acabar el año 1965 viajó al Próximo Oriente y a África y, como hemos dicho anteriormente, acabó su recorrido vital como General en un viaje al Extremo Oriente.

Para él la palabra “misión” es la palabra clave del carisma ignaciano, la llave maestra “para entender y profundizar en el conocimiento del carisma fundacional de san Ignacio” (Pedro Arrupe, carisma de Ignacio p. 137. Conferencia ‘La misión apostólica, clave del carisma ignaciano’ n99)

Misión no es simplemente, como a veces entendemos, un lugar o una tarea, sino una dimensión básica del seguidor de Jesús, que comparte con Él el envío del Padre; una dimensión que condiciona toda la vida y que nos proyecta más allá de cualquier frontera (geográfica, ideológica, religiosa o vital) en una actitud de servicio que Arrupe define, de modo preciso y precioso, como “incondicional e ilimitado, magnánimo y humilde” (Pedro Arrupe, carisma de Ignacio, p. 151. Conferencia “Servir sólo al Señor y a la Iglesia, su esposa’…n4).

El sentido de la misión nos da un enfoque preciso para acercarnos al evangelio y nos ayuda a mirar el mundo con la mirada de Dios, con la anchura, con la hondura y con la cercanía con la que Dios mira el mundo: con la universalidad y mirada amplia de Dios, con la profundidad de Dios, con el cariño de Dios.

Arrupe, el hombre de Iglesia

Entre las numerosísimas fotos que tenemos de la vida del P. Arrupe, impresionan de un modo especial sus fotos con los dos Papas con los que tuvo relación: arrodillado recibiendo la bendición de Pablo VI o de Juan Pablo II, o la foto de la visita de Juan Pablo II a un Arrupe ya muy enfermo en la enfermería de la Curia romana de la Compañía de Jesús. Todas ellas presentan a un Pedro Arrupe que, con fidelidad plena al carisma y ejemplo de San Ignacio, tuvo una devoción muy personal y muy honda a la Iglesia y a los Papas. Arrupe coincidió también con Juan Pablo I, pero dada la corta duración de este Pontificado, no hubo tiempo para una relación personal.

Pese a todas las dificultades… que fueron muchas. Sus tiempos fueron los “tiempos revueltos” de la Iglesia y de la Compañía postconciliar, su responsabilidad eclesial fue mucha al ser prácticamente durante todos los años de su mandato el presidente de los Superiores Generales de institutos religiosos, y sus tomas de postura apostólicas no fueron siempre bien entendidas en la Santa Sede.

Pero en Arrupe había de fondo, y esa es la interpelación que nos hace, un gran “afecto” a la Iglesia. Para él la Iglesia no era simplemente una institución, sino una madre y la esposa de Cristo. Y, por tanto, como tal hay que tratarla y amarla, más allá de límites y dificultades. Hay que “sentir” afecto por la Iglesia, con todo lo que supone el “sentir” ignaciano: “un conocimiento impregnado de afecto, fruto de experiencia espiritual, que compromete a todo el hombre” (Pedro Arrupe, carisma de Ignacio, p. 167). Todo un desafío y una llamada para los cristianos de hoy.

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Arrupe, el hombre de discernimiento

Servir en misión pide discernir. Si pretendemos dar una respuesta de hoy a los problemas y necesidades del mundo de hoy, es necesario preguntarnos qué debemos hacer y qué podemos hacer. Y preguntarnos y respondernos desde el “más” ignaciano: el mayor servicio, la mayor necesidad, la mayor urgencia, el bien más universal… (D. Mollá sj, Cuadernos EIDES n78, p.24). Por eso, Arrupe, hombre de misión y hombre del “más” es también hombre de discernimiento.

Un discernimiento que no le fue fácil ni cómodo sobre qué es lo que la Compañía tenía que ser, vivir y hacer para responder, en fidelidad al carisma ignaciano, a las necesidades del mundo de hoy. Un discernimiento y un cambio que tuvo que afrontar entre las presiones de los que no saben distinguir lo esencial de lo secundario y consideran que todo es esencial y que, por tanto, todo es intocable y no se puede cambiar nada y los que pretenden cambiarlo todo, sin atender a elementos que son esencial que deben pervivir a pesar de los cambios.

