Obras de Misericordia: Vestir al desnudo

Más allá de las pasarelas las últimas tendencias de moda o un asesoramiento sobre que ‘look’ conviene usar para tal o cual ocasión, el vestido no se reduce únicamente a una cuestión superficial. Pastoral SJ, nos trae una reflexión de esta obra de Misericordia que parece quizás una práctica en desuso, y la actualiza, frente a la experiencia actual de la ‘desnudez’.

Se han vuelto a poner de moda los programas de televisión de cambios de estilo. En ellos, personas que quieren un “cambio” se presentan sin recursos, emocionalmente inestables, “desnudos» ante situaciones que no saben gestionar: una imagen para un trabajo, crisis que les han dejado sin medios, etc. Los estilistas les aconsejan, les visten con un nuevo look y a la vez parecen acompañarles en lo que será una nueva etapa de su vida.

La situación es cómica, el estilista comenta con desfachatez su estilo, a la vez que intenta sacarle lo más íntimo y profundo que le lleva a la televisión. Hay mucha superficialidad, emotividad y acogida barata.

La desnudez se presenta de muchas maneras, por supuesto que no podemos olvidar a quienes necesitan de nuestra ayuda para vestir con dignidad. Hay momentos donde el vestido se convierte en una urgencia.

Dice Marko Rupnik sj que “el vestido tiene que ver con la identidad más profunda de la persona. Tan es así que la desnudez es la pérdida de esa identidad y expresa su cercanía a la muerte”. Entonces, lo de vestir al desnudo ya no es solamente dar nuestra ropa pasada de moda a Cáritas, sino que se convierte en la obra de ayudar a recuperar la intimidad y la profundidad de la persona, crear espacios, situaciones, relaciones que colaboren en la rehabilitación del que ha perdido sus rasgos más íntimos.

Vestir al desnudo exige un profundo respeto, pues no se trata de imponer mis gustos o mi visión de la vida. Se trata de acompañar a quien necesita restaurar su humanidad, lo mejor de su modo de proceder y de situarse ante la vida; es ofrecer abrigo al que siente frio para que no bajen sus defensas. Vestir al desnudo no es hacer de estilista que crea algo nuevo, que experimenta con colores, tejidos y peinados, sino ayudar a descubrir o redescubrir el fin para el que ha sido creado, a vivir vidas con sentido y horizonte, a ver lo que Dios nos ha dado para que nuestra vida vaya a más.

Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio- Fiesta de Corpus Christi

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.

Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Reflexión

Así es el Corazón de Jesús: insaciable en su deseo de darse a sí mismo. Imparable en la entrega. Irreprochable en su amor. El amor más puro, que no tiene otra intención que el bien de aquellos a quienes ama.

Durante aquella tarde, el señor estuvo regalando, a quienes se acercaban a él, todo lo que tenía: su Palabra, su paz, su salud, su atención, sus manos. Él y sus discípulos habían estado todo el día al servicio de miles de desconocidos que se acercaban Jesús. Y llegada la noche, se dan cuenta de que la gente, seguramente, debía tener hambre y que ellos no tenían nada para darles.

Precavidos, le dicen entonces a Jesús que los mande de nuevo a sus casas, así pueden ir a comer todos tranquilos. Los discípulos no tienen mala intención, ni actúan con desprecio, ni desidia. Son, como cada uno de nosotros, seres humanos que reconocen sus limitaciones y se dan cuenta de que hay cosas que no están a su alcance.

Frente a esa realidad, Jesús les dice: ‘Bueno, pero ¿qué tienen?’. El resto de la historia ya la conocemos de memoria…

Sin embargo, ese momento es el punto exacto en el que el Maestro les da vuelta la lógica. En primer lugar, porque hubiera sido muy entendible de parte de Jesús, que después de estar atendiendo a esa gente todo el día, al final hubiera dicho: ‘muy bien, ha sido todo, ya es hora de que vayan a su casa’. Pero no. Para él nunca es suficiente lo que ha hecho por nosotros. En su corazón vibra siempre el deseo de ofrecer un poco más a quienes ama.

Y segundo, porque les dice que, lo que los discípulos tienen y lo que son, está bien. No tienen que intentar tener más o ser mejores, para darle de comer a la gente. Pero, sí tienen que animarse a darlo. Sólo entregándolo a los hermanos es como el pan compartido se multiplica. Y así pasa también con nuestra vida. Y con nuestro amor.

Ojalá que el Jesús Eucaristía, con el que nos encontramos en cada mesa del altar compartida, sea para nosotros, no solo recordatorio eterno del Dios que entrega TODO de sí para estar con nosotros; sino también, invitación a darnos a nosotros mismos y permitirle a Dios que bendiga, reparta y multiplique nuestra vida y nuestro amor.

Fuente: Encontrados.

 

Puentes entre el Zen y el Cristianismo

Gracias a la experiencia que le ha compartido el P. Kadowaki SJ, Ismael Bárcenas hace una reflexión sobre los puntos de encuentro que puede ver entre el Zen y el cristianismo, y cómo puede ayudar a encontrar tiempo de silencio y meditación en medio nuestro modo de vida occidental, rápido, ruidoso e irreflexivo.

Por Ismael Bárcenas SJ

Este sábado me despedí del Padre Kadowaki, jesuita japonés de 90 años, con él tomé un retiro en el santuario de Loyola. Antes de decir adiós nos preguntó si conocíamos parientes del Padre Arrupe, sabía que era de Bilbao y tenía deseo de ir a saludarlos. Se le informó de que no se sabía dónde localizarlos. Kadowaki tomó aire, lentamente soltó la respiración, como si con la exhalación saludara a quien, en 1950, fuera su maestro de novicios y años después General de la Compañía de Jesús.

