¿De Dónde viene el Perdón?

Por Emmanuel Sicre, SJ

La realidad más loca, más difícil y contracorriente que ofrece el cristianismo es la posibilidad de un perdón infinito. Frente a la tendencia natural de todos los seres humanos de condenar para siempre, el Dios de Jesús ofrece un perdón definitivo. No resulta curioso que sea el meollo de la fe porque aún es un misterio que nos trae gustos y disgustos. Es decir, nos cuesta pensar que la persona que merece el peor de los castigos pueda ser perdonada. No entra dentro de la lógica de la meritocracia con la que crecemos, vivimos, nos movemos y existimos, parafraseando a San Pablo.

Los hombres somos muy poco proclives a perdonarnos, preferimos siempre el rencor y la venganza, al dar vuelta la página y ofrecer la mano. Así se cumple el viejo dicho: «Dios persona siempre, el hombre a veces, y la naturaleza nunca».

Sin embargo, no podemos negar en nuestra vida que hemos sido perdonados, desde las pequeñas travesuras de niños, a las andanzas de juventud, y a las más gruesas de la vida en vías a la madurez. Y, siguiendo la sensatez aguda del evangelio, a quien mucho ha pecado, mucho se le perdona.

Eso sí, resultan sorprendente dos cosas en principio paradójicas. Por un lado, que hemos sido perdonados en silencio muchas, tantas, incontables veces… Más de las que podemos imaginar. ¡Cuántos familiares, compañeros de trabajo, amigos, en silencio han preferido comprendernos ante nuestra fragilidad que condenarnos! Es el perdón invisible.

Por otro lado, no hay perdón que se dé si no se pide. Y aquí es donde más nos retobamos. Pedir perdón cuesta porque es reconocer el error, y en la sociedad del éxito eso es un fracaso. No nos entrenan para esto salvo contadas excepciones. (Y no hablo de quienes piden perdón por existir, que es un problema de otro orden). Es el perdón visible.

La fuente del perdón: el vínculo

Pero ¿de dónde viene el perdón? ¿Cuál es su vehículo? ¿Cómo fluye? ¿Por dónde transita su intensidad? Son preguntas que surgen cuando nos atrevemos a pensar en el perdonar, el perdonarse y el ser perdonado.

En verdad, lo primero que se puede constatar es que no hay perdón ni visible ni invisible sin vínculo. Y esto porque la energía regeneradora del perdón viaja por el canal que nos une a los demás, a Dios, a lo que hemos recibido en nuestra vida, y a nosotros mismos. Imaginemos, así, el perdón como algo que viaja por las venas.

Cuando el corazón reconoce la posibilidad del perdón (tanto de acogerlo como de darlo) envía una señal al cerebro recordándole su deber de hacerle espacio a este pensamiento, para que abra las arterias tapadas por las autodefensas y el narcisismo. Por esto sentimos el recurrente remordimiento sano de que hay algo que obstruye el vínculo creando un nudo.También caemos en la cuenta de cuánta distancia puede haber entre el corazón y el cerebro, entre nuestro cuerpo que pide a gritos liberación y nuestra cabeza acostumbrada a vivir en la ilusión de controlarlo todo.

La arteria que nos vincula con el mundo

Cuando se nos tapa la arteria que nos vincula con el mundo que hemos recibido nos volvemos un poco déspotas con la creación y nos adueñamos de la naturaleza pensando que está al servicio de nuestros caprichos. Es el momento cuando no nos duele ver cómo se deteriora el mundo por causa de nuestras acciones y omisiones.

También sucede que perdemos la memoria de las raíces y nos convertimos en un árbol volador. Entonces, nos volvemos arrogantes y despreciativos con los recuerdos de nuestra historia. Los olvidamos intencionalmente tratando de que no aparezcan porque nos molestan, cuestionan o entristecen. Perdemos el vínculo con el tiempo y el espacio generando una especie de ‘inmunidad diplomática’ de nuestra conciencia para que nunca visite esas zonas que no podemos perdonarnos ni dejar que entre el perdón que viene del buen Dios.

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Pero cuando el perdón logra atravesar el vínculo que nos une con la creación, con la historia y con el espacio que hemos recibido es que nos sentimos bien donde estamos en ese momento de nuestra vida. El aquí y el ahora se convierten en un espacio oxigenado y digno de ser habitado. Sentimos que no necesitamos nada más, que somos felices con lo que tenemos y no pedimos de más. Reconciliarnos con nuestra historia herida compuesta de lugares y momentos concretos no borra de la memoria las páginas oscuras pero las acepta como son con su función providencial dentro de la trama de nuestra vida, porque nos lleva a comprender que Dios anduvo caminando con nosotros por allí. Así nos sentimos parte de un todo mayor y encontramos nuestro lugar en el mundo.

La arteria que nos vincula con nosotros mismos

La arteria que nos vincula a lo que somos queda tapada y comienza en nosotros un proceso de autodestrucción, autoexigencia y desprecio propio. Es el momento ese cuando odiamos nuestro cuerpo, rechazamos nuestro carácter y sentimos sequedad en nuestro espíritu. Por eso muchas veces comenzamos a desconocernos y a sentir que no somos los de siempre, que algo nos ha velado la capacidad de autopercepción, como si se nos hubiese empañado el espejo. Fruto de muchos estándares no logrados de los círculos en los que nos movemos, y que hemos introyectado. No es fácil descubrir que no nos gusta lo que somos. Y como siempre se nos pega el ser con el hacer, nos cuesta perdonarnos lo que hacemos, y terminamos identificando que somos lo que hacemos.

