De la Reflexión Encarnada

Hacer carne aquellos que pensamos y decidimos; dentro del mundo en que vivimos, que nos lleva a comprometernos con los demás y con las realidades de injusticia que atraviesan.

Por Fernanda Guevara-Riera

Nosotros tomamos nuestro destino en manos, nos convertimos en responsables de nuestra historia mediante la reflexión, pero también mediante una decisión en la que empeñamos nuestra vida; y en ambos casos se trata de un acto violento que se verifica ejerciéndose.

Estar arrojados al mundo implica estar en el mundo con los otros, ser mundo, ser parte del mundo y construir co-mundo y, sobre todo, sentir el mundo porque respiramos y transpiramos mundo, caminamos, reímos y lloramos mundo junto con los otros; es decir, estar en el mundo arrojados con los otros es estar “tocados” por el mundo y por todo lo que acontece en él, supone conmoción por el mundo en el que existimos e, inclusive, inquietud y angustia por el mundo que somos y por el que nos toca construir a futuro.

No podemos, entonces, darle la espalda al mundo cuando éste nos reclama una reflexión comprometida frente a las injusticias sociales que padece el prójimo porque nos estaríamos negando a nosotros mismos, a los otros y al mundo entero y, con él, a todas las posibilidades que tenemos para crecer en fortaleza y plenitud como seres humanos.

Hoy nos aproximaremos al prójimo con el cual construimos mundo, somos mundo y albergamos mundo a partir de una reflexión encarnada, hecha cuerpo, que defiende con un pathos de cercanía afectiva nuestra necesaria relación con el otro para construir Humanidad. Haremos nuestro recorrido con una reflexión encarnada que reconoce y sostiene la necesidad que tenemos como mundo de construir puentes cada vez más sólidos entre nosotros, puentes para acercarnos y volvernos próximos, puentes que nos permitan superar todo aquello que nos distancia como seres humanos y que nos impide la construcción de un mundo más humano y humanizante.

Reflexión que siente: El cuerpo

Inspirados en Merleau-Ponty, vamos a aproximarnos al otro más allá de la reflexión argumentativa lineal que nos explica las razones ineludibles de nuestra intersubjetividad. Esto es así porque nuestra reflexión también se sostiene en una inteligencia sentiente (Zubiri), es más, nuestra reflexión es prioritariamente una racionalidad hecha cuerpo, encarnada que siente dicha y padece dolor y que nos invita a abordar al mundo envolviéndonos con él. Considero que para comprendernos y comprender al prójimo más cercanamente y construir un mundo solidario de cercanías debemos apelar a esa razón que siente porque somos también cuerpo que siente y “yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en el tiempo, soy del espacio y del tiempo y mi cuerpo se aplica a ellos y los abarca”.

Reflexión encarnada, hecha cuerpo

Cuando se siente la reflexión, cuando la hacemos cuerpo, cuando encarnamos nuestras convicciones y nos conducimos y sentimos en ellas y por ellas somos la experiencia de la reflexión encarnada. Nuestra relación con nosotros mismos y con los otros no parte de una escisión entre nosotros con el mundo y menos de un dualismo antropológico que concibe, por un lado, al cuerpo con sus pasiones y, por el otro, a la razón con su capacidad reflexiva. Más bien, somos el empeño en sostener una comunicación interior cercana con nosotros mismos y con los otros porque nos experimentamos y reconocemos en una reflexión encarnada que participa y se ennoblece cuando se imbrica, relaciona y acompaña haciendo mundo con los otros, construyendo Humanidad, disminuyendo la crueldad que padece el prójimo cuando es víctima de situaciones injustas que -con sus actos discriminatorios y vejatorios- merman su dignidad y lo debilitan.

“El cuerpo es el vehículo del ser-del-mundo, y poseer un cuerpo es para un viviente conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos”.

Nuestro anclaje en el mundo es también el cuerpo con sus emociones, pasiones y afectos y éstos merecen ser abordados con una racionalidad que los sienta interiormente y que los encarne cercanamente con la finalidad de edificar un camino constructivo para las relaciones humanas. Se trata de comunicarnos profundamente con nosotros mismos y con el prójimo con una razón encarnada que nos abrace comprensivamente haciendo frente a todo aquello que nos impida construir un mundo digno que promueva la libertad y la paz social.