El Zen es una tradición oriental que tiene que ver con la meditación. Es vasto, profundo y complejo como para intentar explicarlo en pocas líneas. Si acaso, recupero y hago síntesis de lo que aprendí en el retiro que tomé con el P. Kadowaki. El Zen tiene que ver con el arte de entrar a los propios adentros y, desde ahí, percibir el presente y la Presencia de quien nos da la vida. Es muy importante aprender a concentrarnos en la respiración, atender los sentidos y evitar ese monólogo obsesivo de pensamientos que ametralla nuestra mente. Claro, es fundamental el silencio y tener una posición corporal que ayude a la contemplación.

Como occidentales somos muy cerebrales, vivimos planeando futuros o recordando pasados, sin darnos cuenta estamos sumergidos en un sin fin de actividades y pensamientos. Hemos perdido la capacidad de sintonizarnos al hoy, a este instante que llamamos el presente. Vale la pena hacer alto en el camino y evaluar cómo andamos. Para tal motivo, puede ser que ayuden estas preguntas: ¿Cómo ando en mis relaciones con los demás, con la naturaleza, conmigo mismo y con Dios? ¿Tengo paz? ¿Cuánta serenidad me acompaña para enfrentar las adversidades y los momentos agradables de la vida?

Antes de una de las sentadas, o sesiones de 30 minutos de oración, Kadowaki leyó parte del libro del Génesis (cap. 2, 7): “Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo y sopló en su nariz el aliento de vida, así el hombre se convirtió en el viviente”. Luego hizo una reflexión sobre el Señor, título que denota al creador de las plantas, de los animales y de los seres humanos. Dios nos da la vida. Nosotros somos polvo. Nosotros no somos nada. Dios lo es todo. Él nos da el aliento que nos hace vivir. El aliento es la respiración. Cada vez que inhalamos, es Él quien nos da la vida. Cuando inhalamos, nuestro cuerpo se llena de su Espíritu. Cada vez que exhalamos, podría ser nuestra ultima exhalación. El que está muerto es el que ya no respira. Así, en cada respiración recibimos el aliento del Espíritu, se nos da la vida de la Gran vida. A su vez, en cada exhalación algo de nosotros muere. En el ejercicio de respiración, se nos animó a que dejáramos que lo caduco saliera a través de cada exhalación, se recomendó hacer tensión en el cuerpo, como si hiciéramos fuerza para sacar el egoísmo, el orgullo, la soberbia, lo que nos hace ser engreídos y todo lo que no ayuda a que seamos buenas personas. Y, en este juego de Yin – Yang, que al inhalar nos relajáramos, sintiendo el regalo del soplo del Aliento de vida que sana, da paz y sintoniza con Su Presencia.

Permítanme hacer esta analogía: En occidente a ratos somos muy dados a hacer altas especulaciones intelectuales sobre el mar. En oriente se sientan, se serenan y, a través de la respiración, se disponen a percibir ese sirimiri (chipichipi, decimos en México). Dios es esa brisa suave que serenamente nos empapa y que está presente en todo lo que ha creado.

Kadowaki es especialista en Sagradas Escrituras. Ha sido profesor en el departamento de Filosofía de la Universidad de Sophia, en Japón. En los últimos años ha intentado armonizar el Zen con la Espiritualidad ignaciana. Tiene un libro muy alabado: el Zen y la Biblia.

Antes de despedirnos, Kadowaki nos expresaba su deseo de venir el próximo año. Tiene mucho interés en compartir sus conocimientos y hallazgos con los jóvenes. Quizá, en este mundo tan hambriento de la experiencia de Dios, estos puentes entre el Zen y el Cristianismo puedan ayudar al hombre de hoy a que, sumergiéndose en el silencio, en una postura corporal serena y atendiendo a la respiración, perciba esa suave brisa que está ahí, esperándonos siempre y regalándonos su Aliento de vida.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Rasgos de una teología jesuita

Por Gonzalo Villagran SJ

Rasgos de la teología jesuita

La pregunta por los rasgos propios que identifican lo “ignaciano” y lo “jesuítico” es hoy en día una pregunta muy extendida.

En el fondo de esta preocupación está probablemente el reto de ser capaces de transmitir el carisma ignaciano y jesuítico a obras e instituciones donde el número de jesuitas es cada vez menor.

Impulsores de la teología jesuita

Esta pregunta me lleva a reflexionar sobre cuáles serían los rasgos de una teología jesuita a partir del estilo común de los teólogos jesuitas de la historia.

Esta misma pregunta se hacía recientemente el teólogo jesuita francés Michel Fédou. Fédou estudiaba el pensamiento de algunos de los principales teólogos jesuitas de la historia como: Pedro Canisio, Luis de Molina, Roberto Berlamino, Francisco Suárez.

Rasgos comunes en medio de una gran heterogeneidad

Fédou concluye, tras su repaso, que lo primero que tenemos que reconocer es la enorme heterogeneidad de la teología de este conjunto de autores. Ello es debido a que, siguiendo la propia espiritualidad ignaciana, se esfuerzan en “ver a Dios en todas las cosas” incluidos los problemas de su tiempo y lugar. Por ello elaboran teologías que quieren responder al contexto que es la suyo.

Sin embargo, más allá de su heterogeneidad, sí es posible identificar unos rasgos comunes en las teologías jesuitas, lo que intentaremos hacer ahora inspirándonos parcialmente en el comentario de Fédou:

En primer lugar, una teología jesuita debe ser una teología que parta del corazón del mundo. Debe estar atenta a la situación de la humanidad y a sus problemas, y debe dejarse cuestionar por las afirmaciones de las ciencias. Esta actitud humanista brota de la conciencia de “ver a Dios en todas las cosas”.