Sin embargo, cuando se nos da la posibilidad de perdonarnos a nosotros mismos lo que somos, o dejamos que el perdón que viene del Buen Dios mediado en los que nos rodean avance, comienza un momento de autoaceptación hermoso. Nos damos cuenta de que al dejar fluir el perdón se regenera nuestra capacidad de amarnos de verdad, honestamente y sin el falso sentimiento de autoelogio. Descubrimos que somos como somos y que eso está bien, más allá de nuestras fragilidades. Cuando nos perdonamos a nosotros mismos sentimos que somos iguales a los demás y que los comprendemos mejor en sus flaquezas. Sentir cómo el bálsamo del perdón va reconstituyendo nuestra imagen hace que descubramos en el fondo de nuestro ser la imagen de Aquél por el que fuimos creados: Cristo Vivo.

La arteria que nos vincula con los demás

Esta arteria es la más compleja de considerar en algunos momentos de nuestra vida porque por ella circula la energía vital con la que nos movemos en el mundo. Sabemos que nadie vive realmente solo, porque las relaciones nos constituyen de tal manera como personas, que cuando alguien queda completamente solo, abandonado o marginado de su red de relaciones, se le congela su dignidad y muere. A menudo encontramos en nuestras ciudades personas abandonadas de los demás y de sí mismos tiradas en la calle. Bueno, ellos viven la realidad de que, sea por los motivos que sean y que nunca podremos reprochar del todo, se les destrozó su dignidad y por eso sus condiciones son no humanas. Sólo el vínculo de un amor paciente, servicial e incondicional que muchas personas solidarias ofrecen, puede hacer que vuelva a circular la dignidad de un perdón global que les devuelva la vida y los conecte con su función dentro de la creación. Mientras tanto, están ahí cuestionando nuestra capacidad social de perdón y amor a los que caminamos por la calle.

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Y en casa, en el trabajo o el estudio nos pasa algo similar. Dejamos que los rencores, los infantilismos y demás inmadureces nos congelen el vínculo con la persona en conflicto. Es cierto, hay daños que parecieran irreparables, pero también es verdad que, por el mero capricho de pensar que eso no puede ser perdonado, vivimos toda la vida encapsulando el veneno de la posible venganza, o de la autolamentación, e ingiriendo una cápsula diaria de dolor para no olvidarnos de que nos han herido. Con esto lo único que logramos es alimentar un cáncer espiritual que muchas veces se convierte en uno corporal que devine en muerte.

Pero cuando nos animamos a olvidar que lo importante no es nuestro ego herido, o nuestra imagen pertrechada, o nuestra omnipotencia infantil frustrada, sino el vínculo que nos hace dignos seres humanos en relación; todo toma otro color. Surge en nosotros la alegría de entrar conectar con quienes nos rodean. Florece la posibilidad de ser uno mismo sabiéndose aceptado de antemano. Se disuelven los nudos. Transitan las palabras de comprensión y mutua responsabilidad por la vida. Se respira el aire de la paz social. Se cumple la utopía más radical y necesaria: amarnos unos a otros.

La arteria que nos vincula con el Dios de Jesús

Finalmente, la arteria que algunos pueden pensar es la más importante. Pero me atrevo a decir que no. Todas están en la misma línea porque el modo en que nos relacionamos con el mundo, con nosotros mismos y con los demás es el modo en que nos relacionamos con Dios. Porque somos nosotros en tanto vinculares los que entramos en contacto con estas cuatro dimensiones constitutivas de lo que somos. Si alguien destruye la creación, no puede pensar que con Dios se relacionaría de una forma distinta porque las creaturas somos la respuesta a su Palabra creadora. Por lo mismo, si alguien siente odio de sí o a una persona, también odia a Dios porque él habita en cada uno de los seres humanos. En este sentido debemos sospechar de aquella relación con Dios que nos hace amarlo cada vez más a él y menos a los demás. Alguna fuga se está tramando en lo secreto.

Lo curioso del perdón que nos llega por esta arteria ligada al Dios de Jesús es que es un perdón incondicional, infinito y siempre renovable. No se agota. Al ser un don y no una fabricación, de este perdón podemos beber hasta los últimos segundos de nuestra vida. Porque nuestra condición de seres frágiles sólo puede ser sostenida por un perdón de estas características. Entonces, cuando caemos en la cuenta de la abundancia de amor que viene de esta fuente es que todos los demás vínculos se alimentan de allí. He aquí la fundamental retroalimentación de nuestras cuatro dimensiones.

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En efecto, el perdón toca desde estas cuatro puertas al corazón del la mujer y el hombre honestos. Desde la creación el perdón llama a reconciliarnos con el mundo. Desde nosotros mismos el perdón llama para que nos reconciliemos con lo que somos. Desde los demás el perdón pide permiso para crear fraternidad. Desde el Dios de Jesús el perdón llama como un médico que viene a curar las heridas.

Eso sí, al abrir algunas de estas cuatro puertas debemos tener presente que las demás estallarán dejando paso a un tiempo de esperanza y gozo que más de una vez le desearemos a aquellas personas que viven a nuestro alrededor.