Encarnar la reflexión y experimentarnos en ella significa estar un poco más con nosotros mismos, más humanamente, con mayores cuotas de sensibilidad, disponibilidad y apertura en tanto que “el cuerpo es eminentemente un espacio expresivo” (3). Porque se trata de cultivar esa existencia espiritual elevada que pensamos y anhelamos como logros de mayor humanidad en nosotros y, por ello, la expresamos en el acto de cultivar una reflexión que se nutra de afectos, emociones y disposiciones constructivas, sanas, saludables como el amor, la honestidad, la generosidad, la humildad y la solidaridad.

Mundo solidario de cercanías

Esta relación reflexiva cercana con nosotros mismos y con el otro, este estilo de ser, nos otorga la paz espiritual, la salud vital y la lucidez existencial para construir un mundo solidario de cercanías. Considero que gracias a la reflexión encarnada tenemos mayores posibilidades de hacer reales y efectivos los Derechos Humanos y de erradicar la enfermedad social de las discriminaciones sociales y de los autoritarismos excluyentes al promover -con nuestra luchas y nuestras causas justas- un mundo más solidario y tolerante en el cual nuestros hijos tengan esperanzas de vivir una vida plena, para bien y con sentido.

La reflexión encarnada muestra, además, que estamos comprometidos en escucharnos y en no abandonar al prójimo cuando éste se encuentre enfrentando una situación adversa o desfavorable para su integridad, más bien, nos auxilia para alcanzar a comprender con implicación afectiva el mundo del otro, permitiéndonos nutrir nuestra sensibilidad que, a fin de cuentas, es aquella que nos humaniza, que nos engrandece como personas y que nos lleva siempre a ponernos en el lugar del otro y a no desfallecer nunca en la tarea comprensiva de hacer del mundo, un mundo cada vez más humano.

La reflexión encarnada, hecha cuerpo, que hoy les he ofrecido favorece la comunicación porque promueve la voluntad de escucha, incentiva la tolerancia, hace germinar en las relaciones humanas la ternura, el perdón y la reciprocidad. Nos acompaña y nos insta, finalmente, a ponernos en el lugar del otro construyendo un mundo para la libertad, de encuentros comprensivos, sin discriminaciones ni exclusiones entre unos y otros.

Fuente: Entre Paréntesis

¿Inculcar o Transmitir?

Una pista para aquellos que se interesan por transmitir su fe a otros y acaban siendo cuestionados o acusados de querer inculcar una serie de valores.

Por Dani Cuesta, SJ

Hay quien cree que la única explicación satisfactoria para que a día de hoy siga habiendo gente con fe radica en el verbo inculcar. Para esta gente, los creyentes lo serían simplemente porque alguien de su entorno más cercano les ha inculcado la fe. Y a la vez, el hecho de que la Iglesia a día de hoy siga tan interesada en la educación se explicaría precisamente porque los colegios son una herramienta ideal para llevar a cabo esa inculcación de la fe y de los valores cristianos a los niños.

Las distintas definiciones que la RAE da del verbo inculcar, tienen alguna referencia a la fuerza, el empeño y el ahínco. Por lo tanto, si aplicamos este verbo a la fe, se podría sacar la conclusión de que, con insistir y repetir sus conceptos, valores y prácticas fundamentales, sería suficiente para asegurar que ésta quedase insertada en los individuos. Sin embargo, la realidad en multitud de ocasiones nos demuestra lo contrario.

En este sentido, creo que es mucho más acertado a la hora de hablar de la fe, el uso del verbo transmitir. Puesto que en este verbo tiene un matiz muy diferente del anterior y, lo que es más importante, no tiene los tintes voluntaristas y de esfuerzo con los que se caracteriza el verbo inculcar. Quien transmite, busca comunicar algo importante para su vida, algo que ha encarnado en su existencia y que le ha configurado como persona. Y lo hace respetando la libertad y sobre todo la individualidad de la otra persona. Asumiendo que el otro tiene que hacer suyo este mensaje para que así pueda a su vez transmitírselo a otras personas. Y sobre todo, sabiendo que no todo depende de su esfuerzo e interés, sino que, en la transmisión de la fe juegan un papel muy importante la acción de Dios y la actitud del receptor.

Por ello, creo que es muy importante que tomemos conciencia de que lo que intentamos hacer en nuestra vida es transmitir la fe que otros nos transmitieron. Esto nos ayudará a defendernos cuando otros nos acusen de querer inculcar o incluso influenciar a las personas. Pero sobre todo, nos dará unas claves muy diferentes para integrar los éxitos y los fracasos de nuestra pastoral. Puesto que somos transmisores de algo que no es nuestro pero que, a su vez necesita de nuestro esfuerzo e interés para que pueda llegar a encarnarse en los demás.

