«Nos toca reconocer la autoridad, respetar la legalidad, sin dejar por ello de denunciar la iniquidad»

Santiago Agrelo, Arzobispo de Tánger

A todos vosotros, ungidos por el Espíritu para llevar el evangelio a los pobres, «gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo». Me gustaría que esta carta fuese escrita, como lo han sido siempre, sólo por compartir entre nosotros pensamientos de fe, esperanzas de futuro, proyectos nacidos al calor de la caridad; pero hoy os escribo obligado por acontecimientos que están afectando con notoriedad a la vida de esta Iglesia.

Lo sucedido:

El día 11 de enero, a nuestro hermano Esteban Velázquez Guerra, que desde Melilla regresaba a su residencia habitual en Nador, las autoridades marroquíes le comunicaron que no se le permitía entrar en Marruecos.

De ello habían sido informados por el Gobierno de Marruecos tanto el Sr. Encargado de Negocios de la Santa Sede como el Sr. Embajador de España. Pero de los motivos de la decisión, que yo sepa, a nadie hasta el día de hoy se ha dado información.

En principio, por respeto a las instituciones y a las autoridades del Reino del Marruecos, y a la espera de que hubiese algún tipo de aclaración, por parte de la diócesis de Tánger decidimos mantener un discreto silencio sobre lo sucedido.

Desde hace unos días, los hechos son noticia en la prensa, y eso me obliga a comentar con vosotros lo que hasta ahora guardaba en el corazón y en la oración.

Lo primero:

Antes de cualquier otra consideración, quiero dejar constancia de mi estima por el P. Esteban Velázquez, de mi cariño hacia él, de mi amistad personal con él, de mi agradecimiento porque aceptó en su día venir a trabajar en esta diócesis, de mi pena por verlo en la situación actual, y de mi orgullo porque, con su dedicación a los pobres, sobre todo a los inmigrantes, ha aliviado muchas necesidades y ha embellecido la vida esta comunidad eclesial.

Lo otro:

Habéis de saber -para mí fue una sorpresa cuando me lo dijeron-, que conceder o denegar el acceso al territorio de un estado soberano, es competencia exclusiva y discrecional de sus autoridades.

A mi entender, las leyes que conceden a los Estados esa autoridad discrecional sobre las personas, contradicen espíritu y letra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Esas leyes son evidencia de la hipocresía con que los Estados aplauden en los foros internacionales lo que es justo y hacen en sus casas lo que es injusto, reconocen y aprueban sobre el papel lo que a toda persona le es debido, y se reservan el derecho de pisotearlo como si nunca lo hubiesen reconocido y aprobado.

A nosotros, queridos, nos toca reconocer la autoridad, respetar la legalidad, sin dejar por ello de denunciar la iniquidad: Una legalidad injusta es una injusticia legal.

Lo nuestro

En Marruecos nos protege un Dahir real, un documento sencillo que dice bien de Marruecos, de su pueblo, de su hospitalidad.

Amparados por ese documento, vivimos serenamente en medio de la comunidad musulmana nuestra fe cristiana, celebramos nuestros ritos, administramos nuestros bienes, y desarrollamos multitud de actividades a favor de los pobres.

Eso, queridos, es lo nuestro.

No necesitamos más protección de la que tienen los pobres. No necesitamos ser menos vulnerables que un emigrante en las fronteras de los Estados. No nos sirve ser más fuertes de lo que somos. No queremos ser distintos de Cristo Jesús.

No os inquietéis por vuestra vida, por vuestro trabajo, por vuestro futuro: el Señor sabe lo que os hace falta. Se ocupa de vosotros el mismo que viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo. No tengáis miedo.

Sed agradecidos con todos los que, de cualquier modo, hacen posible vuestra misión de llevar ayuda a los pobres.

Todos tenéis experiencia de esa complicidad humanitaria por haberla encontrado en la sociedad civil marroquí, en las fuerzas del orden, en las instituciones del Estado. Que vuestro agradecimiento estimule su generosidad.

Conclusión:

Yo doy gracias a Dios por vosotros, por la gracia que se os dado en Cristo Jesús, porque en él habéis sido enriquecidos en todo. Le doy gracias siempre por vuestra fe, por vuestro trabajo, por vuestra entrega, por vuestra vida.