 

La dificultad de ser cristiano en la cristiandad

¿Qué significa ser cristiano? Ismael Bárcenas se basa en unos escritos de Kierkergaard sobre los modos de ser del cristianismo para dar su definición de qué significa para él ser cristiano.

Por Ismael Bárcenas Orozco SJ

La cristiandad es esa sociedad que mayoritariamente pertenece a una iglesia cristiana, sea católica, luterana, anglicana, etc. En estos ambientes, hay quien cree que ser cristiano consiste en tener un acta bautismal. También se cree que ser cristiano es cumplir con ciertas reglas, preceptos, devociones y tradiciones. Incluso votar por tal partido político o pertenecer a alguna cofradía. . O no comer carne roja los viernes de cuaresma. O crisparse y dar manotazos en la mesa ante ciertos temas. O tener alguna jaculatoria de muletilla. O colgarse algún escapulario o algún otro detalle externo que lo demuestre. En fin, podríamos tener, dependiendo del país o del lugar, algunos parámetros para decir, por ejemplo, tal persona es muy católica.

Sin embargo, la pregunta sobre qué significa ser cristiano, fue algo que Søren Kierkegaard. Este filósofo, en algunos de sus escritos, inventó dos personajes: Juan Clímaco y Juan Anti-Clímaco. Juan Clímaco se presentaba como alguien que se interesaba por analizar y entender el cristianismo, aunque se reconocía no creyente. En cambio, Juan Anticlímaco sí se reconocía cristiano convencido y se exigía vivir su fe hasta el grado más alto. Ambos decían que ser creyente no es tan fácil.

Juan Clímaco decía que ser cristiano implica una decisión y un apropiarse internamente de lo que se cree que es la verdad. Es importante «qué» crees, pero es más importante el «cómo» lo vives. La fe es un regalo que da Dios y, también, es una decisión. Por su parte, Juan Anticlímaco dice que, en el caso del cristianismo, la fe significa ser discípulo del Maestro, es decir, de Jesús.

Ser cristiano de verdad implica una decisión sería de asumir el riesgo y, a su vez, estar arraigado en una estrecha relación con Dios. Es Jesús quien tiene la iniciativa de salir a buscar y quien, a través de su vida, expresa con callada y sincera elocuencia de los hechos que Él es la verdad. Ser cristiano de verdad significa seguir sus pasos y estar dispuesto a ser injuriado o humillado por su causa. Aquí radica el problema que vive la cristiandad, pues ha hecho del cristianismo algo soso y se ha desmarcado de las dificultades. Aceptar la invitación de Jesús y atreverse a ser su discípulo significa exponerse a perderlo todo a los ojos de los prudentes, razonables y encumbrados. La burla podría caer despiadada sobre la propia espalda. Pensemos en lo irritados que están algunos cardenales ante los gestos de solidaridad y sencillez del Papa Francisco.

Cristo es el Maestro que impulsa, estimula e invita a la interioridad. Otro problema de la cristiandad es que ha eliminado esta relación interna entre el creyente y Dios, y la ha suplido al divinizar usos y costumbres externas. No cumplir alguna de estas costumbres hace que la persona entre en pánico. Pero esto no es temer a Dios, sino a los hombres. Y si alguien no se subordina a lo establecido, será acusado de falsedad. Siempre que un testigo de la verdad convierte la verdad en interioridad, se escandaliza de él el orden establecido.

Juan Anticlímaco enfatiza que el cristiano de verdad debe conformar su vida ante paradigma que es la vida de Cristo en la tierra. La verdad en Cristo era su vida, pues Él era la verdad. Y solamente conozco la verdad, en verdad, si ella se hace verdad en mi vida. Esta sería la prueba que ayuda a palpar la sintonía y relación que hay entre el discípulo y su Maestro, entre el cristiano y Cristo. Y si Cristo sufrió, padeció y fue humillado por la maldad de algunos, su respuesta no fue la venganza, no fue devolver mal por mal. Ante la maldad, la respuesta de Cristo fue la bondad. Esto lo tendrá en cuenta el cristiano que deseará y se obligará a responder con bondad.

Por lo mismo, no es tan fácil ser cristiano en la cristiandad. Creer es decidir dar el salto de fe que significa recorrer el camino. Jesús es el «camino». Peregrinar este camino es lo que realmente nos hace libres. No será fácil, pues como dice una canción: “El que siga un buen camino tendrá sillas, peligrosas, que lo inviten a parar”. Mi oración por el Papa Francisco.

Entre Paréntesis

 

MISERANDO ATQUE VII

Hemos compartido diferentes textos para reflexionar sobre la misericordia desde distintas espiritualidades y perspectivas. Ya cerca del día de San Ignacio les traemos esta propuesta, para conocer más de la misericordia en la Tradición Ignaciana.

Por Luis Mª García Domínguez, SJ. Director del Instituto Universitario de Espiritualidad de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid

La misericordia en la tradición Ignaciana

¿Cómo aparece la misericordia en el carisma original ignaciano? Es decir, en la tradición espiritual que encuentra su expresión en la misma experiencia de Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros, en los documentos fundacionales y en la comprensión que tuvieron los primeros compañeros de dicho carisma. Se trata, ante todo, de una misericordia divina experimentada como reconciliación personal y, después, reconocida como atributo divino que el creyente puede participar como virtud, desplegándose en obras de misericordia, espirituales y corporales.