En segundo lugar, hay una preocupación común en los teólogos jesuitas que brota de la vida de San Ignacio y de las Constituciones de la Compañía y que pone en el centro el “ayudar a las almas”. El objetivo de su reflexión teológica es siempre buscar respuestas a los problemas y preguntas de sus contemporáneos. Esto hace que se privilegien disciplinas y orientaciones con relación con la práctica como la teología moral.

En tercer lugar, podemos identificar en los teólogos jesuitas una común inspiración de fondo en la experiencia de los Ejercicios Espirituales que marcan la espiritualidad ignaciana. Esto se muestra en la teología de estos autores en varios elementos como puede ser la enorme importancia que dan a la libertad humana, o un claro cristocentrismo fruto de la petición de los Ejercicios de “conocimiento interno de nuestro Señor que por mí se ha hecho hombre”.

Finalmente, en los teólogos jesuitas se da una aplicación a su quehacer teológico de las “reglas para sentir con la Iglesia” de los Ejercicios. Esto no implica limitarse a una defensa de la posición de la Iglesia y puede incluir el tener una posición crítica, pero sí supone entender el quehacer teológico como concreción del servicio a la Iglesia, a la que experimentan como “madre” en la fe y “esposa de Cristo” según el texto ignaciano.

Ese papel de la Iglesia se concreta en la figura del Sumo Pontífice, a quien los jesuitas hacen el cuarto voto de obediencia y que es una mediación privilegiada de la presencia de Cristo en su Iglesia a quien la Compañía de Jesús quiere servir.

Punto de partida: experiencia de los Ejercicios

Al hacer teología jesuita en nuestras instituciones, y al ponerla en diálogo con otras disciplinas, estos rasgos – amor al mundo, ayudar a las almas, la experiencia de los Ejercicios y el servicio a la Iglesia – deben ser los que nos den nuestro estilo e identidad, los cuatro se recogen en la experiencia de los Ejercicios Espirituales.

 Fuente: loyolaandnews.es

Miserando Atque IV

Santa Teresa: Transparencia de la Misericordia

Seguimos publicando textos que englobamos dentro de la serie “Miserando Atque”, y que nos ayudan a reflexionar en torno al Jubileo de la Misericordia que estamos viviendo desde distintos personajes y perspectivas.

Por Lola Jara Flores, cm

Santa Teresa considera toda su vida como un milagro de la misericordia divina y así lo constatamos cuando leemos que titula el libro de su vida: “De las misericordias de Dios” (Cta 415, 1). En el Libro Vida manifiesta que escribe para que se vea la gran misericordia de Dios y la ingratitud de ella (Cfr. Vida 8, 4). Por eso, se atreve a decir: “mientras mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias. ¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!” (Vida, 14, 10-11; cf. 19, 5; 7, 22).

Cada página de este libro es un canto a la misericordia que experimenta honda y profusamente en su relación de estrecha amistad con Dios: “Por cierto que es grande la misericordia de Dios. ¿Qué amigo hallaremos tan sufrido? (Meditación de los Cantares 2, 21); y porque sabe que sin la conciencia convencida de la misericordia divina no se puede mantener el ánimo ni “la determinada determinación” para seguir radicalmente a Jesús: “Suplícoos yo, Dios mío, sea así y las cante yo sin fin, ya que habéis tenido por bien de hacerlas tan grandísimas conmigo, que espantan los que las ven y a mí me saca de mí muchas veces, para poderos mejor alabar a Vos. Que estando en mí, sin Vos, no podría, Señor mío, nada” (Vida 14,10-11; cf. 7 M1, 1).

Ante la clarividente visión de su propia debilidad y limitación se le presenta la misericordia divina como un mar de consolación en el que ella se sumerge para salir renovada, liberada, con la mente y el corazón ensanchados. Al mismo tiempo, la llena de asombro: “Y ¿quién, Señor de mi alma, no se ha de espantar de misericordia tan grande y tan crecida merced a quién te ha traicionado con traición tan fea y abominable? ¡Que no sé cómo no se me parte el corazón cuando escribo esto! ¡Porque soy ruin!” (Vida 19, 6). “Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia” (Vida 4, 10)

Santa Teresa es como una esponja de la Misericordia divina. Y como recipiente preparado para acogerla comprueba que Dios «nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias» (Vida, 19, 15). Su propia experiencia nos da la clave para abrirnos al don de Dios: “Fíe de la bondad de Dios, que es mayor que todos los males que podemos hacer, y no se acuerda de nuestra ingratitud…. Miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme, no nos cansemos nosotros de recibir. (Vida, 19, 15), que tenemos capacidad infinita. Porque el alma se dilata o ensancha en la medida que recibe (4M 3, 9; CV 28, 12)”.

La experiencia de verse inundada por la misericordia sin tasa del Señor la conduce a estar cerca del prójimo, con amor desinteresado, libre de egoísmo, practicado con obras y no sólo con sentimientos: “obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma” (5M3, 11). Amor sacrificado, como el de Jesús, verdadero “capitán del amor” (C 6,9), acogiendo y perdonando de corazón cómo se siente amada y perdonada (Cf. 1M1, 3, cf. 5 M 4,10). “No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la misma misericordia, adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió. Porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho, adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar alguno” (CV 36, 12).

