Se estrenó la película «Iñigo» en la Basílica de Loyola

«Hasta los veintiséis años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra». Así comienza la autobiografía de San Ignacio y así, el propio Ignacio relata el inicio de un antes y un después en su vida. Es por eso, que «Iñigo», la película que el director de cine Imanol Rayo (Pamplona, 1984) estrenó la tarde del 27 de septiembre, supone un desafío: narrar el peregrinar interior de aquel que pasa de las armas a la experiencia de Dios a través de un largo camino «solo y a pie».

Previo a la visualización del largometraje, Abel Toraño sj, coordinador del Año Ignaciano, presentaba al director, al único actor de la película, Javier Godino, y a su productor, Iker Ganuza. Imanol Rayo agradeció a todo su equipo el trabajo realizado e invitó al público a ver y oír, a contemplar y «dejarse llevar por su magia». Explicaba que la idea original de la obra era narrar el viaje de París a Venecia de los primeros compañeros. Sin embargo, con el paso de los años, la dificultad de materializar tal proyecto y la atracción por la figura de Ignacio fue reorientando la historia, la cual toma cuerpo durante el confinamiento, abriéndose un paralelismo en la mente de Rayo entre la recuperación de la herida de San Ignacio y la sociedad parada y obligada a permanecer en sus casas. Por su parte Javier Godino indicaba que la obra también es «una ventana hacia dentro, hay algo que tiene que ver con nuestra experiencia al ver esta película» y además añadía que «es una película que no va al ritmo del siglo XXI».

Según el director, los dos ejes principales de la película son: el proceso interno de Ignacio muy ligado a la naturaleza (inspiración franciscana de la época) y el cuadro de la Anunciación que Isabel la Católica regaló a Magdalena de Araoz y que se encontraba en la capilla de la casa torre. El primero se centra en el proceso de cambio y el segundo en la transformación divina que propicia el cambio.

El público asistente pudo «contemplar», durante la hora y media aproximada que duraba el largometraje, el peregrinar silencioso de Ignacio. Un peregrinar interno que habla de proceso, de cambio y de experiencia de Dios. La pantalla se convierte en la ventana perfecta para poder mirar a Ignacio como «si presente me hallase». No hay diálogo, sino la concatenación de 30 planos que a través de la fotografía y el sonido te transportan para acompañar a Iñigo. Todo está pensado, cuidado y articulado con consistencia. La narrativa es sensorial y abierta, no hay contexto histórico, solo un peregrino en conflicto consigo mismo.

Toda una oportunidad para seguir profundizando en esta conmemoración del quinto centenario de la conversión de San Ignacio.

Fuente: infosj.es

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