Sin duda, la misericordia forma parte del núcleo carismático de la Compañía de Jesús porque es una experiencia central de Ignacio y de los primeros compañeros que se refleja en los textos fundacionales y se despliega en la praxis constante de los primeros jesuitas. Podemos verlo en seis afirmaciones concatenadas:

La misericordia es un atributo divino, un rasgo central del ser de Dios Padre hacia sus criaturas, manifestado de modo culminante en la entrega de su propio Hijo. Es curioso y significativo que, en los escritos ignacianos, la misericordia divina se cita el doble de veces que la humana, tanto en la Concordancia como en el Epistolario (69-68% de apariciones frente al 31-32%).

Los creyentes experimentan esa misericordia divina de muchas maneras pero, especialmente, en forma de perdón recibido, como Ignacio y los primeros compañeros experimentan en los Ejercicios espirituales (Ej 61, 71). Esa precedencia de la misericordia divina será una referencia constante en toda la formación y la vida apostólica del jesuita, que se hace hombre misericordioso.

Ignacio y los primeros jesuitas entendieron su vocación como «servir al solo Señor y a la Iglesia su esposa» mediante la consagración de sus vida en un cuerpo apostólico dedicado «a la defensa y propagación de la fe y al provecho de la almas» mediante el ejercicio de ministerios muy variados, pero entendidos en clave de la práctica de «obras de caridad» espirituales y corporales.

Las obras de misericordia «corporales» están desde el principio en la experiencia de Ignacio y de los primeros jesuitas. Cuando los primeros compañeros reciben la ordenación sacerdotal los ministerios de la palabra son vividos muy conjuntamente con las obras corporales de misericordia, de modo que en los hospitales tanto confiesan y dan la comunión como lavan y cuidan a los enfermos. Pero viven su dedicación a los ministerios espirituales de la palabra como ejercicio de una profunda misericordia, de modo que en ocasiones no podrá el jesuita dedicarse más que a obras de misericordia «espirituales» (ver Constituciones de la Compañía de Jesús, número 650).

Los ministerios espirituales producen sus efectos. Los ministerios sacramentales suscitan gestos de misericordia; por ejemplo, la confesión que reconcilia profundamente al individuo le mueve a perdonar a los enemigos de un modo también público, a «hacer paces». Por otra parte, los fieles que se acercan a los jesuitas se sienten también movidos a poner en práctica la misericordia. De este modo Ignacio y los primeros jesuitas predican la misericordia de Dios, pero también invitan a los fieles a entregarse o a colaborar con ellos en estas obras de caridad. Pues las dimensiones vertical y horizontal de la vida cristiana forma parte de la catequesis ignaciana desde muy pronto. Ya en los tiempos de Alcalá de Henares se formula como «visitar a pobres» y «acompañar el Santísimo Sacramento» (Autobiografía, número 61).

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La misión actual de la Compañía ha sido definida como «servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta» (Congregación General 32, decreto 4, número 2), entendiendo en esta «promoción de la justicia» una relectura histórica de aquellas «obras de caridad» y de misericordia que señalaba la Fórmula del Instituto. La «recepción» de la Fórmula por parte de las últimas Congregaciones Generales ha acercado al presente, con «fidelidad creativa», la primera formulación del carisma ignaciano mediante nuevas formulaciones que, a su vez, pueden ser iluminadas por el antiguo texto ignaciano cuando no solo lo leemos en los documentos, sino que lo descubrimos en la práctica ordinaria de los primeros jesuitas.

Así pues, es claro que la misericordia es parte integrante y nuclear del carisma ignaciano. Se trata de un ideal que Ignacio y los primeros compañeros experimentaron practicaron inicialmente de un modo casi espontáneo, aunque luego de modo más explícito. Pero esa misericordia, como parte del carisma, es siempre un ideal en el horizonte vital de quienes son llamados a la vida religiosa al modo ignaciano. Ni los primeros compañeros fueron movidos siempre y solo por esa misericordia ni, menos todavía, los jesuitas que después les siguieron a lo largo de la historia la vivieron y practicaron de la misma manera.

Por eso la Iglesia, que anima a todos los cristianos «a contemplar el misterio de la misericordia» (Misericordiae vultus, n. 2), nos estimula a los que queremos vivir el carisma ignaciano a re-descubrir este verdadero misterio de la misericordia recibida, para que sea motor de la misericordia practicada en nuestra vida.

Este texto está tomado de las conclusiones del artículo «La misericordia en el carisma de la Compañía de Jesús», publicado en la revista Manresa, vol 88, n. 346 (2016), págs. 5-18. Agradecemos al autor del texto y al director de la revista las facilidades dadas para reproducirlo aquí.

Entre Paréntesis

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 10 de Julio

Evangelio según San Lucas 10, 25-37.

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”.

Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”.

Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.

“Has respondido exactamente, –le dijo Jesús–; obra así y alcanzarás la vida”.

 Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”.

 Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”.

 “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor.

 Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.

Reflexión – Por Gustavo Monzón SJ

Este domingo, la Iglesia nos invita a que meditemos en la imagen del Buen Samaritano. Este pasaje de la escritura, nos recuerda cuales son nuestros deberes para con el prójimo. Por otra parte, nos presenta el rostro de Dios, encarnado en Jesús quien como Buen Samaritano, nos rescata de nuestras heridas, nos consuela y nos llena de esperanza.