Fuente: Entre Paréntesis

 

Asistir al enfermo – Obras de Misericordia

Hoy no utilizaré metáforas ni rodeos. No hablaré de las enfermedades espirituales, ni de enfermedades sociales. No. La enfermedad es esa realidad que nos acaba alcanzando a todos. Es esa condición natural a la que nuestro cuerpo tiende por el hecho de estar vivo y no ser perfecto. La sufrimos en nosotros y la vemos en otros. La podemos negar, cambiar de nombre y evitar en nuestras conversaciones. O la podemos afrontar y aprender de ella.

Con el tiempo he ido descubriendo algo que sólo intuía cuando elegí medicina como profesión. Y es que la enfermedad nos sitúa en nuestro justo lugar y saca de nosotros una de las verdades más profundas. Se convierte en maestra. Dura y exigente, pero maestra.

Hay enfermedades banales que nos ponen apenas una piedra en el zapato. Un pequeño susto. A veces un tratamiento crónico que no nos condiciona mucho más. Esa piedra en el zapato se convierte casi en la oportunidad de hacer consciente el que caminamos.

Otras veces la enfermedad, propia o ajena, nos pone ante una realidad más seria, más grave. Nos pone frente a frente de nuestra finitud. Echa por tierra nuestro afán de omnipotencia y fortaleza. Nos desgasta hasta que un día nos lleva consigo o nos arrebata al ser querido.

Es ahí donde aparece, casi por milagro, la realidad más honda. Que ni salud ni enfermedad; ni vida larga ni corta; nos quitan un ápice de nuestra verdad más profunda: ser criaturas de Dios. Todo lo demás no añade ni resta nada a esa dignidad y belleza fundamental. Por eso asistir a un enfermo no es más que visitar a la otra persona en esa verdad desnuda: eres mi hermano. Y yo no soy ni más ni menos. Puedo entonces acompañar sin verborrea ni moralina, puedo quedarme en silencio sin compasiones doloristas, puedo hasta bromear sin que eso sea una huida del problema. Es simplemente estar con el otro. Visitar la persona y no la enfermedad. Ahí está el alivio más profundo.

Pastoral SJ

Reflexión del Evangelio – Domingo de la Santísima Trinidad

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: -“Todavía tengo muchas cosas que decirles, Pero ustedes no las pueden sobrellevar ahora. Cuando venga, el Espíritu de la Verdad, El los encaminará a la Verdad total: porque no hablará desde sí mismo, sino que lo que oiga, eso hablará, y les anunciará lo por venir. El me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”

(Jn 16, 12-15).

Por Diego Fares SJ

Glorificar

Jesús dice que el Espíritu lo glorificará. ¿Qué significa, dicho simplemente?

Glorificar es hacer ver en todo su esplendor y claridad la belleza del amor de Jesús.

Glorificar es hacer que podamos comprender y gozar de la obra de arte consumada que es la vida entera de Jesús sobre esta tierra. Y que podamos verla no como un espectáculo sino sintiéndonos incluidos en ella.

Como dice von Balthasar: La misión del Espíritu es totalmente distinta de la del Hijo. Sin el Espíritu, lo que hizo Jesús, su honrar al Padre mientras nosotros, privados de gloria, sólo buscábamos nuestro propio honor, su haber-hecho-por-nosotros lo que como pecadores nunca hubiéramos podido hacer…, nos tendría que haber dejado en un estado de tristeza y muy cercano a la desesperación. Jesús, nuestro hermano, dio la vida por nosotros. Nos invitó a su seguimiento, es verdad, pero nosotros nos quedamos atrás en cuanto al punto decisivo. Huimos, no podemos negarlo, pero ¿cómo podríamos haber caminado con Él? Sin el Espíritu Jesús hubiera quedado siempre como el Otro, como alguien especial, buenísimo, pero inalcanzable. ¿Qué sería del amor fraterno que nos mostró en su vida si hubiera quedado como inimitable? (Esto es justamente lo que muchos cristianos piensan al leer el evangelio: sienten que es “imposible” de cumplir. Lo cual es muy cierto y tiene que llevarnos, sencillamente, a invocar al Espíritu para que venga en nuestra ayuda).

Jesús mismo sale al frente de esta dificultad cuando dice que “hay muchas cosas que no puede decirnos porque no las podríamos sobrellevar”. ¿Cómo cargar con el peso de un Amor tan grande como el suyo siendo nosotros tan infieles y débiles como los apóstoles, que lo abandonaron en el momento decisivo? Cuanto más generoso se muestra Jesús más nos hundimos, como Pedro, en el abismo de nuestra debilidad. De ahí que el Señor diga: “les conviene que Yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a ustedes el Paráclito, pero si me voy se los enviaré”.

Encaminar

Esta es la misión del Espíritu: introducirnos en el Amor de Jesús de manera tal que nos sintamos incluidos, salvados, fortificados, esclarecidos. Si uno no se zambulle en el Amor entre Jesús y el Padre, contemplarlo desde afuera, como espectadores, hace que se cierre el corazón. O no se puede creer que exista algo así, o es tan pero tan puro que uno se siente rechazado, indigno, incapaz de participar.

Tengámoslo bien claro: no conviene acercarse a Jesús si no es invocando humildemente a cada instante a su Espíritu para que venga en nuestra ayuda.