Somos invitados por Pedro Arrupe a discernir y preguntarnos qué es lo que nos pide la fidelidad al Señor y a la misión en cada momento de nuestra historia y de nuestra vida. Y eso no es un tema secundario, para determinadas ocasiones o momentos excepcionales, sino una exigencia ineludible de nuestro ser misioneros como cristianos. Una pregunta para todos los días y para cada día. En palabras vigorosas de Pedro Arrupe: “Es mucha verdad que los problemas nos desbordan y que no lo podemos todo. Pero lo poco que podemos, ¿lo hacemos todo?” (Pedro Arrupe, carisma de Ignacio, p.99)

Pedro Arrupe, el hombre de la fe-justicia

El 14 de noviembre de 1980, unos pocos meses antes de su trombosis, el P. Arrupe creó oficialmente el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), una de sus últimas grandes decisiones como General. Decisión que, a la luz de lo que estamos viviendo en Europa y en todo el mundo en los últimos meses, nos resulta enormemente profética, porque Pedro Arrupe fue también un profeta de la promoción de la justicia que exige el servicio de la fe.

“Servicio de la fe y promoción de la justicia”. Así lo había formulado unos años antes, en 1975, la Congregación General 32 de la Compañía de Jesús que él convocó, presidió y animó. La última de sus conferencias, pronunciada en febrero de 1981, ‘Arraigados y cimentados en la caridad’, estudia a partir de los escritos ignacianos, de la vida de los primeros compañero y de los escritos neotestamentarios de San Juan y San Pablo, ese vínculo indisoluble entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, entre la fe, la caridad y la justicia.

Por desgracia, la situación de injusticia estructural que causa tantas víctimas y tanto sufrimiento, no ha ido a menos desde la muerte del P. Arrupe hasta hoy. Por tanto, su llamada y su interpelación a nuestro compromiso por la justicia como creyentes sigue plenamente viva. No hay vivencia auténtica de la fe sin compromiso por la justicia. Y ese compromiso por la justicia adquiere su mayor radicalidad y plenitud cuando es vivido desde la fe.

Experiencia de Dios, misión, Iglesia, discernimiento, justicia… son las palabras vivas que nos deja la persona y la obra del Padre Arrupe. Palabras válidas para todos los cristianos. Son su legado que es, para todos nosotros, una gracia de Dios como él mismo fue, y es, una gracia de Dios para la Iglesia y para el mundo.

Fuente Revista Mensajero

San José Obrero

El 19 de Marzo celebramos el día de San José Obrero. En la figura de José podemos ver lo que significa el santificar las cosas pequeñas, el encontrarse con Dios en lo de todos los días. Muchas veces nos empecinamos en buscar la santidad en lo extraordinario. Sin embargo, en José podemos reconocer que la Santidad comienza en lo cotidiano, en el trabajo que dignifica y santifica. El papa Pablo VI cuando presenta esta fiesta a la iglesia nos muestra que el trabajo está unido con la santidad, pues en lo que desarrollamos y realizamos a diario logramos el encuentro con Cristo. La Santidad pasa por la entrega en lo de cada día. Entonces, es en nuestro trabajo donde cosechamos santidad. Que el Señor bendiga tu trabajo y si no lo tienes, pidamos a San José que interceda para que pronto lo tengas.

Oración a San José

Enséñanos, José,

cómo se es “no protagonista”,

cómo se avanza sin pisotear,

cómo se colabora sin imponerse,

cómo se ama sin reclamar

cómo se obedece sin rechistar

cómo ser eslabón entre el presente y el futuro

cómo luchar frente a tanta desesperanza

cómo sentirse eternamente joven

Dinos, José,

cómo se vive siendo “número dos”,

cómo se hacen cosas fenomenales

desde un segundo puesto.

Cómo se sirve sin mirar a quién

cómo se sueña sin más tarde dudar

cómo morir a nosotros mismos

cómo cerrar los ojos, al igual que tú,

en los brazos de la buena Madre.

 

Explícanos

cómo se es grande sin exhibirse,

cómo se lucha sin aplauso,

cómo se avanza sin publicidad,

cómo se persevera y se muere uno

sin esperanza de un póstumo homenaje

cómo se alcanza la gloria desde el silencio

cómo se es fiel sin enfadarse con el cielo.

Dínoslo, en este tu día, buen padre José.