Esta narración se enmarca en un diálogo entre Jesús y un Maestro de la Ley. Entre ellos tenemos dos formas de vivir a Dios. Por un lado al Doctor de la Ley. Por el otro a Jesús. No son antagónicos, uno es la tradición, el otro la novedad. Uno es la forma, el otro el contenido. Ambos son camino de sentido y de misericordia. El Doctor, como nos muestra el Deuteronomio, ha escuchado la voz del Señor. Es fiel a su palabra, en sí lleva la Ley y le da cumplimiento. Con este cumplimiento quiere alcanzar la vida eterna. Y ahí se presenta Jesús. En Él está condensada la esperanza. Como nos recuerda Pablo, es “la imagen del Dios invisible”. En su persona se nos revela el rostro de Dios. Todo esto, lo intuye el Doctor de la Ley quien se siente atraído por su persona y por su mensaje. Y así le pregunta, “¿qué debo hacer para ganar la vida eterna?”. Ante este interrogante, Jesús no se impone. Le deja que saque de su Tradición, el camino de conseguir la vida eterna. Sin embargo, no lo deja encerrado en ella. Lo anima a que vaya más allá y que no se centre en el cumplimiento de la norma, sino en la actitud frente al hermano. Para eso, pone de modelo de comportamiento a un samaritano. Esto trastoca los valores y modelos del Doctor de la Ley. El último que sería ejemplar en su esquema, se transforma en modelo de vida eterna.

Con esta imagen, Jesús nos muestra como es Dios con la humanidad. Ante una humanidad herida y caída, no pasa de largo. Se acerca, la venda, cura las heridas con aceite del consuelo y la fortalece con el vino de la esperanza. La carga sobre sí en la Cruz y la lleva a la Posada de la Vida eterna. En esto está nuestra salvación, en la confianza que estemos donde estemos en el camino, Dios no abandona, ni pasa de largo, sino que nos devuelve siempre la esperanza.

 Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Espiritualidad Ignaciana en la 3° Edad

La espiritualidad Ignaciana no tiene utilidad limitada al tiempo de juventud en que las personas deben decidir qué rumbo seguir en la vida. Sin embargo Dios tiene algo para decirle a todos, y en cualquier momento de la vida.

El próximo mes de septiembre, el Centre Internacional d’Espiritualitat Cova Sant Ignasi empieza un nuevo curso, esta vez dirigido a las personas que se encuentran alrededor de los 65 años o que superan esa edad.

Se trata de un programa que propone «asumir creativamente» la llegada a este tramo de la vida y que permite prepararse desde diversas perspectivas. Para el coordinador de este curso, el jesuita Francesc Riera, esta nueva propuesta de la Cueva responde a la voluntad de ayudar a las personas a tomar las decisiones cuando llega este momento.

«En cada etapa de la vida la persona debe tomar sus opciones, hacer su elección, dicho en lenguaje ignaciano. Es evidente que entre los 20 y los 30 años se hacen elecciones importantes sobre cómo conducir la propia vida. También cuando la persona supera los 65 años se sitúa ante opciones importantes y deberá decidir si desea vivir la vida creativamente, o sólo dejarse llevar por ella.»

La metodología del curso está marcada por la tradición de Ignacio de Loyola y de sus ejercicios espirituales, que invitan a vivir la vida conscientemente, creativamente y con plenitud.

Una época de gratuidad

Una de las circunstancias de cambio que más inciden en esta época es, a menudo, el final de la etapa laboral. Sin embargo, para el organizador del curso, Francesc Riera, se abre la posibilidad para que las personas se dediquen en esta etapa a actividades más gratuitas, que han pospuesto a lo largo de toda su vida.

La propuesta ha tenido un muy buen recibimiento: ya hay varias personas inscriptas, procedentes tanto de España como de América Latina y algún otro punto de Europa.

Fuente: Info SJ

 

Miserando Atque VI

Seguimos compartiendo textos y perspectivas que nos ayuden a lo largo de todo este Jubileo a reflexionar sobre la Misericordia desde distintas espiritualidades y experiencias.

Por Javier Aparicio Suárez, OSB. Prior del Monasterio de San Salvador del Monte Irago. Rabanal del Camino (León)

La misericordia en el Camino

“… y jamás desesperar de la misericordia de Dios” (Regla de San Benito 4,74)

El Capítulo 4 de la Regla de San Benito está dedicado en su totalidad a la enumeración de los instrumentos con los que el monje ha de crecer en la caridad. Al comienzo y al final del mismo nos presenta el amor a Dios y la misericordia de Dios como principio y final de toda vida monástica, y no solo como un compendio de “instrumentos” con los que ganar y conquistar la respuesta de Dios.

El ábside de nuestra vieja iglesia de Rabanal presenta una impresionante grieta que lo atraviesa desde la parte superior hasta prácticamente el inicio del muro absidial. La fábrica original no fue capaz de soportar todo el peso superior que se dejaba caer sobre la seatera central. Desde la nave tan solo el Cristo crucificado rompe la visión total de la que bien podría considerarse una ruina.

A lo largo de los años la mirada contemplativa del peregrino que camina hacia Santiago me ha enseñado a descubrir la belleza de esta ruina como metáfora de nuestra propia vida, rasgada por nuestra miseria y fragilidad. Sin embargo, toda nuestra vida se muestra diferente cuando se contempla y se ve desde la perspectiva del Crucificado, del Cristo clavado en la Cruz .