Y os pido, queridos, que, con vuestra oración y vuestra cercanía afectuosa, acompañéis el camino del P. Esteban en esta etapa de su vida que se abre a nuevos horizontes y nuevos desafíos.

Tánger, 27 de enero de 2016.

Fuente: Religión Digital

“Dentro de Dios hemos de estar y de Él recibirlo todo”- Santa Rafaela María

Rafaela María Porras Ayllón nace el día 1 de marzo de 1850 en Pedro Abad, un pequeño pueblo de Córdoba (España), en el seno de una familia acomodada de aquella época. Crece en un hogar donde -como en tantos otros- la fiesta, el bullicio, la alegría, las sonrisas conviven con la entereza, la serenidad, el dolor, la aceptación de las situaciones difíciles; allí el trabajo, el esfuerzo, la exigencia se entrelazan con el descanso, el sosiego y la ternura…

Cuando muere su madre, ella y su hermana Dolores deciden que el mundo ya no va a girar alrededor de ellas… Ese mundo de pobreza -que las rodea y las necesita- entra de lleno en sus vidas. Corre el año 1874 cuando comienzan su andadura en la vida religiosa llegando a fundar la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón.

Rafaela María va a vivir mucho en cantidad y calidad. Después de echar raíces profundas, cimientos sólidos… su obra se extenderá en tiempo y espacio con alas fuertes, en suelo firme. Ella se sabe miembro de una familia muy grande, la de todos los hijos de Dios y, durante toda su vida, nada de lo de sus hermanos los hombres le va a parecer ajeno, busca con todas sus fuerzas que todos “lo conozcan y lo amen”.

Muere en Roma en 6 de enero de 1925. Después de recorrer muchos caminos nos deja un paisaje muy variopinto… en momentos lleno de chispas, de color, de viveza… en otros hay dolor, sufrimiento; aparece una monotonía que hay que contemplar para sacarle todo su jugo… De ahí salen estos retazos que nos permiten desear adentrarnos más en lo que fue su vida:

Rafaela María se dejó “atrapar” por el amor de Dios y no pudo hacer otra cosa que responder con todo su amor en cada momento.“Soy toda de Dios. Yo sé por experiencia cuánto me ama y mira por mí. Dejarme en las manos de mi Dios con entera confianza, como una hija en los brazos de su madre. Viéndome pequeña estoy en mi centro porque veo todo lo hace Dios en mí y en mis cosas, que es lo que yo quiero”.

Creyó que la comunión es el verdadero camino hacia el Reino y se hizo, como Jesús, pan y vino hasta dar la vida.

“Mi Señor Jesucristo es quien vive en mí, y así todo mi ser y obrar debe respirar la vida de Cristo que vive en mí… debo trabajar por atraer a todos a que conozcan a Cristo y le sirvan”. Rafaela María mantuvo su mirada en el corazón de Jesús, y Él la hizo mansa y humilde.

“Sólo en Jesús, por Jesús y para Jesús, toda mi vida y todo mi corazón y para siempre”. Contempló el mundo y sintió que todos los hombres y mujeres son hijos de Dios. Y quiso que todos experimentaran en sus vidas el amor de Dios.

 

¿No puedes esperar?

Por Javi Montes SJ

Quiero resultados y ¡los quiero ya! Normal, si hoy todo vuela. Tuiteas algo y lo leen cientos de personas en segundos. Metes la comida en el microondas y en minutos está lista. No se tardan más que unas horas en estar en la otra punta de planeta. Y en cuestión de días me mudo a otra cuidad y, voilà, vida nueva.

Y ahora llega otra vez el adviento y nos invita a esperar, a pararnos, a prepararnos. Pues yo lo siento pero no puedo esperar, tengo muchas cosas que hacer. Dime de qué se trata rápido, y cuánto tiempo me va a llevar, o mejor mándame un email y ya te contesto. Y se nos pasan los días, las semanas volando… Pero es verdad que a tanta velocidad noto que algo no va bien, con tantas cosas en mi agenda noto que la vida se me escapa de la manos, como el agua entre los dedos.

Me encantaba sacar la cabeza del coche por la carretera cuando era pequeño; sentía la fuerza del viento en mi cara, era emocionante, pero no podía oír nada. A veces creo que tengo la cabeza siempre fuera de la ventanilla, y con tantas cosas en la agenda, y siempre con el viento en la cara no tengo tiempo para oír esa voz tierna y callada que invita a darme, a darme por completo.