Fuente: Oleada Joven

 

Un cuerpo ‘convocado’ – Hacia la CG 36

Al convocar la Congregación General 36 (CG36), el P. Alonso Nicolás no sólo hace un llamado a los jesuitas sino a la Compañía de Jesús como cuerpo, para orar, discernir y ofrecerse como ‘colaboradores de la misión de Cristo’.

Esta invitación se vuelve concreta en la propuesta que el mismo P. General hizo en 2014: “Meditando la llamada del Rey Eterno, ¿cuáles parecen ser, según nuestro discernimiento, las tres llamadas más importantes que el Señor dirige hoy a toda la Compañía?”.

La respuesta se espera de un cuerpo que, en su diversidad, recorre el camino de los Ejercicios Espirituales y quiere plasmar esta espiritualidad en su ‘modo de proceder’. Que se reconoce ‘pecador perdonado’ y convocado a militar ‘bajo la bandera de la cruz’, haciendo ofrecimiento de sí, para seguir Su divina voluntad.

Yendo un poco más allá, podríamos decir que la CG36 no será sólo la reunión de un ‘cuerpo congregado’ –la representación de padres y hermanos, que se reunirán en Roma a partir del 2 de octubre- sino que es una llamada al ‘cuerpo convocado’ de un colectivo más extenso.

El ‘cuerpo’ que integramos jesuitas y colaboradores laicos de nuestras residencias y obras. Junto con los miembros de distintas congregaciones de espiritualidad ignaciana, movimientos, asociaciones y grupos que comparten este espíritu.

En orden a acompañar esta invitación es que invitamos a todos a compartir esta oración, en busca de una mayor claridad y confirmación del discernimiento de quienes corresponde ser ‘congregados’. De modo que la respuesta sea enriquecida y acompañada por la búsqueda de una claridad mayor.

La llamada ‘Meditación del Reino’, que enlaza la Primera Semana con los Ejercicios completos, tiene una función determinante: el Ofrecimiento de todo nuestro ser, a quien reconocemos como Rey y Señor. Pedimos ‘no ser sordos… sino prestos y diligentes’ para asumir una tarea concreta que requiere de todas las facultades para el trabajo.

En sintonía con esta disposición, quienes participarán de la CG36 como congregados por América Latina, compartieron una propuesta de oración con las Provincias jesuíticas de la Región. La proponen como ‘Ruta Espiritual Ignaciana’, hacia la CG36.

Ellos mismos reconocen: “Necesitamos sentirnos todos bajo el mismo soplo y el mismo espíritu que actúa y actuará en los próximos congregados. Por eso deseamos invitarles a iniciar juntos un camino de preparación espiritual hacia la CG 36. Quisiéramos propiciar en todas las Provincias de América Latina un clima de oración y discernimiento para responder al Señor y servirle con hondura afectiva, intelectual y eficaz y en colaboración, en medio de los retos y oportunidades de nuestra historia”

En lo sucesivo, presentaremos una adaptación de estas propuestas a fin de compartirla como ‘cuerpo convocado’ por el Espíritu. Convencidos que en la oración común se estrechan lazos y se allanan los caminos para ofrecer toda nuestra persona al trabajo por el Reino y ser elegido y recibido es el divino servicio.

 

Discurrir por unas partes y por otras

Por Raúl Alberto González S.J.

Llegó el momento de partir, muchos de ustedes quedaron perplejos ante la noticia de mi traslado, otros confundidos, algunos tristes y varios casi sin palabras.

Casi todos me han preguntado ¿Por qué?

A casi todos le he dado la misma respuesta, así es la vida del Jesuita, para discurrir por unas partes y por otras. Hoy quisiera explicarles un poco más esta expresión.

Para nosotros, los jesuitas, la originalidad de la Compañía de Jesús, fue plasmada por San Ignacio en las constituciones de las mismas.

Ignacio de Loyola, cuando presenta la Compañía de Jesús a los candidatos que se plantean ingresar a la orden, les aclara que debemos estar «preparados conforme a nuestra profesión y modo de proceder, para discurrir por unas partes y por otras del mundo, todas las veces que… nos fuere mandado» (Const. [92] 35).

Este discurrir que platea San Ignacio a todo aquel que quiera compartir nuestra misión, no es un ir de un lado para otros sin sentido o más aún, en búsqueda de lugares exóticos o emociones fuertes, sino que su finalidad es esperar el mayor servicio de Dios y ayuda de las almas. 