La expresión que utiliza Jesús para referirse a la tarea del Espíritu Santo es guiar, conducir, introducir, “encaminar” (“hodegesei” viene de hodos, camino y del hebreo naha = guiar, pastorear, instruir). Elijo “encaminar” porque es más fraterna. Conducir y guiar suenan más exteriores. Encaminar, en cambio, como que es más amigable, uno mismo camina y el camino se nos abre por sí mismo; no es que otro nos guía sin que sepamos por donde. El Espíritu nos hace caminar por Jesús que con su vida es el Camino. El Espíritu nos encamina mostrándonos las huellas de Jesús: por aquí pasó el Señor y obró de esta manera, fijate cuál fue su estilo, cómo de golpe apuraba, cuál era su ritmo, observá sus gestos, mirá cómo sus sentimientos son “camino” para tus sentimientos: podés ir seguro sintiendo así como Él, obrando al estilo de Jesús, con caridad.

¿Y cómo me doy cuenta de que el Espíritu me encamina? ¿Se puede reconocer su pedagogía?

La pedagogía del Espíritu tiene que ver con lo estético, con la belleza.

El Espíritu nos conduce “glorificando” a Jesús.

¿Parece difícil de entender?

Mejor, así cada uno le tiene que pedir ayuda al Espíritu:

¡Ven Espíritu Santo!

Haceme ver lo bueno y hermoso que es Jesús en mi corazón

y que me sienta perdonado y salvado en el interior de su Amor,

abrazado por el Padre, bajo al mirada de María…

Así puede uno ir rezando mientras lee…

Decimos que el Espíritu nos ayuda con una pedagogía que tiene que ver con la Gloria de Dios, con la Belleza. Fijémonos las palabras con que el Nuevo Testamento describe las cualidades y la acción del Espíritu: unidad, alegría, paz, consolación, libertad, armonía, integridad, totalidad, claridad, gloria… Son todas palabras que tienen que ver con la Belleza.

Integridad

Tomemos integridad, totalidad. Jesús dice que el Espíritu nos introducirá en la Verdad total. Verdad total no puede ser un silogismo intelectual. Verdad total es la concordancia de todo nuestro ser con el de Dios. Y una concordancia así sólo se da cuando uno contempla una obra de arte.

Un ejemplo cercano de una concordancia así de plena la experimentamos muchos en estos días patrios del Bicentenario. A mi se me dio ante el Colón iluminado como una bandera argentina hecha de luz, al cantar el Himno nacional junto con toda la gente: fue una experiencia de sentir la Patria entera e igual en todos. El sentimiento era tan íntegro que a uno le bastaba con participar un poquito para sentirse compartiendo enteramente el mismo sentimiento patrio, con paz y alegría serenas. Esa unidad e integridad es un don espiritual. No se lo puede “fabricar” o producir externamente, nace de adentro y unifica. Los diarios lo expresan diciendo que “la presencia de la gente superó las expectativas”. Es una expresión pobre. Es que a algunos les sorprende que “el todo sea mayor que las partes”, como dijo Bergoglio. Les sorprende que “la realidad sea superior a las ideologías y que la unidad sea superior al conflicto”. A muchos les sorprende que haya “un espíritu patriótico”. Sin embargo es así. Aunque sólo salga a la luz en ocasiones especiales, esta “integridad espiritual” es la que mueve todo.

Esto que se da a nivel humano y que es bien real a pesar de su fragilidad (luego sentimos que no alcanza a plasmarse ese sentimiento común en instituciones, en justicia, en equidad…), es lo que el Espíritu Santo hace real en la vida de los que creen y aman a Jesús. La unión espiritual que se da entre los hombres y luego se fragmenta en mil tironeos, en el Espíritu es una Persona indivisible que genera unidad. La belleza del Amor entre Jesús y el Padre, que contemplamos como un ideal hermoso e inalcanzable, se nos comunica entera gracias al Espíritu. Somos introducidos en ese amor y, si nos dejamos encaminar y guiar, paso a paso, el Espíritu nos permite vivir en esa integridad todo el tiempo.

El Espíritu nos permite vivir la integridad del Amor de Dios sin control de gestión ni de agenda. El Espíritu es Libre y se nos da cuando quiere y como quiere.

Nos permite vivir esa integridad del amor si nos confiamos dócilmente a su “encaminarnos”.

La palabra para ser líbremente encaminados por el Espíritu es hágase: ‘Hágase en mi según tu Palabra’.

El Espíritu nos permite vivir la integridad del Amor de Dios sin dominarla como una posesión. El Espíritu es Don gratuito y requiere que uno esté abierto a lo gratuito, con ojos atentos a lo que no es puro comercio, mero intercambio de intereses contabilizables.

La palabra para abrir los ojos a los dones gratuitos del Espíritu es bendito: ‘bendito sea Dios que mira con bondad mi pequeñez y me hace ver sus maravillas’.

El Espíritu nos permite sentirnos incluidos en el Amor de Dios sin mérito de nuestra parte.

Y la palabra para sentirnos así es piedad: ‘¡Ten piedad de mí Señor! Perdona mis pecados’.

El Espíritu nos permite vivir en la intimidad del Amor de Dios con su Presencia y la palabra para llamarlo es ven: ‘Ven Espíritu Santo, visita el alma de tus fieles’. ‘Dulce Huésped del Alma, Ven. Ven Padre de los pobres’…

El Espíritu nos permite interpretar el Evangelio, leer y entender todas las Palabras de Jesús y cargar con ellas, llevándolas a la práctica con prontitud y alegría.

Y la Palabra para comprender el evangelio es creo: ‘Creo en Jesucristo Hijo del Padre, mi Señor y Salvador’.

Fuente: Contemplaciones del Evangelio

 

Acoger al Forastero – Obras de Misericordia

Los flujos migratorios en todo el mundo despiertan múltiples interrogantes y reacciones alrededor del globo. Lo cierto es que, más allá de una problemática mundial y una serie de porcentajes, estos movimientos involucran a millones de personas que buscan una vida mejor que la que tienen en el lugar dónde han nacido. Esta realidad nos mueve a actualizar las palabras de Jesús “cuando era forastero y me acogiste”

 Me quedo.