Porque hay cosas que llevan su tiempo. Un proyecto de familia se cuaja a fuego lento, muy lento. Hay que pasar mucho tiempo juntos para amarnos incondicionalmente, con todas esas manías que tenemos cada uno. Hay que compartir muchos silencios para leernos las miradas. Hay que “perder” muchas horas de sueño para acoger con ternura esa vida nueva que se nos regala. Hay que bajar las revoluciones para descubrir que esta historia no es nuestra, sino que es el Señor el que está en el corazón de la familia haciendo latir el amor.

También la vocación jesuita necesita mucho adviento, mucha espera y paciencia. Porque hay muchas cosas que no se entienden a la primera. Hay que estar mucho tiempo esperando para que llegue esa persona que está buscando encontrarse con Jesús y poder llevarla a Él. Son muchos momentos de silencio orante los que necesitamos para estar siempre señalando al Señor, y no a nosotros mismos. Pero qué espera tan fecunda esa que nos lleva a hacer presente a Jesús en medio de la comunidad; y a descubrir que, a pesar de que somos pecadores, el Señor nos sigue llamando a ser compañeros suyos.

Ser Jesuita

 

Fiesta del Santo Nombre de Jesús

Cristo se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte en la Cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre, que está sobre todo nombre; para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es el señor, para Gloria de Dios Padre. (Filipenses, 2, 8-11)

La Iglesia celebra el Santo Nombre de Jesús durante el período navideño. Desde los primeros siglos del cristianismo, los cristianos empezaron a invocar este bendito nombre. Sin embargo, como fiesta litúrgica se celebró por primera vez en 1530, cuando el papa, Clemente VII concedió a la Orden Franciscana el privilegio de poder celebrarlo como oficio propio.

Con posterioridad, en el año 1721, el Papa Inocencio VI la estableció como fiesta para toda la Iglesia latina en el segundo domingo después de Epifanía. San Pío X la trasladó al primer domingo de enero, con excepción de que coincidiera con la Epifanía. En ese caso, se celebraría el día 2 de ese mes.

El nombre de Jesús es un nombre impuesto por el mismo Dios: “He aquí que concebirás y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús”(Lucas 1, 31).

José, como legítimo padre, cumple las palabras del ángel, y en el acto de la circuncisión, le impone el nombre de Jesús “porque Él va a salvar a su pueblo de sus pecados”. Jesús es el mismísimo Yahvé que se encarna en la Virgen María, que se hace hombre como nosotros, y que nos pone en comunicación directa con la divinidad haciéndonos hijos por adopción. Su nombre lo define perfectamente a él y a su misión salvadora.

El Monograma del nombre de Jesús:

Como en la Edad Media el nombre de Jesús se escribía IHESUS el monograma tiene las dos primeras letras y la última de ese nombre: IHS. Muchas veces lo hemos visto representado pero la primera vez que aparece en historia es en una moneda del siglo VIII.

San Ignacio de Loyola convirtió este monograma en escudo y símbolo de la Compañía de Jesús. Por eso, la fiesta del Santo Nombre de Jesús coincide con la fiesta titular de la congregación.

 

Los que más se quieran afectar… (EE. 97)

Ramón Fresneda SJ

Cuenta Timothy Radcliffe (Maestro de la Orden de Predicadores de 1992 a 2001) que un día un amigo suyo le preguntó por qué razón tenía uno que ser cristiano. Después de pensárselo bien, Timothy le respondió: “Porque corresponde a la verdad”.

Esta afirmación me llevó a dos consideraciones: la primera fue que la VERDAD global estaría incompleta sin la aportación de la verdad cristiana. Y la segunda: esta verdad cristiana impregna y a su vez se contagia de las otras verdades.

Con la ayuda de estos dos focos siento que se iluminan los caminos por los que transita mi vocación a la Compañía: los orígenes, el momento presente y lo que el Señor quiera concederme para el futuro.