El ábside de nuestra iglesia es un espejo de esa nuestra propia vida. Uno puede y debe ver todas y cada una de las grietas, el paso de los años, los pesos y las cargas, el pecado y nuestra debilidad… pero a través de Cristo, esa misma realidad cobra un significado diferente. Porque todo, absolutamente todo en nuestra vida forma parte de la historia que el Dios de la misericordia va escribiendo en nosotros.

Todo es motivo de salvación; nada se queda al margen de la misericordia de Dios. El ábside resquebrajado, nuestra propia vida rota y marcada por una historia de desamor, de envidias, de falta de solidaridad, de ceguera, es bella si somos capaces de mirarla a través de la Cruz de Cristo. Es la belleza escondida de saber que la última palabra es la de Dios, que la misericordia se ríe del juicio (Sant. 2,13), que todo está impregnado del amor de Dios, que lo derrama abundantemente sobre nosotros, en el aquí y ahora de nuestra particular historia porque es eterna su misericordia (Salmo 117).

Dios es eternamente misericordioso con nosotros tal y como somos, y no tal y como deberíamos ser. Por eso San Benito recuerda a sus monjes que ahora y siempre, estemos donde estemos, y seamos lo que seamos, no podemos ni debemos “desesperar jamás de la misericordia de Dios”.

La misericordia de Dios -en palabras del Papa Francisco- es como ese sol que nos visita cada mañana, “… una gran luz de amor, de ternura. Dios perdona pero no son un decreto, sino con una caricia, acariciando las heridas del pecado”.

El monje al igual que el peregrino y, en definitiva, todos y cada uno de nosotros hemos de caminar cada día con la confianza de ser acariciados por la mano de Dios. Es la confianza y la certeza de saber que “aunque una madre pueda olvidarse del hijo de sus entrañas”, Dios jamás se olvida de nosotros (Is 49,15).

Fuente: Entre Paréntesis

 

El pórtico de los misterios desvelados

En El día de Santiago Apóstol te contamos algunas curiosidades del pórtico de Santiago de Compostela.

Más de 50 especialistas, los mejores del mundo, han examinado las entrañas del pórtico de la Gloria. Su investigación desvela la primera imagen científica de su aspecto original policromado con vivos colores que mostramos en exclusiva y aporta nueva e interesante información.

Los devotos peregrinos que llegaron a Santiago de Compostela a finales del siglo XII se quedaron boquiabiertos al encontrarse frente al Apocalipsis. Lo tenían ante sí narrado en un fabuloso pórtico de granito en la entrada de la catedral. Para la mayoría de aquellos piadosos caminantes, la visión de ese pórtico colosal -presidido por un enorme Pantocrátor, habitado por más de cien figuras policromadas con pan de oro y lapislázuli y de expresiones tan vivas- era la primera ocasión en la que leían por sí mismos páginas enteras del Antiguo y el Nuevo Testamento.

LOS SECRETOS DEL PÓRTICO

Santiago recibe a la entrada.

Apóstoles, profetas, discípulos, ángeles y demonios aparecen en el pórtico. La figura sedente de Santiago el Mayor, el patrón de la catedral, está en el parteluz. Lleva su báculo o muleta del viajero y un pergamino en el que está escrito san Juan Evangelista, aplicado en la escritura, conserva la policromía mejor que otras.

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El concierto del apocalipsis.

Los 24 ancianos de los que habla el libro del Apocalipsis afinan los instrumentos con los que entonarán el canto de la Gloria. Los instrumentos están tan bien retratados que se han podido reproducir en madera y utilizarlos en conciertos. Así se descubrió que una de las arpas está invertida, de modo que solo la podía tocar un zurdo.

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Provocación.

Puede ser Esther o la reina de Saba. Mateo la esculpió voluptuosa, pero un arzobispo, escandalizado, ordenó que se le rebajara el pecho. Dicen que por eso el queso de tetilla tiene esa forma.

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La primera sonrisa.

La del profeta Daniel en el pórtico de la Gloria es la primera sonrisa del románico. ¿Por qué se ríe? Según la sabiduría popular, porque tiene enfrente a la exuberante reina de Saba.

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Cabeza intrusa.

Se cree que podría representar a san Andrés. Lo extraño es que esta cabeza es de mármol. se ha descubierto al desprenderse la policromía. El resto del pórtico (excepto el parteluz) es de granito.

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Con la cara lavada.

Cuando se terminó el pórtico, en 1188, se veía bien desde lejos gracias al brillo de su policromía. El color se ha ido borrando con el tiempo. Tras la restauración y la limpieza parecerá que el pórtico se ha repintado, lucirá mucho más colorido, pero no será así porque no lo permite la ley. Aquí se aprecia el antes y el después de la limpieza.

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Los tormentos del infierno.