Me quedo con tu mirada.

Con tu mirada y con tus ojos negros.

Me quedo contigo, pelirroja, en el flash que te alumbró en una carretera.

Me quedo en la madrugada, yendo a tapar a mi hija bien morena, y a la otra bien pelirroja, no vaya a ser que pillen un catarro.

Me quedo con tu desgarro y con tu impotencia y con tu miedo y con tu frío y con tu rabia y con tu agotamiento.

Me quedo con todo eso grabado,mientras sujetas fuerte a tu hijo… no vaya a ser que se te escurra ahora entre los brazos… justo ahora, que ya estáis los dos, a salvo y en tierra.

Me quedo con la orilla de una playa turca y de otra griega y de otra canaria.

Me quedo con tres extranjeros y magos y sabios, llegando cada uno de tres sitios bien lejanos, seguros de que han encontrado, por fin, lo Bueno.

Y con un mapa sin tierras porque… para qué, si todos»somos ciudadanos de los cielos» (Que ya lo sabían aquellos magos, que por algo eran sabios).

Me quedo con un niño de horas en la intemperie de Belén y me quedo en la noche de los que no le dieron abrigo.

Me quedo con tu carcajada porque juego contigo en una cuneta y te hace gracia mi gorra.

Me quedo con tu piel más blanca o más morena porque vienes de otro lado .

Y con el cuero de tus sandalias que es distinto al mío.

Me quedo con tus pies extranjeros, si apenas levanto mis ojos del suelo… cada vez que paso por delante de tu extranjera mirada, apostada, cada día, en la misma acera.

Me quedo con un galileo charlando en un pozo con una samaritana.

Me quedo con con una vía de tren demasiado larga e imperdonablemente llena de pasos.

Me quedo con una bebida caliente, unas galletas y una manta en una estación.

Me quedo con las estaciones a las que llegan trenes .

Me quedo con tu mirada forastera bajando del tren.

Y con la tuya en esas vías donde, en vez de trenes, caminas peregrinoyforastero igual de agotado y triste que de confundido y esperanzado.

Me quedo escondido en la mañana en algún monte Gurugú y me quedo esperando la noche para correr monte abajo, aterrado.

Me quedo con el frío, la lluvia y el barro calando tu piel y tus zapatos, sumando ya demasiadas mojaduras, mientras oigo llover afuera.

Me quedo con tu espalda mojada y rota y roto tu bebé en ella porque no puede más.

Me quedo con el pescador turco que se lanzó al mar a por ti y con el voluntario que te abrazó con una manta al llegar al puerto.

Me quedo escribiéndote desde donde estoy.

Me quedo con un dibujo en una hoja cuadriculada: me quedo con el fuego, los cuerpos desmembrados y la sangre en el suelo que dibujaste con tus pinturas de niño… y con los caminos que conducen directos a la casa que dibujaste, contento, en el otro lado del papel.

Me quedo con el «id por todo el mundo…» y con «el mundo es nuestra casa»…y » con el venid a Mí los que estéis cansados»...

Me quedo con la mirada del país que te acogió y en el que temeroso cerró sus puertas.

Me quedo con el soldado que te golpeó para que no te colaras dentro… y con el otro que abrió paso para que pudieras llegar.

Me quedo contigo, extranjero y peregrino y con María aún muy débil y con José decidido y con Herodes celoso y cegado y con 700 millas de camino por delante los tres.

Me quedo extranjero, que todos lo fuimos, en Egipto, un día.

Me quedo con mi Dios, que entonces, es un Dios forastero.

Me quedo.

Me quedo sin excusas, la verdad

Fuente: Pastoral SJ

 

El Espíritu de la Paz y la Alegría

En la fiesta de pentecostés, una reflexión sobre lo que puede hacer el espíritu en nosotros…

Por Diego Fares SJ

Si es Nuestro Espíritu, te darás cuenta enseguida por la alegría y la paz.

En esto no dudes ni temas engañarte. Nuestro Espíritu siempre sopla suavemente y tiene una dinámica que expande, como ondas, nuestra Paz: ordena los sentimientos…, lleva cada cosa a su sitio, al lugar donde se armoniza con todo lo demás.

Aún en medio de la discusión más violenta o del desorden más agudo, la moción de nuestro Espíritu siempre baja como un guerrero que asegura una cabeza de puente, un mínimo espacio tranquilo, desde donde comienza a “trabajar por la paz”.

Una paz que se expande, esa es la señal.

No una paz extendida, establecida ya. No. La nuestra es una paz que se va haciendo –trabajosamente- pero sin chocar con las cosas, sin empujar, llevando a cada uno como de la mano a su lugar.

Es como una mamá cuando le quita los enojos en los que el capricho tiene encerrado a su hijito. Así hace nuestro Espíritu las paces. Uno no sabe cómo pero en un momento se disuelve el enojo, como un nudito desatado y cesa el llanto. Como por arte de magia, o de ternura, más bien. Así disuelve las agresiones nuestro Espíritu y ensancha la paz.

¿Y las alegrías? ¿Cómo distinguir las de su Espíritu si hay tantas, tan a medida y tan placenteras? (Aquí, mi imaginación filosófica se vuelve bastante más abstracta, pero espero que sea con la “abstracción del Espíritu” que tiene algo del Arte abstracto moderno, en el que uno goza las formas y colores y pone conceptos muy subjetivos quizás pero que ayudan a experimentar lo que está pintado y atrae).