Cuando al cabo de los años miro a mi familia, percibo que la honradez y la coherencia son dos virtudes que marcaron la manera de afrontar mi vida. En los años de colegio, la alegría y la dedicación de los jesuitas que me acompañaron, me enseñaron y me convencieron de que la vida feliz tiene que ver con el compromiso y la entrega. La oración, la práctica sacramental, la Congregación Mariana, los Ejercicios Espirituales… me abrieron un camino nuevo que me conducía a un destino incierto pero atractivo, impulsado por el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Y una vez en la Compañía, y tras casi ya medio siglo de perseverancia por la gracia de Dios, me convenzo de que ser cristiano y servir a la Iglesia en la Compañía de Jesús, corresponde a la verdad: que es como decir que me identifico con lo que el Señor quiere de mí y yo quiero del Señor.

Se nos invita al seguimiento de Jesús pobre y humilde. No podemos perder de vista que la llamada es personal pero para llevar a cabo una misión con otros compañeros que han sentido idéntica vocación. Y que lo central es ese Jesús que se nos revela preferentemente entre los pobres y humillados.

Si me preguntaran cuál es el “secreto” de la vocación, respondería que no existe tal secreto. Diría que lo importante es colocarse en el lugar idóneo donde surgen las preguntas y llevar un estilo de vida que favorezca las respuestas.

Ser Jesuita

 

Un Dios encontrable – Reflexión del Evangelio

Por Diego Fares SJ

Ningún lugar mejor para mí, para contemplar a Jesús en su familia, que el patio de casa en Mendoza, tomando unos mates. Después de la varías misas de Nochebuena celebradas con mis queridas comunidades de Buenos Aires, en el patio de la infancia dejo que “la paz actúe de árbitro en mi corazón”, como dice Pablo, y le vaya dando permiso a los sentimientos que acuden a buscar cobijo: vos sí, vos por ahora no.

En todos lados es bueno que la paz sea el árbitro, pero en la familia más.

Si algo no viene con paz, si trae otras cosas bajo el brazo, ahora no lo puedo atender, no puede entrar. Como hacemos en familia, si alguno saca un tema y se ve que otro empieza a alzar la voz, alguien, discretamente, cambia el tema. Una conversación que rompe la paz de la mesa familiar, no hay que seguirla mucho rato. No importa si es una hermosa idea religiosa o una verdad política comprobable estadísticamente. Como al entrar en el pesebre, o en cualquier pieza donde hay una cuna con un bebé, cuidar que haya paz es lo primero. Y si una palabra agita los ánimos y nos hace alzar la voz, no es el momento.

“Hijo, aquí estamos tu padre y yo que te andábamos buscando, angustiados…”

María nos enseña la única “angustia”: que Jesús se nos pierda. Cada uno puede traducirlo a su realidad y pensar la vida en clave de padres a los que se les pierde un hijo, en clave de pastor al que se le pierde una ovejita. Jesús nos da la clave de lo único que le angustia al Padre, si se puede hablar de “las angustias del Padre”, que no quiere que se le pierda nada, ninguno de sus pequeñitos, ni un pajarito siquiera de lo que ha creado por amor. Somos un bien para nuestro Padre y a esa “angustia” que él siente si nos perdemos, debemos referir nuestra oración, sea como sea que cada uno diga esos “Dios mío” con suspiro hondo que son verdadera oración en Espíritu y en Verdad como le gusta al Padre que lo adoren.

Esta es la única angustia, la de que se nos pierda el hijo: un hijo concreto y todo lo que en la vida es “hijo”, fruto de nuestro amor compartido, fruto de nuestro haber dado vida a alguien, de haber dado a luz y traído a la existencia algo que no existía y que hemos cuidado y a lo que queremos por puro amor para que siga adelante por sí mismo.

Y es lindo notar que Jesús no dice “por qué andaban angustiados” sino “por qué me buscaban”. En otros asuntos el Señor corrige la angustia: «no se angustien por la comida o el vestido, diciendo qué comeremos o con qué nos vestiremos… Su Padre del Cielo sabe bien que necesitan estas cosas… Miren los lirios del campo…”. En cambio aquí no dice “no se angustien” sino algo así como “¿no saben acaso que a mí siempre me pueden encontrar?”. Yo estoy siempre en “las cosas de mi Padre”.

Esta es la linda noticia de Navidad. Se lo dijeron los ángeles a los Pastores: “encontrarán a un Niño recostado en un Pesebre”. El Evangelio se resume en “encontrar a Jesús”. Encontrar la Palabra hecha carne. Después el irá diciendo todo lo demás que queramos saber. Pero Jesús es el Dios encontrable.