La vida del Jesuita tiene que ver con la misión que se le encomienda; y así nuestra vida se va configurando cada día más a esta idea de «discurrir por unas partes y por otras» a imagen de Ignacio de Loyola, el peregrino, pero no ya solamente la del peregrino que busca a Dios para encontrarlo sino también del peregrino que habiéndolo encontrado quiere hacer el mayor bien y el mayor servicio.

Ignacio no quería que fuésemos eternos, ni imprescindibles, ni más aún inamovibles, sino que fuésemos hombres capaces de llevar adelante la misión.

Porque la misión nos define, nuestra obediencia es para la misión, nuestro hacernos indiferentes es para la misión, nuestra capacidad de movilidad es para la misión.

En mi vida de Jesuita, una vez más me toca experimentar los efectos de la obediencia para la misión.

Esta nueva misión me llevara a una nueva ciudad, me forzará a conocer nueva gentes y a establecer nuevos vínculos, pero sobre todo me exigirá soñar y pensar la misión en un nuevo contexto.

Ante la pregunta del por qué solo me queda una respuesta… porque somos para la misión

 

Encuentro de Estudiantes Jesuitas: “Dios está en medio de ustedes”

Por Emanuel Vega SJ

Los estudiantes jesuitas de la Provincia Argentino-Uruguaya (Álvaro Vidueiro SJ, Emanuel Vega SJ y Santiago Suárez SJ) hemos participado, durante el mes de enero, del Encuentro de Estudiantes Jesuitas del Cono Sur (ECSEJ). Este año dicho Encuentro se llevó a cabo en Brasil. Durante este mes hemos tenido un Curso de Historia de la Compañía de Jesús, realizamos experiencias de misión y de servicio en el interior de Brasil y en San Pablo, tuvimos unos días de descanso y ocho días de Ejercicios Espirituales. Paso a comentarles dichas experiencias más detalladamente, junto con algunas impresiones que tuvimos con mis compañeros.

De Argentina partimos ocho estudiantes: Gabriel SJ, Rogelio SJ, Manuel SJ y Gusmán SJ, de la Provincia del Paraguay; Francisco SJ, de la Provincia de Chile y los que he mencionado al principio, provenientes de ARU. Partimos el 2 de enero de Aeroparque y, en tan sólo un par de horas, llegamos a Guarulhos (San Pablo). Para sorpresa de muchos (la primera entre tantas sorpresas que nos dio Brasil) San Pablo estaba más fresco y nublado que el Buenos Aires que nos despidió; clima que, además, se mantuvo igual casi todo el mes. Una vez llegados a Guarulhos nos recibieron los padres Elcio Toledo SJ y Walter Falchi SJ; quienes fueron los encargados de guiar el ECSEJ. Luego de un pequeño viaje llegamos a “Casa Anchietanum”; una casa de la Compañía de Jesús dedicada casi exclusivamente al trabajo con jóvenes. Allí nos alojamos durante la primera semana, junto a estudiantes jesuitas de Perú, Bolivia y Brasil.

Los primeros dos días de la experiencia fueron de integración: compartimos nuestras expectativas, nuestras inquietudes y deseos y, por sobre todo, la vida entre mates, caminatas, conversaciones y guitarreadas. La sensación común fue la de “estar en casa” y “con los tuyos”: de tan diversos países y regiones, pero compañeros de Jesús al fin.

Del lunes 4 al viernes 8 tuvimos un curso de historia sobre la Compañía de Jesús dictado por Carla Galdeano y Larissa Artoni, profesoras de historia que trabajan en el museo de “Patio do Colegio”, en el centro histórico de San Pablo. Durante esos días recorrimos dicha ciudad visitando templos y museos, aprendiendo, además, un poco de la rica historia de Brasil. Al final del curso –en donde hemos hecho memoria agradecida de nuestra historia- los estudiantes jesuitas agradecimos a las profesoras y al Padre Carlos Contieri SJ por el profundo cariño, el entusiasmo y la pasión con las cuales encararon la tarea de “contarnos nuestra historia”.