El castigo va acorde con el pecado. De izquierda a derecha. el glotón debe morder una empanada pero no la puede tragar porque tiene el cuello estrangulado. Los avaros están maniatados. Las serpientes muerden el pecho de los lujuriosos. Los demonios se comen la cabeza de quienes pecaron con ella. envidiosos, orgullosos

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Fuente: XL Semanal 

Cuando las cosas no van como uno quisiera…

No siempre las cosas salen como planeamos y podemos sentir que no hay salida de dicha situación o que ya no vale la pena volver a intentarlo. Aquí, el jesuita Emmanuel Sicre nos regala una mirada esperanzada frente a una realidad inesperada

Por Emmanuel Sicre SJ

Más de una vez nos sucede que las cosas toman un rumbo inesperado, poco deseado, que no nos gusta. Si miramos la política internacional no pareciera que haya en realidad un esfuerzo por acabar la guerra o el hambre. Al observar nuestros países vemos que un manto de indignación encubre nuestros ojos, tanta corrupción, tanto revanchismo, tanto egoísmo y desmemoria.

Y así nos vamos acercando a nuestro mundito. Las condiciones en las que trabajamos podrían mejorar, pero a menudo se estancan y nos quedamos en una especie de mediocridad ambiente. Las personas con las que vivimos no son como quisiéramos que fueran. Sin miedo a equivocarnos podemos recodar más de un proyecto por el que apostamos buena parte de nuestras mejores energías mentales, espirituales y físicas, y nada. Se cayó, fracasó o simplemente salió el tiro para otro lado. Como cuando rezamos para que alguien se cure, y pasa todo lo contrario. Entonces, nos invade un sentimiento como de bronca, de hastío, de resignación… Aunque en el fondo quizá sea un dolor no aceptado.

Este sinsabor amarga nuestra sensibilidad que poco a poco se va endureciendo para no volver a pasar por lo mismo. Nos ponemos más bien defensivos, toscos contra la realidad y los demás, y nos involucramos cada vez menos en procesos personales, sociales o estructurales de transformación.

El mal espíritu nos sopla al oído que «siempre me pasa lo mismo», o «a mí nunca me salen bien estas cosas», « a los otros siempre les va bien», “siempre lo mismo”. Y así es que nos suspendemos hasta que aparece algún otro proyectito que nos entusiasme de nuevo. Pero vamos precavidos, como quien se quemó con leche y ve una vaca y llora. A veces tan cautelosos que lo dejamos pasar. Y con los años hasta se llega a adormecer la capacidad de soñar. Todo bien condimentado con el sarcasmo, la ironía y el escepticismo.

¿Qué puede decirnos esta situación?

Quizá que el fracaso y la decepción no son tan malos como parecen porque pueden llegar a convertirse en una fuente de sabiduría interesante. Experiencias de ruptura son las que nos detienen a pensar, a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre los demás, aún con el riesgo de caernos dentro de nuestro ego desilusionado.

En verdad, lo que ha pasado cuando fracasamos es que en algún momento nos adueñamos de la realidad y pretendimos controlarla de tal manera que nos comimos en cuento de que éramos todopoderosos de nuevo, como cuando niños.

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Alguna vocecilla traviesa nos dijo que podíamos hacer y deshacer a nuestro antojo, y lo creímos. Por eso, el fracaso en verdad nos cura de la omnipotencia infantil y nos redirecciona hacia lo real mismo. Hacia aquello que no nos pertenece, hacia la necesidad de despojarnos para quedarnos con aquello que es invisible a los ojos.

¿Y entonces…?

Es el momento de agachar la cabeza y empezar de a poco a juntar los pedacitos de nuestro interior herido para rearmarse con paciencia.

Es el momento en que, aceptar con humildad ser parte de la realidad y no sus amos nos da la certeza de que caminamos hacia la madurez.

Es el momento de dejar que nuestro pretencioso ‘yo’ se desinfle y descanse en los brazos de quien puede darle paz.

Es el momento de evitar todo autocastigo alejando cualquier sentimiento de culpa malsana que pueda llegar a hundirnos en la depresión de jugar al todo o nada.

Es el momento de sentirnos pequeños e insignificantes para dejar que sean los vínculos con quienes nos aman de verdad los que nos sostengan y ayuden a pararnos.

Es el momento de reconocer la fragilidad que intentamos maquillar y acariciarla diciéndole: “vamos de nuevo”.

Es el momento de abrirnos y dejar pasar el consuelo de Dios que se va filtrando lentamente por nuestras gritas como un bálsamo que todo lo regenera.

E insistir, e insistir, e insistir…

 

Espiritualidad: Integración a la Ignaciana

En un artículo publicado a principios de 2015 en la Revista de Manresa España, titulado Integración Ignaciana, el padre Agustín Rivarola, SJ comparte una anécdota personal en la que cuenta desde su experiencia espiritual cómo alguien le acercó a la temática de la Integración. Reproducimos aquí la cita porque creemos que expresa en pocas palabras y con mucha claridad su proceso:

‘Hace unos 18 años estaba pasando por un momento muy conflictivo, y tuve la ocasión de hacer los Ejercicios Espirituales bajo la guía de Carlos Meharu, en Montevideo. Después de varios días de escucharme e interiorizarse de mi situación, me dice cuatro palabras: ‘lúcidos, fuertes, buenos, libres’. Luego pasó a explicarlas: ‘mantente lúcido frente a todas las cosas, tal como son; como verás la cruda realidad, se fuerte; para que la fuerza no te endurezca, se bueno; para no condescender por exceso de bondad, se libre. Y así libre podrás ser más lúcido’.

Además de unificarme interiormente frente al conflicto, Meharu me enseñó a complementar actitudes, buenas en sí, pero necesitadas de otras para no caer en sus propios desbordes.