Lo podés encontrar en el pesebre, ahí cerquita de donde pasás tu noche en vela por el trabajo, como los pastores, o siguiendo esa estrella que descubriste en el cielo, como los magos.

Lo podés encontrar junto al pozo de tus deseos, que te dan tanto trabajo, donde vas a buscar agua como la samaritana, y te podés poner a charlar con él.

Lo podés encontrar sin que nadie te vea, si vas como Nicodemo a algún lugar donde vos sabés que el Maestro está.

Lo podés encontrar en medio de la gente, como Zaqueo, que se animó a pasar un poco de vergüenza y se subió a la higuera para que lo viera al pasar.

Lo podés encontrar de oído, como Bartimeo, que se animó a gritar cuando sintió que pasaba cerca, saliendo de Jericó.

Lo podés encontrar como los dos primeros discípulos que le hicieron caso a Juan Bautista en quien confiaban cuando les dijo que de ahora en más siguieran a Jesús.

Lo podés encontrar como el Cireneo, siempre que veas pasar a alguno cargando algo que es demasiado pesado para él, cosa que se ve todos los días.

Estas son las cosas del Padre y a Jesús se lo encuentra en ellas.

Ojalá que esta paz que da saberlo siempre a mano, siempre cercano, siempre prójimo Señor, Salvador, Amigo, Compañero, nos quite toda angustia y sea Jesús como ese punto fijo de nuestro GPS interior que nos reorienta hacia su mirada buena sea donde sea que nos encontremos.

Causa de Beatificación P. Rutilio Grande, SJ

El P. Rodolfo Cardenal, S.J., fue nombrado miembro de la Comisión de Historia que está documentando el caso del P. Rutilio Grande, S.J. para su beatificación. El postulador de la causa, P. Anton Witwer,S.J., solicitó la presencia en Roma del P. Cardenal, para buscar en los archivos de la Curia General documentos que agilicen la causa.

En su estancia en Roma coincidió con la delegación de obispos y miembros de la comisión de beatificación de Mons. Romero que fue a Roma para agradecer al Santo Padre por dicha beatificación. Invitado especialmente por los obispos, tuvo oportunidad de saludar personalmente al Papa Francisco. Se presentó como jesuita biógrafo del P. Rutilio Grande, S.J. y recopilador de materiales para el proceso de su beatificación.

En la breve y cercana plática, el Papa le preguntó si sabía de algún milagro obrado por el P. Grande. Ante la respuesta negativa de Rodolfo, Francisco afirmó que sí había ya un milagro de Rutilio: Monseñor Romero.

Esperamos que la causa de beatificación de nuestro hermano Rutilio avance con diligencia y el próximo año podamos contar con un beato más en El Salvador.

Jesuitas Centroamérica

 

Las Palabras

José María Rodríguez Olaizola SJ   

Hace tiempo el padre Álvaro Restrepo, instructor de la tercera probación, nos invitó a los jesuitas que en aquel momento compartíamos esa etapa de la formación a buscar «nuestro nombre». Se refería con ello a un texto del libro del Apocalipsis, donde dice:

 Quien tenga oídos escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias. Al vencedor le daré del maná escondido, le daré una piedra blanca y grabado en ella un nombre nuevo que sólo conoce el que lo recibe.

Álvaro decía que cada uno tenemos que encontrar el nombre único que Dios escribe para nosotros. Y con eso quería decir nuestra misión, nuestro talento, nuestra vocación. A mí al principio la idea me hizo gracia. Parecía que nos tocase buscar un nombre a la manera de los indios de las películas del oeste: «Toro sentado», «Águila negra», «Tambor en la llanura». Nosotros seríamos: «Apóstol veloz», «Profeta iracundo», «Predicador solitario» o algo similar, bromeábamos algunos compañeros.

Pero con el paso de las semanas, y más allá de la chanza, la idea me fue seduciendo, porque entendí que detrás había mucha verdad. Que cada uno tenemos una historia única. Como jesuitas nuestro itinerario es diferente y está lleno de memorias, heridas, aciertos, y nombres. Cada uno tenemos un carácter, una forma diferente de actuar, de construir el reino, y una misma espiritualidad, pero mil acentos a la hora de creer.  Y eso es lo que ponemos en común, para compartir una misión. Es un ejercicio bonito tratar de descubrir cuál es ese nombre único, tallado en una piedra blanca.