En esto es un poquito más complejo que con la paz. La paz es lo básico, es propia del modo de actuar de nuestro Espíritu, totalmente distinto de cómo actúan las fuerza materiales. En el mundo material se impone la ley del más fuerte. En el mundo del Espíritu, la ley del que más ama se establece libremente, sin coerción ninguna, por invitación, por gusto, por fascinación…

La alegría es más inmediata, te brota espontánea ante la posesión de cada bien. Podés alegrarte con un vasito de agua fresca si tenés mucha sed, o con una sonrisa espontánea de un niño que juega… También te alegra acabar de comprar algo que te gusta y llevarlo como trofeo en tu bolso. O tener razón y que se vea. Tus sentidos son cinco y hay tantas alegrías como bienes aptos para ellos. Alegría de escuchar una canción, alegría de gustar una comida, alegría de ver, de tocar y de percibir una fragancia… Por eso preguntás ¿cómo distinguir esas alegrías de las alegrías de nuestro Espíritu, cómo saber que se trata de los Bienes verdaderos?

Lo primero sería que sepas que el hecho mismo de alegrarse es algo propiamente espiritual. Es expresión de estar recibiendo un don, como sienten los pajaritos que cantan llenos de alegría al ver salir el sol. Saben que el sol es para ellos, su fuente de vida, que se les comunica con sus rayos y ellos le comunican que lo reciben gorjeando y trinando. La alegría es un bien gozado y todo lo bueno viene de Dios. Pongo el ejemplo de los pajaritos, que no son “espirituales” pero participan plenamente del Espíritu, sin poder adueñarse de sí mismos. Por eso ustedes sienten que es tan “espiritual” la naturaleza, porque cada cosa se alegra enteramente con su bien y no envidia el de los otros.

En ustedes pasa lo mismo cuando son niños pequeñitos: se alegran inmediatamente con lo que les brinda su mamá. Cuando se vuelven autoconscientes empieza el lío. Empiezan a comparar y se estropea la alegría simple de cada bien.

Pues bien, Nuestro Espíritu es el único que remedia esta fisura, el único que restablece la unidad: con ustedes mismos y entre todos. Lo notarán al experimentar una alegría “duradera”, que no cesa ni se rompe al compararla con la de los demás. La alegría de nuestro Espíritu es “sin envidia”, por decirlo con una sola palabra. Pero lo milagroso es que brota siendo que podemos compararnos y de hecho lo hacemos con los demás y aún así, no sentimos envidia. Este es el signo de que están en posesión de su Bien propio y a la vez común. Es la señal de que ese Bien es íntegro y absolutamente personal y de que teniéndolo a Él, tienen todo lo demás. Por eso pueden alegrarse con una alegría que nadie les puede quitar y gozar que tengan la misma alegría todos los demás.

El Espíritu de paz y sin envidia es el que nos envía el Señor. Invoquémoslo de corazón cada día.

Fuente: Contemplaciones del Evangelio

 

Sabiduría Ignaciana desde del Crucificado y la realidad

Por Agustín Ortega

Este año se cumplieron 394 de la canonización de San Ignacio de Loyola. A pesar de la gran distancia temporal que hay con la vida del Santo fundador de la Compañía de Jesús, su modo de oración, en el libro de los Ejercicios Espirituales y su vida misma, siguen actualizándose y teniendo mucho para decir a nuestra realidad de hoy.

El Servicio de Evangelización y Diálogo de la Universidad Loyola Andalucía, celebró el día 9 de marzo mesas redondas bajo el título “San Ignacio ¿Te suena? Vivió el riesgo de amar y servir”. El objetivo de estos encuentros fue acercarnos a la figura de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Para conocerlo más, en el contexto de la celebración de la fiesta de San Ignacio en dicha Universidad, en recuerdo de su canonización.

San Ignacio es un ejemplo de ser persona, un testimonio de la fe católica y de la santidad a la que todos estamos llamados. Su vida y obra, con ese gran legado que nos dejó de espiritualidad y mística como son los Ejercicios Espirituales (EE), siempre vienen muy bien para la experiencia de la fe. Tal como es el tiempo más importante de la vida cristiana, la Semana Santa, en donde hacemos memoria, vivencia de la Pasión y Pascua de Jesús, el Dios Crucificado-Resucitado.

En este sentido, en el Domingo de Ramos, el Papa Francisco “nos pide que estos días miremos al crucifijo, la cátedra de Dios”, al tiempo que denuncia que “nadie quiere asumir la responsabilidad del destino de los refugiados”. Lo mismo que le pasó a Jesús que “sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto”.

En estas palabras, del Papa se encuentra el corazón de la espiritualidad ignaciana. Tal como ha sido actualizado y profundizado, hoy, en la identidad y misión de la Compañía de Jesús, con sus Congregaciones Generales. En especial, desde estos tiempos con los testimonios de sabiduría y vida. Como son, por ejemplo, K. Rahner, P. Arrupe o en la Iglesia del Sur empobrecido, con los mártires jesuitas como L. Espinal, R. Grande al que se quiere ahora canonizar, I. Ellacuría, I. Martín-Baró y el resto de compañeros mártires de la UCA en el Salvador.

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Sabiduría ignaciana en la vida cotidiana

Efectivamente, en la vida u obra de San Ignacio y de todos estos testimonios jesuitas, se encuentra todo un método (camino) de sabiduría humana y espiritual. En la línea de J.B. Metz, es una “mística de los ojos abiertos”, una espiritualidad de la vida cotidiana en el mundo como nos enseña Rahner.