Fue una semana de estudio, ciertamente, pero también de oración: volver a las raíces, ‘pispear’ los deseos que motivaron a Ignacio y los primeros compañeros a fundar la Compañía, volver al inicio de esta locura de ser compañeros de Jesús al servicio de los demás, nos ha ensanchado el corazón y renovado el ánimo de nuestra entrega. Además, como decía uno de los estudiantes, el volver atrás y hacer memoria agradecida de vez en cuando, nos ayuda a ver que Dios ha estado con nosotros… nos ayuda a interpretar y clarificar nuestro presente, al tiempo que nos brinda claves de lectura del futuro que nos espera. Pero, sobre todo, nos da la esperanza de que aún -y pese a todo- Dios seguirá estando con estos ‘locos compañeros’ que se animan a vivir la aventura de seguir a Jesús. ¡El Señor, como en otros tiempos con Ignacio, nos seguirá siendo propicio!

Movidos por el recuerdo de las antiguas misiones, de nuestros grandes santos, y de tanto jesuita apasionado que fue mencionado a lo largo del Curso, partimos a nuestras “minis misiones”. Las mismas duraron del 9 al 18 de enero. Algunos compañeros, como Santiago Suárez SJ, realizaron misiones rurales al interior de Brasil; otros realizaron misiones urbanas visitando familias, como Alvaro Vidueiro SJ; algunos acompañaron grupos de jóvenes, colaboraron en algunas capillas y parroquias, etc. Ramiro Loza SJ (BOL), Manuel Cabodevila SJ (PAR), Francisco Cáceres SJ (CHI) y quien escribe nos quedamos en San Pablo, en la misma Casa Anchietanum, realizando una experiencia de voluntariado junto a jóvenes vinculados a la Compañía. Ramiro SJ trabajó en un ‘Centro de Reciclaje’, Manuel SJ en una ‘Casa de Refugiados’ y Francisco y yo en un “Centro de Refência e Acolhida do Inmigrante” (CRAI).

Dicho centro CRAI, perteneciente a los religiosos franciscanos, recibe a migrantes provenientes de distintos países. La misma atiende a unas 110 personas aproximadamente. Allí realizamos tareas varias: ayudamos en la cocina, en la recepción de los inmigrantes y en la limpieza de la casa. No obstante, nuestra principal labor consistió en acompañar a las familias, conversar con ellas, escuchar sus historias… Entre conversación y conversación aprendimos –al menos a balbucear- algún que otro saludo o broma en sus lenguas maternas. Francisco Cáceres SJ hasta logró, después de mucho empeño, conversar en árabe con unos sirios, claro que gracias a la inestimable mediación de “Google Traductor” y un muchacho marroquí que corregía su dicción.

Durante esta semana de voluntariado también programamos juegos con los chicos que vivían en esta casa, en su gran mayoría angoleños. La frescura, libertad y alegría de los chicos, muchos de ellos vinculados a historias complicadas, nos llamó mucho la atención; casi como una pequeña lección de que la vida aún se sigue imponiendo a tanta muerte y a tanta violencia. La experiencia fue gratificante y entrañable; la alegría y la calidez humana que se respiraba en esa casa interpelaba hasta al voluntario más despistado. La dedicación, la entrega y la atención delicada -hasta en el detalle- de los funcionarios del lugar por los inmigrantes nos causó admiración; daba gusto trabajar allí, daba gusto verlos empeñarse alegremente en sus tareas, verlos preocuparse -hasta dolerse- por la realidad cruda de tanto migrante que busca “su lugar en el mundo”, porque el de origen estalla en miseria y violencia. Pero no sólo nos daba gusto a nosotros “ver las personas”, “oír lo que dicen” y “considerar lo que hacen”, sino también nos dio la sensación de que a ellos les daba gusto vivir allí… Un pedazo de mundo los cobijaba en San Pablo. Sin duda Dios estaba en medio de ellos.

Luego de las experiencias de misión y voluntariado pasamos unos días de descanso en Río de Janeiro. Allí recorrimos museos y tuvimos la oportunidad de visitar al Cristo Redentor, pese al mal clima que nos acompañó en esos días.

Finalmente hicimos los Ejercicios Espirituales en Itaici (San Pablo) dirigidos por el Padre Carlos Contieri SJ. Fue una semana de descanso y oración, en medio de la cual los estudiantes renovamos nuestros votos: la primera vez en portugués, para muchos. Luego de los Ejercicios tuvimos un día de evaluación y de recreación junto a los padres y hermanos del Padre Elcio SJ. Allí jugamos al fútbol y culminamos la experiencia con un asado hecho por manos brasileras.