Han pasado los años y aún sigo buscando. Tal vez nunca llegue a saber con certeza cuál es ese nombre.

Pero sí sé algo que está escrito en mi piedra blanca.  Seguro que aparece, bien resaltado: «palabras». Nunca pensé, cuando estaba en la formación, que mi misión pasaría por las palabras, y sin embargo, he descubierto, en la escritura y en lo compartido en homilías, conferencias o conversaciones personales, que las palabras son herramienta, medio y capacidad que Dios ha puesto en mi vida.

Dice San Ignacio que el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras. Pero eso no significa que las palabras no importen. Porque el amor también ha de ponerse en ellas. Para que no sean envoltorio vacío. De hecho, ¿no es uno de los nombres más sugerentes de Jesús el que lo define como Palabra? Lo que nosotros decimos son apenas balbuceos, para intentar comunicar la Palabra que es Dios. Esa es la verdadera exigencia. Si se oyera su voz, transformaría el mundo.

Las palabras pueden acariciar, envolver, ayudar y acompañar. Pueden unirnos a las personas, aunque sea en la distancia. Nos ayudan a mostrar fragilidad, y a pedir u ofrecer ayuda.

También a pelear por lo que creemos justo, legítimo y verdadero. Es importante no abusar de ellas, y no convertirlas en humo, sino, en todo caso, dejar que sean fuego.

Hay muchas personas esperando algunas palabras distintas –en cuestiones de Iglesia,  sobre nuestra sociedad, sobre este mundo atribulado…– A veces me preocupa que, guardando muchos silencios por diplomacia, prudencia o sensatez, o porque nunca parece ser el momento, no estemos siendo transmisores de la Palabra que tiene que ser oída. Yo, sinceramente, a veces tengo miedo de callar demasiado.

Ordenaciones Diaconales en Chile

Con la presencia de la mayoría de los sacerdotes de la Compañía de Jesús, el Arzobispo de Santiago ordenó diáconos en tránsito al sacerdocio a dos jóvenes argentinos, a un boliviano, a un colombiano y a un chileno.

Por Paz Escárate

Con un llamado a vivir en comunión con Jesús, con la Iglesia y con el pueblo de Dios, el cardenal Ricardo Ezzati ordenó a cinco diáconos jesuitas en tránsito al sacerdocio: Pablo González (Chile), Marcos Gutiérrez (Colombia), Daniel Mercado (Bolivia), Marcos Muiño y Rafael Stratta (Argentina). El sábado 12 de diciembre en la Parroquia Jesús Obrero, los cinco estaban rodeados de familiares, amigos y personas que han conocido en sus doce años de formación en distintos servicios pastorales de la Compañía de Jesús.

Citando al papa Francisco en la inauguración del Año de la Misericordia, el cardenal Ezzati dijo que la vocación de estos jóvenes es seguir a Jesucristo, la puerta por donde se llega a Dios y donde se experimenta el perdón para salir misericordiosos como el Padre. Les recomendó vivir tres actitudes propuestas por el reciente Sínodo de obispos para la familia, realizado en Roma. Les pidió, como pastores, “mirar con los ojos de Jesús, sentir con el corazón de Jesús y entregarse con el espíritu de Jesús”. Esto significa servir especialmente a los pobres y a los pecadores con misericordia y piedad. También les pidió discernir y descubrir los signos de la presencia de Jesús en los hombres, en la familia y en la cultura de hoy. Además los invitó a ser acompañantes del pueblo de Dios: “Personas que caminan al lado de sus hermanos y hermanas con la misma pedagogía de Jesús”, es decir, que dan lugar al perdón y a la cercanía.

El texto del Evangelio proclamado, el lavado de pies, fue calificado por el Arzobispo como fuente inagotable para su ministerio. “Busquen imitar en su vida al buen pastor”, les dijo, y “no se olviden que para actuar como Jesús necesitan hablar primero con Dios y vivir en comunión con él”, añadió. Dijo que su vocación era de toda la Iglesia y que se vive en sintonía y al servicio de toda la comunidad eclesial. No olviden, finalizó, que el pueblo de Dios al que sirven es también formador, “en él encontrarán la fuerza y el entusiasmo para seguir fieles a la vocación que el Señor les ha regalado”.