Fuente: Pastoral SJ

De los Nombres de Cristo

En los distintos templos (capillas, parroquias, etc.) hay modos tradicionales en los que nos referimos a Jesús y que los describen desde un lugar particular. Aquí compartimos otros, que también hablan del Señor desde características de su modo de ser que podemos percibir en los evangelios.

Por Dolores Aleixandre

Tenemos muy reciente la Semana Santa y quizá nos hemos sentido sumergidos en el inevitable discurso que emerge cada año amenazando con teñir de color morado a quienes la celebramos. Con suerte -y si en la parroquia había sensibilidad musical- puede que ya no hayamos escuchado lo de “No estés eternamente enojaaaaado”, pero lo más probable es que, junto al nombre de Jesús, se hayan pronunciado palabras como víctima, inmolación, expiación, reparación, sacrificio o satisfacción. Es un lenguaje de larga tradición pero no es el único: junto a él existen otras maneras de nombrar a Jesús sin despegarnos de lo que nos cuentan de él los evangelios y aún estamos a tiempo de recordarlos:

El Despierto (el Lúcido, el Consciente, el Enterado…).

Resulta llamativa la insistencia de los evangelistas en dejar claro que Jesús se daba cuenta de lo que se le venía encima, que no era un inconsciente, que no le pilló de sorpresa. El gran salto de conciencia le llegó a través de la mujer que ungió su cabeza con perfume durante un banquete en Betania (Mc 14,1-11). El gesto evocaba lo que habían hecho los profetas con los reyes de Israel, pero él lo leyó de otra manera: era un aviso de que su vida estaba a punto de ser derramada como aquel perfume y le quedaba poco para ser ungido antes de su sepultura. Lo intuye Juan cuando anuncia con solemnidad: “Era la víspera de la fiesta de la pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre…” (Jn 13,1). Es la versión evangélica del sutra budista de la Plena Conciencia: “Cuando respiro, soy plenamente consciente de que respiro…” y él podía decir: “Cuando me levanto de la mesa y me quito el manto para lavar los pies de los míos, soy plenamente consciente de que los estoy queriendo más allá de lo que creí que podía llegar a quererlos…”.

El Descartado.

El término, familiar ya gracias a Francisco, evoca un largo proceso de conspiraciones, tramas, maniobras, traiciones y pactos entre sus enemigos. En torno a Jesús se fue tejiendo una red siniestra, hábilmente justificada con argumentos y razones políticas: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”, había sentenciado Caifás. Hay que descalificarlo hasta convertirle en sospechoso, en encausado y presunto imputado; no sabrá defenderse de las calumnias y será fácil demostrar su culpabilidad, conseguir sentencia firme y un linchamiento popular hasta quitárnoslo de en medio. “¿No oyes de cuántas cosas te acusan? –le dijo Pilato. Pero él permanecía en silencio” (Mt 27,14). Estaba envuelto en el silencio como en un manto real, ese manto en el que siguen envueltos hoy los descartados de nuestro mundo.

El Vacío.

Quizá mejor el Vaciado, el Desfondado, el Quebrantado, el Hundido. Lo escribe Pablo sobrecogido: “Se vació de sí mismo, tomó la condición de esclavo” (Fil 2,20). Tumbado entre los olivos del huerto, despojado de fuerzas y de ánimo, siguió empujando su confianza hasta los límites de lo imposible. “No llevéis alforja, ni dos túnicas…”, había aconsejado a los suyos: él subió sin alforja al monte y la túnica se la arrancaron antes de crucificarle, para qué la quería ya. “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí”, había dicho Job (1,20). También a él un seno materno le recogía, desnudo, al final de la noche.

El Eufórico.

La raíz griega va más allá de un estado de ánimo propenso al optimismo: euforos es alguien que ha llevado bien una carga, que ha conseguido buenos resultados, que es portador de algo bueno (frutos, noticias felices, alegría…). Cuántas razones tenía el Viviente en la mañana del primer día de la semana para recibir ese nombre. Cuántas razones tenemos también nosotros para vivir junto a él su euforia pascual.