Esta fue nuestra experiencia de ECSEJ… una sutil excusa para conocernos y encontrarnos con tantos compañeros que a lo largo y ancho de Sudamérica viven la misma vida que nosotros por estos lares. No podemos quejarnos, Dios nos ha regalado mucho. Y seguramente nos seguirá regalando experiencias similares, en donde la alegría de “estar juntos” sea moneda común; en donde haya oportunidad de compartir –como aquí lo hemos hecho- los mismos deseos y las mismas expectativas. En donde haya oportunidad de soñarnos en esta compañía trabajando al servicio de la fe y por la promoción de la justicia.

Varios de nosotros, al culminar la experiencia del ECSEJ hemos coincidido en que la frase que de algún modo sintetiza lo vivido se encuentra en la liturgia de la misa en portugués. Allí, como respuesta al “Señor esté con ustedes” el pueblo responde “Ele está no meio de nós”; es decir, “Él está en medio de nosotros”.

Y ciertamente fue así: Dios ha estado en medio de nosotros, inflamando nuestros corazones y reavivando nuestro espíritu mientras teníamos el Curso de Historia; Dios ha estado en medio de nosotros extendiendo nuestros horizontes apostólicos gracias a las experiencias de voluntariado y de misión; Dios ha estado con nosotros asegurándonos que es lindo vivir con compañeros con los cuales compartir la vida y los deseos más profundos, como hemos vivido en esos días de descanso en Rio de Janeiro. Dios estuvo con nosotros “hablándonos al oído” y recordándonos que “sabemos quiénes somos –jesuitas- mirándolo a Él” (CG 35), experiencia que renovamos cada año gracias a los Ejercicios Espirituales.

Él está en medio de nosotros -y lo seguirá estando- como quien –con ansias- nos espera a cada paso.

 

¿Sabes qué significa IHS?

“JHS” es el monograma (símbolo formado por letras entrelazadas en conjunto utilizada como abreviatura) del nombre de Jesucristo y con el que muchas de nuestras instituciones lo utilizan en sus escudos y emblemas. Y no es casualidad, pues San Ignacio utilizó el monograma en su sello de Superior de la Compañía de Jesús en 1541, convirtiéndose en el emblema de la orden religiosa.

El IHS con el que estamos tan familiarizados fue adoptado como sello por San Ignacio, al momento de fundar la Compañía de Jesús, con lo que devino en símbolo de la Societas Jesu. Tras utilizarlo en su sello como general, los jesuitas a menudo lo unimos a rayos solares que se desprenden de él.

Pero, ¿Qué significa IHS?

Originalmente, su significado es la abreviatura del nombre de Jesús en letras griegas mayúsculas “IHSOUS”, sin embargo con el tiempo y la historia, el monograma dio lugar a la etimología latina de Iesus Hominum Salvator (Jesús salvador de los hombres) que es como la conocemos hoy, y que incluso el Papa Francisco lo utiliza en su escudo papal.

Precisamente, el Papa habló sobre su significado en la homilía que realizó en la misa celebrada a San Ignacio el pasado 31 de Julio, en la que asistieron sacerdotes de la Compañía de Jesús, amigos y colaboradores. En esa oportunidad, hizo una reflexión sobre el real sentido que tiene en nuestra vida espiritual: “La centralidad de Cristo para nosotros”, la cual compartimos con ustedes a continuación:

“Nuestro lema, el de los jesuitas, “Iesus Hominum Salvator” (IHS). Cualquiera de vosotros podría decirme: “¡lo sabemos muy bien!” Pero este lema nos recuerda constantemente una realidad que no debemos olvidar nunca: la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y para toda la Compañía que San Ignacio quiso que se llamase “de Jesús” para indicar el punto de referencia. También al inicio de los Ejercicios Espirituales, nos pone de frente a nuestro Señor Jesucristo, a nuestro Creador y Salvador (cfr EE, 6). Y esto nos lleva a nosotros, los jesuitas y a toda la Compañía a ser “descentrados”, a tener siempre delante a “Cristo siempre mayor”, el “ Deus semper maior ”, el “intimior intimo meo“, que nos lleva continuamente fuera de nosotros mismo, nos lleva a una cierta kenosis, a “salir del propio amor, querer e intereses” (EE, 189)”.

