Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: -“Todavía tengo muchas cosas que decirles, Pero ustedes no las pueden sobrellevar ahora. Cuando venga, el Espíritu de la Verdad, El los encaminará a la Verdad total: porque no hablará desde sí mismo, sino que lo que oiga, eso hablará, y les anunciará lo por venir. El me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”
(Jn 16, 12-15).
Por Diego Fares SJ
Glorificar
Jesús dice que el Espíritu lo glorificará. ¿Qué significa, dicho simplemente?
Glorificar es hacer ver en todo su esplendor y claridad la belleza del amor de Jesús.
Glorificar es hacer que podamos comprender y gozar de la obra de arte consumada que es la vida entera de Jesús sobre esta tierra. Y que podamos verla no como un espectáculo sino sintiéndonos incluidos en ella.
Como dice von Balthasar: La misión del Espíritu es totalmente distinta de la del Hijo. Sin el Espíritu, lo que hizo Jesús, su honrar al Padre mientras nosotros, privados de gloria, sólo buscábamos nuestro propio honor, su haber-hecho-por-nosotros lo que como pecadores nunca hubiéramos podido hacer…, nos tendría que haber dejado en un estado de tristeza y muy cercano a la desesperación. Jesús, nuestro hermano, dio la vida por nosotros. Nos invitó a su seguimiento, es verdad, pero nosotros nos quedamos atrás en cuanto al punto decisivo. Huimos, no podemos negarlo, pero ¿cómo podríamos haber caminado con Él? Sin el Espíritu Jesús hubiera quedado siempre como el Otro, como alguien especial, buenísimo, pero inalcanzable. ¿Qué sería del amor fraterno que nos mostró en su vida si hubiera quedado como inimitable? (Esto es justamente lo que muchos cristianos piensan al leer el evangelio: sienten que es “imposible” de cumplir. Lo cual es muy cierto y tiene que llevarnos, sencillamente, a invocar al Espíritu para que venga en nuestra ayuda).
Jesús mismo sale al frente de esta dificultad cuando dice que “hay muchas cosas que no puede decirnos porque no las podríamos sobrellevar”. ¿Cómo cargar con el peso de un Amor tan grande como el suyo siendo nosotros tan infieles y débiles como los apóstoles, que lo abandonaron en el momento decisivo? Cuanto más generoso se muestra Jesús más nos hundimos, como Pedro, en el abismo de nuestra debilidad. De ahí que el Señor diga: “les conviene que Yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a ustedes el Paráclito, pero si me voy se los enviaré”.
Encaminar
Esta es la misión del Espíritu: introducirnos en el Amor de Jesús de manera tal que nos sintamos incluidos, salvados, fortificados, esclarecidos. Si uno no se zambulle en el Amor entre Jesús y el Padre, contemplarlo desde afuera, como espectadores, hace que se cierre el corazón. O no se puede creer que exista algo así, o es tan pero tan puro que uno se siente rechazado, indigno, incapaz de participar.
Tengámoslo bien claro: no conviene acercarse a Jesús si no es invocando humildemente a cada instante a su Espíritu para que venga en nuestra ayuda.
La expresión que utiliza Jesús para referirse a la tarea del Espíritu Santo es guiar, conducir, introducir, “encaminar” (“hodegesei” viene de hodos, camino y del hebreo naha = guiar, pastorear, instruir). Elijo “encaminar” porque es más fraterna. Conducir y guiar suenan más exteriores. Encaminar, en cambio, como que es más amigable, uno mismo camina y el camino se nos abre por sí mismo; no es que otro nos guía sin que sepamos por donde. El Espíritu nos hace caminar por Jesús que con su vida es el Camino. El Espíritu nos encamina mostrándonos las huellas de Jesús: por aquí pasó el Señor y obró de esta manera, fijate cuál fue su estilo, cómo de golpe apuraba, cuál era su ritmo, observá sus gestos, mirá cómo sus sentimientos son “camino” para tus sentimientos: podés ir seguro sintiendo así como Él, obrando al estilo de Jesús, con caridad.
¿Y cómo me doy cuenta de que el Espíritu me encamina? ¿Se puede reconocer su pedagogía?
La pedagogía del Espíritu tiene que ver con lo estético, con la belleza.
El Espíritu nos conduce “glorificando” a Jesús.
¿Parece difícil de entender?
Mejor, así cada uno le tiene que pedir ayuda al Espíritu:
¡Ven Espíritu Santo!