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Tras la homilía el Provincial de la Compañía de Jesús, Cristián Del Campo, presentó a los cinco jóvenes que fueron ordenados a través la imposición de las manos del Arzobispo y de la plegaria de ordenación. Todos ellos se comprometieron a vivir en celibato, a consagrarse a la Iglesia y a obedecer al obispo. Luego, sus familias y los sacerdotes elegidos como padrinos ayudaron a revestirlos con ornamentos litúrgicos como la estola (cruzada) y la dalmática. Inmediatamente después, el cardenal Ezzati les entregó el libro de los evangelios y la comunidad entera se dio el abrazo de la paz.

Concluida la misa, uno de los nuevos diáconos, Marcos Gutiérrez sj agradeció —a nombre de los cinco— a Dios, a sus familias, a la Compañía de Jesús, a sus formadores, a sus amigos y al Arzobispo de Santiago por esta ceremonia, el último paso antes de ser ordenados sacerdotes. “Gracias, Señor, porque has estado grande con nosotros hoy y siempre”, sostuvo. “Queremos agradecer especialmente la presencia y la atención brindada por nuestro pastor de la Iglesia de Santiago, don Ricardo Ezzati, que de sus manos hoy hemos recibido tan grande ministerio”. A propósito de estar al lado del Santuario del Padre Hurtado, dijo que gracias a su figura habían conocido una manera de ser jesuita y que estaban agradecidos de ello.

Alegría de Familiares y Amigos

Tras la ordenación, los asistentes compartieron una torta en el patio del templo. Ocasión en que los familiares de los nuevos diáconos recibieron emocionados las felicitaciones de los fieles. Rebeca González, tía de Pablo González, con lágrimas en su rostro no dejaba de dar y recibir abrazos. “Desde siempre estuvo en la Iglesia y la figura del Padre Hurtado lo marcó mucho. Esta ordenación es fruto de doce años de formación”, dijo. Wilson Sandy, primo de Daniel Mercado, también estaba muy emocionado porque representaba a los padres del joven boliviano que no pudieron asistir a la ceremonia: “Para mí es muy especial acompañarlo, hemos estado muy cerca y esta ordenación nos dice que la hermandad latinoamericana es una sola, cualquier tipo de conflicto es político y entre hermanos espirituales nunca los va a haber”. Luz María Molina, madre de Marcos Gutiérrez, conversó con el Arzobispo de Santiago y le comentó que su mayor preocupación es por la convivencia pacífica de su país: “Como toda colombiana deseo ardientemente que nos unamos en oración para lograr la paz que tanto necesitamos; somos un país con muchos valores y creemos que todo puede cambiar”.

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Por su parte, Cristián Del Campo, Provincial de la Compañía de Jesús, se manifestó alegre por esta ordenación diaconal, agradecido de que el Arzobispo de Santiago haya presidido la ceremonia, como siempre lo ha hecho, y feliz de que se haya realizado al lado del Santuario del Padre Hurtado, pues es donde mejor se respira su espíritu, manifestó.

 Jesuitas Chile

La Identidad del Jesuita en Nuestro Tiempo

Respuesta de la Congregación General 32 a las demandas que pedía una descripción de la identidad del jesuita en nuestro tiempo.

1. ¿Qué significa ser jesuita?

Reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue Ignacio: Ignacio, que suplicaba insistentemente a la Virgen Santísima que “le pusiera con su hijo” y que vio un día al Padre mismo pedir a Jesús, que llevaba su cruz, que aceptara al peregrino en su compañía.

2. ¿Qué significa hoy ser compañero de Jesús?

Comprometerse bajo el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige.

3. La Compañía de Jesús reunida en la Congregación General XXXII, después de considerar el fin para el que fue fundada, es decir, la mayor gloria de Dios y el servicio de los hombres, después de reconocer con arrepentimiento sus propios fallos en la defensa de la fe y la promoción de la justicia, y de preguntarse a sí misma ante Cristo crucificado, lo que ha hecho por El, lo que está haciendo por El, y lo que va a hacer por El, elige la participación en esa lucha como el punto focal que identifica en la actualidad lo que los jesuitas hacen y son.