Fuente: FLACSI

 

Haciendo balance de mi vida

Joaquín Ciervide SJ

Con mis más de 70 años de edad, uno se pone a hacer evaluación de lo vivido: ¿acerté metiéndome jesuita? ¿atiné pidiendo ir al Congo?

Con sinceridad puedo decir que, globalmente, no me arrepiento de las grandes opciones de mi vida. Si tuviera que empezar de nuevo, volvería a elegir la vida religiosa, la Compañía de Jesús y el misionerismo.

Sin embargo, bien pensado, creo que, en lugar de hacerme sacerdote, entraría en la Compañía como hermano. Eso fundamentalmente no por humildad. Cierto que la humildad tiene un alto valor evangélico pero, a mi modo de ver, la vocación de hermano lleva un aspecto más importante que el de ser un camino humilde. A ver si me explico.

Fui tomando conciencia de lo que quiero explicar, en el Chad, entre los años 2006 y 2013, cuando trabajé primero con los refugiados sudaneses y luego en la recientemente creada red de escuelas de Fe y Alegría. En los dos contextos se trataba de una población totalmente musulmana donde mi trabajo consistía en ayudarles a elevar la calidad de sus escuelas. Allí no cabía anunciar el evangelio. Hacer proselitismo estaba fuera de lugar. Allá las escuelas funcionan en régimen de ‘laicidad’ : en la escuela se educa a los niños sin entrar en la dimensión de la educación religiosa que se da o en la casa o en la mezquita.

Fueron para mí cinco años en los que fui tomando conciencia progresivamente que esa manera de trabajar y vivir, lejos de ser una invalidez, como si me hubiese quedado mudo, era una forma de vida que me resultaba muy evangélica y profundamente satisfactoria. Me sentía feliz con aquella manera de proceder.

Con los refugiados estaba metido en lo que se llama el trabajo humanitario. Son personas que han huido de la guerra, han perdido sus casas, sus pueblos, su país. Hay que ayudarles a rehacer una vida nueva. Y en Fe y Alegria se trataba de algo parecido: pueblos en una situación de gran necesidad.

Alumnos, maestros, compañeros de equipo, prácticamente todos eran musulmanes y, sin embargo, nos sentíamos muy unidos. Nos unía el deseo común de salir de la miseria y desarrollar la humanidad, la cultura, la educación, la instrucción. La Buena Noticia se anunciaba a los pobres por medio de acciones aunque no se nombrara a Jesús.

Progresivamente fui tomando conciencia del valor de esa manera de funcionar. Obras son amores y no buenas razones. En los sermones cabe la hipocresía. En la acción se es más auténtico. Eso por una parte. Por otra, y era lo que para mí era lo más importante, es que, en la acción, yo podía percibir con claridad en mis amigos musulmanes los mismos ideales que yo intentaba perseguir: la compasión, la generosidad, la humildad, la honradez, la sinceridad, la piedad, la alegría. Hassane Awada, Mahmat Nour, Souleyman, eran compañeros con quienes yo me sentía muy unido.

La potencialidad de la acción cristiana en un medio no cristiano fue un bello descubrimiento. Me quedaba por descubrir que esa misma potencialidad es fecunda en un medio descristianizado como éste en el que vivimos ahora, aquí en España. Por aquel tiempo, XX, un voluntario español en nuestra organización, me hizo saber que había perdido la fe, que había dejado de ir a Misa y que se sentía tan feliz como cuando iba a Misa. Lo sentí, pero, pensándomelo mejor, se me encendió la bombilla para ver que yo podía vivir en comunión con XX de la misma manera que con Hassane Awada, ya que XX seguía sirviendo a los demás tan bien o mejor que cuando iba a Misa.

El hermano predica el evangelio por lo que hace, no por lo que dice. Por eso es por lo que, si me tocara volver a vivir, me gustaría ser hermano, de la misma manera que me gustaría tocar la guitarra y bailar, tres bellas cosas que no he hecho en mi larga vida.