Fuente: alandar.org

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 13 de Mayo

Evangelio según San Marcos 16, 15-20

 Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”. Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Reflexión del Evangelio – Por Gustavo Monzón

 En el día de hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión. Las lecturas de hoy nos muestran esta realidad de salvación y como el Espíritu Santo nos acompaña en este camino para mantenernos en la espera hasta que el Señor vuelva. Este Espíritu prometido será el que nos hará permanecer unidos en Jesús a través de la Iglesia. A su vez nos configura como hijos de Dios enviados a comunicar la esperanza de la que Jesucristo nos ha hecho parte.

Los Hechos de los Apóstoles, nos narra la historia de estos primeros testigos de Jesús que viven la cercanía de la tristeza de la muerte y la alegría de la resurrección del Maestro. Sin embargo, esta alegría no los deja extasiados y separados de la misión encomendada, sino que son invitados a dejar de mirar el cielo y volver a Galilea para comunicar esta nueva noticia.

Pablo, en su carta a los Efesios, habla de cómo será el Espíritu de Dios. Este será el mismo poder con el que el Padre resucitó a Cristo y lo glorificó en su fidelidad. De esta manera, así como Cristo fue glorificado en el cielo, nosotros conoceremos verdaderamente a Dios.

Marcos nos lleva a tener en cuenta que este Espíritu que nos hace participar en la vida de Dios, no es para quedarse encerrado en la comunidad, sino para salir y hacer discípulos que crean en Jesucristo y de esta manera se salven.

Esta fiesta, que puede pasar un poco desapercibida, nos recuerda que Jesús luego de aparecerse, en su humanidad glorificada, a los discípulos los cuarenta días después de su resurrección, sube al Padre y en este ascenso, lleva al cielo la humanidad. En este acto, el Cristo glorificado se nos adelanta y nos muestra el camino que nos espera, participar de la vida divina por toda la eternidad.

Que el Señor nos regale esta gracia para que caminemos alegremente en la esperanza a la que hemos sido llamados.

 Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Las Disculpas del Papa Francisco

El Papa nos da ejemplo del modo de proceder desde la humildad que acepta los propios errores y busca reparar las heridas.

Por Álvaro Lobo SJ

En una carta remitida a los obispos de Chile, el Papa Francisco ha pedido disculpas a propósito de sus declaraciones sobre los escándalos y abusos en el seno de la Iglesia chilena. No es la primera vez que la Iglesia, sea por medio de diferentes pontífices u obispos, pide perdón por este y por otros muchos temas. En cualquier caso, no es habitual que un referente de talla mundial pida perdón, y más en un tema tan espinoso y complicado, donde no es fácil hilar fino.

A veces esto de disculparse se nos atraganta. Le ocurre a la Iglesia y a muchas instituciones, pero también a nosotros mismos. Se nos cuela en el subconsciente que es un signo de debilidad y de falta de autoridad. En otras ocasiones creemos que es señal de imperfección, y con ello nuestras palabras, obras, proyectos y responsabilidades pierden credibilidad, y nos creemos que no estamos a la altura. Quizás ante el error, siempre sale nuestro lado más infantil que busca echarle la culpa al otro y confundimos la explicación con la justificación, y donde podríamos cerrar heridas, al final las hacemos más profundas. Decidimos acelerar cuando en el fondo debemos frenar, agachar la cabeza y volver a empezar.

Aceptar los errores no nos exime de las responsabilidades, pero sí nos abre a los otros. Nos hace más humanos. En parte, la cantidad de veces que pedimos perdón objetiva la humildad con la que vivimos. Las personas incapaces de disculparse se acaban distanciando de los demás, porque de alguna forma se endiosan sigilosamente. Estamos llamados a la perfección, pero no la del que no comete errores, sino la del que vive en clave de misericordia, y en este caso el arte de la disculpa es una parte de ella. Francisco nos vuelve a dar una lección de vida: como Pedro, también se equivocó, pero supo descubrir a tiempo que el modo de Dios es el de la humildad que acepta y no el del orgullo que nunca se equivoca.

Fuente: Pastoral SJ

 

No Tengas Miedo

La confianza que nos sostiene cuando hay más incertidumbres que respuestas.

Hay momentos en los que todo se te cae encima. Sin dramatizar, sin estridencias, quietamente. Sientes que se hunde el terreno en el que construyes tus ilusiones y esperanzas. Te pesa la soledad. Dudas sobre lo que haces, pero no ves muchas alternativas. Y en esas ocasiones te asaltan preguntas que ni siquiera querrías formular: «¿Qué estoy haciendo con mi vida?» «Todo esto, ¿para qué?» «¿Qué tengo que realmente merezca la pena?»