Una mística y ética que “se hace cargo de la realidad” (Ellacuría), que es “honrada con lo real” como nos transmite J. Sobrino SJ. Tal como muestra San Ignacio en su Autobiografía (A), con su experiencia en el Cardoner, es asumir la mirada espiritual y trascendente, por la que se contempla renovadoramente la realidad, honda e integral, en todos sus aspectos (A 31).

Es la experiencia de la mirada del Otro, del Dios Trinitario (A 28). La contemplación compasiva y comprometida de (con) la realidad, de sus sufrimientos e injusticia, donde se encarna el Otro, Jesús, y nosotros con Él. Y, de esta forma, se promueve el cauce liberador de este mal e injusticia que sufre la realidad (EE 102-109). Tal como hizo Dios en Jesús, mediante esta Encarnación en la pobreza, solidaria con los pobres y la exclusión que sufren los seres humanos.

Esta encarnación en solidaridad liberadora con los pobres: es la plenitud de la humanización, culmen de lo espiritual. Frente al mal o pecado de la riqueza y del poder, de la codicia y ambición (EE 111-116. 136-157). Como nos enseña el Papa Francisco (cf. EG 226-230), la primacía no la tiene la idea, sino el don la realidad y de los otros. La fraternidad y amor liberador con los pobres, que es donde hay que encarnarse, como hizo Jesús el Verbo de Dios.

Es la inculturación del Evangelio que se hace cultura y fe de los pueblos humildes, de los pobres, con su sabiduría y religiosidad popular que visibiliza la fe en la entrega, solidaridad y lucha pacífica por la justicia. Como nos enseña en esta línea el jesuita J.C. Scannone, que fuera formador del Papa, en la conocida como escuela argentina de la teología del pueblo, que tanto marcó a Francisco.

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Como nos sigue enseñando el Papa, la totalidad siempre es más que la parte (cf. EG 234-237). En la actualidad, hay que promover la globalización de esta solidaridad fraterna y de la justicia con los pobres, de la paz y dignidad del trabajo, de las personas y la ecología integral; frente a la globalización neoliberal de la indiferencia, del capital y del ídolo del mercado-beneficio, de la violencia y de las guerras.

Sin dejar de considerar lo local, más en esta era de la globalización en la que vivimos, hay que abrirse a lo global de la realidad, a la realidad mundial e internacional. Vemos así que la libertad y dignidad, regalada por el Otro, por Dios (el Principio y Fundamento, EE 23). Y que es atacada por el mal o pecado personal e histórico, es posibilitada renovadoramente por la misericordia y compasión ante los crucificados y pobres (primera semana de los EE).

Dicha libertad es impulsada por este seguimiento del Otro, de Dios en Jesús, desde la plenitud de la vida fraterna y en la pobreza solidaria, liberadora con los pobres. En contra de la riqueza, del ser rico y del poder. Tal como culmina en la segunda semana de los EE con la Tercera Manera de Humildad (3MH), de amor pleno (EE 167-168), en una transformación de la vida, que nos libera del egoísmo e interés individualista (EE 189).

De esta forma, este conocimiento y seguimiento experiencial se realiza desde el “cargar con la realidad” (Ellacuría), en el “principio-misericordia” (J Sobrino), con la pasión del mundo, con los crucificados por la injusticia. Lo que manifiesta la pasión del Dios Crucificado, Jesús, el Amor y la Divinidad escondida, oculta al poder (tercera semana de los EE). Ya que este Amor Divino no emplea la dominación violenta. Sino el amor encarnado, solidario en los sufrimientos de los crucificados y pobres, para liberarnos del mal y pecado, de la violencia e injusticia (EE 196-197).

Así se realiza la verdad profunda, la real humanidad (cf. Jn 18-19). Y es que, como nos enseñó San Ignacio en su memorable carta a la comunidad de Padua, la misión de Jesús se realiza desde el servicio solidario en la promoción y liberación integral con los pobres u oprimidos de la tierra (cf. Lc 4, 16-22). En los pobres encontramos la amistad con Jesucristo Pobre y Crucificado (cf. Mt 25,31-46)

Tal como experimentó trascendentalmente Ignacio en la Storta (A 96), en comunión espiritual con el Crucificado y los crucificados. Lo cual se expresará en vivencia comunitaria, con sus compañeros, en la Compañía de Jesús, amigos en el Señor, desde el seguimiento de Jesús para servir y amar transformadoramente a la humanidad-mundo.

Es asumir que la unidad es superior al conflicto (cf. EG 226-230). Es el constitutivo carácter púbico, social y ético-político de la fe que se encarna y asume el conflicto (humano-social y teologal). Esto es, la lucha entre la gracia y el pecado, el bien y el mal, las estructuras sociales de pecado que causan la injusticia y desigualdad de la pobreza. Pero teniendo claro siempre que la lucha por la justicia con los pobres, desde el Evangelio, se hace de forma activa y no violenta; sin odio ni venganzas.

El tiempo es superior al espacio (cf. EG 222-225), y de lo que se trata es de que los pueblos con sus culturas y tradiciones espirituales, éticas etc. sean protagonistas de la vida y realidad en su proceso o devenir socio-histórico. El “encargarse de la realidad” (I. Ellacuría), el que los pueblos y los pobres son los sujetos activos, principales de la historia, de la fe y de la misión-salvación, protagonizan sus proyectos de promoción y liberación integral; frente a la tiranía del cortoplacismo y elitismo, de espacios cerrados y excluyentes que solo buscan el ansia de poder y riqueza. He aquí la sabiduría Ignaciana en la Catedra del Crucificado.

Fuente: Loyola and News