La vocación de hermano jesuita

San Ignacio creía profundamente en la diversidad de vocaciones basada en el hecho de que Dios llama a cada uno por su nombre. Por ello, la figura del hermano es, desde la fundación de la Compañía de Jesús, una forma diferente de incorporarse a un único Cuerpo y de servir a una misma misión. Ya la Congregación General 31 afirmaba que “la actividad apostólica de los hermanos se define por los mismos principios por los que se define el apostolado de toda la Compañía”.

Por Haydée Rojas

¿Ser sacerdote o hermano? Es la pregunta que al menos se hicieron, en los últimos años, cinco hombres mientras realizaban su noviciado en la Compañía de Jesús y que hoy están apostólicamente activos, realizando múltiples tareas. Una pregunta que recuerda también la que muchos otros se han hecho a lo largo de la historia de la Compañía en Chile y en otros países.

Leopoldo Labrín (médico que trabaja en África en el hospital de Goundi, en el Tchad); René Cortínez abogado, profesor de Derecho en la U. Alberto Hurtado y responsable del Archivo de la Provincia); Pablo Escobar (médico, trabaja en el CESFAM de Puerto Montt y en la Pastoral del Colegio San Francisco Javier); Pablo Mayorga (estudia Pedagogía en Artes y Teología en la Universidad Javeriana de Colombia), y Hernán Rojas (está terminando un doctorado en teología en Innsbruck, Austria), optaron por su vocación de hermanos jesuitas.

Ellos también han consagrado su vida a Dios y profesado los votos de obediencia, castidad y pobreza, pero no se sienten llamados a ejercer el ministerio sacerdotal. Su vocación religiosa la viven a través de su profesión u oficio y con disponibilidad total para el servicio a los demás.

Una concordancia total con lo que San Ignacio definía como vocación: el deseo de amar más, de servir siempre, de construir un mundo más inclusivo, y de hacerlo en la Iglesia.

Los primeros hermanos siguen hoy inspirando estas vocaciones. Es el caso del español Alonso Rodríguez SJ, patrono de los hermanos jesuitas, quien vivió en profunda humildad y sencillez, y ganó merecida fama por la mística y santidad a la que llegó en su trabajo como portero en el Colegio Montesión, en Palma de Mallorca.

Quiénes han sentido esta vocación, aseguran que es un llamado muy fuerte que expresa su radicalidad evangélica en el servicio a los demás.

Pablo Mayorga SJ, explica desde Colombia que la decisión de ser hermano vino en el noviciado. “Un día, durante la oración, me surgió la pregunta de si ser hermano no sería una opción más radical. Eso me quedó dando vueltas, al punto que me pareció importante hablarlo con el maestro de novicios (Pablo Peña SJ, en aquel entonces). Él me hizo ver que no necesariamente el ser hermano era más radical que ser sacerdote, pero que pusiera atención a esas preguntas. Así, durante casi los dos años que estuve en Melipilla intenté sondear por qué camino me estaba invitando el Señor. En ese proceso conté con la ayuda de varias personas, pero particularmente importante fue la orientación que me dio el hermano René Cortínez SJ.

Pablo Escobar SJ, quien hizo los votos en 2017, lo explica: —Ser hermano jesuita es como una vocación dentro de la vocación. Mi elección tiene que ver con que me sentí más llamado a acompañar que a pastorear.

Dice que no se sintió llamado a administrar sacramentos, sino que a vivirlos como los laicos, pero consagrado a Dios. “Entendí que Dios me pedía que me consagrara a través de la medicina”, puntualiza.

En tanto, desde Austria, el hermano Hernán Rojas SJ nos cuenta que ingresó a la Compañía sin decidir aún por qué optaría. Intuía que “la decisión más relevante para mí era ser jesuita, más allá de ser sacerdote o no”. Explica que “me sentía invitado a consagrar mi vida entera a Jesús, al modo de la Compañía, por medio de los votos religiosos. Y esa consagración me parecía que se veía con mayor claridad, si era religioso ‘a secas’”.

¿Qué te decidió a ser hermano?

Estar en la parte del Pueblo de Dios que es “asamblea” en la misa y a la vez tener muchos amigos que están en la parte del Pueblo de Dios que es “presbiterio”, contesta Rojas.