Es habitual oír a gente de nuestro entorno que se siente abrumada por estos momentos de angustia. A veces hasta nos faltan palabras para expresar tal desazón. Sólo nos queda decir algo así como «estoy mal», o simplemente callar. Piensas entonces que nadie puede sentirse tan mal como tú, tan solo, tan abatido…

Pero eso es parte de la vida. Del camino de todos los hombres y mujeres que deciden construir algo, soñar algo, amar algo… Porque cuando apostamos por alguna causa que nos llena, al mismo tiempo nos enganchamos al vagón de la incertidumbre, aceptamos ser vulnerables y exponer nuestro ser profundo. Y en esos momentos necesitamos saber que no vamos solos. Nunca.

Fuente: PastoralSJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 06 de Mayo

Evangelio según San Juan 15, 9-17

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros”.

Reflexión  del Evangelio – Francisco Bettinelli SJ 

Hay experiencias que son comunes a seres humanos de distintas épocas, lugares y culturas, ¿quién que se haya sentado a mirar el mar alguna vez no se ha quedado absorto al menos por un minuto al contemplar su inmensidad, al sentir la brisa suave que le trae el olor de la sal, al percatarse de la tormenta de ayer que aún hoy retumba en las olas revoltosas? En la misma línea, ¿Quién no ha sentido en su vida las alegrías y los sinsabores que trae una amistad vivida de verdad? Con semejanzas o diferencias, la amistad es una experiencia fundamental que compartimos incluso con aquellos que pueden tener opiniones y formas de vida muy distintas a uno mismo. En el Evangelio de hoy, precisamente, se nos muestra que Jesús elige la imagen de la “amistad” para ilustrar aquella verdad tan fundamental de nuestra fe que se afirma en la segunda lectura: “Dios es amor”. Puede suceder que hayamos escuchado tantas veces estas tres palabras que nos suenen a cuento conocido. Quizá, entre los trastos viejos de nuestro corazón haya que desempolvarlas de tanta suciedad que los años le pueden haber ido depositando, para redescubrir en ellas la gran originalidad y novedad que Jesús nos reveló. Dios es amor, pero no un amor abstracto y lejano, sino que es un amor que tiene un rostro bien concreto, un amor que se nos enseña en la vida entregada de Jesús, un amor que se explica de un modo demasiado humano, por la amistad. Pero ¿qué amistad?

Jesús llega a la Última Cena con la certeza de que había dado en su vida todo lo que tenía para dar. “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes”: toda la vida y obra de Jesús no fue otra cosa sino un transparentar un amor que no es de Él. Jesús no guardo nada para sí, da todo lo que recibe y se hace cercano dándose a conocer tal cual es. En ese contexto, es que les dice a sus discípulos, con quienes había compartido el día a día de sus últimos tres años, que no los llama servidores sino amigos. El Maestro se hace cercano en una amistad que no se cierra sobre sí misma, sino que es fundamentalmente entrega, incluso de la propia vida. Una amistad que se vive transparentando hacia fuera el amor recibido: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”.

Así nos adentramos entonces en uno de los misterios de lo que es este amor vivido por Jesús. Si el amor se cuida celosamente, se ahoga. Un amor que se vuelve un cálculo de pérdida y ganancia, que se reduce solo a una relación intimista que tiene miedo de correr el riesgo de ser contaminada, se vuelve estéril, se seca, muere sin dar vida. Por el contrario, un amor que se da, que se comparte, que se abre a lo desconocido, que se la juega y corre riesgos, que se vuelve vida entregada y comprometida, paradójicamente, no se pierde, sino que se multiplica, llega más lejos, abre nuevos horizontes. En la cruz, no nos encontramos con una entrega sin sentido, sino con la fecundidad de un amor dado hasta vaciarse, un amor que da Vida, que permanece, que da frutos. En Jesús de Nazaret, el amor de Dios se hace cercano, se hace amistad: amistad vivida hasta el extremo, gozada y sufrida, pero amistad al fin. Tan cercana, que no hay que buscarla en las alturas: nos llega por medio de personas concretas que vemos que aman como Él nos enseñó, hombres y mujeres, que en su vida nos dan testimonio de ese amor recibido.