Más adelante comprendí que esta sabiduría podría llamarse “integración”. Para llegar a ser yo mismo, yo misma, debemos transitar la vida enhebrando las muchas polaridades que nos constituyen: cuerpo y mente, materia y espíritu, afecto e intelecto, individual y colectivo, sexualidad y trascendencia, ciencia y fe, etc.

Y para este desafío contamos con nuestros ancestros en la fe, aquellos y aquellas que supieron reproducir esa maravillosa integración que se nos regaló en Jesús de Nazaret, ‘rostro humano de Dios, rostro divino del hombre’. La encarnación del Verbo responde a esa gran necesidad nuestra de ser plenamente humanos sin dejar de abrirnos a lo divino, y la necesidad de retornar al origen fontal de nuestra existencia, sin alienarnos del mundo al que pertenecemos. De entre todos estos ancestros en la fe, seguiremos a Ignacio de Loyola para rastrear la integración que logró en su tiempo, y quizá para todo tiempo.”

Fuente: CPALSJ

 

La misericordia de Dios en el Corán

La misericordia no es un tesoro exclusivo de la fe cristiana. El judaísmo y el Islam también tienen esta imagen de Dios misericordioso, compasivo, amoroso…

Te invitamos a conocer más de la misericordia para el Islam en este artículo.

Texto original de Francis X. Clooney, SJ en America Magazine

Irónica y tristemente, justo cuando Donald Trump quería cerrar la puerta a los musulmanes, el papa Francisco abría la Puerta Santa en la basílica de san Pedro, insistiendo en que la misericordia divina no es nunca una puerta cerrada.

De hecho, como ya afirmaba en abril cuando anunció el Año Santo de la Misericordia, esta es una verdad compartida ampliamente con judíos, musulmanes y creyentes de otras religiones. Después de ofrecer unas palabras sobre la misericordia de Dios en la tradición judía, habló sobre el Islam:

Entre los nombres privilegiados que el Islam atribuye al Creador se encuentran “Compasivo y Misericordioso”. Esta invocación se encuentra a menudo en los labios de los musulmanes devotos que se sienten acompañados y sostenidos por la misericordia en su debilidad cotidiana. Ellos también creen que nadie puede poner límites a la divina misericordia porque sus puertas están siempre abiertas.

Así que empecemos por ahí, con las primeras palabras del propio Corán: “En el nombre de Dios (Allah), el Compasivo (al-Rahman), el Misericordioso (al-Rahim)” (1:1). Desde los primeros versos, aprendemos mucho acerca de la compasión y la misericordia de Dios. Nos confrontamos con ella, nos dejamos sorprender por ella, nos dejamos sumergir en ella. Esta es una verdad esencial del Islam, repetida una y otra vez, y ni los violentos ni los intolerantes pueden oscurecer este hecho.

“El Compasivo” es un nombre divino que nadie más puede sustentar ya que “implica la Misericordia-Amorosa por la que Dios trae a la Vida”. “El Misericordioso” indica “la bendición de nutrir por la que Dios sustenta a cada ser en particular”. La Compasión es como el sol, la Misericordia es el rayo de sol que calienta y vivifica todas las cosas sobre la faz de la tierra. La primera (Compasión) hace al mundo ser, la segunda (Misericordia) “es aquello por lo que Dios muestra Misericordia a aquellos a quienes se la mostrará.

El profeta Mahoma es enviado por Dios como un acto de misericordia: “Nosotros no te hemos enviado sino como misericordia para todo el mundo”. El comentario aquí explica diciendo que esto es una manifestación de la misericordia a la que tiende la Ley, y una misericordia para todo el mundo, no sólo para los creyentes musulmanes. Incluso aquellos que no creen en el profeta experimentan su misericordia, que libra de la muerte también a quienes le rechazan: él intercederá por todos el Día del Juicio.

Y finalmente, pues no me puedo alargar, esta misericordia trae paz y armonía a hombres y mujeres, quienes encuentran sus parejas por divina misericordia: “Y entre Sus signos está el haberos creado esposas nacidas entre vosotros, para que os sirvan de quietud, y el haber suscitado entre vosotros el afecto y la bondad” (30:21). Se nos dice en el comentario que esta es una llamada de atención tanto para los hombres como para las mujeres sobre la manera en la que Dios extiende su propio Amor y Misericordia a través del amor y la misericordia que ellos se manifiestan mutuamente. Podríamos continuar siguiendo la pista al “misericordioso” durante mucho tiempo ya que a Dios se le invoca de esta manera en más de 100 ocasiones en el Corán (o así he podido contar en el índice).

Y como acabo de mostrar, hablar de la apertura de la Puerta Santa de la Misericordia por el papa Francisco, algo que él mismo ve como un acto que resonará con los judíos, musulmanes y creyentes de otras tradiciones, ha abierto paso con suavidad y facilidad a estos pasajes del Corán.

El papa Francisco hace un llamamiento a un encuentro misericordioso entre los creyentes, lo más opuesto al miedo, la discriminación, el odio y la violencia contra los de fuera:

Confío en que este Año Jubilar celebrando la misericordia de Dios propiciará un encuentro con estas religiones y con otras nobles tradiciones religiosas; ojalá nos abra todavía más a un ferviente diálogo para que podamos conocernos y entendernos mejor; ojalá acabe con toda forma de cerrazón y falta de respeto, y elimine cualquier forma de violencia y discriminación.

Fuente: EntreParéntesis