 

«Nos toca reconocer la autoridad, respetar la legalidad, sin dejar por ello de denunciar la iniquidad»

Santiago Agrelo, Arzobispo de Tánger

A todos vosotros, ungidos por el Espíritu para llevar el evangelio a los pobres, «gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo». Me gustaría que esta carta fuese escrita, como lo han sido siempre, sólo por compartir entre nosotros pensamientos de fe, esperanzas de futuro, proyectos nacidos al calor de la caridad; pero hoy os escribo obligado por acontecimientos que están afectando con notoriedad a la vida de esta Iglesia.

Lo sucedido:

El día 11 de enero, a nuestro hermano Esteban Velázquez Guerra, que desde Melilla regresaba a su residencia habitual en Nador, las autoridades marroquíes le comunicaron que no se le permitía entrar en Marruecos.

De ello habían sido informados por el Gobierno de Marruecos tanto el Sr. Encargado de Negocios de la Santa Sede como el Sr. Embajador de España. Pero de los motivos de la decisión, que yo sepa, a nadie hasta el día de hoy se ha dado información.

En principio, por respeto a las instituciones y a las autoridades del Reino del Marruecos, y a la espera de que hubiese algún tipo de aclaración, por parte de la diócesis de Tánger decidimos mantener un discreto silencio sobre lo sucedido.

Desde hace unos días, los hechos son noticia en la prensa, y eso me obliga a comentar con vosotros lo que hasta ahora guardaba en el corazón y en la oración.

Lo primero:

Antes de cualquier otra consideración, quiero dejar constancia de mi estima por el P. Esteban Velázquez, de mi cariño hacia él, de mi amistad personal con él, de mi agradecimiento porque aceptó en su día venir a trabajar en esta diócesis, de mi pena por verlo en la situación actual, y de mi orgullo porque, con su dedicación a los pobres, sobre todo a los inmigrantes, ha aliviado muchas necesidades y ha embellecido la vida esta comunidad eclesial.

Lo otro:

Habéis de saber -para mí fue una sorpresa cuando me lo dijeron-, que conceder o denegar el acceso al territorio de un estado soberano, es competencia exclusiva y discrecional de sus autoridades.

A mi entender, las leyes que conceden a los Estados esa autoridad discrecional sobre las personas, contradicen espíritu y letra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Esas leyes son evidencia de la hipocresía con que los Estados aplauden en los foros internacionales lo que es justo y hacen en sus casas lo que es injusto, reconocen y aprueban sobre el papel lo que a toda persona le es debido, y se reservan el derecho de pisotearlo como si nunca lo hubiesen reconocido y aprobado.

A nosotros, queridos, nos toca reconocer la autoridad, respetar la legalidad, sin dejar por ello de denunciar la iniquidad: Una legalidad injusta es una injusticia legal.

Lo nuestro

En Marruecos nos protege un Dahir real, un documento sencillo que dice bien de Marruecos, de su pueblo, de su hospitalidad.

Amparados por ese documento, vivimos serenamente en medio de la comunidad musulmana nuestra fe cristiana, celebramos nuestros ritos, administramos nuestros bienes, y desarrollamos multitud de actividades a favor de los pobres.

Eso, queridos, es lo nuestro.

No necesitamos más protección de la que tienen los pobres. No necesitamos ser menos vulnerables que un emigrante en las fronteras de los Estados. No nos sirve ser más fuertes de lo que somos. No queremos ser distintos de Cristo Jesús.

No os inquietéis por vuestra vida, por vuestro trabajo, por vuestro futuro: el Señor sabe lo que os hace falta. Se ocupa de vosotros el mismo que viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo. No tengáis miedo.

Sed agradecidos con todos los que, de cualquier modo, hacen posible vuestra misión de llevar ayuda a los pobres.

Todos tenéis experiencia de esa complicidad humanitaria por haberla encontrado en la sociedad civil marroquí, en las fuerzas del orden, en las instituciones del Estado. Que vuestro agradecimiento estimule su generosidad.

Conclusión:

Yo doy gracias a Dios por vosotros, por la gracia que se os dado en Cristo Jesús, porque en él habéis sido enriquecidos en todo. Le doy gracias siempre por vuestra fe, por vuestro trabajo, por vuestra entrega, por vuestra vida.

Y os pido, queridos, que, con vuestra oración y vuestra cercanía afectuosa, acompañéis el camino del P. Esteban en esta etapa de su vida que se abre a nuevos horizontes y nuevos desafíos.

Tánger, 27 de enero de 2016.

Fuente: Religión Digital