 Ojalá hoy podamos dar gracias y aprender de estas personas que son y han sido en nuestra vida testigos de lo que significa vivir un amor entregado, que nos enseñan a conocer la cercanía de ese amor que es amistad. Que desde esa cercanía de Dios podamos, como nos invita San Ignacio, hablar con Dios “como un amigo habla con otro amigo”. Ojalá que las palabras de Jesús nos inviten a abrir nuestros horizontes, a preguntarnos cuáles son aquellas periferias de nuestra vida que hoy reclaman que pongamos nuestro corazón y nuestras fuerzas para transparentar en ellas ese amor recibido que no es para guardarlo celosamente sino para compartirlo y que así pueda dar frutos.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Caminos hacia Dios: Lo Imposible

Lo imposible para nosotros es posible para Dios.

Por Emmanuel Sicre SJ

¿Por qué no hemos podido lograr la paz en la Tierra? ¿Por qué buscamos muchas veces la felicidad donde finalmente no está? ¿Qué tipo de fragilidad es la nuestra que cuando deseamos hacer lo imposible experimentamos el límite, la frustración? ¿No será que cuando aceptamos que no podemos darnos a nosotros mismos la vida, el amor, la paz, la impotencia nos señala un camino distinto? Así es. Comenzamos a percibir a Dios en su secreto trabajo tras las bambalinas de la existencia. Entonces, se da con mayor claridad que lo imposible para nosotros es posible para Dios. Y no al modo nuestro, sino al suyo que siempre es creativo, hondo, nuevo. Sólo quienes se animen a cosas imposibles, podrán entrar por la puerta del misterio que sostiene nuestras vidas.

Fuente: Pastoral SJ

 

Estar Reconciliados con la Vida

Sobre el momento en que empezamos a ver la vida de un modo más amable a pesar de las dificultades.

Por Etty Hillesum, Diario

«Esta mañana sentí una enorme tranquilidad en mí. Como después de desatarse una tormenta. Noto que siempre vuelve de nuevo. Después de días de mucha e intensa vida interior, aspirando a conseguir claridad y con dolores de parto por frases y pensamientos que no quieren nacer en absoluto y después de exigirme rigurosamente para lograr lo más importante y lo más necesario, encontrar la propia forma, etc.

Entonces de pronto se me cae todo el peso de encima, aparece un cansancio bienhechor en mi cerebro, que ha dejado de agitarse, y surge una especie de bienestar en mí y hacia mí, y aparece un velo, a través del que se ve la vida de una forma más suave y amable. Estar reconciliada con la vida. No soy yo como individuo quien quiere o debe hacer algo. La vida es grande y buena, fascinante y eterna. Cuando se pone demasiado énfasis en uno mismo y se agita y se irrita, entonces se escapa ese gran y poderoso flujo que es la vida. Esos son los momentos auténticos -y yo me siento muy agradecida- en los que queda descartada toda ambición personal, en los que, por ejemplo, se calma mi anhelo de conocimiento y sabiduría. Entonces me sobreviene de pronto, como un golpe de ala, un pedacito de eternidad.»

Fuente: Pastoral SJ

 

Mt 25, 44 Hoy

 Por Alfonso Alonso Lasheras SJ

Ellos replicarán:

– Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, inmigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos?

Él responderá:

– Les aseguro que cada vez que a uno de éstos más pequeños le respondieron «vete a Cáritas» (o a Migra Studium, o a Pueblos Unidos, o a Red Íncola…); cada vez que les bastó firmar una campaña de change.org para olvidarse de su necesidad; cada vez que exigieron que viniese derivado de alguna entidad; cada vez que se justificaron diciendo que eran un grupo de ‘reflexión’ y no de ‘acción’; cada vez que saciaron su conciencia con una mera foto de denuncia en vuestro muro; cada vez que quedaron satisfechos enseñando el camino al comedor social; cada vez que se repiten de nuevo “la próxima vez sí, pero ahora no es el momento”; cada vez que le pidieron su trabajador social, su referente o su programa de inserción; cada vez que salieron a la calle con carteles de ‘Welcome refugees’ o «Bienvenidos» pero luego estaban demasiado ocupados y con demasiado miedo para abrir su puerta; cada vez que condicionaron su acogida a que hablase bien castellano y fuese educado; cada vez que priorizaron la incidencia a la necesidad que llamaba a su puerta; cada vez que se excusaron con un “en los tiempos que corren y con las noticias que nos llegan…”; cada vez que su objetivo fue una selfie que consiguiese más ‘likes’; cada vez que silenciaron su conciencia con un “algo habrá hecho para estar así”; cada vez que los venció la duda “¿y si es un ladrón o un terrorista?”; cada vez que su respuesta fue “sí, pero depende de a qué hora”…

…fue a mí a quien se lo hicieron.

Fuente: Pastoral SJ