Mayorga, en cambio, cree que lo que más ha gozado de ser hermano es que se ha liberado de buscar cargos y reconocimientos, “algo que, personalmente, siempre me ha tentado mucho”, reconoce con humildad. Y agrega que “junto a lo anterior, lo que a ratos se vive como tensión pero que también siento como gracia, es el ejercicio constante de discernimiento al que esta vocación me somete. Sin un rol tan definido dentro de la vida de la Iglesia (en contraste con el escolar o el sacerdote), el ser hermano me invita constantemente a preguntarme por lo que soy y por mi misión particular.

Dos opciones que se potencian

Antiguamente, a los hermanos se les llamaba “coadjutor temporal”, es decir, persona que ayuda a otra en el desempeño de un cargo, especialmente el eclesiástico. La denominación quedó obsoleta y en la Congregación General 34 se determinó que se usaría en adelante solo el término “hermano”, o “hermano jesuita”.

Pablo Escobar explica que San Ignacio creó esta figura orientado hacia el trabajo al interior de las comunidades y que por eso los primeros hermanos se dedicaban a las labores más domésticas. Pero con el tiempo eso fue cambiando y hoy esa consagración se vive a través de una profesión u oficio.

A lo mismo apunta Hernán Rojas, quien reconoce que por mucho tiempo “se hizo una diferencia muy grande entre los sacerdotes que trabajaban en tareas ‘espirituales’ en la misión apostólica de la Compañía (‘ad extra’), y los hermanos, que se ocupaban de las tareas prácticas (se las llamaba ‘temporales’) o en los ‘oficios humildes’ al interior de nuestras comunidades (‘ad intra’). Esa diferenciación está agotada. Todos los jesuitas somos responsables de nuestra vida comunitaria y todas nuestras tareas son apostólicas. Y, es , todos debiéramos ser humildes en nuestros servicios,sean cuales sean… aunque la humildad no nos salga tan fácil”.

Indistintamente, ellos coinciden en que están plenamente incorporados a sus comunidades y que se sienten valorados por sus compañeros sacerdotes, porque, como recalca Escobar, “soy uno más, son dos vocaciones distintas, pero que se potencian”.

No obstante, reconoce que a los laicos les cuesta entender la figura del hermano jesuita. “En la mayoría de los lugares no termina de comprenderse del todo. En el consultorio no soy el médico habitual, a veces tengo criterios distintos y no cumplo con el estereotipo. Y, por otro lado, en el colegio la gente no me termina de ver como al resto de los jesuitas porque trabajo en un consultorio y porque no hago misa. Cuando le conté a un hermano jesuita argentino que había elegido esta vocación, lo primero que me dijo fue: “Bienvenido a algo que solo tú y Dios saben de qué se trata”. Y tiene un poco de eso, pero el tema es que, si uno siente que las piezas encajan, que está en el lugar adecuado, que es su identidad, su vocación, entonces está todo bien. Poco a poco la gente va entendiendo lo que es un hermano”.

Para Pablo Mayorga, “si bien es muy claro para todos que los hermanos no presidimos la celebración de los distintos sacramentos, a muchas personas les resulta difícil entender por qué alguien querría renunciar a tanto sin obtener nada a cambio. Creo que esto delata una visión sobre el sacerdocio que es bastante común y que no contribuye mucho a la vida de la Iglesia, esa idea del sacerdocio como una cuestión económica (yo renuncio, pero gano atribuciones que no todo el mundo tiene), más que como un servicio, como un modo de servir”.

Lo mismo piensa Rojas: “A veces la gente cree que los votos son como ‘el precio a pagar’ para ser sacerdote. Que existan los hermanos es un signo de que los votos son un bien en sí mismo para nosotros los jesuitas (hermanos y sacerdotes), no solo un ‘medio’ para alcanzar algo. Pero claro, como todo signo eso resulta solo si nuestro testimonio es coherente con nuestra consagración”.

Algo de eso vivió Escobar cuando, al terminar sus estudios de Medicina en la Universidad de Chile, contó que entraría al noviciado:

El primer shock fue que entraba a la Compañía y renunciaba a la medicina. El segundo impacto fue que no iba a ser sacerdote, sino hermano. Más de alguien me comentó que eso “no era ni chicha ni limonada”. Ha sido un proceso largo, pero han entendido que estoy feliz y que no dejé mi profesión.

Pablo Mayorga concluye que “ser hermano, sobre todo al comienzo, se presenta más como una variedad de posibilidades que como una certeza y, por lo tanto, solo el tiempo y la vida van permitiendo que tanto uno como los más cercanos podamos ir comprendiendo cómo se encarna esta vocación”

 

Artículo publicado en revista Jesuitas Chile n. 50

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