Haceme ver lo bueno y hermoso que es Jesús en mi corazón
y que me sienta perdonado y salvado en el interior de su Amor,
abrazado por el Padre, bajo al mirada de María…
Así puede uno ir rezando mientras lee…
Decimos que el Espíritu nos ayuda con una pedagogía que tiene que ver con la Gloria de Dios, con la Belleza. Fijémonos las palabras con que el Nuevo Testamento describe las cualidades y la acción del Espíritu: unidad, alegría, paz, consolación, libertad, armonía, integridad, totalidad, claridad, gloria… Son todas palabras que tienen que ver con la Belleza.
Integridad
Tomemos integridad, totalidad. Jesús dice que el Espíritu nos introducirá en la Verdad total. Verdad total no puede ser un silogismo intelectual. Verdad total es la concordancia de todo nuestro ser con el de Dios. Y una concordancia así sólo se da cuando uno contempla una obra de arte.
Un ejemplo cercano de una concordancia así de plena la experimentamos muchos en estos días patrios del Bicentenario. A mi se me dio ante el Colón iluminado como una bandera argentina hecha de luz, al cantar el Himno nacional junto con toda la gente: fue una experiencia de sentir la Patria entera e igual en todos. El sentimiento era tan íntegro que a uno le bastaba con participar un poquito para sentirse compartiendo enteramente el mismo sentimiento patrio, con paz y alegría serenas. Esa unidad e integridad es un don espiritual. No se lo puede “fabricar” o producir externamente, nace de adentro y unifica. Los diarios lo expresan diciendo que “la presencia de la gente superó las expectativas”. Es una expresión pobre. Es que a algunos les sorprende que “el todo sea mayor que las partes”, como dijo Bergoglio. Les sorprende que “la realidad sea superior a las ideologías y que la unidad sea superior al conflicto”. A muchos les sorprende que haya “un espíritu patriótico”. Sin embargo es así. Aunque sólo salga a la luz en ocasiones especiales, esta “integridad espiritual” es la que mueve todo.
Esto que se da a nivel humano y que es bien real a pesar de su fragilidad (luego sentimos que no alcanza a plasmarse ese sentimiento común en instituciones, en justicia, en equidad…), es lo que el Espíritu Santo hace real en la vida de los que creen y aman a Jesús. La unión espiritual que se da entre los hombres y luego se fragmenta en mil tironeos, en el Espíritu es una Persona indivisible que genera unidad. La belleza del Amor entre Jesús y el Padre, que contemplamos como un ideal hermoso e inalcanzable, se nos comunica entera gracias al Espíritu. Somos introducidos en ese amor y, si nos dejamos encaminar y guiar, paso a paso, el Espíritu nos permite vivir en esa integridad todo el tiempo.
El Espíritu nos permite vivir la integridad del Amor de Dios sin control de gestión ni de agenda. El Espíritu es Libre y se nos da cuando quiere y como quiere.
Nos permite vivir esa integridad del amor si nos confiamos dócilmente a su “encaminarnos”.
La palabra para ser líbremente encaminados por el Espíritu es hágase: ‘Hágase en mi según tu Palabra’.
El Espíritu nos permite vivir la integridad del Amor de Dios sin dominarla como una posesión. El Espíritu es Don gratuito y requiere que uno esté abierto a lo gratuito, con ojos atentos a lo que no es puro comercio, mero intercambio de intereses contabilizables.
La palabra para abrir los ojos a los dones gratuitos del Espíritu es bendito: ‘bendito sea Dios que mira con bondad mi pequeñez y me hace ver sus maravillas’.
El Espíritu nos permite sentirnos incluidos en el Amor de Dios sin mérito de nuestra parte.
Y la palabra para sentirnos así es piedad: ‘¡Ten piedad de mí Señor! Perdona mis pecados’.
El Espíritu nos permite vivir en la intimidad del Amor de Dios con su Presencia y la palabra para llamarlo es ven: ‘Ven Espíritu Santo, visita el alma de tus fieles’. ‘Dulce Huésped del Alma, Ven. Ven Padre de los pobres’…
El Espíritu nos permite interpretar el Evangelio, leer y entender todas las Palabras de Jesús y cargar con ellas, llevándolas a la práctica con prontitud y alegría.
Y la Palabra para comprender el evangelio es creo: ‘Creo en Jesucristo Hijo del Padre, mi Señor y Salvador’.
Fuente: Contemplaciones del Evangelio